Kirchnerismo deseado: drama intelectual en tres actos

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Viernes, 27 de noviembre de 2015

Kirchnerismo deseado: drama intelectual en tres actos Héctor Ghiretti - Profesor de Filosofía Social y Política Acto primero: El recelo No resulta fácil encontrar un gobierno argentino que haya despertado más adhesiones ni expectativas entre los intelectuales que los de Néstor Kirchner y Cristina Fernández. Cabe incluso afirmar que durante nuestro siglo XX, los presidentes que podrían haber movido más simpatías entre la gente de pensamiento y de letras, por sus proyectos modernizadores y su voluntad de cambio, fueron los que más críticas y ataques recibieron de estos últimos: Yrigoyen y Perón. Los forjistas advirtieron el valor del yrigoyenismo después de que fuera derrocado. El peronismo apareció a sus ojos como el gran proyecto nacional recién con posterioridad a setiembre de 1955. Tampoco el de los intelectuales hacia el kirchnerismo fue un amor a primera vista porque, al principio, se los juzgó por su pasado. Y su pasado era un menemismo abyecto y entusiasta. La adhesión de los intelectuales a los gobiernos K es un fenómeno que tiene múltiples causas, de las que vale la pena destacar dos: un factor coyuntural, otro generacional. La crisis del llamado modelo neoliberal produjo, en los últimos años del siglo, un movimiento pendular hacia el signo ideológico opuesto. La cultura de izquierda, esta vez combinada y potenciada con discursos nacionalistas y estatistas, se impuso en casi toda América Latina. El clima del país después de la crisis de 2001 era particularmente receptiva a este tipo de relatos. Los K entendieron bien el signo de los tiempos, al menos en el plano del discurso. Por otro lado, quienes protagonizaron la radicalización política de fines de los ’60 y principios de los ’70, se acercaban con cierta inquietud al otoño de sus vidas. En el kirchnerismo vieron revivir los viejos ideales de la patria socialista s se transformó, para ellos al menos, en el último tren de la revolución. El conflicto con el campo, en 2008-2009, terminó de convencer a los irresolutos, cuando pareció que el gobierno se decidía a plantar cara a la oligarquía terrateniente y a la prensa hegemónica -venerables objetos de odio del museo de las simplificaciones ideológicas- y pelear la “madre de todas las batallas”. Acto segundo: La gran ilusión El saldo de estas confrontaciones difícilmente puedan contarse como victorias del autodenominado campo nacional y popular. Pero la coincidencia de estos elementos produjo un interesante fenómeno. Por un lado, un cúmulo importante de intelectuales saludó con entusiasmo y júbilo el gobierno de los Kirchner.

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Por el otro, el gobierno compensó ese servicio con un generoso torrente de dádivas en el área de educación, ciencia, cultura y comunicación. Esta provechosa interacción fue cosechando cada vez más adeptos y beneficiarios. Las conversiones se mostraron a la orden del día. Por un momento, mientras el gobierno de Cristina parecía tomar el camino de la radicalización ideológica, los intelectuales afectos vieron sus expectativas a punto de realizarse: ¿quién inspiraría el proceso sino ellos, los intelectuales de vanguardia? El kirchnerismo encarnó la figura “tirano bueno”, poseedor de la suma del poder y una voluntad de cambio: el régimen político ideal, según Alexandre Kojéve, para los filósofos con vocación reformista. Y sí. Había motivos para esa esperanza, en algunos gestos, en el discurso, en políticas culturales, en decisiones de Estado, en el planteamiento de postergados pero urgentes conflictos. Pero la convocatoria a la inteligencia militante nunca se dio. Carta Abierta se funda en un equívoco fundamental: pensar que son (o que podían devenir en) inspiradores de un proyecto político, cuando en realidad no pasaron de meros legitimadores ideológicos ex post. Se advierte aquí la verdadera naturaleza del grupo: críticos literarios reconvertidos en pensadores políticos. El dispositivo retórico que puso a su servicio fue el recurso antiguo y trilladísimo del nuevo origen, “parteaguas”, “hito fundacional”, “punto de inflexión”, “radical novedad”, “anomalía” (las metáforas son abundantes). Se buscaba crear una nueva conciencia, una identidad política refundada. La esperanza se mantuvo en pie a pesar de que las verdaderas transformaciones demoraran en llegar: no se evolucionó a un sistema democrático más perfecto que representara la voluntad popular mejor que su modalidad liberal; no hubo cambios en la propiedad de los medios de producción ni en las relaciones que de ellos se derivaban ni tampoco se modificó la estructura de la sociedad argentina. Acto tercero: Despertar, seguir soñando La esperada aurora del pueblo nunca llegó. El gobierno, privado ya de las ventajosas condiciones del capitalismo global sobre las que asentó su famoso “modelo productivo de acumulación con matriz diversificada e inclusión social” y exhibido en sus vergüenzas, sus fracasos, sus miserias y sus contradicciones, decidió no obstante potenciar el discurso radicalizado, la retórica contestataria. Ante esta evolución del kirchner-cristinismo, sus intelectuales afectos no se permitieron observaciones críticas ni el distanciamiento que exigía la progresiva brecha entre discurso y realidad. ¿Qué razones tendrían para redoblar su apuesta y confirmarse en una fidelidad resistente a cualquier contraste o desengaño? Vamos a descartar para el análisis los intereses relacionados con beneficios personales o privilegios simbólicos o materiales que, aunque existen, no son decisivos para el común de los hombres de pensamiento. Una de ellas es que algunos de estos intelectuales fueron formados según el funesto paradigma conocido como “giro lingüístico de la filosofía”, que teóricamente afirma que el desarrollo del saber filosófico, de las humanidades y de las ciencias sociales no puede lograrse sin un análisis previo del lenguaje, pero en la práctica sustituye el segundo por lo primero. De ese modo, los intelectuales K están atrapados dentro del discurso gubernamental -al que sienten como propio porque habla en sus propias categorías, en su propio idioma- y sin posibilidad de poner los pies en otro territorio al que no sospechen como un artificio del lenguaje. La “realidad”, para ellos, no es más que otra construcción discursiva de los enemigos del gobierno. La transformación ya se dio, es ésta. Quienes perteneciendo a la tradición marxista mantienen la observancia gubernamental, explican su adhesión con categorías de Gramsci: la hegemonía se conquista primero en el plano cultural, después en el político y finalmente se avanza en las transformaciones económicas y sociales. El cambio todavía no llega, pero hay que tener paciencia. Las alternativas, en caso de que el “modelo” fracase, no podían ser más ominosas. Descartando a la izquierda clasista -sectaria y minoritaria- y a la centroizquierda débil e impotente, con corazón de pollo y sin proyecto de http://www.losandes.com.ar/article/print/articulo/kirchnerismo-deseado-drama-intelectual-en-tres-actos

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poder, queda la centroderecha liberal, oportunista, que dará lugar a los poderes fácticos, supuestamente postergados por el proyecto nacional y popular. Pero una cosa es caer derrotados en campo abierto, con las banderas desplegadas y a tambor batiente, y otra es darse cuenta de que el alto mando ha decidido un cambio de bando. La candidatura de Daniel Scioli fue un tácito reconocimiento de la derrota del kirchnerismo en su formulación ideológica. El discurso no se ha alterado pero los emisores ya no son de fiar. Entonces los intelectuales del régimen se aferran al lenguaje, que es su verdadera patria. “Me queda la palabra”, escribía el poeta español Blas de Otero. ¿Pero la palabra de quién? La retórica del avance se trueca por el de la conservación, la defensa. Habiéndose una vez imaginado en la rauda locomotora de la revolución, los intelectuales K contemplan, cual niños mustios, cómo el trencito de la alegría se acerca al fin se su periplo festivo, al llegar al punto en el que lo abordaron. Algún día tendremos que escribir estos años de historia intelectual en la Argentina: no creo que la podamos contar entre sus épocas más lúcidas.

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