Diafragma

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DIAFRAGMA José de Nordenflycht Concha

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Mientras (h)ojeaba –con hache y si hache- el monumental libro que hoy día presentamos, me preguntaba cual es la diferencia entre la enorme cantidad de fotos que nos rodean cotidianamente y estas fotos, las fotos de Domingo Ulloa. Y una respuesta posible es que las primeras invierten el esfuerzo del que mira sobre un afuera cuyos atributos nos permiten identificar las formas reconocibles de un objeto, un cuerpo o un paisaje. Las segundas, en cambio, descubren lo que nos mira desde ese afuera, dejando el reconocimiento de objetos, cuerpos y paisajes a la relación entre ellos y el dispositivo que se obtura detrás de la mirada de un sujeto, mismo que sólo puede mirar desde la proyección de su memoria. De otro modo no podría reconocer nada. Seguramente es por ello que las fotos del álbum familiar siempre terminan por conmover solo el recuerdo acotado a un grupo de personas –lo que no es poco-, las que antiguamente se reunían en torno a ellas en incontinentes sesiones familiares y, hoy por hoy, en torno a las mudas pantallas de las redes sociales. En ambos casos, me temo, generando el hastío y venciendo la complicidades más nobles, pues la otrora emoción compartida del “yo estuve ahí”, termina siendo sólo un egótico ejercicio de emplazamiento a la paciencia del otro. De ahí que en otra época, seguramente más feliz, las fotografías no sólo eran producto de tomas mediadas por un dispositivo técnico, y de hecho no lo son, pero muchos queremos creer que con eso basta, blandiendo nuestros teléfonos inteligentes –las más de las veces de maneras bien poco inteligentes- y apuntando contra nuestros propios rostros unas sobreexpuestas “selfies”. Lo que algunos esperamos del trabajo de un fotógrafo se expande más allá de aquello, insertando en nuestras narrativas colectivas un sentido de comunidad que se                                                                                                                 1  Texto leído en la presentación del libro “Una proeza fotográfica. Domingo Ulloa imágenes del Ballet Nacional Chileno 1954-1967”, Archivo Andrés Bello, Universidad de Chile, 13 noviembre de 2014.

   

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activa justo antes de escuchar el click, mientras estamos concentrados en mirar el más vernáculo- pajarito. Mientras se ajusta el diafragma. Y será el diafrgama, en una doble acepción, lo que pasa por la mirada que testimonia el trabajo de Domingo Ulloa. Por un lado diafragma que controla la respiración de esos cuerpos -y por lo tanto le da el aliento a su movimiento-, y diafragma como dispositivo que a través de su apertura permite el control de la luz en la toma fotográfica –y por lo tanto captura el movimientoEn medio de esta coincidencia semántica, comparece una sorprendente metáfora patrimonial –otra más-: y es que en el intervalo entre la apertura y la contracción aparece eso que podemos asimilar a la memoria, la que con su aliento contiene la postura del cuerpo. El cuerpo monumental del patrimonio, si se me permite la metáfora de mi conveniencia. Cada vez que volvía a reojear –con hache y sin hache- este libro imaginamos como el diafragma se mueve con ritmo agitado, se confunde la respiración del motivo de la toma con la de quien está detrás del lente. Agazapado y ojeando, se refugia en la vigilia del instante decisivo, ese que convertirá la errancia de su ojo en una mirada. Mientras el diafragma se expande y se contrae, en medio de su intervalo el cuerpo de desplaza, la memoria se ilumina y el patrimonio se despliega en un futuro posible. Ese movimiento y su intervalo son acciones que desde el proyecto de la edición de este libro se convierten en una práctica patrimonial. Entendida ésta como un modo de hacer que deviene del reclamo de muchos y cuyo invento la hace aparecer en algún momento de la primera mitad del siglo XIX. Coincidentemente con el origen de la fotografía, los museos y las bibliotecas, todo aparece en medio del siglo más memorioso de nuestro pasado reciente. El siglo de la heterotopía -esa manía de querer meterlo todo en un solo lugar-. El siglo del mal de diógenes. Ese siglo que quiere dejarlo todo registrado, guardado y bien clasificado, como si temiera las pérdidas de lo que vendría y se preparara para un mundo en donde del control de la información pasamos a la información sobre el control. Y todo eso lo sabía muy bien don Roberto Montandón –personaje por medio del cual supimos las primeras noticias de Domingo Ulloa- , a quien en alguna ocasión le preguntamos sobre esa relación, que por obvia que resulte hoy, no es menos importante relevar: los usos de la fotografía como herramienta de control la convierte en una herramienta de documentación, así como los abusos de la fotografía nos  

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informan continuamente sobre la sobredeterminación del control en sociedades que buscan su identidad. Más o menos en eso andabamos en nuestro país cuando se produce el encuentro de la mirada de Antonio Quintana y la curiosidad de Roberto Montandon en la curatoría de la exposición fotográfica el Rostro de Chile. Sabido es que Domingo Ulloa invierte su riguroso afán en ese proyecto. Muchas horas de de un cuarto oscuro, donde la infinita soledad del cuerpo que mira es acosada por miles de imágenes que van emergiendo desde el fondo del papel, entre soluciones enrarecidas y humores viscosos. Desde ese humus fotográfico emergió el Rostro de Chile. Hoy día con este notable esfuerzo editorial que tenemos el privilegio de celebrar con la presencia de su autor, nos acercamos todos los chilenos a un acervo monumental donde comenzamos a conocer como la obra de un fotótografo nos puede llevar desde El Rostro de Chile a El Cuerpo de la Chile. Y eso no es poco.    

 

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