Territorios y memorias de Urrao y Frontino

September 12, 2017 | Autor: C. Piazzini Suárez | Categoria: Archaeology, Geographic Information Systems (GIS)
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© Instituto de Cultura y Patrimonio de Antioquia © Universidad de Antioquia – Instituto de Estudios Regionales Gobernación de Antioquia, Antioquia la más educada; Instituto de Cultura y Patrimonio de Antioquia, Sergio Fajardo Valderrama: Gobernador de Antioquia / Juan Carlos Sánchez Restrepo: Director Instituto de Cultura y Patrimonio de Antioquia / Jairo Alonso Escobar Velásquez: Subdirector Administrativo y Financiero Instituto de Cultura y Patrimonio de Antioquia / Ángela María Fernández Gutiérrez: Patrimonio y Fomento Artístico y cultural Instituto de Cultura y Patrimonio de Antioquia / Luis Guillermo López Bonilla: Líder Área de Patrimonio Cultural.

Coordinación editorial Carlo Emilio Piazzini Suárez Fotografía Proyecto de Investigación Inventario de Patrimonio Arqueológico Inmueble de Urrao y Frontino Textos Carlo Emilio Piazzini Suárez Mapas David Andrés Escobar Diseño y Diagramación Puntotres ISBN: 978-958-8890-12-8 Impresión: Puntotres

Universidad de Antioquia –INER: Rector Alberto Uribe Correa / Directora INER: Claudia Puerta Silva / Grupo de Investigación: Felipe Andrés Arias, Ronson Castillo, Andrea Carolina Chía, David Andrés Escobar, Diana Isabel Henao, Diana Marcela Hinestroza, Oscar Julián Moscoso, Carlo Emilio Piazzini, Andrea Paola Solar, José Alejandro Úsuga y Sergio Villa. Alcaldía de Frontino: Alcalde Jorge Hugo Elejalde López / Secretario de Educación, Desarrollo y Cultura: Rubén Arenas / Director Casa de la Cultura: Mauricio Gómez. Alcaldía de Urrao: Alcalde Luis Eduardo Montoya Urrego / Directora de Cultura, Fomento y Turismo: Luisa Fernanda San Martín / Director Casa de la Cultura: Wilmar Vélez.

Primera edición Noviembre de 2014 Impreso en Colombia Instituto de Cultura y Patrimonio de Antioquia www.culturantioquia.gov.co 5124669 Universidad de Antioquia- Instituto de Estudios Regionales www.udea.edu.co 2195699

tabla de contenido presentación

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NOTA INTRODUCTORIA

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INVITACIONES A LA LECTURA

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POR LOS CAMINOS DE TONÉ Y NUTIBARA

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SAQUEO, GUAQUERÍA, ARQUEOLOGÍA Y SITIOS SAGRADOS

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MEMORIAS DE LA TIERRA

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Periodo 1 (entre 8350 y 3000 años de antigüedad) Periodo 2 (entre 3000 y 2000 años de antigüedad) Los perúes o túmulos funerarios Periodo 3 (entre 2000 y 1200 años de antigüedad) Periodo 4 (entre 1200 y 400 años de antigüedad) Periodo 5 (entre 400 y 100 años de antigüedad) El poblamiento embera de las vertientes cordilleranas La presencia de las comunidades afrodescendientes en las cuencas de los ríos Arquía y Murrí

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CLAVES PARA CONOCER, VALORAR Y PROTEGER EL PATRIMONIO ARQUEOLÓGICO Y PALEONTOLÓGICO

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FUENTES DE CONSULTA

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presentación En Antioquia la más educada generamos oportunidades para la apropiación social del patrimonio cultural. Es por eso que la adjudicación de los recursos para el patrimonio cultural, que provienen del impuesto nacional al consumo sobre la telefonía móvil, se basa en criterios estrictamente técnicos que permiten que los municipios del Departamento prioricen sus necesidades en el reconocimiento, salvaguardia y apropiación social del patrimonio cultural. Es así como el Instituto de Cultura y Patrimonio de Antioquia viene financiando propuestas que involucran las diferentes acciones relacionadas con la gestión integral del patrimonio en las subregiones del Departamento. La presente publicación contiene los resultados de investigación de dos proyectos que buscan dar el primer paso para la gestión del patrimonio: su investigación y documentación. Para los municipios de Urrao y Frontino es clave el conocimiento de su historia a partir de investigaciones científicas que permiten conocer de primera mano cuales son los sitios que se debe salvaguardar por sus (( 7 ))

contenidos arqueológicos y que evidencien sus características culturales y temporales, contribuyendo a la construcción de un marco interpretativo para las antiguas ocupaciones humanas del Occidente del Departamento. Pero más allá del valor científico de los proyectos de investigación, se quiere resaltar la fuerza que tienen para el afianzamiento de la identidad cultural y la apropiación social del patrimonio. En el proceso participaron agentes culturales y vigías del patrimonio, se dieron espacios de formación y socialización con las comunidades locales y finalmente se entrega este documento en el cual la terminología científica y académica se hace a un lado para dar paso a un texto ameno y compresible, que sin perder rigor permite que nos acerquemos a la interpretación del pasado prehispánico e incluso más reciente de esta región de Antioquia. JUAN CARLOS SANCHEZ RESTREPO Director Instituto de Cultura y Patrimonio de Antioquia.

NOTA INTRODUCTORIA Esta publicación es el resultado de los proyectos de inventario del patrimonio arqueológico inmueble, de los municipios de Urrao y Frontino, realizados durante el año 2013 en el marco de la Convocatoria de Iniciativas en Patrimonio Cultural. Esta convocatoria fue promovida por el Ministerio de Cultura y la Gobernación de Antioquia, mediante el Instituto de Cultura y Patrimonio. Obtuvo además el apoyo de las alcaldías municipales de Urrao y Frontino, y del Instituto de Estudios Regionales de la Universidad de Antioquia–INER. Estos proyectos se suman a investigaciones realizadas en años anteriores, con apoyo de la Fundación de Investigaciones Arqueológicas Nacionales, la Gobernación de Antioquia y el municipio de Frontino; han apoyado también Empresas Públicas de Medellín, el Comité para

el Desarrollo de la Investigación-CODI y el INER de la Universidad de Antioquia. Los resultados de estos proyectos son incorporados en esta publicación, pues se constituyen en antecedentes fundamentales de investigación, sobre un tema poco estudiado en la región. Este programa de investigaciones en el Occidente de Antioquia, se encuentra adscrito al Grupo Estudios del Territorio del INER y se han beneficiado de la Estrategia de sostenibilidad 2012-2104 del CODI de la Universidad de Antioquia. La presente publicación se encuentra acompañada de un mapa general en formato poster titulado Territorios Arqueológicos de Urrao y Frontino, donde se ofrece una distribución geográfica de las áreas hasta ahora investigadas, así como de los sitios arqueológicos identificados.

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INVITACIONES A LA LECTURA   Son múltiples los reportes que desde el siglo XVI informan que en nuestra región existió una cultura antigua importante, lo cual se evidencia en un potencial arqueológico abundante para el desarrollo de investigaciones; ésta es la razón de que cada vez sean más los hallazgos de vestigios que permiten a los investigadores una interpretación científica de los procesos históricos precolombinos y más recientes que son comunes en nuestra región comprendida entre Urrao y Frontino. La presente publicación además de contener los resultados de investigaciones arqueológicas recientes en Urrao y Frontino, reúne como antecedentes las anteriores investigaciones realizadas en la región. Desde la década de 1990, se han venido documentando evidencias arqueológicas en la cuenca del Rio Herradura (entre Cañasgordas, Abriaquí y Frontino), en el Valle de Nore, en Musinga, en Rio Verde y más recientemente en Caráuta; una abundante cantidad de sitios arqueológicos correspondientes a (( 9 ))

asentamientos humanos que se remontan a unos ocho mil años de antigüedad. En Urrao las investigaciones apenas han comenzado, pero es evidente que la historia precolombina y colonial de este municipio posee aspectos comunes a la de Frontino, lo cual relaciona las figuras de los caciques Toné y Nutibara. En el texto se establece una serie de cinco periodos históricos, y según los hallazgos relacionados a cada uno de ellos, se interpretan transformaciones en las formas de los asentamientos, la densidad demográfica y las tecnologías de producción de artefactos. Para los periodos más recientes se incluyen la invasión española en siglo XVI, el periodo colonial y el poblamiento de comunidades chocoés hacia estas regiones de Urrao y Frontino, conformando asentamientos por parte de los ancestros de los embera. Esta publicación también presenta las normas estatales de protección de los sitios y piezas precolombinas, entre las que se establece la prohibición de la

guaquería y la comercialización de piezas arqueológicas, así como la necesidad de realizar estudios de arqueología de forma previa a la realización de proyectos de explotación de minerales u obras de infraestructura, para determinar si allí existen vestigios arqueológicos, y en tal caso, aplicar medidas para su protección, estudio y valoración. También se exhorta a las autoridades de Urrao y Frontino para que “incorporen adecuadamente medidas de gestión del patrimonio arqueológico en sus esquemas de ordenamiento territorial y que apoyen procesos tendientes a la declaratoria de áreas arqueológicas protegidas” Es oportuno anotar que Las evidencias arqueológicas recuperadas de las excavaciones en estos territorios reposan en la Universidad de Antioquia, donde esta disponibles para el conocimiento de los interesados. Pero es necesario adelantar gestiones para que estas sean conservadas en museos creados en los respectivos municipios de origen. Esta publicación está escrita en un lenguaje entretenido y comprensible para quienes no entenderíamos el discurso técnico de la arqueología; va dirigida a docentes que verán en la cartilla una herramienta fácil de recrear este conocimiento con sus alumnos, a los funcionarios de las entidades municipales, a los

gestores culturales, a las organizaciones y corporaciones culturales, a los consejos municipales de cultura de ambos municipios, a sus centros culturales, a los grupos de vigías del patrimonio, a los cabildos indígenas, los consejos comunitarios, y a la comunidad en general Es necesario este llamado a la valoración de una riqueza que es patrimonio cultural nuestro, como son, por ejemplo, los perues o túmulos funerarios, evidencias aún vigentes y abundantes en los paisajes de Frontino y Urrao, y que corresponden a lugares ceremoniales y monumentos precolombinos. Al arqueólogo Carlo Emilio Piazzini Suarez y a su equipo de investigación conformado por antropólogos, estudiantes de antropología y colaboradores locales: campesinos, jóvenes vigías del patrimonio local y gentes de la comunidad en general; a todos ellos inmensa admiración y gratitud por su entereza en estos asuntos que tanto apasionan y que dimensionan nuestro patrimonio histórico, cultural y arqueológico; lo visibiliza, lo fundamenta como una herramienta sólida para gestionar políticas locales regionales y nacionales de conservación y prevención. Horacio Quirós Toro Gestor cultural, Municipio de Frontino

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Colón por error descubrió América; medio siglo después por otro error lleno de sed de oro, se descubrió la “gran nación Catía”, llamada así por los cronistas españoles por ser tan numerosos sus habitantes, sus lenguas tan variadas y sus territorios tan extensos. Los catíos que poblaron el occidente antioqueño, tuvieron como uno de sus principales asentamientos la población de Urrao, que en su época se extendió hasta los límites con el Atrato y fue el lugar destinado para que Toné defendiera sus tierras y posesiones, es decir es el escenario local de una cultura, el punto de partida de nuestra historia, patrimonio e identidad. Al proceso de invasión le sigue uno de colonización con la imposición de una cultural totalmente diferente, que transformó la cultura autóctona, de la cual solo quedan huellas que se van perdien-

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do en el tiempo; pero como “si aquellos que fueron”, no quisiesen ser olvidados, van surgiendo de diferentes lugares de nuestro municipio testimonios materiales, indicios arqueológicos como los hallados desde la época de los 90 hasta nuestros días en Venados, Calles, Valle de Perdida, Murri, Guapantal, Chuscal, El Paso, El Indio, El Pesetas, La Florida, El Escubillal, San José Arriba, La Rapulosa, Pavón y otros lugares que esperan mudos, ignorados por el desconocimiento de su valor cultural y su importancia para la historia, pero que hoy gracias al interés de algunos profesionales en el área podremos conocer como parte de un legado que ha estado perdido en el tiempo. Huellas, un pasado en presente. Wilmar Vélez Aguirre Gestor cultural, Municipio de Urrao

POR LOS CAMINOS DE TONÉ Y NUTIBARA

TERRITORIOS Y MEMORIAS ARQUEOLÓGICAS DE URRAO Y FRONTINO

L

¿Quién en Urrao y Frontino no ha escuchado hablar de Toné y Nutibara?

egendarios caciques que hace más de cuatrocientos años hicieron parte del choque entre el mundo europeo y americano, defendiendo sus territorios en lo que hoy es el occidente de Antioquia en sus vertientes al río Atrato. Nutibara y Toné evocan memorias profundas de la presencia indígena, que se alimentan y actualizan en narraciones orales y escritas de diferente origen: unas provenientes de lo transmitido por los descendientes indígenas de generación en generación; otras derivadas de lo anotado por los escribanos españoles, ya fuera de lo presenciado por ellos mismos o de lo narrado por sus compañeros. Contadas desde diferentes visiones del enfrentamiento entre propios y extraños, y recreadas desde distintas valoraciones acerca de lo que ha significado, siglos después, el legado español o indígena en estas tierras, dichas memorias no son caprichosas. Confluyen, sin perder sus particulares tonos, en ciertos acontecimientos y vestigios materiales que les son comunes. Decía hace pocos años Don Vicente Bailarín en la comunidad emberá-catío del Llano en Frontino, que el cacique Nutibara “fue quien llegó primero aquí… En ese tiempo el indígena no era como nosotros así. No conocía el padre. Nutibara conversaba como estamos aquí nosotros, conversaba con el diablo. Cuando llegaron los españoles, como cogían a los indígenas, el diablo ayudó para que hicieran unas sepulturas grandes, para hacer ese perú”. Perúes o pirúes, así es como llaman en esta región a los túmulos, esos monumentos funerarios y ceremoniales precolombinos construidos con montículos de tierra. Todavía los túmulos hacen parte de los paisajes locales, evocando historias de caciques

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que se enterraron con sus atuendos dorados, ante el acoso de los europeos por saquear sus riquezas. Lo expresado por Don Vicente Bailarín encuentra semejanza con lo dicho, en otro tiempo, por un escribano español. Hace más de cuatrocientos cincuenta años Pedro Cieza de León, quien hizo parte de una de las primeras expediciones españolas que llegaron a las montañas del noroccidente de Antioquia, escribía en sus memorias que Nutibara era el cacique reinante en la provincia de Guaca. Hijo de Anunaibe y hermano de Quinunchú, a este cacique debían obediencia y llevaban en hombros los principales señores de esas tierras. Escribía también Cieza de Léón, que en lengua nativa Guaca era el diablo, quien bajo la figura de un tigre alertó a los comarcanos sobre la llegada de los europeos. Ocurrió entonces que por consejo suyo, tomaron las armas para la guerra y escondieron sus tesoros en templos donde lo adoraban. Este escribano español pudo ver los perúes o túmulos funerarios, pues dice que en aquella región al morir los señores principales, les hacían sepulturas tan grandes como pequeños cerros, bajo los cuales eran enterrados en bóvedas enlosadas junto con algunas de sus mujeres y sirvientes, para que bajasen más acompañados a los infiernos. Como se sabe, en nombre de la fe cristiana y las misiones de evangelización, las creencias indígenas fueron calificadas por los europeos de idolatrías, mientras que sus divinidades fueron satanizadas. Por eso, es que en los relatos escritos por los españoles Guaca fue descrito como un demonio y las formas de enterramiento indígena como un preparativo para viajar al infierno. Y es por eso que en la tradición oral de los emberas, Nutibara puede aparecer como un aliado del diablo.

A pesar de todo, la figura de Nutibara ha sido exaltada en las memorias locales. Para los embera representa el vínculo de su pueblo con épocas que antecedieron la presencia de los misioneros españoles. Y para los historiadores locales es una figura de arraigo a su territorio. Ramón Antonio Elejalde Escobar, historiador de Frontino, compuso hacia 1943 un poema dedicado a Nutibara, en una de cuyas estrofas dice: “Cual Cheops orgulloso en roca dura fabricó su sepulcro Nutibara, para que altiva y libre su figura jamás el español la profanara…” Como una proclama, hasta hace poco esta poesía aparecía escrita en la pared de un local del corregimiento de Nutibara, asentamiento formado al vaivén del camino que de Frontino conduce hacia Murrí. Dicen aquí que en un alto de las montañas que rodean el pueblo, alguien encontró en un perú las alhajas del cacique, otros dicen que sus riquezas jamás se hallaron. Para conmemorar la memoria del cacique, además de llevar su nombre, en el parque de Nutibara se erige una estatua del personaje, en aguerrida posición, obra de Mariano Restrepo (ver figura 1). Y tradicionalmente, cada dos años, la presencia de Nutibara es renovada, cuando se realizan fiestas populares que llevan su nombre. En Urrao, Toné es lo que Nutibara para las gentes de Frontino: símbolo de arraigo, defensa de lo propio, autonomía e identidad, todo ello en medio de las aceleradas transformaciones del mundo contemporáneo. De Toné es muy conocida la semblanza que hace más de cuatro siglos imaginó el cronista español

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TERRITORIOS Y MEMORIAS ARQUEOLÓGICAS DE URRAO Y FRONTINO

Juan de Castellanos, a partir de narraciones que recibiera de compañeros suyos que recorrieron la región:

conmemorativos de Urrao, donde además suele encontrarse esta otra, en la cual Castellanos puso en boca de Toné la siguiente advertencia:

“Gallardo, mozo, suelto, bien dispuesto De fuerzas monstruosas y atrevido, En quien nunca jamás hubo descuido Para se defender de los contrarios”

“Llegaos un poco más acá, cristianos, Por el tributo que se os adereza: Dejaremos las armas de las manos Para ponéroslas en la cabeza; Y aún de vosotros a los más lozanos Tengo de desmembrar pieza por pieza Porque si padecéis muerte prolija, La paz que me pedís quedará fija”

Esta estrofa, que describe a quien presentó tenaz resistencia a los españoles en su fortaleza del valle de Penderisco, se recita y escribe por doquier en los libros de historia y en los monumentos

Figura 1. Estatua del cacique Nutibara en el parque del corregimiento de Nutibara en Frontino. (( 15 ))

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Jaime Celis Arroyave, historiador urraeño, ha visto en esta actitud y en la resistencia que opuso Toné a los españoles la “primera proclama y declaración de libertad e independencia entre nosotros”. Y es que Toné ha sido valorado por escritores y artistas de Urrao como figura tutelar del territorio. El poeta Eliodino Durango Rueda, decía ya a inicios del siglo XX al referirse al Penderisco: “Este es el río de Toné, el valiente, el río que refresca las riberas del valle, con la fuerza omnipotente de un dios enloquecido de quimeras”. Actualmente, una estatua situada en el parque principal de Urrao, elaborada por el maestro Humberto Elías Vélez, ofrece una figura estilizada de Toné tutelando en su regazo el nacimiento del río Penderisco (ver figura 2). Desde hace tiempo, cada año los urraeños celebran sus fiestas populares en honor al Cacique Toné. La importancia de Nutibara y Toné en las tradiciones culturales, así como su presencia en hitos del paisaje y en espacios públicos de Frontino y Urrao, es la cara visible de procesos históricos que por lo general han sido invisibilizados. La exaltación de los orígenes hispanos del pueblo antioqueño, las gestas de los héroes criollos asociados con la independencia y el tesón de aquellos campesinos que conformaron la colonización paisa, han cubierto capa tras capa, el subsuelo histórico al cual remiten las figuras de estos caciques. Subsuelo que no es sólo el de las historias precolombinas, sino que incluye los procesos de resistencia y configuración étnica que en el periodo colonial y republicano posibilitaron la presencia actual de las comunidades embera-catío en el occidente de Antioquia y en la cuenca del Pacífico.

También comparten esta posición subterránea las memorias sobre los procesos de cimarronaje y manumisión de los grupos de origen africano esclavizados durante la Colonia, que explican el origen y presencia actual de las comunidades afrodescendientes en las cuencas de los ríos Arquía, Murrí y Atrato. Pero aún más soterrados se encuentran aquellos procesos por los cuales grupos indígenas, negros, europeos o criollos interactuaron entre sí para producir infinitas formas híbridas de la cultura, las cuales suelen simplificarse bajo la figura del mestizo, cuando no son ocultadas por viejas y nuevas maneras de purificar el origen hispánico, africano o americano de las sociedades que hoy coexisten en estos territorios. El carácter subterráneo de estos procesos se hace visible en ciertos relatos locales. Dicen que hace siglos existía un camino que desde las minas de oro del Cerro y pasando por debajo del Páramo, comunicaba a Frontino con Urrao. Cuenta la tradición oral embera-catío, que ese túnel fue hecho por sus ancestros, y se oye decir a algunos campesinos que éste comenzaba en la Cueva del cacique Nutibara, en la vereda El Limo de Frontino, y salía por la Cueva del cacique Toné en la vereda Pabón de Urrao. Al penetrar en esas y otras cavernas, se encuentra sin embargo que concluyen o se interrumpen prontamente por derrumbes o sólidas peñas. En su interior se ven recovecos que probablemente corresponden a viejos desvíos o también a huellas de aquellos que llevados por la promesa de un tesoro, excavaron obstinadamente en la peña viva. Imagine el lector que la búsqueda de vestigios y la interpretación de los procesos históricos que han conducido a lo que son hoy los territorios y gentes de Frontino y Urrao, se parece a la exploración de estas cuevas. Cargados (( 16 ))

TERRITORIOS Y MEMORIAS ARQUEOLÓGICAS DE URRAO Y FRONTINO

Figura 2. Estatua del cacique Toné en el parque principal de Urrao.

de leyendas, misterios y promesas, estos socavones terminan sin embargo allí donde las acciones recientes de los humanos han alterado o sepultado sus galerías, o donde el olvido absoluto del pasado se impone como una peña viva. Imagine también, pese a todo lo anterior, que es posible hallar una comunicación subterránea entre esas historias casi completamente sepultadas de Frontino y Urrao, cuyos indicios emergen en forma de caciques legendarios, tesoros fabulosos, sepulturas y perúes que indican historias mudas y geografías invisibles de antiguos territorios y lugares sagrados. Pero en esa tarea hay que enfrentar otra barrera: los límites y limitaciones que ha impuesto la geografía política más reciente. La definición de los límites muni(( 17 ))

cipales han tendido a separar, más que a unir, los municipios de Urrao y Frontino. Y la primacía política y económica de Medellín, ha provocado que la prioridad haya sido comunicar estos municipios con la región central de Antioquia, antes que entre ellos mismos. De forma paralela, las historias e identidades municipales a menudo se han encerrado en sus propios territorios municipales, desconociendo procesos que vinculan fuertemente a Urrao y Frontino. Lo mismo ocurre en relación con los municipios de Murindó y Vigía del Fuerte, y más ampliamente con el Chocó (ver Mapa general). Antes de la construcción de las fronteras coloniales, debido a disputas entre diferentes autoridades y encomenderos por el control de la mano de obra indíge-

POR LOS CAMINOS DE TONÉ Y NUTIBARA

na, las tierras y el oro, ya se habían generado dinámicas milenarias de intercambio e interacción entre grupos sociales asentados en lo que hoy es el occidente de Antioquia y el Chocó. Incluso cuando se crearon las parroquias y los municipios como células básicas del ordenamiento territorial eclesiástico y republicano, los límites entre Urrao y Frontino poco significaron para las comunidades indígenas, afrodescendientes y de colonos campesinos que indistintamente establecieron sus asentamientos en las vertientes cordilleranas hacia el Atrato. Para ellos, como para las personas que buscan ir de Urrao a Frontino, resultan cuando menos absurdas las vías que hoy conducen en automotor de un lugar a otro, pues hay que hacer un largo rodeo por el cañón del río Cauca. Debido a este moderno sistema vial, se encuentran más cerca Urrao y Frontino de Medellín, que de ellos entre sí. Ni qué decir de las rutas aéreas hacia el Chocó, que surcan los cielos entre Medellín y los pueblos del Atrato sin hacer escala en Urrao o en Frontino. Pero también es cierto que en bestia o a pié, durante dos o tres días, por caminos más o menos abiertos, se puede ir de una población a otra por La Encarnación o por el Valle de Pérdidas. Y desde ambos municipios se va hacia el Atrato por caminos secos o mojados que se descuelgan por las cuencas de los ríos Murrí y Arquía. Rutas que pueden ser testigos de centenarias redes camineras, mucho más importantes en el pasado que en el presente. Esto lo advirtieron hace muchos años quienes los recorrieron con la mirada atenta a las huellas que indicaban su existencia desde épocas muy antiguas. En 1927, al empresario y minero inglés Juan Enrique White le llamaban la atención los grandes caminos hechos antiguamente

por los indígenas mediante cortes y terraplenes. Lo propio observaba en 1925 el historiador urraeño Ángel Madrid, quien describió: “La senda visible aún, de un camino magnífico que tiene su base en la desembocadura del río Murrí, atraviesa los valles de Mandé, Nendó Penderisco y otros, pasa por el lado oriental de esta cabecera, se interna luego en las llanuras del Pabón con un maravilloso trazado que bien pueden envidiar cualesquiera de nuestros mejores técnicos en ese ramo, para salir al Cauca, sin que sepamos el preciso lugar donde concluye”. Trazos de los caminos referidos por Madrid y White se pueden ver hoy en las cuencas de los ríos Penderisco y su tributario el Pabón, insinuándose al atardecer mediante banqueos lineales que transcurren a media ladera por los potreros. Pero hay otros indicios que hablan de la existencia de rutas de comunicación que atravesaban el occidente de Antioquia, desde Urabá y el Sinú hasta Urrao y se proyectaban desde el Cauca al Atrato. Las formas y motivos decorativos de las piezas de orfebrería y cerámica fabricadas en épocas precolombinas, poseen semejanzas que no son casuales, sino que atestiguan sistemas de significación compartidos por poblaciones asentadas en amplios territorios. Igualmente, la semejanza de los cementerios compuestos por túmulos funerarios o pirúes y las adecuaciones mediante banqueos o tambos para construir viviendas en terrenos de ladera, son testimonio de concepciones y saberes compartidos. A partir de indicios y huellas que perseveran bajo la tierra y en su superficie, en los paisajes, en las narraciones orales y en los libros, se invita a quienes leen este texto a imaginar y recrear esas historias subterráneas que ponen en contacto a Nutibara y Toné; esas historias que permiten comprender aspectos (( 18 ))

TERRITORIOS Y MEMORIAS ARQUEOLÓGICAS DE URRAO Y FRONTINO

olvidados o casi no recordados y poco estudiados de procesos y dinámicas sociales milenarias o centenarias que contribuyeron a dar forma a lo que son los actuales territorios de Urrao y Frontino. En las siguientes páginas se ofrece una aproximación a esas historias, elaborada en buena medida a partir de la observación de evidencias arqueológicas, es decir, rastros de antiguas viviendas, sitios funerarios y ceremoniales, caminos antiguos, así como restos de artefactos de cerámica, piedra, vidrio y metal hallados en esos lugares. Todos ellos son huellas, testigos mudos de actividades humanas que tuvieron lugar en el pasado, los cuales no obstante se vuelven elocuentes cuando se sabe interrogarlos, cuando desde el presente son vinculados con preguntas sobre la vida de los hombres y mujeres que los construyeron y usaron. Se trata pues de vestigios generalmente muy antiguos, otros más recientes, que no son meras reliquias, antigüedades o vejeces, sino indicios del pasado que coexisten con nosotros en el presente, cuyo valor estriba justamente en la posibilidad que proporcionan de aproximarse a historias que de otra manera es imposible o muy difícil conocer. Historias que alimentan las memorias y hacen parte, conjuntamente con los lugares, los paisajes y los territorios, de la forma en que son las sociedades del presente, y de cómo conciben su devenir y su futuro. Bienvenidos.

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TERRITORIOS Y MEMORIAS ARQUEOLÓGICAS DE URRAO Y FRONTINO

SAQUEO, GUAQUERÍA, ARQUEOLOGÍA

Y SITIOS SAGRADOS

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Es frecuente, cuando se va por trochas y caminos, que al preguntar a las gentes si conocen de vestigios de ocupaciones humanas, se entablen conversaciones sobre guacas y tesoros.

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e habla de luces, fuegos y alumbramientos que en Semana Santa indican el lugar de las sepulturas indígenas, tesoros e incluso fortunas más recientes que fueron enterradas celosamente por sus dueños. Se narran las dificultades, venturas y desventuras que suceden durante la búsqueda de esas riquezas, e incluso, sucesos misteriosos de presencias y voces fantasmales, o extrañas transformaciones del oro en piedra. Todas estas son concepciones forjadas durante siglos a partir del sentido y valor de aquellas cosas que aun cuando están presentes, como los lugares de enterramiento, remiten a un pasado inmemorial. De diversas maneras, todas las sociedades han incluido los vestigios materiales del pasado dentro de particulares formas de interpretación del mundo. En América, estas concepciones se encuentran relacionadas con el tratamiento que los europeos, hace cinco siglos, dieron a aquellos lugares y cosas que hacían parte de los rituales, ceremonias y memorias indígenas. Sobre la base de creencias medievales y cristianas, imaginaron que en el mundo americano abundaban doradas riquezas que les estaban reservadas, pero también que estaba habitado por gentes con extrañas costumbres que calificaron como idolatras y paganas. Así, el fulgor del oro y la promesa de fabulosas riquezas estuvieron acompañados de un aura de misterio alimentada por creencias acerca del mundo de los muertos y de lo demoniaco. En el noroccidente de lo que hoy es Colombia, estas formas centenarias de aproximación a los vestigios del pasado indígena tienen especial significación, por ser uno de los primeros “laboratorios” de América donde se fabricaron leyendas acerca de fabulosos tesoros. Antes de que se hablara de la leyenda del Dorado, en el Darién y Urabá se ha-

S AQU E O, G UAQU E R Í A , A R QU E O L O G Í A Y S I T I O S S AG R A D O S

bía comenzado a hablar del Dabaibe, riqueza legendaria que actuaría como aliciente para muchas de las campañas de invasión y saqueo efectuadas por los europeos en la región. A pocos años de iniciado el desembarco español en América, los europeos que se encontraban en Santa María de la Antigua del Darién recibieron noticias acerca de la riqueza aurífera de las montañas situadas al oriente y aguas arriba del río Atrato. Dichas noticias impulsaron la realización de algunas incursiones y la elaboración de no pocas narraciones acerca de la existencia de un extraordinario tesoro al que se daba el nombre de Dabaibe o Dobaibe. Según escribía por entonces el cronista Pietro Mártir de Anglería, Dobaibe era un cacique poderoso y respetado con mucha riqueza de oro, cuyo pueblo estaba a cuarenta o cincuenta leguas del Darién. Era también el nombre del país que éste dominaba, de las montañas y la región rica en depósitos de oro que se encontraban en sus inmediaciones y de un río, que en ocasiones asimila al Atrato, y en otras, a uno de sus afluentes. Decía el cronista italiano que ese nombre se derivaba de Dabaiba o Dobaiba, una mujer que de acuerdo con las tradiciones indígenas poseía gran inteligencia y extraordinaria prudencia, y quien luego de su muerte se convirtió en una divinidad adorada por las gentes de la región. Madre del dios creador, Dobaiba enviaba tormentas y relámpagos y destruía las cosechas cuando se enojaba. Para aplacarla, le ofrecían sacrificios en cierta época del año, cuando en un santuario y templo hecho en su honor, se celebraban grandes reuniones oficiadas por sacerdotes que observaban estrictas reglas de castidad y pulcritud. A estas ceremonias los caciques de diferentes naciones enviaban esclavos

para ser sacrificados. Tanto para la convocatoria como para la realización de la ceremonia se tocaba música con trompetas y campanas de oro, de las cuales dice Pietro Mártir que los españoles quitaron una muestra muy representativa a un cacique que hallaron a orillas del río Dabaibe: cerca de 14.000 pesos de oro (equivalentes a unos 64 kilogramos), entre los cuales se contaban 1.300 campanas. Las esperanzas puestas en este primitivo Dorado provenían de rumores acerca de los hallazgos efectuados por Vasco Núñez de Balboa entre 1513 y 1515, en expediciones por el río Atrato y sus afluentes. Decía éste que habiendo llegado al pueblo mismo del cacique Dabaibe, encontró 7.000 castellanos de oro (unos 32 kilogramos) en las casas abandonadas. Pero al mismo tiempo, varios funcionarios de Santa María de la Antigua del Darién escribían al Rey, diciendo que era en el Sinú donde podrían estar las riquezas del Dabaibe. En un mapa de América, elaborado hacia 1519, ya aparece la leyenda de Dabaiba, localizada en el extenso y desconocido territorio al oriente del golfo de Urabá. La acompaña una inscripción que en latín dice: “Dabaiba es la reina y señora que domina los pueblos que tienen mucho oro”. Pero, como suele ocurrir con las leyendas, la ubicación precisa del tesoro del Dabaibe nunca pudo ser confirmada. Cabe decir aquí que el nombre actual del municipio antioqueño de Dabeiba se debe más a la celebración de la leyenda, que a la ubicación precisa del pueblo, santuario o tesoro del Dabaibe (ver figura 3). Una vez agotadas las riquezas del Darién, a partir de la década de 1530 los españoles asentados en Cartagena comenzaron a realizar expediciones hacia el oriente de Urabá, y muy especialmente al Cenú, llevando a cabo jornadas de inten(( 22 ))

TERRITORIOS Y MEMORIAS ARQUEOLÓGICAS DE URRAO Y FRONTINO

so saqueo de templos y sepulturas que dieron como resultado una de las mayores riquezas de oro conseguidas en el Nuevo Mundo. Estas campañas fueron el primer paso de las incursiones europeas a las vertientes montañosas de lo que hoy es el occidente de Antioquia, y una escuela donde aprendieron a identificar y saquear los perúes o túmulos funerarios. Entre 1537 y 1538 el capitán Francisco Cesar y el licenciado Juan de Vadillo efectuaron dos expediciones llegando a las tierras de Nutibara en Guaca y las provincias de Nore y Buriticá. Ambos participaron en los saqueos efectuados en el Sinú y se habían animado a llegar hasta la región, por noticias que señalaban las tierras altas de la cordillera, en el noroccidente de Antioquia, como el lugar del que provenía buena parte del oro obtenido en Urabá y el Sinú..

Según dijo Vadillo, en una primera entrada Cesar y sus soldados obtuvieron un botín de aproximadamente 20 mil pesos de oro (unos 92 kilogramos) provenientes del ajuar de una sola sepultura, localizada al interior de un templo en tierras de Nutibara. Por su parte, el teniente Alonso López de Ayala fue enviado por Vadillo a buscar dos ricos bohíos que se decía estaban aguas arriba del río Atrato, uno dedicado al diablo y otro a la diosa Dabaiba. Éste último custodiado por un tigre, al que le daban mujeres jóvenes de comer. Aunque no pudo llegar al mítico lugar encontró varios caciques, uno de los cuales fue forzado a entregar dos mil pesos de oro (unos 9 kilogramos) en piezas semejantes a las del Sinú. Por último, el mismo Vadillo, animado por estos resultados, efectuó una expedición que atra-

Figura 3. Fragmento de mapa anónimo de América, elaborado hacia 1519, donde aparece el toponímico Dabaiba. Fuente: Uhden Richard. 1938. An Unpublished Portolan Chart of the New World, A. D. 1519. The Geographical Journal 91, No. 1. (( 23 ))

S AQU E O, G UAQU E R Í A , A R QU E O L O G Í A Y S I T I O S S AG R A D O S

vesó las provincias de Nutibara, Nore y Buriticá hasta llegar al río Cauca, lo cual le permitió confirmar que allí no sólo existían riquezas representadas en piezas de orfebrería, si no que había minas de oro de aluvión y veta, que eran aprovechadas por varios caciques de la región. Las cifras del oro obtenido por los españoles en aquellos años seguramente no son precisas, dado que lo que buscaban con su publicación era llamar la atención del Rey sobre el éxito de sus hazañas en el Nuevo Mundo. Sin embargo, la fiebre de oro llevó a que, en muy pocos años, las incursiones españolas por el noroccidente de Antioquia arrasaran con poblaciones enteras, robando y destruyendo cuanto podían. En 1542 Juan Bautista Sardella, escribano del mariscal Jorge Robledo, observaba que en Nore y

Guaca estaba todo destruido por cuenta de las armadas de Cartagena que por allí habían pasado. Así mismo, los indígenas de la provincia de Hebéxico le contaron que habían tenido noticia que otros españoles habían pasado por Nore, Buriticá y Guaca, dando muerte a los indios y sus señores, lo cual atribuía a las incursiones de Vadillo y Juan Graciano, que como no tenían intención de asentarse en esas tierras, robaron y destruyeron todo por donde pasaron (ver figura 4). Ningún hallazgo era suficiente para satisfacer las esperanzas puestas en el Dabaibe, pues su búsqueda perduró por lo menos durante dos siglos más. En un mapa del Chocó, dibujado en 1610 y enviado al Rey por el gobernador de Popayán Sarmiento de Sotomayor, se destaca

Fig 4. Grabado de Theodor de Bray. Fuente: Bartolomé de las Casas. 1598. Brevísima relación de la destrucción de las Indias. Francofurti : Sumptibus Theodori de Bry, & Ioannis Saurii typis. (( 24 ))

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en las cabeceras del río del Darién (Atrato) la figura de una gran casa, rodeada de una empalizada, a la cual corresponde el nombre del Dabaibe (ver figura 5). Unos años después, en 1622, el cronista Vásquez de Espinoza escribía que en uno de los ríos afluentes del Atrato, se tenía noticia de la existencia del mayor santuario indígena de la región, el rico templo del dios Dabaibe, que era un león de oro al cual desde hacía mucho ofrecían tributo los indígenas. Añadía que dicho santuario no había podido encontrarse por la extensión de esas tierras, la vegetación cerrada de los bosques y las grandes montañas, que las hacían impenetrables. Todavía en 1712, José López de Carvajal, por entonces gobernador y capitán general de la provincia de Antioquia, refería haber mandado a varios

indios chocóes que se encontraban en el sitio de Murrí, a explorar por la cuenca del Río Verde hacia el norte, hasta llegar a las cabeceras del río Sinú. Allí se presumía que estaba el santuario del Dabaibe, llamado Oromira por estos lugares. Y es que desde el siglo XVI, los dueños de las encomiendas del occidente de Antioquia habían obligado a los indígenas mismos a desenterrar las antiguas sepulturas, con el objetivo de obtener piezas de oro que entraban a hacer parte del pago de tributos. Tiempo después, durante el siglo XIX en Frontino y la cuenca del río Murrí se registró un aumento considerable de la minería de oro, cuando empresarios antioqueños y extranjeros, sobre todo ingleses, efectuaron inversiones importantes en la exploración y explotación de minas de oro de veta y aluvión. Para

Figura 5. Mapa del Chocó, dibujado en 1610 y enviado al Rey por el gobernador Sarmiento de Sotomayor. Fuente: Romoli, Kathleen. 1975. El alto Chocó en el siglo XVI. Revista Colombiana de Antropología, 29: 38. (( 25 ))

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esa época, también estaban llegando a Urrao y Frontino familias de colonos provenientes de varias regiones de Antioquia, estableciendo fincas y trabajando la minería. Al mismo tiempo, se pusieron en marcha varios proyectos oficiales de apertura de caminos para comunicar el interior de Antioquia con el Atrato y Urabá. En medio de estas actividades, la búsqueda de objetos orfebres precolombinos vivió un nuevo auge, esta vez por parte personajes conocidos como guaqueros, expertos en la identificación y excavación de tumbas indígenas. Como en otras partes de América, en esta región la guaquería se conformó para dar respuesta a una demanda específica: la colección de objetos de origen indígena por parte de anticuarios locales o extranjeros, así como de las primeras generaciones de etnólogos y arqueólogos europeos y norteamericanos. Estos personajes consideraban que esos objetos eran reliquias, obras de arte indígena o testimonios del pasado precolombino que era necesario conservar o por lo menos dejar registrados para su estudio. De esta forma, aun cuando gran parte de los objetos de oro hallados continuaron haciendo parte de los materiales que iban a las fundiciones, otra parte compuesta por aquellas piezas más espectaculares, al igual que utensilios de cerámica y piedra, que antes no interesaban a nadie, empezaron a a comerciarse con destino a colecciones públicas o privadas, localizadas en Colombia, Estados Unidos y Europa. Por cuenta de este nuevo auge, se produjeron las primeras descripciones de sitios y piezas de valor arqueológico hallados en el occidente de Antioquia. Por ejemplo, en 1860 el químico y viajero inglés William Bollaert decía haber hecho el examen de cuatro piezas de metal provenientes de túmulos funerarios del “Va-

lle de Antioquia” (se refería probablemente al sitio conocido como Antioquia La Vieja en Frontino), presentes en una colección conformada por el diplomático norteamericano Harrison Smith en Panamá y halladas por el Coronel neogranadino Tomás Herrera. Luego, entre 1875 y 1876, un viajero más especializado como Adolf Bastian, director del Museo Etnográfico de Berlín, recorrió varias partes de Colombia, entre ellas Antioquia, para recolectar personalmente piezas arqueológicas que alimentarían las colecciones del importante museo alemán. En Medellín, Bastian conoció al ingeniero inglés Robert White empresario de minas y caminos, quien le contó sobre la existencia de túmulos funerarios en Frontino, Murrí y las cordilleras del Chocó. White, escribió en 1884 en la revista del Instituto de Antropología de Gran Bretaña e Irlanda, descripciones precisas de los túmulos funerarios y sus contenidos, y envió piezas arqueológicas del occidente antioqueño al Museo Etnográfico de Berlín y al Museo Británico de Londres, donde aún se encuentran. Por cuenta de estas noticias, hace más de ciento veinte años la región había obtenido reconocimiento en la literatura arqueológica internacional, como se puede observar en la obra La Raza Americana del médico y antropólogo norteamericano Daniel Brinton, escrita en 1891. Allí se apuntaba que en Antioquia había numerosos túmulos funerarios, especialmente en los distritos de Frontino y Dabeiba, que rendían una rica cosecha a los anticuarios. Decía Brinton que en estas tumbas se habían hallado figuras, vasos y ornamentos de oro, utensilios de piedra de extraordinaria perfección, espejos de pirita pulida y pequeñas imágenes de piedra y terracota. Por la misma época, piezas ar-

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queológicas provenientes de guaquerías efectuadas en Urrao hacían parte de la colección del viajero francés Joseph de Brettes, quien recorrió Colombia entre 1890 y 1896 (ver figura 6). Pero no eran sólo extranjeros quienes se interesaban por los hallazgos. Desde 1882 el anticuario bogotano Liborio Zerda había incluido en su estudio sobre El Dorado la “cordillera del Frontino” como una de las áreas en donde más se habían extraído objetos precolombinos de oro en Antioquia y anotaba sobre la existencia de túmulos funerarios allí y en el Sinú. Como producto de ello, algunos hallazgos habían llegado a manos de coleccionistas de Medellín, como Vicente Restrepo y Leocadio María Arango quienes poseían piezas de orfebrería y cerámica provenientes de Frontino y Urrao (ver figura 7). Durante la primera mitad del siglo XX, algunos propietarios de tierras y minas aficionados a la arqueología, como Juan Enrique White y su hijo Gustavo White, llamaban nuevamente la atención sobre hallazgos de piezas de orfebrería y cerámica en el occidente de Antioquia, halladas en túmulos y tumbas con cámaras recubiertas de lajas en Frontino y Dabeiba, además del registro de petroglifos en Cañasgordas. Al mismo tiempo, se producían otro tipo de “hallazgos”: historiadores locales como Ángel Madrid y Ramón Elejalde, entregados a la lectura de las crónicas españolas de la Conquista, encontraron allí valiosa información sobre las costumbres y las formas de organización social y política de las so-

ciedades que en el siglo XVI poblaban la región. Entonces consignaron en las monografías municipales que los catíos habían habitado en el municipio de Urrao y que las provincias de Guaca y Nore se localizaban en el territorio de Frontino. Al mismo tiempo, al otro lado del Atlántico, el etnólogo alemán Herman Trimborn, sin haber viajado a la región, estudiaba las crónicas españolas y advertía sobre la relevancia de los grupos sociales que habían habitado el occidente de Antioquia, los cuales destacaban en el contexto colombiano por su forma de organización política, sus creencias y prácticas religiosas, la práctica de la minería y su participación en rutas de intercambio que comunicaban el centro y occidente del país. A raíz de ello publicó entre 1943 y 1944 tres estudios dedicados a los reinos de Guaca y Nore, las minas de Buriticá y la diosa Dobaiba. Hasta hace setenta años, todas las evidencias provenientes del occidente de Antioquia eran el resultado de trabajos de guaquería o de hallazgos fortuitos efectuados en labores de minería. Esto a pesar de que durante más de medio siglo anticuarios, arqueólogos y etnólogos como Robert White, Daniel Brinton y Herman Trimborn habían llamado la atención sobre el gran potencial que esta zona ofrecía para el desarrollo de investigaciones arqueológicas. Los primeros estudios arqueológicos se vinieron a realizar sólo durante las décadas de 1950 y 1960, cuando el antropólogo Graciliano Arcila, al frente del Museo de la Uni-

Figura 6. Narigueras procedentes de Urrao, en la colección de Joseph de Brettes. Fuente: Arsandaux Henri y Paul Rivet. 1922. L’orfèvrerie du Chiriqui et de Colombie. Journal de la Société des Américanistes 14-15: Lámina IV. (( 27 ))

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Figura 7. Vasija y colgante procedentes de Frontino en la colección de Leocadio María Arango. Fuentes: Arango, Leocadio. 1905. Catálogo del museo del señor Leocadio María Arango de Medellín, capital del Departamento de Antioquia en la República de Colombia. Medellín. Archivo fotográfico Museo Universitario Universidad de Antioquia.

versidad de Antioquia, efectuó visitas a Necoclí, Mutatá, Dabeiba y el Carmen de Atrato, donde hizo algunas excavaciones, adquiriendo para el Museo varias piezas de cerámica y piedra. Por entonces, siguiendo el modelo francés, ya se había establecido en Colombia la arqueología como una rama profesional de la antropología, dedicada a estudiar científicamente el pasado humano con base en los vestigios materiales. Así mismo, desde el Estado, y en consonancia con acuerdos internacionales, se habían dictado leyes que buscaban proteger los sitios y piezas precolombinas, entendiendo que servían al estudio del pasado de la humanidad y eran testimonios y monumentos de la historia patria. Por cuenta de estas leyes, la compra

y venta de piezas arqueológicas fue prohibida, al igual que su exportación ilegal. En este sentido, la guaquería comenzaba a ser vista como una práctica nociva e ilegal, porque destruía evidencias que más que un valor económico poseían un valor científico, histórico y cultural, a la vez que alimentaba el negocio de arte precolombino, con lo cual muchas piezas salían del país. Sin embargo, durante varias décadas las prácticas de guaquería y arqueología coexistieron muchas veces sin mayores problemas. Solo en la década de 1980, mediante algunas tesis de grado en antropología comenzaron a efectuarse investigaciones en los municipios de Santafé de Antioquia, Buriticá, Anzá, Peque y Abriaquí, bajo la dirección de la antropóloga Neyla

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Castillo de la Universidad de Antioquia. Estas investigaciones permitieron establecer que en esos territorios se habían asentado grupos sociales desde hacía por lo menos dos mil años, y se proponía que para el momento de la conquista estaban organizados en unidades políticas pertenecientes a una misma tradición cultural. En Frontino, las investigaciones arqueológicas solo comenzaron a realizarse en 2002 y en Urrao cerca de una década después. Ello pese a que, como se ha visto, desde hacía mucho era conocido el alto potencial arqueológico de estas regiones. Frontineños como Ramón Elejalde Arbeláez, autor de la más reciente monografía municipal, y Guillermo Gaviria Echeverri se habían encargado de recordarlo por escrito. Y localmente los fallecidos Alfonso Hernández concejal de Frontino y anticuario, y Julio Arbeláez, guaquero aficionado, lo difundían en sus conversaciones. En Urrao, Jaime Celis Arroyave lo ha indicado en sus obras recientes sobre historia y patrimonio cultural y José William Rueda lo relata en sus charlas. Las investigaciones arqueológicas efectuadas hasta ahora en Urrao y Frontino, han permitido documentar una gran cantidad de sitios arqueológicos correspondientes a asentamientos que se remontan a unos ocho mil años de antigüedad. En estos estudios se observa que una gran cantidad de sitios presentan huellas de haber sido cateados o excavados en búsqueda de tesoros. Entonces, lo que se tiene en esta región no solo es un repertorio inmenso de evidencias arqueológicas que pueden ser valoradas como patrimonio o herencia cultural, sino también, de manera para-

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dójica, una gran cantidad de cicatrices que son testimonio de los afanes de aquellos que, en diferentes épocas, han querido hallar una riqueza inusitada. Las troneras y aún excavaciones recientes que deforman los túmulos funerarios y los antiguos aterrazamientos de vivienda indígena, atestiguan el saqueo efectuado desde hace cuatro o cinco siglos por los españoles en busca del Dabaibe, los cateos y explotaciones efectuadas luego por los mineros y guaqueros, así como el chapuceo improvisado de aquellos que ocasionalmente y en cualquier época han querido hacerse a una riqueza fácil. La guaquería es hoy una práctica declarada ilegal por las leyes colombianas, al igual que la compra o venta de piezas arqueológicas y su exportación. En estas leyes se considera que todos los bienes arqueológicos, independientemente de su monumentalidad y material, hacen parte del patrimonio cultural de la Nación; que su valor no es económico sino histórico, cultural y científico, y que es mediante investigaciones arqueológicas y acciones de conservación, que se debe dar tratamiento a dichos bienes. Esta lógica descansa también en consideraciones acerca de los bienes arqueológicos como recursos culturales no renovables, que son muy delicados y vulnerables. Por lo tanto se prohíben las actividades de excavación, extracción, manipulación y venta de piezas que conforman la práctica de la guaquería y se exige a los proyectos de explotación de minerales u obras de infraestructura, que realicen estudios de arqueología preventiva. Es decir, que identifiquen si en el lugar hay vestigios arqueológicos, con la finalidad de recuperarlos total o

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parcialmente antes de que puedan ser destruidos, y los analicen e interpreten para conocer y divulgar su valor científico, cultural e histórico. Pero la guaquería y la comercialización de piezas arqueológicas, en tanto constituyen prácticas enraizadas en las tradiciones locales y son fuentes de beneficio económico, no han desaparecido. En ciertos casos estas prácticas resultan fortalecidas por dinámicas del mundo contemporáneo, como son el mercado internacional de arte y algunas formas de turismo que resultan irrespetuosas frente al patrimonio cultural. Igualmente, son muchas todavía las obras de infraestructura y explotaciones mineras que no cumplen con la realización de estudios de arqueología preventiva. En este sentido, no es posible esperar que la sola aplicación de la ley logre controlarlas, sino que es necesario que, tal y como ha venido sucediendo para alcanzar los propósitos de conservación ambiental, el tratamiento de los bienes arqueológicos parta de la plena convicción de que es necesario transitar hacia otras maneras de apreciar los bienes culturales. En esta apuesta, la arqueología puede contribuir como una práctica complementaria de otras formas no mercantiles y no destructivas de valoración de las huellas del pasado. Pero eso no se logra de manera automática. Aun cuando el propósito fundamental de la arqueología ha sido el de aportar a la comprensión del devenir histórico de las sociedades, durante su conformación como disciplina académica muchas veces ha acompañado proyectos imperiales, coloniales y nacionales que en ocasiones implicaron el despojo de bienes culturales, la destrucción de sitios arqueológicos y la exclusión de públicos no especializados o de otras maneras de

valoración del pasado. Pero la arqueología en su misión de producir conocimiento válido sobre procesos históricos y sociales, reconociendo que trata con bienes públicos como son los artefactos arqueológicos, puede y debe involucrarse con los actores y procesos locales y reconocerse como una entre otras formas válidas de aproximarse al pasado. Así mismo, debe avanzar en el desarrollo y aplicación de técnicas de detección y obtención de muestras arqueológicas que sean de bajo impacto, además de conservar la mayor cantidad de evidencias arqueológicas en sus lugares originales o cerca de ellos. Esto no se logra de la noche a la mañana; es un objetivo a alcanzar mediante un proceso continuado de transformación de las formas de hacer investigación y de establecimiento de convergencias con los procesos educativos, culturales y de gestión territorial a escala local y regional. Es de considerar que en las investigaciones de las que se deriva la información presentada en esta publicación, hemos venido avanzando en esa dirección. En consonancia, se espera que las autoridades de Urrao y Frontino incorporen adecuadamente medidas de gestión del patrimonio arqueológico en sus esquemas de gestión territorial y que apoyen procesos tendientes a la declaratoria de áreas arqueológicas protegidas, figura legal que se asemeja a la de sitios sagrados que las comunidades Embera vienen impulsando en el occidente de Antioquia y el Chocó. Como exponemos en lo que sigue de este libro, el patrimonio arqueológico de Urrao y Frontino es producto de centenares, cuando no milenios de historia, durante los cuales la más diversas actividades humanas han tenido lugar en estos territorios. Pero la forma en (( 30 ))

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que esos testimonios han llegado hasta nosotros, está atravesada por otras historias, aquellas que hemos narrado brevemente aquí y que son las de quienes destruyeron, saquearon, guaquearon o comercializaron los tesoros indígenas precolombinos u otros más recientes; pero también, la de quienes pese a todo conservaron algunos fragmentos de ese pasado o se interesaron por describirlos y efectuar interpretaciones acerca de su significado, en términos históricos y culturales. Comprender esas otras historias hace parte del esfuerzo por transformar prácticas que tradicionalmente han deteriorado ese patrimonio, para comenzar a valorarlo como parte del repertorio cultural que todo grupo humano requiere para saber de dónde viene, dónde está parado y hacia donde va.

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M E M O RIAS D E L A TIERRA

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Los estudios arqueológicos realizados en los últimos doce años en Frontino y Urrao han permitido identificar hasta ahora 1100 sitios de valor arqueológico, correspondientes a lugares de vivienda, cementerios, algunos tramos de caminos antiguos y entables mineros.

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A

unque esta cifra es importante, es de esperar que exista en realidad una cantidad mucho mayor de sitios que albergan vestigios de actividades desarrolladas por grupos humanos, que poblaron la región desde hace por lo menos ocho milenios. Extensas zonas localizadas en las vertientes que bajan hacia los ríos Sucio, Murrí y Arquía, así como las estribaciones del macizo montañoso que conforma el páramo de Frontino o del Sol, son arqueológicamente desconocidas y deberán ser estudiadas en los próximos años (ver Mapa general). Una parte importante de la información arqueológica que aquí se presenta, ha sido producida mediante la observación detenida de los paisajes, con el objetivo de identificar huellas de actividades humanas del pasado, así como fragmentos de artefactos cerámicos o de piedra presentes en la superficie del suelo. Para acceder a evidencias que se encuentran bajo el suelo, se realizaron cuatro pruebas de pala por cada hectárea de terreno apto para el establecimiento humano, en las que generalmente afloraron evidencias que confirman la presencia humana en esos lugares. Con base en ello se elaboraron mapas de distribución de sitios arqueológicos (ver figura 8 y mapas 1 a 5). Para averiguar la antigüedad de las ocupaciones, en algunos lugares se realizaron excavaciones arqueológicas que oscilan entre 1 y 14 metros cuadrados de magnitud, orientadas exclusivamente a la obtención de evidencias asociadas a restos de carbón vegetal o restos óseos (ver figura 9). Estas muestras son analizadas por la técnica de datación de radiocarbono, lo cual permite establecer su antigüedad aproximada en años antes del presente. Como dichas excavaciones

MEMORIAS

DE

LA

El Cerro Nore Frontino

Musinga CURADIENTE

Nobogá

NUTIBARA

Mapa 1: Representación del paisaje arqueológico de los valles de Río Verde y Musinga, Municipio de Frontino.

El Cerro

Musinga ORO BAJO

NANCUI

Frontino

CHORODÓ

PONTÓN

Mapa 2. Representación del paisaje arqueológico de los valles de La Herradura y Nore, Municipio de Frontino.

EL GUAYABO EL SALADO SAN MIGUEL

LAS BOCAS

CARAUTA

Mapa 3. Representación del paisaje arqueológico de Carauta, Municipio de Frontino.

Convenciones Túmulo funerario Asentamiento antiguo Muestreos arqueológicos

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TIERRA

no se pueden realizar en todos los sitios arqueológicos detectados, el cálculo de la antigüedad de las evidencias obtenidas en los demás sitios se realiza por asociación; es decir, estableciendo marcadores cronológicos para ciertas clases de materiales y formas. Para ello, las muestras arqueológicas recuperadas, consistentes en su gran mayoría por fragmentos de vasijas cerámicas y utensilios elaborados en piedra, fueron procesadas y analizadas en el laboratorio (ver figura 10). En todos los casos, la realización de los sondeos y excavaciones ha contado con el permiso de los propietarios de los predios y han sido rellenados y cubiertos con la capa vegetal para evitar la ocurrencia de procesos erosivos. Así mismo, cuando las investigaciones se realizaron en territorios indígenas, se informó, consultó y contó con la aprobación de las comunidades y sus organizaciones políticas (ver figura 11). Finalmente, hay que decir que una muestra representativa de las evidencias recuperadas, conforma una colección de referencia que es conservada y está disponible para su consulta en el Museo Universitario de la Universidad de Antioquia. Pero es necesario adelantar gestiones tendientes a conservar la totalidad de esta muestra o parte de ella en los municipios de Urrao y Frontino, para lo cual es necesario que las autoridades municipales generan y mantengan condiciones de largo plazo que garanticen su seguridad, conservación y acceso al público, conformando salas o museos arqueológicos. A continuación, se ofrece una interpretación de las evidencias arqueológicas recuperadas en los dos

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municipios, organizada en torno a cinco periodos que se relacionan con la ocurrencia de cambios o transformaciones en las formas de asentamiento, la densidad de la población y las tecnologías de producción de los artefactos. Los cambios identificados entre estos periodos encuentran en varios casos relación con procesos históricos regionales, de tal forma que se entiende que la trayectoria de las sociedades precolombinas y de periodos más recientes de Urrao y Frontino, no ha ocurrido de manera aislada, sino que hace parte de dinámicas socioculturales en las que participaron otras sociedades del noroccidente colombiano. Investigaciones futuras seguramente permitirán refinar o ajustar esta periodización, e inclusive identificar nuevos periodos (ver figura 12). Para los periodos más recientes, la información arqueológica ha sido complementada con la interpretación de fuentes escritas y estudios históricos relativos a la conquista española y los periodos Colonial y Republicano.

LA ENCARNACIÓN SAN JOSÉ LAS ANIMES

PÁRAMO DEL SOL EL CHUSCAL GUAPANTAL

LA HONDA

CHAQUE

CERRO EL PESETA

EL PASO MUNICIPIO DE URRAO

Mapa 4. Representación del paisaje arqueológico del Cerro El Pesetas, El Paso y La Encarnación, Municipio de Urrao.

EL CHUPADERO ARENALES

SANTA ANA SAN JOAQUÍN SAN CARLOS

Camino arqueológico Tramo 2

EL HATO HOYO RICO EL PORVENIR

EL SALVADOR

SAN JOSÉ

Camino arqueológico Tramo 1

EL ESCUBILLAL

Mapa 5. Representación del paisaje arqueológico del Valle del Río Pabón, Municipio de Urrao.

Periodo 1 (entre 8350 y 3000 años de antigüedad) Para la época en que vivieron Nutibara y Toné, ya habían transcurrido miles de años desde que las primeras sociedades se establecieron en el occidente de Antioquia. Se sabe que el actual territorio colombiano ha estado habitado desde hace unos 20.000 años, mientras que para el occidente del mismo, las evidencias más antiguas se re-

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montan a unos 10.000 años. Pero es probable que investigaciones futuras logren identificar vestigios de ocupaciones aún más antiguas, dada la localización de esta región en la zona de confluencia entre Centro América y Suramérica, uno de los corredores más probables de la ruta de poblamiento temprano desde Norte América.

Figura 8. Procedimiento de realización de prueba de pala y registro de evidencias cerámicas en Urrao.

Figura 9. Procedimiento de realización de una excavación arqueológica en Frontino.

Figura 10. Procedimiento de registro en diario de campo y análisis de laboratorio.

Figura 11. Socialización de las investigaciones con comunidades de Urrao y Frontino.

MEMORIAS

DE

LA

TIERRA

Poblamiento de América

Poblamiento del occidente colombiano

Periodo 1 Entre 8350 y 3000 años de antigüedad

Periodo 2 Entre 3000 y 2000 años de antigüedad Periodo 3 Entre 2000 y 1200 años de antigüedad Periodo 4 Entre 1200 y 400 años de antigüedad

Invasión española

Periodo 5 Entre 400 y 100 años de antigüedad

Fundación de Urrao y Frontino Tiempos presentes

Figura 12. Periodos arqueológicos de Frontino y Urrao.

Las evidencias humanas más antiguas hasta ahora detectadas en el occidente de Antioquia, han sido identificadas en la cuenca del río Musinga en Frontino. En una excavación arqueológica, se obtuvieron una serie de objetos de piedra entre 1 y 2 metros de profundidad, que por su forma y materias primas indican que fueron llevados a ese lugar y algunos de ellos, transformados por la acción humana para la elaboración de herramientas. Se trata de cantos rodados y fragmentos tallados de rocas conocidas como chert, arenisca y diorita que pudieron ser empleados, bien como materia prima para elaborar utensilios, o como herramientas para procesar alimentos. Por el método de radiocarbono estos artefactos fueron datados en 8350 años de antigüedad, aproximadamente (ver figura 13).

Artefactos similares se han identificado en otros sitios del occidente de Colombia en sitios del Cauca Medio y Porce, con fechas entre 10000 y 4000 años de antigüedad. Hasta hace algunos años, se pensaba que esas evidencias correspondían a grupos nómades dedicados fundamentalmente a la cacería y la recolección. Sin embargo, estudios más recientes han demostrado que también practicaban la horticultura, entendida como el aprovechamiento de especies vegetales que gradualmente serían domesticadas y en algunos casos cultivadas, mediante prácticas de selección de ciertas especies o de intervención de los bosques que favorecieron la evolución y mejoramiento de las características alimenticias de ciertas plantas. Evidencias fosilizadas de polen

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Figura 13. Sitio Tablaito en Musinga, Frontino y artefactos de piedra del Periodo 1.

MEMORIAS

DE

y otras partes de plantas como mafafa, yuca, maíz, batata, calabaza, guanábana, anón, aguacate y varios tipos de palmas, han sido halladas en excavaciones arqueológicas en el occidente colombiano con fechas entre 8000 o 6000 años de antigüedad. Estos datos hacen pensar que en lugar de ser itinerantes, estas sociedades habían establecido relaciones duraderas y estables con ciertos tipos de entornos ecológicos, de tal forma que podían conocer en detalle sus especies y ciclos anuales y, en consecuencia, intervenir sus ecosistemas para domesticarlas y aprovecharlas para usos alimenticios y de otra índole (elaboración de construcciones y utensilios mediante técnicas como la cestería). Es posible entonces que desde muy temprano estas sociedades comenzaran a desarrollar particulares formas de apropiación de los espacios geográficos, que les permitían establecer territorios que vinculaban ciertas comunidades con el control y acceso a determinados recursos, al mismo tiempo que desarrollaban sentidos de pertenencia a ciertas geografías y paisajes. Estos antiguos territorios podrían estar relacionados con diferencias lingüísticas y dialectales. Estudios recientes sobre lingüística y genética de poblaciones indígenas que actualmente tienen sus territorios en el occidente de Colombia y oriente de Panamá, indican que la diferenciación entre grupos que hablan lengua chocó, como los Embera y los Wau-

LA

TIERRA

nana, y los que hablan lengua chibcha, como los Cuna, comenzó a producirse desde épocas muy tempranas, hace aproximadamente unos 7000 u 8000 años. Las evidencias arqueológicas identificadas en Musinga son escasas, pero sugieren la posibilidad de ocupaciones tempranas en un área que, desde una perspectiva geográfica más amplia, resulta sumamente interesante respecto de las relaciones entre poblaciones del noroccidente de Suramérica y sur de Centro América. Las cuencas de los ríos Sucio, Murrí y Arquía son corredores que permiten la comunicación entre las tierras bajas del Atrato y las vertientes andinas, una posición estratégica para el establecimiento de rutas de poblamiento y redes de relaciones entre sociedades asentadas en Panamá y el occidente colombiano desde épocas muy antiguas. No tenemos por ahora conocimiento acerca de los procesos que tuvieron lugar entre los años 8000 y 3000 antes del presente, aunque para el 3000 se asocia el inicio de un poblamiento más numeroso de las tierras de Urrao y Frontino. Para otras partes del occidente colombiano se sabe que durante ese periodo se produjeron dinámicas sumamente interesantes, como el desarrollo de la agricultura, el incremento de las ocupaciones sedentarias y la invención o adopción de la alfarería, temas que deben estar entre los objetivos de investigaciones que en los próximos años se efectúen en el occidente de Antioquia y en el Chocó.

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TERRITORIOS Y MEMORIAS ARQUEOLÓGICAS DE URRAO Y FRONTINO

Periodo 2 (entre 3000 y 2000 años de antigüedad) Resulta conveniente explicar aquí brevemente cómo desde los estudios arqueológicos es posible aproximarse a la demografía de las sociedades del pasado, para la identificación de aumento o descenso de la población y a los cambios en la distribución geográfica de los asentamientos y su tamaño. Se parte de la suposición de que el volumen y distribución de las basuras y restos materiales producidos por un grupo humano se relacionan con la cantidad y la ubicación de la gente que los usa, desecha o abandona. Entonces, al obtener una muestra representativa de basuras, desechos y restos producidos en una época, y compararlos con los de otra, es posible observar cambios o continuidades en la cantidad de población y la manera en que se asentaba en el espacio. Para lograrlo, es necesario estudiar en detalle áreas relativamente extensas, de tal forma que aumente la posibilidad de identificar los restos materiales que permanecen como testimonio de las actividades cotidianas de las sociedades del pasado. Es cierto que una parte importante de los materiales empleados por estas sociedades como madera, fibras, pieles o hueso, casi siempre han desaparecido por descomposición. Pero los utensilios y desechos de piedra y cerámica logran mantenerse relativamente intactos a lo largo del tiempo. Son precisamente este tipo de evidencias, sumadas a las huellas de antiguos sitios de vivienda y enterramiento, los que permiten identificar dónde tuvieron lugar los asentamientos, así como su extensión. Para el caso de Urrao y Frontino, por lo menos a partir de hace unos 3000 años y hasta el periodo colonial, el tipo

de evidencias que con mayor frecuencia se encuentra corresponde a fragmentos de cerámica. Ello porque desde entonces mediante la alfarería se cubría una parte importante de las necesidades cotidianas, mediante la fabricación y uso de vasijas y otros utensilios como volantes de uso para el hilado de las fibras textiles y rodillos para decorar telas. Lo que hasta ahora se ha identificado para Urrao y Frontino, es que en el periodo comprendido entre 3000 y 2000 años de antigüedad, el número de asentamientos humanos se incrementó notablemente, por parte de comunidades que producían cerámica, practicaban la agricultura, en ocasiones adecuaban sitios de vivienda mediante la realización de banqueos en las laderas y enterraban a sus muertos en túmulos funerarios. Así lo indican excavaciones efectuadas en sitios de vivienda en los cuales se identificó una cerámica muy antigua, caracterizada por la elaboración a partir de arcillas a las que se les agregaba abundante mineral de feldespato. En la cuenca del río Musinga, esta cerámica ha sido identificada en excavaciones en varios sitios de vivienda, donde se obtuvieron fechas de 2580, 2470, 2300 y 2010 años de antigüedad, aproximadamente. En la Hondita y río Verde, también en Frontino, dos túmulos funerarios fueron excavados hallando restos de este tipo de cerámica asociados a fechas de 2540 y 2100 años de antigüedad, respectivamente. Por su parte, en Urrao, en una excavación realizada sobre un banqueo en la ladera del cerro El Pesetas, en el que se ubicaba un sitio de vivienda, se obtuvo cerámica similar, con una fecha de 2460 años de antigüedad.

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Por sus formas y materia prima, la cerámica característica de este periodo en Frontino, parece tener relación con cerámica temprana del área Sinú, mientras que se observan semejanzas entre la cerámica de Urrao y la registrada para ocupaciones tempranas del centro, sur de Antioquia y cuenca alta del río San Juan en Risaralda. Es posible entonces que el área constituyera desde entonces un espacio de vinculación entre las dinámicas históricas del norte y sur del occidente colombiano. Sin embargo, la poca decoración que caracteriza a esta cerámica y lo fragmentado de las muestras no permite avanzar mucho en esta interpretación (ver figura 14). El rastreo de este tipo de cerámica temprana en otros sitios en los que sólo se realizaron pequeños sondeos, ha permitido establecer que ya para esa época estaban ocupados prácticamente todas las zonas hasta ahora investigadas, como son las cuencas del río La Herradura entre Cañasgordas, Abriaquí y Frontino, Nore, Musinga, Río Verde y Carauta, también en Frontino, y las cuencas del Penderisco y sus tributarios los ríos Pabón y Urrao en este municipio (ver figura 15).

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Muestras de polen fósil obtenidas en excavaciones efectuadas en Musinga, indican que durante este periodo ocurren perturbaciones de la vegetación de bosque en la zona, posiblemente a causa de prácticas de desmonte y apertura de claros para el establecimiento de cultivos. Incluso cuando la mayoría de las viviendas se ubicaban de forma dispersa por las laderas, probablemente relacionadas con áreas de cultivo, en ciertos lugares parecen haberse establecido aldeas o pequeños centros poblados. Por ejemplo en el cerro El Pesetas, al frente de donde hoy está localizada la cabecera municipal de Urrao, todavía son visibles banqueos artificiales sobre las laderas, muy cerca unos de otros, donde se establecieron viviendas desde este periodo. Por otra parte, en el llano de Río Verde, cerca de Nutibara en Frontino, se registró una concentración de sitios de vivienda sobre buenos suelos para la agricultura, que parece corresponder a la fase inicial de un centro poblado que en épocas posteriores aumentaría su extensión.

Los perúes o túmulos funerarios Se sabe que por lo menos en algunas partes de Frontino los túmulos funerarios ya estaban siendo construidos y utilizados desde hace por lo menos 2500 años. De tal modo que esta particular forma de enterramiento se encuentra asociada a los inicios del proceso de establecimiento de grupos sedentarios, sirviendo posiblemente, desde entonces, a la afirmación de sentidos de pertenencia a territorios y lugares específicos. Los túmulos funerarios en los que hasta ahora se han obtenido fechas de radiocarbono,

poseen antigüedades de 2540, 2100 y 1210 años, pero es muy probable que aún estuvieran en uso hasta hace unos 500 años, como se desprende de las anotaciones efectuadas por el escribano español Pedro Cieza de León sobre las costumbres funerarias de Guaca y Nore: “Cuando se mueren los principales señores de estos valles llóranlos muchos días arreo, y tresquílanse sus mujeres, y mátanse las más queridas, y hacen una sepultura tan grande como un pequeño cerro, la puerta de ella hacía el nacimien(( 44 ))

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Figura 14. Cerámica del Periodo 2.

Figura 15. Áreas de asentamiento del Periodo 2. Valle de los río Verde en Frontino y Cerro El Pesetas en Urrao.

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to del sol. Dentro de aquella tan gran sepultura hacen una bóveda mayor de lo que era menester, muy enlosada, y allí meten al difunto lleno de mantas y con el oro y armas que tenía sin lo cual, después que con su vino, hecho de maíz o de otras raíces, han embeodado las más hermosas de sus mujeres y algunos muchachos sirvientes, los metían vivos en aquella bóveda, y allí los dejaban para que el señor abajase más acompañado a los infiernos”. El mapa de distribución de túmulos funerarios hasta ahora registrados abarca un área aproximada de 2000 kilómetros cuadrados en territorio de los actuales municipios de Urrao, Frontino, Abriaquí y Cañasgordas. Es muy posible que este mapa sea aún más amplio, extendiéndose hacia el oriente hasta conectar con túmulos funerarios registrados en la parte alta de Buriticá, e inclusive, que se extienda hacia el norte, por las estribaciones del páramo de Paramillo en dirección al alto Sinú, donde comienza la distribución de túmulos asociada a las sabanas de Córdoba y Sucre. Por lo demás, aún se desconoce si este tipo de enterramiento también se desarrolló en las vertientes bajas de la cordillera hacia el Atrato. Lo que hasta ahora se sabe es que los túmulos funerarios están localizados de norte a sur en la franja de tierras templadas, que atraviesa una serie de valles y cañones formados por ríos y quebradas que tributan sus aguas a los ríos Sucio y Murrí. Más de 800 túmulos se han identificado en la cuenca media del río La Herradura, el río Frontino, los valle de Nore y el alto del río Nobogá, las cuenca de los ríos Musinga, Verde y Carauta. En Urrao han sido identificados entre la cabecera municipal y la vereda San José, así como en las cuencas de los ríos La Encarnación y Pabón (ver Mapa general). (( 47 ))

De acuerdo con descripciones efectuadas en varias épocas y a partir de los datos obtenidos en las investigaciones arqueológicas, los túmulos están compuestos por uno o varios enterramientos efectuados en urnas funerarias en las que fueron depositados restos óseos calcinados. Estas urnas fueron a su vez dispuestas en pozos circulares cavados en la tierra y tapadas con lajas de piedra (ver figura 16). Según algunos testimonios, el ajuar funerario contenía en ocasiones piezas de orfebrería. Encima de estos pozos funerarios se amontonaron y apisonaron varias capas de tierra, conformando montículos, que constituyen el perú o túmulo propiamente dicho. En un caso hasta ahora único, un túmulo funerario localizado en el filo de Piedras Blanquitas, en Frontino, fue construido mediante el amontonamiento de grandes cantos rodados o piedras de río. La mayoría de los túmulos posee una altura entre 1 y 3 metros y un diámetro entre 10 y 20 metros. Pero los hay también muy pequeños que apenas llegan a 20 centímetros de altura y 3 metros y medio de diámetro, o muy grandes que llegan a medir 8 metros de alto y 49 metros de diámetro. Los túmulos de mayores dimensiones hasta ahora registrados se encuentran en Pabón y el Escubillal en Urrao (ver figura 17), y en Piedras Blancas, Piedra Blanquitas, el Alto de las Abejas, Montañitas, El Limo y Carauta en Frontino (ver figura 18). En ocasiones, el gran tamaño de algunos túmulos ha hecho que entre la población local se les reconozca con nombres propios, como sucede en Piedras Blanquitas, donde se habla de los perués Siete Puchas, Piedras, Suárez, Gramalote y Perú Grande. Es seguro que originalmente las dimensiones de todos los túmulos eran mayores a las actuales, pues la erosión, el pisoteo del

Figura 16. Proceso de excavación y dibujo de perfil de un túmulo funerario en Río Verde, Frontino.

Figura 17. Túmulos funerarios en El Escubillal, Santa Catalina y Hoyo Rico, Municipio de Urrao.

Figura 18. Túmulos funerarios en Piedras Blanquitas, Piedras Blancas y Carauta, Municipio de Frontino.

Figura 19. Paisaje de cementerios con túmulos funerarios en Piedras Blanquitas, Piedras Blancas y Carauta, Municipio de Frontino.

Figura 20. Paisaje de cementerios con túmulos funerarios en El Escubillal y Santa Catalina, Municipio de Urrao.

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ganado y la guaquería los han ido deteriorando en el transcurso de los años. La mayoría de las veces se encuentran en concentraciones de dos o más, llegando a conformar cementerios verdaderamente numerosos, como los de Pontón (entre 24 y 31 túmulos), Carauta (entre 14 y 24 túmulos), Alto de Nobogá (23 túmulos) y la Hondita (22 túmulos), todos ellos en Frontino (ver figura 19). En Urrao, los mayores cementerios hasta ahora registrados poseen 6 túmulos, como sucede en El Hato, Hoyo Rico y El Escubillal (ver figura 20). Se dice a menudo que el tamaño de los túmulos se relaciona con la importancia política de los personajes que allí eran enterrados. Por ahora es difícil de establecer si ello es cierto, pero para el Sinú, donde también se han identificado numerosos túmulos, contaba el cronista español Fray Pedro Simón, que la mayor o menor altura de los mismos dependía del tiempo que duraran los dolientes y allegados del difunto cubriendo la tumba con tierra. Este ritual se hacía en una ceremonia tomando chicha, y entre más importante o rico el difunto, más chicha se tomaba y más alto era el túmulo. En cualquier caso, lo cierto es que entre mayor sea el tamaño de un túmulo mayor ha debido ser la capacidad de los dolientes para convocar personas que dedicaran tiempo y trabajo en la acumulación y apisonamiento de grandes cantidades de tierra, que en uno de los de mayor tamaño podía llegar a tener más de 6000 metros cúbicos. En muchas sociedades del pasado y el presente, la monumentalidad de cualquier tipo de enterramiento suele estar asociada a la importancia del difunto, pero sobre todo a la de sus parientes y allegados, aspecto que se puede entender a partir de los rituales y ceremonias funerarias. En este sentido, algunos de

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los lugares donde se realizaban enterramientos en túmulos eran también espacios ceremoniales que seguramente eran visitados después de los rituales de enterramiento, a manera de santuarios. En Piedras Blancas y Piedras Blanquitas se han identificado cementerios que además de contener túmulos de gran tamaño, fueron construidos sobre aterrazamientos o planos previamente adecuados, además de estar rodeados de terraplenes y zanjas que los comunican entre sí, conformando anillos o figuras en forma de media luna a su alrededor. Igualmente, los monumentales túmulos del Escubillal en Urrao, por su ubicación central y gran visibilidad en un sitio de confluencia de varios valles, además de ser concebidos como cementerios, han debido servir a otras actividades de carácter ceremonial. Cuando estaban recién hechos, los túmulos han debido observarse en el paisaje desde grandes distancias porque se localizan generalmente sobre las partes altas de las cuchillas y las laderas, y además porque el amontonamiento de tierra que los conforma es con frecuencia de colores rojizos o anaranjados, lo que los haría destacar entre el fondo verde de la vegetación circundante. A menudo se puede establecer una conexión visual entre los principales cementerios de túmulos entre sí, y las mayores concentraciones de sitios de vivienda de la época precolombina. De esta manera, se puede decir que los túmulos funerarios también fueron hechos para ser vistos. En resumen, los túmulos eran lugares de enterramiento pero también espacios ceremoniales, a la vez que hitos del paisaje precolombino, por lo cual desempeñaban funciones muy importantes en términos culturales, políticos y territoriales entre los grupos sociales que, desde hace 3000 años y hasta la invasión

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española, se asentaron en el occidente de Antioquia. Por una parte, vinculaban el espacio de los vivos y de los muertos, cargando el paisaje de símbolos de ancestral ocupación que generaban sentidos de arraigo y pertenencia a historias y geografías compartidas. Así mismo, al ser espacios ceremoniales donde se congregaba periódicamente por lo menos parte de la población, contribuían a la cohesión social de las comunidades. De otro lado, hacían visible el prestigio o poder de personajes y sectores sociales que ejercían liderazgo en la organización política y religiosa. Finalmente, con su visibilidad en el paisaje y amplia distribución geográfica, parecen haber servido como marcadores de dominio territorial de diferentes unidades sociales y políticas. La distribución geográfica de los túmulos funerarios del occidente de Antioquia también indica que los grupos sociales de ese periodo compartían sis-

temas de pensamiento, particularmente en lo referido a las creencias mágico-religiosas. Aun cuando todavía es necesario efectuar estudios que definan mejor la antigüedad y extensión de este complejo funerario, es posible que se encuentren relaciones con otras sociedades del noroccidente colombiano que también desarrollaron este tipo de enterramiento, particularmente en el Sinú y en el pacífico chocoano. Cabe anotar, sin embargo, que la antigüedad de los túmulos registrados en esas regiones es menor a la establecida para el occidente de Antioquia. Aunque todo parece indicar que los túmulos funerarios, símbolos de arraigo, pertenencia, prestigio y territorialidad se mantuvieron vigentes por lo menos durante unos 2500 años, esto no quiere decir que al mismo tiempo no se hayan producido cambios y transformaciones, como a continuación se expondrá.

Periodo 3 (entre 2000 y 1200 años de antigüedad) Un tercer periodo histórico regional puede ser establecido para el lapso comprendido entre los 2000 y 1200 años de antigüedad, cuando se notan diferencias en la distribución y cantidad de la población, nuevas técnicas de producción de alfarería y son más evidentes los vínculos entre las sociedades locales y otras del occidente de Colombia. Así mismo, hay indicios a favor de que en ese periodo se introdujeron, o al menos se consolidaron, las prácticas de minería de oro y orfebrería y se desarrollaron otras formas de enterramiento, sin túmulo. Son varios los sitios excavados en los cuales se han obtenido fechas de radiocarbono correspondientes a este periodo, asociadas a unos tipos particu(( 53 ))

lares de cerámica que se diferencian de los del periodo anterior. Las materias primas contienen mayores cantidades de cuarzo, dando como resultado utensilios más resistentes y con mejor terminado de las superficies. Además, la forma y decoración de las vasijas es más variada, reconociéndose semejanzas con la alfarería producida durante ese mismo periodo en regiones aledañas: hacia el norte con la cerámica del Sinú, hacia el occidente con cerámica del Chocó y hacia el oriente y sur con cerámica producida en el centro de Antioquia y el Cauca medio (ver figura 21). En Frontino las fechas obtenidas hasta ahora para este tipo de evidencias provienen de excavaciones efectua-

Frontino

Figura 21. Cerámica del Periodo 3.

Urrao

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das en sitios de vivienda localizados en Musinguita, con antigüedades de 1900, 1840, 1780 y 1520 años; en Carautica, con una antigüedad de 1660 años y en La María, cuenca del río La Herradura, con una fecha de 1530 años. Por su parte, en el Filo de Piedras Blancas un túmulo fue fechado en 1210 años. En Urrao han sido obtenidas fechas en excavaciones realizadas en sitios de vivienda en El Paso, con antigüedades de 1790 y 1490 años y en Hoyo Rico con una antigüedad de 1530 años. A partir de la distribución de la cerámica típica de este periodo en los sitios identificados, se pueden realizar algunas aproximaciones a transformaciones en la manera de ocupación del espacio y la densidad de la población. En Frontino, en las áreas estudiadas en Nore, el Cerro, Río Verde y Musinga, donde ya se había dado una ocupación intensa de los diferentes paisajes desde el periodo anterior, se nota una cierta reducción demográfica de la población local. Pequeñas aldeas o centros poblados ya existentes en el llano de río Verde y Grano de Oro continuaron siendo poblados, e incluso se conformaron otros nuevos como en Musinguita, en éste último caso, compuesto por numerosos aterrazamiento o banqueos (ver figura 22). Pero el número de sitios de vivienda que estaban dispersos por otras partes del territorio se redujo notablemente. La población parece haberse concentrado más en ciertas áreas. Por su parte, en Carauta, donde las ocupaciones del periodo anterior eran pocas, se registra en cambio un cierto aumento de la población, pero aún a niveles comparativamente muy bajos respecto a lo que sería el tamaño de la población en épocas posteriores. En cuanto a La Herradura destaca la conformación de una aldea relativamente grande a orillas del río en el sitio La Vuelta.

Para Urrao es por ahora difícil identificar cambios en la demografía, dado que allí las investigaciones apenas han comenzado y es necesario contar con áreas más extensas de muestreo arqueológico. Sin embargo, se observa que asentamientos que ya se habían establecido en el periodo anterior, como el núcleo de aterrazamientos del cerro El Pesetas, se mantuvieron ocupados. En otras zonas habitadas que corresponden a este periodo como El Hato y El Paso, los asentamientos también se efectuaron sobre aterrazamientos (ver figura 23). Por su parte, en Hoyo Rico, se registran áreas de vivienda localizadas en la parte inferior de cementerios con túmulos funerarios, en las cuchillas que descienden hacia el río Pabón. La existencia de cultivos durante este periodo está atestiguada por el hallazgo de semillas carbonizadas de maíz, asociadas a una fecha de 1520 años de antigüedad en una excavación realizada en Musinguita. En este mismo sentido, varios sitios de Frontino fueron lugar de hallazgos como piedras y manos de moler que indican el procesamiento de sustancias vegetales. Por otra parte, el descubrimiento en Musingita de utensilios elaborados en cerámica empleados para el hilado de fibras textiles, denominados volantes de huso, indica la existencia de prácticas de tejido. En diferentes áreas de Frontino y Urrao se observa que en muchos de los sitios donde se concentran las evidencias de este periodo, hay huellas de guaquería que indican la probabilidad de formas de enterramiento diferentes a los túmulos funerarios. Además de no tener el característico promontorio de los túmulos, estas huellas se ubican en los mismos sitios de vivienda, cuando el patrón observable en el caso de los tú-

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Figura 22. Aterrazamientos con asentamientos del Periodo 3 y excavaciones arqueológicas en Musinguita, Frontino.

Figura 23. Aterrazamientos con asentamientos del Periodo 3 en El Pesetas y El Paso, Urrao.

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mulos es que se encuentran en espacios diferentes a la vivienda. Si bien no ha sido posible por ahora hallar uno de estos enterramientos intacto, se sabe que para este mismo periodo en otras zonas de Antioquia se realizaban enterramientos sin túmulo, conformados por pozos poco profundos, en ocasiones recubiertos con lajas, donde se depositaba el cadáver o sus restos óseos calcinados en urnas funerarias. Por lo general, estos enterramientos se realizaban en las áreas de vivienda. Tumbas recubiertas con lajas (llamadas de cancel) o localizadas bajo abrigos rocosos, ambas con urnas funerarias, han sido identificadas en municipios relativamente cercanos al área en que se enfoca esta publicación, como Briceño al norte y Jardín y Concordia al oriente, todos ellos sobre la cuenca del río Cauca. Es posible entonces que durante este periodo las sociedades asentadas en Urrao y Frontino hayan adoptado formas de enterramiento que se venían empleando en el centro y occidente cercano de Antioquia. Dado que ello implica el incremento de las relaciones de los grupos humanos locales con los de otras áreas, es importante tener en cuenta algo ya anotado: la semejanza entre las formas y decoraciones de la cerámica que se producía en Frontino y Urrao durante este periodo, y aquella que simultáneamente se producía en la cuenca del río Cauca y el centro de Antioquia. A lo anterior, se suma el hecho de haberse registrado en colecciones conformadas por anticuarios a finales del siglo XIX, piezas de orfebrería halladas en Frontino y Urrao, como colgantes, narigueras y remates de bastón cuya forma recuerda piezas semejantes a las del estilo Quimbaya clásico del Cauca medio. Sin embargo, al menos para Frontino, no se puede olvidar que durante este mismo periodo la cerámica y la orfebrería

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reportada mantienen semejanzas con las del Sinú, región en la cual estaba vigente la práctica de enterramiento en túmulos funerarios, y con la cual, probablemente existan vínculos ancestrales. En todo caso, estos indicios sugieren que entre los 2000 y 1200 años de antigüedad las sociedades de Urrao y Frontino hicieron parte de procesos en medio de los cuales se intensificaron las relaciones entre los diferentes grupos sociales que se habían asentado en el occidente colombiano e incluso Panamá. ¿Cómo llegaron hasta allí, pero también a Urabá, el Sinú y el Chocó, piezas de orfebrería, o por lo menos técnicas de fabricación y motivos decorativos de estilo Quimbaya clásico, por entonces muy populares en el centro de Antioquia y el Cauca medio? No sabemos los términos precisos de estas rutas de circulación de objetos y saberes, pero lo cierto es que han debido involucrar las sociedades de Urrao y Frontino, poniéndolas en contacto con lo que ocurría en esas regiones. Lo que ha podido averiguarse mediante estudios arqueológicos, es que en esas regiones se venían estableciendo formas de organización que incluían jerarquías políticas y/o religiosas, en las cuales destacaban por su liderazgo ciertos personajes, caciques o sacerdotes que conformaban élites locales. Como parte de la parafernalia asociada al reconocimiento de su prestigio social y político, estas élites exhibían objetos elaborados mediante materiales y conocimientos tecnológicos escasos: piezas de orfebrería a menudo fastuosas, como cascos, pectorales, brazaletes, collares, bastones, orejeras y narigueras, elementos que hicieron parte de los ajuares funerarios, conjuntamente con vasijas, adornos tallados en piedra o concha y tejidos. Lo que se cree es que las sociedades de Urrao y Frontino se vincularon a (( 58 ))

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esas redes de intercambio de objetos y saberes escasos, no solamente porque en sus comunidades comenzaban a establecerse jerarquías con élites religiosas y políticas, sino también porque en sus territorios existían minas de oro. Es importante tener en cuenta que en Colombia los datos más antiguos sobre orfebrería no se remontan más allá de unos 2500 años de antigüedad, de tal forma que es para esa época que se han debido desarrollar en algunas partes los saberes asociados a la minería y a la elaboración de piezas de oro y aleaciones. Pero es en los siguientes siglos, hace unos 2000 o 1500 años de antigüedad, que ya estaban plenamente establecidas las técnicas asociadas a la minería y orfebrería entre ciertas sociedades. Al respecto resulta sugestivo que durante el periodo que se viene tratando,

se registren concentraciones importantes de población en áreas en la cuales se sabe que existen depósitos de oro en veta o aluvión, los cuales han sido explotados históricamente o aún en el presente. Tal es el caso de asentamientos identificados en El Cerro y la cuenca alta del río Musinga en Frontino, donde se encuentran reconocidas minas de veta. Igualmente, en las cuencas de los ríos Musinga, La Herradura y Carauta, se tienen noticias históricas o recientes de minería de aluvión. Finalmente, aunque se desconoce su antigüedad, se han registrado narigueras de oro o tumbaga que han sido halladas por mineros o campesinos en el Llavero, Urrao y en La Blanquita y Carauta en Frontino, zonas cercanas a la cuenca del río Murrí, de reconocida riqueza aurífera (ver figura 24).

Periodo 4 (entre 1200 y 400 años de antigüedad) Este periodo cubre los últimos ocho siglos de la época precolombina e incluso las primeras décadas de la invasión española, por lo cual las evidencias arqueológicas identificadas para el mismo corresponden a procesos sociales e históricos que desembocaron en el estado de cosas que se vivía en Urrao y Frontino al arribo de los europeos. El rasgo que más se destaca de este periodo es un aumento significativo de la población, acompañado en ciertas zonas del establecimiento de centros poblados mayores a los que se habían conformado en épocas anteriores. La organización espacial de los asentamientos sugiere la conformación de diferentes unidades sociopolíticas de base territorial, equivalentes a los pueblos y provincias indígenas nombradas por los escribanos y cronistas europeos para el siglo XVI: Guaca, Nore (( 59 ))

y probablemente Xundabe. Al complementar los datos arqueológicos y los documentos escritos, se puede establecer que para este periodo estos pueblos participaban como productores y consumidores en rutas de intercambio de largo alcance geográfico, a la vez que sostenían alianzas o disputas por el control de las mismas y de sus territorios. Una de las características fundamentales para identificar los sitios arqueológicos de este periodo, es la forma de fabricación de la cerámica y sus rasgos formales y decorativos. El empleo de arcillas con fragmentos de rocas gruesas de muy diversa composición, así como el aumento en el espesor de las paredes de las vasijas, el terminado a veces irregular de sus superficies, además de la decoración con base en incisiones y aplicaciones (ver figura 25).

Figura 24. Piezas de orfebrería reportadas en Frontino y Urrao, y batea con oro de las minas del Cerro, Frontino.

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Figura 25. Cerámica del Periodo 4.

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Este tipo de cerámica se encuentra asociado a una serie de fechas obtenidas por radiocarbono en excavaciones realizadas en sitios de vivienda. En Frontino, han sido fechados yacimientos arqueológicos en El Salado, cuenca alta del río Carauta en 1110 años de antigüedad, Curadiente en 860 años, El Hoyo en 800 años, El Cerro en 740 años, Carauta en 530 años y Musinga en 410 años de antigüedad. En Urrao no han sido obtenidas hasta ahora fechas de radiocarbono para asentamientos de este periodo, pero con base en las características de la cerámica identificada en algunos yacimientos es posible establecer que efectivamente hubo ocupaciones durante el mismo. Para este periodo se registra la mayor cantidad de población en toda la historia de Frontino y es muy probable que lo propio ocurriera en Urrao. Las investigaciones arqueológicas permiten establecer la existencia de centros poblados de importancia local como el Cerro, Grano de Oro, Musinga y Carauta y tal vez de importancia regional como el Llano de Río Verde. Estos constituían aldeas localizadas en cercanía a suelos apropiados para la agricultura o depósitos de oro de veta y aluvión, en torno de las cuales se concentraban aldeas más pequeñas y viviendas dispersas sobre los valles o laderas. En Urrao sitios arqueológicos pertenecientes a este periodo se localizan en el Cerro El Pesetas, ocupado ya desde épocas anteriores, en la cuenca del río Urrao en El Paso y en varios sectores de la cuenca del río Pabón, áreas éstas últimas con buenos suelos para la agricultura. Para otras zonas de Colombia se sabe que el incremento de la población prehispánica del periodo más reciente se relaciona con la intensificación de la agricultura, principalmente de maíz, fríjol, yuca y papa. Estos cultivos aseguraban la base alimenticia para una creciente

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población. En excavaciones realizadas en Musinga y Musinguita, restos de semillas de maíz, así como polen fosilizado de yuca y una especie cucurbitácea (familia de las ahuyamas) fueron identificadas conjuntamente con evidencias cerámicas de este periodo. Adicionalmente, se identificaron con frecuencia manos y piedras de moler en los sitios de este periodo (ver figura 26). Por otra parte, los indicios acerca de minería no son contundentes. Pero llama la atención la cantidad de aterrazamientos o banqueos que se localizan en cercanía a las minas de veta del Cerro, donde además se hallaron piedras de moler semejantes a las empleadas en épocas recientes por lo mineros para moler la roca que obtienen en los cateos. Por lo menos en Frontino los enterramientos en túmulos parecen haber continuado en uso, pues en varios casos como en Musinga, Río Verde y Carauta, se nota una relación muy clara entre las áreas donde se concentraba la mayor parte de la población y la ubicación de estos espacios funerarios y ceremoniales. Es probable que ya desde esa época, estos se hayan valorado como monumentos o lugares sagrados por su antigüedad, actuando como vínculo con los ancestros de pueblos que ya para entonces tenían una larga historia de ocupación. Pero tal como parece haber sucedido en el periodo anterior, cuando otra forma de enterramiento fue incorporada, durante este periodo hay indicios acerca de la existencia de nuevas prácticas funerarias. En el vecino municipio de Cañasgordas, a orillas del río Sucio, se ha identificado un enterramiento del tipo conocido en la región como “tumba de casa”, o hipogeo. Se trata de un nicho rectangular poco profundo, al interior del cual se dispusieron varias lajas de piedra de gran tamaño, conformando (( 62 ))

Figura 26. Utensilios de piedra de los Periodos 2 al 5.

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una estructura en forma de vivienda. Aun cuando esta tumba había sido guaqueada, algunos fragmentos cerámicos recuperados de su interior hacen pensar que fue construida en este periodo. Tumbas semejantes han sido reportadas en esa misma cuenca en el municipio de Dabeiba y algo más lejos, hacia el noroccidente, en el cañón del río Cauca, en el municipio de Sabanalarga. Lo propio parece haber ocurrido en Urrao, pero en relación con una forma de enterramiento conocida como tumba de pozo y cámara, característica del periodo más reciente de la historia precolombina en el occidente de Colombia. En la vereda Santa Catalina, cuenca del río Pabón, recientes huellas de guaquería permitieron identificar una tumba de pozo profundo, al interior de la cual se hallaron diversos tipos de vasijas, entre ellas urnas y cuencos, cuyas características de fabricación y forma parecen corresponder al tipo de cerámica característico de este periodo. Por su profundidad, existe la posibilidad de que sea de pozo y cámara lateral, mientras que las vasijas halladas en su interior son semejantes a las reportadas en otras partes para este tipo de tumba. En la cuenca del río Cauca, en Jericó, Concordia, Armenia y Sopetrán, se han hallado tumbas de pozo con cámara lateral. Incluso hacia la cuenca del río Atrato y el pacífico chocoano, tal como ha sido documentado en Bahía Solano y en Carmen de Atrato, municipio ubicado al sur de la cuenca del río Pabón, donde una tumba de cámara lateral contenía vasijas cerámicas semejantes a las halladas en la tumba de Santa Catalina. La continuidad de la práctica de enterramiento en túmulos, simultáneamente con la adopción de otros cultos funerarios, es muestra de la relación entre permanencia y cambio en medio de los cuales vivieron las sociedades de

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este periodo. De acuerdo con las investigaciones arqueológicas efectuadas en el occidente y norte de Colombia, Frontino y Urrao se situaban durante este periodo entre procesos de cambio social con ritmos diferentes. Las sociedades de la cuenca del río Cauca vivieron transformaciones más o menos simultáneas en varios aspectos de la vida social, hace unos 1200 años. Además de un aumento significativo de la población y de la intensificación de las prácticas agrícolas, se produjeron cambios notables en la alfarería, la orfebrería y las formas de enterramiento, que demuestran transformaciones en los sistemas de pensamiento. Por otra parte, entre las sociedades del norte, asentadas en Urabá y el Sinú, aunque también se registran dinámicas de aumento demográfico, parecen haber prevalecido formas ancestrales de enterramiento, a la vez que prácticas alfareras y orfebres con rasgos que las vinculan con tradiciones anteriores. Esta localización del occidente de Antioquia, quizá extensiva al Chocó, a manera de “visagra” entre diferentes ritmos de cambio social, ha debido incidir en las dinámicas locales, toda vez que son varios los elementos que, como se ha visto, vinculan las evidencias arqueológicas de ésta región con el occidente de Colombia. Y aun cuando se desconoce la antigüedad de los caminos arqueológicos que en Urrao transcurren por la cuenca del río Penderisco y su afluente el Pabón, es posible que daten de este periodo, dada la intensidad de las interacciones entre grupos locales y foráneos (ver figuras 27 y 28). Para una mejor comprensión acerca de aspectos propios del periodo terminal de la época precolombina, resulta conviene aquí detenerse en información derivada de una lectura prudente de los textos producidos por los europeos en el (( 64 ))

TERRITORIOS Y MEMORIAS ARQUEOLÓGICAS DE URRAO Y FRONTINO

siglo XVI. Se deduce de lo anotado por Juan de Vadillo, Pedro Cieza de León, Jorge Robledo, Juan Bautista Sardella y Fray Pedro Simón, que entre Dabeiba, Frontino, Cañasgordas y Abriaquí se localizaban las provincias de Guaca y Nore. Sus élites, lideradas por Nutibara y Nabonuco, detentaban el poder de acuerdo con un sistema hereditario y un esquema de jerarquización sociopolítica que incluía grandes señores, capitanes, caciques, chamanes, comuneros y esclavos. Esta jerarquía se hacía visible en monumentos funerarios y atuendos personales que incluían bienes de prestigio, notablemente de oro. Pero el poder no parece haber sido solo una cuestión simbólica: por lo menos Nutibara y sus caciques ejercían control directo sobre la producción de bienes de subsistencia por medio del tributo, pero también de la producción aurífera y de los sistemas de intercambio a larga distancia que los conectaban con Buriticá y Dabeiba, y, más allá, con Urabá y el Cenú. En un contexto más amplio, se observa que la interacción entre diferentes unidades sociopolíticas se había establecido en términos de disputas bélicas y redes de intercambio económico de alcance regional. Guerra, antropofagia, esclavitud y robo de mujeres, son prácticas mencionadas por los españoles en relación con pendencias ancestrales entre las provincias de Guaca y Nore, y entre ésta última y Buriticá. Por otra parte, Buriticá y Nore, y con menor certeza Guaca, participaban como productoras de oro en una red de intercambio que se conectaba con las poblaciones del Sinú, el Atrato y Urabá. Estos intercambios incluían esclavos, oro, sal, tejidos, carne y pescado, y se efectuaban mediante un sistema de cadena, en el que participaban no sólo los productores y destinatarios finales de las mercancías, sino además aquellos grupos (( 65 ))

cuyos territorios se encontraban localizados de forma intermedia en las rutas, como ocurría con Nore y Guaca donde se aportaban nuevos productos al circuito. De otro lado, la identificación de los grupos que se encontraban asentados en el actual Urrao durante el siglo XVI no es fácil, dado que esta zona no estaba localizada sobre las rutas de tránsito más frecuentadas por los españoles. Suele asociarse a Urrao con la provincia de Xundabe o con los indígenas catíos, pero la información disponible no es concluyente al respecto. Sólo a partir del siglo XVII, cuando se establecen caminos desde Antioquia al Chocó, es que se encuentran descripciones algo más precisas sobre la población local, pero ya para ese momento se habían producido muchos movimientos de población como resultado de guerras y conflictos derivados de la ocupación española (ver figura 29). Se deduce de lo anotado por Cieza de León que en las tierras localizadas hacia el río Murrí, hoy compartidas con Frontino, se encontraba en el siglo XVI la provincia de Tatabe, conformada por pueblos con numerosas casas construidas sobre pilotes, la cual se extendía hacia el Chocó. Más hacia el oriente, en tierras que hoy corresponden a Anzá, Caicedo, Concordia, Betulia y Urrao, parece haber estado ubicada la provincia de Xundabe. Es a partir de la segunda mitad del siglo XVI que aparece la denominación de Catío asociada al valle del Penderisco y el sitio de Nogobasco, con base en lo escrito por Juan de Castellanos respecto a los territorios donde el cacique Toné, de nación catía, resistió a los españoles. Pero la descripción que hace Castellanos, quien no conoció la región, sobre la localización y extensión de lo que denomina la nación catía no es precisa y abarca buena parte del occidente de Antioquia.

Figura 27. Trazado general de caminos antiguos en la cuenca del Río Pabón, Urrao.

Figura 28. Detalle de caminos antiguos en la cuenca del Río Pabón, Urrao.

Figura 29. Detalle del mapa Terra Firma in quae Dariae Fluvius Novum Regnum Granatense et Popayan, Willem Blaeu, 1630.

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A principios del siglo XVII cuando la mayoría de la población local había sido reducida en encomiendas, Catío era el nombre de un repartimiento y encomienda, y Catía un apellido indígena. Estos provenían de Nogosco (¿Anocozca?), cerca de la cuenca de la quebrada Noque en el actual Caicedo. Por su parte, la denominación Urrao aparece también a inicios del siglo XVI ya como apellido asociado a repartimientos de indígenas Titiribíes que originalmente se hallaban en Guaca, o específicamente como el nombre de un repartimiento, presumi-

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blemente cercano a Noque. Lo propio ocurre con la denominación Penderisco, que refiere a un repartimiento indígena de la misma época. No es fácil por lo tanto deducir de los documentos de archivo y crónicas, el tipo de organización social y política de las comunidades que en el siglo XVI se encontraban asentadas en Urrao, como tampoco el tipo de relaciones que habían establecido con sus vecinos. Ello indica la necesidad de profundizar en los estudios históricos y arqueológicos sobre este periodo.

Periodo 5 (entre 400 y 100 años de antigüedad) Las primeras expediciones españolas que entre 1538 y 1542 entraron a lo que hoy es el occidente de Antioquia, estuvieron encaminadas al saqueo de las riquezas de oro más que al establecimiento de condiciones favorables para el asentamiento permanente en el área. La única fundación española fue Antiochia, establecida en 1541 en la provincia de Hebéxico en el actual municipio de Peque, y trasladada un año luego al valle de Nore, cerca del actual Frontino. Esta incipiente fundación duró poco tiempo, pues los indígenas la atacaron en repetidas ocasiones y se dice que le prendieron fuego. En consecuencia, tuvo que ser trasladada nuevamente, esta vez a la Villa de minas de Santafé, al lado del río Cauca, conformando lo que sería Santafé de Antioquia. En todo caso el proceder de los españoles tuvo consecuencias catastróficas en términos demográficos y de desarticulación política, social y cultural de las comunidades locales, lo cual arqueológicamente se hace visible, tanto en Frontino como en Urrao, en el descenso drástico y la discontinuidad a varios niveles que ofrecen

las evidencias de este periodo. Aunque hasta el momento sólo se ha fechado por radiocarbono un sitio en Carauta, con una antigüedad de 340 años, son varios los lugares en los cuales se ha identificado cerámica de características diferentes a la de la época precolombina, a menudo asociada con restos de artefactos de hierro, vidrio y loza, que dan cuenta de la introducción de productos elaborados con técnicas de origen europeo. Los sitios de este periodo se refieren mayoritariamente a asentamientos efectuados por los ancestros de las comunidades embera-catío. Pero posiblemente también a asentamientos españoles, y con mayor seguridad a comunidades campesinas y entables mineros más recientes (ver figura 30). La asociación entre cierto tipo de cerámica y los asentamientos relacionados con la historia embera, se basa en una excavación efectuada en el Llano de Río Verde en Frontino, donde se hallaron restos de alfarería y cuentas de chaquira, insumo de los reconocidos collares (okamá) y manillas embera. Una comparación (( 68 ))

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de esa cerámica con aquella producida hasta hace poco por los embera-catío de la comunidad del Llano, permitió establecer afinidades en las materias primas y las formas. Este tipo de cerámica se ha registrado en asentamientos cuyas mayores concentraciones se ubican en las cuencas de los ríos, Musinga, Río Verde y Carauta, y en menor proporción en la cuenca del río Frontino, en Nore. En Urrao, unas pocas muestras se han identificado en La Honda, El Pesetas y El Paso. Consideramos que estas evidencias son testimonio del poblamiento embera de las vertientes cordilleranas y del establecimiento del resguardo indígena de San Carlos de Cañasgordas a finales del siglo XVIII (ver figura 31). De otra parte, algunos restos de loza semejantes a los que en otras regiones han sido identificados como de origen europeo, fueron documentados en el valle de Nore. De acuerdo con información histórica y la tradición oral local, en este sector fue donde se estableció el asentamiento español de Antiochia en 1542, prontamente abandonado y conocido luego como Antioquia La Vieja. No es posible aseverar que estos restos correspondan a esa ocupación, pero lo que sí es claro es que la baja cantidad de este tipo de evidencias concuerda con una esporádica presencia española en el área. En Urrao, cerca de la cabecera municipal, en el sitio Los Halcones, también fueron halladas unas pocas evidencias de este tipo, que a juzgar por la información histórica pueden relacionarse con asentamientos de población criolla o mestiza que durante el siglo XVIII sentó las bases para la creación de la Parroquia de San José de Urrao. Otro tipo de evidencias identificadas en sitios arqueológicos de Nore, se refiere a fragmentos de cerámica, con abundantes partículas de mica, muy se(( 69 ))

mejante a vasijas que hasta hace unos años todavía usaban los campesinos del área, y que según dicen, era traída de Buriticá, donde es reconocida una tradición alfarera de origen indígena, conservada por familias campesinas. Esta cerámica, estaría indicando la existencia de asentamientos de mineros o colonos provenientes de la cuenca del río Cauca, quienes conformaron en buen medida la base de la población mestiza local entre los siglos XVIII y XIX. Finalmente se destaca la documentación que se ha hecho de los vestigios de entables y asentamientos asociados a la explotación de minas de veta en el Cerro y Frontino durante los siglos XIX y XX. Con apoyo en documentación histórica y relatos de mineros locales, como Miguel Suaza, se identificó y mapeó un significativo conjunto de espacios y ruinas correspondientes al enclave minero establecido entre 1852 y 1943 por sucesivas compañías inglesas: The New Granada Limited, The Frontino & Bolivia Gold Mining Company Limited, The Antioquia Limited, Cerro Syndicate Limited y Carmen Valley Gold Mines Limited. Se identificó la entrada al socavón principal de la mina, denominado localmente como la “guía de los místeres”, el patio o taller donde se reparaba o construía la maquinaria, la casa con rasgos de arquitectura inglesa donde vivían los administradores, conocida como la “casa de los místeres” y lamentablemente hoy demolida. Así mismo, los cimientos donde funcionaba la rueda pelton y las acequias que conducían hasta allí el agua. Pero además, se identificaron casas aún en pié, construidas con madera sobre mampuestos de piedra, donde vivían los trabajadores de la mina. Finalmente, se documentaron las ruinas del antiguo asentamiento del Cerro, contiguas al taller y cercanas a la entrada de la Mina,

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compuestas por cimientos de muros en piedra que describen espacios rectangulares. De acuerdo con Miguel Suaza, funcionaban allí la inspección de policía, la escuela, tiendas, cantinas y algunas viviendas, conformando un caserío, que al tenor de la actividad minera llegó a tener la categoría de corregimiento. En 1943, una avalancha de la quebrada el Cerro sepultó el caserío, y ese mismo año, a raíz de la Segunda Guerra Mundial, los

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ingleses pararon la explotación minera (ver figura 32). Las evidencias de este último periodo de la arqueología regional remiten pues a diversos procesos, que no obstante se articularon entre sí para definir condiciones conforme a las cuales ha transcurrido la historia reciente de Urrao y Frontino. A continuación, y con base en fuentes de documentación escrita, nos referiremos con algún detalle a algunos de estos procesos.

El poblamiento embera de las vertientes cordilleranas Durante el periodo colonial, en la vertiente cordillerana de Antioquia al Chocó ocurrieron varios desplazamientos de comunidades indígenas, entre los cuales destaca el poblamiento de los ancestros de los embera-catío hacia las cuencas medias y altas de los afluentes del Atrato. A finales del siglo XVI e inicios del siguiente, diversos grupos conocidos por las autoridades españolas bajo la denominación común de chocóes, comenzaron a huir de los entables mineros establecidos por los europeos en el alto Atrato, trasladándose hacia la cuenca del río Arquía, en los límites actuales de Antioquia y el Chocó. En ese movimiento, tuvieron enfrentamientos con otros grupos allí asentados, probablemente desde la época precolombina, denominados Taytas, que se dice eran “de nación Guaracú”. Sobrevivientes de estos últimos, tuvieron que salir para establecerse en cercanías a Antioquia La Vieja, en territorio actual de Frontino, donde fueron reducidos a encomienda por los españoles. Pero debido a nuevas arremetidas de los chocóes tuvieron que salir también de allí para establecerse en cercanías al

río Cauca, para ser finalmente reducidos en el pueblo de indios de San Juan del Pié de la Cuesta, cerca del actual municipio de San Jerónimo. Con similar suerte corrieron otros grupos asentados entre Urrao y Frontino, encomendados en los repartimientos catíos de Noque y Nogosco y otros como Urrao, Penderisco y Bruto, cuyos habitantes también huían de los chocóes que venían poblando la vertiente hacia el Atrato. La existencia de rivalidades entre chocóes y otros pueblos que en el siglo XVI se encontraban en el medio y bajo Atrato, está bien documentada en los archivos históricos, y hace parte de la tradición oral embera, específicamente en las narraciones sobre antiguas guerras sostenidas con los indígenas cuna. Pero también se encuentran datos sobre alianzas entre miembros de estos diferentes grupos. Por ejemplo, a principios del siglo XVII se registran matrimonios entre mujeres guaracúes y hombres chocóes, y en 1752, indígenas tunucunas del bajo Atrato ayudaron a indígenas chocóes a huir de San Joseph de Murrí, dándoles protección en sus propios pueblos. (( 70 ))

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Figura 30. Cerámica y utensilios del Periodo 5.

Figura 31. Asentamientos embera en Cañadahonda y Cruces (Urrao). Doña María Carupia y el Llano de Río Verde, Frontino.

Figura 32. Vestigios del entable minero del Cerro, Frontino.

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Es posible entonces que durante el periodo colonial se hayan establecido relaciones entre comunidades chocóes provenientes del alto Atrato y aquellas asentadas en las vertientes de la cordillera Occidental que lograron resistir al dominio español, generando procesos de sincretismo que explicarían la particularidad cultural de los actuales embera-catío o eyabidas (gente de montaña en su idioma), incluyendo la conformación de un dialecto específico dentro de la lengua Chocó. Ello además explicaría la presencia en su tradición oral de figuras como Dabeiba y Nutibara, al igual que de los Carautas como un grupo relacionado con la minería de oro, que les antecedió en la ocupación de las tierras del occidente de Antioquia. En todo caso, el establecimiento de los chocóes en las cuencas de los ríos Arquía, Murrí y Penderisco fue el inicio del proceso de poblamiento que llevó a la conformación de los territorios embera-catío que hoy se encuentran localizados en Urrao y Frontino, algunos de cuyos vestigios se han identificado arqueológicamente. Para principios del siglo XVIII, son varias las noticias acerca de indios chocóes nativos de Quibdó, Lloró y Bebará, que huyendo de la presión de misioneros y encomenderos de minas, llegaron al río Murrí y conformaron palenques o cimarronas en sus márgenes. Allí fueron censados y trataron de ser evangelizados y congregados en pueblos por el gobierno de la provincia de Antioquia, como una forma de legitimar su soberanía sobre esas tierras de frontera, en disputa con la gobernación de Popayán. En 1702 el cura Antonio de Guzmán y Lezcano efectuó una entrada desde Santafé de Antioquia hasta el Atrato, pasando por Noque y Urrao para llegar a Murrí, en donde presumiblemente estableció una misión evangelizadora que no

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prosperó, la misma que en 1711 tratara de restablecer José López de Carvajal, por entonces gobernador de Antioquia, reduciendo 140 indígenas en un poblado llamado San Joseph de Murrí, el cual contaba con capilla y cura doctrinero. Al año siguiente, el mismo López de Carvajal se propuso reducir a poblados los chocóes huidos del pueblo de Beberá que se habían asentado en la cuenca alta del río Murrí. Ya para entonces estas comunidades habían comenzado a explorar las tierras de vertiente. En 1722, Facundo Guerra Calderón, gobernador de Antioquia, recibió una petición de los indios de Murrí para fundar un poblado y capilla en el valle del Río Verde, en el actual Frontino, lugar en el cual ya habían establecido sus rocerías de maíz, aprovechando lo fértil del terreno. Atendiendo a este hecho y entrando en contradicción con las autoridades de la Provincia de Citará, que solicitaban a las de Antioquia no amparar los chocóes huidos, en 1725 Guerra Calderón ordenó la fundación de dos pueblos: San Nicolás o Nuestra Señora de Juemia y San José o San Matheo de Chaquenodá, localizados en la cuenca del río Chaquenodá, en el actual municipio de Frontino. Ya para 1778 fueron censados en el pueblo de Murrí 279 indígenas chocóes que vivían en 12 bohíos. También tenían rocerías en el bajo y alto Río Sucio y en el río Bojayá. De forma semejante, en la cuenca del río Arquía tenían sus cultivos comunidades indígenas que se encontraban asentadas en Beberá. Tan lejos habían llegado en su colonización de las vertientes cordilleranas, que en 1780 el gobernador de Antioquia, Cayetano Buelta Lorenzana, recibió una petición de indígenas chocóes que se encontraban en la cuenca alta del río Penderisco y no querían estar sujetos a las autoridades del Citará. Ordenó entonces la (( 74 ))

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fundación del pueblo de San Carlos de La Isleta, localizado cerca de la cabecera actual del municipio de Urrao. En general, el poblamiento y establecimiento de los chocóes en la cuenca del Murrí y áreas aledañas durante el periodo colonial, constituyen la base fundamental sobre la cual se configuró la territorialidad embera-catío del occidente de Antioquia, territorialidad sobre la cual intervendrían las políticas coloniales tardías de constitución de resguardos y posteriormente del Estado colombiano para dividirlos, liquidarlos o adjudicarlos, dependiendo del momento histórico. Hacia finales del periodo colonial en 1776, Francisco Silvestre, por entonces gobernador de Antioquia, ordenó la reducción de los “chocóes fugitivos” que habitaban en el occidente de Antioquia en el pueblo de indios de San Carlos de Cañasgordas. Con ello, se formalizaban tardíamente sus asentamientos bajo la figura de un gran resguardo cuya extensión abarcaba territorios de los actuales municipios de Peque, Dabeiba, Uramita, Frontino, Abriaquí, Giraldo y Urrao. En un documento de 1833, cuando las nuevas políticas republicanas ordenaron la repartición de las tierras del resguardo, los límites del mismo eran establecidos de la siguiente manera: “Del alto del Toyo a dar al alto de León = de aquí al alto de Urama grande = y de este por su filo a la cerrazón de río sucio = de aquí por su filo a dar al alto de Quiparado = y de este por su cordillera a dar al alto de Chaquinoda = del alto de este río a dar al alto de Curbata = y de este a dar al alto de Mande = y de aquí a la cerrazón de Penderisco = y de aquí por la orilla de este río a dar al alto de Carauta = y de aquí a dar al alto de Río verde = y de este a dar al alto de Musinga = y aquí a dar al alto del Plateado = y de este

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a dar al alto de Alegría = y de este al alto de Toyo primer lindero” De acuerdo con esta delimitación, buena parte de Frontino hacía parte del resguardo y se proyectaba hacia el territorio de Urrao, particularmente en la cuenca media-baja del río Penderisco y la del río Mandé (ver figura 33). Es posible que originalmente haya cubierto también la cuenca alta del río Penderisco, pues se dice que la población indígena congregada en San Carlos de la Isleta fue incluida en el Resguardo por orden de Cayetano Buelta Lorenzana, pero que a petición de los mismos indígenas ello fue derogado en 1789. Sin embargo, con la creación de la parroquia de Urrao en 1796 y el consecuente reparto de tierras entre los pobladores antioqueños que formaron el pueblo, se infiere que concluyó la existencia de este asentamiento indígena y comenzó la presión de los colonos sobre los territorios indígenas localizados en las cuencas de los ríos Penderisco y Murrí. Con la organización de la República el régimen político que regulaba la cuestión indígena cambió notablemente, desde una legislación colonial de carácter proteccionista, hacia una de tipo liberal según la cual todos los ciudadanos colombianos tenían virtualmente los mismos derechos y obligaciones. Entonces varias leyes fueron expedidas ordenando la repartición de las tierras de resguardo. Para la vertiente cordillerana hacia el Atrato, a la aplicación de estas políticas se sumaron dos dinámicas adicionales que implicaron una presión enorme sobre los territorios de resguardo indígena creados en la Colonia. En primer lugar, la liberación gradual (1821-1851) de la población negra que se encontraba esclavizada en las minas conllevó nuevos procesos de poblamiento, principalmente de las cuencas

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bajas y medias de los grandes tributarios del Atrato. En segundo lugar, la denominada colonización antioqueña, que de manera dirigida o espontánea, llevó a campesinos mestizos a la apertura de tierras para la agricultura y la ganadería, así como a la explotación de minas en las cuenca altas y bajas de los ríos que descendían desde la cordillera. De tal forma que los territorios indígenas del resguardo de San Carlos de Cañasgordas quedaron sometidos a una doble presión: desde el Atrato por parte de comunidades afrodescendientes y desde las tierras altas por parte de los colonos antioqueños, en una situación que se prolonga hasta el presente. A ello hay que agregar que, en el curso del siglo XIX e inicios del XX, se pusieron en marcha en la región políticas de concesión de minas y baldíos, apertura de caminos de interés nacional y misiones con base en Frontino y Dabeiba que pretendían civilizar a los indígenas. Así es que en cumplimiento de las nuevas leyes y en vista del escollo que los resguardos representaban para la minería y la expansión de la colonización antioqueña, entre 1833 y 1839 se procedió al repartimiento de las tierras del resguardo de San Carlos de Cañasgordas. Los terrenos del resguardo, que según los trabajos de agrimensura sumaban 96.000 fanegadas (unos 614 kilómetros cuadrados), fueron repartidos en 12 porciones, de las cuales las correspondientes a la escuela parroquial y al pago de la diligencia, fueron delimitadas en las mejores tierras en términos de su cercanía a la cabecera de Cañasgordas y la presencia de minas de veta, entre los ríos Sucio, La Herradura y Frontino. Las restantes porciones fueron adjudicadas a 14 familias compuestas por 135 indígenas en el sector occidental del antiguo resguardo, es decir, entre las cuencas de los ríos Musinga, Verde, Carauta, Chaquenodá y Murrí.

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El descontento generado por la forma en que se efectuó el repartimiento llevó a que en 1848, mediante Ordenanza Departamental, se ordenara una rectificación que sin embargo sólo se llevaría a cabo unos cuarenta años más tarde. Entre tanto, la falta de rigor y las inconsistencias del proceso de repartimiento, sumados a las tretas empleadas por los agrimensores, algunos vecinos y colonos procedentes de otras partes de Antioquia, conllevaron a que los predios fueran objeto de negociaciones injustas para los indígenas. Sólo hasta 1887 se expidió un decreto sobre Arreglo definitivo de los Resguardos de Frontino y Cañasgordas, en cuya aplicación se definió la propiedad en una extensión de 100.000 hectáreas, dentro de las cuales no se alcanzó a incluir el área de Murrí. No obstante, y tal como lo anotó Juan Enrique White, quedaron muchísimos enredos derivados de la falta de claridad de los derechos de sucesión de los herederos indígenas y “libres”, estos últimos ya con numerosos derechos comprados a los indígenas. La liquidación definitiva del resguardo de San Carlos de Cañasgordas se concluyó en 1920 con la distribución de las tierras del Valle de Murrí. En las décadas siguientes las políticas del estado en materia indígena enfatizaron en la división o liquidación de los territorios de resguardo que aún quedaban. Pero a partir de la década de 1950 se desarrolló una legislación mayoritariamente orientada hacia el reconocimiento formal de los resguardos y la propiedad colectiva de la tierra. Sobre la base de estos desarrollos legales e integrándose a las dinámicas de fortalecimiento de los movimientos indígenas, sobre todo de las que habían tenido lugar al sur del país, desde la década de 1970 las comunidades embera comenzaron a constituir cabildos y más (( 76 ))

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tarde a solicitar la creación de resguardos ante el INCORA. Para el caso de la cuenca del Río Murrí y zonas aledañas, fueron las comunidades asentadas en Vigía del Fuerte y Murindó las primeras que lograron la adjudicación de los resguardos de Río Jarapetó, Río Murindó, Guaguandó, Chajeradó y El Salado entre 1984 y 1990. Por su parte las comunidades asentadas en Urrao y Frontino lograron la adjudicación de resguardos con posterioridad a la expedición de la Constitución Política de 1991, dentro de un nuevo marco de políticas de Estado y mediante dinámicas de fortalecimiento étnico. Actualmente tienen lugar en estos muncipios los resguardos de Majoré Amburá, Valle de Pérdidas-Jengamecodá, Andabú, Murrí–Pantanos, Chaquenodá y Nusidó. Pero quedan algunas comunidades sin adjudicación de resguardos, como son las de Cañadahonda y Cruces en Urrao y las de El Llano y Loma de los Indios en Frontino (ver Mapa general). Figura 33. Extensión del Resguardo de San Carlos de Cañasgordas según Parsons. Fuente: Parsons, James. 1996. Urabá, salida de Antioquia al mar. Geografía e historia de su colonización. Bogotá: el Ancora editores. Mapa 4.

La presencia de las comunidades afrodescendientes en las cuencas de los ríos Arquía y Murrí Por diferentes razones las investigaciones arqueológicas hasta ahora efectuadas en Frontino y Urrao no han abarcado zonas en las cuales haya presencia histórica de comunidades afrodescendientes. En general, la arqueología efectuada en Colombia no se ha propuesto contribuir a un mejor conocimiento de los procesos históricos de estas comunidades. No obstante, es pertinente exponer aquí a grandes rasgos una interpretación de lo que ha sido el proceso de poblamiento afro(( 77 ))

descendiente de las cuencas de los ríos Arquía y Murrí, en la perspectiva de hacer visibles aspectos que deberían ser objeto de investigaciones arqueológicas futuras, a realizar con miembros de las comunidades de Punta de Ocaidó y Mandé. En los primeros entables mineros que establecieron los españoles en los ríos San Juan y Atrato, se empleó inicialmente mano de obra indígena. Pero el fuerte impacto demográfico y las leyes que prontamente prohibieron el empleo

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de indígenas en las minas, así como la renuencia de estos últimos al sometimiento español, hicieron que desde fines del siglo XVII se llevara población negra esclavizada para el laboreo de las minas. Aunque algunos negros habían hecho parte de las expediciones españolas en el siglo XVI, la mayoría fueron introducidos luego, ya fueran provenientes de las gobernaciones del Cauca, Cartagena, Antioquia y Panamá, o mediante la importación directa desde los mercados de esclavos hacia el Chocó. En este sentido, confluyeron en el Chocó negros “criollos” y mulatos que habían nacido en la Nueva Granada y negros “extranjeros” que según el rastreo de los apellidos provenían de diferentes regiones o estaciones esclavistas africanas, como Guinea, Sudán, Congo y Senegal. Tan diversa procedencia implicó la coexistencia de gentes con distintos idiomas o dialectos y religiones. A la par que el auge minero del siglos XVIII en el Chocó, la población negra aumentó notablemente: para 1704 habían sido importados unos 600 esclavos, en 1724 se reportan 2000 y en 1782 se registran 7088, los que en comparación con los 6552 indios y 3899 “libres” censados, constituían la mayoría de la población del Chocó para la época. Las empresas mineras del Chocó eran controladas desde dos centros principales: las provincias de Novitá y Citará, (correspondiendo a Citará las minas explotadas en los ríos Cértegui, Andégueda, Neguá, Bebará, Murrí y Río Sucio), por lo cual el alto y medio Atrato se constituyeron en uno de los principales núcleos de población afrodescendiente durante el periodo colonial. Entre los siglos XVII y XIX, al pie de las minas o en nuevos lugares situados en las riveras del Atrato y el curso bajo sus principales afluentes, se fueron conformando numerosos asentamientos de gente negra, tanto por parte de aque-

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llos que permanecían esclavizados, como aquellos que lograron comprar su libertad (automanumisión) o quienes huyeron y conformaron palenques o cimarronas. Para finales del siglo XVIII, mucho antes de que se dictaran leyes en contra de la esclavitud, una proporción importante de esta población había comprado su libertad y se encontraba asentada tanto en los antiguos sitios de explotación de oro, como en nuevos espacios localizados hacia el occidente del Atrato, incluso en las tierras costeras, en el bajo Atrato en Urabá y en los afluentes orientales del mismo. En los contextos ribereños se fueron conformando parentelas en lugares donde se podían combinar las labores mineras con la agricultura, la pesca y la cacería. Dado que la esclavitud había disuelto cualquier sistema de parentesco de origen africano, los vínculos básicos de consanguineidad de estos asentamientos eran el de la madre y sus hijos y el de la madrina y el padrino y sus ahijados, que funcionó como un “parentesco ritual”. Entonces probablemente los primeros asentamientos ribereños que se hicieron por parte de negros libres estaban conformados por hermanastros y hermanastras y sus progenitoras, así como nuevas alianzas matrimoniales, además de los vínculos de compadrazgo que se fueron estableciendo entre ellos. En la cuenca baja del río Murrí se estableció un entorno donde confluyó la población de indígenas chocóes inicialmente huidos y luego agrupados en el pueblo de San Joseph de Murrí, con la población negra esclava o libre que explotaba sus propias minas y tenía sus plataneras y sembrados de caña. De acuerdo con un censo de 1777, en Murrí se encontraban residiendo 28 esclavos y 6 negros libres que tenían sus propias minas y cultivos.

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Por su parte, una descripción efectuada en 1802 del corregimiento de Murrí, perteneciente a la Provincia de Citará, indica que estaba compuesto en primer lugar por el pueblo propiamente dicho, en donde estaban congregados 47 indígenas; en segundo lugar, unas 30 familias de mulatos, zambos y negros dispersas por las vegas del río, entre el pueblo y Bocas de Murrí (desembocadura al Atrato), que aprovechaban los terrenos fértiles para el cultivo de plátano, caña de azúcar y maíz, lo cual complementaban con árboles frutales y algodonales, así como la cría de cerdos, con lo cual se mantenían a sí mismos y vendían algunos excedentes en las minas de otros ríos y en Quibdó. Finalmente, estaban unas quince familias de mulatos, zambos y negros asentados en los ríos Bojayá, Murindó, Giguandó y Pabarandó, que, conjuntamente con los pobladores de la cuenca del Murrí, asistían a este pueblo en donde estaba la única iglesia parroquial del medio Atrato. Tal parece que este proceso de poblamiento dio lugar años luego al establecimiento de comunidades negras río arriba, en el curso medio del Arquía y probablemente también del Murrí. Para 1835 se tiene noticia de vecinos de Mandé y Ocaidó, que solicitaban al gobernador de Antioquia el establecimiento de una viceparroquia en Isletas, lo cual parece habérseles concedido. Durante el siglo XIX, la aplicación de la legislación republicana que daba término a la esclavitud, sólo se hizo efectiva hacia 1852, pero ya entonces la gran mayoría de la población negra había obtenido su libertad, entre otras razones porque los dueños de las cuadrillas mineras habían agilizado la manumisión en vista del mal negocio que en ese momento representaba mantener esclavos en lugar de pagar jornaleros.

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En este escenario la población local, sumada a migrantes provenientes de los antiguos enclaves mineros de Nariño, Cauca y Antioquia, fortaleció la presencia negra en el Chocó, así como el proceso de poblamiento de entornos diferentes a las minas y el establecimiento de comunidades con un patrón, disperso a orillas de los principales afluentes del Atrato y el San Juan. De acuerdo con un censo de 1870, en el asentamiento de Opogodó del distrito de Murrí, la población se dedicaba por entonces fundamentalmente a la minería, la pesca y la agricultura, además del particular oficio de “rezandero”. Es de esperar entonces que los asentamientos de afrodescendientes del bajo río Murrí, como Bocas de Murrí y Murrí Bajo, tengan origen en establecimientos mineros del periodo colonial, mientras que aquellos del curso medio, como Mandé correspondan a movimientos de población que se efectuaron, bien de forma paralela por parte de libres y cimarrones, o bien posteriormente por parte de población manumitida o liberada en el siglo XIX. Sin embargo, un trabajo sobre memoria local elaborado por la Asociación Campesina Integral del Atrato-ACIA, indica que de los actuales asentamientos afrodescendientes en la cuenca baja del río Murrí el más antiguo sería La Playa, conformado hacia 1895 por familias provenientes de Palmadó y Río Quito en el Alto Atrato y Jiguamiandó en el Carmen de Atrato. Por su parte, el asentamiento de Loma de Murrí, conformado hacia 1940, se habría creado con familias provenientes del río Negua en el alto Atrato. Posteriormente, se crearon los asentamientos de Pueblo Nuevo (1980) y Vuelta Cortada (1982) con población proveniente de la misma cuenca del río Murrí y de otras zonas como Paimadó, Yuto y Catupa. Durante el periodo colonial y republicano, las relaciones entre afrodescen-

MEMORIAS

DE

dientes e indígenas chocóes fluctuaron entre el aislamiento, la apatía y el establecimiento de alianzas, intercambio de parentesco y préstamos culturales. De una parte, las políticas segregacionistas de la corona española y las dinámicas de control social y reproducción cultural de cada grupo generaron límites a la interacción e incluso acciones violentas entre miembros de los dos grupos. Pero de otra, la proximidad espacial en los enclaves mineros y en los territorios de expansión propició el mestizaje, la adopción de saberes indígenas por parte de los negros y esporádicas alianzas para huir del control español (ver figuras 34 y 35). Como producto de ello, y teniendo en cuenta que las condiciones ambientales en las que habitan ambos grupos son semejantes, entre las actuales comunidades negras del Chocó biogeográfico se observan prácticas y rasgos de origen indígena, como el patrón de asentamiento, algunos elementos formales de la vivienda, patrones de alimentación y prácticas de jaibanismo. Así mismo, se han establecido relaciones de compadrazgo y de intercambio comercial, siendo los negros compradores potenciales de productos embera como canoas, canastos artesanales, cerdos, gallinas y huevos; a su vez, los embera compran a los negros productos provenientes del mercado exterior como armas, herramientas, encendedores, sal y aguardiente. Ahora bien, con la aplicación efectiva de las leyes que declararon libres a los negros esclavizados, la cuestión de la propiedad de las tierras en las cuales se habían asentado no recibió ningún tipo de formalización por parte del Estado. De este modo, para la segunda mitad del siglo XIX eran considerados generalmente como colonos que habitaban territorios baldíos de la Nación. En esa

LA

TIERRA

condición tardaron mucho más tiempo que los indígenas en ser reconocidos como grupo étnico con derechos sobre sus territorios colectivos. Ello se explica porque en comparación con la legislación proteccionista indígena del siglo XIX, y posteriormente con las repercusiones de los movimientos indigenistas sobre las políticas de Estado en el siglo XX, la cuestión de las sociedades afrodescendientes sólo vino a hacerse visible en las leyes hacia la década de 1980. Con anterioridad a la definición del marco legal que desde 1991 ha desarrollado los derechos de las comunidades negras en Colombia, en el Chocó se venían dando procesos de organización social por parte de comunidades afrodescendientes, como es el caso de la Asociación Campesina Integral del Atrato-ACIA, instancia desde la cual se lideró el proceso de titulación de tierras colectivas que culminó en 1997 con la adjudicación de 696.254 hectáreas que pertenecían a baldíos de Antioquia (Murindó, Urrao y Vigía del Fuerte) y Chocó (Quibdó, Bojayá y Medio Atrato). En este proceso, participaron las comunidades afrodescendientes de Punta de Ocaidó, localizadas en la cuenca media del río Arquía. Posteriormente, en 2001, las comunidades de Mandé, localizadas en la cuenca media del río Murrí, concretaron la titulación colectiva de sus tierras (ver Mapa general). La realización de futuras investigaciones arqueológicas que incluyan expresamente entre sus objetivos el estudio de los procesos de poblamiento, sistemas de asentamiento, transformaciones socioculturales y relaciones interétnicas de la población afrodescendiente, serán de gran valor para comprender mejor las trayectorias históricas que en este texto han sido expuestas de manera muy general.

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Figura 34. Interior de las casas de los indios. Provincia del Chocó. Acuarela de Manuel María Paz, 1853.

Figura 35. Pueblo de Sipí o San Agustín, provincia del Chocó. Acuarela de Manuel María Paz, 1853.

C L A V ES PARA C O N O CER , V A L O RAR

Y PROTEGER EL PATRIMONIO

ARQUEOLÓGICO Y PALEONTOLÓGICO

TERRITORIOS Y MEMORIAS ARQUEOLÓGICAS DE URRAO Y FRONTINO

Las evidencias arqueológicas son huellas y restos materiales resultado de actividades humanas del pasado.

S

on testimonios, muchas veces únicos, para conocer y valorar los procesos históricos que han constituido lo que es hoy el país, sus particularidades y dinámicas regionales y sus nexos con otras partes del mundo. Sitios de vivienda, campos de cultivo, caminos, cementerios, lugares rituales, arte rupestre y colecciones de piezas arqueológicas, son entre otros, testimonio de procesos milenarios de poblamiento, cambio e interacción de las sociedades precolombinas. A ello se suman las huellas más recientes de lugares de asentamiento urbano o rural, sitios de explotación minera, producción agrícola e industrial, así como extensas redes de caminos de poblaciones indígenas, afrodescendientes y mestizas del periodo colonial y republicano. También existe un importante conjunto de vestigios arqueológicos en los espacios marítimos y costeros del país, ya como evidencia de asentamientos precolombinos y coloniales que hoy se encuentran bajo la cambiante línea costera, o restos de la infraestructura de defensa militar y portuaria del periodo colonial y de naufragios de las naves que en misión comercial o militar surcaron los mares. Tales testimonios son bienes que conforman el patrimonio arqueológico del país, el cual está amparado legalmente por un régimen especial de protección que reconoce y defiende su naturaleza inalienable, inembargable e imprescriptible estipulada en el artículo 72 de la Constitución Nacional. Actualmente, la Ley 397 de 1997, modificada y adicionada por la Ley 1185 de 2008, así como los decretos 833 de 2002 y 763 de 2009, ofrecen los lineamientos necesarios para garantizar el mandato constitucional sobre protección del patrimonio arqueológico en Colombia.

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C L AV E S PA R A C O N O C E R , VA L O R A R Y P RO T E G E R E L PAT R I M O N I O A R QU E O L Ó G I C O Y PA L E O N T O L Ó G I C O

De acuerdo con la Ley 1185 en su artículo 3º, el Patrimonio Arqueológico comprende aquellos vestigios producto de la actividad humana y aquellos restos orgánicos e inorgánicos que, mediante los métodos y técnicas propios de la arqueología y otras ciencias afines, permiten reconstruir y dar a conocer los orígenes y las trayectorias socioculturales pasadas y garantizan su conservación y restauración. Al mismo régimen de protección legal están sujetos los bienes que conforman el patrimonio paleontológico. Estos corresponden a fósiles de organismos vivos y sus actividades, incluyendo tanto aquellos que se encuentran en colecciones, como los que permanecen en yacimientos expuestos en la superficie, en el subsuelo o bajo las aguas. Se trata de evidencias que permiten conocer y valorar antiguos procesos geológicos, ecológicos y climáticos. De acuerdo con lo dispuesto por la constitución y las leyes, el Estado, los entes territoriales y la población en general son corresponsables en la protección del patrimonio arqueológico y paleontológico. El Instituto Colombiano de Antropología e Historia, ICANH es la autoridad nacional encargada de velar por el cumplimiento del conjunto de leyes que salvaguardan el patrimonio arqueológico. Para el patrimonio paleontológico, esta entidad, conjuntamente con el Servicio Geológico Nacional, son las autoridades nacionales. Los departamentos, distritos y municipios son corresponsables en la protección, valoración y divulgación el patrimonio arqueológico y paleontológico presente en sus jurisdicciones. Las leyes colombianas otorgan especial atención a la protección del patrimonio arqueológico y paleontológico que se encuentra en sus lugares originales. Por tal motivo prohíben las excavaciones ilegales, tradicionalmente asocia-

das a actividades de guaquería y saqueo de tumbas y otros sitios arqueológicos y yacimientos paleontológicos (ver figuras 36 y 37). Igualmente, se penalizan aquellas actividades de vandalismo que atentan contra la integridad de los bienes arqueológicos y paleontológicos. Sólo pueden efectuarse excavaciones y otras intervenciones en sitios arqueológicos y yacimientos geológicos, por profesionales acreditados, mediando fines estrictamente científicos y culturales, que serán evaluados por el ICANH para otorgar la correspondiente Autorización de Intervenciones Arqueológicas. Por su excepcional valor cultural, histórico y científico, los bienes del Patrimonio Arqueológico y Paleontológico pertenecen a la Nación, por lo tanto, no están sujetos al régimen de propiedad privada y está prohibida la compra y venta de piezas arqueológicas o fósiles paleontológicos en cualquier parte del país. Por su parte, la exportación de piezas o muestras de estos bienes patrimoniales sólo es posible de manera temporal, siempre y cuando sea autorizada por el ICANH. Los particulares y entidades públicas o privadas podrán ejercer la tenencia de piezas arqueológicas o paleontológicas, sin que ello signifique derecho de propiedad. Quien posea este tipo de piezas, está en la obligación de registrarlas ante el ICANH. Una vez registradas, el interesado en ejercer la tenencia formal de las mismas, deberá solicitarlo expresamente al ICANH, indicando las condiciones reales que ofrece en términos de seguridad, conservación y acceso al público, las cuales serán evaluadas por la entidad como condición para otorgar la correspondiente autorización de tenencia. Cualquier proyecto de infraestructura o explotación de recursos naturales que pueda afectar sitios en donde se encuentran evidencias arqueológicas (vías, (( 84 ))

Figura 36. Túmulos funerarios afectados por guaquería y quemas en Frontino y Urrao.

Figura 37. Cicatrices de guaquería en tumbas precolombinas de Frontino y Urrao.

C L AV E S PA R A C O N O C E R , VA L O R A R Y P RO T E G E R E L PAT R I M O N I O A R QU E O L Ó G I C O Y PA L E O N T O L Ó G I C O

oleoductos, gasoductos, pozos exploratorios, minas, líneas de interconexión, hidroeléctricas, parcelaciones y urbanizaciones, entre otros), debe incluir un programa de arqueología preventiva, mediante el cual se desarrollen los estudios científicos necesarios para identificar si existen evidencias arqueológicas en el área, establecer su importancia científica y cultural, así como formular y aplicar las medidas necesarias para su protección y conservación. Por ello, para la obtención de licencias ambientales, registros o autorizaciones equivalentes ante la autoridad ambiental, así como licencias de urbanización, construcción y parcelación a cargo de autoridades municipales, como requisito previo a su otorgamiento deberá haberse puesto en marcha un programa de arqueología preventiva y deberá presentarse al ICANH un plan de manejo arqueológico sin cuya aprobación no podrá adelantarse la obra. Los recursos financieros requeridos para el desarrollo de los programas de arqueología preventiva que exige la ley, corren por cuenta de las personas jurídicas o naturales responsables de tales obras En los casos en los que alguien encuentre de manera fortuita bienes del patrimonio arqueológico o paleontológico, está en la obligación de dar aviso al ICANH o a la autoridad civil o de policía más cercana quien deberá informar del hallazgo al Instituto dentro de los veinticuatro (24) horas siguientes al encuentro. El ICANH evaluará la información y dispondrá lo relativo a la protección de los bienes ha-

llados, siendo posible que envíe una comisión o que delegue en otros profesionales la visita, debidamente autorizada. Para el desarrollo de investigaciones arqueológicas o proyectos de conservación y restauración de bienes arqueológicos, entidades como el Ministerio de Cultura, la Fundación de Investigaciones Arqueológicas Nacionales, Colciencias y el ICANH ofrecen mediante concursos públicos convocatorias anuales. Algunas universidades públicas y privadas contemplan también dentro de los fondos de apoyo a la investigación, la realización de estudios arqueológicos. En cuanto a los departamentos, distritos y municipios, claramente la ley ha establecido que deben incorporar a sus planes de desarrollo recursos orientados a la protección, conservación, sostenibilidad y divulgación del patrimonio arqueológico, mientras que los Planes de Ordenamiento Territorial deben tener en cuenta la presencia de bienes inmuebles declarados como de interés histórico y cultural y áreas arqueológicas protegidas (Ley 388 de 1997, artículo 10º; Ley 1185 de 2008, artículos 1º y 7º; Decreto 763 de 2009, artículos 4º, 5º y 59º). Ello indica que en cumplimiento de sus obligaciones legales los entes territoriales deben apoyar la protección, conservación, valoración y divulgación del patrimonio arqueológico, y por ende el desarrollo de las investigaciones que de manera transversal aportan el conocimiento necesario para el cumplimiento de dichas actuaciones. No obstante, resulta legítimo y conveniente que en

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TERRITORIOS Y MEMORIAS ARQUEOLÓGICAS DE URRAO Y FRONTINO

asocio con otras entidades territoriales y de otra índole, como las ya mencionadas, e incluso con apoyo de cooperación internacional, los departamentos y municipios diseñen estrategias de cofinanciación que permitan no sólo emprender investigaciones arqueológicas, sino posicionar y mantener programas de largo plazo para la investigación y gestión del patrimonio arqueológico localizado en sus jurisdicciones. Finalmente, es indispensable tener en cuenta que la ley habilita la figura de estímulos tributarios a la inversión en la protección del patrimonio cultural de la Nación (Ley 1185 de 2008, artículo 56º). Específicamente en lo atinente al patrimonio arqueológico, brinda la posibilidad de deducciones tributarias para las entidades estatales que siendo contribuyentes del Impuesto de renta realicen gastos orientados a la formulación y aplicación de planes de manejo arqueológico, siempre y cuando estos no correspondan a programas de arqueología preventiva ligados a los proyectos, obras o actividades a cargo de la respectiva entidad (Decreto 763 de 2009, artículo 77º). En este caso, los gastos realizados en los planes de manejo arqueológico tendrán lugar en el marco de convenios con el ICANH. Con el propósito de brindar información sobre las entidades que en diferentes modalidades pueden ofrecer apoyo para el desarrollo de un esquema para la promoción de la investigación y gestión del patrimonio arqueológico y paleontológico, adjuntamos el siguiente listado:

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Ministerio de Cultura: www.mincultura. gov.co Teléfono: 3424100 ext. 1180, 1181, 1182, 1184, en Bogotá. Línea gratuita nacional: 018000938081. Correo electrónico: [email protected] Instituto Colombiano de Antropología e Historia: www.icanh.gov.co Teléfono: 4440544, en Bogotá. Línea gratuita nacional: 018000119811. Correo electrónico: quejasyreclamos@ icanh.gov.co Servicio Geológico Colombiano. Museo José Royo y Gómez: www.sgc.gov.co Teléfono: 2200100 ó 2200200, en Bogotá. Correo electrónico: [email protected] Instituto de Cultura y Patrimonio de Antioquia: www.culturantioquia.gov.co Teléfono: 5124669, en Medellín. Correo electrónico: contacto@culturantioquia. gov.co Municipio de Urrao. Casa de la Cultura: www.urrao-antioquia.gov.co Teléfono: 8502317. Correo electrónico: culturayturismo@ urrao-antioquia.gov.co Municipio de Frontino. Casa de la Cultura: www.frontino-antioquia.gov.c Teléfono: 8595032. Correo electrónico: [email protected]

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