Regards croisés - Irene Flunser Pimentel, A história da PIDE, Lisboa, Circulo de Leitores – Temas e Debates, 2007, 575 p.

June 19, 2017 | Autor: D. Palacios Cerez... | Categoria: Portuguese History, Contemporary History, Police and Policing
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Regards croisés Irene Flunser Pimentel, A história da PIDE, Lisboa, Circulo de Leitores – Temas e Debates, 2007, 575 p. • Diego Palacios Cerezales y Víctor Pereira

a naturaleza de un régimen político y la de su policía están vinculadas, y no es casual que las dictaduras del mundo contemporáneo sean repetidamente etiquetadas como «Estados policiales». Cuenta Juan Luis Cebrián que, siendo él director de los servicios informativos de la televisión franquista, se envió un equipo a Lisboa a rodar los acontecimientos de la Revolución de los Claveles de abril de . El ministro de información prohibió la difusión del reportaje, pero se celebró una proyección privada en la que seis ministros y unos  policías de sus escoltas pudieron ver el entusiasmo popular por la «liberación», así como la «caza» de algunos funcionarios de la PIDE (Policía política de Salazar) por parte de la Infantería de Marina y la población: «Eran secuencias en las que se veía a los integrantes de la tristemente famosa policía correr como ratas, delante de los soldados, que les bajaban los pantalones en busca de las pistolas que escondían. También había un reportaje sobre el “museo de los horrores”de la PIDE; una explicación por parte de un comandante del ejército de las torturas que en sus dependencias se hacían y en conjunto la exposición de un hecho insoslayable: la policía política salazarista fue desmontada desde la primera hora de la revolución por los dirigentes del nuevo régimen. La búsqueda del PIDE había co-

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menzado, con su mezcla de represalias personales y acusaciones infundadas, y los periódicos de Lisboa y Oporto se llenaron enseguida de anuncios y fotografías de individuos que declaraban por su honor no haber colaborado jamás con los agentes de seguridad de la dictadura. Era una manera de protegerse. […] La contemplación de aquel documento, en fechas en las que todavía eran confusas las informaciones sobre lo que sucedía en Portugal, tuvo que ser aleccionadora en muchos aspectos para semejantes espectadores. Uno de ellos, un policía, se me acercó al final de la proyección y me preguntó: “¿cree usted que a nosotros nos harán lo mismo que a esos de la película?”» (Juan Luis Cebrián, La España que bosteza. Apuntes para una historia crítica de la transición, Madrid, , pp. -). Durante la Revolución de los Claveles, a ojos de todo el mundo, la Policía política apareció como el símbolo de la iniquidad de la dictadura, y su destrucción daba credibilidad a la promesa democrática de los capitanes que habían dado el golpe de Estado. Algunos historiadores han considerado que la Policía Internacional de Defensa del Estado (PIDE) era «la espina dorsal» del sistema político y el centro de un «sistema de justicia política autónoma» (Fernando Rosas, O Estado Novo, Lisboa, , y Manuel Braga da Cruz, O Partido e o Estado no salazarismo, Lisboa,

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). No hay duda de que un estudio cuidadoso de su organización, de sus métodos de trabajo y de los efectos de su funcionamiento son centrales para la comprensión de qué régimen fue la larga dictadura portuguesa en sus diferentes fases: como dictadura militar entre  y  y como Estado Novo entre esa última fecha y , teniendo también en cuenta los efectos de la retirada de Antonio Oliveira Salazar en  y su sustitución por Marcelo Caetano. Este nuevo libro de Irene Flunser Pimentel, basado en su tesis doctoral, se convertirá, sin duda, en una referencia principal sobre la policía política de la dictadura de Salazar y Caetano después de la Segunda Guerra Mundial. Está basado en un serio trabajo de archivo y recoge y amplía la información disponible sobre la PIDE desde su organización en  hasta su desmantelamiento en , pasando por su cambio de nombre a Dirección General de Seguridad (DGS) en . Con esta publicación se completa un tríptico de trabajos académicos sobre la policía política del Estado Novo, puesto que complementa, cronológicamente, el libro de Maria da Conceição Ribeiro sobre la policía política entre  y  (la dictadura militar y los primeros años del Estado Novo de Salazar) y, temáticamente, el de Dalila Cabrita Mateus sobre la PIDE en la guerra colonial (-), asunto que el libro aquí reseñado no aborda (María da Conceição Ribeiro, A Polícia Política no Estado Novo (-), Lisboa,  y Dalila Cabrita Mateus, A PIDE na guerra colonial (-), Lisboa, ). El libro se divide en cinco partes. La primera trata de la institución policial en sí misma, de sus poderes y funciones, de sus transformaciones en el tiempo, del reclutamiento de sus agentes, de su entrenamiento y de las relaciones de la PIDE con las instituciones políticas y con las

otras fuerzas de policía. La segunda y la tercera parte se ocupan del trabajo de la PIDE vigilando todos los ámbitos de la vida pública (asociaciones, escuelas, clubes deportivos, empresas) y persiguiendo a los adversarios del régimen: los intelectuales y artistas políticamente comprometidos, las organizaciones semi-legales y clandestinas de la oposición —en especial al Partido Comunista Portugués y la extrema izquierda— y las intentonas de golpe militar. La cuarta parte se concentra en el estudio de los métodos de la policía: el trabajo de los informadores, la investigación, la gestión de los archivos, el uso de la tortura para conseguir información y la violencia punitiva, que llegaba al asesinato. Finalmente, la quinta parte se encarga de estudiar las circunstancias de las detenciones políticas, la vida en las cárceles de la PIDE, los poderes discrecionales de condena de esta policía y el funcionamiento de los tribunales políticos. En el epílogo se analiza el seguimiento que la PIDE (rebautizada como DGS en ) hizo de la conspiración de los capitanes que protagonizaron la Revolución de los Claveles, la subestimación del riesgo que pensaron que esa conspiración significaba para el régimen y para la propia policía (que creyó poder sobrevivir al golpe), y también las circunstancias que provocaron su desmantelamiento. La principal virtud del trabajo es presentar la información de manera ordenada y documentada. No trae grandes revelaciones, pero compila y amplía lo que ya se sabía. Por una parte, la autora ha consultado sistemáticamente los archivos de la propia policía (descontando que una parte fueron destruidos por la propia PIDE, en especial lo referente a los informadores, y otra fue expurgada por intereses políticos tras la revolución). Por otra, ha usado extensivamente las entrevistas y memorias publicadas durante los últimos

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 años, tanto en libros como en la prensa, tanto de víctimas como de inspectores de esa Policía. Sin embargo, no resultan convincentes las razones que aduce la autora para no haber recurrido a métodos de historia oral, teniendo en cuenta el poco tiempo que queda para la recogida de testimonios de esa época. Su falta de confianza en la «construcción de fuentes» le impide emprender un trabajo empírico que le hubiese permitido también construir sus preguntas liberándose de la lógica propia del archivo policial, así como proponerse una mayor renovación en el ámbito interpretativo. La pobreza de la interpretación es el punto más débil de este trabajo, y todo lo que el libro aporta no cambia sustancialmente ninguna de las tesis clásicas presentes en los libros de historia general del Estado Novo o en trabajos de síntesis (Tom Gallagher, «Controlled Repression in Salazar’s Portugal», Journal of Contemporary History, , , pp. ). En el libro hay mucha información, pero poco esclarecimiento del significado de los hechos concretos. Por ejemplo, en el asesinato de  en Badajoz del general Humberto Delgado —activo líder de la oposición que llevaba años exiliado— la autora reconstruye quién disparó, dónde y cómo, ratificando la autoría de la PIDE. Aunque muestra lo vigilado que estaba el general y la infiltración de informadores en los medios de la oposición exilada, al pormenorizar las distintas teorías conspirativas sobre la implicación de la CIA o la red Gladio en el asesinato, no se preocupa por sopesar las distintas informaciones ni por reconstruir las razones, los cálculos posibles ni las instancias en las que se tomó la decisión. Informa de que el director de la PIDE y el propio Salazar consideraron que ese asesinato traía más problemas que ventajas al régimen y que había que ocultar las responsabilidades

de la policía portuguesa, pero no analiza el marco de referencia que explica esa reacción ni cómo fue digerida la noticia en diferentes ámbitos del régimen. No es documentando el escenario del crimen como el historiador puede decirnos algo sobre la violencia del régimen y su relación con sus pretensiones de legitimidad. También la autora menciona docenas de casos en los que la policía política operó a sueldo de las grandes empresas, vigilando e informando sobre los trabajadores y «resolviendo conflictos»; pero no aventura cualquier significado de esa articulación entre el poder patronal y la Policía de la dictadura.Además, aunque haya apuntes sobre estos problemas, el libro no se aventura a explicar el papel específico de la PIDE en el régimen, a analizar cómo era vista por distintos segmentos de la población, o a indagar si su misión era justificada por una parte sustantiva de ésta como un mal necesario al servicio del orden. Tampoco discute hipótesis alternativas, sino que acumula datos y acontecimientos que tendrán que ser trabajados de nuevo por otros autores con una navaja analítica más incisiva. Cuando el trabajo emprende cierta discusión interpretativa, lo hace de manera poco pertinente: la perspectiva del tiempo hace injustificable que, para comprender el papel de la policía en el funcionamiento de conjunto del régimen político, sólo se recurra a la comparación con las policías políticas de la Italia fascista y de la Alemania nacionalsocialista. En primer lugar, si cronológicamente tenía sentido esa comparación en el trabajo de María de Conceição Ribeiro, que abarcaba el período de entreguerras, lo pierde una investigación que comienza en  (Ribeiro, A Polícia, ). Decir que la dictadura portuguesa no era igual que la alemana sirve para desautorizar los excesos dialécticos de aquellos que, en su

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combate contra Salazar, usaban las relaciones entre la policía política y la Gestapo como demostración de la absoluta falta de legitimidad de la dictadura; pero las debilidades de la «coartada de la Gestapo» ya estaban bien analizadas en trabajos anteriores (Douglas L. Wheeler, «In the Service of Order: The Portuguese Political Police and the British, German and Spanish Intelligence, -», Journal of Contemporary History,  (), , pp. -). Desfundamentar esa comparación no nos dice nada nuevo sobre el papel propio de la PIDE en el Estado Novo, y para ello sería necesario recurrir a la comparación sistemática con otros referentes. La comparación con la Brigada Político-Social española durante el franquismo, o con las policías de las democracias populares de centroeuropa —donde la Policía política también usaba una amplia red de informadores, controlaba su propio sistema de justicia y, como en Portugal, combinaba en una misma policía la vigilancia política y el control de pasaportes y fronteras—, sí que podrían ser vías más productivas para dar cuenta de la especificidad de la PIDE y del régimen al que sirvió. Asimismo, el DIGOS (Divisione Investigazione Generali e Operazioni Speciali) italiano o los RG (Renseignements Généraux) franceses manejaban ficheros con extensa información sobre actividades políticas de los ciudadanos; la comparación con el funcionamiento de los servicios de información de países democráticos en el contexto de la guerra fría con los que la PIDE colaboraba podría arrojar luz sobre la especificidad de la PIDE en el entorno europeo. Las vías de potencial renovación interpretativa son numerosas. En la historiografía sobre las democracias populares, la crisis del paradigma totalitario ha permitido analizar los límites de la capacidad de control social por parte del Estado y reve-

lar los mecanismos legitimadores de la acción de las propias policías,que siempre se disfraza como parte de la búsqueda de un bien colectivo compartido por gobernantes y gobernados (Mark Pittaway, «Control and Consent in Eastern Europe’s Workers States», en C. Emsley, E. Johnson y P. Spierenburg, Social Control in Europe - ( vols.), vol. , Columbus, , pp. -). Desde la antropología, el estudio del control social de los grupos marginados muestra los procesos de estigmatización de grupos y de creación de espacios de impunidad para la violación de sus derechos individuales, trabajo del que es un buen ejemplo el libro de Susana Pereira Bastos sobre la tutela policial de los mendigos en la dictadura portuguesa,que hace aparecer la similitud entre la tutela de «desviados sociales» y «desviados políticos» (Susana Pereira Bastos,O Estado novo e os seus vadios,Lisboa, ). Finalmente, en los estudios sobre la represión política en regímenes democráticos se documenta desde hace años la tendencia de las policías a construir espacios de acción ajenos al derecho, legitimados por la razón de Estado, de los que los desarrollos contemporáneos de la «guerra contra el terror» son más una continuación que un desvío. Un acercamiento a estas problemáticas, entre otras muchas posibles, muestra que la comprensión del lugar de la policía política en el Estado Novo no puede conformarse con la recopilación de casos y datos, ni con identificar la violencia policial con el carácter dictatorial del régimen. A pesar de la bienvenida que hay que dar a esta investigación sobre la PIDE, con él el campo de estudio no queda clausurado, sino que aguarda la formulación de nuevas preguntas, la elección de nuevos referentes comparativos y la confrontación de hipótesis alternativas. • Diego Palacios Cerezales, Universidad Complutense Madrid

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rene Flunser Pimentel nous offre la première œuvre historique sur la police politique portugaise entre  et ,la Polícia Internacional de Defesa do Estado, plus connue sous l’abréviation PIDE. Ce livre est le résumé d’une thèse de   pages soutenue à l’université Nouvelle de Lisbonne en . Irene Pimentel veille à éviter les polémiques et les règlements de compte, contrairement aux nombreux opuscules de qualités variées publiés sur la PIDE, peu après le  avril . Il est d’ailleurs significatif que la bibliographie citée dans l’introduction porte surtout sur l’Holocauste et sa mémoire, plutôt que sur la police, la surveillance et la répression dans les régimes non démocratiques.L’œuvre résulte d’un énorme travail de dépouillement d’archives d’origines diverses. Bien évidemment, le principal fonds consulté est celui de la police politique, ouvert aux chercheurs depuis , avec néanmoins quelques restrictions, et qui a connu de nombreuses vicissitudes depuis le  avril  (de nombreux documents ont été détruits par les agents de la police et, parmi ceux qui restent, certains ont été envoyés à Moscou par l’entremise du PCP). Pimentel fait preuve de méfiance vis-à-vis des sources policières qu’elle a consultées.En effet,les déclarations des individus interrogés par la police étaient obtenues pour la plupart sous la torture. Les déclarations signées par les « interrogés » étaient en réalité rédigées par les agents de la police qui cherchaient à donner une cohérence à des fragments de parole épars.De même, de nombreux rapports d’informateurs étaient en partie erronés ou totalement fantaisistes, l’informateur espérant seulement justifier ses appointements. Pimentel croise et confronte les nombreuses sources écrites collectées, mais choisit de ne pas recourir aux sources orales, ne menant aucun entretien avec d’anciens agents de la police politique ni

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avec d’anciens opposants à la dictature qui auraient pu critiquer les informations que la PIDE avait produites et recueillies sur eux. Pimentel avance trois raisons pour légitimer ce choix.Tout d’abord,les agents de la PIDE n’ont,en général,pas accepté de lui parler.Ensuite,elle préférait utiliser les documents déjà publiés (articles de journaux, mémoires d’anciens opposants ou d’anciens agents de la PIDE). Enfin, elle exprime un doute plus général sur les sources orales, estimant qu’en interrogeant des témoins, l’historien forge une source peu fiable, la mémoire ou la volonté de reconstruire le passé des interrogés pouvant tromper le chercheur.Toutefois,ces raisons n’emportent pas l’adhésion. D’une part, le manque de fiabilité des sources orales n’empêche pas leur utilisation. Les sources écrites et surtout celles de la PIDE, comme le rappelle l’auteur,sont,elles aussi,sujettes à critique. Et il est possible et nécessaire de croiser les entretiens. D’autre part, les sciences sociales ont depuis longtemps perfectionné la technique de l’entretien. L’historien n’est pas démuni face aux témoins,même les plus « imposants ».Ensuite, si l’auteur prétend ne pas avoir mené d’entretien,elle se réfère à plusieurs articles de journaux ou livres qui découlent d’entretiens. Pourquoi la parole recueillie par d’autres — et notamment par des personnes ne procédant pas au croisement des sources — serait-elle plus fiable que celle que l’historienne aurait pu obtenir ellemême ? Ne peut-on pas penser que, forte des connaissances acquises dans les archives, Pimentel aurait été la plus qualifiée pour mener d’instructifs entretiens ? Du reste, l’usage que fait l’auteur des propos d’anciens opposants à l’Estado Novo et surtout d’anciens agents de la police politique, publiés dans la presse ou dans d’autres ouvrages, est parfois problématique. Elle ne les passe pas toujours au crible de la critique et ne les confronte pas assez à d’autres

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sources. Elle enchaîne parfois plusieurs propos, même divergents, sans trancher, comme si tous ces discours se valaient. L’ouvrage est divisé en cinq parties. Dans la première, Irene Pimentel esquisse une histoire institutionnelle et sociale de la PIDE, créée en  et succédant à la PVDE (Polícia de Vigilância e Defesa do Estado). Le directeur de la PVDE, Agostinho Lourenço, prend la tête de la PIDE qui assume alors plusieurs missions : le contre-espionnage, le renseignement, la surveillance des frontières et des étrangers mais surtout la défense de la sûreté de l’État, c’est-à-dire la lutte contre l’opposition au régime et, plus particulièrement, le parti communiste portugais (PCP). En , la police politique change de nouveau de nom et s’appelle désormais Direcção Geral de Segurança (DGS). Pimentel a constitué de nombreuses bases de données pour ébaucher une sociologie des agents de la PIDE. Elle conclut ainsi qu’une grande partie des agents de la PIDE ne disposait que d’un faible capital scolaire et provenaient des milieux populaires. Une majorité des agents de la PIDE était originaire soit des zones de petites propriétés agricoles de l’intérieur central et septentrional du pays, soit des deux principales villes du pays, Lisbonne ou Porto. Ce tableau sociologique, dont l’auteur aurait pu tirer plus d’éléments pour compléter ses analyses, contribue à l’indispensable histoire sociale des forces de l’ordre portugaises. La deuxième partie décrit l’action de la PIDE face à ses principaux ennemis, principalement le PCP.Cette partie fait notamment le récit détaillé d’arrestations d’opposants par la PIDE. On peut regretter que l’auteur suive parfois trop les sources de la PIDE et les mémoires de l’un de ses agents. En effet,ces sources ont tendance à glorifier l’efficacité de la police et laissent dans l’ombre de nombreux événements.

Dans la troisième partie,Pimentel réfute à juste titre l’idée que la police politique « a agi sur des personnes passives » ; en effet, elle a « dû compter avec la réaction et les résistances de l’autre côté de la barricade » (p. ). Néanmoins, elle procède à une description déjà connue, car déjà détaillée par d’autres, de la vie clandestine des militants communistes, et elle analyse peu les stratégies employées par les militants communistes pour se défendre de la PIDE.Par exemple,la sous-partie,« ce que le PCP savait sur la PIDE », fait un peu moins d’une page (pp. -). La quatrième partie décrit les méthodes de la PIDE : le réseau d’informateurs qu’elle constitua, ses différents moyens de collecte d’informations (correspondance, écoutes de conversations téléphoniques,filatures),les tortures qu’elle infligea aux opposants et les assassinats qu’elle perpétra. Sur les informateurs,Pimentel aboutit aux mêmes conclusions que les auteurs qui ont travaillé sur l’Allemagne nazie et l’Italie fasciste : une minorité d’informateurs, réguliers ou ponctuels, agissait par motivation politique. Le reste des informateurs dénonçait et collaborait avec la PIDE pour se venger d’ennemis, améliorer leur position sociale, écarter des concurrents, obtenir des ressources financières. Et les informateurs se trouvaient dans tous les milieux sociaux. Dans la partie sur les interrogatoires et les différentes tortures de la police politique, Pimentel montre bien que le but de la torture n’était pas seulement de faire parler mais surtout de faire taire, de réduire ceux qui l’enduraient, ainsi que le reste de la population,à l’apathie politique. Enfin, dans la cinquième partie, intitulée judicieusement « de la prison au jugement », Pimentel décrit l’arbitraire de la PIDE, son autonomie vis-à-vis de la Justice. En dépit d’une apparente légalité, la PIDE était très faiblement contrainte par la Justice. La législation lui accordait un

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large pouvoir arbitraire. Devant instruire les dossiers de ceux qui étaient soupçonnés d’atteinte à la sûreté de l’État, elle pouvait emprisonner préventivement pendant près de six mois des individus, sans que la justice n’intervienne. Pimentel décrit le déroulement des jugements et atteste que de nombreux juges se montraient peu regardants sur les droits des accusés et sur les conditions dans lesquelles s’étaient déroulés les interrogatoires. De surcroît, au-delà des peines de prison infligées par les tribunaux, la PIDE pouvait appliquer des peines de sûreté et garder indéfiniment des individus en prison. Pimentel réitère plusieurs fois l’idée selon laquelle la PIDE / DGS ne constituait nullement un « État dans l’État ». Selon elle, la police politique a toujours obéi au gouvernement et plus particulièrement à Salazar qui recevait fréquemment les directeurs de la police politique dans son bureau. Cette affirmation n’est pas fausse mais elle doit être nuancée à la lumière des descriptions faites par l’auteur elle-même. En effet, comment la PIDE peut-elle être considérée comme obéissante alors que ses propres directeurs avaient parfois du mal à s’imposer face à leurs « troupes » ? Les inspecteurs de la police politique menaient une lutte interne pour grimper les échelons de la hiérarchie, les services d’information et de recherche communiquaient mal, les inspecteurs cloisonnaient leur travail et chacun gardait jalousement « ses » informateurs. Face à la multitude de tâches qui leur sont assignées, les policiers sélectionnent eux-mêmes celles qu’ils vont exécuter. Ainsi, les agents de la PIDE n’exécutaient pas tous fidèlement les missions que la législation leur assignait, ni les ordres donnés par le ministre de l’Intérieur. C’était notamment le cas dans les tâches de surveillance des frontières qui incombaient à la PIDE.

Si l’on peut admettre que la PIDE, dans son ensemble, est restée fidèle à Salazar, on peut néanmoins douter que la police politique ait été fidèle et obéissante envers Caetano. D’ailleurs, Pimentel mentionne l’existence au sein de la DGS d’anti-caetanistes et de pro-spinolistes, et elle décrit l’attitude ambiguë de certains membres de la police politique face au coup d’État militaire du  avril. Toujours est-il qu’en considérant la PIDE comme l’instrument fiable et obéissant de l’exécutif, Pimentel n’envisage pas l’autonomie de certains agents de la PIDE. Comme Pimentel utilise peu la sociologie de la police, les raisons avancées pour comprendre la coopération de la PIDE avec d’autres polices et services de renseignements étrangers, et, notamment, ceux de pays démocratiques, sont insuffisantes. Elle voit dans la Guerre froide la principale explication de cette collaboration policière. Mais cet argument n’est pas suffisant car la PIDE collaborait également avec les services de renseignement des pays d’Europe de l’Est (p. ). Plusieurs autres facteurs expliquent ces collaborations. D’une part, la police politique portugaise a réussi à se faire passer pour une police comme les autres. Elle partageait avec d’autres institutions policières une même vision du monde, les mêmes techniques, les mêmes ennemis. Le partage d’une culture professionnelle commune facilite les collaborations internationales entre institutions policières homologues qui s’avèrent parfois plus profondes que les collaborations intranationales. Parfois, ces collaborations ne se font pas d’institution à institution mais d’individu à individu, dans une logique de don et de contre-don. L’étroite collaboration entre la PIDE avec certaines polices, et, notamment, avec les polices françaises, tient également au fait colonial ou néo-colonial.

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Enfin, si les polices et services de renseignement étrangers collaboraient avec la PIDE c’est qu’ils y trouvaient leur intérêt. La police française et les services de renseignement français ne surveillaient pas les exilés portugais en France pour rendre service à la PIDE. Ils le faisaient d’abord pour faire respecter l’ordre public français, estimant que l’activité de ces exilés pouvait entraîner des désordres. Pimentel conclut son travail par un appel à la réalisation de nouvelles recherches sur la PIDE. Elle ne prétend pas avoir publié une « somme » définitive. De fait, son travail pourrait être prolongé dans deux directions,peu développées par l’auteur. D’une part, Pimentel affirme que l’un des rôles de la PIDE était de maintenir un climat de peur dans le pays. Le réseau d’informateurs dont la police politique amplifiait le pouvoir,son pouvoir arbitraire, les tortures qu’elle infligeait, avaient pour but d’inhiber la population, d’instiller la méfiance, de freiner la mobilisation collective, d’inciter les individus à se replier sur leur sphère privée. Cependant, l’auteur ne décrit pas les modalités de cette diffusion de la peur. Comment la PIDE at-elle pu convaincre une grande partie de la population qu’une moitié du pays surveillait l’autre ? Qu’elle était d’une efficacité redoutable ? Qu’elle était omnisciente (ce qui n’était pas le cas) ? L’auteur évoque la rumeur (mais comment est-elle diffusée ?, qui la propage ?, pourquoi ?, dans quel intérêt ?), les informations données à la presse et notamment la « publicité » des arrestations (mais seule une minorité de la population lisait la presse), la valeur d’« exemple » de l’arrestation de certains ayant subi les tortures de la PIDE. Mais ces éléments n’expliquent pas les modalités de la diffusion de la peur. D’autre part, ce travail pourrait être prolongé dans la perspective de ce que Béatrice Hibou nomme l’« économie politique de la répression »

(Béatrice Hibou,« Économie politique de la répression : le cas de la Tunisie »,Raisons politiques, , , pp. -). Pimentel s’interroge peu sur les liens entre la répression exercée par la police politique et l’économie politique. Elle s’intéresse pourtant au contrôle qu’opérait la police politique concernant l’accès au marché de l’emploi public, essentiel pour l’élite sociale du pays.Elle décrit également l’important réseau d’informateurs au sein des entreprises et la sous-traitance de la sécurité de certaines grandes entreprises, assurée par la PIDE elle-même. Mais jusqu’à quel point la PIDE, en collaboration avec d’autres institutions, pouvait-elle empêcher des individus d’accéder à des emplois dans le secteur privé ? Jusqu’où la PIDE pouvait-elle condamner des individus à la « mort sociale », à la misère, à l’exil ou à la clandestinité ? Et quels étaient les liens entre la police politique, l’appareil corporatif et les organisations de coordination économique qui contrôlaient étroitement les activités ? L’auteur ne fait que mentionner ces liens sans les analyser.Par exemple, la nomination de Fernando Silva Pais à la direction de l’inspection générale des activités économiques, en , n’était-elle qu’un moyen de récompenser un haut fonctionnaire en lui offrant des revenus supplémentaires ? Ou s’inscrit-elle dans une perspective de contrôle et de surveillance politique des activités économiques et, notamment, des entrepreneurs à une époque de croissance économique soutenue, au cours de laquelle une partie des entrepreneurs pouvait considérer le maintien du régime autoritaire salazariste comme un frein à leur enrichissement ? Voici un de ses nouveaux questionnements qu’appelle de ses vœux Irene Pimentel, questionnements qui auront pour outil indispensable cette première histoire de la PIDE. • Víctor Pereira, Institut d’Études politiques de Paris

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