Agricultura colonial indígena (de México)

July 24, 2017 | Autor: T. Rojas Rabiela | Categoria: Agriculture
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Agricultura colonial indígena

se había reducido a 548 000 en 1550, cantidad que volvió a disminuir drásticamente a causa del “gran cocoliztli” (probablemente tifo), ocurrido entre 1576 y 1581, que bajó casi a la mitad el total de la población de la Nueva España.

Teresa Rojas Rabiela

Continuidad, experimentación y apropiación La primera etapa del periodo colonial puede muy bien ser considerada como una prolongación de la época mesoamericana o como la última parte de la prehispánica, dadas las grandes continuidades en paisajes, modos de producción, formas de orLa agricultura en chinampas y el patrón de asentamiento prehispánico persistieron hasta que la población indígena declinó. Zona cercana a Tláhuac, donde Bernardino Arias, español, solicitó una merced, que le fue negada, de chinampas en el barrio de Santa María Magdalena para su ganado. Cuitláhuac, D.F. 1579. agn, Tierras, vol. 2681, exp. 6, f. 2. Núm. 1596. 978/0234. Foto: agn 62 / Arqueología Mexicana

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Los campesinos de la época colonial continuaron con sus prácticas agrícolas de tradición mesoamericana, al mismo tiempo que experimentaron, adaptaron y se apropiaron de muchas de las innovaciones introducidas por los españoles en materia de plantas y animales, herramientas y máquinas, todo en el contexto de la irrupción del ganado y la severa baja demográfica. Por su parte, los españoles se beneficiaron con los productos de algunas plantas nativas que les reportaron grandes beneficios.

Y simultáneamente, la prodigiosa multiplicación del ganado

La producción de las nopaleras y de la grana cochinilla (nopalnocheztli) permaneció en manos indígenas hasta mediados del siglo xix, pero los españoles se encargaron y enriquecieron con la venta del tinte en el mercado exterior.

El segundo fenómeno biológico que afectó el curso de esta historia ocurrió casi simultáneamente al demográfico: el desbordante crecimiento del ganado (bovino, caprino y ovino), por ello equiparado a una marea o plaga que asoló sembradíos, poblados y reservas territoriales. A partir del análisis de las consecuencias ambientales de la “plaga de ovejas” que afectó el valle del Mezquital en el siglo xvi y de su comparación con el caso de Australia, donde también se introdujeron ovejas, E. Melville logró explicar el fenómeno producido cuando se introdujeron ungulados (herbívoros con pezuñas duras) a las praderas o sabanas vírgenes con abundancia

de pastos: “se reproducen, hasta minar la capacidad de manutención de las comunidades vegetales… Entonces su población se viene abajo y luego alcanza un equilibrio…” De cómo llegó el ganado y afectó la agricultura indígena Desde el inicio, los españoles se dedicaron a la ganadería extensiva, primero en las sabanas de Veracruz y pronto en los altiplanos centrales, donde ya para 1540 había estancieros que contaban con miles de cabezas de ganado mayor y menor. Hacia 1550 por ejemplo, existía un millón de ovinos sólo en el valle de Toluca. Los reclamos indígenas por los daños que esta nueva plaga les causaban no se hicieron esperar, pues los animales les estropeaban sus milpas, ocupaban sus terrenos y competían por el agua. Pero la situación no se remedió a fondo sino hasta los descubrimientos mineros de Zacatecas (1548) y Guanajuato, que desviaron al ganado hacia aquellos anchurosos lugares.

ganización social y cultural. Pero evidentemente fue un tiempo de cambios, algunos revolucionarios, en el curso del cual los campesinos experimentaron, conocieron y se apropiaron de un sinfín de novedades traídas por los españoles: plantas, animales, hierro, arado, máquinas complejas y abonos. Y otra hubiera sido la historia… Población a la baja Este proceso de aculturación agrícola característico de las primeras décadas del periodo, nos invita a imaginar lo que habría sucedido si la población nativa hubiera sobrevivido a las terribles epidemias que la asolaron. Otra hubiera sido la historia. Las cifras son aterradoras: la disminución porcentual estimada de la población indígena del centro de México fluctuó entre 50 y 60% en el lapso 1520/1530-1550, y probablemente de un 90% acumulado hacia 1600-1620, de acuerdo con Assadourian. García Martínez consigna para la Nueva España y entidades adyacentes (Tabasco, Yucatán, Nueva Galicia y Sinaloa), un total de 17 858 000 indígenas para 1519, que

Decapitación con machete, una herramienta, que primero fue arma blanca, de un ladrón en la ciudad de México, ca. 1530. Códice Azcatitlan, lám. XXVIII. Digitalización: Raíces Agricultura colonial indígena / 63

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El acceso de los indígenas al ganado estuvo bastante restringido, pero más tarde o más temprano se convirtió en una de las claves del cambio de las prácticas agrícolas, el uso del espacio rural, el transporte y la dieta, entre otros. Hasta 1555 no se

los ecosistemas, las terrazas, las parcelas irrigadas y las obras hidráulicas. A los indígenas tampoco se les concedieron estancias de ganado mayor, salvo excepcionalmente, pero sí pudieron tener algunos bueyes, vacas, caballos y yeguas para el transporte y la labranza, y a los nobles y funcionarios se les autorizó el uso de caballos para montura, con silla y fre-

Hacia 1550 existía un millón de ovinos sólo en el valle de Toluca. Los reclamos indígenas por los daños que esta nueva plaga les causaban no se hicieron esperar, pues los animales les estropeaban sus milpas, ocupaban sus terrenos y competían por el agua. les permitió poseer ovejas ni cabras, pero a partir de 1599 se les autorizó tener hasta 300 cabezas. La ganadería menor tuvo un gran desarrollo en regiones como la Mixteca alta y baja y el valle del Mezquital, sobre todo, lo cual causó junto con la baja demográfica, un serio deterioro de

no, y hasta 1597 se les permitió la posesión de algunas mulas o machos. Las restricciones no operaron para las gallinas y cerdos, que se integraron muy bien a los traspatios, donde convivieron con perros, guajolotes, abejas nativas, patos y otros animales silvestres “cuidados”

por los campesinos, como los venados. Las abejas italianas aparecieron también, y su cera y miel se volvieron esenciales en la economía campesina de algunas regiones, como Yucatán, por ejemplo. Pestilencias y tierras eriazas El incesante despoblamiento desencadenó otras calamidades en el mundo indígena: reducción de la producción, abandono de tierras y localidades y emigración de los sobrevivientes. El proceso se observó inicialmente en las tierras bajas costeras a pocos años de la invasión, pero fue un hecho irreversible por todas partes después del gran cocoliztli de 1576-1582. El acucioso cronista de Texcoco, Juan Bautista Pomar, se percató de la grave situación en 1582 y de sus efectos agrícolas: …y no se halla que sus padres ni antepasados diesen noticia de haber habido jamás pestilencia ni mortandad, como después de su conversión ha habido, tan grandes y tan crueles que se afirma haberse consumido por ellas de diez partes las nueve de la gente que había…, y parece bien claro que debía ser así por la mucha tierra que labraban y cultivaban, que oy día parece acamellonada generalmente en todas partes, la mayor parte de la cual está desierta y eriaza…

A congregar se ha dicho…

Uso simultáneo de azadón y uictli de hoja en una huerta de españoles cercana a la ciudad de México, a mediados del siglo xvi. Códice Osuna, f. 34v. Digitalización: Raíces 64 / Arqueología Mexicana

La principal respuesta del gobierno colonial al declive demográfico fue la política de congregaciones de la población indígena en poblados mayores y concentrados, realizada primero entre 1550 y 1564 y más tarde alrededor de 1603-1604. El programa consistía, en lo esencial, en reducir el número de localidades, pero desencadenó diversos males, principalmente la disminución de las tierras productivas y de reserva, así como el abandono de árboles frutales, magueyes, nopales, obras hidráulicas, terrazas y caminos, entre otros. La vegetación invadió poco a poco esos espacios “eriazos”, muchos de los cuales fueron apropiados por los españoles mediante mercedes reales o simplemente por la ocupación de hecho, pero otros permanecieron incultos por mucho tiempo, hasta hacerlos aparecer como paisajes prístinos.

Arado, hierro, machetes y demás fierros El uso de hierro estuvo vetado a los indígenas, además de que fue escaso porque se importaba de España, pero éstos se las ingeniaron para robarlo o comprarlo a los criados de los españoles para reforzar sus instrumentos. Por ejemplo, en Yucatán en 1581 se decía que los indios “hurtan y son ansiosísimos de hierro, porque con ello se ayudan para labrar sus sementeras más fácilmente que no con palos”. Conocemos las historia de varias de las nuevas herramientas adoptadas por los campesinos, en especial del machete y el arado, pero también un poco de otras como el azadón y la hoz. El machete fue primero un arma blanca en manos de españoles y sus capataces, y más tarde, hacia 1580, ya era herramienta de campo, que se extendió por todas partes. Machete y hacha europea multiplicaron la capacidad humana para talar bosques y selvas. Los indígenas adoptaron el arado con dificultad y lentitud no sólo por su alto costo, sino porque muchas de sus tierras se situaban en las montañas, así como porque manejaban con gran eficiencia sus sistemas de cultivo “a mano”. Pero en algunas regiones planas, como Tlaxcala por ejemplo, el cabildo adquirió varios arados, bueyes y aperos en 1550, para la siembra de trigo, que primero fue manejado por yunteros españoles. En cambio, en Huejotzinco los yunteros eran indígenas en 1560. Aún en 1564-1565 el oidor Zorita consideraba inconveniente “mandarles sembrar trigo”, “porque es grandísimo trabajo para ellos, porque no lo entienden ni tienen con que arar, y han menester para ello pagar españoles que lo siembren… e hay muchas labranzas de españoles donde se coge gran cantidad de trigo”. El proceso de adaptación del arado continuó su curso, como lo atestigua una lámina en la que se observa el uso de arado tirado por bueyes en Tarímbaro, Michoacán, en 1585. Ya para el siglo xvii, el arado se había extendido a más zonas, pero con frecuencia sólo para roturar las tierras, mientras el resto de las labores culturales continuaban haciéndose con coas con hierro, muestra de la amalgama tecnológica que ya caracterizaba para entonces a la

Foto: agn

Ganado y otros animales en manos indígenas

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En 1579 el paisaje novohispano comenzaba a transformarse, como en Coatlinchan, Texcoco. agn, Tierras, vol. 2688, exp. 35, f. 373. Núm. 1679. 978/0317.

agricultura indígena. Esto no significó que la siembra “a mano”, sin arado, desapareciera, pues continuó practicándose aquí y allá, como hasta la fecha, en particular en las laderas y terrenos pedregosos. Si de incorporar plantas se trata… Los agricultores indígenas tuvieron gran disposición para incorporar las nuevas plantas. Por ejemplo, los chinamperos de la

cuenca de México desde por lo menos 1580 ya cultivaban “colinos y lechuguinos”, además de nuevas flores de ornato (claveles, espuela de caballero, retama y mosqueta). Pero ningunos tan bien recibidos como los frutales traídos por los españoles primero de las Antillas y Europa y más tarde de Oriente vía Filipinas, combinados de muchas maneras en las huertas y huertos domésticos. Los campesinos aprendieron diversas técnicas, como los injertos de pera, Agricultura colonial indígena / 65

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manzano, granada, durazno y membrillo en patrones de tejocote, tan pronto como 1540 en Texcoco. En los solares de las casas se combinaron antiguas y nuevas plantas para proveer a las familias de remedios, condimentos, flores, hortalizas y frutas, mientras que en las milpas de anuales pronto aparecieron los melones y sandías, y en algunas zonas como la Mixteca alta, las moreras para criar el gusano de seda, o la caña, los plátanos o los cocos por todas partes. Los cereales y leguminosas del Viejo Mundo –trigo, cebada, haba, garbanzo y alverjón– desempeñaron un papel fundamental en la intensificación y la ampliación de la frontera agrícola, debido a su mayor tolerancia a las bajas temperaturas, con lo cual se pudieron realizar rotaciones en la misma parcela, de maíz o frijol durante el ciclo de verano y de trigo o haba durante el de invierno, por ejemplo. Pero el trigo también compitió con el maíz y otras plantas anuales nativas y las desplazó en muchas de las tierras de riego, como sucedió en el siglo xvi en Chilchota con el maíz y el chile, sustituidos por trigo.

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vincia de Coxcatlan, además de algunos valles y vegas de Oaxaca, la región zapoteca y mixe, en su vertiente del Golfo, en donde tampoco se requería irrigación. La tercera era la depresión del río Balsas, en Guerrero, Michoacán y Morelos, donde

por completo, con graves consecuencias para las economías regionales y locales. La historia de las huertas de nopales para criar la grana cochinilla (nopalnocheztli) fue distinta a la anterior en la medida en que los españoles no se apropiaron de

pero que en el caso del amaranto, pudo ser la competencia del trigo, cereal con mayor demanda y más fácil de sembrar, cosechar y procesar. El algodón fue otra de las plantas importantes en tiempos mesoamericanos que perdió terreno durante la colonia, cultivada en milpas de temporal de las tierras cálidas de Veracruz y Yucatán y con riego en algunos valles de Morelos, Puebla y Michoacán, entre otros. Su cultivo fue desplazado hasta casi extinguirse, sustituido o disminuido por cañaverales, cacaotales y platanales, pero persistió en algunas zonas de tierra caliente, especialmente en Yucatán, donde el algodonero se conservó en las milpas de roza indígenas durante toda la colonia, fuente para elaborar una enorme cantidad de mantas en los hogares indígenas.

A la par de las innovaciones, se mantuvieron, con mayor o menor intensidad, la mayoría de los cultivos originales en las parcelas indígenas. Por esta razón, hasta el día de hoy en éstas se conserva una gran parte del germoplasma no sólo nativo, sino también del introducido después de la conquista, que los campesinos continuaron manejando, mejorando y diversificando. la producción sólo era posible con riego. A partir de la década del sesenta del siglo xvi, como consecuencia del declive demográfico y de la paulatina generalización de la moneda metálica, la producción cacaotera descendió hasta desaparecer casi

las nopaleras ni intervinieron en su producción o procesamiento, que quedaron en manos indígenas, y también porque perduraron hasta mediados del siglo xix. Su producción se concentró en la Mixteca alta, Tlaxcala y Campeche. Los españo-

No todo cambió: los cultivos que persistieron

Descubrimiento de los “árboles de dinero”, la grana cochinilla y el añil Los españoles se percataron rápidamente del potencial económico de varios cultivos ya orientados al mercado desde la época prehispánica y no tardaron en apropiarse de las huertas y parcelas o de sus productos, como veremos. Así, la producción cacaotera fue para los españoles lo más parecido a una explotación minera, pues si no rendían mineral, sí producían dinero, toda vez que la semilla fue moneda corriente durante las primeras décadas de la colonia, además de materia prima para el chocolate, cuyo consumo se extendió pronto en la Nueva España y más allá. Las regiones productoras de cacao del siglo xvi eran tres, la primera y mayor situada en la vertiente del Pacífico, desde la costa centro sur de Nayarit hasta el Soconusco, donde el riego era innecesario en casi toda su extensión. La segunda en la vertiente del Golfo, concentrada en la Chontalpa, la región del río Coatzacoalcos y su extensión hacia el norte hasta los Tuxtlas; también había algunas huertas más al norte, en la antigua pro66 / Arqueología Mexicana

Los primeros cerdos, ovejas y vacunos llegaron pronto a la Nueva España, desde el desembarco mismo. Códice Florentino, lib. XII, carátula. Digitalización: Raíces

Tierras irrigadas de los tlalhuicas, “dase en su tierra mucho algodón y axi y todos los demás bastimentos y al presente se da grandísima abundancia de frutas de Castilla y están poblados hacia el medio día”. Códice Florentino, lib. X, f. 136r. reprografía: Gerardo Montiel Klint / Raíces

les obtuvieron grandes beneficios de la comercialización del preciado tinte, tan demandado por la industria textil europea, hasta el grado de que fue el segundo producto de exportación de la Nueva España después de la plata, sólo superado a veces por el añil. El añil o xiquilite (xiuhquílitl, hierba azul), otra tintórea, se cultivaba en las milpas de roza-tumba-quema de Yucatán desde época prehispánica. Fue “descubierto” hacia 1565 y explotado por los encomenderos españoles al percatarse de su alto valor en el mercado europeo para teñir paños. Al igual que el cacao, los españoles se apropiaron de las tierras indígenas y de su mano de obra, conocedora del cultivo y procesamiento del tinte. La expansión de su producción desplazó al maíz y al algodón tradicionales de los mayas de la región. Para

beneficiarla, los españoles establecieron “ingenios de añir”, “verdaderas fábricas en pequeño”, de los cuales existían 48 en 1577, hasta que la declinación demográfica y la competencia por los trabajadores indígenas hizo que la producción añilera declinara en el curso de las dos últimas décadas del siglo xvi. Para el siglo siguiente, la exportación de añil de la Nueva España representaba el tercer producto de importancia y en ocasiones el segundo, después de la plata y de la cochinilla, pero para el siglo xviii la producción yucateca fue desplazada por la de El Salvador y Guatemala. Cultivos desplazados Otros cultivos desplazados hasta casi desaparecer fueron el amaranto y las dos chías, por causas no bien entendidas aún,

A la par de las innovaciones, se mantuvieron, con mayor o menor intensidad, la mayoría de los cultivos originales en las parcelas indígenas. Por esta razón, hasta el día de hoy en éstas se conserva una gran parte del germoplasma no sólo nativo, sino también del introducido después de la conquista, que los campesinos continuaron manejando, mejorando y diversificando. Teresa Rojas Rabiela. Etnohistoriadora, especialista en agricultura e hidráulica prehispánica y novohispana, en tecnología y organización laboral de la época de contacto y en fotografía histórica de indígenas y campesinos mexicanos. Investigadora titular del ciesas. Para leer más… Assadourian, Carlos Sempat, “Agricultura y tenencia de la tierra antes y después de la conquista”, en V. Bulmer-Thomas, J.V. Coatsworth y R. Cortes (eds.), The Cambridge Economic History of Latin America, vol. I, Cambridge University Press, 2006, pp. 275-314 y 545552. García Martínez, Bernardo, “Los años de la conquista”, en Nueva historia general de México, El Colegio de México, México, 2010, pp. 169-215. Melville, Elinor G. K., Plaga de ovejas. Consecuencias ambientales de la conquista de México, fce, México, 1999. Rojas Rabiela, Teresa, “De la madera al hierro. Antiguos y nuevos instrumentos agrícolas en la Nueva España”, en Virginia Thiébaut, Magdalena García Sánchez y María Antonieta Jiménez (eds.), Patrimonio y paisajes culturales, El Colegio de Michoacán, México, 2008, pp. 117-143. Romero Frizzi, María de los Ángeles, “La agricultura en la época colonial”, en La agricultura en tierras mexicanas desde sus orígenes hasta nuestros días, cna/Grijalbo, México, 1991, pp. 139-215.

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