\"Muchas películas o pocas salas\" - Ponencia para encuentro DOCA (Documentalistas Argentinos)

July 21, 2017 | Autor: Daniel Cholakian | Categoria: Cinema, Cinema Argentino, INCAA
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Cine Documental en Argentina: ¿Muchas películas o pocas salas?

En el mes de diciembre del año pasado DOCA (Documentalistas Argentinos)
desarrolló unas jornadas de reflexión y me invitaron a participar de un
panel a partir de la consigna que encabeza esta nota. Evidentemente como
todo problema complejo, la dicotomía que se plantea en la pregunta es útil
como punto de partida, pero insuficiente para pensarlo en su totalidad.

Arranco con una afirmación: de lo que voy a hablar es de política. Cada
definición, cada duda, cada interrogante que proponga supone definiciones
políticas y giran en torno a decisiones, tensiones y pujas en el espacio
del complejo artístico, económico e industrial que supone el cine. Lo de
industrial es para mí, de todos modos, solo una manera de decir. El cine es
cada vez menos una industria, aquí y en el mundo.

El escenario global en el que se plantea esta discusión debe considerar al
menos 4 cuestiones generales. El mundo asiste en los últimos 35 años a una
modificación del régimen de acumulación capitalista, que se suele llamar
"fase de valorización financiera". En lo personal me gusta hablar de
"Capitalismo post-industrial".

La segunda cuestión es que en este mismo período el capital a nivel mundial
sufrió un altísimo nivel de concentración y lejos de tener una tendencia
decreciente de la tasa de ganancia –tesis marxista clásica- esta
concentración profundizó la desigualdad creciente de la tasa de ganancia en
beneficio de los sectores más concentrados. Ese proceso de concentración
incluyó a las empresas productoras y distribuidoras de cine, que ahora son
megacorporaciones mundiales productoras de contenidos en diferentes
plataformas. Una de las principales consecuencias de este cambio es la
instalación casi hegemónica de los formatos y los discursos únicos, que
simplifican el consumo a nivel global, borran las barreras identitarias y
–más allá de las lecturas en clave de política imperial- facilitan la
circulación de los productos audiovisuales en los mercados mundiales.

El tercer elemento clave que me parece apropiado tener en cuenta es el
impacto en la producción de cine en nuestro país la ley de cine de fines de
los años '90, que otorga autarquía e independencia al INCAA, el crecimiento
económico experimentado en los últimos 12 años, la incorporación acelerada
de tecnologías digitales tanto en la producción, como en la exhibición –y
próximamente la distribución- y por supuesto la creación del subsidio de la
5ta vía o vía digital. El aumento de la producción y la recuperación del
público en las salas es un dato insoslayable.
La cuarta, para decirlo sencillamente, es la incorporación de la sociedad
argentina de un modo tardío e incompleto a la sociedad de consumo
globalizada cristalizada en la década del '90.

Planteo esto porque a diferencia de muchos países, la tensión entre la
tendencia hegemónica de las 4 principales productoras de contenidos a nivel
mundial y la producción de cine nacional existe. La hegemonía está puesta
en discusión. Si no fuera así, nosotros no estaríamos acá. Es cierto que la
estrategia de estas cuatro megacorporaciones que son Sony, Walt Disney, Fox
y Warner incluye acompañar desde la distribución películas producidas en el
país, lo que en realidad es un intento de profundización del modelo
hegemónico de relato (además de un modo de cumplir algunas condiciones
legales). El documental, un particular modo de arte y narración, no debería
ser pensado como un problema fuera de este escenario, sino como un caso
particular en medio de este escenario. Incluso afirmaría que por la
capacidad de producción de los realizadores y por la especial búsqueda en
la ruptura del canon narrativo, estético y político, es un elemento
privilegiado en la tensión contra hegemónica. Pero no deberían considerar
su lucha separada del resto del cine independiente.

Quienes en general sostienen que no tiene sentido hacer películas que
lleven poco público, más allá de su compromiso económico con el dueño del
medio que le paga el sueldo, asume el ideario liberal de que todos los
productores de cine acceden de modo igualitario al circuito de distribución
y exhibición. Y no hablamos solo del acceso desigual a las pantallas, sino
también a los medios de prensa, a la difusión pública de la película, a la
cantidad de copias para garantizar una salida competitiva y a la
distribución nacional de las mismas. Ese ideario liberal caduco, que tiene
más de 300 años, sostiene la idea de que todos los actores económicos
acceden de modo igualitario al mercado. Lamentablemente los años '90 no
pasaron en vano y la dimensión cultural del neoliberalismo ha dejado trazas
en nuestro pensamiento que es necesario desarmar. Por ello, no solo los
defensores del liberalismo económico reproducen discursos similares a
estos.

En lo personal creo que el Estado tiene que promover el acceso igualitario
al sistema de distribución y exhibición, para garantizar el derecho de los
realizadores a que sus películas se vean. Eso está bien, pero creo que el
Estado tiene que constituirse en un actor fundamental para desarticular los
sistemas hegemónicos de representación, para construir y facilitar la
circulación de discursos que propongan la emancipación ante tanta propuesta
adocenada, fácil, de tanto relato salvajemente masticado, tan de sentido
común. Yo pretendo un estado que sea vital para que podamos ir contra la
hegemonía de un formato estandarizado que no deja lugar al espacio vacío, a
la vacilación, al interrogante. Porque entiendo que es menester que se
acerque al espectador la posibilidad de encontrarse con aquel pensamiento
que surge de lo que lo conmueve –no en el sentido melodramático- sino en
tanto lo sacude, lo implica, lo interpela.

Y aquí lo que propongo no es solo defender el derecho de los realizadores,
sino algo que me parece más importante aún. Quiero que pensemos también, y
quiero que toda política pública comience a considerarlo, en el público. En
la mayoría de los textos referidos, el público es mirado solamente como
gente que compra entradas. Por lo tanto es puesto solo en su dimensión de
consumidor. En ese sentido tenemos que replantearnos el lugar del pueblo en
tanto espectador. En la actualidad no solo no accede a una oferta diversa,
sino que además la distribución nacional de las salas es desigual y
concentrada. Las salas están doblemente concentradas: están concentradas
regionalmente y concentrada en el circuito de las multi pantallas. De este
modo propongo que incluyamos esta dimensión problematizando la distribución
y la exhibición desde el interés –diría que casi absolutamente negado- del
pueblo de acceder igualitariamente a la producción cinematográfica.

Todos sabemos que la capacidad del público de elegir está mediada por lo
que llega a las salas y por los nuevos hábitos de consumo cinematográfico.
Si no comprendemos estas dos cuestiones, dentro de un marco global,
difícilmente podamos articular políticas consistentes y exitosas.

Si pensamos entonces incorporando la dimensión del público y su derecho a
acceder a la producción de contenidos variados, propios, que desarticulen
los modelos hegemónicos y los formatos impuestos, tendremos un punto más
desde el cual desentramar la discusión con los adalides del falso
liberalismo cinematográfico.

Creo firmemente, como señala el documento propuesto para el debate, que a
más películas producidas, más posibilidades de encontrarnos con propuestas
que nos interpelen y que nos entusiasmen. La experiencia de quienes
recorremos el país a través del circuito de festivales es que el documental
es una propuesta atractiva para el público. Que despierta interés, que
frente a la presencia de los realizadores se propicia la participación y el
debate. Sabemos que el documental está en condiciones de ser un producto
eficaz en la intensidad comunicativa que requiere el momento histórico, que
es incluso una herramienta con la que se puede incluir al público desde el
mismo momento de la producción.

A la pregunta ¿Muchas películas o pocas salas? Hay varias respuestas. La
primera pretende poner en evidencia un supuesto oculto en la propia
pregunta. Si las películas fueran muchas ¿Por qué las que sobran son las
argentinas? ¿Cuándo se preguntaron quienes escriben por las películas
yanquis que no juntan 10000 espectadores? Esta idea de que las que están de
más son las producciones nacionales y especialmente los documentales, es un
presupuesto que está enraizado en aquella dimensión cultural heredada de
los noventa. Luego diría que siempre hay pocas salas. No hay salas en La
Quiaca, con 25000 habitantes que van a Villazón a ver películas, o en
Puerto Iguazú, que con 70000 habitantes solo tiene cines en Foz de Iguazú,
ciudad con un millón. Y no hay cines en gran cantidad de ciudades con cerca
de 100 mil habitantes. Salas hay pocas, se necesitan más y menos
concentradas. Muchas películas no habrá nunca. Renegar de la oferta en
materia de cultura es un error o una conclusión de orden despótico. ¿Cuál
es el motivo por el cual 3000 personas valen menos culturalmente que
100000?

Creo que está claro que estoy a favor de la participación activa del estado
en la distribución y exhibición. Hasta ahora se ha apelado a una
herramienta algo pobre como la cuota de pantalla, que no se cumple o se
cumple de un modo traiciona el espíritu con el cual la disposición fue
creada. Hoy con Relatos Salvajes y algún que otro tanque más, todos los
cines han cumplido la cantidad de semanas de cine argentino en sus
pantallas. ¿Qué valor tiene entonces la imposición en términos de mejorar
la distribución igualitaria del cine?

Por lo tanto el Estado debe tomar otras acciones. Los espacios INCAA son un
camino, pero el documento señala con precisión que no siempre se pueden
articular con precisión la programación ya que las salas no son propias, se
comparten, son por convenios y además no tienen recursos propios para
publicidad o difusión. Mientras se consolida ese camino, y con el horizonte
fundamental que abre la puesta en órbita de ARSAT I y el próximo ARSAT II,
herramientas claves para disputar la distribución de la producción
audiovisual en el espacio no solo argentino sino también latinoamericano,
el INCAA debe asumir un rol competitivo en la distribución y exhibición a
partir de su propia capacidad económica y su alcance nacional. Para ello
podrá apelar a herramientas múltiples, desde la compra o alquiler de salas
o incluso convertirse en un jugador del sistema como cualquier otro,
desarrollando una empresa comercial de capital público (al estilo de la
actual YPF). Pero además es necesario apoyar el lanzamiento y comprometer a
los realizadores a recorrer el país con las películas, de modo de encontrar
y reconstruir ese público que hoy no encuentra una oferta diversificada y
apuesta al cine adocenado de la industria hegemónica.

El problema, y aquí pongo sobre la mesa la pregunta que duele, es de dónde
salen los recursos. Obviamente el INCAA tendrá que definir políticamente
cuál es el modo. Si como dice el documento propuesto para el debate las
cerca de 60 películas realizadas por la vía digital consumen el 3% del
presupuesto de subsidios no tiene sentido alguno buscar recursos en esta
instancia. Tampoco creo que el problema sea solo de los realizadores que
participan por la vía digital. Eso sería mirar el problema con anteojeras.
Pensar en los recursos y la decisión política de cómo se reasignan los
mismos puede impactar en la cantidad de películas que se produzcan cada
año. También es posible que si el INCAA conforma una sociedad de
distribución y exhibición obtenga recursos para financiar en el mediano
plazo esa actividad sin recurrir a los fondos de producción. Pero en el
corto plazo es imposible pensar una actividad efectiva del INCAA en la
circulación de las películas, si no se afecta la cantidad de películas
producidas. En ese sentido, creo que sería una decisión apropiada y que
perfectamente podría consensuarse con la totalidad de los actores del medio
cinematográfico.

No comparto la idea del uso de las nuevas plataformas para la distribución
del cine. En lo formal coincido con las apreciaciones vertidas en el
documento original, pero además porque desvirtúa la condición central de la
experiencia cinematográfica que es la condición social. Esto es
especialmente importante para el cine documental. ¿Qué es de la propuesta
que indaga, que lee políticamente, que busca en los rincones, sino no está
enriquecida por la visión colectiva, por la discusión, por el encuentro de
los públicos también entre sí con la película en medio?

En este sentido hay que saber distinguir en la potencia que tienen las
nuevas plataformas en materia de distribución, separando la misma de la
exhibición y de la experiencia del espectador. Ocurre, como suelo decirle a
muchos jóvenes estudiantes cada vez que puedo, que en materia de
comunicación audiovisual y medios, cada día se hace más teoría con el
manual de los dispositivos escrito por el fabricante, que a partir de la
experiencia empírica e intelectual que debe ser productora de conocimiento.

Finalmente y como fuimos convocados a partir de notas periodísticas, quiero
decir que la crítica –no solo cinematográfica- es nieta de una corriente
modernizadora oligárquica de fines del siglo XIX y principio del XX.
Entonces convivían una corriente modernizadora de carácter oligárquico con
una corriente de orden popular, encarnada especialmente por los socialistas
y anarquistas, quienes conformaron los gremios que impugnaban aquel orden.
Así se dio forma final al Estado y a la noción de ciudadanía, además de un
conjunto de prescripciones en otros órdenes, entre ellos el universitario.
Luego vendrían los grupos intelectuales que llegaron tarde a pensar el
peronismo y que son nuestros padres, los Praxis, los Contorno, el negro
Sammaritano y los gloriosos "Tiempos de Cine". Bien, hay algo en el
periodismo cultural de ciertos viejos prejuicios elitistas, nacidos al
calor del proceso de modernización oligárquica. Es por esos también que en
el discurso periodístico el público aparece solo como espectador, como mero
comprador de entradas. El público, el pueblo, es en ese sentido, un sujeto
excluido. Sin correrme del lugar que me toca, nos convoco a que todos
pensemos finalmente en el público al dar estos debates, a entender que el
sujeto final de cualquier política pública es el conjunto del pueblo
argentino y no cada uno de nosotros y nuestros propios –y legítimos-
intereses.
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