Las \"cupae\" hispanas: certezas y oscuridades presentes, retos futuros

October 15, 2017 | Autor: J. Andreu Pintado | Categoria: Roman History, Latin Epigraphy, Roman Funerary Art, Roman Archaeology, Roman Funerary Practices
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Las cupae hispanas: certezas y oscuridades presentes, retos futuros

Las cupae hispanas: certezas y oscuridades presentes, retos futuros JAVIER ANDREU PINTADO Universidad Nacional de Educación a Distancia/UNED Plan de Investigación Fundación Uncastillo/Los Bañales

Atractivo objeto de investigación para los estudiosos sobre las Hispaniae desde el momento en que —en la ciencia epigráfica— se llamara la atención sobre la importancia del soporte epigráfico —fundamentalmente a partir de J.-N. Bonneville1— e incluso algo antes gracias a los trabajos de D. Julià2 —herederos de la óptica analítica que, para las inscripciones africanas, habían venido practicando M. P. Février3, J.-M. Lassère4 o M. Bouchenaki5 y para las itálicas los trabajos de, entre otros, I. Berciu y W. Wolski6 o G. Lugli7— el fenómeno de las cupae,

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BONNEVILLE, J.-N.: 1981, 36 y 38. JULIÀ, D.: 1965, 47 y 48, para un estado de la cuestión para la época sobre el fenómeno y su posible origen. FÉVRIER, M. P.: 1964, con datos también en FÉVRIER, M. P., y GUÉRY, R.: 1980. LASSÈRE, J.-M.: 1973. BOUCHENAKI, M.: 1975, 168-169 para cuestiones de difusión y tipología local. Véase también, para el conjunto africano, las reflexiones de síntesis de LEVEAU, Ph.: 1977, 243 y 256. BERCIU, I., y WOLSKI, W.: 1970, 944-961, especialmente. LUGLI, G.: 1965. Para el ámbito itálico, resulta útil —y conviene aludir a ella por lo escasamente citada que resulta— la tipología de las cupae itálicas del área Albana trazada por TORTORICI, E.: 1975, 22, que reconocía ya, de hecho, el peso que —como habían afirmado I. Berciu y W. Wolski (BERCIU, I., y WOLSKI, W.: 1970, 934)— las preferencias individuales del comitente debieron jugar en la mayor o menor difusión de un tipo u otro de variante asunto sobre el que volveremos más adelante en estas mismas reflexiones de síntesis. Para el conjunto itálico y para el africano, véase también la biliografía —y las reflexiones— aportada por F. Beltrán Lloris en el apartado I de su contribución, junto con Á. A. Jordán y nosotros mismos, a este volumen.

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como ya hicimos notar en otro lugar8, al ser abordado con carácter general desde la óptica peninsular había adolecido en la historiografía de dos aproximaciones contrapuestas que dieron lugar a no pocos tópicos interpretativos que han sido, la mayoría de ellos, abordados por varios de los autores del volumen que el lector tiene en sus manos. Dichas aproximaciones habían estado contagiadas bien de la tendencia a magnificar el peso de los conjuntos cuantitativamente más generosos —fundamentalmente Barcino9, Olisipo10, Augusta Emerita11 y Pax Iulia12— manteniendo en segundo término otros cuyos ejemplares habían sido publicados de modo más disperso13 —como los de Complutum14, la Baeturia Céltica15 o el territorio vascónico16—, bien de la postura contraria, hipercrítica, que —buscando llamar la atención del carácter general del fenómeno, algo ya indiscutible a la vista de este mismo volumen pero que se empezó a poner de manifiesto en los primeros años noventa con la publicación del conjunto de ejemplares cacereños17— alertaba de la presencia de este tipo de monumentos en zonas donde, hasta el momento, no

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ANDREU, J.: 2008, 13-15. DURÁN I SANPERE, A.: 1963; BALIL, A.: 1984-1988; FABRE, G., MAYER, M., y RODÀ.: 1997, 26-27 así como los trabajos, ya de referencia, de BELTRÁN DE HEREDIA, J.: 2007 y de RODÀ, I.: 2007 además de su contribución conjunta a este volumen. RIBEIRO, J. C.: 1974-1977 y MANTAS, V.: 1982. La aproximación al fenómeno de las cupae en el ager Olisiponensis esbozada por R. Campos en este volumen constituye un hito de referencia para la comprensión de uno de los conjuntos capitales para entender el arraigo de este tipo monumental en la vertiente sur de la antigua prouincia Lusitania. Desde MÉLIDA, J. R.: 1926, 64 o CALDERA DE CASTRO, Mª P.: 1978 y BENDALA, M.: 1979 y con recientes aportaciones —al margen de la contribución monográfica en este volumen— de NOGALES, T., y MÁRQUEZ PÉREZ, C.: 2002, 130-134. Fundamentalmente, gracias al ejemplar estudio de ENCARNAÇÃO, J. d’.: 1984, 825. Por ejemplo, TUPMAN, C.: 2005 aunque ya se daba ese soslayo de los ejemplares más septentrionales y centrales de la Península Ibérica en el pionero trabajo de JULIÀ, D.: 1965, Pl. XIX o en el de BONNEVILLE, J.-N.: 1981, 12 (con Mapa). Ya anotado por RUIZ TRAPERO, Mª D.: 2001, 31 y recuperado para la investigación por STYLOW, A. U.: 2006. CANTO, A. Mª.: 1997, 180. ANDREU, J.: 2008 y, recientemente, 2011(b), 509-514. ABASCAL, J. M.: 1995.

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parece debamos buscarlos18 queriendo, en cierto modo, ver cupae por doquier. Esa desigual aproximación al conjunto había contribuido a, magnificando los núcleos más periféricos, buscar posibles explicaciones africanas a la génesis del modelo19 o bien a cifrar aquélla en la perduración de rituales antiguos de naturaleza indígena o ancestral20. Evidentemente, el análisis del fenómeno como algo notablemente circunscrito geográficamente obligaba a tener que ofrecer una explicación al por qué de la presencia de cupae en unas zonas y al por qué del vacío —por el contrario— en otras, reto éste metodológico que, en el estado actual de nuestras evidencias para las Hispaniae, parece que deberá prácticamente obviarse dada la general diseminación del tipo monumental. Sin perder de vista que las peculiares circunstancias a las que está sometida la conservación del registro documental epigráfico pueden estar desempeñando un importante papel en nuestra actual aproximación a la realidad y, sobre todo, que —en Ciencias de la Antigüedad— esa realidad que hoy contemplamos a través de ese registro documental es sólo parcial cualitativa y cuantitativamente, la puesta en conjunto del repertorio hispano a través de las contribuciones del volumen en que se inscriben estas reflexiones finales ha tenido el mérito de si no zanjar sí al menos esclarecer algunas de las cuestiones clave que el fenómeno de las cupae había suscitado a la investigación, que había convertido el uso de este tipo monumental en una especie de rareza singularísima que obligaba a una explicación satisfactoria sobre su existencia. A saber —y entre esas cuestiones— las vinculadas estrictamente con el soporte —el significado primario y también ‘secundario’ del término cupa, el simbolismo que podía encerrar su uso, la conexión del tipo monumental con el paisaje epigráfico de la zona y las diversas soluciones ‘tipológicas’ adoptadas en una u otra región peninsular—, y, por otra parte, las cuestiones que guardan relación con el origen, la cronología de aparición y la de difusión del tipo —y en la que, al ritmo de las nuevas evidencias, la idea de un fenómeno 18

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STYLOW, A. U.: 2006, 286, nota 14 o, antes, RABANAL, M. A., y GARCÍA MARTÍNEZ, S. Mª.: 2001, 317. Desde BERCIU, I., y WOLSKI, W.: 1970, 959 aunque la cuestión ha sido ya tratada en varias contribuciones de este volumen. CABALLOS, A.: 1994, 230, nota 16 o STYLOW, A. U.: 2002(b), 363 éste último para una posible raigambre púnica de las cupae béticas.

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singular y estrictamente local parece diluirse— así como las vinculadas al esclarecimiento del perfil de los que fueron habituales usuarios de cupae, cuestión ésta que mucho nos tememos tardará en resolverse y para la que —como para todo el fenómeno en cuestión— no habrá una respuesta de validez general pese a los intentos de valoración global llevados a cabo — no sin acierto— hasta el momento21. Teniendo presente la utilísima distinción entre cupae solidae o monolíticas y cupae structiles o de mampostería22, es evidente que las clásicas definiciones aportadas por —entre otros— J. Schmidt23 o por E. di Ruggiero24 no son ya válidas para definir un tipo monumental al que, con seguridad, damos el nombre de cupa a sabiendas de que, en realidad, resulta un fenómeno que, difícilmente, puede someterse a categorización general y que admite más soluciones que el del recurrente recurso —tipológico y simbólico— al tonel25 o el de la conexión con los términos cupula y cupa atestiguados en algunas —no pocas— inscripciones latinas. Aun conscientes de ello —y con el objetivo de trazar unos parámetros tipológicos que pudieran hacer posible esa categorización— varios son, desde luego, los elementos comunes a los distintos tipos de cupae —principalmente solidae— que se conocen no sólo en el ámbito hispano sino, también, en todo el Occidente Romano. En primer lugar, su carácter de monumento abovedado26 o de sección cilíndrica —al margen de si dicho 21 22

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Especialmente TUPMAN, C.: 2005 y 2011. VAQUERIZO, D.: 2006, 332-349. Un horizonte evidente de trabajo futuro —que para el caso hispano se hará ahora más cómodo— es el del inventario y estudio de la distribución de las cupae structiles y su posible conexión con la generalización —aparentemente, siempre más tardía (RODRÍGUEZ GUTIÉRREZ, O., y RODRÍGUEZ AZOGUE, A.: 2003, 170)— del fenómeno de las cupae solidae. SCHMIDT, J.: 1888, 165-166. RUGGIERO, E. di: 1900, 1320-1321. A este respecto, puede resultar útil la definición —con validez general aunque muy inspirada en el repertorio de Augusta Emerita— aportada en su día por BEJARANO, A. Mª.: 1996(b), 47: “Bajo la definición de cupa se engloban no sólo a aquellas construcciones monolíticas que se asemejan a un tonel y que designan una determinada forma de sepultura que consta de enterramiento propiamente dicho y un coronamiento semicilíndrico sobre plinto, sino que también se adscriben todas aquellas estructuras realizadas en mampostería ya apoyen sobre base plana o directamente en la tierra”. LAMBRINO, S.: 1951. BOUCHENAKI, M. : 1975, 53; LEVEAU, Ph.: 1977, 256 o KHANOUSSI, M.: 1983, 93.

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monumento esté o no apoyado sobre un zócalo que garantice el resalte del mismo27— con apariencia casi de baúl28 o de arcón29 y notable volumen, lo que ha favorecido en parte su reutilización postrera30. En segundo lugar su uso indistinto como sepulcro de inhumación o de incineración —por más que, en el ámbito hispano, éste segundo uso resulte más frecuente e incorpore los infundibula para las profusiones libatorias—. Y, ya en tercer lugar —manteniendo los dos parámetros aquí citados— su muy diversa apariencia formal y decorativa fruto, sin duda, del peso de las modas arraigadas en cada zona y, sobre todo, de la acción de las officinae epigráficas locales no en vano los usos epigráficos que dicho soporte acogió así como los elementos decorativos en él empleados —rosetas, coronas, semicírculos, retratos funerarios, crecientes lunares, sencillas acróteras— beben estrictamente en el hábito epigráfico local manteniendo, muchas veces, su decoración concomitancia con la que se observa, en una misma zona, en altares y estelas31 por no hablar de los materiales empleados que, naturalmente, son comunes localmente para la producción epigráfica de un mismo espacio32. Lógicamente, el término cupa alude pues, hoy, a un fenómeno amplísimo que —desde la perspectiva hispana— engloba ejemplares tipológicamente tan distantes entre sí como los de Pax Iulia —con clara alusión al tonel como referente iconográfico de partida—, el conuentus Scallabitanus —con los conjuntos de Olisipo o de Aeminium, auténticos “cipos arquiformes”33— o el conuentus Caesaraugustanus —con el repertorio complutense y el cincovillés zaragozano—. Esos tres grupos comparten entre sí el carácter abovedado del soporte, el recurso, en la fabricación del 27

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BARATTA, G.: 2006, 1670, siguiendo seguramente la definición de LASSÈRE, J.-M.: 1973, 123, anota esta característica como común cuando, sin embargo, no lo es pese a que, efectivamente, la cupa es —por su forma, y como ha resaltado parte de la investigación (BALDASSARRE, I.: 1996, 22)— un monumento hecho para dejarse notar, para trasladar a lo arquitectónica una sepultura subterránea. FITA, F.: 1895, 70 y LUGLI, G.: 1965, 225 o TORTORICI, E.: 1975, 23. CAGNAT, R., MERLIN, A., y CHATELAIN, L.: 1923, 35 o CALZA, G. : 1940, 128. GÄMER, G.: 1989 o STIRLING, L. M.: 2007, 115. NOGALES, T., y MÁRQUEZ PÉREZ, C.: 2002, 133 aunque esta adaptación a las materias primas locales puede seguirse como constante en todos y cada uno de los conjuntos tratados de modo monográfico en esta miscelánea. CAETANO, J. C.: 2002, 325.

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mismo, a los materiales locales, y, en la decoración, a los usos propios de las officinae de la zona y, por último, su uso principalmente como contenedor de urnas cinerarias. Sin embargo, los tres conjuntos aquí aludidos distan entre sí en cuanto al carácter urbano o rural del origen de los ejemplares atestiguados, en cuanto a la extracción de los comitentes —con gran presencia de miembros de la elite, por ejemplo, en el repertorio olisiponense pero notable arraigo del tipo entre colectivos serviles como en el repertorio de Riotinto— y, por supuesto, en cuanto a la fecha evidenciando que, aunque la extensión mayor del fenómeno debe buscarse en las Hispaniae para los siglos II y III d. C., están atestiguados ejemplares que forman parte del primer horizonte de la expresión epigráfica del Principado aunque, muy probablemente, tengamos que desterrar la idea de que dichos casos actuaron como introductores del fenómeno a nivel peninsular. Si diferente fue, pues, la interpretación local34 del modelo —sobre cuyo origen estamos aun lejos de poder vislumbrar algo definitivo por más que las conexiones mediterráneas resulten las más sugerentes a día de hoy35— también individualizada habrá de ser nuestra aproximación a la simbología y al significado que —desde un punto de vista escatológico, si se quiere, antropológico, en cualquier caso y ritual, siempre— la elección de este monumento pudo tener para quien —ocasionalmente, con notables desembolsos36 ocasionados por las notables dimensiones de los monumentos37— optó por encargarlo para albergar sus despojos. En unas ocasiones, efectivamente, la cupa —como monumento casi oikomorfo— respondería —para sus comitentes, que, como se ha dicho, jugaron un papel esencial en la configuración de la heterogeneidad

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Óptica ésta ya señalada con acierto por ENCARNAÇÃO, J. d’.: 1979, 31-32 o por FABRE, G., MAYER, M., y RODÀ, I.: 1997, 26 y vuelta a reivindicar metodológicamente por TUPMAN, C.: 2011. BACCHIELLI, L.: 1986, 310 y 319. CIL VI, 2734 y 25144. Al margen de, por ejemplo, la cupa de Chresime, de Los Bañales (Uncastillo, Zaragoza), objeto de estudio en el nº 7 del inventario de materiales firmado por F. Beltrán Lloris, Á. A. Jordán y nosotros mismos en este volumen (CIL II, 6338aa) —una de las más monumentales del repertorio hispano— véanse las dimensiones, por ejemplo, de hasta 1,40 en algunos casos, de las piezas de Ammaedara, en la Proconsularis: nºs 161, 164, 165 o 167 de CAGNAT, R., MERLIN, A., y CHATELAIN, L.: 1923.

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tipológica del fenómeno38— a la transposición al mundo funerario de la esfera doméstica, de ahí su carácter abovedado como insiste, de nuevo en este mismo volumen, J. d’Encarnação; para otros, la cupa monolítica sería la petrificación de un sistema de enterramiento más humilde y tal vez primitivo —y que apenas ha dejado huella en el registro arqueológico— en toneles de madera; para muchos sería, sencillamente, una variante económica y asequible del sarcófago39; y para casi todos, seguramente, la cupa acabaría por convertirse —al menos así parece fue en el ámbito hispano— en un tipo de monumento singular que aportaba originalidad al enterramiento sin perder de vista los usos del hábito epigráfico local. Ese uso epigráfico local, además —como ya anotara con acierto en su día L. Bacchielli40— debió ser ocasionalmente enriquecido por los contactos entre las soluciones planteadas al tipo monumental entre las distintas regiones punto éste que, quizás, habrá de sondearse en el futuro con el mismo interés con el que, hasta la fecha, la investigación se aproximó a la —a nuestro juicio complicadísima— delimitación del foco originario del fenómeno. En dicho contexto de interdependencias regionales habría que entender no sólo las similitudes —a pequeña escala— que evidencia el exiguo conjunto de Tarraco respecto del generosísimo de Barcino o entre el igualmente amplio catálogo emeritense y el más parco, aunque notable, del entorno de Auela41, sino, también, los existentes entre las cupae del territorio cincovillés zaragozano —de raigambre vascónica— y las del área de Complutum. En este último caso, bien la vía Caesar Augusta-Asturica Augusta —que conectaba ambos territorios— bien, más verosímilmente, el arraigo en ambas zonas de las estelas de cabecera semicircular, pudieron actuar como sustrato sobre el que la solución apor-

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BERCIU, I., y WOLSKI, W.: 1970, 934. BONNEVILLE, J.-N.: 1981, 38 y BACCHIELLI, L.: 1986, 311. Además de que el trabajo de cantero resultaba menor en una cupa —en la que el vaciado para la inserción de la urna cineraria era mucho menor— que en un sarcófago, en ambos soportes, como se ha señalado ocasionalmente (REBECCHI, F.: 1997 y NOGALES, T., y MÁRQUEZ PÉREZ, C.: 2002, 130-134 para el caso de Augusta Emerita) se podía obtener, de un solo bloque de piedra, a la vez una estela y un nódulo de sección cilíndrica con el que constituir bien una cupa bien un sarcófago. BACCHIELLI, L.: 1986, 319. HERNANDO, Mª del R.: 2005, 246-247.

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tada por el fenómeno de las cupae intervino42, dando lugar a una tipología casi común para ambas zonas. Es evidente que la proximidad —pues, como puede verse, los tres conjuntos comparados corresponden a tres conuentus jurídicos diferentes: el Tarraconensis, el Emeritensis y el Caesaraugustanus— jugó un papel importante en el diseño del tipo de cupa que tendría más demanda entre los comitentes. Lo que sí resulta evidente —y es, sin duda, una de las principales aportaciones del volumen que acoge estas reflexiones conclusivas— es que todas estas prestaciones —y muchas otras que, con seguridad, se nos escapan: sobre todo las de naturaleza ideológica o cultural— convirtieron la cupa en un tipo de soporte monumental especialmente valorado durante los siglos II y III d. C. siguiendo en eso, aparentemente, el ritmo cronológico de la generalización del fenómeno que exhiben los conjuntos itálicos y africanos43. Y esa positiva valoración, lejos de ser circunscrita a áreas costeras que, aparentemente, pudieran estar mejor sometidas a los influjos mediterráneos44 lo cierto es que hoy —y sin que, como se dijo, el repertorio de las cupae structiles acabe de estar claro por más que empiezan a documentarse ejemplos en zonas huérfanas de cupae solidae45— se presenta como un fenómeno totalmente global. Debe, pues, quedar totalmente superada la idea de que el mapa de distribución de cupae en la Península Ibérica ofrece sólo pequeños focos pues ese mapa de distribución ha hecho que disminuya ahora la importancia de las concentraciones tradicionalmente conocidas —Barcino, Augusta Emerita, Olisipo y Pax Iulia— y que, con la excepción de los conuentus del Noroeste, prácticamente el fenómeno esté atestiguado —con mayor o menor incidencia, con soluciones diferentes sobre un patrón general compar42

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Véase, al respecto, ABASCAL, J. M.: 1999, 297-298, RUIZ TRAPERO, Mª D.: 2001, 31 y, especialmente, ANDREU, J.: 2011(b), 514. Sugerentes resultan, en este sentido, las reflexiones de CHELOTTI, M.: 2003, a propósito de las piezas nº 41, 43, 60, 66, 69, 70, 80, 94, 103, 117, 119, 145, 160, 166, 187, 203, 208, 209, 212, 220, 226, 239, 242 o de FÉVRIER, M. P.: 1964, a propósito de los nºs 169-300, las primeras respecto de uno de los más generosos conjuntos itálicos y las segundas respecto de los ejemplares norteafricanos. Con carácter general, también LASSÈRE, J.-M.: 1973, 92-96. BLÁZQUEZ, J. Mª.: 1978, 205-207. El caso bético puede resultar el más representativo, gracias a los nuevos materiales aportados por VAQUERIZO, D.: 2010, 122, 173, 214, passim.

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tido— en todos los distritos de las Hispaniae. Donde —por razones económicas, cronológicas o culturales— no cuajó la fórmula de las cupae solidae —o, al menos, eso invita a pensar el volumen de testimonios con que contamos y no se olvide que éstos son sólo una parte de la realidad— sí lo hizo la de las cupae structiles a las que se pueden aplicar algunas de las prestaciones de aquéllas: su descarado resalte en el paisaje funerario de una determinada zona46, su capacidad para aportar notoriedad a un sepulcro y, sobre todo, su funcionalidad para servir de vía de contacto entre los vivos y los difuntos47. Por tanto, el calado de este tipo monumental resultó general en la Península Ibérica. Cada área, efectivamente, adaptó el tipo al material pétreo local —otro de los rasgos ‘universales’ del fenómeno48— y a los usos epigráficos particulares de cada zona pero, por lo que hoy sabemos —a la espera, además, de nuevos hallazgos— la presencia de cupae en las provincias hispánicas fue algo mayor de lo que hasta ahora se pensaba lo que, desde luego, diluye —en cierta medida— alguno de los ‘atractivos’ que —por su supuesta rareza y capricho en la distribución49— se habían añadido al conjunto desde los trabajos iniciales y pioneros de J.-N. Bonneville o D. Julià, por ejemplo. Puede, pues, concluirse, que el fenómeno de las cupae, en las Hispaniae, ya no es un hecho de carácter singular sino más bien global pero, eso sí, de marcado cariz heterogéneo, una vez que la plasmación del mismo tomó formas bien diferentes que es necesario analizar desde una perspectiva regional. Un primer paso se ha dado, desde luego, con los trabajos presentados en las páginas precedentes. Si heterogénea fue, pues, la solución material que cada región —a través de la demanda que llegaba a los talleres lapidarios— dio al fenómeno de las cupae, también heterogéneo parece que fue el perfil social de los protagonistas de dicha demanda, los promotores de los monumentos y los difuntos a los que se recordaba con aquéllos. Pese a los intentos globales que —desde la perspectiva de los núcleos cualitativamente mejor 46 47 48 49

LANCEL, S.: 1970, 179 y BALDASSARRE, I.: 1996, 21-22. WOLSKI, W., y BERCIU, I.: 1973. BACCHIELLI, L.: 1986, 303. Ya ABASCAL, J. M.: 1995, 75-76, aludía a este fenómeno por el que los recientes descubrimientos estaban alterando, notablemente, el mapa de distribución de cupae en la Península Ibérica, y así también en STYLOW, A. U.: 2002(a), 177.

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dotados— se han hecho para caracterizar el perfil social de los usuarios de este tipo de enterramiento50 varias son las circunstancias que impiden dar por seguro que las cupae fueron casi una marca de identidad social51 empleada por esclavos y por libertos. En primer lugar, se habrá de tomar en cuenta el carácter parcial de nuestra documentación, en segundo lugar, deberá estudiarse en detalle la presencia de notables miembros de la elite como comitentes y usuarios de cupae en conjuntos como el de Olisipo, además, y en tercer lugar, no debe desdeñarse el elevado volumen de incerti que, a partir de la onomástica de los usuarios atestiguados, sigue marcando el repertorio impidiendo, por tanto, ulteriores consideraciones sociológicas. Por otro lado, el momento álgido de la generalización del fenómeno —los siglos II y III d. C.— tal vez esté modificando nuestra percepción de la realidad una vez que arroja una imagen de las cupae como monumento preferido por las clases serviles y, en muchas ocasiones, en las áreas rurales sin que ello deba tomarse como verdad inmutable para los dos primeros siglos del Principado, de repertorio más exiguo, aunque, en cualquier caso, digno de tener en cuenta. La consabida sobrerrepresentación del colectivo de libertos en la epigrafía peninsular52 es posible que esté, también, distorsionando nuestra percepción del uso de un tipo monumental que, seguramente, fue bastante más global de lo que suele aducirse al menos en lo que a su impacto social respecta. Al margen de todo lo dicho —que podrían constituir, si se quiere, las nuevas dimensiones que adquiere el fenómeno objeto de análisis en este volumen y en las que será necesario seguir profundizando— es evidente que es mucho lo que queda por hacer incluso respecto del creciente repertorio hispano. Por un lado, sería deseable acometer un corpus detenido de todos y cada uno de los hallazgos —es ésa la principal herramienta de trabajo con la que cuenta el epigrafista53—, corpus que permitiera dibujar mejor un panorama sociológico, semiótico y, sobre todo, tipológico, también topográfico —como fenómeno rural o como fenómeno predominantemente urbano— y cronológico sobre el asunto. 50

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Fundamentalmente TUPMAN, C.: 2005 con toda la bibliografía sobre los principales conjuntos. THOMAS, J.: 2000. Con toda la bibliografía en JORDÁN, Á. A.: 2002. BELTRÁN LLORIS, F.: 2008, 15.

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En segundo término —que no en segundo lugar— urge contextualizar el fenómeno —como se ha empezado a hacer acertadamente en los últimos años gracias a los trabajos de G. Baratta54 y como hicieron nuestros antecesores en la investigación— desde una óptica más global, que afecte a todo el Occidente Latino. Sólo de ese modo —y, como anunciara ya hace algunos decenios J. d’Encarnação55—, a partir de un análisis local cuidadosamente elaborado y contextualizado se podrán resolver algunas de las cuestiones que se han sintetizado en estas páginas y en las anteriores. Quedan pues, todavía, retos de futuro que sólo esperamos sean más llevaderos con el servicio que preste a la investigación en Ciencias de la Antigüedad el volumen en que se contiene esta reflexión.

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