No vine por mi torta; vine por mis huevos

July 13, 2017 | Autor: Daniel Escamilla | Categoria: Estudios Culturales, Futbol, Contracultura, Historia y Teoria del Arte y la Arquitectura
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No vine por mi torta; vine por mis huevos

El año 2013 pasó a la historia como aquel en el que más manifestaciones en contra del gobierno se han registrado en la historia contemporánea del país. De acuerdo con la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal (SSPDF) la cifra asciende a 7 mil 910. Eso es tomando en cuenta únicamente la Ciudad de México. Probablemente el número total, incluso sumando provincia, sería irrelevante. Lo realmente importante es advertir el gran descontento generalizado por parte de la ciudadanía, y cuestionar en qué medida sirve de algo (o no) salir a las calles a protestar sin tener en mente llevar a cabo acciones que puedan hacer política de verdad. Me gustaría centrarme en lo segundo. Al hablar del espectáculo, Guy Debord plantea que éste es el alfa y el omega. Es decir que lo abarca todo. Estrategias como las campañas publicitarias por parte de Coca-Cola en los últimos años son ejemplos de cómo los grandes aparatos hacen de la crítica algo capitalizable. Cuando la publicidad entendió el gesto duchampiano del apropiacionismo entonces logró capitalizar incluso los movimientos sociales. Bajo el eslogan de volvámonos locos la refresquera recrea una serie de prácticas contraculturales de los sesenta que buscaron desestabilizar al Estado en su papel de regulador de los distintos órdenes sociales. Los bloqueos, los gritos y la quema de árboles difícilmente pueden tener algún potencial político cuando son acciones completamente predecibles. En lo que respecta a las recientes manifestaciones el común denominador ha sido que no existe un plan más allá de joder al prójimo esperando que el Estado se canse de las quejas de quienes se ven afectados sin deberla ni temerla. Bajo esta línea, ¿pasa algo si durante un día, una semana o un mes los usuarios se saltan el metro? El mismo Miguel Ángel Mancera dijo que lo iba a tolerar durante los primeros días. ¿Y qué si se quema el árbol de Coca-Cola? Ganan presencia en los medios y los manifestantes sólo dan pretextos al Estado para, en palabras de Peña Nieto durante Atenco, hacer uso legítimo de la fuerza. Más aún con la nueva Ley anti protestas del Distrito Federal. ¿Para qué hacer marchas con el propósito de manifestar inconformidad sin más? Eso serviría si al Estado le importara nuestra opinión, si la democracia representativa efectivamente representara al electorado, si existieran las condiciones para generar política desde ahí. No basta con disentir.

Ahora bien, con esto no quiero ser pesimista ni determinista al extremo sino apuntar la importancia que tiene jugar las piezas con la cabeza fría, entender el contexto y actuar en consecuencia. Para ello propongo tomar cuatro ejemplos de acciones de protesta donde se rompió con la lógica del espectáculo y la capacidad de anticipación por parte de las estructuras. Abro fuego con una acción hecha por aficionados en un simple partido de fútbol, pasando después al discurso de agradecimiento de Jorge Drexler durante la entrega de los Óscar en 2005, y termino con dos piezas, Una milla de cruces sobre el pavimento (1979-1980) de la artista chilena Lotty Rosenfeld y NO proyectado sobre el Papa (2011) del español Santiago Sierra.

El partido de fútbol del Sevilla vs Levante correspondiente a la jornada 35 de la Liga en España fue retrasado treinta min por la Sexta TV, televisora encargada de la transmisión de los partidos del Sevilla. El retraso se debió a que la empresa decidió transmitir la conferencia de prensa posterior al clásico Barcelona vs Real Madrid. El ajuste en el horario

provocó que el partido del Sevilla terminara a las 00:30. Cuando los aficionados supieron de la decisión tomada por la televisora, se organizaron para hacer una protesta que saboteara sus intereses. De manera que, antes de que se cumpliera el primer minuto de juego, lanzaron miles de pelotas de tennis a la cancha mientras cantaban “estoy hasta la polla del Barça y del Madrid”. Con esto provocaron que se detuviera el juego para que el staff del estadio pudiera sacar todas las pelotas que se lanzaron. https://www.youtube.com/watch?v=oTCSJugfi0g Lo relevante acá es que entonces el partido tuvo un nuevo retraso por haberse detenido, con la diferencia de que esta vez no era algo planeado, por lo que la programación de la televisora sufrió cambios que no tenían previstos. En esta pequeña protesta, nunca antes vista en un espectáculo como el fútbol, se rompió con la lógica de las manifestaciones. Un gesto tan inofensivo como el de lanzar una pelota de tennis a un campo de fútbol cobró importancia al interponerse en el flujo previsto por el espectáculo. Siguiendo con la línea de realizar acciones que se interponen en el flujo del espectáculo, está Jorge Drexler y su Óscar al mejor soundtrack con “Al otro lado del río” en Diarios de motocicleta. Tradicionalmente los autores de las canciones nominadas deben presentarse como parte protocolaria del evento. Sin embargo, en esa edición consideraron que el uruguayo no tenía el peso mediático correspondiente al contexto hollywoodense, de manera que la canción fue interpretada por Carlos Santana y Antonio Banderas. Cuando se anunció a Drexler como ganador, subió al estrado y cantó a capella un fragmento de su canción en vez de ofrecer un discurso de agradecimiento. Estudió el contexto, encontró una fractura, parasitó la plataforma y se interpuso en el flujo natural del espectáculo. https://www.youtube.com/watch?v=YPSxbWwI7A4 Los dos ejemplos anteriores podrían dar la impresión de ser un tanto suaves. Si bien es cierto que en ambos casos la manera de protestar va más allá de poner su inconformidad de manifiesto de forma oportuna y efectiva, también es cierto que el contexto no es precisamente el más tenso. En los dos casos siguientes parece que sí hay algo en juego. Es

decir, daría la impresión de que los artistas en cuestión hacen una declaración (con incidencia en la reflexión y eventual organización política) mediante la cual ponen el dedo en la llaga.

Durante más de treinta años Lotty Rosendfeld ha hecho reproducciones de Una milla de cruces sobre el pavimento (1979-1980) en diferentes sitios, incluyendo la Casa Blanca. La pieza original se gestó en el marco de la dictadura de Pinochet en Chile. En 1979 la artista salió a las calles de Santiago para intervenir las líneas de división entre carriles con líneas perpendiculares de pintura blanca con el fin de hacer cruces. Un gesto mínimo que, no obstante, conduce a la ciudadanía a replantearse el clima político en el que están inmersos. El último de esta nota es Santiago Sierra. En colaboración con Julius von Bismarck proyectó la palabra NO sobre el Papa Benedicto XVI (entre

otros) durante la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid. Sierra se caracteriza por poner siempre el dedo en la llaga. Usualmente lo hace en ambientes museísticos. De ahí que haya preferido destacar esta acción hecha en un evento público. La proyección se hizo con un fulgurator, un dispositivo que permite proyectar una imagen al mismo tiempo que toma una fotografía. Igual que ocurre en los demás casos citados, esta proyección rompe con la lógica del espectáculo. De nueva cuenta hay un elemento no previsto en la parafernalia preparada por parte de las estructuras. Es una protesta que parasita el contexto y se vale de él para hacer un corto circuito en el flujo del espectáculo.

En ninguno de los casos citados se falta a los marcos legales. No son, por decirlo de alguna manera, acciones ilegales, que es lo que tanto argumentan las fuerzas públicas al momento de atacar a los manifestantes. Y, sin embargo, se trata de gestos que permiten desestabilizar al Estado y hacer vida política al margen de las instituciones.

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