Multicultural / Multiculturalism

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  RODRÍGUEZ-García, Dan (2015) “Multicultural / Multiculturalism”. Dictionary of International Migrations, Observatório das Migrações Internacionais (OBMigra), Brasil. --- VERSIÓN DEL AUTOR EN CASTELLANO ---

Multicultural / multiculturalismo Dan Rodríguez-García Departamento de Antropología Social y Cultural, Universidad Autónoma de Barcelona

Definición sintética Multicultural o multiculturalidad significa la existencia de varias culturas en una misma sociedad. Multiculturalismo significa una orientación y acción política pluralista o multiculturalista, basada en el reconocimiento (solo) o apoyo institucional por parte del gobierno (también) de la diversidad sociocultural de la sociedad. 5 términos relacionados con el concepto Cultura, grupo étnico, minoría cultural, pluralismo, asimilacionismo, interculturalismo. Contexto terminológico e histórico El concepto multicultural/multiculturalismo deriva del de “cultura”, entendida como un conjunto de creencias, valores, normas, costumbres e instituciones, que integran un grupo humano; un sistema de conocimiento que nos proporciona un modelo de realidad a través del cual damos sentido a nuestro comportamiento, que es aprendido, compartido y transmitido a través de las generaciones. A su vez, el concepto de cultura se relaciona íntimamente con el de “grupo étnico”, entendido como un grupo de individuos que comparten una cultura y cuyos miembros se sienten unidos mediante una conciencia de singularidad históricamente generada; es decir, cualquier grupo con unos valores y prácticas compartidos que se reconozca (auto-identifique) a si mismo como diferente y sea reconocido por los demás como tal. De este modo, podemos hablar de cultura o de grupo étnico-cultural para referirnos a una gran variedad de colectivos: desde los trobriandeses de Nueva Guinea, hasta los brasileños, los catalanes, los punk o las otakus. También se habla, por ejemplo, de “cultura de los jóvenes” o de “cultura gay”, en base a factores de edad o de orientación sexual, respectivamente. En este sentido, una misma sociedad (conjunto de personas que comparten un espacio público común) siempre contiene múltiples culturas. Todas las sociedades, desde la de los trobriandeses hasta la brasileña o londinense son, por tanto, plurales o

 

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  multiculturales; se construyen a partir de su heterogeneidad y generan continuamente nuevas diferencias y nuevos grupos. Por otro lado, pluralidad o multiculturalidad no implica una orientación política pluralista o multiculturalista. El pluralismo o multiculturalismo se refiere a una filosofía o pensamiento social de reacción frente al uniformismo o asimiliacionismo cultural, y a un modelo de política pública en la que el estado toma parte activa en defensa de la diversidad cultural y derechos minorías, promoviendo a la vez la lucha contra discriminación y la cohesión social. Cuando hablamos de multiculturalismo nos referimos, pues, a una de las formas de gestión de la diversidad y la inclusión de los inmigrantes y de las minorías culturales o étnicas en la sociedad mayoritaria. Aquí puede hablarse de dos perspectivas clásicas: por un lado, el asimilacionismo, que promueve la sumisión o adopción total los de valores y normas de sociedad dominante por parte de los grupos culturales minoritarios, de forma que éstos resulten indistinguibles; es decir, sin mantener rasgos culturales propios en la esfera pública. Y por otro lado, el pluralismo o multiculturalismo, que se basa en el reconocimiento y apoyo de la diversidad cultural, con mayor o menor énfasis en la consideración separada de las minorías (segregación o exclusión) o en la igualdad cívica (inclusión o conciliación de diversidad e igualdad/equidad). Utilizando una terminología distinta, se habla también de países con modelo corporativista (que reconocen institucionalmente a las minorías culturales, que se relacionan con el Estado en una posición similar a la de cualquier otro grupo corporativizado; el caso de Holanda o Canadá); individualista (que rechazan la creación de políticas enfocadas en colectivos particulares, poniendo el énfasis en el individuo y los procesos de incorporación en el mercado de trabajo como base para su integración en la sociedad de acogida; el caso de Gran Bretaña); o estatista (que adoptan un punto de vista mucho más estado-céntrico para la incorporación de las minorías que el modelo individualista; el caso de Francia). Estos modelos o énfasis se basan a su vez en dos criterios básicos de acceso a la nacionalidad y a la ciudadanía: el ius soli (derecho de suelo o territorio) y el ius sanguinis (derecho de sangre o descendencia). Cada país se basa más en uno u otro criterio dependiendo de su historia y composición socio-política. En la práctica estas dos perspectivas u orientaciones políticas clásicas se combinan, si cabe con grados o tendencias más multiculturalistas o más asimilacionistas según el país o región. Así, se habla de multiculturalismo “débil” o “fuerte”. En el primer caso, la diversidad cultural es reconocida fundamentalmente en la esfera privada, con un predominio de la asimilación de los inmigrantes y las minorías culturales en la esfera pública o institucional. En el segundo caso, hay un reconocimiento y apoyo institucional por parte del gobierno de las diferencias y comunidades étnico-culturales en la esfera pública (por ejemplo, en el ámbito lingüístico, religioso, o de representación política). El Reino Unido sería un ejemplo de “multiculturalismo débil” y el Canadá un ejemplo de “multiculturalismo fuerte”. En este contexto el multiculturalismo puede simultanear con procesos de multinacionalismo dentro de un mismo estado pluricultural o plurilingüístico, como es el caso del Canadá con la provincia de Quebec, o de España con las autonomías que son naciones históricas.

 

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  Estamos hablando aquí, pues, del encaje o articulación entre derechos individuales, comunitarios y universales, y de la tensión entre el derecho a/de la diferencia (pluralismo) y el de la igualdad (no discriminación), donde es necesario tener en cuenta, además de la dimensión individual/universal, la cultural o comunitaria. El primer nivel hace referencia al acceso a los derechos de igualdad de oportunidades, normalización o compensación de desventajas. Este es el significado clásico de los derechos de ciudadanía (social, civil o política) y que se refiere al acceso en condiciones de igualdad a recursos como la vivienda, el trabajo, la escolarización, la cobertura sanitaria o la participación y representación política. El segundo nivel hace referencia a los derechos sociales y culturales colectivos en base a vínculos comunitarios (lingüísticos, territoriales, culturales, religiosos, etc.). Dado que el colectivo está ya presente en los individuos, los cuales están inevitablemente socializados y culturalizados, puede decirse que, en tanto que condición de la libertad e igualdad individual, ciertos derechos culturales basados en vínculos comunitarios estarían incluidos entre los derechos individuales/universales fundamentales, siempre que no vayan en contra de principios democráticos fundamentales y debiendo ser dialogados y negociados en un marco de convivencia común. En base a esto, podría argumentarse que ciertos aspectos de la diversidad requieren un espacio público, más allá de la esfera privada. La Declaración de Viena de 1989 y la Declaración de Copenhagen de 1991 son dos buenos ejemplos de legislación con referencia explícita a los derechos culturales y de las minorías. El modelo de asimilacionismo es de tradición republicana liberal, norteamericana (marcada por el proceso de independencia culminado en 1776) y francesa (marcada por la revolución entre 1789 y 1799). En el caso americano, el modelo surgió tras la quiebra del sistema de castas y esclavitud, y del cambio de ciclo que caracterizó el período presidencial del primer presidente de Estados Unidos, George Washington, y su doctrina de anglo-conformity o “americanización”, según la cuál se exigía que los inmigrantes y minorías se despojaran de sus rasgos distintivos (lingüísticos, religiosos, etc.) y se conformaran en todos los aspectos al patrón socio-cultural anglo-americano WASP (White Anglo-Saxon Protestant). La segregación racial en Estados Unidos, sin embargo, perduró bajo el llamado “sistema de Jim Crow”, que relegaba a la población afro-americana a un estatus de ciudadanía de segunda clase. Los conflictos raciales y de clase de los años 1950s y 1960s dieron lugar al Movimiento por los Derechos Civiles, que no sólo puso fin sistema de segregación Jim Crow, sino que también inspiró otras luchas que afectaron el tuétano de la sociedad estadounidense, desde el movimiento contra la guerra en Vietnam, hasta el de los derechos de las mujeres y de los gais y lesbianas. Es en ese contexto en el que se produjo una revalorización de las diferencias culturales o renacimiento de lo étnico (ethnic revival), que ya se venía gestando desde el final de la Segunda Guerra Mundial. La identidad étnica, como búsqueda y valoración de las propias raíces, se tomó entonces como bandera entre africanos, asiáticos, chicanos o descendientes de europeos, reclamando el derecho de estos grupos a mantener su propia identidad y características culturales, y a la vez el mantenimiento de valores y normas comunes (integración política y económica en la sociedad). Es aquí donde surge la idea de “acción positiva” en relación con la atención a la diversidad cultural, con tendencias más débiles o más fuertes de pluralismo; si bien es el modelo asimilacionista el que caracteriza a Estados Unidos.  

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En Europa, el Reino Unido siguió un proceso parecido al de Estados Unidos, aunque con una tendencia más marcada por el multiculturalismo: desde la anglo-conformity o asimilación a los valores culturales dominantes que primó en la era victoriana y durante las dos guerras mundiales, hasta la tendencia hacia un modelo más pluralista (multiculturalista débil) que se fue gestando en los años 1960s y reforzando durante los años 1980s y 1990s, con Tony Blair. Canadá fue el primer país del mundo en adoptar oficialmente el multiculturalismo como modelo político: primero, con la Ley de Quebec de 1774, que suponía el compromiso de los descendientes de colonos británicos (protestantes) de respeto, protección y defensa del idioma y las instituciones religiosas y civiles de los franceses del Quebec (católicos); segundo, con la creación de la Confederación de Naciones en 1867, que marcó el nacimiento de Canadá como país confederado; y tercero, con la aprobación oficial en 1971 por parte de Pierre Trudeau de la política multicultural, reforzada después por la Declaración de derechos y libertades de 1982 y por la Ley Multicultural de 1988. El debate actual sobre el asimilacionismo y el multiculturalismo Tanto el multiculturalismo como el asimilacionismo en sentido estricto han sido modelos cuestionados en los últimos años. Por un lado, los atentados de 2001 en Estados Unidos, de 2004 en Madrid y de 2005 en Londres, así como los disturbios raciales de verano de 2001 en diversas ciudades del norte del Reino Unido, o el asesinato del cineasta Theo van Gogh en Holanda en 2004, entre otros acontecimientos, hicieron que los políticos se cuestionaran si la “tolerancia” pública hacia la diversidad conducía en último término al conflicto. Por otro lado, la controversia sobre el hijab y su abolición en las escuelas en Francia en 2004, sumado a los incidentes de mitades y finales de los años 2000s en barrios de la periferia urbana de ciudades francesas o banlieues, entre otros acontecimientos, han hecho cuestionar el modelo asimilacionista. Ciertamente, el asimilacionismo implica no reconocer derechos de colectivos o minorías que pueden ser compatibles con la convivencia en el conjunto de la sociedad. Por otro lado, una defensa acrítica de la idea de diferencia cultural en clave multiculturalista extrema, puede favorecer procesos de esencialización cultural y segregación o “balcanización” (creación de sociedades paralelas), en detrimento de principios fundamentales de igualdad. En este debate, sin embargo, se ha tendido a distorsionar el significado de multiculturalismo. La distorsión deriva primero de una visión reduccionista de la noción de “cultura”; esto es, la tendencia a interpretar las culturas como entidades fijas e inmutables, en lugar de cómo heterogéneas y dinámicas, presuponiendo también, en consecuencia, que las personas se identifican con un única cultura. Esta ideología conduce casi inevitablemente a hacer una equivalencia reduccionista entre multiculturalidad y segregación o guetización, y a hablar de “choque de culturas/civilizaciones”, de “incompatibilidad cultural”, de “exceso de diversidad”, o de “peligro de desintegración”. En este tipo de argumentación el Islam, por ejemplo, se confunde con intransigencia religiosa y valores anti-democráticos. De entrada, y como ya se ha señalado al principio, todas las sociedades son multiculturales o heterogéneas  

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  culturalmente. Por otro lado, la existencia de diferentes colectivos étnico-culturales dentro de una misma sociedad es perfectamente compatible con la igualdad y la cohesión social, pues el mantenimiento cultural distintivo no implica necesariamente segregación o conflicto en la convivencia. De hecho, no sólo una sociedad diversa no equivale a una sociedad dividida, sino que el reconocimiento y la negociación crítica de la diversidad en un especio cívico común conduce a niveles de mayor igualdad y cohesión social. Como ya señaló Claude LéviStrauss en Raza e Historia (1952), la equivalencia –de tradición republicana francesa– entre igualdad cívica o cohesión y homogeneidad cultural, es una falacia. La homogeneidad o monoculturalidad es un mito de la modernidad europea, que hizo equivaler estado, nación, pueblo y cultura, en singular. Los procesos de similitud, cohesión y solidaridad (bridging), por un lado, y los de diversidad o diferenciación (bonding), por otro, no son, por tanto, excluyentes o contradictorios. Cabe tener presente, además, que el multiculturalismo no se refiere sólo a las diferencias culturales según el origen geográfico-étnico (inmigrantes o minorías étnicas históricas), sino a la atención a la diversidad de todo tipo, específicamente a grupos tradicionalmente discriminados por razón de afiliación religiosa, sexo, orientación sexual o discapacidad, entre otros factores. En su sentido original, pues, se trata de un modelo que lucha, sobre todo, a favor de la igualdad y la cohesión social. Esta es, por ejemplo, la orientación multiculturalista en Canadá, donde el Estado toma parte activa en el reconocimiento y apoyo de la diversidad cultural y los derechos de las minorías, pero promoviendo a la vez lucha contra discriminación y la cohesión social (un marco de referencia común, de valores compartidos y derechos y deberes de ciudadanía). Por otro lado, el “culturalismo” (una defensa acrítica de la idea de diferencia cultural o el uso sobredimensionado y esencialista de la cultura) puede enmascarar la mayor relevancia o interconexión con otros factores explicativos de una situación concreta. Por ejemplo, se suele atribuir a la diferencia o tradición cultural –y por extensión al multiculturalismo– problemas producidos por las desventajas socioeconómicas y la persistente discriminación social e institucional entre grupos. Un ejemplo de esto son los disturbios urbanos en las banlieues francesas de las últimas décadas, que no tienen tanto que ver con la diversidad cultural per se, sino más bien con la desventaja social y la exclusión. Es decir, con el aislamiento y segregación social, el recorte continuo del gasto en servicios sociales (por ejemplo los programas de inserción laboral o vivienda social) y la estigmatización y discriminación étnica en el mercado de trabajo de una parte importante de la población descendiente de inmigrantes. La violencia urbana y los procesos de reivindicación étnico-cultural (en aspectos como la identidad religiosa), se explican aquí como reacción a la exclusión social forzada, lo cual se presta engañosamente a interpretaciones politizadas de corte culturalista. En esta misma línea, la instrumentalización política de un rasgo o tradición cultural particular en términos culturalistas o de “fundamentalismo cultural” puede servir para justificar prácticas discriminatorias en términos culturales, lo que a su vez puede causar que esa particularidad se haga equivaler a intransigencia o a principios anti-democráticos, estigmatizándola y conduciendo a un discurso de “choque de civilizaciones”. La politización  

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  religiosa de las mutilaciones genitales femeninas (su defensa desde una cierta interpretación del Islam), serían un buen ejemplo de esto. Así pues, habría dos perspectivas reduccionistas a evitar cuando se habla de gestión de la diversidad, y que en ambos casos parten de una concepción esencialista de la cultura: el antimulticulturalismo o la abominación de cualquier signo de diversidad o de pluralismo, interpretado negativamente como equivalente a segregación y contrario a la igualdad y la cohesión social; y el relativismo radical o multiculturalismo acrítico, basado en una idea también esencialista de la cultura, que obvia el conflicto, la necesidad de crítica abierta, de diálogo y negociación de las diferencias en un marco de convivencia democrática compartido. En cualquier caso, la reevaluación del asimilacionismo y del multiculturalismo de los últimos años ha llevado a plantear una tercera vía o modelo en la gestión de la diversidad cultural: el interculturalismo, entendido como un modelo/proceso de convivencia en la diversidad que implica la adaptación bi-direccional o acomodación mutua de todos los integrantes de la sociedad, con participación, interacción y negociación, más allá del simple reconocimiento y coexistencia, en favor de una comunidad cívica o cultura pública común cohesionada a la vez que plural. Un modelo interculturalista reconoce que todas las sociedades son heterogéneas, que están compuestas por diferentes grupos, y que los colectivos culturales minoritarios también tienen derecho a proponer cambios en la sociedad en su conjunto, siempre que estos cambios sean en beneficio del grupo cultural en general y que no violen los derechos de cualquier otro grupo de la sociedad en su conjunto. Esto implica la posibilidad de crítica mutua entre los grupos, de aprendizaje mutuo a través de la negociación de las diferencias, y de cambio sociocultural estructural, más allá de la noción de simple reconocimiento. Un ejemplo de esto sería la promoción de un secularismo abierto que no relegue y margine las diferencias religiosas al ámbito exclusivamente privado; es decir, en el que no promoviendo ninguna religión en particular (laicidad institucional), las instituciones públicas den libertad al individuo a mantener y expresar su afiliación religiosa en el contexto público. El interculturalismo, sin embargo, no es fundamentalmente distinto de la noción de multiculturalismo en su sentido original (no distorsionado). Lo que aportaría la noción de interculturalismo, en todo caso, es el énfasis en la idea del proceso continuo de negociación y resolución de conflictos en la gestión de la diversidad, y de la naturaleza siempre cambiante de las sociedades. La perspectiva interculturalista subrayaría también que la articulación entre diversidad cultural y cohesión social debe partir de una valoración o reconocimiento de la diferencia que supere las relaciones de poder desiguales y de fragmentación de la sociedad en comunidades cerradas, promoviendo una valoración crítica y no defensiva del propio grupo y de los demás para propiciar cambios estructurales beneficiosos para el conjunto.

 

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  Bibliografía seleccionada recomendada ALEXANDER, Jeffrey. The Civil Sphere. New York: Oxford University Press, 2006. BANTING, Keith, KYMLICKA, Will. “Canadian Multiculturalism: Global Anxieties and Local Debates”. British Journal of Canadian Studies, 2010, 23(1): 43-72. BAUMANN, Gerd. The Multicultural Riddle: Rethinking National, Ethnic, and Religious Identities, New York & London: Routledge, 1999. GLAZER, Nathan. We Are All Multiculturalists Now. Cambridge, MA: Harvard University Press, 1997. GRILLO, Ralph. Pluralism and the Politics of Difference: State, Culture, and Ethnicity in Comparative Perspective. Oxford: Clarendon Press, 1998. GRILLO, Ralph. “An excess of alterity? Debating difference in a multicultural society”, Ethnic and Racial Studies, 2007, 30(6): 979-998. KIVISTO, Peter. “We Really Are All Multiculturalists Now”, The Sociological Quarterly, 2012, 53(1): 1-24. KYMLICKA, Will. Multicultural Citizenship: A Liberal Theory of Minority Rights. Oxford: Clarendon, 1995. KYMLICKA, Will. Immigration, Citizenship, Multiculturalism: Exploring the Links. In S. Spencer (ed.) The Politics of Migration: Managing Opportunity, Conflict and Change. Oxford: Blackwell, 2003, 195-208. MODOOD, Tariq. Multiculturalism: A Civic Idea. Oxford: Polity Press, 2007. PAREKH, Bhikhu. Rethinking Multiculturalism: Cultural Diversity and Political Theory. London: Macmillan Press, 2006. PUTNAM, Robert. E Pluribus Unum: Diversity and Community in the Twenty-first Century, The 2006 Johan Skytte Prize Lecture, Scandinavian Political Studies, 2007, 30(2): 137174. RODRÍGUEZ-GARCÍA, Dan. “Beyond Assimilation and Multiculturalism: A Critical Review of the Debate on Managing Diversity”. Journal of International Migration and Integration, 2010, 11(3): 251-271. STOLCKE, Verena. “Talking Culture: New Boundaries, New Rhetorics of Exclusion in Europe, Current Anthropology, 1995, 36(1): 1-24. GUTMAN, Amy. (ed.) Multiculturalism: Examining the Politics of Recognition. Princeton: Princeton University Press, 1994. VERTOVEC, Steven, WESSENDORF, Susanne (eds.) The Multiculturalism Backlash: European Discourses, Policies and Practices. London & New York: Routledge, 2010.

Datos sobre el autor Dan Rodríguez-García es Profesor Agregado y Coordinador del Grupo de Investigación en Inmigración, Mestizaje y Cohesión Social (INMIX) en el Departamento de Antropología Social y Cultural de la Universidad Autónoma de Barcelona, España. E-mail: [email protected]

 

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