España, esa mujer

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Lunes, 8 de octubre de 2012

España, esa mujer En vísperas del 12 de octubre, algunas reflexiones sobre las relaciones entre Argentina y España. Por Héctor Ghiretti - Profesor de Fiolosofía Social y Política La festividad del 12 de octubre no parece definir su identidad de forma satisfactoria. Si el vetusto “Día de la Raza” empleaba un término poco feliz para definir la identidad de pueblos unidos por idioma, cultura y religión, el actual “Día del respeto a la diversidad cultural” es una obra maestra de la estupidez políticamente correcta. ¿Qué festejamos -o deberíamos festejar- en esta fecha? La identidad cultural de los pueblos de raíz hispánica. Para muchos el 12 de octubre es fecha de desgracia y tristeza. Y no se puede negar que el descubrimiento y conquista de América fue un acontecimiento histórico que -entre sus perdurables efectos- produjo dolor, sufrimiento y muerte a pueblos enteros. Pero esta fecha representa la condición de posibilidad de que desde el Río Bravo a Tierra del Fuego, desde las Galápagos a las Baleares podamos considerarnos parte de un gran pueblo, de una Patria Grande. Somos la Gran España, una España continental y bioceánica, que posee en su seno variaciones culturales, mestizajes y modulaciones mucho más ricas y contrastantes que las que se pueden ver en los estrechos confines de la Península Ibérica. Esto debería bastarnos a los hispanoamericanos para reservar a España un lugar privilegiado en nuestro afecto. En mi caso particular, ese afecto se ve aumentado por varias razones, que no viene al caso detallar. Pero la verdad es que en estos tiempos se respira un cierto sentimiento antihispano en la Argentina. Así como a fines del siglo pasado y principios del actual estaba de moda poner a España como ejemplo de nación exitosa, en la segunda década pasó a ser todo aquello que se detestaba. Hoy se resaltan en los medios y las redes sociales las noticias negativas que vienen de allí con un poco disimulada y mezquina satisfacción. El gobierno nacional y su usina propagandística reproduce y comenta cada vez que puede las novedades de la crisis española, aparentemente para resaltar lo bien que están haciendo las cosas aquí. Y es que más allá de las razones enumeradas, las relaciones entre España y la Argentina (y, me atrevo a decir, el resto de las naciones americanas) han sido cambiantes, contradictorias, equívocas o ambivalentes. La metáfora de España como una mujer que se ama y se rechaza podría servir para ilustrar esas cambiantes relaciones. Para los hombres de la Independencia, España era esa madre posesiva, despótica, dependiente y decrépita que no nos dejaba alcanzar la mayoría de edad y la libertad para decidir nuestro destino. Para la Argentina de la generación del 80 y el Centenario se convertía en la pariente pobre y desamparada que recalaba en las costas del Plata, dispuesta a trabajar en los oficios más humildes para ganarse la vida.

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Para los primeros nacionalistas y tradicionalistas de la década del 20, España se transformaba en la Madre Patria, el origen de nuestra cultura, nuestra religión y nuestra forma de ver el mundo. La gozosa revelación parecía suprimir al fin los resentimientos de la Independencia. Para los intelectuales y algunos políticos de la década del 30, la España en guerra aparecía revestida con los atributos de una heroína trágica, pero por razones opuestas. Mientras que unos la veían como la entregada combatiente en la lucha contra el fascismo internacional y por la revolución social, para otros era la abanderada de la Fe y la tradición, montada nuevamente en una empresa imperial y católica contra la amenaza comunista. La España de la posguerra volvió a ser la prima o la tía en desgracia, a la que había que ayudar en su estado de necesidad calamitosa. Durante los años 40 y 50, esa España aislada, pobre y famélica miraría con ojos admirados la potencia económica y el despliegue cultural de sus hijas americanas. Durante los 70 y los 80, España fue percibida desde estas tierras como la prudente y ejemplar dama que conseguía pasar de un estado civil a otro sin violencias ni fracturas sociales, eliminando con serenidad los resabios de la dictadura. Ya en los 90, desde estas latitudes pudimos ver una España muy diferente a las anteriores: ahora se había convertido una viuda madurita, millonaria y descocada (no hace falta nombrar al difuntísimo) que venía a hacer buenos negocios y también a divertirse con los efebos nacidos en esta tierra. Y encontró aquí una clase política y empresarial dispuesta a satisfacer todos sus caprichos. A principios del nuevo siglo, España se había convertido para muchos argentinos en la generosa madre de pechos pletóricos que acogía en su seno a los fugitivos de un país en llamas. Asimismo, pasaba a ser el modelo económico y político a seguir: muchos reclamaron un “pacto de la Moncloa” argentino. Pero el idilio no duraría mucho: con el estallido de la crisis financiera de 2008, el “milagro español” sufriría un doloroso ajuste a realidad. España volvía a ser aquella viudita alegre y descocada, pero ahora arruinada por sus excesos e imprudencias y perseguida por sus acreedores. Quizá no sea razonable esperar una relación menos cambiante e inestable entre quienes no pueden poner la cabeza y el corazón de acuerdo. Pero valdría la pena intentarlo. Los argentinos deberíamos evitar las ridículas simplificaciones y clichés sobre la obra española en América (“nos conquistaron”) y también los despuntes de envidia -ese vicio propiamente hispano, al decir de Unamuno- contra los éxitos de España. Y entender que cada retroceso español es un retroceso de todas las naciones del continente. La Argentina, por su parte, debería buscar una relación privilegiada y estrecha con España, evitando en lo posible todo conflicto superfluo o menor, en la inteligencia de que se trata de un vínculo que trasciende con mucho las alternativas relacionadas con intereses inmediatos. España es, sin dudas, madre de naciones. Pero debe entender que sus hijas ya no son niñas sino mujeres adultas, con las que es preciso dialogar y ponerse de acuerdo como pares. América no es el patio trasero de España en sus relaciones con Europa. Quizá la única forma de sobreponerse de la compleja crisis que la aqueja es trabajando en una nueva y mejor articulación, como sólo ella podría hacerlo, de su identidad americana y europea. Las opiniones vertidas en este espacio, no necesariamente coinciden con la línea editorial de Diario Los Andes.

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