Texto y glosa: \"e como en arena do momia se espera\" (Mena, Laberinto, 151e), en F. Dubert et alii, eds., En memoria de tanto miragre. Estudos dedicados ó profesor David Mackenzie, Santiago de Compostela: Universidade, 2015, pp. 75-89.

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David Mackenzie (Sutton-in-Ashfield, Nottinghamshire, 1943) estudou en Oxford e en Nottingham, onde se doutorou coa tese A critical edition with linguistic and historical introduction of the «Corónica de Santa Maria de Iria». Tralo seu paso pola British Library, foi profesor nas Universidades do Ulster (1974-1986), Birmingham (1986-1996) e Cork (1997-2008). Fundador dos centros de estudos galegos nestas dúas últimas, foi asemade colaborador habitual do Hispanic Seminary of Medieval Studies na Universidade de Wisconsin-Madison. Director tamén de diversas teses de mestrado e doutoramento de temática galega, o seu labor de investigación desenvolveuse entre os estudos ibéricos medievais, a lingüística e literatura galegas e a literatura española. O seu mestrado esténdese principalmente entre Europa e Norteamérica, onde desenvolveu o seu labor docente. Foi así mesmo profesor convidado en universidades coma as de California ou Wisconsin, e contribuíu de xeito central e decisivo á creación e expansión dos estudos galegos no mundo académico anglófono e internacional. En memoria de tanto miragre. Estudos dedicados ó profesor David Mackenzie é un volume constituído por contribucións realizadas desde diferentes lugares do mundo e relevantes no ámbito da lingüística iberorrománica e tamén para a lingüística e literatura galegas. Estas liñas temáticas constitúen áreas de traballo centrais no historial do homenaxeado. Nesta publicación participan algunhas das voces máis representativas das devanditas áreas, tanto en Galicia coma nos Estados Unidos, Reino Unido, Irlanda e Australia. O Instituto da Lingua Galega da Universidade de Santiago de Compostela comprácese en ofrecer á comunidade científica esta homenaxe, expresión de gratitude e recoñecemento a David Mackenzie, quen sen dúbida contribuíu a abrir tanto Galicia ó mundo coma o mundo a Galicia.

En memoria de tanto miragre

INSTITUTO DA LINGUA GALEGA

En memoria de tanto miragre Estudos dedicados ó profesor David Mackenzie

Edición ó coidado de FRANCISCO DUBERT GARCÍA GABRIEL REI-DOVAL XULIO SOUSA

2015 UNIVERSIDADE DE SANTIAGO DE COMPOSTELA

En memoria de tanto miragre : estudos dedicados ó profesor David Mackenzie / edición ó coidado de Francisco Dubert García, Gabriel Rei-Doval, Xulio Sousa. – Santiago de Compostela : Universidade de Santiago de Compostela, Servizo de Publicacións e Intercambio Científico, 2015. – 261 p. ; 24 cm. Precede ó tít.: Instituto da Lingua Galega D.L. C 1193-2015. – ISBN: 978-84-16183-96-8 1. Mackenzie, David – Crítica e interpretación. 2. Galego (Lingua). 3. Galego-portugués (Lingua)— Antes de 1500. 4. Literatura galega. 5. Literatura española. 6. Lingüística histórica iberorrománica. I. Dubert García, Francisco, ed. lit. II. Rei-Doval, Gabriel, ed. lit. III. Sousa, Xulio, ed. lit. IV. Universidade de Santiago de Compostela. Servizo de Publicacións e Intercambio Científico, ed. V. Instituto da Lingua Galega 801 Mackenzie, David 806.99 806.90/99 ”04/14” 869.9

Este libro publícase coa axuda financeira da Secretaría Xeral de Universidades (Xunta de Galicia) ó grupo de investigación Filoloxía e lingüística galega (GI-1743), da Universidade de Santiago de Compostela.

©Universidade de Santiago de Compostela, 2015 Deseño de cuberta Raquel Vila Amado Maquetación Raquel Vila Amado Imprime Imprenta Universitaria Campus Vida 15782 Santiago de Compostela Edita Servizo de Publicacións Campus Vida 15782 Santiago de Compostela usc.es/publicacions Dep. Legal C 1193-2015 ISBN 978-84-16183-96-8

En memoria de tanto miragre Estudos dedicados ó profesor David Mackenzie Universidade de Santiago de Compostela, 2015, ISBN 978-84-16183-96-8, pp. 75-89

Texto y glosa: «e como en arena do momia se espera» (Mena, Laberinto, 151e) JUAN CASAS RIGALL Universidade de Santiago de Compostela*

1. Momia en el Laberinto y sus glosas cuatrocentistas Hacia 1444, el Laberinto de Fortuna incluye un temprano uso del término momia, tal vez la primera documentación castellana fuera de los libros de medicina, un pasaje inadvertido por nuestros principales etimólogos. El poema recrea aquí la victoria de Juan II sobre los hispanomusulmanes de Granada en la batalla de la Higueruela (1431), masacre que da pie a la comparación meniana: 151 E vimos la sombra d’aquella figuera donde a desoras se vido crïado de muertos en pieças un nuevo collado, tan grande que sobra razón su manera; e como en arena do momia se espera 1205 súbito viento levanta grand cumbre, así del otero de tal muchedumbre se espanta quien ante ninguno non viera (Kerkhof, ed. 1995; cursiva mía).

Nuestro moderno concepto de momia nos induce a entender, sin más, el verso 151e como referencia a un cadáver embalsamado o preservado de la corrupción. Sin embargo, estas acepciones del término, aunque antiguas, solo se generalizan en las lenguas modernas desde el s. xix, por lo que conviene hilar más fino. De hecho, por ser momia un vocablo técnico especialmente circunscrito a la literatura médica, ya en la primitiva tradición comentarística del Laberinto se vio *

Este trabajo se inscribe en el proyecto «El comentario filológico hispánico en los siglos xv a xvii: estudio y edición» (FFI2010-16903), financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad.

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la conveniencia de iluminar el sentido de la alusión y sus realia. Tal pretende la glosa cuatrocentista recogida con ligeras variantes en los cancioneros PN7, BC3, NH5, ML2 y SV2, así como en MM1, testigo que, si bien en conjunto presenta una anotación mucho más amplia, coincide grosso modo en este punto concreto:1 PN7 De muertos: faze comparaçión del monte de los muertos fecho allí así súbito como los oteros en las sirtes de Libia, que es en África: en una tierra desierta suele acaesçer con el viento fazerse súbitamente oteros de arenas do antes era llano, e sy toma debaxo alguna gente, cúbrela de aquella arena, e de los cuerpos de aquellos se faze la momia. MM1 Arena: faze comparaçión del monte de los muertos fecho allí súbito como en los oteros de los montes de Libia, que es en la parte de Áffrica, en una tierra que suele acaesçer que con el gran viento se suelen súbitamente fazer grandes oteros de arena donde antes era llano, et si toma debaxo alguna gente, cúbrela de aquella arena, e de los cuerpos de aquellos muertos se faze la momia.2

Ya Street (1958) advirtió que ciertos escolios copiados en PN7 eran obra del propio Mena.3 Sin embargo, como en algún otro caso se corrigen errores del Laberinto en materia histórica, ello apunta a una refundición, un comentario que probablemente aprovecha y enriquece materiales menianos con nuevas anotaciones.4 Así las cosas, la mayor parte de estas glosas son de autoría incierta, pues, una a una, normalmente es imposible atribuirlas con fiabilidad a Mena o al refundidor, como sucede con el escolio sobre las momias. Por lo que respecta al comentario de MM1, mucho más extenso, parece que su autor partió de las glosas representadas por PN7 y los otros cuatro cancioneros señalados, e incorporó múltiples adiciones; con todo, cuando este comentarista se acoge a la glosa previa, suele recrearla sin demasiadas alteraciones, según demuestra también el ejemplo de nuestro interés. 1 2 3

4

Para la localización de estos cancioneros, véase Dutton (1990), con una noticia posterior: MM1, perteneciente a la Fundació Bartomeu March, está ahora en Palma de Mallorca (ms. B 80-B-17). Cito por la edición que actualmente preparo. El caso más claro lo representa la glosa de los versos 123ab: «Yliada: esta Yliada de Omero ove traduzido o romançado para el señor Rey, donde largamente fablé de su vida; por ende, pues que allá fablé, aquí non fago más minçión». Mena compuso, en efecto, un romanceamiento de la Ilias Latina, las Sumas de la Ilíada (González Rolán et al., eds. 1996), en cuyo «Proemio» incluía una vida de Homero. Así, Mena presenta como suicidas a Catón el censor y Catón de Útica o el grande (Laberinto, 217gh), confusión habitual por el tiempo, pues solo el uticense se había quitado la vida. En cambio, el glosador se refiere con propiedad únicamente al suicidio de este último: «este Catón el grande se mató en Útica por non venir en servidumbre del Çésar».

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Como cabe datar esta temprana tradición de comentarios entre 1444 –año de culminación del Laberinto– y 1479 –según referencias históricas internas de MM1–, estas glosas se anticiparon en no menos de veinte años a las anotaciones de Hernán Núñez (1499, revisadas en 1505), quien, sin embargo, se consideraba pionero. El Comendador Griego, además de explicar los versos 151ef en línea similar, añade interesantes concordancias desde las letras clásicas: De arena de momia. La qual comparación quadra tan bien que para el caso en que habla otra mejor ni más propria no se pudiera excogitar. Áffrica es prouincia muy caliente porque está debaxo de la tórrida zona, y la mayor parte de ella es despoblada por los grandes calores; y, por consiguiente, como siempre suele acontecer en las partes calientes, es tierra muy arenosa, tanto que en algunas partes de ella acontece en el arena lo que en el mar: que asý como en el mar, quando ay tempestad, veen los que nauegan grandes montes de agua, asý en África, quando ay vientos, leuantan muy grandes montones de arena, los quales toman debaxo y ahogan muchas vezes a los caminantes. Y de esta manera pereció toda la hueste de Cambyses, hijo de Cyro, rey de los persas, caminando por la África y yendo a robar el templo de Júpiter Ammón. D’esta misma manera perecieron ciertos pueblos de la África llamados Psyllos, con términos a los nasamones, que, yendo a pelear contra el viento Austro porque les auía secado tota el agua que tenían y padecían gran sed, el viento Austro, doliéndose de la injuria que le yuan a hazer, sopló muy reziamente y cubriolos de aquellos montones de arena, y perecieron todos. Auctores de esto: Heródoto en el quarto de sus Historias, Trogo Pompeio en el primero, y Aulo Gellio en el decimosexto de las Noches átticas. Los cuerpos muertos de los que asý mueren se llaman carne momia, y el arena que los cubre arena de momia. Pues compara aquí el poeta el collado y montón de los cuerpos muertos de los moros a los montes de arena que súpitamente el viento leuanta en África (Núñez 1499: fol. 119v).5

Núñez debe explicar el concepto de arena de momia, pues prefiere esta lectura a arena do momia (cfr. supra). Fuera de esto, la argumentación es muy similar a PN7 y MM1, por probable poligénesis emanada de saberes escolares comunes. Con todo, la expresión carne momia nos sitúa, según veremos, ante un concepto indudablemente distinto del sentido moderno. Por otra parte, la aportación más novedosa del Comendador es su intento de buscar fuentes clásicas para las momificaciones espontáneas en el desierto, difícil objetivo, como se irá comprobando. 5

Como en los restantes testimonios medievales y áureos citados de primera mano, resuelvo abreviaturas sin indicación, y ajusto parcialmente la ortografía al uso moderno.

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2. Fundamentos etimológicos y evolución del concepto La voz momia y sus correlatos en las principales lenguas modernas proceden de un étimo árabe, a decir de Corriente (1999, s. v. momia) el neoárabe mūmiyyah para el resultado español, que, a su vez, deriva del antiguo mūmiyā. Este término tiene bien un origen persa, bien un origen egipcio directo, la forma mnnn, mnrw o mnni transliterada. Originalmente –en árabe, desde el s. viii–, designaba una sustancia mineral bituminosa o asfáltica, pura o amalgamada con elementos orgánicos; así, en la traducción árabe de Dioscórides del s. ix mūmiyā se usa para traducir el griego πισσάσφαλτος, el pisasfalto, una variedad mineral considerada híbrido de pez y asfalto.6 Pero, al lado de esta mūmiyā mineral, a finales del mismo s. ix se documenta el término en una nueva acepción, para designar una sustancia negruzca exudada por los cadáveres embalsamados en el antiguo Egipto, de apariencia similar al pisasfalto. Tanto la mūmiyā mineral como esta otra mūmiyā orgánica fueron muy apreciadas por sus supuestas virtudes medicinales en aplicaciones variopintas, hasta el punto de que Aufderheide (2003: 516), con ilustrativo y consciente anacronismo, las equipara a la moderna aspirina. Estos dos sentidos de mūmiyā, no siempre bien discriminados, entraron desde el s. xi en los tratados médicos mediolatinos bajo la forma mum(m)ia. De este modo, en la escuela de Salerno del s. xii se entiende el concepto como exudación del cuerpo embalsamado, en tanto que, por la misma época, Gerardo de Cremona, que traduce en Toledo el Canon de Avicena, recupera la acepción mineral, la mumia como variedad asfáltica. El resultado es que, desde este momento, es difícil determinar la noción de base en las obras médicas que hacen inventario de los usos terapéuticos de la mumia sin definir su composición. Este entramado semántico se complica aún más cuando ambos conceptos de mūmiyā, mineral y orgánico, se fusionan. La raíz del híbrido se halla en el uso del asfalto como sustancia para embalsamar, ya atestiguado por Diodoro Sículo (Biblioteca histórica xix, 99, 3) y Estrabón (Geografía xvi, 2 45), y confirmado por modernos análisis químicos de momias egipcias tardías (Aufderheide 2003: 517). A partir de aquí, se puede entender la mumia como amalgama del elemento momificante con el organismo humano. De este modo, Andrés Laguna, en su Dioscórides traduzido e illustrado (1555, glosa a i, 79-81), al comentar el pissasfalto, 6

Sigo en esta parte de la exposición el documentado estudio de González Manjarrés (2010), con otras referencias incorporadas al hilo del discurso.

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entiende que la auténtica «mumia árabe» es este mineral «inficionado» con los humores del muerto embalsamado. Con esta clave, el término continuó variando su sentido. La mumia como exudado de cadáveres embalsamados había tenido una evolución lógica, pues se buscó esta sustancia en el interior del cuerpo, en particular en abdomen y cabeza, en donde se hallaba una masa viscosa similar; y después, en general, en la carne momificada. Así, en la Chirurgia magna (1363) de Guy de Chauliac, mumia se define como «caro mortuorum balsamitorum» (i, 455; González Manjarrés 2010: 190). Tal es el origen de la locución carne momia de la glosa de Hernán Núñez, fórmula lexicalizada que recogerán Covarrubias (vid. infra) o el Diccionario de autoridades (1729, s. v. carne momia), este con cita expresa del Comendador Griego. Por esta vía se habilitó el último paso de la evolución del término: por sinécdoque de la parte por el todo, la mumia-momia pasa a ser no ya la carne, sino el cuerpo momificado íntegro. Aunque González Manjarrés (2010: 190) considera que tal traslación semántica hubo de ser inmediata, por una vez no aduce prueba documental. En todo caso, el proceso fue sin duda anterior al s. xix, pese a los juicios de Corominas (1980a, s. v. momia) o Corriente (1999, idem), pues, por ejemplo, el diccionario de Terreros (1786, s. v.) ya definía momia como «cuerpo antiguamente embalsamado», y abajo veremos ejemplos más antiguos. En el fondo, la evolución del concepto mūmiyā-mumia-momia se debió principalmente a la misma evolución del objeto. Su uso terapéutico generalizado en los países árabes y europeos provocó la escasez y carestía progresivas del producto: tanto el pisasfalto como la emulsión del añejo cadáver embalsamado en Egipto eran sustancias muy costosas y difíciles de conseguir. Por eso se buscaron alternativas como los humores del interior del cuerpo y la carne momia. Pero, a medida que aumenta la demanda, incluso se recurre a embalsamamientos recientes o momificaciones espontáneas, y también constan casos marcadamente fraudulentos: sucedáneos del pisasfalto o, simplemente, cadáveres sin momificar. Se constituye, así, un intenso tráfico de momias, auténticas o supuestas, que, de acuerdo con las fuentes, está fundamentalmente en manos de comerciantes judíos (Reichman 1997). En líneas generales, las propuestas etimológicas ibéricas tradicionales estuvieron lastradas en su base por una pobre documentación de los préstamos romanceados momia o mumia, que hoy conocemos mejor.7 Por ejemplo, Corominas (1980b, s. v. mòmia), en vista de la entrada supuestamente tardía de momia 7

El catálogo presentado por Herrera y Vázquez (1991) debe completarse con un corpus textual como ADMYTE (1999, ss. vv. momia-momja y mumia-mumja).

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en castellano, llega a postular su origen catalán, lengua que conocía ejemplos del s. xiv; pero momia-mumia se encuentra ya en el Libro de las animalias que caçan (1250) de Alfonso el Sabio, versión castellana del Moamín árabe. Es, en efecto, la traducción de obras médicas y veterinarias el cauce para la entrada del término, que, bajo estas dos formas momia-mumia, presenta una treintena larga de ejemplos en doce obras vernáculas distintas. Entre los siglos xiii a xv, se encuentran aquí, además de la adaptación del Moamín, los romanceamientos de Dancus rex, los Synonima Nicolai, la Chirurgia maior de Lanfranco, el Fasciculus medicinae de Ketham, el Lilium medicinae de Gordonio, la Chirurgia magna de Chauliac y el De virtutibus herbarum de Macer, al lado de compilaciones inspiradas en estas tradiciones, como el Libro de la montería de Alfonso XI, el Libro de la caza de las aves de Pero López de Ayala, las Recetas de Gilberto, el anónimo Tesoro de los remedios y el Sumario de la medicina de Francisco López de Villalobos. De acuerdo con el uso habitual, normalmente la momia-mumia aparece como remedio terapéutico sin definición, aunque en cuatro de estos textos aflora el concepto con mayor o menor claridad. Además de la traducción del ya citado Guy de Chauliac (1498; «mumia: carne de los muertos balsamados», fol. 180r), es también el caso de los Sinonima de los nombres de las medeçinas, el Libro de la caça de las aves de López de Ayala y las Recetas de Gilberto. De singular valor resultan aquí los Sinonima, versión castellana copiada a finales del s. xiv de unos Synonima Nicolai, glosario médico que dedica una entrada a nuestra voz: «Momia, i[d est], superfluydat que se falla en los rrencones de las sepolturas de los omnes muertos balsamados. En en lugar della ponen carrne de omne seca» (Mensching, ed. 1994: 127). Se advierte aquí, en primera instancia, el concepto de momia por exudación del cuerpo embalsamado. Pero, además, cabe destacar el apunte final, prevención contra los referidos fraudes comerciales, un detalle que, de acuerdo con Mensching, es exclusivo de este romanceamiento castellano. Por la época, en el Libro de la caça de las aves de López de Ayala, entre los remedios más eficaces para tratar roturas óseas en cetrería, se recomienda la mumia, «que es la más preçiosa medeçina para los quebrantamientos del falcón que puede ser, e es fecha de carne de hombre confaçionada, e la mejor d’ella es la cabeça» (lxvii; Cummins, ed. 1986: 203-204). En confaçionada ‘preparada’ (variantes confecionada-conficionada) parece implícita la idea de embalsamamiento, pero, en particular, la referencia a la obtención de la momia a partir de la cabeza humana nos sitúa ante la primera ampliación del sentido de la mūmiyā orgánica, cuando esta se busca en el interior del cuerpo.

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En cuanto a las Recetas de Gilberto, son testimonio cuatrocentista de los últimos escalones de momia en sentido orgánico, la carne momia, la sustancia extraída de las partes blandas del cadáver: «Iten dize Abizena: toma momia, que es carne de omne, & ençienso & almástiga, sangre de dragón, todo por ygual peso, & muélelo todo esto en vno...» (fol. 21v; ADMYTE 1999). Y adviértase que aquí ni siquiera hay trazas ya de la idea de embalsamamiento, lo que ilustra cómo se fueron desdibujando los planteamientos originales. Al margen de los textos médicos, dos poemas cancioneriles del Comendador Román, que no figuran en corpus al uso como ADMYTE y, por ello, tienden a pasar inadvertidos, acaso presenten las documentaciones más antiguas de momia en sentido antropomórfico inequívoco. Una breve composición burlesca contra Antón de Montoro (c. 1404-1480) contiene una enigmática referencia. La pieza de Román, al integrarse en el corpus poético de Montoro, se ha beneficiado de la singular fortuna editorial de este autor. Pero, desde Cotarelo (ed. 1900), los editores se desentienden de la extraña alusión del verso 3: Román a Montoro, no queriendo paz Record’, Antón, que dormís: ¿sois las islas de Guinea, o las momias d’Alanquís [variante Alanguís],8 o la tierra de Judea con su qüento de rabís? Vos, figura de baúl, ombre de mala razón, bien sabéis qué es Cinquipul: aunque agora sois Antón, primero fuistes Saúl (ID3020R3019; Ciceri y Rodríguez Puértolas, eds. 1990: 207).

Desde la formalización dalanguis-dalanquis del manuscrito MN19, por el habitual deslinde de una preposición de apocopada y el uso de mayúscula inicial, sí hay acuerdo tácito a la hora de entender Alanguís-Alanquís como un nombre propio, que ha de ser topónimo en consonancia con Guinea y Judea. Pero, en lo que conozco, solo Monique de Lope (1993: 90) ha procurado una hipótesis de interpretación: Alanguís –pues la estudiosa francesa prefiere esta forma– es la 8

Pese a ser el cancionero MN19 el único testimonio de esta composición, los editores modernos oscilan entre Alanquís (Cotarelo 1900, Costa 1990, y Ciceri y Rodríguez Puértolas 1990) y Alanguís (Cantera y Carrete 1984).

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ciudad egipcia de Guiza, es decir, Al-Ŷīza, cuyas momias representan su célebre necrópolis. Por lo que hace al topónimo, tras el artículo árabe Al-, la transformación de Ŷīza es verosímil no solo por acción de los copistas, sino del propio autor –los libros de viajes abundan en este tipo de deformaciones de nombres exóticos–. Pero interesa en particular la acepción de momia, que, según De Lope asume implícitamente, coincidiría grosso modo con el uso moderno. Lo cierto es que el conjunto del poema apoya esta lectura: en la ficción, el alter ego del judío Montoro es un hombre dormido, cuyo cuerpo tendido es asimilable a islas y tierra de gentiles, así como a inertes momias africanas.9 Otro poema de Román («Vós mi Dios por mi tristura», id0265) confirma tal interpretación. Es esta una pieza amoroso-burlesca en donde alternan coplas de elogio femenino, según los cánones del cancionero amatorio, y otras de irónica autocensura, pues, según la rúbrica, la amiga del poeta ha decidido rechazarlo finalmente por feo. En concreto, en la estrofa xi se describe la desmañada figura del galán mediante diversas analogías, momia incluida: Yo nascí con gran pedrisco, cual por mi razón se trata, con cara hecha de trisco, con visión de basilisco que todas las gentes mata; parescí sin detenencia espantable como gomia, cara propia de dolencia, figura de pestilencia y más fea que la momia (Mazzocchi, ed. 1990: 58-59).

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Con toda probabilidad, pues, ambos pasajes de Román manifiestan el uso de momia en comparaciones antropomórficas, en alusión a un cadáver más o menos incorrupto. Con esta perspectiva, no resulta teóricamente descartable una acepción similar para el verso de Mena («e como en arena do momia se espera») y sus glosas manuscritas («... de los cuerpos de aquellos se faze la momia»). Sin embargo, en vista del complejo panorama examinado, conviene seguir evaluando la hipótesis con prudencia.

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En contraste, Costa (2000: 48) obvia el problema no solo en su edición, sino también en su estudio de las contiendas poéticas de Montoro.

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3. Momificación espontánea en las arenas del desierto Ninguno de los textos precedentes aporta una nota esencial de la momia según Mena y sus comentaristas del s. xv, que añaden un elemento inhabitual en la tradición médica: la momificación no artificial, sino espontánea, producida en el cuerpo sepultado bajo las arenas del desierto. Si nos remontamos progresivamente hacia nuestro Cuatrocientos, en el s. xviii el padre Feijoo aporta interesantes noticias. En el volumen iv de su Teatro crítico (1730), el discurso 25 se dedica a las «Momias egipciacas». Aquí, además de mostrar su escepticismo acerca de las cualidades terapéuticas de la momia –de hecho, con vestigios de uso todavía en el s. xx (Aufederheide 2003: 518)–, Feijoo se hace eco de las distintas acepciones del término, que incluyen tanto el cuerpo embalsamado como el conservado por causas naturales: Dase el nombre de mumias a aquellos cadáveres que hoy se conservan embalsamados por los antiguos egipcios. Bien que la voz mumia ya se hizo equívoca, porque unos entienden en ella el cadáver que se conserva en virtud de aquella confección de que hemos hablado; otros la misma confección; otros el mixto que resulta de uno y otro; otros, en fin, quieren que esta voz se extienda a aquellos cadáveres que en las arenas ardientes de la Libia prontamente desecados ya por el aridísimo polvo en que se sepultan, ya por la fuerza del sol, se conservan siempre incorruptos (Teatro crítico iv, 25, §66; cursiva mía).

A partir de la bibliografía médica vigente en su época, Feijoo dibuja el mismo panorama de tráfico de momias fraudulentas que se venía denunciando desde siglos atrás, que considera igualmente promocionado por mercaderes judíos, si bien condena la complicidad cristiana: Pero lo peor que hay en la materia es que la mumia legítima, esto es, la egipciaca, no se halla jamás en nuestras boticas. Así lo testifican el Matiolo Sobre Dioscórides y Lemeri en su Tratado universal de drogas simples. Este último dice que la que se nos vende es de cadáveres que los judíos –y también algunos cristianos–, después de quitarles el celebro y las entrañas, embalsaman con mirra, incienso, acíbar, betún de judea y otras drogas; hecho lo cual, los desecan en el horno para despojarlos de toda humedad superflua y hacerlos penetrar de las gomas, lo que es menester para su conservación. Matiolo ni aun tanto aparato admite en lo que se vende por mumia, pues dice que solo se prepara con el asfalto o betún de judea –de quien tomó nombre el lago Asfaltites– y pez; o bien con la napta o pisasfalto, que es otra especie de betún muy parecido a la mezcla del de judea y la pez, por cuya razón este se llama pisasfalto artificial y aquel natural (ibidem, §69).

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A decir del benedictino, si incluso el valor médico de las verdaderas momias embalsamadas es dudoso, las propiedades de sucedáneos como los cuerpos conservados en el desierto resultan aún más discutibles: «Yo creo que un cadáver desecado por intenso calor del Sol es duplicado cadáver, esto es, destituido no solo de aquella virtud que se requiere para las acciones humanas, mas también de la que es menester para los ejercicios médicos» (ibidem, §70). En línea semejante, ediciones tardías del Lexicon medicum de Stephanus Blancardus (1650-1704), como la estampa de 1748, acogían distintas acepciones de mumia, entre ellas el cadáver desecado bajo las arenas del desierto. Sin embargo, como ha subrayado González Manjarrés (2010: 165-166), en las primeras ediciones de la obra (1680 y 1683) faltaban tales detalles, de manera que, sin descartar por completo una adición autorial, cabe sospechar una refundición posterior. Indudablemente en el s. xvii, la momificación espontánea de cuerpo humano en el desierto suministra la carne momia según el Tesoro de Covarrubias (1611, s. v. momia carne). La del cuerpo humano que se ha enjugado y secado, que ordinariamente dicen hallarse en los desiertos, adonde las arenas suelen ser llevadas de una parte a otra con el aire, y cubrir los hombres soterrándolos debajo; y así se dijo carne momia, quasi amomia, de ἄμμος ‘arena’.

Las fuentes expresamente declaradas son el padre Pineda (Monarchía eclesiástica vii, 1, 4), Andrés Laguna (Dioscórides traduzido i, 79-81) y, vagamente, Nebrija, quien supuestamente había empleado la forma munia. Pero, por lo que respecta a este último, momia-mumia-munia no figura ni en las primeras versiones de los vocabularios latino-español (1492) y español-latino (c. 1495) (ADMYTE 1999), ni en la edición conjunta de 1520, última supervisada por el autor; si acaso, tal vez Covarrubias maneje un Nebrija refundido. En cuanto a Laguna, según veíamos atrás, comenta el pissalfalto dioscorídeo, que vincula con la mūmiyā árabe entendida como amalgama del mineral y partes del cuerpo embalsamado, pero en ningún momento se refiere a la momificación natural en el desierto. En realidad, es el primer modelo invocado, Juan de Pineda (1576), quien proporciona a Covarrubias tanto los realia como la base etimológica desde amomia. En el pasaje a que el Tesoro envía, recrea Pineda el itinerario de Alejandro Magno por el desierto libio en busca del templo de Amón: Todos los historiadores de esta famosa quanto peligrosa jornada dizen que, començando a engolfarse por aquellas soledades, los dos primeros días lo passaron bien trabajosamente, mas que, después que más se metían por la tierra,

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perdieron de el todo la tierra de vista, no hallando sino arena que no les suffría encima de los pies de menuda y seca, sin que sus ojos descubriessen árbol ni cosa verde de quantas Dios crio. Con lo qual no se podían tener en las piernas brumadas de no hallar cosa maciça en que pisar, y el agua se les auía acabado a los quatro días o poco más, y el sol quemaua más que callentaua, con lo qual todos renegauan de Alexandre que a tal matadero los lleuaua, que, a soplar vn poco el ayre, no auía más que leuantarse las arenas y hazer montes de sí, y tomarlos debaxo y dexarlos allí para siempre soterrados, como ya auía acontescido a Cambyses y a otros reyes. Y de allí se llama la carne momia, que se ha de dezir amomia del templo de Amón (Monarchía eclesiástica vii, 1, 4; vol. vv, fol. 131v; cursiva mía).

La última autoridad explícitamente aprovechada por Pineda en el contexto previo era Arriano, y poco antes había remitido a Quinto Curcio. Ambos historiadores refieren, sí, el episodio alejandrino, pero describen –sobre todo el latino– un penoso camino a través de un desierto abrasador sin referirse en absoluto a cuerpos sepultados por la arena (Arriano, Anábasis iii, 3; Curcio, Historiae iv, 7). Pineda adorna, pues, su narración con otro referente expreso: lo «acontescido a Cambyses y a otros reyes». Y justamente este es el primer precedente clásico de la carne momia que había señalado Núñez en su glosa del Laberinto, la muerte del ejército de Cambises en el desierto de Amón, al lado del similar fin de los nasamones en guerra contra el Austro, con fundamento en Heródoto (Historias iii, 26; iv, 173), Trogo ( Justino, Epitome i, 9) y Aulo Gelio (Noctes Atticae xvi, 11). De estos autores, la fuente principal es Heródoto, pues Trogo-Justino solo desliza una brevísima alusión al caso de Cambises, y Gelio, a propósito de los nasamones, sigue expresamente al historiador griego. Con todo, aunque en estos relatos sea central la muerte bajo las arenas del desierto, nada se dice de la momificación, ni siquiera de modo parafrástico. Esto resulta particularmente sintomático por cuanto el más antiguo e importante testimonio europeo sobre los rituales fúnebres en torno a las momias egipcias es justamente Heródoto (Historias ii, 85-90), al lado de Diodoro Sículo (Biblioteca i, 91-93). No se refieren aquí, claro está, casos de momificación espontánea, sino los procesos del embalsamamiento artificial. Y es obvio por qué a los lectores tardomedievales y renacentistas les resultó difícil relacionar tales noticias con la mūmiyā-mumia orgánica e incluso la carne momia de los tratados médicos árabes y mediolatinos: porque el griego, como el latín clásico, carece de terminología análoga para el concepto de momia, y los autores deben recurrir a la paráfrasis –así, Heródoto habla simplemente de νεκρóς ‘cadáver’ y ταριχεύω ‘embalsamar’–, poco transparente para tender puentes con la voz árabe de ascendencia egipcia.

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Por ello, al no encontrarse auctoritates clásicas evidentes para explicar el trasfondo de mumia-momia, en el mejor de los casos –Núñez o Pineda– se echa mano de la erudición para rememorar relatos antiguos de muertos en las arenas del desierto. Pero, por otra parte, esto demuestra que se conoce la realidad de las momificaciones espontáneas por acción de la arena y el calor, de ahí la derivación hacia este concepto. Entre los antropólogos, domina la teoría de la génesis de la momificación artificial a partir de la constatación de momificaciones naturales (Palao 2007: 77-127). En el período predinástico de Egipto, los más de dos mil cuerpos exhumados en Naqada, al norte de Luxor, en su mayoría se habían momificado espontáneamente. Estos casos, planificados o accidentales, debieron de alentar los procedimientos artificiales para potenciar la momificación, conocidos en el Período Arcaico egipcio y progresivamente mejorados hasta alcanzar un alto grado de sofistificación desde el Nuevo Reino (Aufderheide 2003: 212-259). En la Edad Media occidental, a falta de fuentes antiguas expresas sobre la momificación natural por desecación, los viajeros por el norte de África probablemente se constituyeron en el principal canal de difusión de estas noticias. Nuestro Pero Tafur (c. 1405-1480), cuando menos, es buen indicio de ello, con arreglo al testimonio de sus Andanças e viajes, que, a raíz de su itinerario por Egipto, nos dejan este relato: E partimos del Cayro, e yendo por aquellas arenas muertas del Egypto con muy grande trabajo e grande peligro, la calor tan grande que dudaba onbre de poderlo sofrir. En estas arenas dizen que se faze la momia, que es carne de onbres que mueren allí, e con la gran sequedat non podresçen, mas consumiéndose aquel húmido radical, queda la persona entera e seca, tal que se puede moler ( Jiménez de la Espada, ed. 1874: 58).

El pasaje, además, proporciona una concordancia interesantísima por letra y espíritu, pues la expresión «se faze la momia» es análoga a un segmento de la glosa manuscrita del Laberinto. Pero momia es claramente para Tafur no el cuerpo en sí («la persona entera e seca»), sino su carne, esto es, la carne momia de Núñez, Covarrubias o Autoridades. Ello apunta a que, en Mena y su temprano comentario, la voz momia debe de estar tomada en esta misma acepción, si bien, al atestiguar Román el sentido antropomórfico del término, persiste cierta duda. En todo caso, estos usos ambiguos de Mena y sus primeros comentaristas facilitaron la traslación semántica de momia desde la parte al todo.

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Importa subrayar, desde otra perspectiva, la comprensible ausencia de una auctoritas declarada en las tempranas glosas del Laberinto para sanción de las momificaciones espontáneas en el desierto, pues faltaba la noticia precisa tanto en los clásicos como en los tratados médicos medievales. El fundamento del comentario habrá que buscarlo, por tanto, en el conocimiento de los casos por vía oral, según pone de relieve Tafur.

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