1984: Alameda de lecturas (para niños de 13 años)

October 8, 2017 | Autor: Xavier Laborda | Categoria: Literature, Textbook, Primary Education
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n Lecturas

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Lengua Castellana ----_..-...--------------_.-.. gOEGB -""-'---.......... - -_.......-----_..-....Javier Laborda ...-.- ........-...".....----------"-"""--

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La visita al viejo "profe"

[Jo! ¡No me di prisa ni nada a tocar el tim bre de la puerta en cuanto llegué a casa de Spencer! Estaba completamente helado. Me dolían las orejas y apenas podía mover los dedos de las manos.

-¡Vamos. vamos! -dije casi en voz ane-. ¡A ver si abren de una vez! Al fin apareció la señora Spencer. No tenían criada ni nada y siempre salían ellos mis-

mos a abrir la puerta. No debía n andar muy bien de pasta. -¡ Halden! - dijo la señora Spencer-. ¡Qué alegría verte! Entra. hijo. entra. Te habrás Quedado heladito. Me parece que se alegró de verme. Le cee simpático. Al menos eso creo. Se imaginarán la velocid ad a que entré en aquella casa. -¿Cómo está usted. señora Spencer? - le prequnté-. ¿Cómo está el señor Spencer? -Dame el abrigo - me d ijo. No me había oído pregu ntar por su marido. Estaba un poco sorda. Colgó mi abnqo en el armario del recibidor y. mientras. me eché el pelo hacia atrás con la man o. Por lo general. lo llevo cortado al cepillo

y no tengo que preocuparme mucho de peinér mela. - ¿Cómo está usted . señora Spencer? -vclv l a decirle. sólo que esta vez más alto para que me oyera. -Muy bien. Holeen - cerró la puerta del armano-. Y tú. ¿cómo estás? Por el tono de la pregunta supe inmediatamente que Soencer le habla cont ado lo de mi expulsión. -Muy bien -le oüe-. Y. ¿cómo está el señor Spencer? ¿Se le ha pasado ya la gripe? -iQu é val Hole en. se está portando como un perfec to... yo qué sé qué... Está en su hebiración. hijo. Pasa.

(. .1 Tenía la pue rta abierta. pero aun así llamé un poco con los nud illos para no parecer mal educad o. Se le veía desde fuera. Estaba sentado en un gran sillón de cuero envuelto en la manta de que acabo de hablarles. Cuando llamé. me miró. - ¿Quién es? -gritó-. ¡Caulfield! ¡Entra. muo chacha! Fuera de clase estaba siempre gritando . A veces le ponía a uno nervioso.

_8______ ____ liHl _ En cuanto entré. me arrepentí de haber ido.

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- Buenas tardes. señor -le diie-. Me han dado su recado. Muchas gracias. Me había escrito una nota para decirme Que fuera a despedirme de él antes del comienzo de las vacaciones. - No tenia que haberse molestado. Habria venido a verle de todos modo s. -Siéntate ahí. muchacho -dijo Spencer. Se refería él la cama. Me senté. -¿Cómo está de la gripe? -Si me Sintiera un poco mejo r. te ndría que llamar al médico -dqo Spencer. Se hizo una gracia horrorosa y empezó a reírse como un loco. medio ahogándose. Al final se enderezó en su asrerno y me dijo: - ¿Cómo no estás en el campo de f útbol? Creí que hoy era el día del partido.





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- Lo es. Y pensaba ir. Pero es que acabo de volver de Nueva York con el equipo de esgrima -fe dije. ¡Vaya carne Que tenia el tío! Dura como una piedra De pronto le d.o por ponerse serio. M e lo estaba temiendo.

1...1 - ¿Qué te pasa. muchacho? -me preguntó. y para su mod o de ser lo dijo con bastante mala leche-. ¿Cuántas asiqnaturas llevas este semestre? -Cmco. señor. -Cmco. y ¿en cuántas te han suspendido? -En cuatro. Removí un poco el trasero en el asiento. En mi vida habia visto cama más dura. - En l engua y literatura me han aprobadO -le dqe-. porque todo eso de 8 eowulf y Lord Randal. mi hijo. lo había dado ya en otro cote-

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9'0 La verdad es qu e para esa clase no he tetudo que estudiar ces. nada Sólo escntnr una cc.ooos.oóo dI! vez en cuando NI me escucneba Nunca escuchaba cuando uno le hablaba - Te he suspendido en HIStOflB seocnamente porque no sabes una palabra -Lo sé. señor IJO' .Oce SI lo se! No ha Sido Culpa suya - N, una sola palabra -reou.o Eso si que me DOne negro Oue arquen le diga una cosa dos veces cuando tu ya la has adrmuo o a la pnmera Pues aun lo d,to erre vez-

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- Ni una sola palabra. Dudo que hayas abierto el libro en todo el semestre. ¿Lo has abierto? Dime la verdad. muchacho. - Verá. le eché una ojeada un par de veces -le dije. No Quería herirle. Le volvía loco la historia. -Conque lo ojeaste. ¿eh? -o¡o. y con un tono de lo más sarcástico-. Tu examen está ahí. sobre la cómoda . Encima de ese montón. Tr éernefo. por favor. Aq uello sí que era una puñalada trapera. pero me levanté a cogerlo y se lo llevé. No tenia otro remedio. Luego volví a senta rme en aquella cama de cemento . ¡Jo! ¡No saben lo arrepentido que estaba de haber ido a despedirme de él! Ma noseaba el examen con verdadero asco. como si fuera una plasta de vaca o algo así. - Estudiarnos los eg ipcio s desde el cuatro de noviembre hasta el dos de diciembre -dijo-. Fue el tema que tú elegiste. ¿Quieres oír lo que dice aqu í? - No. señor. La verdad es que no - le dije. Pero lo leyó de todos modos. No hay quien pare a un profesor cuando se empeña en una cosa. l o hacen por encima de todo. -vt.os egipcios fueron una antigua raza caucásica que habitó una de las regiones del norte de Át nca. Átrica. como todos sabemos. es el continente mayor del hemisferio oriental." Tuve que quedarme allí sentado escuchando todas aquellas idioteces. Me la jugó buena el tío. -v tos egipcios revisten hoy especia! interés para nosotros por diversas razones. l a ciencia moderna no ha podido aún descubrir cual era el ingrediente secreto con que envolvían a sus muertos para que la cara no se les pudriera

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durante innumerables siglos. Ese interesante misterio continúa acaparando el interés de la ciencia moderna del siglo XX." Dejó de leer. Yo sentía que empezaba a odiarle vagamente. - Tu ensayo. por llamarlo de alguna manera. acaba ahí -dijo en un tono de lo mas oesecreoebe. Parecía mentira que un vejete así pud iera ponerse tan sarcástico-. Por lo menos. te molestaste en escribir una nota a pie de página. - Ya lo sé -le dije. Y lo dije muy deprisa para ver si le paraba antes de qu e se pusiera a leer aquello en voz alta. Pero a ése ya no había quien le frenara. Se había disparado. - rEstimadc señor Soencer - leyó en voz atte- . Esto es todo lo que sé sobre los egipcios. La verdad es qu e no he logrado interesarme much o por ellos aunque sus clases han sido muy interesantes. No le importe suspenderme porque de todos modos van a catearrne en todo menos en lengua. Respetuosamente, Holden Caulfield." Dejó de leer y me miró como si acabara de ganarme en una partida de pinq.ponq o algo así. Creo que no le perdonaré nunca que me leyera aquellas gilipolleces en voz alta. Yo no se las habria leido si las hubiera escrito él. palabra. Para empezar, sólo le había escrito aquella nota para que no le diera pena suspenderme. -¿Crees que he sido injusto contigo. muchacho? -diio. - No. señor. claro que no - le contesté. iA ver si dejaba ya de llamarme "muchacho" todo el tiempo! De El guardián entre el centeno. de J. D. Salinger

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Mis encuentros con camellos

Por tres veces entré en contacto con camelias y aquello concluyó en circunstancias trágicas.

" Tengo Que enseñarte el mercado de camelias -decía mi amigo. justo tras mi llegada a Ma rrakesh-. Tiene lugar todos los jueves por la

mañana ante la muralla en Bab-et-Khemis. Se encuentra realmente apartado. al otro lado de los muros de la ciudad: es mejor que te lleve hasta allí." llegó el jueves y nos dirigim os hacia allá. Era algo tarde cuando llegamos a la inmensa plaza fren te a la m uralla de la ciudad ya casi al mediodía. La plaza estaba medio vacía. Al otro extremo, unos doscientos metros más allá de nosotros. había un grupo de personas: pero no vimos ningún camello. Los animales pequeños. con los que la gente se ent retenía eran burros por lo ge neral; la ciudad se encono traba repleta de ellos; portaban todo género de cargas y solían ser tan mal tratados que no deseaba ver más. " Llegamo s dema siado tarde -dijo m i amiqo-. El mercado de camellos ha terminad o." Me condujo hasta el cent ro de la plaza para convencerme de que verdaderamente no había nada más que ver.

Pero antes de que se detuviese vimos cómo se d ispersaba un grupo de gente. En med io de ella apareció un camello erguido sobre tres patas. la cuarta le había sido atada al cuerpo. Tenía puesto un bozal rojo. una cuerda le atravesaba el ollar. y un hom bre que se mano tenía a cierta distanc ia trataba de hacerle avanzar de este modo. El came llo corría un trecho hacia adelante. se paraba y saltaba ent onces curiosamente sobre sus tres patas hacia arriba. Sus movim ientos eran tan inesperados como inquietantes. El hombre que debla guiarlo. cejaba siempre en su em peño; tem ía acercarse demasiado al animal y no parecía nada seguro cómo se com portaría éste a continuación. Pero tras cada sobresalto tiraba de nuevo y esto le perm itió arrastrar al animal muy lentamente en una deter m inada d irección. Perma necim os parados y bajamos la ventanilla del coche; nos rodearon niños pedigüeños. por encima de sus voces m endicantes oíamos los gritos del came llo. Una de las veces saltó con tal fue rza hacia un lado que el hornbre que lo guiaba perdió la cuerda. Las personas que se encontraban a cierta distancia se

__ _ _ _ _ _ _ _ _ alejaron. La atmósfera Que rodeaba al camello estaba cargada de miedo. pero más miedo sentía aún el camello. El guía corrió un trecho junto

a él y con la velocidad de un rayo agarró la cuerda Que serpeaba por el suelo. El camello

saltó lateralmente hacia arriba en un movimiento ondulante. pero no logró soltarse. siendo arrastrado de nuevo. Un hombre. en el que no habíamos repa-

rado hasta entonces. apareció tras los niños Que rodeaban nuestro automóvil, se apartó a

un lado y nos explicó en un francés entrecortado: " EI camello tiene rabia. Es pelig roso. l o con ducen al matadero. Hay Que tener mu cho cuidado" . A dopt ó un gesto grave. Entre frase y frase olamos los gritos del anima l. l e dimos las gracias por su información y nos fuimos entristecidos de alll. Durante los días siguientes hablamos con frecuencia del came llo rabioso; sus desesperados movimientos nos habían dejado una hue lla profu nda. Habíamos ido al mercado con la esperanza de ver centen ares de esos apacibles y curvilíneos animales. Pero en la gigantesca plaza sólo encontramos uno. sobre tres patas. atado. en su úl-

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tima hora, y Que mi entras luchaba por su vida no s fuimos de allt Días despu és pasamos frente a otro sector de las m urallas de la ciudad. A nochecía. el respland or rojo se extinguía sobre el mur o. Ret uve en mi s ojos tanto como me fue posible la irnagen del m uro y me regocijé ante su progresiva mutación cromát ica. Divisé en su som bra una gran caravana de came llos. la mayoría se habia dejado caer sobre sus rodillas. otros oerrrened an tcdeve en pie. Unos hom bres con tur bante en la cabeza se mov ían laboriosos. pero tranqu ilos. entre ellos: era la Imagen del sosiego y el crepúscu lo. El color de los camellos se co nvirtió en el de l muro. Nos apeamos y nos m ezclamo s entre los anima les. Cada docena cumplida de ellos se arrodillaba en c rculc alreded or de un montón de forraje dejado caer por los camelleros. Estiraban el cue llo. toma ban el alime nto con la boca. echaban la cabeza hacia atrás y rumiaban ptéodamerne. los observamos atentamente y vimos Que ten ren rostro. Se carecen entre si y al m ismo tiempo eran m uy diferentes. Recordaban a viejas damas inglesas Que. d ignas y visibleme nte aburr idas. cern ear-

_'2__ _ _ _ _ _ _ _ _ _ tían el té. incapaces de ocultar la malicia con que escrutaban cuanto les rodeaba. "Este es mi tía. de verdad", dijo mi amigo inglés. al que advertí sutilm ente del parecido con sus com patriotas. y pronto descubrimos algún que otro conocid o. Nos sentíamos orgullo sos de haber tropezad o co n aquell a caravana de la Que nadie nos había hablado. Contamos ciento siete camelias . Un muchacho se acercó y nos pidió alguna moneda. Su cara era de un color azul oscuro. al igual que Sus ropas; era arriero y su apariencia similar a la de los "hom bres azules" que viven al sur del A tlas. El color de sus Vestidos. se nos había dicho. com parte el de la piel. y. de este modo. todo s. hombres y muje res. son azu les. la única raza azul. Procuramos alguna in formación sobre la caravana de nuestro joven arriero. agradecido por la moneda reci bida. Pero tan sólo dom inaba unas pocas palabras en francés: Venían de Gulim in. tras vein necee días de camino. Esto fue todo cuanto pud imos entender. Gulimin se encontraba lejos al sur. en el desierto; y nos preguntábamos si la caravana de camellos habría cruzado el A tlas. Tam bién nos hubiese gustado saber cuál sería su próxima meta. ya que no pod ría ser éste. al pie de los mur os de la ciudad. un buen final de trayect o y los animales parecen fortalece rse para esforzados trabajos fu turos. El muchacho azul oscuro. incapaz de decimos nada más. se esmer ó en atenciones hacia nosotros y nos conduj o hasta un delgado y todavía esbelto anciano con turbante blanco que se mostró

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respetuoso . Hablaba un buen francés y respon día tocuazrnen te a nuestras preguntas. l a caravana venía desde Gulimin y era cierto que llevaba ya veinti cinco días de cam ino. - ¿Y hacia d ónde con tinua? -No muy lejos -contesó-. Se venden aquí m ismo para la matanza. - ¿Para la matanza? Ambos nos senurnos conste rnados: incluso m i am igo que en su país es un furibundo cazador. Pensábamos en el largo peregrinaje de los animales. en su belleza en el ocaso. en su ensimismamiento. en su apacible banquete: y acaso también en aquellas personas que nos habían permi tido recordar. -Para la matan za. si - repmó el anciano. Había algo de abrupto en su voz. como de cuchillo mellado. - ¿Se come aquí mucha carne de camello? - pregun té. Buscaba ocultar m i turbacón med iante preguntas de orcmstencas. -¡MuchíSima! - ¿Sabe bien? nunca la he comi do. - ¿Jamás ha comi do carne de camello? -romoió en una burlona pero con tenida risotada y reomó-: ¿Nunca ha comi do carne de camelia? -Ouedaba bien claro que él sabía que aquí no se nos servía otra cosa que carne de came llo. y se lo debió pensar mucho antes de instarnos a que la co miésemos. - Es muy buene-, sugirió.

De l as voces de Merrakesb. de Elias Ceoetti

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tld Y enes q U8 vienen S" l)fl ' 1111 y hu ndo rru corazón lentame nte envol vién dome en sus horas . Hay días Que vienen ~sob re mi como mmensos rebanas y od io estos días fatíd icos Que caen sob re m i cuerpo y esta lluv ia qu e azota rtus cabellos. . Hay días que vienen sobre mi y huy en después.. pero yo Quedo

Rolando Escardó

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La escuela de la Tortuga Artificial

A l poco rato se encontraron con un Grifo profundamente dormido al 501. - ¡A levantarse. viejo perezoso! - orden ó la Reina-. Y conduce a esta señorita a do nde está la Tortuga Artificial a que le cuente su historia.

1. .1 No habían ido muy lejos cuando vieron a la Tortuga Artificial en la distancia. sentada y

solitaria sobre una laja Al acercarse. Alicia pudo oír que suspiraba profundamente. como si se le fuera a partir el alma. Esto la conmovió mucho: -¿Qué desgracia le ha ocurrido? - le pre guntó al Grifo. pero éste contestó casi con las

mismas palabras de antes: - Ella se lo imagina todo; no le ha ocurrido ninguna desgrac ia, ya verás. ¡Vam os! Así. pues. llegaron a donde estaba la Tortuga Art ificial. quien los contem pló con ojos llenos de lágrimas. pero sin decr palabra. -Ao ul esta señorita - expücó el Gnfo-. resulta que quiere conocer su historia; sí señora. - Pues he de narré-seta - concedió la Tortuga Art ificial con voz huera y cavemose-: sentaos ambos. y no me interrumpáis con nada hasta que haya acabado.

Así pues, se sentaron; pero nadie dijo una palabra durante bastante tiemp o. Alicia pensó: "No sé cómo va a acabar su historia si no se decide a empezarla alguna vez" ; pero se contuvo y esperó con paciencia. - Hubo una época - romptó por fin a hablar la Tortuga Art ificial con otro gran suspiro- en que yo fui una auténtica tortuga. Estas solemnes palabras fueron seguidas de un profundo y prolongad o silencio, que sólo interrumpía algún que otro graznido del Grifo y los sollozos mal reprimidos de la Tortuga Aruficial. Alicia estaba a punto de levantarse y de decir: " M uchas gracias. señora. por su interesante historia" , pero estaba conv encida de que tenia que haber algo más. así que se quedó sentada sin rechistar, - Cuando éramos pequeñas -conttnuó al fin la Tortuga Artificial sin poder aún reprimir sus scuozos-. íbamos al colegio bajo el mar. El maestro era una vieja tortuga al que llamábamo s " Galápago:' - y ¿por qué lo llamaban " Galápago" si no lo era? -pregunt ó A licia. - Lo llamábamos " Galápago" - reclicó muy mo lesta la Tortuga Artifice j- por las muchas

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conc has que tenía. inaturatment e! ¡Vaya pregunta! ¡Si que eres necia! - ¡Debería darle vergüen za molestar con preguntas tan evidentes! -añadió el Grifo; y ambos. sentados en silencio. fulminaron a Alicia con la m irada en mudo y abrumador reproche . Alicia estaba ya deseando Que se la tragara la tierra. del bochorno Que sentía. cuando al Grifo se le ocurrió cecrie a la Tortuga: "¡ Ea! [Adelante. vieja! ¡Que es para ttovl". V ésta cont inuó de esta manera: -Decíamos. pues. en verdad. Que íbamos a la escuela bejc el mar; a pesar de que no lo

creas... - ¡Nunca dije Que no lo creyera! -mterrurn-

pió A licia. -¡Si lo dijiste! -msistió la Tortuga A rtificial. -¡A callar! ¡Deslenguada! -terció el Grifo antes de Que Alicia pud iera decir nada. Y de esta manera la Tortuga Artificial pudo cont inuar su narración. -E n realidad -diio- recibimos una educación esrneradrsirne: modestia aparte. íbamos a la escuela a diana...

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- ¡Pues vaya! A m( tamb ién me toca ir todo s los días: no creo Que sea para tanto presum ir... -dijo Alicia. - ¿Con "extras"? - prequ nt ó la Tortuga Ar tifici al con cierta ansiedad. -Sr - contestó Aücie-. nos dan también lecciones de francés y de música. - ¿Y de lavado? -msisnó la Tortuga Artificial. - ¡Ciertamente Que no! - contestó Alicia indignada. - ¡Ah! En ese caso. la tuya no era en realidad una buena escuela -ehrmó la Tortug a Artificial muy abviade-. En cambio. en la roears. tod as las cuentas acababan con francés. música y lavado: extra. -De poco les serviría -diio Ahce-. V Iviendo en el fondo del mar. - ¡Nunca tu ve la ocasión de aprender esa asignatura! -ccntmuó la Tarrug a Artificial con un suspiro-. Solamente me permueron seguir los cursos ord inarios. - ¿Y en Qué consrsnao? - prequnt ó Alicia. -Pues nos enseñaban a beber y escupir. naturalmente. para empezar -reoticó la Tortuga

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_'6__ _ _ _ _ _ _ _ _ _ Il\ll _ A rtificial- , y luego las diversas ramas de la Aritmética: a fumar y a reptar, y también la teifica ci6n y la dimisión . - Nunca he oído hablar de "terticación" - se atrevió a decir Alicia. El Grifo levantó sus dos patas en ademán de sorpresa: -¡Cómo! ¡Nunca has aprendido a teificar! - exclarnó-. ¡Al menos sabrás lo que quiere de cir " embellecer"!

- Sí - dijo Alicia dudándo lo un poco-. quiere decir... hacer algo.. un poco.. más bello. - Pues bien - continuó el Gnfo-. si no sabes entonces lo Que Qu iere decir terñcer. desde luego eres tonta de remate. Con esto. Alicia no se sintió con ánimos para segu ir pregun tand o. de forma que se volvió hacia la Tortuga Art ificial y le dijo: - ¿Qué otras cosas aprendía n allá? - Bueno. teníamos Histeria - replicó la Tortuga Art ificial. llevando la cuenta con las extremidades de sus aletas-. Histeria antigua y mo derna. con Mareografía; luego. Bidujo. l..) - ¿Y cuántas horas al día duraban esas

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lecciones? - preguntó Alicia. apresurándose a cambiar el tema de conversación tan penosa. -Diez horas el primer día - respondió la Tortuga Artific ial- ; nueve al día siguiente. v asr sucesivamente. -joué horario más extraño! - exctam ó A licia. - Por eso se llaman " cursos" - exohcó el Gnto-. porque se "ac ortan" de día en día. Esta sí qu e era una idea nueva para A licia. y estuvo dándole vueltas al asunto antes de hacer otra pregunta' -¿Entonces. el onceavo día tendría que ser fiesta? Pues naturalmente que lo era - esintió la Tortuga A rtificial. - y entonces. ¿cómo se las arreglaban con el doceavo? - siguió preguntando Al icia muy ávidamente . -iYa basta de cursos! - interrumpió el Grifo con tono decicido-. Ahora cuéntate algo sobre juegos.

De Alicia en el País de las maravillas. de Lew is Cerro.

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La ley de I I

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El viejo Koskoosh escuchaba ávidamente Aunque no veía desde hacia much o tiempo. aun tenia el oído muy fino. y el más ligero rumor penetraba hasta la inteligencia. despierta todavía. Que se alojaba tras su arrugada frente. pese a que ya no la aplicara a las cosas del mundo. [Ah! Aquélla era Sit-cum- to -ba. qu e estaba riñendo con voz aguda a los perros m ientras les pon ía las co rreas entre pu ñetazos y puntapiés. Sit-cum-to-ha era la hija de su hija. En aquel momento estaba demasiado atareada para pensar en su achacoso abuel o. aquel viejo sentado en la nieve. solitario y desvalido. Había que levantar el campamento. El largo camino los esperaba y el breve día mona rápidamente. Ella escuchaba la llamada de la vida y la voz del deber. y no oía la de la muerte . Pero él tenía ya a la muerte muy cerca. Este pensamiento despertó un pánico momentáneo en el anciano. Su mano paralizada vagó temblorosa sobre el pequeño montón de leña seca que había a su lado. Tranquilizado al comprobar que seguía alll. ocultó de nuevo la mano en el retuqro que le ofrecían sus raídas

pieles y otra vez aguzó el oído. El tétrico crujido de las pieles medio heladas le dijo que habra o recogido ya la tienda de piel de alce del Jefe y que entonces la estaban dob lando y apretando para colocarla en los trineos. El jefe era su hijo. joven membrudo. fuerte y gran cazador. las mujeres recogían activamente las cosas del campamento. pero el jefe las reprendió a grandes voces por su lentitud, El viejo Koskoosh prestó atento oido.

1. . 1 ¿Qué ruido era aquél? ¡Ah. sí! Los hombres ataban los trineos y aseguraban fuertemente las co rreas. Escuchó. pues sabía que nunca más volvería a oír aquellos ruidos. Los látigo s restallaron y se abatieron sobre los lomos de los perros. ¡Cómo gemían! ¡Cómo aborrecían aquellas bestias el trebejo y la pista! ¡A llá iban! Trineo tras trineo. se fueron alejando con rumor casi imperceptible. Se habían ido. Se habían apartado de su vida y él se enfrentó solo con la amargura de su última hora. Pero no; la nieve crujió bajo un mocesm. un hombre se detuvo a Su lado; una mano se apoyó suave-

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mente en su cabeza. Agrade ció a su hijo este gesto. Se acordó de otros viejos cuyos hijos no

se habían despedido de ellos cuando la tribu se fue. Pero su hijo no era así. Sus pensamientos volaron hacia el pasado. pero la voz del joven le hizo volver a la realidad .

-¿Estás bien? -te pregu ntó . y el viejo repu so: - Estov bien. - Tienes leña a tu lado -dijo el jov en-. y el fuego arde alegremente. La mañana es gris y

el frío ha cesado. l a nieve no tardará en llegar. Ya nieva. - Sí. ya nieva. - Los hombres de la tribu tienen prisa. llevan pesados fardos y tienen el vientre liso por la falta de com ida. El cam ino es largo y viajan con rapide z. Me voy. ¿Te parece bien?

-St Soy como una hoja del último invierno. apenas sujeta a la rama. A l primer soplo me desprenderé, M i voz es ya como la de una vieja, M is ojos ya no ven el camino abierto a mis pies. y mis pies son pesados. Estoy cansado. Me parece bien. Inclin6 sin tristeza la fren te y así permane ció hasta que hubo cesado el rumor de los pasos al aplastar la nieve y comprendió que su hijo ya no le oiría si le llamase. Entonces se

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apresuró a acercar la mano a la leña. S610 ella se interponía ent re él y la etern idad que iba a engullirlo. Lo último que \a vida le ofrecía era un manojo de ramitas secas. Una a una. irían alime ntando el fuego. e igualmente. paso a paso, con sigilo. la' mue rte se acercaría a él. Y cuando la última rami ta hubiese desprendido su calor. la intensidad de la helada aumentaría. Primer o sucumbirían sus pies. después sus manos. y el entumecim iento ascendería lentamente por sus extrem idades y se extendería por todo su cuerpo. Entonces incli naría la cabeza sobre las rod illas y descansaría, Era m uy sencillo. Todos los hombres tenían que morir. No se quejaba. Así era la vida y aquello le parecía justo. El había nacido junto a la tierra. y ju nto a ella había vivido: su ley no le era desconocida. Para todos los hijos de aqu ella madre la leyera la misma. La naturaleza no era muy bond adosa con los seres vivientes. No le preocupaba el individuo: s610 le interesaba la especie. Esta era la mayor abstracción de que era capaz la men te barbara del viejo Koskoosh y se aferraba a ella firmem ente. Por doquier veía ejemplos de ello. La subida de la savia, el verdor del capullo del sauce a punto de estallar, la caída de las hojas amarillentas: esto resum ía todo el ciclo. Pero la naturaleza asignaba una

___ _ _ _ ____ __ lliIl _ rmsrón al Individuo. SI éste no la cum plía. tenia Que morir. Si la cum plía. daba lo mi smo: moría tamb ién. ¿Qué le im portaba esto a ella? Eran

. muchos los que se inclinaban ante sus sabias leyes. y eran las leyes las Que perduraban; no quien es las obedecían.

1...1 xoseccsh echó otra ramita al fuego y evocó otros reuerdos más antiguos: aquella época de hambre persistente en Que los viejos

se agazapaban junto al fuego con el estómago vad o. (..J. Pero también recorda ba época s de abundancia en Que la carne se les echaba a perder

en las manos y los perros engordaban y se movían con pereza de tanto comer, épo cas en que ni siquiera se molestaban en cazar, L)

Se acordó de un día en que. siendo muchacho y hallandose en plena época de abun-

dancia. vio cómo los lobos acosaban y derribaban a un alce. Zlng-ha y él salieron aquel día para jugar a ser cazadores. imitando a sus padres. En el lecho del arroyo descubrieron el rastro recente de un alce. acompañado de las huellas de una manada de lobos. " Es viejo -dqo Zlng-ha examinando las huellas antes Que ét-. Es un alce viejo Que no puede seguir el rebaño. Los lobos lo han separado de sus hermanos y ya no le dejaran en paz: ' Y así fue. Era la táctica de los lobos. De día y de noche le sequen de cerca. incansablemente. saltando de vez en cuando a su hocico. As! le acompañaron hasta el fin. ¡Cómo se despertó en Zmq-ha y en él la pasión de la sangre! ¡Valdrra la pena presenciar la muerte del alce! Con pie ligero siguieron el rastro. Incluso él. Kossoosh. Que no hebra aprendido aún a seguir rastros. hubiera podido seguir aquél fácilmente. tan visible era. Loo muchachos continuaron con ardor la persecución. Así leyeron la terrible tragedia recién escrita en la nieve. llegaron al punto en que el alce se había detenido. En una longitud tres veces mayor que la altura de un hombre adulto. la nieve había sido pisoteada y removida en todas direcciones. En el centro se veían las profundas huellas de las anchas pezuñas del alce y a su alrededor. por ooqcier. las huellas mas pequeñas de los lobos. Algunos de ellos. mientras sus hermanos de raza acosaba n a su presa. se tendieron a un lado para descansar. Las huellas de sus cuerpos en la nieve eran tan nítidas como si los lobos

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hubieran estado echados alli hacia un momento. Un lobo fue alcanzado en un desesperado ataque de la víctima enloquecida. Que lo pisoteó hasta matarlo. Sólo Quedaban de él, para demostrarlo. unos cuantos huesos com pletamente descarnados. De nuevo dejaron de alzar rttrnicemente las raquetas para detenerse por segunda vez en el punto donde el gran rumiante habla hecho una nueva parada para luchar con la fuerza Que da la desesperación. Dos veces fue derribado. como podia leerse en la nieve. y dos veces consiguió sacudirse a sus asaltantes y ponerse nuevamente en pie. Ya había terminado su rrusión en la vida desde hacia mucho tiempo. pero no por ello dejaba de amarla. Zing· ha dijo Que era extraño Que un alce se levantase después de haber sido abatido: pero aquél lo había hecho. evidentemente: El chamén vería signos y presagios en esto cuando se lo refiriesen. Llegaron a otro punto donde el alce había conseguido escalar la orilla y alcanzar el bosQue. Pero sus enemigos le atacaron por detrás V él retrocedió V cavó sobre ellos. aplastando a dos y hundiéndolos profundamente en la nieve. No había duda de que no tardaría en sucumbir. pues los lobos ni siquiera tocaron a sus hermanos caídos. Los rastreadores pasaron presurosos por otros dos lugares donde el alce también se había detenido brevemente. El sendero aparecía teñido de sangre y las grandes zancadas de la enorme bestia eran ahora cortas y vacilantes. Entonces oyeron los primeros rumores de la batalla: no el estruendoso coro de la cacería. sino los breves y secos ladridos indicadores del cuerpo a cuerpo y de los dientes que se hincaban en la carne. Zing. ha avanzó contra el viento, con el vientre pegado a la nieve, y a su lado se deslizó él. Koskoosh que en los años venideros serta el jefe de la tribu. Ambos apartaron las ramas bajas de un abeto joven y atisbaron. Sólo vieron el final. Esta imagen, como todas las impresiones de su juventud, se mantenía viva en el cerebro del anciano. cuyos ojos turbios vieron de nuevo la escena como si se estuviera desarrollando en aquel momento y no en una época remota. Koskoosh se asombró de que este recuerdo imperase en su mente. pues mas tarde. cuando fue jefe de la tribu y su voz era la primera en el consejo. había llevado a cabo grandes hazañas y su nombre lleg6 a ser una maldición en boca

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