Rio no es Lisboa

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Rio no es Lisboa
Notas sobre el film documental Lisboa
por Eduardo Montes-Bradley



Recibí noticia dos años después de aquel viaje en el que conocí a los padres de Adriana Lisboa. El propósito era ultimar detalles del rodaje de un film documental sobre Lisboa que había comenzado a rodarse en Boulder, Colorado, o muy cerca de Boulder Colorado dónde la escritora Carioca reside desde hace ya una ponchada de años. Ahora iba camino a Rio de Janeiro. No resultaba imprescindible incluir imágenes de Río, pero la idea de conocer del lugar del que Lisboa había emigrado resultaba tentadora. Nunca supe exactamente porqué, pero el lugar de origen de lo que fuera ejerce una fascinación contundente.
Adriana supo darme indicaciones precisas, y le advirtió a sus padres del inminente arribo de un director argentino que vivía en Virginia y que había pasado por Colorado a registrar imágenes para un documental sobre ella misma. Sospecho que la advertencia pudo estar vinculada a las dificultades que presenta el camino.
Digo: Remontar la Pereira da Silva desde la avenida das Laranjeiras es un paseo, pero al llegar a la rua Dr. João Coqueiro la cosa se pone más difícil en franco desafío a la ley de gravedad. La conquista de la cima del morro en el que habitan los Lisboa no es tarea de aficionados.
Alguna vez escuché decir que las preciosas nalgas de las jóvenes haitianas tiene que ver con el ejercicio al que sus carnes se ven sometidas al subir y bajar por las empinadas calles de Port-au-Prince. Imagino que con las niñas que habitan los morros cercanos a las playas cariocas sucede tres cuartos de lo mismo, y que las bundas que abundan tienen mucho que ver con el rigor de aquella topografía. Por suerte están las orquídea que brotan de la nada, entonces uno se detiene a la sobra de un árbol cuyo nombre desconoce y se pregunta cómo es posible. Me gusta pensar en Laranjeiras como en un enclave surgido de lo verde, de la mata para luego derramarse en surco y ladrillo sobre las playas al Este. En otro descanso (fueron varios) me detuve a contemplar las tejas portuguesas de un caserón que me devolvió el aliento. Tiempo después Adriana me pediría una foto de esas tejas para ilustrar la portada de "Parte da paisagem", su primer libro de poesías.
Estimo que Adriana debió advertirle a sus padres sobre mi llegada previendo que llegaría exhausto a la cima de aquel cerro en Laranjeiras. De ser así, la autora de "Azul Cuervo" y la protagonista de un documental que filmé en Colorado, habría prevenido mi desvanecimiento.



Febrero en Laranjeiras no se presta para remontar calles empinadas por más bellas que fueran las orquídeas y las tejas de Portugal.
Hubo otras fotografías, tomadas e ignoradas. Tal vez me fuera posible detallar al pie de cada una aquello me llamó la atención del estadio, de aquel otro palacio, de un bar atestado de parroquianos, de una escuela presuntamente abandonada, otra de sordomudos. Tal vez sea mejor dejar que cada quien saque sus conclusiones, después de todo esto no es una guía de viajes.
Como era de suponer, Gilda y Arnaldo me recibieron con un vaso de agua fresca que me devolvió el alma y los electrolitos al cuerpo. Después vino amable conversa en sombreado patio-balcón acompañado de café en pocillos de porcelana. Flora, el labrador que Adriana dio en adopción a sus padres antes de emigrar, mira desde un rincón junto al sillón-hamaca en la que los dueños de casa se mecían tomados de la mano. Pensé que aquel instante merecía ser retratado, no sin culpa, desde luego. Supongo que las fotos que tomé de Gilda y Arnaldo pudieron ser mejores. Es más, estoy seguro que pudieron. Pero la verdad sea dicha: me sentía incómodo. Pensaba, de alguna manera, que mi presencia venía a poner en evidencia la ausencia de Adriana. Seguramente había otros indicios de que la realidad estaba gobernada por miles de kilómetros de ausencias. Pero mi llegada no hacía más que acentuar el silencio. Padres y perros huérfanos se preguntan a qué viene tanto retrato. Alguno de aquellos sería quizá el último.

Creo que fue esa sensación de estar profanando la que me llevó a no incluir las imágenes en el documental. Pero también creo que no pude haberlo terminado jamás de no haber pasado por aquel lugar. En las últimas tres décadas creo haber descubierto que las mejores locaciones no terminan plasmadas en la vista. En este caso habría más de un documental. Por un lado el que se estrena, por otro el que se lleva puesto. También es cierto que las circunstancias cambian con vertiginosidad, y que la documentación se convierte en archivo antes de tiempo, cuando todavía deberían ser pruebas objetivas de un presente inmutable. En este último caso habría una tercer película sin terminar en algún lugar entre la sala de proyección y el alma.
Hoy, dos años después de aquel viaje, recibo noticia de la muerte de Gilda. Quien escribe es la protagonista, su hija, la escritora que vive en un lugar cercano a Boulder Colorado, pero que no vive en Boulder, Colorado. Adriana busca saber si conservo las imágenes que había tomado aquel día en la casa de la calle Dr. João Coqueiro. Busco las mejores, entre las pocas. Ninguna estaba a la altura de lo que hubiera esperado, pero curiosamente cada fotograma había pasado a ser de un valor inestimable.

El documental terminaba por justificarse, antes había sido capricho, y los fotogramas que no llegaron a conformar la edición encontraban un lugar en la película aunque no fuéramos más que dos las que las hubiésemos visto. El filme sobre Adriana Lisboa volvía a terminarse fuera de cámara, en un diálogo lento, cariñoso; en un lamento otoñal.

Charlottesville, julio de 2014

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