Del libro impreso al libro digital discontinuidad tecnológica, nuevos formatos, nuevos hábitos

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La mayor complejidad del estudio de los procesos culturales globales reside en la observación de los cambios emergentes. Nunca antes en la historia hubo tantas personas leyendo, escribiendo e interactuando a través de textos e imágenes, gracias a los distintos medios aportados por las tecnologías de la información y comunicación. Paradójicamente, nunca antes se había escuchado un discurso más desalentador respecto del futuro del libro y los hábitos de lectura. Este ensayo busca reflexionar acerca del nuevo contexto de integración de medios, así como sobre la transformación en los hábitos de esta forma de consumo cultural. The greatest complexity of the studies of cultural processes resides in the observation of the emergent changes. Never before in history there have been so many people reading, writing, and interacting through texts as well as through images; because of the different media provided by the information and communication technology. Paradoxically, the discourse regarding the future of the book and the reading habits has never been so discouraging as it is nowadays. This essay seeks to reflect on the new context of integration of the media, as well as on the transformation of the habits of this form of cultural consumerism. Historia de la lectura _ ebooks _ internet _ cultura digital _ cibernética. History of Reading _ ebooks _ internet _ digital culture _ cybernetics.

Pablo Chiuminatto Doctor en Filosofía y Magíster en Artes Visuales de la Universidad de Chile _ Académico de la Facultad de Letras de la Pontificia Universidad Católica de Chile Doctor of Philosophy and Master of Visual Arts _ University of Chile - Academic, Faculty of Humanities, Pontificia Universidad Católica de Chile.

Renato Verdugo Ingeniero _ Magíster en Ciencias de la Computación de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Engineer _ Master of Computer Science, Pontificia Universidad Católica de Chile.

Del libro impreso al libro digital:

discontinuidad tecnológica, nuevos formatos, nuevos hábitos FROM THE PRINTED TO THE DIGITAL BOOK. DISCONTINUED TECHNOLOGY, NEW FORMATS, NEW HABITS Uno de los mayores desafíos para el estudio de los procesos culturales reside en lograr la apertura y disposición para apreciar transformaciones e, idealmente, advertir aquello que aún no es evidente, de manera de observar la emergencia de los cambios culturales. En el caso de los libros y los hábitos de lectura, podemos estar ciertos de que nunca en la historia de la humanidad ha habido más personas leyendo, escribiendo y consumiendo producciones culturales a través de los distintos medios de comunicación que aportó la segunda mitad del siglo XX. Paradójicamente, desde la academia, nunca antes se ha escuchado un discurso más desalentador respecto del futuro del libro y los hábitos de lectura. Esto, quizás, porque en general a los medios y los contextos académicos, más que destacar los aspectos positivos de la ampliación en los modos de comunicación y de transmisión del conocimiento, les cuesta aceptar que su reacción se basa, en el fondo, en una resistencia al cambio en las formas de lectura y las prácticas con que, por siglos, crecimos y acostumbramos a acceder al conocimiento y la información.

Las imágenes de este artículo corresponden a la aplicación de un texto preexistente de carácter científico (The Emergence of Life, de Pier Luigi Luisi), que trata temas de biología y el origen de la vida, para explorar su versión en el mundo digital, haciendo uso tanto de los nuevos dispositivos como de las nuevas tecnologías de desarrollo web.

Imágenes libro digital: Vicente Espinoza, diseñador de la Escuela de Diseño de la Pontificia Universidad Católica de Chile. 136 DISEÑA DOSSIER

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La tendencia global hacia la incorporación de tecnologías de la información y comunicación (TICs) en todos los niveles de la educación formal e informal, así como en los contextos de esparcimiento y ocio, en paralelo a la penetración de éstas en la cotidianidad, tanto laboral como de la vida doméstica, es patente: telefonía celular, sistemas de audio (mp3 o iPod), tablets, así como e-readers, además del acceso a computadores personales y la televisión con internet, entre otros dispositivos y cambios, requieren una reflexión amplia y, por sobre todo, dispuesta a empatizar con los procesos de cambio en que viven las nuevas generaciones y seguirán viviendo de forma cada vez más recurrente. La convivencia de generaciones que vienen de un universo análogo (de impresos, manuscritos y papel) versus aquellas que han crecido como “nativos digitales” implica, más que simple comprensión, profunda empatía. Así como en el siglo XV la invención de la imprenta y los tipos móviles generó una crisis en la producción de manuscritos y en la vida de los amanuenses y copistas, que vieron ampliarse el universo del libro a límites insospechados, hoy vivimos otra crisis, derivada de la invención de la impresión digital y los soportes electrónicos. Esta coyuntura, como toda encrucijada en la vida cultural, puede enfrentarse desde distintos puntos de vista. Ya sea como una amenaza con disputas y discordias o como una oportunidad de encuentro, diálogo y colaboración bajo nuevos parámetros de comunicación. La clave estaría en asumir que se trata de otra más de las manifestaciones de la discontinuidad en que se funda la cultura, versus la posibilidad de forzar aquella ilusión que idealiza y ambiciona estructuras inalterables para lo humano. Por una parte, jóvenes y niños son cada vez más expertos en lo que teóricamente no conocen hasta cinco minutos antes, como si viniesen genéticamente “programados”, lo que les permite acceder, conocer y reconocer el funcionamiento de las distintas interfaces, hasta las más recientes. Mientras, los padres, también jóvenes, reconocen que la tecnología los supera y que, en una proporción inversa, sus hijos son atraídos por un magnetismo, para algunos, siniestro. La queja de la supuesta enajenación que traería consigo la tecnología, usada sin conciencia ni

control, y la falta de protocolos del idioma, entre otros aspectos, escandalizan a algunos, como si estuviesen frente a un torrente de cambios culturales del que nadie asume el control. Las lamentaciones por las mutaciones del idioma, infiltradas por la globalización del inglés como lengua franca, sumadas a la migración de formas orales a la escritura, como chat y SMS, hacen temer una pérdida. No se sabe bien de qué, pero una pérdida. Nuevamente, en este caso, no se trata sino de una premisa esencialista que fantasea, como si esto fuera posible, con la existencia de un solo idioma en el planeta, que no debiese su formación y perdurase, precisamente, gracias a la influencia cultural fruto del contacto con otras lenguas y culturas. A esta situación, retratada aquí superficialmente, se suma el establecimiento —este sí reciente— de la world wide web, con el consecuente incremento exponencial de información disponible y la consiguiente dificultad de los usuarios para abordarla, práctica, y si se quiere, metodológicamente. Uno de los desafíos que impone la red se halla en la generación de categorías para organizar la información y asegurar el camino a los contenidos en el ciberespacio. La realidad tecnológica configura una hiperconectividad que se ha vuelto parte de nuestro quehacer cotidiano y que, en general, se considera un aporte ingente de soluciones y mejoras, pero también problemas, para la vida en comunidad. La internet y la resultante aldea global cambiaron los modos de comunicación, consumo de medios e interacción entre individuos, e implican la articulación de lenguajes mediales de creciente complejidad. Tanto en el acceso como en la transformación y distribución del conocimiento, se ha ido modelando una revolución o —más aún— varios y constantes ciclos cada vez más cortos de estabilidad; su impacto equivale al de la invención de la escritura o de la imprenta (Cox, 2000; Hobart & Shiffman, 2000). Hasta hace sólo unas décadas, la invención de la imprenta era el referente principal al momento de ejemplificar la gran revolución del conocimiento y los quiebres de paradigmas en el siglo XV. Sin embargo, esta nueva emergencia de discontinuidad cultural no está exenta de polémicas, centrada en uno de los medios a los que atribuimos el desarrollo actual:

la computación. En cierto modo, la queja por los efectos negativos producto de la masificación de las TICs y los cambios que implican e implicarán es una falta de sinceramiento causal de todo un modelo de desarrollo derivado precisamente de la combinación interdisciplinaria de formas de conocimiento humanista, técnico y científico. Sueño de la razón y del desarrollo del que despertamos con la pregunta ¿cómo llegamos hasta aquí? En este sentido, el paso del libro impreso al libro digital y sus consecuencias deben medirse cuidadosamente. No se trata de la emergencia sin precedentes que describen algunos, sino simplemente del hecho que, esta vez, los lectores reciben un producto de mediación que en el mundo de la producción de libros existía hace décadas (Katz, 2012). Técnicos y profesionales del mundo del diseño y la imprenta disfrutan de estos avances sin que nadie, o tal vez pocos, se lamenten por la integración de sistemas de producción derivados de la computarización de los procesos de producción. Mientras por años la fabricación de libros era optimizada y mejorada gracias a los sistemas computacionales y digitales, el producto seguía siendo el mismo: un libro impreso. Hoy la tecnología ha permitido abrir ese espacio a los lectores, de modo que las interfaces con que diseñadores e impresores trabajan lleguen directamente al lector. En el fondo, reciben aquello que para la imprenta tradicional habría sido parte del proceso como producto final. El pre-libro con el que se trabajaba para que los escritores pudieran modificar, diseñadores paginar y correctores corregir, es lo que —reelaborado, rediseñado y perfeccionado— llega al lector. Entender este alcance y efecto en la sociedad de las TICs es una necesidad que ha ganado relevancia y, desde la última década del siglo XX, ha implicado la formación de nuevas disciplinas que buscan dar sentido al quehacer tradicionalmente asociado a la escritura y la lectura, ahora enfrentado a la eclosión tecnológica. En la medida que la ciencia computacional avanza a velocidades exponenciales ―acelerando los ciclos de innovación y obsolescencia― el entendimiento crítico y teórico de su impacto en el ámbito tradicional de la cultura, con sus regímenes simbólicos y formatos asociados, intenta mantenerse al día y salvar el desfase

obligatorio entre un evento y el análisis o comprensión de éste. Se vive, entonces, una transformación simbólica radical, donde las manifestaciones tradicionales asociadas a la representación del conocimiento se han vuelto difusas. Así es como se dan nuevas formas de allure cultural: miles de libros en un Kindle, bibliotecas digitales de acceso libre, audiolibros y podcasts (archivos de audio por descarga), lo mismo que videocasts, todo desde tablets y teléfonos inteligentes multifuncionales. Al mismo tiempo, como señala Craig Mod, nuevas características de diagramación, a partir del concepto de un plano infinito, rompen con la determinante histórica de la medida del pliego de papel y sus dimensiones fraccionales (2011). En el caso de la tipografía, la visualización de páginas y tamaños de letras, el control de variables de tamaño y detalle por parte del usuario, ya no están determinados por el diseño fijo y vuelven más accesible y de mejor calidad la experiencia de lectura. El producto permanece abierto a las transformaciones y exigencias del lector. A ello además debemos sumar la interactividad, pero no sólo aquella pre-programada, sino también una interconectada en tiempo real en un browser (Mod, 2011). En 1945, Vannevar Bush ―el entonces director de la Oficina de Desarrollo e Investigación Científica de EE.UU.―, al vislumbrar el fin de la Segunda Guerra Mundial, publicó el ensayo As We May !ink, en el que esbozaba las tareas a las que podrían dedicarse los científicos una vez que los desafíos militares terminaran

y pudieran volver a labores no bélicas. En dicho texto, describe la complejidad a la que se enfrenta ante el creciente corpus de información técnica, académica y disciplinar, junto con plantear que los métodos de transmisión y revisión de contenidos resultan extemporáneos e inadecuados. Bush explica la imposibilidad de consumir conocimiento tan rápido como éste se produce y plantea que nuestra «ineptitud para acceder al registro [de información] es en gran parte causada por la artificialidad de nuestros sistemas de indexación». Cuando datos de cualquier tipo son almacenados, son archivados ya sea alfabética o numéricamente, y la información es encontrada (cuando lo es) mediante cadenas que van de subclase a subclase. Esta información puede estar en un solo lugar, a no ser que se utilicen duplicados, tal como ocurre en el caso del libro impreso y la necesidad de acceder a copias físicas, con la consiguiente demanda de las personas de tener acceso a las reglas que permitan establecer la cadena que los localice: «Habiendo encontrado un ítem, uno debe emerger del sistema y reentrar siguiendo una nueva cadena» (Bush, 1991 [1945]). Enfrentado a este problema, Bush explica que la mente humana funciona de un modo diferente al operar por asociación, saltando de un elemento al siguiente, al relacionar libremente, sin las limitaciones de un sistema de indexación. Él plantea un futuro dispositivo tecnológico ―que denomina Memex― que permitiría a las personas construir “caminos” que interconectan elementos separados: «formas

enteramente nuevas de enciclopedias aparecerán ―explica Bush en 1945―, precargadas con un enjambre de caminos asociativos que las atraviesan». El ensayo de Bush es considerado por muchos autores como la primera aproximación a lo que ahora llamamos hipertexto e hipermedia (Irish & Trigg, 1989; Landow, 2006; Whitehead, 2000). Ted Nelson acuñó ambos términos en 1965 y desde entonces las capacidades de hipervincular contenidos, junto con la posibilidad técnica del acceso aleatorio e instantáneo a la información, han reestructurado la manera en que nos relacionamos con la red interconectada de conocimiento humano. El uso de sustratos físicos de documentación y registro ―material impreso y recursos no digitales―, al igual que cualquier otra tecnología, implica la aceptación de un “programa”; debido a que previo a la emergencia de internet la información se documentaba en contenidos escritos y luego impresos, a partir de este modelo de transmisión del conocimiento se estableció la hegemonía del libro como modelo jerárquico y lineal de consumo de textos. El prohibitivo costo del impreso fomentó la formación de circuitos de validación donde las nociones de centro y margen seguían principios económicos. Hoy, las redes virtuales y la prácticamente infinita capacidad de almacenamiento reemplazan la necesidad de recursos físicos y posibilitan una apertura democrática del registro. Debido a lo anterior, se requie-

La convivencia de generaciones que vienen de un universo análogo versus aquellas que han crecido como “nativos digitales” implica, más que simple comprensión, profunda empatía.

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PUBMED PROCESO DE DISEÑO DEL LIBRO DIGITAL “THE EMERGENCE OF LIFE. FROM CHEMICAL ORIGINS TO SYNTHETIC LIFE”

GOOGLE SCHOLAR AMAZON GOOGLE BOOKS

La función de comentar el texto se le presenta al lector como un sistema de anotaciones al margen, donde el lector puede hacer anotaciones a cualquier altura del texto (manteniendo una relación visual con lo que se comenta) y responder las anotaciones de los demás lectores, manteniendo así diferentes líneas de discusión simultáneas y no una sola al final del texto.

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Para comunicar las funciones del libro se utilizaron íconos reconocibles en el ámbito web. Una de las características importantes de la interfaz es su capacidad de recuperar resultados de búsqueda directamente desde la enciclopedia virtual Wikipedia, el símbolo por excelencia de las plataformas abiertas de construcción de contenido.

La forma de desplegar el contenido no responde a la lógica de la página impresa sino a la naturalidad con la que utilizamos contenido en la red, desplazándose siempre hacia abajo con el toque de los dedos y manteniendo el contenido parcelado en las subsecciones del capítulo para no agotar al lector.

NOTAS AL MARGEN

Uno de los desafíos que impone la red se halla en la generación de categorías para organizar

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la información y asegurar el camino a los contenidos en el ciberespacio.

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Distintos lenguajes representativos amplían, de este modo, la relación de palabras y cosas, al agregar imágenes y sonidos como materiales Ejemplo de una de las imágenes interactivas del libro que incorpora las características propias del dispositivo. En este caso el modelo 3D es rotable en 360º y puede ser visionado por capas. Estas características pueden influir en el aprendizaje.

equivalentes y, sobre todo, complementarios.

ren nuevas lógicas de consumo medial que asuman dinámicas no lineales de organización, recuperación y lectura. Como plantea Landow: «en la medida que los lectores se mueven por una red de textos, continuamente cambian el centro ―y, por tanto, el foco o principio organizador― de su investigación y de su experiencia. El hipertexto, en otras palabras, provee un sistema infinitamente re-centrable, cuyo punto provisional de enfoque depende del lector, que se convierte en un lector verdaderamente activo» (Landow, 2006). Asimismo, existe otra variable de costo, pero esta vez no en un sentido económico, sino estético y, por ende, cognitivo. La bre-

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cha en la representación del conocimiento plasmada en contextos transmediales enfrenta patrones de comportamiento estructurales, propios del modelo perceptivo derivado de la sensibilidad humana. La brecha entre visualidad y oralidad se manifiesta al enfrentarlo a un modelo cognitivo y de aprendizaje centrado en la escritura y la lectura. Oralidad y visualidad quedan en una categoría inferior como sistemas aparentemente menos elaborados que aquellos basados en abstracciones simbólicas, signos. Si entendemos que la aparición del lenguaje en el horizonte temporal de la constitución de la especie humana ocurrió unos 50.000 años atrás, deberemos considerar que la escritura o traducción a símbolos es un fenómeno aún más reciente, especialmente en algunos contextos geográficos. La nueva cartografía de medios impone la ampliación defini-

tiva del conocimiento a una experiencia de interacción y, por lo tanto, de aprendizaje, donde no sólo el texto y su decodificación cargan con el mensaje, sino que se ha instalado un nuevo escenario donde, más que haber perdido uno de los más grandes valores culturales, el libro, asistimos a un proceso de innovación que integra una variable de tipo múltiple, un cruce, una confluencia medial en varios niveles. Distintos lenguajes representativos amplían, de este modo, la relación de palabras y cosas, al agregar imágenes y sonidos como materiales equivalentes y, sobre todo, complementarios. Se trata de una experiencia compleja, que aunque siempre fue parte de la lectura, sin embargo, ahora, se vuelve manifiesta. Una dimensión que integra la experiencia estética multisensible (por ejemplo, ver, escuchar, tocar) y supera el modelo tradicional que

supedita la imagen a las palabras. Se trata de una experiencia que integra los procesos mentales habitualmente asociados a la lectura con un conocimiento sensible entendido como experiencia estética. Porque, a pesar del prejuicio racionalista, percibir ya es interpretar; las nuevas formas de lectura se basan en la riqueza que esto significa como experiencia de conocimiento y para el conocimiento. Es decir, pasar del cliché de “una imagen vale más que mil palabras”, a su aplicación, cuando corresponda. Ampliación medial facilitada por objetos multi-representativos o multimodales, que obligan a proyectar una semiótica que exprese la integración entre imágenes, textos, videos, audios e hipervínculos, entre otros (Kress, 2003). El universo del libro vive un nuevo auge, un giro copernicano del que no hay vuelta atrás. Podrán cambiar los nombres de los programas y agudizarse o dilatarse su obsolescencia, pero no es posible deshacer los procesos de desarrollo tecnológico ni sus efectos; lo que sí es posible, es buscar el modo en que colaboren positivamente con las necesidades humanas y ambientales. Por lo tanto, es necesario desarrollar instancias de recuperación de los puentes entre los formatos, imaginar su convivencia y armonizar los cambios constantes y las crisis cada vez más recurrentes, versus resistir el cambio, no sólo en los dispositivos, sino en las formas de lectura, los hábitos, así como en las formas de atención e inteligencia asociadas al horizonte tecnológico correspondiente. Como bien señalaron Eco y Carriére, «nadie acabará con los libros» (2009), de eso no cabe duda; sobre todo, porque tenemos millones de volúmenes que es necesario no sólo conservar, sino volver a leer, porque son parte del patrimonio de la humanidad. Los libros digitales son ya también parte de ese patrimonio, más reciente, y es mejor aprovechar el potencial que representan a la hora de pensar en el siguiente desafío que es el libre acceso a los contenidos. Cientos de miles de libros ya no están afectos a los derechos de autor ―legislación que nadie está poniendo en duda y que nunca más que hoy ha gozado de mejor salud―; por lo tanto, hay mucho que compartir y sobre todo mucho que leer. Quizás algo del paso histórico de la lectura en voz alta y grupal a las maneras que practicamos hoy, en voz baja por lo general, es similar a esta nueva integración de un conocimiento sensible ampliado hacia una experiencia estético-

cognitiva. Podemos leer, ver imágenes y escuchar: ¿por qué tendría que ser una amenaza para el conocimiento y la cultura, si más bien parece cumplir con lo que siempre hemos soñado para los libros y la experiencia de lectura? La comunicación posibilita que las mentes interactúen, y a través de este proceso emergen las nuevas ideas. Ninguna herramienta es más potente en alcanzar dichas interacciones como la posibilidad de conectar computadores en red, y es a esa dimensión que los medios digitales de publicación vienen a integrarse. Cuando una persona intenta comunicarse, debe traspasar ideas de su modelo interno a un modelo externo, asumiendo alguna forma compartida, como palabras, gestos o imágenes. La mayoría de las veces el modelo externo no representa del todo al modelo interno; sin embargo, el computador es un medio más versátil que permite alinear de mejor modo los modelos mentales de las personas que intentan comunicarse. Douglas Engelbart ―el inventor del mouse, entre otros aportes― plantea que los computadores son el medio a través del cual las personas pueden aumentar su intelecto personal y colectivo, tal como ha sido en contextos anteriores, en el que los humanos constantemente han acrecentado su intelecto a través del lenguaje, los artefactos, las metodologías y el entrenamiento en las codificaciones o sistemas de símbolos intercambiables. De este modo, la transformación que describimos tiene aspectos materiales que es importante considerar. Muchos viejos libros conservados, incluso en formatos no necesariamente antiguos, hechos de papel, ya no se pueden leer simplemente porque, debido a la calidad del material, se han deteriorado a una velocidad mayor a aquella en que se degrada un papiro. En este sentido, debemos agradecer que exista la posibilidad de digitalizarlos y, de este modo, asegurarnos de poder seguir accediendo al contenido, a pesar que su contenedor esté guardado en una gaveta libre de ácido y con las precauciones correspondientes para su conservación. Esta fase integrada de tecnologías de la información y comunicación, pero también del conocimiento, corresponde simplemente a un perfeccionamiento de los sistemas derivados de las necesidades de la sensibilidad y capacidad cognitiva humana, que, como es obvio, comenzaron con formas más precarias, pero que, sin embargo, no por esa ra-

zón hemos mantenido. Los seres humanos desechamos lo que nos parece ya no sirve, y esos objetos o procesos obsoletos pasan del uso a la conservación en algún museo de ciencia, de arte o una biblioteca. Otra forma de comprender los nuevos formatos que vienen a complementar el libro, así como los hábitos lectores, es la planteada por Alan C. Kay, quien amplía la sentencia de Marshall McLuhan, y afirma que las tecnologías no son exclusivamente un vehículo para un medio, sino que son el medio en sí (1972). De este modo, la tecnología no remite sólo a una máquina, sino también a un insumo para el crecimiento del intelecto y la creatividad humana. Kay propone al computador como un meta-medio donde las ideas pueden crecer, florecer y expandirse; y, de este modo, si la máquina cambia, también esto afecta al contenido y la semántica que se requiere para su interpretación. Es un meta-medio, dado que tiene la posibilidad de ser todos los otros medios a la vez. Por su parte, Licklider planteó la existencia de una dependencia mutua entre computadores y personas, sobre la base de que las habilidades de humanos y máquinas son muy diferentes pero altamente complementarias. Los humanos nos comunicamos lentamente con muchos errores, pero nuestros cerebros manejan información de maneras altamente complejas. Los computadores son exactamente lo contrario, extraordinariamente rápidos y precisos, pero simples (Licklider, 1965). En la medida que los caminos de información se diversifican, se flexibilizan con ello las posibilidades curatoriales del usuario, sobre todo respecto de la liberación de marcos disciplinares, lo que implica que la información también se va descomponiendo y compartimentando. De este modo, los fragmentos o bits de información se van tejiendo en redes complejas multirreferenciadas. Este efecto que observamos en todo el contexto de producción de conocimiento también se transfiere al universo del libro en todas sus versiones, con consecuencias en los sistemas de catalogación, y el consecuente temor al desorden y al caos categorial. El mismo Licklider sostuvo que las bibliotecas del futuro funcionarían como componentes simbióticos de la experiencia humana, al complementar, reemplazar y extender las capacidades de manejo y procesamiento de información de la humanidad (1965). El supuesto fundamental

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De esta manera, el usuario se perfila no sólo como consumidor, sino también como generador y recuperador de información.

La portada del libro, elemento clásico en el diseño de impresos, ha sido repensada para un contexto digital mostrando un fondo completamente animado y acceso a un índice interactivo que por medio de hipervínculos lleva al lector directamente a los capítulos listados.

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detrás de las ideas de Licklider es que los humanos vivirían mejor con mejor información, y es difícil no estar de acuerdo con este principio. Sin embargo, a la hora de enfrentar las nuevas formas de comportamiento, el gran desafío es cómo se manejan la información y las estrategias para ponerla en uso. Engelbart arguye que el crecimiento del cuerpo del conocimiento humano sólo puede ser administrado con estrategias apropiadas de acceso a la información (retrieval), pero es en esta coyuntura donde los sistemas tradicionales de compartimentación semántica se levantan como muros infranqueables (1962). Es evidente que desde hace algunas décadas son aceptados modelos diversos y flexibles de pensar la inteligencia; no obstante, aún es muy difícil que las actividades asociadas a los saberes puedan incorporar otras valoraciones que no estén marcadas por los contenidos transmitidos, más que, por ejemplo, centrados en un aprender/saber en el hacer y formas de experiencia para el desarrollo de habilidades blandas no centradas en el contenido mismo (Bekerman, 2011). Quizás una de las características que mejor han sobrevivido a los regímenes cognitivos centrados sólo en procesos racionales, malentendidos como puramente mentales, es la valoración actual de la creatividad, lo que se debe, precisamente, a que hay otras formas de conocimiento que cada vez se vuelven más necesarias para acompañar la experiencia de los saberes. Por una parte, aquel vinculado a la percepción y el conocimiento que aporta la sensibilidad y el cuerpo, como complemento absolutamente necesario de la experiencia cognitiva (Nussbaum, 2012). Por otra, la capacidad de intervenir en los contenidos que percibe ese cuerpo y en la información que media el dispositivo con el que interactúa. De esta manera, el usuario se perfila no sólo como consumidor, sino también como generador y recuperador de información. Para Engelbart, el problema disciplinar involucra «mirar hacia atrás en el tiempo y ver lo que han contribuido otros y que sería beneficioso para el individuo de hoy» (1962). Así, la “cita o referencia”, entendida como el fragmento de un texto o imagen, tomado de un contexto mayor del que ha sido extractado, se vuelve un acto de rescate de aquello que “sirve” al presente. Y así, como cuando se pasó de los rollos o volúmenes a los libros, éstos siguieron

conviviendo por largo tiempo en ambas versiones, los formatos digitales no llegaron para acabar con los otros formatos, sino para adecuarse a los usos. Justamente, uno de los usos que aportó el hipervínculo y el hipertexto remite a la posibilidad de colaborar y cooperar en la comunicación, pero también en la creación de nuevos textos y en una multiplicidad de producciones culturales que superan la lectura individual, la que, por cierto, seguirá existiendo. Engelbart, por ejemplo, plantea que cada uno, desde una especialidad disciplinar o no, puede aportar a un sistema colectivo de resolución de problemas. Lo mismo podríamos desplazarlo hacia el ámbito de la creación, e imaginar una novela, relato o filme que puede plantearse pragmáticamente como una obra abierta donde la interacción con el usuario/lector/espectador cierra el ciclo de la creación en paralelo al de la recepción (Verdugo, et al., 2011). Esto, sumado a la posibilidad que representan las redes sociales a la hora de proyectar búsquedas colaborativas en las que sin duda podemos alcanzar una multiplicación de una capacidad individual que, de esta forma, no sólo pasa por una máquina que nos ayuda a dar con algo que buscamos, sino por series interconectadas de sistemas y personas que amplifican la potencia de búsqueda y, asimismo, la capacidad comunitaria de una solidaridad cultural sin fronteras (salvo en los idiomas). Debido a que todo está interrelacionado, un avance en un campo puede desatar una cadena de avances en otras áreas. Una persona, cualquiera, puede gatillar un mundo de diferencias al “participar”, dice Engelbart. Finalmente, Nelson, en 1965, ya proyectaba la necesidad de imaginar sistemas para superar la linealidad del lenguaje que hasta ese momento dominaba tanto la producción como las posibilidades de consumo de contenidos (Nelson, 1965). Esta unidimensionalidad, combinada con las antiguas tecnologías de impresión y empastado, habían atrapado, por su parte, la lectura lineal y, por ende, un pensamiento lineal. Esta jerarquía preestablecida por una forma y sus formatos vino a ser complementada y, en contraste, hace posible que las ideas puedan expresarse como redes que se entrecruzan. La estructura de las ideas no es nunca secuencial, tal como tampoco lo son nuestros procesos de pensamiento. De manera que el futuro del libro está aún por venir; es decir, nos enfrentamos a un pasado con porvenir. DNA

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