Ensayo Teoría Política

October 15, 2017 | Autor: Ivan Dario Niello | Categoria: Political Theory, Historia, Ciencia Politica, Ciencias Sociales
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Teoría Política -Ensayo sobre el estado-2014-

Iván Darío Niello

Sobre la obediencia “Algunos seres, desde el momento en que nacen,

están destinados, unos a obedecer, otros a mandar” Aristóteles, Política, Cap. II §.24 En el Dieciocho brumario de Luis Bonaparte, Marx disentía con Hegel al decir que en la historia universal los hechos ocurren dos veces, primero como tragedia, luego como farsa. Si viera nuestros días no se conformaría con decir que la historia se repite dos veces. Nos enfrentamos una vez más a una crisis de valores como clase: el Estado de bienestar ha asegurado –otra vez- que las masas se mantendrán lo suficientemente poco rebeldes como para detentar un cambio en el sistema. Mientras algunos pocos ostentan pancartas de un capitalismo agonizante, las bases del poder de las clases dominantes están igual de fuertes que siempre; incluso, tras un inmenso silencio post-indignados, algunos partidos ultraderechistas van haciéndose un lugar en el podio. La “clase media”, mientras tanto, embebida más que nunca en la aldea global del imperialismo clásico, se vale de los medios para terminar de estancarse en el conformismo y pedir justicias inherentes a lo que ellos consideran su clase (la mayoría) mientras despotrican contra gobiernos que siguen votando y contra un sistema económico que se esfuerzan en mantener por sobre todas las cosas. En el ocaso de la inteligencia, las protestas abandonan las calles para seguir en las redes sociales pertenecientes a grupos oligopólicos que mientras tanto se enriquecen groseramente. La cuestión de fondo, la que realmente se ignora en las redes mientras se organizan protestas autoconvocadas no es quién es el poder detrás del poder, sino por qué reside allí. Con la ayuda de algunos autores se puede seguir el rastro histórico a esta oda a la obediencia al Estado y al silencio de las clases pobres en el mundo occidental y cristiano, donde las masas no sólo se han acostumbrado al abuso del “poder legítimo” sino que se lo defiende buscando la solución en la misma canasta de manzanas podridas de donde salió el poder al que se le hace frente. Se nos ha presentado al Estado como un monstruo necesario para la convivencia pacífica entre los hombres. Thomas Hobbes creó desde el exilio una de las vigentes

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teorías sobre la naturaleza humana, el poder del soberano y la obligación de someternos ante su voluntad. Testigo de la guerra civil en las revoluciones de Cromwell, el teórico inglés escribió sobre la legitimidad del poder establecido y los motivos por los cuáles no debía ser cuestionado, resumidos en su obra El Leviatán y en su predecesora De Cive donde por primera vez explica su teoría sobre la naturaleza humana y del Estado. Para Hobbes, la naturaleza humana ha sido estudiada superficialmente. Contrario a aceptar la idea de zoon politikon (el hombre como animal social) como había sido considerado por Aristóteles, el filósofo establecerá que la verdadera naturaleza del hombre está regida por el amor así mismo, el miedo a los demás y el ejercicio del derecho a todo; condiciones que llevan a que la asociación entre los hombres sólo por conveniencia en la búsqueda de la preservación de la propia vida. El miedo, para Hobbes es parte esencial en la formación de sociedades y radica en la igualdad de los hombres y la voluntad de dañarse mutuamente. Miedo, entendido no sólo como la fuga entre los hombres, sino y por sobre todo la desconfianza, el sospechar y precaverse del otro: la voluntad de dañar está en todos y su origen es el deseo de las mismas cosas al mismo tiempo. Deseo que no puede ser censurado, dado que es natural la búsqueda de aquello que es bueno para uno y el rechazo de lo que es malo o amenaza contra la propia vida. Es por eso, que, al ser uno juez de lo que es mejor para uno, el hombre se hace con el derecho justo de utilizar todos los medios disponibles para tal fin, en pocas palabras, todos los hombres tienen derecho a todo. Es en este estado natural donde el hombre se transforma en la mayor amenaza para su especie, o como inmortalizará en el Leviatán, homo homini lupus, el hombre lobo del hombre: al tener todos derecho a todo, y por el deseo de dañarse mutuamente en el afán de preservar lo que es mejor y defenderse de lo que no lo es, se halla a sí mismo en un estado de peligro inminente, de guerra de todos contra todos. Para Hobbes este estado natural resulta poco más que impráctico o poco idóneo, y de allí que busque asociarse a otros. En sus palabras “debido a aquella igualdad de

las fuerzas, y de las otras facultades humanas, encontrándose los hombres en el estado naturaleza, esto es, en estado de guerra, no pueden esperar conservación 3

duradera. Por esa razón, es un dictamen de la recta razón, esto es, ley de la naturaleza, que se ha de buscar la paz, en la medida que brille alguna esperanza de tenerla…” (Hobbes, 2010, p.138) Es primordial mantener esta premisa en mente, puesto que es la piedra angular en la teoría de Hobbes, y tiene sus vestigios hasta nuestros días. La idea de que el hombre es un ser naturalmente inclinado a la depredación mutua en la ausencia de un poder superior, hace necesaria no sólo la existencia del Estado, sino la total sumisión a este, con la excusa de mantener la paz a toda costa. Si bien se lo conoce por ser un defensor de la monarquía, Hobbes no deja de enumerar otras formas de gobierno como la democracia o la aristocracia, a las que desestima sólo por considerarlas imprácticas en el mantenimiento del orden. La manutención del orden y la seguridad de las personas sometidas al Estado es el objetivo de su defensa y es un argumento que sale a la luz en cada nueva crisis, un argumento que ha triunfado en la historia de la humanidad. Para Hobbes, el origen del Estado se entiende en este deseo de supervivencia. Es en el estado de naturaleza donde los hombres buscarán una alianza para defender la vida propia y la paz. Aunque enuncia una serie de lo que él considera leyes naturales del hombre, basadas en las leyes de la buena conducta del cristianismo, y a lo que llamará leyes morales –para Hobbes son la misma cosa- desestima la capacidad del hombre de mantenerse bajo su velo: “las leyes naturales, tan pronto como son

conocidas, no prestan a cada uno seguridad de la observancia de las mismas, y por lo tanto, en la medida en que no se tiene garantía respecto del ataque del otro, cada uno mantiene su derecho primevo de precaverse de cualquier modo que quiera y pueda…” (ídem, p.175) Por ese motivo Hobbes estima que el acuerdo entre los hombres no alcanza en la medida que no sea en el establecimiento de un bien común (el respeto de las leyes naturales) y que a la vez, esté mediado por la imposibilidad de poner los intereses privados por ningún medio. Debido a que este acuerdo es artificial al ir en contra de la naturaleza dañina del hombre, es necesaria que en esta convergencia por el bien común cada uno someta su voluntad a otro, hombre o concejo “de manera que éste

quiera acerca de las cosas necesarias para la paz común se la tenga por la voluntad 4

de todos y cada uno” (ídem, p.178). Sin esta autoridad común es imposible el mantenimiento de la paz, y está basada en el miedo al castigo, pues el poder de ésta es absoluto: sólo tiene lugar cuando cada hombre pacta con los otros a no resistir la voluntad de aquél hombre o concejo al que se han sometido y al que no pueden denegarle el uso de sus fuerzas o recursos. Este seguimiento teórico implica no que la autoridad tiene más derechos que los de cualquier hombre por donación, sino que mantiene su derecho natural a todo y a ejercer su voluntad en tanto cada uno de los hombres que pacta renuncia a los suyos. Se establece entonces que el poder así constituido se llama Estado, y es una persona civil, con la distinción de que por voluntad colectiva tiene derechos y cosas propias que el resto de los particulares, no por cesión; y por este motivo es soberano sobre todos los que han consentido en renunciar en su derecho a resistir y que se transforman en súbditos del poder soberano. Hobbes no fue el único ni el primero en establecer una teoría política sobre el Estado, y particularmente, lo que es de mayor interés, la relación Estado-soberano de lo que se entiende que son lo mismo -en su teoría. Se hace un énfasis sobre este punto porque a pesar de que explícitamente niega el principio de Aristóteles de que algunos nacen para gobernar y otros para ser gobernados, hace un esfuerzo en legitimar el poder absoluto del rey y la disciplina de sus vasallos, y de justificarlo como una ley natural y moral; y ante todo porque es posible vislumbrar esta cuestión del soberano y la sumisión de los súbditos hasta nuestros días.

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Sobre el príncipe “Dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es Dios” Lucas 20:25 ¿Qué mejor cosa puedo hacer por Roma que restituir los pájaros al mundo de los pájaros, el trueno al de los fenómenos atmosféricos y los Dioses al de los recuerdos infantiles? Diario epistolar de César Los idus de Marzo. Thornton Wilder El historiador Quentin Skinner en su obra El Nacimiento del Estado hace un seguimiento del origen del concepto y se ubica particularmente en Italia para adentrarnos en otro gran clásico en la teoría política: Nicolás Maquiavelo. Si bien Skinner establece que “estado” ya se utilizaba en los tiempos del italiano, al momento de publicarse El Príncipe (su obra más conocida) el término rondaba en la capacidad de un gobernante en mantener su status principi es decir su estado como gobernante de un territorio. Es interesante esta concepción porque en gran parte El Príncipe se va a enfocar en los requisitos necesarios del que un príncipe debe hacer uso para tener éxito en su reino y todos aquellos que vaya anexando. Pero tanto Skinner como Maquiavelo evitan poner el acento en la conquista y la manutención de los territorios que comprenderán el Estado –stati/stato- sino en el respeto de las instituciones (Skinner 2003 p25) y las costumbres (Maquiavelo, 1982, p17 y p29) para evitar la sublevación de los pueblos. Según el historiador británico es Maquiavelo quién empieza a establecer la noción de Estado como un agente cuya

existencia es independiente de aquellos que ejercen su autoridad en un momento determinado (Skinner 2003 p35) En conjunto con la lectura que hace Skinner, uno de los puntos más emblemáticos de El príncipe es el capítulo que hace referencia a si un príncipe debe ser amado o temido1, y que a fin de cuentas establece que el poder y la soberanía de un Estado yace en el poder del príncipe, que a sus vez, está ligado al respeto de su autoridad por parte de los súbditos. Maquiavelo establece aquí que no importa qué actitud tome el príncipe respecto a los súbditos en tanto se asegure de no ser odiado, pues 1

Capítulo XVII: De la crueldad y la clemencia, y si vale ser más amado que temido.

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vale más el respeto que el amor, dado que el respeto y el temor de los súbditos asegurará su permanencia como gobernante y la respuesta favorable del pueblo. Bien vale decir respecto a estas explicaciones de Maquiavelo que tienen una trascendencia histórica en el sentido que es de los primeros que decide distanciar la política de la ética religiosa de ese entonces. Para el florentino, los valores del príncipe y su capacidad de hacer uso de ellos –virtú- deben supeditarse a sus propósitos para mantener el la soberanía sobre el principado inalterada; haciendo una escisión respecto a cuál es el uso de la política. Aunque haya recibido hartas críticas sobre sus faltas de escrúpulos (al punto de la acepción del término “maquiavélico”) en el desarrollo sobre los deberes políticos de un príncipe, otros han sabido rescatar esta faceta como un aspecto prácticamente necesario al hacer política. Antonio Gramsci, el teórico marxista del siglo XX, coterráneo a Maquiavelo, supo entender que su obra podía entenderse como un manual de gran importancia para comprender y poder transformar la realidad, porque a pesar de que los objetivos de ambos autores diferían por su distancia temporal2, El Príncipe servía como una lectura de práctica política fuera de principismos abstractos (Cladakis 2011 p3) Se entiende entonces que el principio por el cuál se guía Maquiavelo al marcar distancia sobre la moral de la que uso el príncipe a la que hasta entonces se tenía por válida, basada en la buena voluntad griega y que se estima en la medida en que sea eficiente en la finalidad de sostener el Estado y al príncipe en su cargo. El uso de la

virtú, es decir, las buenas acciones del príncipe frente a los vaivenes de la fortuna, entendidas como las decisiones inteligentes para evitar la disolución del Estado, la sublevación de los súbditos y la muerte violenta, se aproxima a la teoría de Hobbes sobre la capacidad total del soberano de ejercer sus derechos para la conquista de la paz3. Ambas teorías marcaron la concepción del Estado, de los derechos de éste y de la máxima de mantener el control sobre los territorios del príncipe o soberano. Y ambas teorías continúan vigentes a nuestros días. Se fomenta con estas lecturas las

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Maquiavelo buscaba una unificación de la Italia feudal, y Gramsci la revolución marxista en una Italia azotada por el fascismo 3 De hecho la obra continúa a Maquiavelo

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bases del Estado soberano, y la figura del príncipe como el encargado de mantener por cualquier medio esa soberanía. Esta breve explicación de las teorías del Estado como un monstruo necesario servirán de base para explicar en los tiempos procedentes, la dominación de unos sobre otros, porque encontramos en estas los fundamentos mediante los cuales se han escudado los defensores del Estado desde entonces. Es vital el entendimiento de estos fundamentos para entender la situación por la que el mundo ha atravesado los últimos quinientos años (desde la primera edición de El Príncipe) y que como se establecía anteriormente, constituye la oda a la opresión y la falaz obediencia a la que la hemos sido convencidos.

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Sobre la extinción del Estado “La culpa, querido Bruto, no es de nuestras estrellas,

sino de nosotros mismos, si consentimos en ser inferiores” W. Shakespeare “Julio César” Act I, esc .II Max Weber estableció alguna vez al Estado como “una comunidad que reivindica – con éxito- el monopolio del uso legítimo de la fuerza física en un territorio 4

determinado” . Sin embargo para el sociólogo, el uso coactivo de la fuerza responde anteriormente a los tipos de dominación que distingue y las formas en que se responde ese tipo de dominación; es decir, la fuerza actúa como referente externo para mantener el cuadro administrativo de quién está legitimado en el poder (Talancon 2008 p3-6) Sin embargo, esta colaboración al mito del Estado como un mal necesario para el hombre con el objetivo de asegurar la paz, cimenta lo que hasta aquí ha sido explicado según las visiones que se han encargado de justificar su existencia. Argumentos que por cierto se ha dicho, tienen absoluta vigencia hasta el día de hoy. En el discurso político la soberanía, la seguridad y el orden son partes indispensables de la agenda, sobre todo la de occidente. Sin embargo estas políticas de paz u orden de los Estados, tanto en la defensa de un territorio como hacia adentro del mismo, tienen como resultado la dominación de una clase sobre otras. Lejos de ser un efecto colateral del esfuerzo por la supervivencia como se puede leer en Hobbes, se percibe más probadamente el aprovechamiento del argumento de la paz para la opresión. El materialismo histórico, encabezado por Engels y Marx, ha proveído la teoría de que la existencia del Estado responde a la dominación de clase no con el fin de garantizar la vida y los derechos del pueblo, sino el de la suyos propios. Si de hecho, el Estado se presenta como una fuerza por encima de la sociedad para garantizar el orden, es para guardar el orden establecido por la burguesía y por sobre todas las cosas, para mantener sus privilegios de clase. Engels establece que: el Estado es,

más bien, un producto de la sociedad al llegar a una determinada fase de desarrollo; es la confesión de que esta sociedad se ha enredado consigo misma en una 4

WEBER, Max. Economía y Sociedad.

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contradicción insoluble (…) y para que estos antagonismos, estas clases con intereses económicos en pugna, no se devoren a sí mismas y no devoren a la sociedad, hízose necesario un poder situado, aparentemente por encima de la sociedad y llamado a amortiguar el conflicto, a mantenerlo de los límites del orden”.5 Lenin retoma esta cita en El Estado y la Revolución para explicar que es el carácter irreconciliable de las clases lo que da origen al Estado, pues si estas pudieran conciliarse, no habría necesidad de un agente destinado a mantener el orden. Resumiendo, el Estado nace en el momento en que las clases no pueden conciliarse, y viceversa: su existencia demuestra esta imposibilidad de reconciliación de las clases. Ahora bien, esta perspectiva del Estado no es necesariamente antagónica con las que presentaban Hobbes y Maquiavelo, pues a pesar de que el materialismo se para ideológicamente en la vereda opuesta, ni la teoría hobbesiana ni la maquiaveliana se proponen analizar la situación de los oprimidos. Tanto uno como otro se encuentran interpelados por el contexto histórico de su tiempo. Mientras Hobbes buscaba de alguna manera deslegitimar las pasiones antimonárquicas, está establecido que su escrito nace de los horrores de la guerra civil; por otro lado Maquiavelo buscaba la unificación de una Italia feudal, cuyas ciudades estado se veían amenazadas por otros Estados ya conformados y que peligraban ante la dominación extranjera. Se quiere decir con esto, no que una teoría tiene mejor sustento que la otra, sino que no necesariamente ha de entenderse que los objetivos eran de dominación de clase; sino que el materialismo va a ser quien interceda ante las teorías que han sido utilizadas como justificación para la naturalización de un Estado opresor. Uno de los autores que puso en perspectiva estas relaciones fue Antonio Gramsci. Ante el triunfo del fascismo de Mussolini en un momento histórico ya intercedido con las corrientes marxistas (Gramsci de hecho pertenecía al partido comunista) pero en una Italia lejos de presentar las condiciones ideales descriptas en Das

Kapital, Gramsci va a rescatar las ideas de Maquiavelo para tratar de restablecer la cuestión política hacia el interior del marxismo que podría pensarse en comparación con la lectura tradicional hasta entonces, como la de la revolución rusa. 5

ENGELS, Friedrich (1884) El origen de la familia, la propiedad y el Estado. Biblioteca Virtual Espartaco. 2000.

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Lenin establece que la política del marxismo consiste en la revolución, basándose más que nada en el concepto de la dictadura del proletariado. Este concepto, nace nada menos que de la concepción del Estado burgués y de la naturaleza del mismo. Dado que el Estado no es algo natural, sino una imposición de las clases dominantes para el mantenimiento de sus privilegios a partir de la imposibilidad de la reconciliación de las clases, los opresores arman al Estado con el aparato de las fuerzas de seguridad mediante el monopolio de las armas y la creación de los ejércitos permanentes. Con la justificación del uso legítimo de la fuerza, se aseguran del orden que han establecido silenciando a las masas oprimidas y acusando de sedición a quienes se opongan al Estado. La revolución violenta, es no sólo necesaria, sino inevitable por este antagonismo irreconciliable de clases; y es deber de la clase oprimida hacerse con las armas, derrocar el orden establecido e instaurar un nuevo orden anti reaccionario hasta que se hayan cambiado las bases estructurales –esto es, las diferencias de clase- para que superestructuralmente el Estado pierda la necesidad de existir. En un análisis de la Comuna de París Lenin explica que todavía es necesario reprimir a la burguesía y vencer su resistencia (…)

pero aquí el órgano represor es ya la mayoría de la población y no una minoría, como había sido siempre (…) ¡Y, desde ese momento en que es la mayoría del pueblo la que reprime por sí misma a sus opresores, no es ya necesaria una de represión! En este sentido el Estado empieza a extinguirse (…) y cuánto más intervenga todo el pueblo en la ejecución de las funciones propias del poder del Estado, tanto menor es la necesidad de dicho poder (Lenin 2012 p64) Este enfoque del materialismo revolucionario se entiende como el traslado natural al socialismo: dadas las condiciones opresivas del sistema capitalista y el hecho de que la mayoría de la población era obrera o campesina, se daba por hecho que tarde o temprano el traspaso al comunismo y el socialismo inevitablemente tendría lugar. Sin embargo, las condiciones históricas se dieron de otra manera, pues posterior a la gran revolución que había sido disparada por el oprobio de la nobleza y la guerra, Europa viró hacia una nueva forma de absolutismo, un sistema político basado en la derivación de todo el poder del estado en un solo conductor. El fascismo tuvo lugar en la Italia de Gramsci, donde el pueblo golpeado y hambriento aceptó las ideas de 11

la tercera posición en contra del comunismo y el liberalismo, la concentración de poder en el duce y la militarización, bajo la promesa de aplacar las huelgas y los “descalabradores” y devolver la paz y la seguridad a la nación. Estos argumentos no pueden sino repercutir en la teoría hobbesiana, que como se decía mantuvo su impacto, y la idea de la necesidad de contar con una fuerza soberana capaz de mantener el orden y la seguridad para garantizar la vida. Por supuesto, la Gestapo y posteriormente la II Guerra demostraron lo falaz de los argumentos, que de todas maneras dejaron sus huellas y volvieron a repetirse en el mundo, y lo hacen todavía ahora. Gramsci va a pensar desde este contexto (desde prisión para ser más exactos) en una actualización de las ideas de Maquiavelo, tomando El príncipe para confirmar el uso de la política como filosofía independiente y aplicable a la praxis para su transformación; haciendo una actualización teórica del nuevo príncipe. Para Gramsci, el príncipe de Maquiavelo más que un tratado es un manifiesto que no hace referencia a una persona real sino que constituye un mito, un ideal de lo que debería ser el príncipe, o lo que en realidad es: una ideología política que opera

sobre un pueblo disperso y pulverizado para suscitar y organizar su voluntad colectiva (Gramsci 2012 p77). En este sentido, el nuevo príncipe debe ser comprendido como aquello que otorga sentido, unifica al pueblo y que será la fuerza espiritual de la política. Y encontrará la identidad de éste en el partido político: “El

príncipe moderno, el mito-príncipe no puede ser una persona real, un individuo concreto; sólo puede ser un organismo, un elemento de sociedad complejo en el que ya se haya iniciado la concreción de una voluntad colectiva reconocida y afirmada parcialmente en la acción. Este organismo ha sido creado ya por el desarrollo histórico: es el partido político, la primera célula en el que se reúnen los gérmenes de voluntad colectiva que tienden a convertirse en universales y totales” (ídem p79) Mediante esta concepción Gramsci de lo que se asegura es de no dejar la suerte del pueblo a la toma espontánea de las armas, sino en organizarse en una voluntad política que tome los principios del partido (de izquierda por supuesto) y que pase estratégicamente a la acción; es decir, que haga política. Podría decirse que Gramsci no cree en la revolución espontánea ni en soluciones mágicas. El sujeto de la praxis 12

política debe ser un partido de izquierda que se organice en un colectivo nacional popular para crear, dirigir, motivar una conciencia nacional, una voluntad colectiva. La revolución no se va a dar por sí misma ni espontáneamente a menos que se haga una reforma moral a su vez ligada a una reforma económica. El italiano establece que el príncipe moderno, al desarrollarse, trastorna todo el sistema de relaciones

intelectuales y morales por cuanto su desarrollo significa, precisamente, que todo acto es considerado útil o dañino, virtuoso o perverso en la medida que su punto de referencia es el príncipe mismo y sirve para incrementar su poder u oponerse al mismo. El príncipe ocupa, en las conciencias, el puesto de divinidad o del imperativo categórico (ídem p83). En su contexto histórico, Gramsci hace un llamado a ser políticamente más despiertos que el fascismo y ser el príncipe de Maquiavelo. Saber ocupar los territorios, ganar las batallas, conservar el poder y ser amado.

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Sobre el poder “No hay que depender de las mayorías silenciosas Evey, El silencio es frágil, un grito puede romperlo” A. Moore. V de vendetta . Libro 3 “La tierra de haz lo que quieras” Hemos transitado en un breve recorrido las teorías políticas que han dado en cierto modo forma al Estado. Sobre todo, se ha tratado de darle un enfoque que atienda las razones del soberano o príncipe en el poder, y el enfoque del Estado como ente opresor. Sin embargo, al principio de este ensayo se planteaba la cuestión de por qué el poder reside en ese lugar, y más allá de que se han visto argumentos de autores que legitiman al soberano en el gobierno, es importante que no quede relegada la importancia del rol de la sociedad misma frente al Estado; pues el ejercicio del soberano en el poder se imposibilita si se le niega el uso de las fuerzas de represión. Ahora bien, que existe un abismo entre esta afirmación y la realidad histórica es un hecho. Las clases dominantes han sabido mantener el monopolio de la fuerza sobre las mayorías oprimidas a pesar de las numerosas revueltas y revoluciones a lo ancho del mapa. Como se repitió numerosas veces, la premisa de una naturaleza humana violenta y la necesidad de un Estado omnipresente y omnipotente, con el propósito de asegurar la vida y mantener la paz sigue vigente, a pesar de la opresión, el hambre y la guerra. Permanece inadvertido el hecho de que es el Estado el que asegura la violencia naturalizada, pues es el que mantiene el sistema intacto, las clases irreconciliables y declara las guerras. En la misma línea se disimula el hecho de que el Estado –más allá de las definiciones enciclopédicas- está regido por un poder soberano, no ya reyes sino partidos y presidentes –personas- que se reservan el derecho de pensar, actuar y decidir con privilegios legales el destino de todo un pueblo. La democracia es el legado de años de lucha con el supuesto de que es a lo máximo a lo que se puede aspirar, y ha tomado parte en la historia como la mejor forma de gobierno, o al menos la más pluralista. Sin embargo, la democracia que se nos presenta no sólo es una democracia restringida por la delegación de poder a unos 14

pocos representantes que serán la voz del pueblo. Antes que una democracia ateniense, más se parece a la idea hobbesiana de democracia donde establecía que el poder de ésta se asemejaba al del monarca, sólo que el pacto en donde todos renunciaban al derecho a resistencia y cedían sus esfuerzos y sus recursos a un soberano se repite cada tantos años. Es decir, el poder sigue estando en manos de uno o un concejo, y el resto es súbdito de ello. Más aún, la democracia no ha podido cambiar la desigualdad que acarrea el sistema económico que la sostiene, sino por el contrario, ha naturalizado a través de la falacia del Estado de bienestar y habiendo aprovechado la caída de gobiernos socialistas, el lugar de obediencia del pueblo, el desarme de la lucha de clases, la vigilancia y el control, y sobre todo el uso de la fuerza legítima. El Estado es hoy más soberano que nunca, ya que en lugar de cuestionarse su existencia, se cuestionan sus gobernantes, que de caer son reemplazados por otros de la misma calaña y defendidos por los mismos intereses. A pesar de que algunas de las figuras hayan ido transformándose a través de los años es indiscutible el poder ejercido simbólicamente a través del representante del estado. Rey, soberano, príncipe, presidente. Nomenclaturas para darle un rostro al poder unificado de unos sobre otros; y con el fin de justificar la opresión del hombre sobre el hombre se han reivindicado sobre las teorías políticas que todavía rigen a pesar de las guerras, las revoluciones y el progreso. En tanto el discurso de la gente de bien siga en pie, con las leyes constitucionales, la defensa al trabajo protegido por el Estado, la democracia partidista y el libre comercio; en un marco de dominación del capital y de un estado policial con una fuerte aversión a los grandes grupos que se toman por sediciosos, el statu quo vigente permanecerá vigente, tanto como tragedia y como farsa. De las múltiples concepciones que se ha hechos sobre el tema, se rescata la de Mijail Bakunin: “está en la naturaleza del Estado al presentarse, tanto en relación a sí mismo como frente a sus súbditos, como el objeto absoluto. Servir a su prosperidad, a su grandeza, a su poder, ésa es la virtud del patriotismo. El Estado no reconoce otra, todo lo que sirve es bueno, todo lo que es contrario a sus intereses es declarado criminal; tal es moral de los Estados” (Bakunin 2012 p160)

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Tomamos estas palabras para entender que la defensa del Estado y de lo que a él compete, es por principio, la defensa de los intereses que se han puesto al servicio de éste, y que son a la vez, los intereses que él mismo defiende. No es cierta la existencia de la naturaleza del Estado; y si así lo fuera, y sería la defensa del orden y la seguridad, y se debería por lo tanto aceptar el uso de la violencia, entonces se desprende la natural necesidad de defenderse contra el Estado. Porque similares argumentos se han usado para la explotación y la esclavitud, y puesto que la libertad ha de conquistarse por cualquier medio por ser derecho inalienable del ser humano, considérese al Estado un enemigo, y no uno sino todos, por esta verdad sublime: la esclavitud de un solo ser humano es la esclavitud de todos.6

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Cita de Bakunin sobre la declaración de los derechos del hombre

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Bibliografía:  HOBBES, Thomas (2010) Elementos filosóficos. Del Ciudadano. Buenos Aires. Ediciones Hydra.  MAQUIAVELO, Nicolás (1982) El Príncipe. Buenos Aires. Hyspamerica.  SKINNER, Quentin (2003) El nacimiento del Estado. Buenos Aires. Editorial Gorla.  GRAMSCI, Antonio (2012) Notas del príncipe de Maquiavelo en El príncipe moderno. En La política y el Estado. Buenos Aires. Editorial Sol90.  CLADAKIS, Maximiliano Basilio (2011) Gramsci: las notas al Príncipe o cómo construir la hegemonía del colectivo nacional-popular. Buenos Aires. Resumen de la charla organizada por la agrupación Las Tres Banderas.  TALANCÓN ESCOBEDO, Jaime Hugo (2008) La violencia política. Texto de la conferencia dictada el 21 de marzo del 2008 en las Segundas Jornadas Sociojurìdicas “Violencia: Visión Interdisciplinaria” en la Facultad de Derecho, Universidad Nacional Autónoma de México.  LENIN, Vladimir Ilich Ulianov (2012) El Estado y la Revolución. Buenos Aires. Editorial Sol90  MARX, Karl (2012) El dieciocho brumario de Luis Bonaparte. Buenos Aires. Ediciones Libertador.  BAKUNIN, Mijail (2012) Dios y el Estado. Buenos Aires. Editorial Sol90

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