¿Se debe temer a los salafistas?

May 24, 2017 | Autor: Ana Belén Soage | Categoria: Political Islam, Salafism, Jihadism
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¿Se debe temer a los salafistas? El salafismo ha atraído mucha atención en los últimos tiempos debido a la necesidad de comprender la aparición de grupos terroristas como al-Qaeda, el Estado Islámico y otros que se asocian a esa tendencia del islam. No obstante, el universo salafista es una realidad compleja y diversa que no puede reducirse al terrorismo yihadista. El término proviene del árabe al-salaf al-saleh (los píos ancestros), a quienes los salafistas toman como el ejemplo a seguir basándose en un hadiz (dicho) del profeta Muhammad que reza: “Los mejores entre la gente son mi generación; a continuación, la siguiente; y a continuación, la siguiente”. La ortodoxia musulmana considera a Muhammad el ser humano más perfecto que jamás ha vivido, y la devoción hacia sus compañeros más cercanos (Sahaba) es central al islam sunní. Sin embargo, los salafistas se distinguen de otros musulmanes en que imitan a las tres primeras generaciones del islam en cuestiones como el comportamiento y la vestimenta. En este artículo recordaremos los orígenes históricos del salafismo, explicaremos los puntos más destacados de su doctrina, y presentaremos la ya habitual tipología (tendencias quietista, histórica y yihadista). Concluiremos explorando una idea que se baraja en círculos académicos y políticos: la de promover el salafismo quietista para prevenir el yihadista. PERSPECTIVA HISTÓRICA El salafismo es un movimiento relativamente moderno que hace remontar sus raíces a la historia temprana del islam. Tras la muerte de Muhammad, a la vez líder religioso y político de la Umma (comunidad de creyentes), los musulmanes tuvieron que afrontar cuestiones para las que no encontraban orientación en el Corán y recurrieron a las hadices, las narraciones de las palabras y acciones del profeta que forman la Sunna. Pronto aparecieron ulemas (eruditos) que estudiaban los textos sagrados del islam para establecer las directrices que con el tiempo se convertirían en lo que se conoce como Sharía (ley islámica). Y dado que no todas las preguntas tenían una respuesta clara en el Corán y la Sunna, los ulemas a menudo recurrían a procedimientos como el iŷtihad (esfuerzo intelectual), el qiyas (analogía), y el ra’i (opinión personal). Sin embargo, algunos veían con malos ojos la tendencia a alejarse de los textos, y así apareció la división entre Ahl al-ra’i (gente de la opinión) y Ahl al-hadiz (gente de la tradición). El más notorio entre los ulemas de Ahl al-hadiz fue Ahmad Ibn Hanbal (750-855), iniciador de la escuela jurídica sunní que lleva su nombre, a quien los salafistas citan como una de sus principales referencias intelectuales. Ibn Hanbal se oponía al uso de la razón en cuestiones de fe y ello lo llevó a enfrentarse a los mutazilíes, racionalistas y seguidores de los filósofos griegos. Mientras estos favorecían el alegorismo para explicar la naturaleza del Corán o los atributos de Dios, Ibn Hanbal defendía un literalismo bi-la kayfa (sin preguntar cómo), es decir, sin intentar comprender cómo es posible que el Corán fuese creado por Dios y, a la vez, eterno; o que Dios tenga las características humanas con las que aparece descrito en el Corán. La reputación de Ibn Hanbal se extendió cuando fue encarcelado y torturado por orden del califa al-Ma’mún, quien impuso el mutazilismo como doctrina oficial del Imperio Abasí, pero se negó a retractarse. Su tribulación (mihna) sigue sirviendo de inspiración a los que sufren la persecución de gobernantes injustos. Otra figura admirada por los salafistas es Ahmad Ibn Taymiyya (1263-1328), un ulema de la escuela hanbalí que vivió durante una época de gran inestabilidad: En 1258 los mongoles habían saqueado la capital del Califato, Bagdad, y cuando era niño su familia hubo de huir de su Harrán natal a Damasco. Ibn Taymiyya creía que la debilidad de la comunidad musulmana se debía a que esta se había distanciado del Corán y de la Sunna y había introducido innovaciones

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ilegítimas (bid‘a) en el islam. Por un lado, criticaba prácticas asociadas con el sufismo, como pedir la intercesión de los santos (tawassul) o visitar sus tumbas, por considerarlas shirk (idolatría). Por otro, se opuso a la ciencia del Kalam, que utilizaba la dialéctica para afirmar principios teológicos. Enfrentarse a la ortodoxia de la época lo llevaría a la cárcel en varias ocasiones, y moriría en prisión. Ibn Taymiyya también es popular entre los yihadistas contemporáneos por la fetua en la que llamó a la yihad contra los mongoles a pesar de que estos se habían convertido al islam, argumentando que seguían siendo kuffar (infieles) porque implementaban su propia ley en lugar de la Sharía. Debemos mencionar asimismo a Muhammad Ibn Abdel Wahhab (1703-1792), otro polémico reformador del islam que buscaba purificarlo de lo que veía como innovaciones ilegítimas (bid‘a) e idolatría (shirk). Ibn Abdel Wahhab encontró un campeón en el líder tribal Muhammad Ibn Saud, al que ofrecía una ideología con la que movilizar a los beduinos para el combate, además de otorgar sanción religiosa a sus conquistas. El descubrimiento de petróleo en los años 30 del siglo pasado permitió a los saudíes financiar la difusión del pensamiento wahabí, y los choques petroleros de los 70 aumentaron exponencialmente sus recursos y les permitieron establecer mezquitas y escuelas en todo el mundo, directamente o a través de grupos afines (especialmente, los Hermanos Musulmanes).

El wahabismo continúa siendo la ideología dominante en Arabia Saudí, y ocasionales intentos de limitar la influencia de los ulemas wahabíes se han visto coartados por la legitimidad que confieren a la familia real, protegiéndola de críticas sobre su extravagante estilo de vida o su alianza con los Estados Unidos. CARACTERÍSTICAS DOCTRINALES E IDEOLÓGICAS Muchas de las doctrinas del salafismo son comunes a todos los musulmanes, en particular los

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sunníes; lo que los distingue es su rigorismo. Por ejemplo, su énfasis en tawhid (unicidad de Dios) se corresponde con el primero de los cinco pilares del islam. Pero los salafistas han desarrollado el concepto, y además de tawhid al-rububiyya (unicidad de la divinidad), insisten en tawhid al-uluhiyya (o al-‘ibada, unicidad de adoración), para distanciarse del tawassul (súplica de intercesión de los santos ante Dios) que caracteriza a sufíes y chiíes; y tawhid al-asma’ wa-l-sifat (unicidad de nombres y atributos [de Dios]), que implica su aceptación tal y como aparecen en los textos sagrados. Otro de los conceptos clave del salafismo es al-wala’ wa-l-bara’ (lealtad y desentendimiento), basado en versos coránicos y hadices que urgen a los musulmanes a apoyar a Dios y Su comunidad, y a rechazar a politeístas, cristianos y judíos (1). Muchos salafistas extienden su “desentendimiento” a los musulmanes no-salafistas, cuya lealtad al islam cuestionan. Los salafistas están convencidos de ser al-firqa al-naŷiya (la secta salvada) a la que alude un célebre hadiz (2), y se refieren a sí mismos como al-ghuraba’ (los extraños), en relación a otro hadiz que hace referencia al rechazo que suscitó el islam cuando apareció y que, según el profeta, volvería a suscitar (3). La diferencia con respecto al resto de los musulmanes se establece físicamente: Los hombres suelen vestirse de blanco, con una camisa larga y holgada (zob o dishdasha) y pantalones flojos (sirwal) por encima de tobillos. Se dejan crecer la barba pero se recortan el bigote, pudiendo llegar a afeitárselo por completo. A menudo se cubren la cabeza con una taqiya (similar a la quipa judía pero de mayor tamaño), en ocasiones cubierta de un paño de algodón blanco (shemagh o kufiyya), normalmente ajustado con un cordel (‘iqal). Las mujeres llevan un amplio manto (‘abaya) de color oscuro, y un velo que oculta el rostro (niqab o burqa, dependiendo de la región) (4). Por otra parte, el salafismo impone una severa segregación de los sexos y desaprueba el contacto físico entre hombres y mujeres en situaciones sociales, incluso estrechar la mano (5). Los seguidores del salafismo creen firmemente que el modelo islámico es el mejor para la humanidad en virtud de su origen divino, y por ello aspiran a la restauración del Califato. Pero Muhammad era un hábil líder político y, como tal, consciente de la importancia de las jerarquías para garantizar el orden, como lo muestran aleyas como: “¡Creyentes! Obedeced a Dios, obedeced al profeta y a aquellos de vosotros que tengan autoridad” (Corán 4:59); y hadices como: “Quien me obedece, obedece a Dios, y quien me desobedece, desobedece a Dios. Quien obedece al gobernante, me habrá obedecido, y quien lo desobedezca, me habrá desobedecido”. Por otra parte, la jurisprudencia clásica siempre ha enfatizado la obediencia para evitar la fitna (discordia entre musulmanes), considerada en grave pecado. Por ello, tradicionalmente los salafistas se han mantenido al margen de la política. Sin embargo, como veremos a continuación, el contacto entre los wahabíes saudíes y los islamistas de los Hermanos Musulmanes daría lugar a versiones alternativas del salafismo. TIPOLOGÍA DEL SALAFISMO La mayoría de los salafistas son quietistas y se mantienen al margen de la vida política. Sus actividades se centran en la predicación (da‘wa) y la educación (tarbiya) a fin de cambiar la sociedad “desde abajo”, de acuerdo con la aleya: “Cierto que Dios no cambia lo que una gente tiene hasta que ellos no han cambiado lo que hay en sí mismos” (Corán 13:11). Ello no significa que hayan renunciado a restaurar el Califato, sino que creen que este resurgirá de forma orgánica cuando los musulmanes estén preparados. Mientras tanto, su actitud ante la autoridad política es una de sumisión; la única intervención permitida es el consejo discreto (nasiha) por parte de ulemas reputados si el gobernante se desvía de lo que dicta el islam. Ni que decir tiene, este es el salafismo que promueve Arabia Saudí, y durante décadas ha sido tolerado por los regímenes de otros países musulmanes como preferible al islamismo (cuya agenda sí incluye tomar el poder, ya sea a través de las urnas o de la yihad).

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El denominado salafismo político apareció a partir de los años cincuenta del siglo pasado, cuando Hermanos Musulmanes de Egipto y, más tarde, de Iraq y Siria debieron exiliarse y encontraron refugio en Arabia Saudí y otros países del Golfo. Inspirados por ideologías totalitarias modernas como el fascismo y, en menor medida, el comunismo, los ideólogos de la organización (su fundador, Hasan al-Banna, desde 1928 hasta su asesinato en 1949; y Sayyid Qutb, desde 1952 hasta su ejecución en 1966) convirtieron el islam en islamismo, un programa político cuya aplicación requiere la conquista del poder para cambiar la sociedad “desde arriba”. Los Hermanos Musulmanes tenían un nivel de educación muy superior al saudí, y muchos pasaron a ocupar puestos de responsabilidad en ministerios y universidades. De su influencia surgió el movimiento Sahwa (Despertar), que logró atraer a ulemas destacados y buscó promover la reforma del régimen saudí. En los años 90 los activistas del Sahwa subieron el tono de sus intervenciones para oponerse a la presencia en el Reino de las tropas “infieles” que habían llegado para liberar Kuwait, dando lugar a protestas sin precedentes.

Por otra parte, la yihad contra la Unión Soviética en Afganistán en los años ochenta atrajo tanto a salafistas como a islamistas. Allí se conocieron el saudí Osama Bin Laden, que se había unido al movimiento Sahwa cuando era estudiante, y el egipcio Ayman al-Zawahiri, antiguo miembro de los Hermanos Musulmanes que se distanció de estos cuando renunciaron oficialmente a la violencia. La fusión del salafismo politizado de Bin Laden y el islamismo qutbista de al-Zawahiri conduciría a lo que se conoce como salafismo yihadista, que combina el literalismo salafí y el activismo islamista, y a la creación de al-Qaeda. En un Iraq inmerso en tensiones sectarias tras la deposición de Saddam Hussein, el jefe de al-Qaeda en Mesopotamia, el jordano Abu Mus‘ab al-Zarqawi, lanzó una campaña de terror contra la población chií que incluso al-Zawahiri criticaría. Esta rama iraquí terminaría integrando a otros grupos suníes insurgentes, incluyendo a antiguos baathistas, para formar el llamado Estado Islámico en Iraq (ISI). Cuando la Primavera Árabe en Siria se convirtió en una guerra civil con un marcado carácter sectario, ISI expandió sus actividades al país vecino y se convirtió en ISIS. En el año 2014, su líder, Abu Bakr al-Baghdadi, proclamaría la restauración del Califato. Por otra parte, la Primavera Árabe en Túnez y Egipto abrió el espacio político a nuevas fuerzas, y diversos grupos salafistas decidieron establecer partidos con los que participar en las elecciones

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para promover su agenda desde el parlamento. Estos partidos han tenido un éxito limitado: Los salafistas tunecinos no consiguieron ningún escaño en las elecciones parlamentarias de 2011 y de 2014. Los egipcios obtuvieron resultados impresionantes en las elecciones de 2011-12, consiguiendo casi la cuarta parte de los votos; pero tras apoyar el golpe de Estado de 2013, su principal formación, Hizb al-Nour (Partido de la Luz), pasó de 123 diputados a los 11 que le otorgaron las urnas en 2014. En ambos países, muchos salafistas han constatado que la participación en la vida política ha dañado su reputación y han regresado al quietismo; otros, sin embargo, se han radicalizado. Llama la atención el caso de Túnez, un país relativamente pequeño pero el primero en términos de voluntarios extranjeros luchando con el Estado Islámico (la cifra podría ascender a 7.000). ¿ES EL SALAFISMO QUIETISTA LA SOLUCIÓN? Se ha especulado que el salafismo quietista podría ayudar a prevenir el yihadismo. En 2015, Brookings Institution organizó un debate bajo el título de “Is quietist Salafism an antidote to ISIS?” (¿Es el salafismo quietista un antídoto a ISIS?), e invitó a un número de expertos a dar su opinión. El principal argumento esgrimido por los defensores de esta idea es que los salafistas quietistas saben cómo piensan los yihadistas y, por lo tanto, están bien posicionados para presentar argumentos persuasivos contra el uso de la violencia. En la misma línea se encuentran artículos como “Don’t fear (all) Salafi Muslims” (No tengas miedo de (todos) los musulmanes salafistas): Su autor, Matthew D. Taylor, asistió a un seminario de Yasir Qadhi (que ha dejado atrás los días en los que se describía como salafista), organizado por AlMaghrib Institute (que no se identifica como salafista), en un campus universitario donde se reunieron “200-250 estadounidenses, la mayoría de los cuales se describiría de buen grado como salafista”. Es decir, Taylor pretende tranquilizarnos a partir de lo que aprendió durante un evento bastante poco representativo del salafismo global.

En cualquier caso, existen sobrados motivos contra la promoción del salafismo. El periodista francés David Thomson ha publicado recientemente Les revenants (Los retornados), basado en múltiples entrevistas con yihadistas franceses que han regresado de Siria. En 2014, Thomson fue ridiculizado en un debate televisivo cuando anunció que el Estado Islámico tenía la intención de

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atacar Francia; tras varios atentados en el país, es considerado uno de los grandes expertos en la materia. El periodista reconoce la importancia de factores de radicalización como la discriminación socioeconómica, la ausencia de la figura paterna, o el resentimiento hacia Francia por su pasado colonial, así como la vulnerabilidad de pequeños delincuentes de origen musulmán ante reclutadores que prometen redención. No obstante, asegura, para que esos factores conduzcan a la yihad, es necesario que existan convicciones religiosas y político-espirituales del tipo que enseña el salafismo wahabí. Es más, la mayoría de los yihadistas comenzaron con el salafismo quietista, pero pasaron de romper con la sociedad mayoritaria a unirse a la yihad. Es ilustrativo que los salafistas quietistas acusen a los yihadistas de ghalu (exageración, fanatismo), mientras que los segundos tachan a los primeros de nifaq (hipocresía). En el fondo, la sociedad a la que unos y otros aspiran es básicamente la misma; la principal diferencia sería que los yihadistas eligen escuchar a los ulemas que afirman que la obediencia al gobernante es condicional a que este se someta a Dios y aplique la Sharía, citando aleyas como: “Y no temáis a los hombres, temedme a Mí, ni vendáis mis signos a bajo precio. Aquellos que no gobiernen según lo que Dios ha hecho descender… esos son los infieles (kafirun)” (Corán 5:44); o haciendo referencia al repetido mandato que urge a los musulmanes a “ordenar al bien y prohibir el mal” (al-amr bi-l-ma‘ruf wa-l-nahi ‘an al-munkar). Además, no se pueden pasar por alto hechos como que la segunda nacionalidad más representada entre los yihadistas extranjeros en Siria es la saudí; o que el Estado Islámico ha reeditado las obras de Ibn Abdel Wahhab para distribuir entre sus fieles, y utilizó los libros escolares saudíes en sus colegios hasta que pudo imprimir los suyos propios. Otro argumento a favor de hacer frente al salafismo en cualquiera de sus formas, sin exceptuar la quietista, es que supone una clara amenaza a la integración de la minoría musulmana. Para comprenderlo, no hay más que ver los sermones de los salafistas más populares a nivel global, muchos de las cuales están disponibles online, o meterse en uno de los muchos foros salafistas que existen en diferentes idiomas. En unos y otros abundan las amenazas de fuego eterno contra las mujeres que no se cubren el rostro; las diatribas contra “los hijos de los monos y los cerdos” (es decir, los judíos), que serán exterminados cuando llegue el momento (6); o las explicaciones de por qué es haram (prohibido) felicitar a los infieles en sus celebraciones, como la Navidad. Las categorías absolutas y la proliferación de reglas son precisamente lo que hacen al salafismo tan atractivo para aquellos que se sienten desorientados, especialmente musulmanes no practicantes y conversos recientes. Lamentablemente, tales categorías y reglas no son compatibles con la convivencia en sociedades caracterizadas por la diversidad. ANA SOAGE NOTAS: 1 Por ejemplo: “¡Vosotros que creéis! No toméis por aliados a los judíos ni a los cristianos; unos son aliados de otros. Es cierto que Dios no guía a los injustos.” (Corán 5:51). En su exégesis de esta aleya, Ibn Taymiyya explica que es necesario evitar toda relación con no musulmanes que fomente sentimientos de lealtad, puesto que ello podría desviar al musulmán de su fe. 2 Según el hadiz, Muhammad vaticinó: “Mi comunidad se dividirá en 73 sectas diferentes, solo una secta se salvará [del fuego eterno]”. Cuando se le preguntó cuál sería la secta salvada, respondió: “Los que sigan mi vía [Sunna] se salvarán. Es decir, Ahl al-Sunna wa-l-Ŷama‘a [la gente de la Sunna y del consenso, término genérico para designar a los musulmanes sunitas]”. A diferencia de otros musulmanes, los salafistas tienen un concepto muy restrictivo de quiénes son Ahl al-Sunna wa-l-Ŷama‘a. 3 Narra el hadiz: “El profeta dijo: ‘El Islam comenzó como algo extraño y volverá a ser algo extraño. Bienaventurados, pues, los extraños’. Se dijo: ‘¿Quiénes son, oh, Mensajero de Dios?’ Él

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respondió: ‘Los que son honrados cuando la gente es corrupta’.” 4 Cada uno de los detalles de la vestimenta de los hombres está justificado por hadices en las que el profeta Muhammad recomienda el color blanco, los pantalones que no cubren los tobillos, recortarse el bigote… La vestimenta de las mujeres está basada en la de las esposas del profeta, a las que el Corán impuso restricciones especiales, y en la idea de que todo el cuerpo de la mujer es ‘awra (término que designa a los genitales y, por extensión, a las partes del cuerpo que no deben ser mostradas en público). 5 El islam recomienda evitar situaciones que conducen a la tentación; un hadiz del profeta afirma: “Cuando un hombre y una mujer se encuentran a solas, el tercero es Satán”. Como en otras pautas de conducta, lo que distingue a los salafistas es la severidad con la que la aplican. 6 Hay un número significativo de aleyas que advierten a los judíos de la ira de Dios, y multitud de hadices que anuncian su eventual castigo. Ello se debe principalmente a las malas relaciones de la primera comunidad musulmana con los judíos de Medina, que ignoraron el mensaje de Muhammad y se negaron a convertirse al islam, llegando a aliarse con sus enemigos. FOTOS: Foto 1: Manifestación a favor del Estado Islámico en Gaza (Foto de archivo de The Jerusalem Post, 07/06/2015). Foto 2: El Centro Cultural Islámico y la Gran Mezquita de Bruselas (Bélgica). Foto de beautifulmosque.com. Foto 3: Osama Bin Laden (I) y Ayman al-Zawahiri (D) en el año 2001. Foto 4: Rachid Abou Houdeyfa, predicador salafista quietista e imam de la mezquita de Brest (Francia) que está amenazado de muerte por el Estado Islámico.

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