¿También tengo que ser Charlie?

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En el Mundo Vivimos un momento escalofriante, pero cargado de simplificaciones y reducciones. Estas reducciones cumplen ciertos propósitos. Entre otros, el objetivo es esconder de la mirada todas las circulaciones complejas a través de las cuales los asesinos en París recibieron fondos y entrenamiento, posiblemente de parte de gobiernos que los Estados Unidos y Francia apoyan estratégicamente.

“¿También tengo que ser Charlie?” Por Javier Arbona Homar* Especial para CLARIDAD Los nuevos estados son el producto de la catástrofe. La violencia es el aire que respiran. T.J Clark

I. No merece la pena estipular lo siguiente y sin embargo se vuelve necesario en esta coyuntura: • Se puede condenar la violencia contra periodistas y civiles y también rechazar a la revista Charlie Hebdo. • Se puede condenar tanto la guerra insurgente y también el racismo y el odio. • Se pueden denunciar las masacres a sangre fría pero también distanciarse de la burla orientalista y la pasividad mental del liberalismo democrático.

II. Es imperativo en este cruce resistir el llamado a la unidad que se arropa de “libre expresión.” La popular respuesta “Je Suis Charlie” a la horrible tragedia en París nutre una continuidad con las condiciones beneplácitas que acogieron una revista como Charlie Hebdo anterior a aquel infame día de enero. Que se sepa: no estoy argumentando que se censure esta publicación francesa. En vez, me pregunto: ¿Cómo es posible que tenga un amplio público que la lee y cuáles son las bases sociales para su amplia difusión? ¿Cómo desmantelar esas bases si precisamente en estos instantes se fortalecen del ataque? Dentro del sentido común en los estados occidentales que acopla el racismo, el clasismo y el sexismo, no puede haber un debate transparente sobre mejores y peores ideas de convivencia. Solamente hay una tapadura pseudo-libre-pensante para abrazar el odio xenófobo sin tener que admitirlo. La cultura occidental moderna es arbitraria en sus principios de libertad, igualdad y coexistencia. En los Estados 10 • CLARIDAD 15 al 21 de enero de 2015

Unidos, donde vivo, se respira una arrogancia acerca de la democracia que no guarda fidelidad con la realidad. Si hiciera un listado exhaustivo de todas las maneras en que los Estados Unidos y sus aliados coartan la libertad en otros países y dentro de sus propias fronteras, no tendría espacio para nada más. Hace menos de tres semanas, Obama le cortó la conexión de Internet a un país completo (Corea del Norte) como venganza por un mero rumor que implicó al régimen de ese país en robarle secretos digitales a la corporación Sony Pictures. Así no se puede hablar con honestidad de algo como la libertad de prensa y pensamiento. Tanto Estados Unidos como Israel tienen un historial de bombardear instalaciones de periodismo y televisión. Todavía Estados Unidos no revela del todo los secretos de su programa de tortura y mantiene en prisión a varios disidentes que revelaron información de vitalidad para la democracia. Vivimos un momento escalofriante, pero cargado de simplificaciones y reducciones. Estas reducciones cumplen ciertos propósitos. Entre otros, el objetivo es esconder de la mirada todas las circulaciones complejas a través de las cuales los asesinos en París recibieron fondos y entrenamiento, posiblemente de parte de gobiernos que los Estados Unidos y Francia apoyan estratégicamente. Es decir, en la sociedad civil, sencillamente no somos capaces de trazar los vínculos dentro de la globalización misma donde los líderes que marchan en París se verían cómplices. Tampoco somos capaces de visualizar cómo el ataque mismo surge de un proceso de planificación y comunicación enteramente moderno, no “medieval” como la más reciente portada de Charlie simplifica absurdamente el ataque de sus oficinas. No tenemos la

ser honestos, tendríamos que poner en cuestionamiento el fundamentalismo de todos los estados y sus fórmulas territoriales, pero sería ideológicamente contrario a la democracia capitalista moderna.

III.

voluntad para capturar en la imaginación cómo las mismas herramientas digitales lubrican una velocidad que empodera el comercio inmediato pero también la guerra y la vigilancia. En vez, se inundan los medios televisivos y sociales de eslogans sobre la religión como causa única de las matanzas. Es una distracción del trasfondo colonial de Francia y el uso de la religión para discriminar discretamente (y no tan discretamente) a base de las apariencias del que meramente “parezca” musulmán. El blanco del odio es el árabe pero el razonamiento se esconde detrás del secularismo. Lamentablemente, se equiparan unos procesos sociales muy complejos a la palabra “terror” y punto. Pero suceden dos asuntos. Uno, la invocación del terror para relatar el ataque, como nos diría Hobbes, extiende la política tal y como la conocemos en el presente. Es decir, ir más lejos que la abreviatura “terror” representaría una amenaza para los partidos neoliberales y su añoranza de la causa bélica que subyace su poder. Segundo, el terror es la marca de la formación de todo estado. Las potencias modernas tienen raíces en la colonización; ésta no excluye el uso de la violencia contra la infraestructura y la vida cultural existente. Los ataques se vinculan al Estado Islámico emergente que nació en las llamas de la catastrófica invasión norteamericana en Irak. Para

Las víctimas de la oleada violenta parisina no pueden hablar nunca más. La mudez de la muerte hace posible el martirio fabricado. Podemos ser ventrílocuos con los cuerpos. Y así lo hacemos. Los huesos saqueados de pronto aparecen como algo vivo y solemne, aunque sin el permiso de sus dueños. Los vivos pueden utilizar estos cuerpos como armas burdas contra pensamientos disidentes e ideas radicales que no quepan dentro de la renovada marcha a la guerra. La fascinación morbosa con los cadáveres les da una seguridad a los vivos de que la vida no es insignificante. Pero irónicamente, la misma revista Charlie Hebdo ha sido cómplice precisamente de tal deshumanización. La respuesta en las plazas y los circuitos digitales muestra cómo seguimos reproduciendo la enajenación con “Je Suis Charlie.” En un caso, un manifestante portaba las imágenes ofensivas de Charlie durante la marcha de París, incluyendo una que se mofa del supuesto deseo de Michael Jackson de ser blanco, como para decirle al fenecido cantante “jamás hubieras sido igual.” En fin, todos y todas no pueden “ser” Charlie.

IV. Movernos hacia una vida colectiva en contra de la enajenación requiere pensamiento crítico y análisis profundo. Pero existen fuerzas ampliamente difundidas en estos días macabros que empujan la clausura de ideas. Las marchas multitudinarias sirven para silenciar a los que se han visto como objeto de burlas muy peligrosas que retroalimentan el

fascismo islamofóbico y se incorporan a estas mayores fuerzas políticas. Más aún, nuestros gobiernos occidentales y corporaciones globalizadas llevan años operando en las sombras del totalitarismo. Han sido cómplices los unos con los otros de sus operaciones de tortura, bombardeo y espionaje. ¿Qué se puede hacer o decir en estos momentos que pueda contrarrestar esta solidaridad facilona de “Je Suis Charlie,” solidificada con el poder ilegítimo de los estados operando contra libertades? Se ha volcado, además, una solidaridad que brilla por su ausencia cada vez que, por ejemplo, Israel mata a miles en Gaza, alegando que tratan de evitar no-combatientes cuando los números narran una historia diferente. Bajo el empuje de mitologizar lo sucedido, no se puede montar una discusión que construya un conocimiento verdaderamente público. “Ser Charlie” es una noción absurda por ser una identificación afectiva con una abstracción contraria a la vida colectiva y común. Por tanto, es imperativo resistir. Es crucial no ceder el poder, como suele suceder en estos cruces geopolíticos, a los mismos estados que también respiran de la violencia, como indica T. J. Clark en el epígrafe. Los gobernantes han comprobado ser incapaces de proteger derechos, violándolos ellos mismos. Yo personalmente busco una identificación anti-racista y anti-colonial con aquellos que deseen encontrar un modelo de vida colectiva en medio de tanta tragedia. * Nota del autor: Este escrito comenzó como un comentario breve en línea y luego se extendió a ser un texto en inglés del blog individual de Al Javieera. El autor lo tradujo con algunas modificaciones y ampliaciones para CLARIDAD. La cita de T. J. Clark aparece en el London Review of Books, Vol. 36 No. 17, 11 septiembre 2014, pp. 13-15. Fue traducida por el autor. Arbona Homar es un geógrafo e investigador posdoctoral en la Universidad de California en Davis.

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