\"Más lecturas de verano\"

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7/8/2015

Más lecturas de verano

Más  lecturas  de  verano SÁBADO  04  DE  JULIO  DE  2015  00:00 DANIEL  TORRES CLICS:  90 RESEÑA

Cada verano aprovechamos para leer lo que no hemos podido leer durante el año académico, sobre todo para aquellos que nos dedicamos a la docencia. Los que son lectores de por sí, leen también en el verano todo lo que no han podido leer hasta ese momento. Aquí les propongo una lista de poemarios y una colección de cuentos que me han llegado por diversos medios, y que ahora en este verano de 2015 es que me siento a leerlos y comentarlos a gusto.

Empecemos por Poesías selectas (1962-2013) de nuestro maestro recientemente fallecido Jaime Giordano (1937-2015). Chileno afincado en Puerto Rico por amor, Jaime fue todo un filósofo del verso y en este volumen seleccionó él mismo lo mejor de su poesía, en sus libros antes publicados: Marzo (1962-73), Eres leyenda (1976-83), Sacramentales (1983-85), En Monsalvat (1986-99) y En verde oscuridad (1999-2013). Comparte generación poética con Enrique Lihn y Gonzalo Millán en Chile y “de importancia resultaron sus encuentros con poetas como Nicanor Parra, Ernesto Cardenal, Juan Gelman y José Emilio Pacheco”, entre muchos otros. Poesías selectas es un balance propio de su discurso poético y es un libro de unas 452 páginas que hay que leer. Los príncipes de catorce versos (2014) de Guillermo Arróniz López (1977), poeta a quien conocí primero en las redes sociales por una amiga común y en Madrid nos encontramos e intercambiamos libros. Este cuadernillo que me obsequiara Guillermo es una joya en filigrana, como un ramillete de versos con una portada y contraportada donde primero el príncipe se hace imagen como un Moctezuma de la poesía, y luego susurra palabras al oído del poeta que nos mira serio, ataviado con un cuello de lechuguilla como el de los caballeros de los cuadros de El Greco. Hay que soñar nuestros propios príncipes y Arróniz López nos entrega un revival del soneto en pleno siglo XXI. Hace intertextualidad entre verbo e imagen a través de una reflexión sobre la pintura (“El príncipe salvaje” –A Caravaggio-) o sobre la literatura (“El príncipe de las hojas” –A Walt Whitman-). La dimensión queer es evidente y recorre todo el poemario desde “Los buscadores de belleza” hasta “El ángel caído”. Esos príncipes de catorce versos al final son un solo, el soneto mismo revivido y resucitado en un ars amandi de hombre a hombre: “Al Príncipe -francés- de los poetas/ tuviste encadenado a tus encantos./ El sexo germinaba entre las grietas/ de sórdidas paredes y de espantos”. Para cualquier lector aguzado queda claro que ese príncipe francés de los poetas es el gran Rimbaud en su temporada en el infierno. El poeta costarricense Diego Mora (1983) hace su doctorado en mi Alma Mater, la University of Cincinnati, y ahí asistí a la presentación de su libro artesanal Monóxido de carbono (2015). Con breve prólogo de Enrique Giordano, este poemario le da la voz a los autos nuevos y viejos que se quejan, y nos cuentan sus penas con un lenguaje antipoético sazonado con mucho humor: “Soy un Mitsubishi Montero del año/ y ahora resulta que Mariangélica/ me va a cambiar por el último modelo./ No puedo permitirlo./ Tengo que hacerme el varado/ para que no me pueda mover”. A lo largo de las 68 páginas del libro leemos una poesía narrativa donde se nos http://www.elpostantillano.net/pagina-0/316-resena/14670-daniel-torres.html?tmpl=component&print=1&layout=default&page=

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cuenta también una infrahistoria de Costa Rica a través de las voces de sus autos. En otros momentos, los poemas abandonan a ese hablante lírico automotriz y se hace un yo en directo que nos cuenta sus cuitas. A la manera de los epigramas de Ernesto Cardenal, Diego Mora reflexiona sobre política a través del discurso del amor haciendo toda una crítica social que recuerda al mejor Roque Dalton, pero Mora no es su modelo y sabe plantar en sus dos pies una poesía coloquial con un alto grado de poeticidad contemporánea: “Seguir aquí por ejemplo,/ o estar más relajado/ y comerme la cena fría,/ sin quejas”. Yara Liceaga (1977) es una joven poeta boricua que conocí en el pasado Festival de la Palabra 2014, donde compré su libro el mundo es otra cosa (2014), o lado A, así en minúsculas como e. e. cummings, y como muchos poetas que comenzamos a escribir nuestros poemas sin mayúsculas como una consigna contra el sistema. Liceaga tiene una segunda entrega artesanal que se titula Época opaca (2015) o lado B, como si ambas colecciones fueran las dos caras de un disco. Como buena heredera de las voces líricas femeninas que la preceden (Julia de Burgos, Ángela María Dávila, Dalia Nieves, Mayra Santos, entre otras), su palabra nos cuenta los desencuentros del amor: “yo quiero enfrentarme al atardecer/ poblar la tajada de alegría/ que le reservas al mundo/ cuando estás quedo/ y se contemplan el uno al otro”. En la aparente simplicidad de su discurso recuerda a un Mario Benedetti con aquello de “en la calle codo a codo somos muchos más que dos”. Pero sus poemas le responden al macho en un tú a tú, donde lo hace tanto objeto como sujeto de su decir: “cosas ricas al tacto/ recuerdo/como a ti/ hinchado de amor” en una gradación que deja atrás a Benedetti y habla de lo que tiene que hablar: “ovillada en tu aroma/ enloquecida/ preparo los dedos/ tu pelo/ tu pecho/ tu abdomen/ entonces// las uñas/ las caricias”. El poema “Por culpa de un corazón que al tocarlo se hunde”, de Época opaca, es uno de esos textos que resumen el ars poetica de Liceaga y dialoga con su primer libro: “a la masa que le llaman recuerdo quiero apretarle el olvido/ como un botón”. Este juego de palabras neobarroco, al intentar conciliar contrarios (recuerdo/olvido), hace de Yara Liceaga una de esas poetas que hay que seguir. Cierro con Temporada para suicidios (2014) de Manuel Adrián López (1969), de quien hemos reseñado antes como poeta su Room at the Top. Con epígrafe de Balzac, “Cada suicidio es un sublime poema de melancolía”, y una prosa poética con cadencia de verso, estos breves relatos se desenvuelven con la muerte posible e imposible como hilo conductor. Uno de los mejores ejemplos es “Suicidio interrumpido” porque demuestra las grandes dotes de López para contar. Los cuchillos perdidos, armas blancas que prefiguran violencia, abren la narración y sirven de signo o moitvo recurrente para contarnos la desaparición de Romualdo al llegar a la casa el narrador. Se interrumpe la diégesis y pasamos a un racconto que nos explica aquellos tiempos dorados sin celulares en los que podíamos esperar a alguien sin que diera señales de vida y así se inicia el verdadero relato. Entre tratamientos de silencio propios de las parejas cuando discuten y el reencuentro dulce de la reconciliación, los personajes hacen una crónica de cómo comunicarse es una de las destrezas más difíciles para hacer florecer el amor. Finalmente, se resuelve lo que se cuenta y el supuesto intento de Romualdo deja a todos “más contentos con este suicidio interrumpido”. En los doce cuentos breves de Temporada para suicidios asistimos a la develación en prosa de las constantes que Manuel Adrián López ya nos tiene acostumbrados a sus lectores. Se trata del amor que no se atrevía a decir su nombre, y que ahora se ha legalizado en el matrimonio gay tras la decisión de la corte suprema americana en los últimos días, y además la reflexión sobre una cubanidad en las dos orillas de Florida a La Habana. El mejor ejemplo de esto último es el relato que cierra la colección, “Suicidio en masa”: “De los suicidios en masa no se ha vuelto a hablar más en ninguna de las dos orillas. Pero cada diecisiete de diciembre ofrecen misa, a la misma hora, en la iglesia de Santa Rita y en la Ermita de la Caridad”. Con este breve repaso y reseñas de varios textos escritos por los poetas Jaime Giordano (Chile) In Memoriam, http://www.elpostantillano.net/pagina-0/316-resena/14670-daniel-torres.html?tmpl=component&print=1&layout=default&page=

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Guillermo Arróniz López (España), Diego Mora (Costa Rica), Yara Liceaga (Puerto Rico) y Manuel Adrián López (Cuba) queda sugerida una lista para más lecturas de verano.

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