Amor o nada. Antología poética de Arturo Maccanti

July 28, 2017 | Autor: A. Becerra Bolaños | Categoria: Poesía española del siglo XX, Literatura española e hispanoamericana, Literatura Canaria
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Arturo Maccanti Antología poética

Amor o nada

«Sólo soy uno que espera, con el rostro caído sobre la tierra seca, entonando mis cantos en honor de la gracia infinita. Cada día, cada noche uno nuevo y así hasta el final del tiempo y desde siempre». A.M.

Arturo Maccanti. Antología poética

Amor o nada

Amor o nada

Arturo Maccanti Antología poética

Prólogo de Jorge Rodríguez Padrón Edición de Antonio Becerra Bolaños

Presidente de Gobierno Paulino Rivero Baute Consejera de Cultura, Deportes, Políticas Sociales y Vivienda Inés Rojas de León Director General de Cooperación y Patrimonio Cultural Aurelio González González © de la edición Gobierno de Canarias © del prólogo

Jorge Rodríguez Padrón © Herederos de Arturo Maccanti Rodrigues

Edición de Antonio Becerra Bolaños Selección de textos Antonio Becerra Bolaños Anabel García Diseño y maquetación Sergio Hernández Peña (sergiohp) Depósito Legal: TF 70-2015 ISBN: 978-84-7947-632-8 Impresión Gráficas San José

Índice 8 9 16 18

PALABRAS PARA un HomenAJe PRóLoGo BReve noTICIA SoBRe eL PoeTA AdveRTenCIA

AnToLoGíA 21 23 24 25 26 27 28 29

InFAnCIA

Iv v niño hacia el mar Lejos de la ciudad condescendiente 1938 niño en la orilla Halo

31 33 34 35 38 39 40

Amor o nada A tus manos Cuerpo en que vivo unas manos Ánfora con cenizas de la sed

41 43 44 46 47 48 49 50 51 52

en el que el poeta recuerda Temblando entre mi sangre del destino La sangre sola Con la luz que sea suya estación de milagros Sobre un muro de zarzas Habitante del sol entre humeantes ruinas

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CueRPo

memoRIA

53 54 55

Hacia El hoy imaginario Sin cesar

57 59 61 62 63 64 65 66 67 68 69 70 71 72

iSlaS

73 75 77 79 81 82 83 84 85

guErEa

87 89 90 92

poéTiCaS

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NoTaS DEl EDiTor

De sus cielos nativos El viaje Memoria del hondo Sur El confín infinito Esto sé Cancelación al salir Mar llamo a las muchedumbres Frente al mar ladera al alisio Sin límites Destino

El tiempo y una ciudad Necrópolis de guerea Escrito en guerea Tentativa de ulises araucaria En vahos del otoño En la ciudad Si la niebla

Trabajo del silencio poética El poema

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Palabras para un homenaje «¿Premio Canarias de Literatura? maccanti es quien lo da, porque como insólito ejemplo, admirado y hondísimo poeta, usted ha otorgado a estas infortunadas rocas atlánticas el premio. Son las Islas las que reciben de sus dotes creadoras de altísima calidad, el Premio Canarias de Literatura». Hago mías estas palabras de maría Rosa Alonso para calificar la obra de Arturo maccanti. Aquellas palabras habían sido escritas en 2001, dos años antes de que los canarios, a través de su Gobierno, reconocieran al poeta con el Premio Canarias de Literatura. A decir verdad, tal vez no encontremos personalidades que reúnan tantas simpatías en todas las generaciones que confluyen en un tiempo determinado. desde la institucionalización del día de las Letras Canarias, cada año ha sido celebrada alguna de las principales figuras de la literatura canaria, como manera de hacer patente aquello que nos une: el mar, el sentimiento de la isla, la historia, la emigración... en esta ocasión, dedicamos a Arturo maccanti la efeméride y, con ello, leemos y, al leer, adquirimos conciencia de nuestra identidad. esta antología nos habla de aquellas cosas sencillas que forman parte de nuestra vida, sobre las que el poeta, nuestro poeta, escribió. está presente el mar, la isla, sus habitantes; están presentes otras voces del pasado, y creo que tal vez también las del futuro. Paulino Rivero Baute Presidente del Gobierno de Canarias

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Prólogo Aquí veo AL PoeTA, SenTAdo A LA mesa en donde es-

cribe; y la página reverbera a medida que su palabra, transcurriendo por ella, la enciende. oigo también al poeta, su particular respiración como esforzada reflexión sobre acontecer tan milagroso: la dádiva que recibe, cómo darla, y cómo comprometerse al darla; y «construye un laberinto/ para los otros siempre». Si la primera imagen —rayo de luz pasando el cristal— me llevaba a la fanunciación (prodigiosa fecundación), lo que ahora oigo me pone de bruces ante la pasión, y compruebo que este es oficio sagrado, liturgia donde gesto y palabra son siempre fórmulas de consagración. Por tanto, nunca inútiles, aunque a muchos les parezca así. este poeta a quien miro, a quien oigo, Arturo maccanti (1934-2014), va dejando en la página su palabra solícita, de tono siempre apostrófico, su gesto menesteroso, sabe que este es, también, un ejercicio de vanidad y que, como tal, encierra la doble —y terrible— verdad de ese sustantivo, cuanto los vanidosos no desean ver: a un tiempo, encumbramiento personal y evidencia de lo vano que tal presunción encierra, cuando —como ahora— de convivir con la palabra (y de darla, insisto) se trata. vanidad, en ese doble sentido, la enseñanza mayor de Arturo maccanti; su escritura es, ante todo, forma por medio de la cual se reconoce la carencia que es siempre la existencia; y la necesidad de la demasía que conlleva, aunque de antemano se sepa inalcanzable, porque el escritor, y también su palabra, es materia dada «a los agudos filos de la muerte» («el tiempo, imperturbable, 9

y yo seguimos/ —él avanzando, yo retrocediendo— nuestra guerra civil»). Por mucho que sea su saber, el mundo nunca habrá de pertenecerle. Así concluye, por cierto, la andadura última de este viajero insomne que es Arturo maccanti. Todo comenzó, sin embargo, hacia 1993, cuando nuestro escritor observara, con Yves Bonnefoy, que entre sus manos sólo había sombra (Nada más que sombra, Islas Canarias, 1995); cuando su escritura, animada por ese descubrimiento, se entrega a la empresa de habitar el revés. Su mirada se proyecta, entonces, al otro lado, territorio que ya no está detrás, ni es estancia precedente en el tiempo: aparece ante sí como reclamo. Y el poeta se reconoce dispuesto a entrar en el abismo que allí se abre, tajo que lo separa del mundo (digo mundo, en sentido estricto: restos del principio que nos identifica, cripta de lo inmundo), y en su «desazón de vivir/ a la deriva de naves/ batidas por oleajes incansables», profiere su palabra y la da. momento de sabiduría del vacío mayor, prodigiosamente lleno, o lleno con el prodigio que sólo una palabra poética es capaz de revelar. en consecuencia, el discurso poético de Arturo maccanti es, a partir de entonces, discurso de un lugar (orilla, balcón, encrucijada de calles) donde el poeta se detiene para decir la inminencia. no el lugar horizontal y el tiempo sucesivo en donde halló sitio su escritura primera, que simplemente ponía palabra a lo sucedido —trampa del sentimiento del tiempo, de su canción adormecedora—. Lo recuerdo en el estático desasosiego («Impromptu»: vid. Cantar en el ansia. Tenerife, 1982) con que, desde Tacoronte, miraba el valle, en tanto la música fluía; buscaba, así, nueva posición que 10

habría de ser esta disposición. el espacio abierto ahora por su poesía viene de aquel, vertical y luminoso, con la música ascendente en el remoto poema recordado. espacio, la isla: seno maternal, sumidero que engulle. ¿Acogida o anonadamiento? esta disyuntiva fronteriza se me antoja fundamental ahora. Y en ella, Guerea, su centro. Ciudad que no es urbe enmarañada y sumida a la constante fugacidad de lo suyo; espacio de convivencia, más bien, aunque no sujeto al anecdotario trivial de lo cotidiano: opuesto al anónimo arrasador de la primera: descubrimiento, iluminación sugestiva a la cual resulta imposible sustraerse. dice maccanti: Guerea, lugar mítico y místico; y puede resultar una feliz denominación. Yo lo veo —y lo vivo en la lectura— de otra manera: como la isla, espacio parvo y limitado; estrecho y finito como la vida, pero que la contiene y ofrece en su plenitud («la orilla de esta tierra,/ su parvedad de mundo»). es también disparadero, precipitadero, cuya geometría se haya delimitada por vértices (tierra, mar, cielo) que son vectores con los cuales se realiza aquella verticalidad; sin ellos, no tendría sentido. Guerea limitada por su «cima de luz», como la isla por su horizonte: el camino de quien en ellas habita se interrumpe bruscamente en las orillas, da igual plaza o calle o árbol o «montes más altos que el deseo»; en esa frontera, siempre, «la vida como una aldaba incesante»: umbral de lo posible requerido. Y de la misma forma que la sombra se derramaba en noche, la escritura —ajustada a medida primero— se tiende luego, demorada, en las prosas de Guerea. Primer detenimiento. La ciudad dormida, reducto, cuerpo y su latido dentro (centro) de otro espacio que 11

la contiene. desde la atalaya del balcón nocturno, momento de silencio y desprendimiento «entre la noche profunda y la turbia obsesión del tiempo pasajero». Apuesta y riesgo: disposición, dije más arriba, ante la cual Arturo maccanti no tuerce el gesto, ni se retrae con miedo: acepta la salida a la noche, viaje insomne que ese espacio promete, y compromete su palabra poética en el empeño. evadirse y enajenarse, sin embargo, sería ahora ingenuidad; el compromiso, dar fe de estar habitando abismos de sabiduría mayor. este, el cambio sustancial. entre el poeta y el mundo «se extiende/ el jardín del instante./ el hoy imaginario»; y en la escritura, donación del propio ser, porque no basta con que sea simple aparecimiento; la debilidad y temblor que manifiesta no son coartadas para eludir entrega y pérdida inevitables: método para afrontarlas. vale más esta respiración titubeante de ahora, arduo discurrir de una palabra sin el lastre de falsa solidez —sintáctica y rítmica— que la protegía en su anterior andadura, cuando era llevada en brazos por los sentimientos, acunada en su música adormecedora. dijimos pasión, porque la apertura de este espacio se celebra andándolo, saliendo del tímido subjuntivo («pudiera yo vivirte de nuevo...») para buscar el infinitivo («Al salir») que no sabe de separaciones, sean de tiempo o de persona, porque los contiene —al uno y a la otra— como totalidad. Tránsito que es trance del tiempo nunca detenido, «blandiendo sus máquinas de fuego». Lo dije: espacio hacia la demasía que más allá del límite se ofrece. Por eso, la memoria es aquí memoria, no mero recuerdo; «más perdido que ausente», el poeta ya no se contenta con traer imágenes y situaciones del pasado, va y se 12

pierde por aquella «luz engañosa/ que doró los contornos de tantos espejismos». Ir a la memoria; crearla y no representarla; entrar en un espacio donde las cosas no aguardan para ser encontradas; se pierde quien corre el riesgo de aventurarse por esos senderos recién vislumbrados. Incluso en aquellos poemas específicamente recordatorios, Arturo maccanti nada trae al presente del poema; él va, y no le duelen prendas y cae también por aquellos abismos. Y al decir tal experiencia, la inaugura con «ebriedad de ave/ que aún hiende, empecinada,/ la vacuidad del cielo». el poeta no desanda la horizontalidad del tiempo (la escritura, él mismo; no un mero instrumento del cual se vale coyunturalmente), atraviesa el vacío que ante él se abre; sus evocaciones no devuelven la palabra a su tiempo anterior, ni nos dejan existencia: todo se proyecta hacia la culminación —por más que imposible— del deseo («la sed como única certeza»), hacia el desaliento del hacer y no tener nunca «lo otro sin nombre». Toda experiencia verbal, si es de verdad poética, como aquí, persigue terca la verdad, no se deja atenazar por la cobardía y hiende siempre un poco más, si cabe, para derrotar hacia la noche propia, descubierta primero en aquel balcón de Guerea y habitada después, con todas sus más graves consecuencias. La escritura de Arturo maccanti enfrentada a su paso y trance más decisivos; haciéndose a sí misma, porque luz y sed, isla y tiempo han dejado de ser simples metáforas; habrán de leerse como motivos de una experiencia siempre posterior que nunca llegará a realizarse completamente: tensión balbuciente de la acción asumida y de una palabra que se apresta a decirla sin 13

disimulo alguno. He hablado de detenimiento y paso; de tránsito y consumación, cosas del tiempo y su zapa incesante. Pero ya avisé que no es anécdota. Asunto, sobre todo, de ritmo, sosegado y sucesivo, nada tiene de aquel otro, regresivo y dado al merodeo, en los plazos anteriores. quien lee se ve levemente empujado por quien escribe (una lectura, también, porque es elección) a seguirlo: «pasa la hora y ya me voy,/ nómada de estas islas sedentarias,/ a costa de flagelo y jables de intemperie:/ mundo todo que asiste a mi cancelación». Pero son igualmente perceptibles y oportunas —de alongarse a la demasía se trata, insisto— las distancias visuales, ritmo no temporal pero igualmente sustantivo en el trazo verbal de este discurso. más demorado el pensamiento; más contenida la escritura. Porque se encoge el corazón y sólo la palabra precisa, la exactitud de verso, facilita el acoso al deslumbramiento, ese tramo final de un recorrido que concluye «donde el mar bañe la nada», título elocuente de la segunda parte de Viajero insomne (madrid, 2000). después de haber circulado con presura hasta la orilla en donde el suceso se hace perplejidad («estoy paralizado ante el crepúsculo,/ el aluvión de voces del silencio,/ el óxido del aire y la ruina de todo»), síncopa de fragmentos y pausas, «caídas hondas de los cristos del alma» (vallejo, en su resignación). La palabra, derramada, alcanzó orilla y carencia reconocibles; el poeta, arqueólogo minucioso con su pieza mejor, asiste impotente a la conversión en arena de su tesoro, escurriéndosele entre los dedos. Segundo detenimiento. mas no final, ni abandono; desde ahí, saltar a un espacio que pide otra respiración, nueva escritura, y se ilumina como dúplica («ebrio de 14

memorias oscuras,/ intenté ver y verme/ en el abierto mar desde el que alumbra/ la otra luz cegadora») en el instante proyectado a lo inminente («que pavesas/ encendidas somos, prontas/ a no ser, a extinguirse»). Respiración erosiva, pero pertinaz e irrenunciable, porque es experiencia en su consumación. da igual verso o poema breve que métrica o composición más extensa; con el ritmo ya asumido, crece la inquietud ante tanta incertidumbre, y crece, además, el dramatismo de su palabra, la contundencia de sus imágenes («Cansado de ser isla,/ chatarra de hélices y anclas,/ de óxido sitiando/ el sueño de ser más/ que un escollo difunto»). La doble tensión de la insularidad, algo más que un mero referente; motivo, también, para alcanzar la comprensión de este ejercicio único en el que va la vida. Por eso, maccanti ha sabido tenérselas con el patetismo de su imaginario, con su última atenuada respiración, para dar forma al lugar único, habitación cierta del escritor: exilio y errancia, entrega vagabunda pero alerta a toda vivencia, por nimia que parezca, y muy atenta en particular a la difícil experiencia que supone hallar realidad verbal a todo ello, materia orgánica de la que participa el ser; más que de la naturaleza, pues en ella misma, al consumarla, se consume. Jorge Rodríguez Padrón Tres Cantos, madrid, 2014

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Breve noticia sobre el poeta nacido en Las Palmas de Gran Canaria en 1934, de padre italiano y madre portuguesa, llegados a la isla pocos años antes, su vida está vinculada a Tenerife, y en especial a Guerea, La Laguna, en cuya universidad inició sus estudios de derecho en 1951. en Nosotros, revista universitaria, publica sus primeros poemas. Su papel en la cultura canaria en aquellos años es relevante a través de interesantes propuestas editoriales como La fuente que mana y corre, que crea junto con manuel González Sosa y Antonio García Ysábal, o Taller de ediciones JB, de manuel Padorno y Josefina Betancor, en la que colabora. Su vida está íntimamente marcada por la literatura, a la que dedicó todo. Autor de una amplia obra poética, reunida en 2005 (Vivir sobre la vida), traductor, miembro de la Academia Canaria de la Lengua y Premio Canarias en 2003, Arturo maccanti es uno de nuestros clásicos. La dimensión literaria y humana de maccanti son testimonio de las diversas tradiciones que conforman culturalmente las Islas: por genealogía, con la tradición atlántica y mediterránea por familia; por obra, con la poesía de la modernidad y la vanguardia, a través de la fundación literaria del espacio insular; con la poesía del dolor, que entronca con la poesía popular y con la obra de domingo Rivero. La obra de maccanti es el poema de una vida consciente de su condición insular y del paso del tiempo en la isla; que procura constantemente el conocimiento de sí mismo en una geografía que supo captar de manera única. Las islas de Arturo 16

maccanti son una sola, el lugar donde acontece la escritura. Canarias fue el lugar donde maccanti dirigió su amor, y con ello, a través de su poesía, nos mostró el único camino posible. el poeta falleció en La Laguna en 2014. en Guerea, la ciudad del poeta, se escucha el eco de sus pasos. Antonio Becerra Bolaños editor

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Advertencia La presente antología se ha planteado desde un criterio temático, en torno a seis ejes (infancia, cuerpo, memoria, islas, Guerea y poéticas). esta es una de las posibles aproximaciones (fuera de la cronológica) que se pueden hacer a la obra de este hombre que hizo de su vida un compromiso con la poesía.

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Antología

Infancia

[IV]

mi infancia —que noviembre configura— tuvo el juguete roto de mi risa, un barro cotidiano en la camisa y flotando en los ojos la amargura. mi infancia fue el país de la sonrisa, con trompos en la tarde dulce y pura, y una cometa verde que en la altura era un sueño feliz lleno de prisa. Tuvo un niño perdido y encontrado, y un noviembre lentísimo y mojado, que de todos los meses fue el más triste. un niño como yo llamado Arturo... —¡oh, niño del recuerdo, que te fuiste entre juegos y nubes al futuro!—. (Poemas para un niño que murió en noviembre, 1958)

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[V]

Hoy te vengo a llorar, niño que he sido y que ya no seré. Traigo la pena más profunda del Hombre: la serena tristeza de vivir hacia un olvido. está la vida en flor. Cuanto he vivido el mar se lo llevó como la arena. Fuimos sólo eslabón de una cadena, que dios por un instante ha interrumpido. Tu tumba no está aquí, sobre la Tierra. ¡está en mi corazón! en él se encierra tu cadáver de niño tan hermoso. Y a través de mi vida puedo verte, dentro de mí —incorrupto y silencioso— con el sereno amor que da la muerte. (Poemas para un niño que murió en noviembre, 1958)

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Niño hacia el mar (elegía de 1960)

Palabras y palabras. era —y era inútil aquel llanto— todo en vano. de la mano de dios va nuestra mano y la mano de dios nos asendera. Hoy tiene el campo, niño castellano, un nuevo surco y otra sementera, y el Tormes, que soñaba en la ribera, sigue llorando para el mar lejano. volverán como antaño los gorriones, y de nuevo el arado y las canciones y el alegre verdor por el otero. Y como tú te fuiste, yertos, fríos, nos iremos también al mar postrero, de la mano de dios, como los ríos... (En el tiempo que falta de aquí al día1, 1967)

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Lejos de la ciudad condescendiente (Las Palmas, 1944)

de niño, entre las charcas dulces, cacé la rana, el pájaro feliz. Por el aire y el agua, la niñez fue pura y triste, pero libre y sola, hollando las orillas como láminas infinitas, las blanquísimas nubes cruzadas por las aves. Con los otros por las colinas solitarias fui, lejos de la ciudad condescendiente, a reinventar un paraíso: cuevas, senderos, caseríos, los rebaños de cabras a lo lejos, los estanques verdes con todo el cielo reflejado. Y saltaban las ranas a los gritos salvajes, jubilosos. venían círculos a morir a los pies. Limpios diamantes bullían en el iris. Las camisas llenas del viento azul de la mañana y el mar abajo como un padre... Todo sucedió en otra vida. (Cantar en el ansia2, 1977-1980)

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1938

Patio blanco de cal de la casa remota. en su centro, una pirámide de plantas —¿rosas, flores de mundo, crotos?— Abuela Sara junto al velador. Las nubes. el parque aquel y las primeras palabras del mar contra los muelles. mi tambor. una guerra. Luminosos mis padres. (La memoria). (Viajero insomne, 1997-1998)

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Niño en la orilla

Cavas a fondo pozos o abres galerías o levantas volcanes: oh, niño, eres feliz. dichoso tú que todo te entretiene. dichoso tú que no sabes aún que en las playas el mar sus arenas alisa por la noche. (Helor, 2003-2005)

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Halo

¿qué hombre no lleva siempre de la mano a un niño eterno en un halo de niebla? (Helor, 2003-2005)

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Cuerpo

Amor o nada3 Para manolo y Josefina a la sombra del mar

os hablo de la luz de esta jornada; de una mano de amor sobre este hombro; del corto corazón ante el asombro de verse la tristeza derrotada. os digo, por la herida en que nombro y por esta esperanza desvelada, que el hombre es sólo amor antes que nada, antes de que regrese a ser escombro. os digo que la vida es cordillera; cada uno la alcanza a su manera y es muy triste quedarse en la estacada. es muy triste quedarse —como un río sin agua— sin amor, solo y vacío, porque el hombre es amor. Amor o nada...

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A tus manos

Tu mano es una nave de promesa, donde la nieve pura se deshoja, con un caer lentísimo de hoja del árbol de tu cuerpo, porque pesa. Tiene tu mano sonreír de fresa si por el aire va, cuando se aloja en los pliegues aéreos; si se moja, sabe tu mano a mar que llora y cesa. Suspendida al amor que se avecina, tu tenue blanca mano descamina todo lo que en el viento se te enreda, y más que mano tuya, es ave en vuelo erguida y suplicante, cuando queda tu mano pentapétala hacia el cielo... (Poemas para un niño que murió en noviembre, 1958)

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Cuerpo en que vivo (domingo Rivero3)

A veces me detengo, ya en la mitad de la vida. Rozo la soledad. me aterra la pavorosa soledad de ti, este abandono en que me tienes, dios, porque son muchos años esperándote en vano, aguardando en las tardes del otoño que vengas a mi lado a hacerme compañía. Son muchos años para nada, creciendo en la esperanza y en la angustia, para la muerte que vendrá a reclamarme su herencia. muchos años andando este camino, enredado el cabello en estos álamos, gritándote que vengas a convertirme en música. Y tú sigues allá, en tu azul insólito, respirando el azul inalcanzable, olvidado de mí, tu pobre amante. Y yo hubiese querido 35

que tú me visitaras, ahora que un río cálido me circula por dentro, que todavía es posible mirarnos con ternura. Y yo hubiese querido que vinieras a mí, que me tuvieras cerca y me tocaras con tus manos los hombros, la frente, me pasaras las manos con amor por las caderas, comprobando el sudor, la fiebre, el pulso, mi sufrimiento y mi alegría; que me amaras de cerca, que me amaras también humanamente: con un poco de amor y un poco de odio, y mucho de piedad, como nosotros los hombres nos amamos. Así, cuando me llegue el duro día en que la muerte me reparta en aroma y arcilla, comprenderías mejor lo que yo fui, lo que fueron mis ojos, mi corazón, mis órganos amando; sabrías que no sólo tuve un alma, sino un cuerpo viviendo en un mar de avideces, inclinado a la tierra lo mismo que hace el trigo maduro en la gloria [de junio.

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no nos veremos nunca aquí, sobre esta roca, aquí, donde pensaba que sería más fácil explicártelo todo, y alzar tu comprensión hasta el vaso colmado de mi dolor de hombre, irremediablemente lejos de la luz verdadera. no nos veremos nunca aquí. ni nunca me amarás como yo deseaba, porque cuando me veas ya la muerte me habrá robado aquella sola disculpa de mi ser: mi pobre cuerpo... (Homenaje a Domingo Rivero4, 1966)

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Unas manos

dijera yo: «Tus manos me recuerdan palomas lejanísimas», pero no sabrías nunca la pasión con que digo «tus manos», «el recuerdo», «las palomas aquellas» o «aquel tiempo sin vuelta». exacerbadamente araño las palabras, nombro la nieve, pero qué gran pobreza la de mi lengua que no llega jamás a detener el ala tenue, su vuelo, la nostalgia de la blancura a que se igualan, cuando digo «tus manos...» y me asalta ese mundo de voces imposibles. (en el tiempo que falta de aquí al día, 1967)

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Ánfora con cenizas

en mi mano un puñado de cenizas. Pudo haber sido un pecho de muchacha, hombro de niño, párpado, tobillo, y hoy es lo que dios quiso que fuese: un leve polvo en peligro de la insidia, triste materia olvidadiza que ha de llevarse el viento cuando abra la mano. mas la cierro apurando hasta el límite, agotando mi amor humano, mi ternura humana, por algo que ha podido ser de un hermano mío... (Cantar en el ansia, 1977-1980)

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De la sed

montes más altos que el deseo no hallaré, ni frutos que me sacien. dónde el agua, dónde su manantial para la sed de lo otro sin nombre. (Viajero insomne, 1997-1998)

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Memoria

En el que el poeta recuerda

Como quien gira en torno de una noria, me pongo a darle vueltas a la vida, pero el olvido todo me lo olvida y ya recuerdo mal aquella historia. Historia de una luna migratoria con la alondra del alma estremecida y el eco de una voz casi perdida en el blanco país de la memoria. Y recordando dejo tristemente al niño corazón entre tus brazos y así no vea alborear el día de saber que la vida es solamente pedazos de recuerdos y pedazos de sueños y pedazos de alegría... (Poemas, 1959)

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Temblando entre mi sangre

Todo fue necesario. estoy de acuerdo en vivir y morir. nada se vuelve atrás, nada se vuelve, ni nosotros; y me queda tan poco de aquel tiempo, tanto cavó el olvido en la memoria, que apenas unas tardes amarillas, ciertas piedras oscuras, mi tristeza, el desvaído azul de un sueño niño, he podido salvar de mi pasado. Rostros que me borraron de los ojos los lentos y sombríos pleamares, y algunos pormenores de septiembre junto con otras nubes que no digo, por no tocar la herida todavía viva de aquella edad maravillosa. edad en que lo mismo fue nacer y ver el mar allí como esperando el borbotón de vida que era uno sobre la arena intacta de la orilla. Por eso, si me pongo a recordarme, oigo llorar a un niño silencioso y un vuelo de gaviotas mañaneras, cuando niño y gaviotas asistieron al milagro inefable de la luz. Y comprendo que nada ocurrió en vano si un ala del recuerdo se me entra de rondón en la vida alguna vez 44

por los callados túneles del alma levantando un rumor de soledad, hojas caídas, penas, días felices, para marcharse luego como vino... Por eso, si me pongo a recordarme, oigo un lejano temporal de rosas asolando los huertos de mi infancia. Y aunque llore por todo lo que ha muerto, comprendo que también fue necesario que todo se perdiese, para un día —distante de aquel tiempo irrepetible— recogerlo temblando entre mi sangre. (El corazón del tiempo, 1963)

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Del destino

me acerco al mar esta tarde de otoño. vuelan unas palomas salvajes en la orilla. Por el acantilado trepa el sol del crepúsculo. ¿es el mar el que cambia o soy yo, que lo veo a la variable luz de mis treinta años? ¿eres tú? ¿Soy el mismo? Si no somos aquellos —mar de la infancia, niño marinero—, ¿dónde estamos, oh mar, dónde nos fuimos, que ninguno ha notado nuestra ausencia? Frente al mar se hace claro mi destino de hombre. (En el tiempo que falta de aquí al día, 1967)

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La sangre sola

Cada mañana el mar nace de nuevo, joven y azul, como hace veinte años, aunque los días lleguen y se vayan, y aunque mi corazón no lo desee. Pero la sangre sola siempre aguarda, tras la ruina y la cólera del tiempo, aquella infancia junto al mar, aquel rincón del gozo y la alegría que lloramos los hombres... (En el tiempo que falta de aquí al día, 1967)

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Con la luz que sea suya

una mano que escribe construye un laberinto para los otros siempre. dédalo es el poema. quien se aventure, hágalo —sin el favor de un hilo, sin el amor de ariadnas— alumbrándose sólo con la luz que sea suya. Si regresara un día, no fue poema entonces. Si no regresa nunca, es señal de que fue presa del minotauro que aguardaba en su fondo. (No es más que sombra, 1993-1994)

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Estación de milagros Te miramos nosotros, de la raza de quien se queda en tierra euGenIo monTALe

Presentimos que llegas, primavera celeste, sobre las islas, complacencia exaltada del mar, bajo las nubes, golpeando con tu ariete de luz estas rocas desiertas. Tu tiempo de embriagarnos breve será, pues los días resbalan: apenas un erial de tabaibas, el viento siroco y la desazón de vivir a la deriva en naves batidas por oleajes incansables. Siempre supimos que vendrías, gozosa de aliviar nuestra pobreza, y que te irás cantando el esplendor, fuertemente abrazada a la brisa del mar, siempre conformes con tu llegada por el vilo del agua, con tu extinción después, como sol, en los párpados. Pero ahora tu pie, estación de milagros, toque fugaz la orilla de esta tierra, su parvedad de mundo. (No es más que sombra, 1993-1994)

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Sobre un muro de zarzas

Llegábamos arrastrados por un cielo, tan parecido a aquel, a rescatar nuestros rostros borrosos, casi irreconocibles, en las cañas y las rosas ya hijas de otras rosas muertas de la memoria. ¿quedó algo en las sombras de este muro de zarzas encrespadas al viento del solitario palmeral, por donde los días discurrieron? Pues oímos la horda de las horas cruzando las fronteras de la vasta llanura de la tarde, y nos ciega cuando entonces se alzaba ante los ojos como una hoguera última. Pues sentimos el tumulto del sueño, su frescura de agua por nosotros, y la sed como única certeza. (No es más que sombra, 1993-1994)

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Habitante del sol

Se congelan, se abrasan, se diluyen estas horas, las de ayer, las que vienen a la grupa del alba con espadas; estoy paralizado ante el crepúsculo, el aluvión de voces del silencio, el óxido del aire y la ruina de todo. A la intemperie vivo, dónde estás, te imagino habitante del sol, dime cómo alcanzarte, astro tú, erial yo, oreada ceniza en las devastaciones de la vida. que se levante el mar como una alfombra para barrer debajo mi tristeza... (No es más que sombra, 1993-1994)

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Entre humeantes ruinas

dejé por el camino dioses, creencias, ídolos. Se ven bustos caídos por los parques. entre humeantes ruinas, emergen las ciudades asoladas, todos mis pedestales de ceniza. oigo adioses lejanos, casi ecos de voces del pasado hacia sus éxodos. el tiempo, imperturbable, y yo seguimos —él avanzando, yo retrocediendo— nuestra guerra civil. (Viajero insomne, 1997-1998)

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Hacia Para Francisco Javier Hernández

¿Por qué no yo esta tarde hacia la mesa mota, cima de luz del valle de Guerea, al hombro la cadena de seres que ya he sido, los zapatos de transitar la vida, el arpa de la memoria? ¿Por qué no yo esta tarde diluido en el crepitar de la lluvia? (Viajero insomne, 1997-1998)

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El hoy imaginario

del ayer, flor exangüe, aspiramos su perfume heridor: la memoria. el mañana es también otra flor, pero no huele a vida. Y entre ambas se extiende el jardín del instante. el hoy imaginario (Viajero insomne, 1997-1998)

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Sin cesar A mi hija

Cuanto aquí veas nacer y veas morir, los mares que renuevan el sol de tu futuro, las estaciones y los claros amaneceres, como alfanjes punzando mi quieta sangre ya arropada de olvido, soy yo, único y siempre, no otro, que a un tiempo nazco y muero sin cesar en ti. (Viajero insomne, 1997-1998)

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Islas

De sus cielos nativos Tierras de Gran Canaria, sin colores, secas, en mi niñez tan luminosas Alonso quesada

volveré a ti, isla mía, redonda madre tierra. el corazón, como un viejo exiliado que se marchó a la fuerza de sus cielos nativos, con ademán nervioso prepara el equipaje. Lejos de ti no hice mucha fortuna, ¿sabes?, pero a cambio del oro traigo plata en mi pelo, y estos hijos, que crecen en torno a mí, que todavía soy niño. Como un niño quisiera regresar, isla mía, paraíso perdido. Saltar del mar paterno a la materna tierra. Ya no me queda mucha inocencia en los ojos. 59

después de tantos golpes, es todavía un milagro que se conserve intacta mi antigua inclinación para el asombro. Amargo ha sido el tiempo fuera de la niñez, y ahora, a medida que el tiempo va pasando y envejezco detrás de la ventana, descubro que la vida sin tu amor fue destierro, hoy que vengo buscando la alegría que perdí en tus amadas orillas luminosas... (En el tiempo que falta de aquí al día, 1967)

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El viaje

Cuando vuelvan las aguas del otoño con su claro lenguaje, cuando vuelvan las brumas a pisar por los barrancos las amapolas del verano, y crezcan como entonces las pitas del camino, los cardos como labios de dios, y apenas tenga aquel rosal que tanto amamos rosas, tener que abandonar la limpia orilla, la isla donde un día Juventud se abrió a la vida para siempre. Cuando vuelva el otoño y cuando pase, y pase y nunca más hacia el olvido, y estemos en la orilla con pañuelos y haya gaviotas lentas y veleros allá en el horizonte, y nos veamos a bordo de la mano de dios, no venga el llanto de morir sin quererlo, cuando vuelvan con su claro lenguaje las aguas del otoño. (En el tiempo que falta de aquí al día, 1967)

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Memoria del hondo Sur [Fragmento]

Como muchos, tampoco yo tengo un trozo de tierra donde caerme muerto. Pero sé que cuando caiga, como muchos, quiero allí caer sobre toda esta tierra que se mira hacia adentro, ámbito donde es hermoso, sin embargo, el cielo, y donde la chumbera, las retorcidas vides, el olor a existencia, todo lo que yo amé por simple y natural, fueron y serán siempre «el otro posible sosiego» de mi condición isleña. Así será esta tierra mía. Lo demás es lo otro. (Cantar en el ansia, 1977-1980)

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El confín infinito

Aquí habité mi órbita de tiempo, mi arco de duración, y me aproximo, entre ruinas brillantes y la música indescifrable, al confín infinito. no fui cauto: me eximí de prudencias, y ebrio de memorias oscuras, intenté ver y verme en el abierto umbral desde el que alumbra la otra luz cegadora, la mutación del viento, el espacio de soles dislocados rompiéndose en los cerros, la canción donde fui, ni eje ni razón, los címbalos tan sólo tocados por las manos del silencio. Increpé al mar: qué sordo su amor. Y mientras ruego que me pongan a salvo vagos dioses del día, me sorprende el invierno y me conduce, por las sombras azules de los árboles, a la fuente del daño. (No es más que sombra, 1993-1994)

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Esto sé

que dividimos el mar, pero el mar siempre es uno. que islas y continentes forman la sola tierra ilu[minada. que todos los seres juntos suman un solo ser. que es único el amor aunque finja otras luces. (No es más que sombra, 1993-1994)

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Cancelación

Ante el mar otro día. es poco el tiempo. Y se repite el sol que ya no me deslumbra. Parece que te alejas, tarajal de salitres. ¿o no es tuyo el rumor de sangre de agua muerta entre dunas de mar y oleajes de arena? Si estuviera desnudo o si viviera, casi me rozaría la luz de este lunes atlántico. Pero pasa la hora y ya me voy, nómada de estas islas sedentarias, a costas de flagelo y jables de intemperie: mundo todo que asiste a mi cancelación. (No es más que sombra, 1993-1994)

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Al salir

La calleja en penumbra y el sol en la Plaza de la Junta Suprema y toda la isla y los grandiosos territorios del cielo y los sueños y sus demonios y la vida como una aldaba incesante. (Viajero insomne, 1997-1998)

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Mar Para Pizca y Jorge Rodríguez Padrón

Se rompe el mar contra la isla. Contra la isla el hombre más. (Viajero insomne, 1997-1998)

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Llamo a las muchedumbres

Cansado de ser isla, chatarra de hélices y anclas, de óxidos sitiando el sueño de ser más que un escollo difunto, llamo a las muchedumbres, a huracanes que tuerzan mi destino y sienta yo que existo por el latido de otros pulsos. ¡Ah, que mi lento ocaso de isla en la tarde se ensordezca con gritos y tumultos, mientras avanzo, inerme, a un más alto dolor! (Viajero insomne, 1997-1998)

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Frente al mar

A otra cosa aspiré: a devenir un árbol, un pino frente al mar, acaso solitario y alto con alta luz, con ramas verdeoscuras, que diera envidia al mármol y a los grises cipreses. (Helor, 2003-2005)

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Ladera al alisio que me dejen soñar... manuel verdugo (1877-1955)

en un lecho de hojas, las manos en la nuca y los ojos cansados: estoy esperando el sueño.

este es mi reino, abierto al firmamento estrellado, esta noche de lunas y luciérnagas. (Helor, 2003-2005)

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Sin límites Lo que no es piedra es luz octavio Paz (1914-1998)

madre, sembrando luz por estas islas de trochas y barrancos, abriste mis arterias de ópalo, las fuentes de cuarzo de mis ojos, el vuelo antes del vuelo de tus eternas aves, y soy por ti partícipe sin límites de tu infinito tiempo de cristal. (Helor, 2003-2005)

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Destino Para Juan-manuel García Ramos

Creo que nada tengo que esperar, o muy poco, de esta tierra, e incluso que jamás de ella escaparé, jamás de sus leyendas de aborígenes y atlánticos sonoros bajo la neutra luna, o del fuego escondido que en la cima de un monte desvía las nevadas o detiene las nieblas del consagrado alisio. Creo que aquí me alcanzará mi última hora. ¡Tan reacia a rendirse es la esperanza! (Helor, 2003-2005)

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Guerea

El tiempo y una ciudad

Tantos días pasando por aquí, triste o alegre, con la vida pasando por aquí, o con la costumbre de la vida —es igual— pero pasando siempre por esta calle y esta plaza con árboles; y siempre el oro viejo del otoño dorándome la pena, y siempre yo pasando, pasando y despidiéndome de todos, aunque nadie perciba en el adiós que me voy alejando con la vida. Tantos días pasando por aquí. Tantos días, y un día sin quererlo, al doblar una esquina, al ver al pobre en su sitio de siempre, al cielo igual con sus nubes dispersas me descubro de pronto el alma envejecida o un hilo de purísima plata. Tantos días pasando por aquí. Pasando a diluirme sin ruidos en el ruidoso río de la vida, que prolonga la lluvia cuando cae de las oscuras gárgolas sin tiempo, y yo pasando siempre, pasando lentamente 75

o con prisa —es igual— no sé a qué parte, si ya todo mi mundo es un pañuelo, si ya eché la llave al horizonte, si ya puse mi sueño a ras de tierra por donde voy pasando con la vida o su mansa costumbre. Tantos años pasando por aquí. de pronto, sí, los años, y el adiós que hasta ayer fue esperanza, santo y seña del hombre, se me muestra al decirlo con un sabor amargo de desnuda palabra, de trágica verdad. Tantos años pasando por aquí. Los árboles y el viento. La tarde con campanas. el amor encontrado, los rumores de la marea humana y entrañable, por donde, alegre o triste, estuve yo tantos días pasando, viviendo tantos años —es igual—, y muriendo... (El corazón del tiempo, 1963)

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Necrópolis de Guerea

II. Las criaturas

Apoyado en la verja, ya la tarde es ocaso. desde la hierba el viento te susurra la historia. es incierto el mañana, mas tú lo ves muy claro, y en el ámbito extraño ríen las criaturas...

v. Jardín

quédate en el jardín y juega mucho. estoy tranquilo porque no hay peligro entre las viejas tapias y te guardan con amor los cipreses... Si anochece, si se hace de oro la lluvia entre los árboles del prado, y ves que me demoro y sientes miedo de la oscuridad, no llores, que estoy cerca como siempre; sabe que no te olvido, aunque la vida a veces me distraiga, 77

que llegaré para darte mi mano de padre cuidadoso. no salgas del jardín. Todos los pájaros cantan para tu paz y mi alegría, y yo volveré pronto, a la hora en punto de la muerte, hijo mío, a recogerte y llevarte en mis brazos...

IX. otro jardín

vasta y dulce memoria, déjame que recuerde cómo fueron sus ojos. déjame penetrar en la espesura de las ruinas perennes del pasado y rescate la luz inmaculada que se llevó consigo. Permite que me duerma sobre el césped lejano del jardín ya clausurado que yo llamé alegría... (Cantar en el ansia, 1977-1980)

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Escrito en Guerea

[I]

después de intensas horas de retiro, creando el último poema, que ahora brilla, como ascua, entre viejos papeles y libros apilados, sobre la mesa del gabinete exiguo, todo insomnio y tabaco, y un cierto, antiguo, reciente cansancio, me asomo al balcón de la noche otoñal de Guerea a que me dé el aire urbano, el cómplice silencio de la ciudad dormida.

[III]

Apenas ha llovido mientras estaba dentro, tocado por el fuego de las palabras, y es como seda el agua caída sobre los mudos techos de tejas y verodes de Guerea; en el asfalto es pátina oscurísima, resaltando las estelas de la luz vencida de las farolas; haciendo, si esto fuera posible, más leve la quietud de este instante del mundo. Tardará poco el alba —pienso— en devorar tanta belleza, en hacer desaparecer tu magia impecable, ciudad mística y mítica, pero, hasta entonces, el pensamiento de mi existencia se quedará vagando entre el balcón y las distancias, cogido entre 79

la noche profunda y la turbia obsesión del tiempo pasajero.

[VII]

La espiral azul del humo del cigarrillo sube, trepa lenta la noche de Guerea, se pierde en las alturas, mientras, a una distancia mínima, desde la torre ese reloj parece confirmar mi destino: que soy gota de agua, grano anónimo de arena de la clepsidra cósmica. Y el eco de metal de su voz me atraviesa temblando. Y toda la noche en Guerea tiembla en un oleaje de música al unísono. más allá de los techos, bajo la selva de otro eterno sueño, creciendo y derramándose sin límites en un huerto de mármoles ajados, tierra de todos y de nadie, un haz de huesos luminosos me llama con constancia. es como si desde allí cantara alguno: «Hay tan poco jardín de la vida a la muerte». Y tu sombra me canta en los oídos. Solo la sombra canta en la vasta intemperie de Guerea esta noche sin tiempo. (No es más que sombra, 1993-1994)

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Tentativa de Ulises

desde el viento del sur, ¿por dónde iré a recobrar la luz, el fuego, que sé perdidos ya en Guerea? ¿Allá, por lluvias, humos y carruajes, gentes sin rostro? ¿de qué exilio llegamos, póstumos, sucesivos, a escarbar en nosotros, que pavesas encandiladas somos, prontas a no ser, a extinguirse? Penumbra inevitable, cómo pesas, mientras chillan los pájaros oídos en las frondas del sueño, y más aún, en la terca distancia, si volvemos atónitos los ojos en busca del ayer, que sólo es ya un bastión de la vida tomado por el tiempo. (Viajero insomne, 1997-1998)

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Araucaria

Araucaria, en la viva luz del estío, qué signo cierto das de consistencia al día que cruzo ciego, sin saber a dónde, en la embriaguez del movimiento de mi ser sin raíces. (Viajero insomne, 1997-1998)

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En vahos del otoño

magia pura sonora de la ciudad sumida en vahos del otoño, vagabunda del agua mi existencia se aferra a ti como la piel al cuerpo. (Viajero insomne, 1997-1998)

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En la ciudad

Te descubro, Guerea, en la mañana fría, apenas despojada de la costra ligera de la niebla que el sol naciente engulle. Como en aquella infancia el pájaro que vi intentando remontar el vuelo y se quedó en la tierra malherido. (Óxidos, 2002)

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Si la niebla

estoy perdido si la niebla, de pronto, me borra la ciudad. Sin la ciudad no sé dónde dejé la vida; si las calles, las plazas existieron o sólo fueron hijas del sueño, de la bruma del sueño, y yo mismo no estuve en parte alguna nunca. Si la niebla me borra, de pronto, la ciudad.

(Óxidos, 2002)

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Poéticas

Trabajo del silencio

nadie diga su amor con las palabras. Guardemos el amor como un tesoro en lo más hondo de la vida, hasta que el paciente trabajo del silencio lo vuelva parte suya, lo confunda en nosotros de tal modo, que ya no podamos separar su materia sagrada de la nuestra, ni él pueda distinguirnos nunca más de sí mismo... (Cantar en el ansia, 1977-1980)

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Poética5

Podría aventurarme a describirla de mil maneras —cómo odio la literatura en este momento— y con ninguna rebasaría el umbral de su reino sagrado. Hace cuarenta años yo era un tumulto. Ahora, «pasada ya la cumbre de la vida, justo del otro lado», me mantengo en silencio y en vigilia, al margen de cualquier ruidoso torrente. He aquí la nueva riqueza de la edad. Lo que he hecho, en el fondo, ha sido entretener mis manos en un universo de cosas, mientras meditaba y soñaba la Poesía. eso es todo. muy poco, si bien se mira, debo reconocerlo, pero es en esa escasez donde se concentra cuanto amé hasta el presente. Ya en la adolescencia descubrí que era capaz, de cuando en cuando, de realizar ciertas formas de milagro con las palabras aprendidas. A la palabra muerta —y todas estaban muertas, entonces, para mí— yo le decía «levántate y anda», y veía cómo la palabra echaba a andar por el poema, y me quedaba deslumbrado y la seguía. Luego se hizo costumbre la cegadora experiencia y así por siempre hasta hoy. del mundo exterior que me rodea, o por donde deambulo, puedo certificar muy poco, pues nada o casi nada es constatable. me consta que he llegado hasta aquí y que la senda ha sido más profunda que larga. Como todo conocimiento inabarcable. La memoria me trae lejanos países, lugares donde he nomadeado días y noches por plazas distantes y extrañas ciudades, parajes cruzados por ríos, territorios inverosímiles. en todas

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partes he sentido una gran soledad, la que cada uno reconoce como intransferible. Como todos, también he alcanzado el amor, sus praderas de brillante esplendor, y sé que aquel y estas se transfiguraron. que los hijos vinieron, alzaron la hojarasca inerte del corazón y se marcharon luego, unos por el torvo sendero de la muerte y otros por los luminosos caminos del mundo, en pos de sí mismos. Sé que he cosechado el trigo de la amistad, aunque gran parte se me perdiera en los recodos del vivir, como me ha sucedido con mis padres y mis hermanos, la casa aquella y la niñez. Sé que he dejado sueños y aficiones. no importa. no le temo al crepúsculo que llega, porque me amparo en una especie de definitiva indiferencia de todo lo que me subyugó en otro tiempo. que para alcanzar estas cimas tuve que soportar estos desprendimientos. Su memoria, sin embargo, me lacera. Lo sé. Como sé también que ahora soy parte de esta arrodillada muchedumbre, harapienta y famélica, llegada de todos los rincones del mundo, que aguarda a las puertas de este inenarrable palacio. entre la turba que implora a la intemperie, será difícil que alguien me reconozca. Sólo soy uno que espera, con el rostro caído sobre la tierra seca, entonando mis cantos en honor de la gracia infinita. Cada día, cada noche uno nuevo y así hasta el final del tiempo y desde siempre. en la mayor pobreza, esperamos su dádiva en nosotros. Y si no la alcanzamos, al menos yo continuaré cantando, aspirando, al menos, el polvo que levanten, al pasar, sus bellísimos pies calzados en sandalias de oro. Rito y ceremonia. oficio de la unidad y saber solo que soy un siervo sumiso que celebra. 91

El poema

enséñame palabras acuciantes que vadeen el río de los otros. enséñame tú, vida, el paraíso de la sola verdad sin rostro: el poema. (Óxidos, 2002)

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Notas del editor 1 el título está tomado de Don Quijote (II, Cap. LXvIII). en el libro se reproduce el fragmento: —duerme tú, Sancho —respondió don quijote—, que tú naciste para dormir; que yo, que nací para velar, en el tiempo que falta de aquí al día, daré rienda a mis pensamientos... 2 el título está tomado del episodio de los galeotes de Don Quijote (I, Cap. XXII). La cita aparece en el libro, que está dedicado a su hija, maría José: —este, señor, va por canario, digo, por músico y cantor. —Pues ¿cómo? —repitió don quijote—. ¿Por músicos y cantores van también a galeras? —Sí, señor —respondió el galeote—; que no hay peor cosa que cantar en el ansia... 3 el poema, incluido en Vivir sobre la vida, aparece en El eco de un eco de un eco del resplandor (1989) en el apartado «Algunos poemas y prosas recogidos en otras publicaciones». 4 el poeta toma el verso del soneto de domingo Rivero «Yo, a mi cuerpo», que se inicia con el verso «Por qué no te he de amar, cuerpo en que vivo». el poema aparece por primera vez en el cuaderno Homenaje a Domingo Rivero, de la colección Tagoro en 1966 [de ello da noticia eugenio Padorno en «La generación poética de 1965 o de Poesía Canaria Última». Fablas: revista de poesía y crítica, nº 74, 1979, pp. 27-34]. Alfonso o’Shanahan incluye el texto en la antología El eco de un eco de un eco del resplandor (Biblioteca Básica Canaria, 1989), sin referir su procedencia, igual que ocurre en la edición de la obra completa (Vivir sobre la vida, CajaCanarias, 2010), que es el que presentamos. La primitiva versión, recogida por o’Shanahan, presenta variantes en los últimos versos: ya la muerte me habrá robado aquella sola disculpa de mi vida, la clave de mi ser: mi pobre cuerpo...

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5 Aparecida inicialmente en el número 9 de Fetasa, 1992. miguel martinón la recogerá en su Antología de la poesía canaria contemporánea (1940-2000), Instituto de estudios Canarios, 2003.

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Arturo Maccanti Antología poética

Amor o nada

«Sólo soy uno que espera, con el rostro caído sobre la tierra seca, entonando mis cantos en honor de la gracia infinita. Cada día, cada noche uno nuevo y así hasta el final del tiempo y desde siempre». A.M.

Arturo Maccanti. Antología poética

Amor o nada

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