Notas para representarse

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NOTAS PARA REPRESENTARSE Decires en frontera

Por Damián Cabrera Seminario Espacio/Crítica En la frontera de un nombre hay un río El Alto Paraná es un espacio que se encuentra atrapado por los límites que dibuja la representación. Ciudad del Este, cifrada en los estereotipos que parecen clausurar toda otra posibilidad de ser de la ciudad: ¿qué hay en los bordes del contrabando, el comercio y la piratería? En primera instancia, Ciudad del Este es el otro nombre de una fecha traumática, y es la excusa del programa del coloniaje que se completó bajo la dictadura de Alfredo Stroessner. Entre las imágenes previas y las imágenes del porvenir se producen fisuras a través de las cuales se filtran otros modos de hacer, otros modos de estar y de decir el lugar propio. Pero lo que resplandece en la oscuridad de los cuerpos en oposición es la tensión. En el origen era el “infierno verde”, el sublime desbordado y amenazante, “ese laberinto que no se acaba nunca”, que para Barret –y luego para Rivarola-Matto y Roa Bastos- era escenario de explotaciones en los obrajes, bajo el yugo de la Industrial Paraguaya o la Matte-Laranjeira. Un virus ataca la corteza de una célula en un ángulo particular, prolifera en ese recodo de su dermis hasta que la perfora, entra, hace estragos; así, el monocultivo extensivo que ya no tenía hacia dónde en el Brasil se abrió camino por Canindeyú, y a lo largo de toda la frontera, y más tierra adentro, cada vez. El autodenominado “sector productivo” del Paraguay: El bosque es la rémora de su “progreso”, una representación stronista que ha sido eternizada por el discurso del sector y el discurso de los medios corporativos de comunicación. Ahora, el bosque es señalado como escondrijo del EPP (el grupo guerrillero denominado Ejército del Pueblo Paraguayo); más una negligencia al restarle peso al pasado poniendo en clave de insólito lo que ha sangrado sobre la memoria. El infierno: laberinto y desierto verde, despoblado, susceptible de políticas de colonización desde ambos márgenes del Paraná. Más de cien años de disputas transitan el territorio altoparanaense, entre indígenas, campesinos y terratenientes –de nacionalidad heterogénea-. El espacio fronterizo altoparanaense tiene sus claves de lectura en un complejo de tres íconos constituidos por la represa hidroeléctrica de Itaipú, la Ruta Internacional Nº 7 “Dr. José Gaspar Rodriguez de Francia” (que une Coronel Oviedo con Ciudad del Este) y el Puente de la Amistad. Estos tres elementos modernizadores de la región, además de ser infraestructura constituyen artefactos simbólicos que inauguran un nuevo tiempo y reestructuran la vida local. Estos artefactos inauguran, además, la marcha hacia el Este, desde el interior del Paraguay, y la marcha hacia el Oeste, desde el Brasil, que termina permeando su exterior. Esto genera disputas territoriales, pero que no se reducen a la disputa por la tierra. Bajo la apariencia de una dicotomía brasileños/paraguayos propagandística se disimula la

naturaleza de las oposiciones: la lucha por los sistemas de producción; y no sólo de producción económica sino también simbólica, y sus mecanismos de puesta en circulación. La ciudad nueva es de paso pero también de visita, y allí prolifera el contrabando como negocio típicamente militar y de la clase política stronista hasta principios de los 90; cuando, por decirlo de alguna manera, se democratiza. En su novedad hay lugar para ocupaciones temporales, pero el trabajo informal e ilegal sobrevive al crecimiento explosivo, y lo temporal se vuelve permanente. La visible presencia de otras colectividades puede hacer pensar en más un mito que se autoconsume: la integración multiculturalista y las coexistencias armónicas; pero lo diferente existe hostilmente sobreviviendo su espacio según sus potencias. En la lucha por los sistemas de producción económica, la producción simbólica tiene poca visibilidad. En principio porque las políticas de institucionalización y las prácticas ministeriales están ausentes, pero también porque cualquier emprendimiento independiente debe abrir, cada vez, su propio espacio para acontecer; y éste se cierra, cada vez, dejando una cicatriz imperceptible.

Frontera Se le ha puesto nombre a tu lugar desde muchos distritos. Hay un Alto Paraná que ha sido fundado con representaciones de procedencia diversa, construcciones transmutantes, pero que han grabado algunos perfiles en el imaginario colectivo de los esteños o en los imaginarios sobre el Este. En este espacio atravesado por territorialidades en conflicto, que pulsan por consolidarse, y en ocasiones por imponerse sobre otras, hay señales de un campo abierto a múltiples semanticidades; la cercanía y las relaciones de poder suscitan travesías posibles: ingresos en universos simbólicos otros; pero también propician otro tipo de cruces: hay interferencias lingüísticas, hay aculturación, y también hibridaciones. Ahora: ¿en qué registro contarse? El problema de cómo representarse genera ansiedad, y se suma la incomodidad que implica el hecho de que las representaciones contribuyen en la construcción de identidad y de memoria. Aquí hay otros transgénicos: pero estas interferencias lingüísticas ¿dicen algo? Pensás, además, en el hecho de que la imagen de la frontera esteña está atrapada en medio de las estereotipaciones, construidas, principalmente, desde los medios de comunicación. Didi-Huberman cita a Karl Krauss, quien reflexiona sobre la verdad y sobre el supuesto de objetividad de las informaciones ofrecidas por los medios periodísticos: “no hay otra objetividad que una objetividad artística. Sólo ella puede representar un estado de cosas de manera conforme a la verdad” (DIDI-HUBERMAN, 2008, p. 21). Pero en este espacio, reciente en tanto cómo es reconocido, las representaciones que buscan nombrarlo desde la poesía son apenas incipientes; creés reconocer, sin embargo, en cierta literatura, especialmente en aquella que ejerce su experimentación en una escena fronteriza imaginada, las señales de una forma que dice una verdad sobre él. Al decirse, estas voces poéticas oponen no sólo una imagen alternativa del lugar, sino transparentan en su forma los procesos que lo atraviesan. Esta imagen podrían leerse como el reverso de las representaciones autoritarias que atestan el espacio vacío del nombre propio, el cual, en un territorio falto de memoria colectiva plenamente consciente, no tiene asignación imaginable. El ejercicio de la mezcla, que quizás valga más como acto que por

lo que se dicta en su decir, se asemeja a la posición del híbrido cultural en tanto actor político que confunde los artefactos de reconocimiento y discriminación. Así como la hibridez hace tambalear las posiciones de la autoridad colonial y de la contestación de la diferencia, las palabras que estas voces poéticas profieren podrían activar mecanismos para tornar fluctuantes algunas posiciones: Las palabras no están en el lugar de las imágenes. Son imágenes, es decir, formas de redistribución de los elementos de la representación. Son figuras que sustituyen una imagen por otra, palabras por formas visuales o formas visuales por palabras. Esas figuras redistribuyen al mismo tiempo las relaciones entre lo único y lo múltiple, lo escaso y lo numeroso. (DIDI-HUBERMAN, 2008, p. 95).

Como ha ocurrido en muchos departamentos del Paraguay, durante la dictadura stronista varios pueblos y ciudades del Alto Paraná han sido bautizados y rebautizados. Pueblos como Che’irokue y Ka’arendy hoy honran con su nombre a Juan E. O’Leary y a Juan León Mallorquín, respectivamente. Y Ciudad del Este se llamaba Puerto Presidente Stroessner. Atravesados por el nombre plural, hay desde una primera mirada la impresión de una atmósfera inquieta, inestable y perversa.

Interferencia Las zonas de convivencia pueden transformarse en zonas de interferencia; cuando un cuerpo choca contra otro se producen movimientos de reubicación: la imagen de esos cuerpos nos llega menguada, en retazos. La escena puede volverse, por un instante, caóticamente policromada, y por momentos, sus colores parecen asentarse; puede entreverse cierta coherencia, algún sentido, en el montaje hostil de caracteres diferentes. Es el polvo –pensás, desde tu posición‒ después de la turbulencia: se sitúa por un tiempo, y no definitivamente; susceptible de ser desalojado de su nuevo sitio, hacia otro, por una fuerza que irrumpe. Así es cómo tomás un cuerpo de textos: una turbulencia compuesta de porciones móviles. Hay un momento en esta escritura en el que la composición extrema un distanciamiento de ciertos órdenes lingüísticos; esto pone las imágenes en situación de extrañamiento. La voz poética aparece enrarecida, mediada por interferencias léxicas –primero entre el guaraní y el castellano, finalmente el portugués‒; pero también por medio de una transliteración creativa: hay un juego en los límites de una inteligibilidad fonológica, pero asimismo en el límite de la legibilidad/ilegibilidad literal. Esa frontera oscura que las palabras habilitan te remite a un espacio físico, real, atravesado por piezas transmutantes, y que, al menos para vos, se define en función de sus cruces, de sus coexistencias e interferencias. Decís: Hay, frente al fenómeno de las interferencias lingüísticas, la posibilidad de concebir soluciones creativas para las tensiones. Decís esto pensando en las soluciones creativas del habla coloquial, pero deseando un diálogo con los otros lugares desde los cuales se (des)traba una lucha en los campos semánticos y en las territorialidades

superpuestas de las lenguas; por ejemplo, en la escritura, en particular en un tipo de escritura: la literaria. Partís del supuesto de que la articulación, en un mismo espacio discursivo, de dos lenguas con cargas semánticas e ideológicas distintas operaría como un montaje –no sólo de imágenes o puros enunciados, sino también de ficciones‒ capaz de hacer decible una experiencia, habilitando nuevas formas de subjetividad y redistribuyendo posiciones en el orden discursivo pero también político. Si como sugiere Rancière en La distribución de lo sensible la escritura destruye los cimientos “legítimos” de la circulación de la palabra, ¿qué desarreglos en la manera de imaginar identidades y la administración de territorios y cuerpos en un espacio común propondría el montaje de un discurso literario en el cual lenguas –tanto colonizantes como colonizadas‒ se interfieren mutuamente? Y, finalmente, ¿qué es lo que convocaría este discurso, y qué es lo que conjura y desregula o legitima las voces de quienes se escriben en esta clave?

Una escritura menor Deleuze y Guattari bosquejan los contornos de lo que se da en llamar una literatura menor. En el espacio de territorialidades lingüísticas sobrepuestas, hay lugar para que las lenguas estén sujetas a determinadas posiciones. Así, en la metáfora de las transparencias, el paisaje diglósico obedece al arreglo y ordenamiento de los espacios que son proyectados por las lenguas subordinantes. Si realizaras una taxonomía de las posiciones consignadas a las lenguas, el guaraní se trasluciría opacado bajo las capas subyugantes del castellano, la lengua del Estado y con mayor prestigio social, y el portugués, una de las nuevas lenguas del poder. Pero para Deleuze y Guattari, la literatura menor no sería aquella escrita en la lengua subalterna, “sino la literatura que una minoría hace dentro de una lengua mayor” (DELEUZE, 1978, p. 28). No la poesía de las minorías que se dicen a sí mismas con sus palabras ‒¿porque el subalterno no puede hablar?‒, sino el uso menor de una lengua mayor, el empleo desubicado de una lengua, la dislocación de la lengua de su estado habitual. Así, continúan diciendo Deleuze y Guattari, lo que en primera instancia caracterizaría la literatura menor es que “el idioma se ve afectado por un fuerte coeficiente de desterritorialización” (DELEUZE, 1978, p. 28). Pero el ejercicio que efectúan escritores como Jorge Canese, así como otros varios autores en cuya escritura se despliega una zona de interferencias lingüísticas (Wilson Bueno, Néstor Perlongher, Paulo Leminski, Douglas Diegues, por ejemplo), excede la radicalidad del uso menor de una lengua mayor y extrema la desterritorialización de las lenguas al montar, sobre un mismo espacio discursivo, la suma de acentos y de claves en una acción socarronamente contaminadora. Lo que tiene más visibilidad en esta poesía no son las imágenes que el significante hace parpadear cuando se leen o se pronuncian las palabras, sino un gesto: el movimiento desarreglador de los espacios; un traspapelar ese primer montaje que de hecho constituye la superposición de territorios lingüísticos; un golpe sobre la desmemoria orgánica de los cuerpos con relación a sus espacios previos que produce una nueva amnesia territorial: no una que niega el orden actual de las posiciones, sino una que hace caso omiso a tal orden. Decís: Las características del mapa diglósico del Paraguay obstaculizan la posibilidad de que los sujetos hablen en cualquiera de las lenguas, se digan profiriendo

palabras o escribiéndolas en cualquier lengua. “En consecuencia, un pueblo que se deslengua es un pueblo que se des-piensa, se des-dice y, finalmente, se des-hace”, dice Melià, y agrega que “el alingüismo es por desgracia un fenómeno posible” (MELIÀ, 1997, p. 39). Deleuze y Guattari hablan del valor colectivo de la literatura menor. En los usos menores de una lengua mayor habría pocas condiciones para profusas producciones de calidad, habría dificultades para individualizar al sujeto del enunciado como “maestro”, y, por lo tanto, la escritura menor iría en una dirección opuesta: hacia una expresión de acción colectiva: “lo que el escritor dice totalmente solo se vuelve una acción colectiva, y lo que dice o hace es necesariamente político, incluso si los otros no están de acuerdo” (DELEUZE, 1978, p. 30). Pensás: En Paraguay toda literatura sería una literatura menor, puesto que éste sería un uso subalterno de las lenguas mayoritarias, tanto en cuanto a la cantidad de hablantes como a las posiciones a las que las lenguas están consignadas. No hay, pensás, hablantes plenamente competentes, y no habría, salvo detrás de la autoridad de algún nombre, una escritura magistral. Pero oponés la atmósfera afásica de apariencia terrorífica que Melià anticipa a una consternación de otro orden: Más que las palabras, más que los significados cuya persistencia se vería amenazada con la desaparición de los significantes que los nombren, te aterra el destierro de las funciones del lenguaje; al expropiarse una función lingüística de una lengua, los que hablan y piensan en esa lengua estarían deportados de la posibilidad de desarrollar plenamente su subjetividad. Pero hay una expectativa: El colectivo des-hecho por la afasia podría eventualmente tener la oportunidad de re-imaginarse. No hay literatura mayor, pensás, pero hay escrituras marginales.

El portuñol y el portunhol selvagem A mediados de 2000 se desata un debate efímero pero intenso sobre el portuñol en la literatura de Paraguay, a raíz de un artículo publicado por Andrés Colmán Gutiérrez en el Correo Semanal de Última Hora el sábado 8 de diciembre de 2007. El artículo, titulado El portuñol se instala en la literatura fue publicado con motivo de un encuentro de poesía organizado por el escritor Cristino Bogado, denominado Asunción, kapital mundial de la fikción, al cual acudieron varios cultores de lo que por entonces empezaba a llamarse “portunhol selvagem”. En el artículo, Colmán Gutiérrez da muestras de lo que es el portuñol en el habla coloquial con textos propios; además se refiere a una cita del crítico literario español José Vicente Peiró Barcos quien afirma que Colmán Gutiérrez fue el primero en introducir en la literatura de Paraguay esta mezcla entre castellano, guaraní y portugués, que efectivamente se observaba en el habla coloquial de la frontera paraguaya con el Brasil. El fenómeno de mezclas translingüísticas en la literatura de Paraguay empezaba a llamar la atención tanto de académicos como de críticos en diversas universidades de Latinoamérica, Estados Unidos y Europa; pocos años después se suscitarían publicaciones de antologías y realización de congresos en los cuales este fenómeno estaría en el centro de las discusiones. El escritor Jorge Montesino asumía que Colmán Gutiérrez no sólo no quería quedar fuera de esa vibrante escena que empezaba a agitarse en el Paraguay, sino que también se estaría adjudicando una suerte de pionerismo en la cuestión de mezclas entre el castellano, el portugués y el guaraní. A raíz de esto, en febrero de 2008 escribe en su blog:

Sin pudor alguno, Colmán G. agrega de su propia autoría: “Hasta entonces lo que en la novela se me ocurrió bautizar como portuguarañol (la unión forzada del portugués, el guaraní y el español), se manejaba a un nivel puramente oral y marginal, y no encontraba eco ni en la poesía ni en la narrativa”. Cita luego como antecedentes el portuñol de Caetano Veloso y Gilberto Gil. La pretensión de Colmán Gutiérrez es temeraria, pues los antecedentes de estas mezclas de idiomas se abanican en infinidad de ejemplos y comienzan a verse en escritos desde principios del siglo XX (Montesino, 2008).

Efectivamente, El último vuelo del pájaro campana de Andrés Colmán Gutiérrez se publica en 1995. En esta novela aparecen algunos diálogos en portuñol, aunque la narración está hecha primordialmente en castellano. En 1992, el escritor Wilson Bueno había publicado Mar Paraguayo, una inquietante novela narrada completamente en un portuñol inventado, con interferencias del guaraní, para las cuales el poeta y novelista curitibano contó con el asesoramiento de Jorge Canese. Cabe decir que la diferencia de años es ínfima, y que, a pesar de que son dos proyectos evidentemente diferentes, ambos son contemporáneos. El portuñol en la literatura, sin embargo, es anterior y bastante profuso en la poesía de Néstor Perlongher, Paulo Leminski, Xico Sá, entre otros. Algo que aquí estaba también puesto en cuestión era la naturaleza de las mezclas que se estaban realizando. Por un lado, los que se adscribían al “portunhol selvagem” veían las interferencias lingüísticas como instancia creativa, y montaban una zona de interferencias que no respondía a los mecanismos ni a las economías del lenguaje coloquial. Por otro lado, Andrés Colmán Gutiérrez –y el mismo Jorge Montesino, que cuestiona su nota‒ representaban en sus textos el habla coloquial, las contaminaciones que la oralidad creativa producía. Cabe señalar, sin embargo, que tanto Canese como Douglas Diegues, Edgar Pou (quizás en menor medida Cristino Bogado), ejecutan estas interferencias creativas primordialmente en la poesía y excepcionalmente en la narrativa.

Tengo nombre Hay cartografías superpuestas, territorio sobre territorio, modos de ver que ordenan y asignan valor al lugar, y que en devolución son en función del lugar. Es posible encontrar el hito con varios nombres, pero el curso de la historia y los espíritus que la signan también dislocan nombres, asignan otros. Cambiar de signo no borra el nombre anterior, que se constituye en una presencia flotante sobre el espacio, sobre las cosas y las personas a las que les comunica su sentido. El cambio convierte al territorio en casa rodante, que se mueve y se reacomoda como transformer según el nombre dado, según el grado de presencia del nombre suprimido. Pero hay otros nombres que flotan sobre este territorio, como nubes ancladas a la tierra por hilos demasiado tenues como para ser creíbles. La representación de un espacio gobernado por el caos puede ser desbaratada por ordenamientos de fondo demasiado

fuertes, a pesar de su presencia disimulada detrás de nombres e idearios que no siempre coinciden con la vivencia. La imagen de un espacio de presencias difuminadas que pulsan por corporizarse – como fantasmas que parpadean en su intento por hacerse carne- es arrojada como una de las representaciones que se hace de la escena fronteriza del Este, que en el curso de su historia, reciente tanto, ha sido atravesada por múltiples territorialidades y grupos sociales de procedencia diversa que la han elegido como hogar o como lugar de paso en su tránsito hacia dónde; y que en la última década ve una explosión en slow motion de subjetividades que desean inscribirse en el espacio, hacerse cuerpo; produciendo sentido, significando, para que el hogar elegido sea un hueco a la medida del que lo habita. Pero un espacio abierto a múltiples subjetividades, grupos sociales, naciones –una escena con mapas y territorialidades superpuestas- es susceptible de tensiones, porque, en sus intentos por consolidarse en la escena, los anhelos ajenos pueden chocar con los de uno, y cuando no es posible encontrar la coincidencia la tolerancia parece comprometida. Las pujas por la producción y puesta en circulación de los sentidos se hallan inscriptas en un entramado que se complejiza al contemplar la diversidad lingüística en la que se llevan a cabo; el escenario es polifónico, y podría hacer pifiar la voz única de una autoridad altisonante que opacara las demás voces; sin embargo, existen presencias autoritarias más audibles cuyos sentidos subordinan la producción de grupos subalternos. En ciertos campos semánticos, la conjunción poder económico, una determinada lengua, y la capacidad de agencia constituyen una nueva fuerza que aparece no sólo colonizando los otros sentidos sino como autoridad colonial de hecho. La dicotomía castellano/guaraní, en su relación diglósica, cobra otros matices frente a la presencia del portugués principalmente, y en menor medida frente a algunas lenguas indígenas y diversas lenguas de las colectividades de inmigrantes en el Alto Paraná. El portugués como lengua del coloniaje disloca los sentidos y consolida una ideología que se halla implícita no necesariamente en la lengua sino en el modo de hacer y estar de una Mayoría de sus hablantes –mayoría no en el sentido de cantidad sino en señal de su fuerza autoritaria-; en el habla cotidiana las señales de esta dislocación ofrecen oportunidades creativas –porque siempre ha habido mezclas, y la idea de “pureza”, de identidad previa impoluta es un constructo muy fácil de desestabilizar-, pero también construye relaciones subordinantes y hace que el hueco del hogar elegido sea habitable sólo de una manera, excluyendo otros modos de estar en el lugar. ¿Calificarlos como mejores o peores? ¿Cómo puede la tierra no ser suficiente para modos de hacer “poco productivos” en manos de poca gente y a su vez ser insuficiente para prácticas “altamente productivas” en manos, también, de poca gente?

Distancias Querés forzar una traducción. Si distanciar es, como dice Didi-Huberman “mostrar, es decir adjuntar, visual y temporalmente, diferencias” (2008, p.78), ¿qué es lo que nos muestran los textos fronterizos oscurecidos en la forma? ¿De qué diferencias da cuenta esta poesía polifónica e intolerable? Encontrás en otra poesía –milenaria ésta e igualmente contemporánea‒ una ejecución de las distancias, muy diferente por cierto, pero que, quizás, pueda arrojar cierta claridad con respecto al poder de conjuro de la palabra en-clave: En el guaraní páĩ existen

un lenguaje cotidiano y un lenguaje religioso, que coincidiría con el lenguaje estético. Dice Arístides Escobar que “el lenguaje puede oscurecerse, hacerse muy complejo y hasta dificultar la comunicación misma” (ESCOBAR, 2012, p. 67): El guaraní cuenta con palabras shamánicas incomprensibles que son puro sonoridad, leve sonido; en algunas ocasiones son mera sugerencia y su significado resulta esquivo: apenas se vislumbra, brilla y, de pronto, se va. No puede ser atrapado: es la contracara de lo que sería el lenguaje claro y cotidiano, en que cada palabra puede significar algo y mediante el cual nos comunicamos e integramos al cuerpo social. A medida que el lenguaje se acerca a lo sacro remite a más rincones del pensamiento humano; se aparta la palabra de su linealidad y se vuelve críptica, pero más rica y potente: se hace poesía (Ibídem).

Pensás que quizás el cripticismo que alcanzan las obras de los autores fronterizos que se dicen en los intersticios de las lenguas mezcladas podrían hacer destellar algo abrumador pero muy difícil de capturar, y que sólo podés conocer mediante una traducción. Querés imaginar la distancia de esa sonoridad, el silencio que inscribe, a la manera en que Rancière piensa la distancia entre el ignorante y el saber del maestro. Conocer para: practicar mejor el arte de traducir, de poner sus experiencias en palabras y sus palabras a prueba, de traducir sus aventuras intelectuales a la manera de los otros y de contra-traducir las traducciones que ellos le presentan de sus propias aventuras (RANCIÈRE, 2011, p. 18).

Leés estos textos y en ellos se cifra una tensión real. Hay una referencia que aparece distanciada y se nombra oblicuamente –como nombra la poesía, pero como nombra el lenguaje en general‒. Pensás en Derrida quien sugiere que a veces el silencio puede devenir voz, la interrupción de la alocución como la propia alocución, pero quizás otra cosa: este montaje podría transgredir las posiciones consignadas a las mismas ‒cifradas en el estatus y en la jerarquía‒, no sólo en un objeto como lo es el libro, canonizante del decir, sino en el lugar donde se elabora toda habla: un territorio. No siempre te resulta posible leer los significados. Los significantes, sin embargo, son altisonantes, hablan más fuerte: antes que la imagen de un espacio, la forma de la poesía puede representar el tenso movimiento de los signos, las posiciones, los poderes, los espacios fronterizos. Son el otro nombre, el apodo de un lugar: igual que el polvo.

BIBLIOGRAFÍA

BOGADO, Cristino. (2011, 11 de mayo). El ser de Kanese: Curazäo Kastellano y Guaraní Paraguayo. Recuperado el día 1 de agosto de 2013 de http://kurupi.blogspot.com/2011/03/kanese-en-cartonerita-nina-bonita.html DELEUZE, Gilles y Félix Guattari. “¿Qué es una literatura menor?”(,) en Kafka. Por una literatura menor. Jorge Aguilar Mora (trad.). México: Ediciones Era, 1978.

DERRIDA, Jacques. Schibboleth. Para Paul Celan. Jorge Pérez de Tudela (trad.). Madrid: Arena Libros, 2002 DIDI-HUBERMAN, Georges. Cuando las imágenes toman posición. Madrid: Antonio Machado, 2008. ESCOBAR, Arístides. Tesapé. Territorio, lengua y frontera. Asunción: Centro de Artes Visuales/Museo del Barro y FONDEC, 2012 MELIÀ, Bartomeu. Una nación, dos culturas Asunción: Centro de Estudios Paraguayos “Antonio Guash”, 1997. MONTESINO, Jorge. (2008, 12 de febrero). De cómo Andrés Colmán Gutiérrez pretendió ser dueño de carro ajeno. Recuperado el día 1 de agosto de 2013 de http://jorgemontesino.blogspot.com/2008/02/de-cmo-andrs-colmn-gutirrez-pretendi.html RANCIÈRE, Jacques. El espectador emancipado. Buenos Aires: Manantial, 2011.

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