Sitios de la memoria: México Post 68

July 6, 2017 | Autor: Mónica Szurmuk | Categoria: Latin American Studies, Memory Studies, Mexican Literature, México, Mexican History, Memoria
Share Embed


Descrição do Produto

Serie Ensayo SitioS dE la mEmoria: méxico poSt 68

SitioS dE la mEmoria: méxico poSt 68

mónica Szurmuk maricruz castro ricalde (coordinadoras)

Ensayo / Estudios culturales

E d i t o r i a l cUartopropio

SitioS dE la mEmoria: méxico poSt 68 © mónica Szurmuk / maricruz castro ricalde (coordinadoras)

inscripción Nº 000.000 i.S.B.N. 978-956-260-000-0 © Editorial cuarto propio Valenzuela 990, providencia, Santiago Fono/Fax: (56-2) 792 6520 Web: www.cuartopropio.cl diseño y diagramación: rosana Espino Edición: paloma Bravo imagen portada: maría Ezcurra, “la procesión va por dentro”. Foto de la obra de rocío ramos

imprESo EN cHilE / priNtEd iN cHilE 1ª edición, septiembre de 2014 Queda prohibida la reproducción de este libro en chile y en el exterior sin autorización previa de la Editorial.

7

ÍNdicE

la mEmoria Y SUS SitioS EN El méxico coNtEmporÁNEo mónica Szurmuk y maricruz castro El SilENcio dE BENJamiN Shoshana Felman

7

27

la rESiStENcia a la mEmoria: loS USoS Y aBUSoS dEl olVido pÚBlico andreas Huyssen

47

la imagEN Y la palaBra: loS FotógraFoS Y El moVimiENto EStUdiaNtil dE 1968 EN méxico alberto del castillo troncoso

83

pacHEco, El HolocaUSto Y la mEmoria dEl 68 Estelle tarica polÍticaS pÚBlicaS dEl olVido Y El dErEcHo dEl rEcUErdo: lUcio caBaÑaS Y alEida gallaNgoS Ute Seydel mEmoriaS dE lo ÍNtimo mónica Szurmuk ¿cómo UBicar laS torrES dE SatélitE EN la mEmoria UrBaNa dE méxico? NaUcalpaN, EStado dE méxico, 1957-2009 graciela de garay

127

161

207

227

la mEmoria dEl prESENtE. El Narco EN la oBra dE lENiN mÁrQUEZ gabriela polit dueñas

273

Señorita extraviada (1999) dE loUrdES portillo: El docUmENtal como Sitio dE la mEmoria maricruz castro ricalde

305

El graN méxico EN la mEmoria: dENiSE cHÁVEZ Y tiNo VillaNUEVa debra a. castillo

351

9

agradecimientos

Este libro es producto de un proyecto colectivo emprendido desde el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, Campus Toluca, y el Centro Nacional de las Artes. Agradecemos a estas tres instituciones y al Centro de las Artes de San Luis Potosí donde realizamos una reunión de trabajo. Reconocemos la reflexiva y entusiasta compañía de Benjamín Juárez Echenique durante todo el proceso creativo. A Marisol Vera van nuestras gracias por recibir el libro y a Paloma Bravo por su trabajo editorial.

11

la memoria y sus sitios en el méxico contemporáneo

móNica SZUrmUk maricrUZ caStro ricaldE

La celebración de los doscientos años de la independencia mexicana en Ciudad Juárez se realizó en una plaza vacía, con su Presidente Municipal dando el grito frente a una delegación militar armada que ocupaba el zócalo, haciendo evidente con su presencia la ausencia de lo que esta ceremonia supone: algarabía popular, alegría, cierto desorden. Todo eso estaba del otro lado de la frontera: los juarenses que cuentan con documentos de cruce fronterizo estaban bailando en El Paso, Texas. La superposición de ambas imágenes en la transmisión televisiva hacía evidente una serie de paradojas y coincidencias que se dan en la frontera entre ambos países: espacios de encuentros familiares, de despedidas desgarradoras, de mutilación y violencia, de celebración y goce. Contra el telón de fondo del grito solitario en Juárez en el 2010, las fotografías que circularon del 68, no sólo las de la Plaza de las Tres Culturas ensangrentada pero especialmente las de los jóvenes en la Alameda y marchando por la ciudad de México, hablan de otros usos del espacio público y de un período histórico que se abrió con la huella del trauma aunque también con la esperanza de un cambio. La pregunta de la que partimos en este libro es cómo pensar la memoria en México después de la matanza de estudiantes realizada por el ejército en la Plaza de las Tres

12

Culturas en Tlatelolco el 2 de octubre de 1968. Consideramos esa masacre como un parteaguas entre el México que vivía en relativa calma bajo el gobierno del Partido Revolucionario Institucional (PRI), el comienzo del resquebrajamiento de éste, lo que se ha llamado “la apertura democrática”. Sepultado entre los caídos de Tlatelolco quedó un modelo de país que había surgido en la Revolución de 1910. Pero entre los caídos también quedó un documento que no logró hacerse texto legal, ni texto de memoria aunque sí texto histórico. Las conmemoraciones de los cuarenta años de la represión en 2008 plantearon una importante revisión del tema desde la historia y un esbozo inicial de cómo pensar la memoria. Como ha indicado Andreas Huyssen, la memoria es uno de los fenómenos culturales más sorprendentes de los últimos años. El discurso del futuro que caracterizó a la modernidad fue reemplazado alrededor de 1980 por un giro hacia el pasado que surgió en el contexto de las conmemoraciones de una serie de efemérides relacionadas con la Segunda Guerra Mundial (el desembarco en Normandía, el inicio y el fin de la guerra, la liberación de los campos de concentración). Esto también coincidió con el interés en la memoria suscitado por los procesos de redemocratización en América Latina, el final del apartheid y la constitución de tribunales de la verdad en varios países. La memoria se transformó entonces en un importante nudo de interrogación de fenómenos históricos recientes y su estudio desde diferentes corrientes pasó a ocupar un lugar importante. El boom de la memoria coincidió con debates públicos sobre la construcción de monumentos a las víctimas del Holocausto y del terrorismo de Estado, así como su perdurabilidad en la siguiente generación. La publicación de la introducción de Pierre Nora al proyecto Les lieux de mémoire en 1984 fue fundamental

13

para los estudios de la memoria en América Latina. Nora contrasta la memoria relacionada con las sociedades tradicionales con la historiografía moderna que privilegia el archivo. Para este autor los sitios de memoria (lieux de mémoire) surgen cuando ya no existen los medios de memoria (milieux de mémoire), o sea los entornos naturales donde la memoria es preservada y transmitida. Los sitios de memoria la cristalizan y la hacen inteligible. En este libro estos sitios se presentan como alternativos a la historia configurada desde los aparatos ideológicos del Estado. Muchos de ellos son productos de procesos artísticos individuales o de reelaboraciones colectivas de recuerdos. Creemos que estos sitios de memoria conviven con medios de memoria que aún existen en México (como las comunidades indígenas y las redes familiares tradicionales). Este texto no tiene la función de introducir a los estudios sobre México un modelo transterrado que privilegia la memoria en desmedro de la historia. Nos proponemos ahondar en los sitios de la memoria para dar cuenta de cómo se constituye una cartografía de lo contemporáneo en México. Coincidimos con Beatriz Sarlo en la necesidad de apelar al archivo para hablar del pasado reciente, pero insistimos también en el valor del testimonio y del trabajo artístico como modos de registrar historias alternativas. Creemos como Paul Ricoeur que “todo comienza no en el archivo sino en los testimonios” (2004: 147, la traducción es nuestra). Pensamos en México como extendido más allá de sus fronteras políticas y por eso incluimos textos que se ocupan de la situación de los migrantes en Estados Unidos y que se insertan en la frontera en tanto herida, pero también puente entre ambos países. Nos interesan los cruces entre el discurso de la memoria y los estudios culturales. En la lectura que realiza de Franz Fanon, la crítica norteamericana Diana Fuss analiza

14

las intersecciones entre lo individual y lo colectivo en la memoria y cómo éstas producen espacios de identificación. Como señala Fuss “la identificación no sólo describe cómo accedemos al poder, sino también cómo aprendemos a ser sumisos” (14, la traducción es nuestra). Los estudios incluidos en este volumen complejizan la idea de identidad y muestran cómo la memoria figura en la construcción de identidades personales y colectivas siempre entendidas como temporarias y estratégicas. No privilegiamos un sentido de identidad unívoco, por el contrario usamos el término identificación para hablar de estos espacios intersticiales donde se generan posiciones subjetivas transitorias.

méxico 68: ¿un antes y un después?

Los acontecimientos ocurridos en México durante 1968 fueron vividos o atestiguados por varias de las generaciones culturales más reconocidas, prolíficas e influyentes del siglo veinte. Los nacidos entre la década de los diez y los cuarenta coincidieron en espacios académicos, del Estado y mediáticos, y marcaron la pauta de un pensamiento que hoy conocemos como progresista y liberal. A la pluma de José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis y Elena Poniatowska se sumaron las de otros autores aún más visibles entonces como las de Octavio Paz y Carlos Fuentes. A las de ellos hay que agregar, a manera de ilustración, las de Fernando del Paso, Rosario Castellanos, Luis González de Alba, René Avilés Fabila, Gerardo de la Torre, Arturo Azuela. Tal vez fue la diversidad de géneros discursivos a los que se recurrió, quizás fue su paulatina aparición desde pocos años después del 2 de octubre como fecha simbólica hasta la siguiente década, posiblemente se

15

haya debido a que la mayoría de las veces se recurrió a la alegoría, a la metáfora y a otros recursos retóricos, pero el 68 dista mucho de haber integrado, en las siguientes décadas de lo ocurrido, un cuerpo textual –desde las manifestaciones más diversas dentro del campo de lo cultural– tan vasto y diverso como el de otros hitos tan significativos como el Porfiriato, la Revolución Mexicana, los periodos de los gobiernos de Lázaro Cárdenas (1936-1940) y Miguel Alemán (1946-1952), por mencionar los más destacados. Desde las artes plásticas y audiovisuales, las literarias, la oralidad, las fiestas y las celebraciones populares ha sido posible configurar los imaginarios que se tejieron alrededor de las ambiciones de orden y progreso del extenso periodo dirigido por Porfirio Díaz, a caballo entre dos siglos; el levantamiento armado oficializado en 1910 y cuyos efectos todavía persistieron en la siguiente década desembocó en regímenes que impactaron, a manera de ejemplo, en las aspiraciones nacionalistas y de soberanía dirigidas a procurar una mayor justicia social del régimen cardenista y las aspiraciones de modernización de un país, a partir de su industrialización y apego a modelos de vida cercanos a los estadunidenses. El 68, sin embargo, posee un significado para la historia global, gracias a los textos circulantes con referentes claros que ubican al espectador en París, Praga, Los Ángeles o México. Ello permite plantearse varias preguntas alrededor de sus implicaciones en un país en donde la expresión “México 68” se ha convertido, en sí misma, en un sitio de memoria: en un patrimonio comunitario que reposa como idea en quienes lo vivieron, lo atestiguaron de manera vicaria o lo han hecho suyo, en un proceso de posmemoria (Nora, 1992: 19-20). Es decir, el término detona un campo semántico que, sin embargo, no pudo articularse en las unidades materiales más obvias (monumentos,

16

museos, placas) y sí, en cambio, en otras construcciones simbólicas de orden efímero, pero no por ello menos trascendentes: pintas y grafitis cuyo anonimato revelaba una autoría de naturaleza popular (el “pueblo” que hablaba en la voz de una mano desconocida) y la necesidad del ocultamiento por el temor hacia un interlocutor que muy posiblemente respondería con agresión. A las expresiones anteriores, habría que añadir los actos que recuerdan, mediante su repetición, a los originales: marchas, mítines y debates públicos. La relativa ausencia de marcas concretas del 68 en los años que le siguieron puede entenderse como la resistencia a destruir dos de los mitos fundacionales del México moderno: el de la nueva nación, la revolucionaria, originada a partir de 1910 y el del ideal democrático que funcionaba como contrapunto a las dictaduras latinoamericanas que rigieron todos esos años. Las reflexiones detonadas a partir de ese momento reconfiguraron el rostro de esa nación cincelada por ambos mitos, los cuales fueron resquebrajándose con el surgimiento de textos concretos que comenzaron a funcionar como lugares de la memoria. Filmes que circularon de manera clandestina primero y limitada después, como La sombra del caudillo (1960) de Julio Bracho y El grito (1968) de Leopoldo López Aretche son paradigma de ambos momentos. La película de Bracho, basada en la conocida novela de Martín Luis Guzmán sólo pudo exhibirse públicamente treinta años después, pues en el lapso en el que fue censurada los sucesivos gobiernos temieron a las presiones de las jerarquías militares y al contenido explícito del poder del presidente en turno, en la designación de su sucesor. Por su lado, el filme de López Aretche mostraba escenas que desmentían las versiones oficiales que circularon prácticamente en toda la prensa escrita y electrónica del país. La violencia del ejército consentida

17

por el poder ejecutivo, las reuniones estudiantiles gestadas por sus miembros y no azuzadas por fuerzas políticas internacionales, la composición masiva y heterogénea del movimiento, su capacidad de convocatoria y la autorregulación del gentío participante en marchas ordenadas y silenciosas apenas si fueron liberadas en el siglo veintiuno, cuando todavía existen escépticos que dudan de la matanza o de la injerencia del Estado en ella. Vale la pena señalar las implicaciones que un libro tan relevante como La noche de Tlatelolco (1973) de Poniatowska haya sido publicado sin mayores trabas (gracias al apoyo decidido de la editorial ERA) y que enseguida haya comenzado a ver sucesivas reediciones, en relación con las dificultades encontradas por los textos cinematográficos. En este sentido, nos parece válida la observación de Avilés Fabila, en cuanto al valor concedido por “el Estado mexicano y para la nación la literatura del 68. Esto es, la [aparentemente nula] eficacia de la obra literaria en el terreno de lo político” (2004: VII). Las consecuencias de las transformaciones suscitadas a partir de ese momento han tenido lugar en los ámbitos más diversos: desde el paulatino debilitamiento del presidencialismo a partir del régimen inmediato de Luis Echeverría (1970-1976) y la del partido político oficial PRI hasta el cuestionamiento de los medios de comunicación controlados por el gobierno en turno o voluntariamente plegados a él. Términos legitimados y en uso en el siglo veintiuno como sociedad civil, plaza pública, defensa de los derechos humanos, guerra sucia, reforma política, partidos de oposición o prensa libre son parte del legado de ese momento histórico. La escasez de documentos ligados al 68 (no por el número en sí, sino en cuanto a su visibilidad como cuerpo textual) nos permite aquilatar tanto la dimensión del trauma

18

que produjo en la sociedad mexicana como el peso del poder del Estado. Apenas medio siglo después comenzaron a aparecer materiales filmados u oficios firmados por militares y, con ellos, empezó a vislumbrarse la posibilidad de la desclasificación de los archivos del ejército y los de gobernación. Hasta la fecha –con lo que se establece un alto contraste con los juicios realizados en los países del cono sur en pleno siglo veintiuno– no se ha llevado ante tribunales a ningún presunto responsable de los múltiples ilícitos cometidos por el Estado en ese periodo. Mucho menos a los ex presidentes Gustavo Díaz Ordaz y a Luis Echeverría Álvarez, a pesar del gran número de pruebas documentales y testimoniales que pesaban sobre ellos. En el caso del segundo, el debate público volvió a suscitarse ante el intento legal que se articuló para procesarlo por genocidio, en 2006, y la resolución federal que determinó su absolución, en virtud de la prescripción del presunto delito. Sin embargo, los síntomas de los traumas ocasionados por la violencia de Estado desplegada en plenitud en el 68, se anticiparon en la represión de los movimientos colectivos y, en concreto, sindicales de años previos como el dirigido por Rubén Jaramillo en las áreas circundantes al estado de Morelos, quien persiguió mejores condiciones para los cultivadores de la caña de azúcar y un reparto más equitativo de las tierras, entre los años cuarenta y los sesenta; los levantamientos de los ferrocarrileros a fines de la década de los cincuenta, los cuales pusieron en evidencia la ineficacia de los sindicatos coludidos con el Estado. En ese mismo periodo y por razones similares, los maestros expresaron su descontento, calmado en parte con los aumentos salariales demandados, pero cuyas cabezas fueron encarceladas. Los años sesenta estuvieron marcados por la vigilancia extrema de los sectores obrero y campesino, dos de

19

los pilares del Partido Revolucionario Institucional. Hubo intentos diversos de insurrección que fueron rápidamente apagados con la persecución de sus líderes. El fantasma del comunismo atemorizaba seriamente a los regímenes en turno, por lo que su conformación como organización política registró periodos de clandestinidad y padeció estrategias de debilitamiento, a través de la desaparición, la cárcel o el asesinato de sus miembros. De esta manera, si el movimiento del 68 no fue formulado, desde un proceso de memoria, de manera frontal, sí se manifestó mediante otros tópicos históricos que actuaron en forma alegórica. Si esto es evidente en la literatura y el cine, la pintura, la arquitectura y los lugares públicos también funcionaron como intervenciones sobre las versiones ofrecidas desde la historia oficial. Referirse a los desaparecidos políticos, a la existencia de grupos guerrilleros, a la violación de los derechos humanos, a los crecientes fenómenos migratorios, a la experiencia de los exilios, a la volubilidad del Estado sobre las ciudadanías deseables, a los feminicidios de Ciudad Juárez, a las narcoejecuciones, a la resistencia ciudadana para borrar los referentes de su entorno se convierten en otras maneras de articular textos de memoria. Éstos, tal vez menos materiales que los monumentos o los edificios, pero igualmente eficaces en la diversidad de sus soportes y en su capacidad de registrar, en un mismo movimiento y una jerarquización similar, historia y memoria.

la memoria construida después del 68

Comenzamos el volumen con dos textos paradigmáticos sobre la memoria y el olvido. El primero, “El silencio de Benjamin” de la crítica norteamericana Shoshana

20

Felman cuestiona los límites entre los diferentes géneros y aparece en este libro en español por primera vez. Leyendo conjuntamente textos teóricos y biográficos de Walter Benjamin, la autora realiza una serie de preguntas: “¿Qué quiere decir que la cultura –en la voz de su más profundo testigo– tenga que caer en el silencio? ¿Qué significa eso para la cultura?.... ¿Cómo llega a representar y a incorporar concreta y personalmente la fisonomía del siglo veinte?”. Estas preguntas enmarcan nuestro trabajo. Como Felman, ubicamos un momento histórico de grandes cambios, herederos de los que se presentan en “El silencio de Benjamin”: las dos guerras mundiales del siglo veinte. El texto de Felman da una serie de importantes claves de lectura para los estudios de la memoria: por un lado nos alerta sobre la importancia de la experiencia de la segunda generación –los descendientes de quienes experimentaron hechos traumáticos; por otra parte, muestra cómo estos estudios son fronterizos en cuanto colapsan definiciones abstractas de lo que es lo personal y lo teórico, la intervención y el trabajo académico. Uno de los participantes más activos en los debates sobre la memoria, Andreas Huyssen reflexiona sobre el olvido en el texto “La resistencia a la memoria: los usos y abusos del olvido público”. Afirma Huyssen que aunque hay una poética del recuerdo, no hay una poética del olvido. La hipertrofia de la memoria en sociedades como la alemana y la argentina han llevado a limar las complejidades de ciertos acontecimientos históricos como modo de lograr una memoria cultural uniforme de eventos traumáticos. Una consecuencia no deseada es el agotamiento de la memoria que “ocurre cuando el enfoque intenso hacia memorias del pasado llega a obstaculizar nuestra imaginación del futuro y crea una nueva ceguera en el presente.

21

En este estado pondremos entre paréntesis el futuro de la memoria con el fin de recordar el porvenir”. Como otros intelectuales, Andreas Huyssen ha participado en el diseño de sitios de la memoria y en debates sobre cómo rememorar tanto en su Alemania natal como en la Argentina. Es muy común que los estudiosos de la memoria sean convocados a reflexionar sobre procesos la constitución de sitios de la memoria. Éste es el caso de Alberto del Castillo Troncoso que es un referente en los estudios sobre la rebelión estudiantil de 1968 en México y que ha trabajado en la elaboración del Memorial del 68 de la UNAM. La propuesta museográfica crítica del Memorial rescata la agitación de la actividad política en la cual se destaca el activismo estudiantil que concluye violentamente con la matanza del 2 de octubre. El texto de Del Castillo “La imagen y la palabra: los fotógrafos y el movimiento estudiantil en 1968 en México” incluido en este volumen puede considerarse como una introducción al proyecto del Memorial. Del Castillo reflexiona sobre cómo la fotografía funciona como documento histórico y también sobre la tarea de los fotoperiodistas en tanto creadores de una narración alternativa de la historia. El significado del 68 en su conjunto es mermado en la medida en que se analiza aisladamente, descontextualizándolo de la historia nacional, o como un fenómeno particular sin ningún tipo de anudamiento con otros casos de violencia del Estado. Se ha insistido, sin embargo, en los vínculos de sus protagonistas con “fuerzas exteriores”, ajenas a la voluntad nacional como una manera de acusar a las corrientes socialistas de la crisis vivida en México en ese momento. Resulta particularmente productivo leer el 68 como un paradigma de las catástrofes de la historia, cuyos mecanismos son similares, sus estrategias de exterminio no distan demasiado entre sí y sus consecuencias

22

siempre recaen en los sujetos más indefensos, en los más inocentes. Estelle Tarica toma como caso la comparación de las dos primeras ediciones de la única novela escrita por José Emilio Pacheco, Morirás lejos, para visibilizar la presencia de las represiones suscitadas por el 68 en México en diálogo franco con la violencia de las dictaduras en Argentina, a través de uno de los ejes centrales de la obra: la matanza del pueblo judío en tres fechas clave. Pacheco decide no focalizar su relato en el genocidio más conocido, el del Holocausto, a fin de que éste pueda ser comprendido en su faceta más trágica y temible: el de su intercambiabilidad. Entre 1970 y 1980, México recibió a un gran número de exiliados de otras naciones latinoamericanas que estaban bajo gobiernos dictatoriales. El español como lengua compartida facilitó su asimilación a la vida nacional. Los éxitos de esta experiencia que, como aconteció con la entrada de los españoles republicanos medio siglo atrás, enriqueció el panorama cultural en su conjunto han velado otros fenómenos dignos de atención. Por ejemplo, en su análisis de la obra Yo nunca te prometí la eternidad (2004) de Tununa Mercado, Mónica Szurmuk advierte que ha habido un trabajo con el lenguaje que apenas si ha sido tomado en cuenta. En un esfuerzo de integración cultural, la lengua española como instrumento de expresión artística se “neutraliza” y, al mismo tiempo, se tensa para que dé cabida a muchos otros idiomas que laten en la genealogía de los inmigrantes. Detrás de ellos hay una multitud de historias experimentadas en francés, inglés, alemán, hebreo, y que en su “traducción” a las anécdotas que sustentan las narraciones, los diarios, los testimonios, las historias de vida, registran, paradójicamente, ese “algo” que ha quedado en el camino, que ha sido borrado, pero no eliminado. Las manifestaciones múltiples de los exiliados a través de

23

su paso por la academia, el mundo editorial, la fotografía y la pintura, la música, la literatura y el cine, principalmente, se han prolongado en la siguiente generación. Pero lo que no se ve es también un hecho de memoria: es la que no ha sido registrada como tal. Es decir, la de todos aquéllos que no fueron vistos como sujetos “aceptables”, como individuos susceptibles de incorporarse a las directrices de la nación. La política exterior de brazos abiertos fue selectiva, por un lado, y cumplió con eficacia el encubrimiento de la propia guerra sucia que se estaba viviendo en territorio mexicano. Todo ello muestra cómo los textos culturales siempre conservan la huella del trauma, de una memoria no enunciada. La criminalización de la guerrilla en México y, en concreto, la de los numerosos movimientos que se generaron después del 68 ha sido un recurso de gran utilidad para desplazarlos de los medios de memoria. Sus nombres, las causas que los generaron, la represión de la que fueron objeto, la reacción al margen de la legalidad de estos grupos, los crímenes de Estado, la gran cantidad de asociaciones integradas para exigir respuestas sobre las desapariciones forzadas se erigen en preguntas que carecen de lugares específicos para encontrar sus respuestas. Ausentes éstas de los libros de texto, carentes los investigadores –a lo largo de más de tres décadas– de fuentes directas y de acceso a los archivos que pudieran brindarlas, el paso del tiempo pareció haberlas condenado al olvido, reducido a los enclaves geográficos que fueron testigos de los enfrentamientos o minimizado en sus consecuencias: los más de quinientos expedientes que siguen abiertos se reducen en la pulverización de las clasificaciones, las explicaciones insuficientes, la falta de datos, la imposibilidad de procesar a los culpables. De manera similar a como la política exterior de puertas abiertas encubrió las guerras sucias que se

24

libraban en el interior del país, el impacto de la matanza de Tlatelolco se ha constituido en un trauma tan colectivo como simbólico que, de manera involuntaria, ha opacado los cientos de casos de desapariciones forzadas, de detenciones arbitrarias, ejecuciones extrajudiciales y tortura relacionados con los movimientos populares que obraron fuera del marco jurídico del Estado. Ute Seydel realiza un recuento de gran valor informativo, en relación con la lucha contra el olvido emprendida desde la academia, las manifestaciones artísticas y las organizaciones que trabajan a favor de los derechos humanos. Su escrito evidencia la cantidad apreciable de esfuerzos llevados a cabo para reivindicar, por lo menos, el derecho a recordar, en un contexto en el que el adjetivo “delincuente” le robó a hombres y mujeres cualquier tipo de derecho. El documental La guerrilla y la esperanza: Lucio Cabañas (2005), de Gerardo Tort, le es útil para enfatizar la existencia de una memoria propagada oralmente en soportes textuales como recuerdos comunitarios, canciones y testimonios que han circulado en, por lo menos, dos generaciones que cristalizaron en 2004, insólitamente, en una estatua conmemorativa de Cabañas. Trazando Aleida (2007), de Christiane Burkhard, aborda un tópico aún menos divulgado en el marco de la historiografía mexicana: la existencia de los hijos de desaparecidos como producto de las acciones del ejército, de cuerpos policiacos y de grupos de exterminio clandestinos, todos operando bajo las órdenes de funcionarios al servicio del Estado. Si las imágenes de la provincia y, en concreto, de los pequeños pueblos de las sierras y las costas son marcos relevantes para analizar las guerrillas en México, el movimiento estudiantil del 68 no puede entenderse sin su epicentro: la ciudad de México, según atestiguan las fotografías del conflicto. Los estudiantes se apropiaron del espacio urbano y

25

las instantáneas, las imágenes del momento registran los sustanciales cambios que la ciudad había experimentado. México aparece como una urbe moderna, multifacética y los participantes de la rebelión son, a su vez, jóvenes modernos. El desenlace trágico en la Plaza de las Tres Culturas pone en evidencia la precariedad de la situación política en México del momento. “¿Cómo ubicar las Torres de Satélite en la memoria urbana de México?” de Graciela de Garay analiza un caso de memorias en disputa. Actualmente en la puerta norte de la ciudad de México hay planes para construir un viaducto elevado que impediría observar las Torres de Satélite, un conjunto escultórico modernista del arquitecto Luis Barragán y el escultor Mathias Goeritz erigido en 1957, que ya está en riesgo por el exceso de tráfico vehicular y la polución. De Garay muestra cómo el debate público alrededor del futuro de las torres muestra las tensiones entre diferentes modos de ver la ciudad y desplazarse por ella. “En este trabajo”, afirma la autora, “se intenta mostrar cómo la sensación de una posible pérdida o cambio interpela, para bien o para mal, a la memoria, pública y privada. Por tanto, interesa observar de qué manera actores urbanos, heterogéneos y con identidades sociales diferenciadas, se debaten por la hegemonía de los significados atribuidos a los lugares habitados y a su historia”. En el mencionado debate por la hegemonía de los significados, la muerte de inocentes, la de los involucrados en el enfrentamiento entre el Estado y el crimen organizado y la de los espacios en donde ha alcanzado su punto más álgido ha sido englobada con la expresión “daños colaterales”. De esa disputa se ocupa Gabriela Polit quien se centra en los registros que no interesan ser recuperados. Ésta es una estrategia, tal vez promovida involuntariamente desde el Estado, para borrar el origen de la violencia derivada en

26

el enfrentamiento entre el crimen organizado y los brazos armados legalmente por la nación y circunscribirla a un presente, a un sexenio, a las decisiones tomadas por un partido político concreto. La lucha contra el narcotráfico ha dejado sus huellas en Sinaloa y, de manera simultánea, ha implementado mecanismos para olvidar algunos de sus efectos como un mecanismo que alivie el trauma social. Polit analiza la obra del artista plástico Lenin Márquez, cuyos textos pictóricos evidencian, a través de una iconografía reconocible en ese enclave del norte mexicano, el reguero de cadáveres que han legado las tácticas del Estado, en relación con el narcotráfico. Los cuadros se proponen como una puesta en escena “in situ” que provoca incomodidad, desazón, a sus espectadores. La obra de Lenin Márquez, observa Polit, desarticula gran parte de estas creencias en torno de la violencia inherente a la población del norte del país, de su indiferencia hacia la muerte o que debido al exceso de crímenes, éstos ya no dejan huella alguna en los sinaloenses, en los mexicanos. Por el contrario, a través de sus textos pictóricos, Márquez reinscribe a los muertos que yacen en las calles de la urbe, a la vera de las carreteras, entre los árboles de la sierra, e interpela a la falta de una ética ciudadana en la uniformidad de los rostros de los asesinados tanto como a un Estado que ha propiciado nuevas cartografías, todas ellas diseñadas por los efectos de la violencia. Las preguntas que subyacen a varios de los textos: ¿qué son sitios de memoria? ¿de qué memoria? ¿de quién? se repiten en el capítulo “Señorita Extraviada (1999) de Lourdes Portillo: el documental como sitio de la memoria”. En este caso, Maricruz Castro Ricalde demuestra que el documental es en sí un sitio de la memoria que alberga a un grupo de mujeres pobres, que son utilizadas como fuerza de trabajo barato en la globalización y que están en

27

riesgo de ser asesinadas en Ciudad Juárez, en la frontera entre México y Estados Unidos. La frontera se transforma así en una tumba sin nombre para múltiples muchachas que son víctimas del feminicidio. El análisis detallado de la secuencia del inicio del filme expone cómo desde el discurso cinematográfico y sin palabras se puede crear un sitio de la memoria que registra la violencia de la frontera en tanto productora de víctimas. La presencia de mujeres jóvenes, casi niñas, en uniformes escolares propone una integridad corporal que es la contrapartida de las “señoritas extraviadas”, mujeres cuya memoria se registra en fragmentos corporales recuperados después de la muerte, en piezas de vestimenta, en cruces negras en Ciudad Juárez, en los testimonios de sus madres y en la voz en off de la realizadora del filme. Enfocándose en la experiencia de los que viven del otro lado de la frontera, Debra Castillo analiza el uso del cine en los textos literarios de dos autores chicanos: Denise Chávez y Tino Villanueva. Los sujetos étnicos de estas películas, como los llama Castillo, “reflexiona(n) sobre la experiencia de ver una o varias películas crucialmente formativas, películas que muestran en la pantalla a personas de su propia etnicidad, en múltiples ocasiones, pero enfocándose particularmente en dos momentos y experiencias de mirar la película: primero ven la película cuando jóvenes, y proyectada en la gran pantalla del espacio público de una sala de cine, y luego como adultos ya maduros, en la pequeña pantalla de la televisión en sus hogares”. A través de un análisis detallado de los cambios geográficos, políticos y tecnológicos en las vidas de estos personajes, Castillo muestra cómo se va construyendo un “México global” en el que determinados elementos de la experiencia de lo mexicano sirven como detonadores y anclas de memorias personales y colectivas. En este ir y venir del

28

México-refugio al México-expulsor (recordemos que es el país del mundo del que más ciudadanos salen todos los años para trabajar en el exterior), se vislumbra la creación de un archivo memorístico que se desplaza espacial, temporal y emocionalmente. En suma, todos los capítulos de este volumen discurren sobre los mecanismos de la memoria, en el marco de sus múltiples estrategias: el olvido parcial, la reescritura del pasado, la visibilización del mismo, la multiplicación de un discurso ambivalente y comprehensivo, la atemporalidad, la concreción del registro. Manifiestan cómo estos recursos no provienen ni de un mismo tipo de sujeto ni son forzosamente de naturaleza colectiva como tampoco son esgrimidos sólo desde quienes ejercen los poderes dominantes. De una forma u otra, todos los capítulos se basan en casos concretos (desde las teorías del pensamiento hasta prácticas culturales específicas) y privilegian la reflexión sobre el valor del testimonio como género del discurso. A través de una gran variedad de casos que engloban representaciones culturales de naturaleza varia hemos querido proponer otros enfoques de estudiar la memoria. Desde la preocupación por los vecinos en torno de los cambios de “su” paisaje urbano hasta los feminicidios en Juárez; desde las nuevas cartografías de la violencia marcadas por la muerte hasta los esfuerzos de traducción cultural de los exiliados; desde los desaparecidos (criminalizados todos por igual) de la guerra sucia y los dolorosos procesos de reidentificación personal de sus hijos hasta la constitución de las identidades nacionales configuradas a través de las experiencias individuales y la memoria colectiva que se transmite. Todos ellos, casos analizados desde un “afuera” que ha tenido la intención de permitir la emergencia de historias que reiteran la necesidad de ser contadas.

29

Bibliografía

avilés Fabila, rené. “méxico 68. Veinte años después de el gran solitario del palacio”, en el Búho, encarte núm 57, 2004, i - Viii. Fuss, diana. . Nueva York: routledge, 1995. Huyssen, andreas. méxico: Fondo de cultura Económica, 2002. Nora, pierre. “Between memory and History: re”. representations 26 (1989): 7-25. Nora, pierre (dir.). “comment écrire l’histoire de France?”, Les Lieux . tomo iii, vol. 1. paris: gallimard, 1992. ricoeur, paul. chicago y londres: University of chicago press, 2004. Sarlo, Beatriz. tivo. Buenos aires y méxico: Siglo xxi, 2006. Young, James E. Meaning. New Haven y londres: Yale University press, 1993.

31

El silencio de Benjamin1

SHoSHaNa FElmaN traducción de andreas ilg

Es común que se vea a Benjamin esencialmente como un filósofo abstracto, un pensador de la modernidad (y/o de la posmodernidad) de la cultura y del arte. No obstante, yo propongo mirarlo más específica y concretamente como un pensador, filósofo y narrador de las guerras y revoluciones del siglo veinte. “Guerras y revoluciones”, escribe Hannah Arendt, “han caracterizado hasta ahora la fisonomía del siglo veinte. […] A diferencia de las ideologías decimonónicas –tales como nacionalismo e internacionalismo, capitalismo e imperialismo, socialismo y comunismo, las cuales han perdido el contacto con las realidades fundamentales del mundo actual, a pesar de que siguen siendo invocadas frecuentemente como causas justificadoras–, la guerra y la revolución […] han sobrevivido a todas sus justificaciones ideológicas” [La magnitud con que se desató la violencia en la primera guerra mundial hubiera sido quizá suficiente para producir revoluciones, aun sin ninguna tradición

1

“El silencio de Benjamin,” conferencia impartida el 27 de septiembre de 1997, en la Universidad de Yale. publicada con autorización de la autora. Versiones revisadas de este texto fueron publicadas en critical inquiry (25:2, 1999) y en el capítulo 1 del libro “the Juridical Unconscious: trials and traumas in the twentieth century” (Harvard University press, 2002).

Lihat lebih banyak...

Comentários

Copyright © 2017 DADOSPDF Inc.