La autocensura como fenómeno pragmático (2016) [Self-Censorship as a Pragmatic Phenomenon]

May 23, 2017 | Autor: José Portolés | Categoria: Discourse Analysis, Censorship, Pragmatics
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La autocensura como fenómeno pragmático Self-Censorship as a Pragmatic Phenomenon

[en Joanna Wilk-Racięska, Agnieszka Szyndler, Cecylia Tatoj (eds.), Relecturas y nuevos horizontes en los estudios hispánicos, Wydawnictwo Uniwersytetu Śląskiego, Katowice, 2016, pp. 136-152]

Summary In Pragmatics, censure is considered to be part of a triadic interaction, in which a third participant impedes or tries to impede communication between a sender and a receiver. In the case of self-censorship, one participant in the interaction, because of his understanding of mind theory, predicts what might constitute a threat to the ideology of the censor and try to avoid it. In such a situation, we can distinguish between the self-censorship of the sender of a message and that of the receiver. When the sender self-censures, as is most common, he or she may effect total censure – by avoiding, suppressing, or replacing the message – or may only effect partial censure, whereby he or she is limited to modifying the message to make sure the censor is not offended.

Key-Words Pragmatics, self-censorship, triadic interaction, mind theory, discursive identity.

1. La censura como concepto pragmático 1

En su estudio del uso de la lengua, la pragmática recurre frecuentemente a términos del habla cotidiana. Emplea cortesía, conversación, contexto o ironía de un modo técnico que, si bien no es aplicable a todas las apariciones de estos sustantivos en las conversaciones diarias, tampoco les es ajeno. Wilson y Sperber (1992) se sirven del término ironía para clasificar algunos usos lingüísticos en los que quien habla presenta sus palabras como un eco de las palabras de otra persona al tiempo que se distancia de lo que se dice en ellas (v.gr. «¡Cuánto silencio!», dicho por una profesora que escucha a un grupo ruidoso de estudiantes). Se trata, pues, de un empleo terminológico de una palabra común. No obstante, también se pueden documentar usos del nombre ironía o del adjetivo irónico que no se acomodan a la descripción del fenómeno efectuada por estos autores. No es difícil escuchar, por ejemplo, que alguien ha llevado a cabo «un comentario irónico» en ocasiones en las que simplemente ha realizado un comentario con tono burlón sin que sea posible reconocer eco alguno. Así pues, el concepto 1

Esta investigación ha recibido una subvención del Ministerio de Educación español al proyecto FFI2013-41323-P.

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pragmático de ironía de Wilson y Sperber solo abarca parte de los usos de la palabra irony/ironía del inglés o el español actuales. La situación es semejante si se pretende especificar con criterios pragmáticos un uso terminológico del sustantivo censura y del verbo censurar. Por una parte, en un estudio como el presente se puede reconocer la mayor parte de los fenómenos discursivos estudiados como ejemplos de censura, pero, paralelamente, se percibirá que otros usos habituales de estos dos lexemas quedan fuera de la categoría aquí delimitada. El Diccionario del español actual [DEA] de Seco, Andrés y Ramos (1999: s.v.) tiene «reprobación» como primera acepción de censura. Una de las citas que presenta como ejemplo es: «…para aguantar cara a cara las miradas de censura de mi tía Juana» (J. Benet). Pues bien, no es esta la acepción que nos interesa sino la segunda: Examen oficial de publicaciones, emisiones, espectáculos o correspondencia, con el fin de determinar si hay algún inconveniente, desde el punto de vista político o moral, para su circulación, emisión o exhibición.

De acuerdo con esta segunda definición, existe un tipo de interacción de tres participantes —una interacción triádica— en la que un tercero —quien actúa como censor— examina lo que un emisor quiere comunicar a su destinatario. Obsérvese que esta característica fundamental de la segunda acepción no se da necesariamente en la primera, ya que para la «reprobación» son precisos únicamente dos participantes en la interacción: quien reprueba —la tía Juana— y quien ha cometido la acción reprobable —el sobrino que sufre sus miradas—. Así pues, si se toma como rasgo distintivo de la categoría pragmática censura el hecho de haber un tercer participante, la simple reprobación queda fuera del uso terminológico de censura y censurar que se propone (Portolés 2009). De todos modos, tampoco la segunda acepción del DEA se acomoda por completo a nuestros intereses. Es demasiado restrictiva para un estudio que aspire a fijar un concepto pragmático, pues se ocupa únicamente de uno de los episodios históricos de censura: la censura previa oficial. En realidad, cualquier persona puede censurar —esto es, llevar a cabo un acto censorio—, aunque no pertenezca a una institución oficial. También censuran, pongamos por caso, unos padres que prohíben a sus hijos discutir entre ellos de política a la hora de comer o quien marca como inapropiado el comentario de una noticia a sabiendas de que, con esta marca, los administradores de un periódico digital la eliminarán de la página web. Adviértase que, de nuevo, en estas interacciones al menos existen tres participantes —varios hijos, por un lado, y los padres, por otro; quien colgó el comentario, quienes tal vez desearían leerlo y quien lo marca para que desaparezca—.

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Ciertamente, los padres y el lector agraviado carecen de la identidad global de censor que gozaría un empleado de una censura oficial, es decir, no se reconocerían a sí mismos como censores y, si se les preguntara si lo son, lo negarían; no obstante, tienen una identidad local o discursiva censoria (Portolés 2013). La identidad discursiva la disfrutan los participantes en las interacciones y no es algo que sean esas mismas personas independientemente de lo que hagan (Schegloff 1991; Antaki y Widdicombe 1998). Desde esta perspectiva, se puede considerar que la identidad de alguien en una interacción particular puede ser la censoria siempre que impida — o trate de impedir— a otra persona que comunique algo por ser contrario a una ideología —el «inconveniente desde el punto de vista político o moral» de la definición del DEA—. Igualmente, actuará como censor si castiga por un mensaje, pues este aspecto punitivo de la censura busca un escarmiento que lleve a la elusión de futuros mensajes que amenacen la ideología censoria. En definitiva, se propone en este capítulo un uso terminológico dentro de la pragmática de censurar: Censura quien, por motivos ideológicos, impide y/o castiga la comunicación entre un(os) emisor(es) y su(s) destinatario(s).

En fin, una vez concretado este concepto de técnico de censura, se puede explicitar el de autocensura.

2. La autocensura Es sencillo imaginar al censor como a una persona con tijeras o un lápiz rojo, es decir, como alguien que impide activamente que el discurso de un emisor llegue a su destinatario; sin embargo, el censor más efectivo es aquel que ni siquiera llega a actuar. Como afirma John M. Coetzee (2007: 26): «La censura espera con ilusión el día en que los escritores se censurarán a sí mismos y el censor podrá retirarse». Dicho con otras palabras, la aspiración de la censura acostumbra a ser la autocensura. Un ejemplo. Los cárteles de narcotraficantes mexicanos tratan de impedir la difusión de sus fechorías. En 2009, se encontró el cadáver del periodista José Vladimir Antuna de El Tiempo de Durango con el siguiente texto: «Esto me pasó por dar información a los militares y escribir lo que no se debe. Cuiden bien sus textos antes de hacer una nota». Los crímenes contra periodistas y atentados contra medios de comunicación tiene como fin el silencio y, en buena parte de los

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casos, lo logran: muchos periódicos del norte de México han decidido limitar su información sobre el narcotráfico a la reproducción de los comunicados oficiales (Jacobo G. García, en www.elmundo.es, 2/12/2009). La autocensura es posible porque quien desea comunicar algo constituye, como todos los seres humanos, un psicólogo espontáneo, esto es, posee una capacidad de lectura de la mente de las otras personas ―también llamada por los cognitivistas teoría de la mente (Scholl y Leslie 1999: 132)— y prevé aquello que el censor va a percibir como una amenaza para la ideología que defiende. Las habilidades que se hallan detrás de la adivinatoria lectura de la mente son ejercitadas primero en la cuna. Los bebés de dos meses miran fijamente a los ojos; los de seis meses saben cuándo están mirando fijamente de nuevo; cuando tienen un año de edad los bebés miran aquello que sus padres están mirando fijamente y miran a los ojos de un padre cuando no están seguros de por qué hace algo. Entre los dieciocho y los veinticuatro meses, los niños empiezan a separar los contenidos de las mentes de otras personas de sus propias creencias. Hacen resaltar esa habilidad con un hito aparentemente sencillo: fingiendo. Cuando un pequeño juega con su madre que le dice que el teléfono hace ring y le acerca un plátano, el niño separa los contenidos de su simulación (el plátano es un teléfono) de los contenidos de su propia creencia (el plátano es un plátano [...]). A la edad de cuatro años, los niños pasan una prueba de conocimiento muy estricta en relación a otras mentes: pueden atribuir a otros creencias que ellos mismos saben que son falsas. (Pinker 2001: 427)

Gracias a esta teoría de la mente, durante la última dictadura argentina, Emilio Pernas, librero de La Plata, se deshizo de muchos libros de ideología de izquierdas, aunque, en realidad, «a mi librería nadie vino a buscar libros, yo mismo los sacaba de la vidriera, los mandaba atrás y después me los sacaba de encima, uno solo sabía lo que tenía que hacer, no vino nunca nadie a decirme qué tenía que vender o no, a mí no me llegaban listas» (Bossié 2008). Este librero se autocensuró en su labor de difusor de textos (§ 6). No lo hizo de acuerdo con su ideología ni con la de sus clientes, sino con aquella que reconocía en la mente de los censores gracias a su capacidad de lectura de la mente. Antes de proseguir, advirtamos que, pese a que el censor oficial en estas ocasiones no actúa de forma activa —no secuestra los libros en la librería—, si alguien se autocensura no evita la censura, al contrario: él mismo es el censor que prohíbe el mensaje, de lo que se libra, en todo caso, es del castigo. Así pues, quien se autocensura adquiere como identidad discursiva — aquella que se reconoce en la propia interacción— la de censor.

3. Autocensura, actividades de imagen y acomodación

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La delimitación del término censura que se ha propuesto elimina de nuestro estudio algunos otros usos de este término, en particular el de censura estructural de Pierre Bourdieu. Bourdieu (2001: 100) explica la comunicación como un mercado en el que los signos lingüísticos son bienes simbólicos por los que se obtienen beneficios. Esto hace que el hablante se esfuerce en obtener un máximo de beneficios. Considera, asimismo, que la coerción del mercado reviste una forma de censura —de autocensura, en concreto— porque determina como un pago tanto la manera de hablar entre dos personas como aquello que podrían decirse (Bourdieu 2001: 115). Los estudios sobre cortesía dentro de la pragmática, sin embargo, conciben de otro modo las relaciones en la interacción verbal. El sociólogo canadiense Erving Goffman (1972) defendió que, al comunicarnos, los seres humanos presentamos una imagen (face) de nosotros mismos que esperamos que respete nuestro interlocutor. Para conseguirlo, en la interacción se produce una serie de actividades de imagen (facework). Supongamos que alguien no comenta a sus conocidos los apuros económicos por los que está pasando. No se trata de un caso de autocensura, sino una actividad de imagen que es propia de toda interacción: cómo nos presentamos a nosotros mismos y cómo esperamos que los demás nos admitan. Dentro de la sociolingüística, un concepto cercano al de actividad de imagen de la pragmática es el de acomodación. La acomodación consiste en el ajuste verbal o no verbal de los comportamientos comunicativos entre los participantes en una interacción. Este ajuste se produce con el fin de o bien reducir las diferencias lingüísticas y comunicativas entre ellos —convergencia— o bien acentuar estas diferencias —divergencia— (Moreno Fernández 2012: 33-34 y 238-240). No tener en cuenta lo consustancial con el ser humano de estas actividades de imagen o de acomodación encamina a Bourdieu a hallar una generalización de formulaciones de compromiso —«eufemismos», en sus términos— en la mayor parte de los discursos. Estos compromisos se deberían a una transacción entre aquello que hay que decir y la censura, en su opinión, inherente a toda producción lingüística (Bourdieu 2001: 116). Con todo, la posición que se adopta en estas páginas es diferente. Si a un pasajero de autobús, siguiendo la norma española le decimos: «Perdón» o «¿Va usted a salir?» 2, le estamos instando a que se aparte para dejarnos bajar. Esta no es una expresión censurada frente a «Apártate», sino una forma que transmite lo que se tiene intención de comunicar sin añadir una ofensa. No existen expresiones naturales en una lengua que se correspondan a un buen salvaje absolutamente desinhibido, todas son 2

Muchos latinoamericanos dirían: “Permiso”.

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estímulos que pretenden comunicar de un modo ostensivo lo que se desea en un contexto determinado. De acuerdo con este punto de partida, no se ha de identificar la exigencia de formas de cortesía, de persuasión o de acomodación —«eufemización», en términos de Bourdieu— con censura. Existen, incluso, culturas que se caracterizan por la elusión del verbalismo y no por ello hemos de apreciar que sean culturas intrínsecamente censuristas; así, por ejemplo, la cultura japonesa no comparte con la occidental la preocupación por comunicar todo con palabras. Los japoneses educados limitan la expresión de sus deseos y opiniones personales, porque se podrían considerar ofensivos; y se valoran como inmaduras las personas que no saben comportarse de este modo (Goddard y Wierzbicka 2008: 339-342). En definitiva, delimitar la censura a una interacción con al menos tres participantes va a evitar una generalización como la de Bourdieu, que, en realidad, embota el concepto de censura como instrumento de análisis 3. Dentro de la jurisprudencia de EE.UU. sobre la libertad de expresión dentro de los centros de enseñanza, se percibe una distinción semejante a la que se presenta en estas páginas. En 1988 una sentencia del Tribunal Supremo en el caso Hazelwood vs. Kuhlmeier mantuvo que si se empleaba un periódico de la escuela dentro de un asignatura, los educadores podían ejercer el control sobre el «estilo y el contenido» de acuerdo con el fin de formar a los estudiantes. Sin embargo, no sucedería lo mismo con las opiniones vertidas por estudiantes desde sus ordenadores personales o por asociaciones universitarias de estudiantes (Paxton 2008: 115-128). Si se tiene en cuenta la propuesta de la censura como un tercero, se puede considerar que, en el caso de publicaciones y escritos de estudiantes que sean evaluados dentro de una asignatura, el verdadero destinatario del escrito es el profesor que ha de corregirlo. Esto no sucede en otras opiniones estudiantiles que no se encuentran adscritas a una asignatura. En estas ocasiones, la dirección de los centros se convierte en tercero y, si prohíbe algún tipo de difusión, actúa como censor.

4. La delación No obstante, la distinción entre actividad de imagen o acomodación y la autocensura se complica por el temor a la delación. Aunque es posible que el censor no tenga acceso directo a aquello que se dice en una interacción verbal determinada, quien comunica puede temer que

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Tampoco serían casos de autocensura según nuestra definición aquellos que presentan Cook y Heilmann (2013) como autocensura privada por restricciones a uno mismo (private self-censorship by self-constraint). La razón sería la misma que se aduce para Bourdieu.

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alguno de los receptores directos o indirectos lo denuncie y, por consiguiente, se autocensura. Después del triunfo del partido nazi en 1933, el temor a la delación trajo consigo un mayor cuidado con lo que se decía, “en no pocas ocasiones alguno interrumpía bruscamente su discurso y miraba a su alrededor con rapidez para cerciorarse de que nadie había malinterpretado sus palabras” (Haffner 2001: 97). En los regímenes censuristas la delación se generaliza y es frecuente documentar, por poner un ejemplo extremo, el hecho de denuncias entre miembros de la propia familia 4. En 1557 la Inquisición arresta al francés Esteban Jamete —Étienne Jamet— por una denuncia secreta de su mujer y su suegro, que lo acusaban de no ser un buen católico (Kagan y Dyer 2010: 67). En la década 1770 un hermano del poeta y dramaturgo Tomás Iriarte, que era fraile dominico, lo denunció también ante el Santo Oficio por poseer libros prohibidos (Deacon 2004: 831). Un último ejemplo, el régimen soviético convirtió en héroe y mártir al niño Pávlik Morózov, que, de acuerdo con la propaganda, había denunciado a su padre por un comportamiento «contrarrevolucionario». Su delación se enseñaba como ejemplo en las escuelas de la URSS (Shentalinski 2006: 303). No es extraordinario, pues, que la delación se convirtiera en un fenómeno tan habitual en las repúblicas soviéticas que explicaría que circularan chistes como el siguiente. Alguien le pregunta a otra persona por qué está en la cárcel y este le responde que por pereza. «¿Cómo?», replica el primero y recibe como respuesta: Pues mira, un día estuve hablando de política con un conocido y me fui a dormir pensando que al día siguiente lo denunciaría ante los órganos. Pero por la mañana vinieron por mí. Se ve que el otro fue más espabilado que yo. (Shentalinski 2006: 308)

Cuando el delator depende de la organización del censor, se convierte en confidente. Los confidentes pueden ser reclutados por distintos medios, Solzhenitsyn (2011: II, 382) enumera los distintos pasos del reclutador: el ideológico —“¿Es usted un buen soviético?”—, el que ofrece beneficios y el que amenaza con algún castigo bien directamente a su persona bien a sus seres queridos. Una vez concretado qué se va a entender como autocensura, se van a diferenciar tres tipos principales: la autocensura del emisor, la autocensura del difusor y la autocensura del

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“Para probar el delito de herejía en el Santo Oficio se admiten al hijo contra el padre y al padre contra el hijo, a la esposa contra el marido y al marido contra la esposa, al siervo contra el amo y al amo contra el siervo.” (E. Masini [1621], cito por Mereu 2003: 203).

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receptor. En los tres casos quien hubiera comunicado o recibido un mensaje de un modo determinado evita hacerlo por miedo a la prohibición y/o al castigo de un tercero 5.

5. La autocensura en la emisión Los seres humanos poseemos representaciones mentales de estados de cosas reales o imaginarios. Cuando estas representaciones pasan a ser dichas o escritas, se convierten en representaciones públicas, ya que pueden ser percibidas por los demás (Sperber 1996). Son, entre otras, representaciones mentales de estados de cosas las creencias, las intenciones, los temores, los pesares o las preferencias. Los signos, los enunciados dichos o escritos y las imágenes constituyen, en cambio, representaciones públicas. En la mayor parte de las ocasiones las representaciones mentales no llegan a ser públicas: pensamos cosas que no llegamos a decir, ni a escribir, ni a dibujar. No obstante, en las situaciones de autocensura representaciones mentales quedan sin formularse con la representación pública que se hubiera escogido si no hubiera existido la censura. Dentro de esta autocensura del emisor, se puede diferenciar entre una autocensura total y una autocensura parcial. La total puede darse bien al no hacer públicas ciertas representaciones mentales, al no difundir las representaciones públicas que ya se han fijado en algún soporte o al sustituir el mensaje que se hubiera deseado comunicar por otro distinto que no se tenía intención de comunicar (§ 5.1). Asimismo, también es posible que el emisor se autocensure parcialmente en la formulación de su mensaje por temor a un tercero y escoja otra distinta, para evitar la prohibición y/o el castigo (§ 5.2).

5.1. La autocensura total En su Homenaje a Cataluña Orwell comenta que los milicianos españoles en el frente de Aragón sabían dos expresiones en inglés: una de ellas era O.K., baby y la otra se la habían oído a las prostitutas de Barcelona cuando se dirigían a los marineros ingleses. Orwell no la cita, porque

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Nuestra propuesta se distancia de otras como de la de Horton (2011). Este autor no diferencia interacciones de dos y tres participantes, lo que le conduce a unir bajo el término autocensura nuestras actividades de imagen y acomodación, y una censura en la que el emisor es instrumento de otro distinto de sí mismo, que sería la que aquí se analiza. No obstante, también hay que precisar esta última consideración de Horton, pues, como se podrá comprobar en lo que sigue, los hechos documentados muestran que es una simplificación comprender que quien se autocensura constituye en todos los casos un mero instrumento del verdadero censor.

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teme que los cajistas británicos se nieguen a componerla e imprimirla (Orwell 2009: 98). En definitiva, Orwell elude algo que hubiera querido decir y, en consecuencia, se autocensura Cuando el mensaje ya está fijado en un soporte —esto es, cuando se ha convertido en un texto—, quien se autocensura puede o bien destruir los documentos o bien limitarse a no difundirlos. Durante la Revolución Cultural china (1966-1976), el escritor Gao Xingjian quemó por temor todos los textos inéditos que había conservado en una maleta (Báez 2011: 329). La otra posibilidad es posponer la circulación de un texto para evitar el castigo censorio. Descartes la eligió después del proceso inquisitorial contra Galileo (1633). Temeroso de sufrir una pena semejante 6, dejó sin publicar su Traité du monde. Esta obra se conoció después de su muerte (Eisenstein 1994: 225; Infelise 2004: 50). En los casos anteriores, la autocensura acarrea una ausencia de mensaje. Dennis Kurzon (2007) se refiere a este tipo de elusión como silencio temático (thematic silence); no obstante, este mismo autor reconoce que, en realidad, en muchas ocasiones no se trata de un verdadero silencio, pues frecuentemente quien evita un asunto comunica otros diferentes. Esto se debe a que la ideología del censor no atiende a todo tipo de discursos y que el resultado de la autocensura en relación con ciertos asuntos censurables no conduce de forma obligatoria al silencio: simplemente, se habla de otra cosa. Así, no es extraño que en épocas censuristas los periodistas inquietos pidan corresponsalías en el extranjero y, de esta manera, puedan informar de asuntos de otros países que tienen vedados en su tierra (Carandell 2003: 46). Una consecuencia de esta conjunción de la censura y de la necesidad de emitir un mensaje, como le sucede a alguien que tiene el periodismo como profesión consiste, en que, una vez que se comprueba que un asunto no es incriminado, se presentan nuevos mensajes que se acomodan a lo que ya ha sido autorizado con anterioridad. Se trata del sistema autorreproductivo de la censura (Andrés de Blas 2008: 28). Así, por ejemplo, los doctorandos en la Rusia soviética buscaban en otras tesis ya aprobadas fragmentos de Lenin o Stalin que pudieran aprovechar para sus propias tesis. Con su repetición, estaban seguros de que su trabajo se acomodaba a una ortodoxia que ya había superado tribunales anteriores (Berlin 2009: 252). Dentro de la autocensura con sustitución del mensaje, existe una situación extrema que ya reconoció John Locke (1999 [1666]: 32). Locke estableció distintos grados de imposición en los asuntos de opinión. El menor es que se prohíba que una opinión se publique o difunda, el 6

A saber: abjuración pública, reclusión domiciliaria y, durante el proceso, «riguroso examen», es decir, tortura (Mereu 2003: 295, 310 y 359).

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siguiente consiste en forzar a renunciar a una opinión y el tercer grado obliga a profesar la opinión contraria. Así pues, del mismo modo que el censor puede imponer la omisión de un asunto, también puede obligar al emisor al uso de la palabra de un modo contrario a aquello que hubiera querido comunicar 7. Que en muchas ocasiones el censor no se satisface solo con la elusión de asuntos se puede documentar con datos históricos. Uno de los objetos de denuncia contra el novelista Friedrich Reck en la Alemania nazi fue que no saludaba con un Heil Hitler (Reck 2009: 240), esto es, no le valía únicamente con callar sus opiniones sobre el régimen, tenía que decir lo contrario de lo que pensaba. En cuanto a la URSS, el Congreso de Escritores Soviéticos de 1936 criticó a Isaac Bábel por llevar varios años sin publicar, a lo que replicó con sorna: «Siento un respeto tan infinito hacia el lector que enmudezco, callo. Se me conoce como un gran maestro del arte del silencio». Bábel fue detenido en mayo de 1939 y fusilado en enero de 1940 (Shentalinski 2006: 39-113). De este modo, en la URSS se limitó lo que se ha llamado «exilio interior» en los regímenes dictatoriales, es decir, los intelectuales que no compartían la ideología del régimen en muchos casos no pudieron simplemente permanecer callados, sino que tuvieron que prestar un apoyo activo a unos principios en los que no creían (Berlin 2009: 240).

5.2. La autocensura parcial En una retransmisión televisiva en EE.UU. de la década de 1960 los Rolling Stones tuvieron que cambiar un «Let’s spend the night together» en «Let’s spend some time together» (Paxton 2008: 86); en suma, no se prohibió la canción por completo, pero se tuvo variar parte de su letra para que esta no amenazara la ideología del censor. Ciertamente, autores de talento pueden sustituir una autocensura total por ejercicios de ingenio para escapar parcialmente del censor. Cuando lo logran, consiguen comunicar aproximadamente aquello que desean, eso sí, sin la formulación lingüística que hubieran elegido de haberse encontrado libres de censura. En la década de 1940 se prohibió que el programa de Radio Toledo “Altavoz deportivo” informara de cómo variaba el marcador en un partido entre el Madrid y el Barcelona. Para conseguir salvar esta prohibición, se aguzó el ingenio: cada vez que el Barcelona metía un gol se radiaba música de sardana y cada vez que lo hacía el Madrid, un chotis (Multigner 1989: 279).

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En un estudio sobre la espiral del silencio, Hayes (2007) señala que muchas investigaciones sobre esta propuesta se centran en el silencio de quien teme quedar socialmente aislado y olvidan el hecho de que en ocasiones es imposible este silencio. Algo semejante sucede con la autocensura, los estudios no acostumbran a mencionar otras autocensuras que no sean el silencio o la elusión de los asuntos (cfr. Anthonissen 2008).

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También en ocasiones el emisor y el censor pueden negociar un discurso hasta que el segundo no lo considere ofensivo para su ideología. Por indicación de la censura fascista, el editor italiano de In Dubious Battle de Steinbeck —Bompiani— tuvo que añadir al comienzo una nota del editor que decía: «Romanzo, dunque, di lavoro e di scioperi, espressione del presente travaglio sociale ed economico nord-americano», con la intención de confinar lo narrado a EE.UU. (Dunnett 2002: 112). Asimismo, durante el franquismo los autores censurados podían ocasionalmente argumentar ante los censores y defender su texto o, al menos, justificar una modificación limitada, es decir, una autorreescritura censurada 8. El escritor Isaac Montero refiere el siguiente diálogo con el censor sobre las galeradas de su novela Alrededor de un día de abril. El funcionario había subrayado con rojo el adjetivo «insólito»: —Insólito, no —dijo—. Insólito, no, evidentemente. —¿Y por qué no insólito? —le respondió el autor. —Hombre, insólito es una palabra demasiado rotunda. Mejor desacostumbrado, por ejemplo. —Son sinónimos —volvió a contestar Montero—. No cambia en nada el sentido de la frase. —Sí cambia; claro que cambia. Insólito es una palabra esdrújula. ¿No se da usted cuenta? —Sí, desde luego. —Los esdrújulos siempre proporcionan un matiz malsonante, agresivo. ¿No se da cuenta, de verdad? Sí, hombre, usted lo sabe mejor que yo. El problema no está en lo que digamos, sino en las formas. (Cisquella, Erviti, Sorolla 2002 [1977]: 49)

6. La autocensura en la difusión y en la distribución de los mensajes Los censores no solo castigan a los autores de los mensajes que amenazan su ideología, sino también a quienes los difunden. Un edicto del Santo Oficio romano de 1623 tenía un post scríptum en el que se amenazaba expresamente, aparte de con el secuestro de la mercancía, con multas y penas severas a libreros, tipógrafos, mensajeros, barqueros o comerciantes que hubieran vendido, publicado o transportado libros sin gozar de la oportuna autorización inquisitorial (Mereu 2003: 181). Es explicable, pues, que estas personas también se autocensuren y dejen de difundir obras, no por sus propios criterios, sino por los que suponen a la ideología censoria — recuérdese el librero de La Plata (§ 2)—. Por otra parte, en los regímenes censores es habitual que la censura introduzca alguno de sus miembros dentro de los medios de comunicación para que se produzca una censura interna. Así, entre 1996 y 2012 tres jefes de la censura local se habían situado en posiciones de responsabilidad en el Southern Newspaper Group de Cantón (Cheng 2012) e, incluso en los 8

Utilizo el concepto de reescritura (rewriting) en el sentido de Lefevere (1997).

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estados democráticos sin una censura institucional, puede existir una autocensura solicitada por el propio poder: antes de la invasión de Afganistán de 2001, la consejera de Seguridad Nacional Condoleezza Rice convocó a los directivos de las cadenas de televisión para dejar patente que el Gobierno no quería que se vieran por televisión imágenes de víctimas civiles; pues bien, durante un tiempo estas cadenas cumplieron con la autocensura (Schiffrin 2006: 100). Para guiar esta autocensura, es frecuente que el censor proporcione orientaciones o una lista de obras censurables, y que deje que sea el propio difusor quien ejerza la censura. Este es el caso de la Lista Otto en la Francia ocupada. Se difundió por las librerías francesas el 4 de octubre de 1940 y contenía obras juzgadas como antialemanas, obras de escritores judíos y libros anticomunistas. El 8 de junio de 1942 una segunda lista sustituyó a la primera. Se ampliaba a traducciones del inglés —salvo los clásicos—, del polaco y del ruso. Unos 140 editores, casi todos, se comprometieron con dicha lista (Fouché 1986: 226-227). Por último, un fenómeno cercano a este tipo de autocensura de la difusión es el de la autorregulación. La autorregulación consiste en la aceptación de unos criterios por los propios medios de comunicación, los cuales actúan como censura previa para quienes trabajan en el medio. Se pretende así eliminar una censura externa punitiva sustituyéndola por una preventiva ejercida por el poder editorial del medio (Díaz Arias 2003: 264-265). Los sistemas de autorregulación más influyentes han sido los estadounidenses. En 1922 la industria cinematográfica americana creó la Motion Pictures Producers and Distributors of America para su autorregulación 9 y, posteriormente, asumió un código. En el año 1934 este documento adquirió eficacia coactiva, pues se estableció entonces una multa de veinticinco mil dólares para cualquier miembro de la asociación cuya película fuera proyectada y no siguiera el Motion Picture Production Code —popularmente llamado: Hays Code—(Black 2012) 10. En 1956 se

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La asociación cambió de nombre después de la Segunda Guerra Mundial: Motion Picture Association of America (MPAA) (Paxton 2008: 73). 10 Comprendía los siguientes aspectos: 1. Crímenes contra la ley (asesinatos, procedimientos delictivos, tráfico de drogas, uso de bebidas alcohólicas). 2. Sexo (adulterio, escenas de pasión, seducción y violación, perversiones sexuales, prostitución, relaciones sexuales entre blancos y negros, higiene sexual, partos, exhibición de genitales infantiles). 3. Vulgaridad. 4. Obscenidad. 5. Irreverencia y blasfemias (lista de expresiones vulgares que no podían utilizarse). 6. Vestuario (prohibición del desnudo, de desnudarse, gestos indecentes y trajes de baile indecorosos). 7. Bailes (prohibición de gestos y movimientos indecentes). 8. Religión (respeto hacia ministros de culto y ceremonias religiosas). 9. Localización de las escenas (presentación discreta de dormitorios). 10. Sentimientos nacionales (respeto hacia las banderas, historia e instituciones). 11. Títulos de películas.

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produjo una revisión liberalizadora, a la que siguieron otras (Gubern 1981: 46-47 y 178). Su aplicación duró hasta 1966 (Vandaele 2010: 91). 11

7. La autocensura en la recepción Después de revisar la censura del emisor y del difusor, pasemos a referirnos a otra autocensura que pudiera ser menos evidente: la del receptor. Se puede renunciar a recibir un mensaje por temor a un castigo. Durante el régimen nazi, el ario Gerhard Heller (2012: 214) recibió la recomendación de un conocido suyo de origen judío de que, para evitarse problemas, no le volviera a saludar cuando coincidían en el tranvía. En este caso, es el propio destinatario del mensaje quien renuncia a él. Por otra parte, del mismo modo que los receptores de un mensaje oral se autocensuran, también lo pueden hacer los posibles lectores de mensajes escritos. El miedo al castigo fuerza a destruir los libros y los documentos escritos por otros cuya posesión se considere comprometedora. Muchos perseguidos argentinos de la última dictadura recurrían a quemar estos papeles en la bañera (Invernizzi y Gociol 2003: 258). Las bañeras de nuestras casas estaban negras. Yo rompí y quemé muchos libros. Fue una de las cosas de las que nunca me pude recuperar. Mientras los quemaba, lloraba. Porque no quería que mis hijos me vieran, porque no quería que lo contaran en la escuela, porque no quería que supieran que su madre era capaz de romper libros… Porque sentía mucha vergüenza. (Gabriela Cabal, en Invernizzi y Gociol 2003: 271)

Conclusión En estas páginas se ha procurado un acercamiento al fenómeno de la autocensura con una serie de conceptos que han desarrollado en las últimas décadas la pragmática y el análisis del discurso. De acuerdo con el concepto de censura que se ha adoptado, la interacción en la que se produce un acto censorio constituye una interacción triádica en la que un tercero —el censor—, y no únicamente el receptor del mensaje, condiciona qué se comunica y cómo se comunica. Este presupuesto teórico permite diferenciar la censura de las actividades de imagen y acomodación propias de las interacciones verbales con únicamente dos participantes (§ 3). En relación con este punto, nos hemos detenido en la delación, para dar cuenta de la

12. Temas repelentes (ejecuciones, torturas, brutalidad, esclavitud, operaciones quirúrgicas). 11 La existencia de ese código conservador facilitó la labor de las censuras oficiales de la época, entre ellas la franquista (Vandaele 2010: 104).

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participación del censor en interacciones en las que pudiera pensarse en que existen solo dos participantes (§ 4). Por otra parte, el hecho de que en la autocensura distintos participantes en la interacción comunicativa adquieran una identidad censoria, se ha explicado por la teoría de la mente que han desarrollado los seres humanos y que permite que quienes participan en la interacción anticipen aquello que el censor pudiera pensar que amenaza su ideología (§ 2). Una vez establecido qué se va a entender como autocensura y qué hechos se pueden encuadrar dentro de ella, se han diferenciado una autocensura del emisor (§ 5), una del difusor (§ 6) y otra del receptor (§ 7). Particularmente, se ha analizado la autocensura del emisor, por tratarse de la más frecuente y compleja. Dentro de esta autocensura, se ha separado una autocensura parcial, que se limita a cómo se formula aquello que se comunica (§ 5.2), de otras tres posibles autocensuras totales (§ 5.1): la que elude un mensaje, la que suprime un mensaje que se encontraba ya fijado en un soporte y la que reemplaza el mensaje que se hubiera deseado comunicar por otro que se corresponde con la ideología de censor o, al menos, no la amenaza. Un último comentario. Como se ha podido comprobar, en la exposición se ha recurrido a diferentes hechos documentados como pruebas con las que deben concordar las distinciones teóricas propuestas. No es extraño que los estudios teóricos sobre la censura simplifiquen la realidad en sus exposiciones al basarse más en la introspección de un investigador, quien, en todo caso, examina un único hecho como ejemplo, que en los abundantes actos censorios que se documentan en la copiosa bibliografía histórica y cronística existente. Como sucede en otros ámbitos de los estudios lingüísticos, multiplicar los datos ayudará a mejorar la explicación teórica.

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