Urbano, más-que-urbano

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Urbano, Más-Que-Urbano Mario Perniola Universidad de Roma II, Tor Vergata RESUMEN El autor sostiene que, dentro del pensamiento sobre el fenómeno urbano, la plausibilidad de la tradicional dicotomía entre el concepto de ciudad (fuente de arraigo, orgánica, comunitaria, tradicional) y el de metrópoli (fuente de liberación, funcional, individualista, moderna) adolece hoy en día de ciertos aprietos. De ahí que desarrollos intelectuales como los de Walter Benjamin a través de sus pasajes o como la noción de poética del espacio urbano hayan venido justamente, a lo largo del siglo XX, a tratar de superar pareja disyuntiva. Sin embargo, en opinión del autor, ni Benjamin ni la poética del espacio urbano logran su objetivo, pues a la postre no hacen sino mezclar o desleír los dos conceptos tradicionales de ciudad y metrópoli, sin entrar en un verdadero cuestionamiento filosófico de ambos. Tal cuestionamiento sólo se lograría desde aquello que el autor propone denominar “lo más-que-urbano”; idea que, en primer lugar, separa lo urbano de su vinculación con un espacio determinado (como ya hiciera San Agustín con su civitas Dei); pero además, en segundo lugar, se aleja de cualquier requerimiento de un proyecto común entre sus integrantes. Lo más-que-urbano consistiría, pues, en un mero estar-entre (inter-esse), atento más a la presencia en una red que a un objetivo concreto o a una experiencia subjetiva (como la del nómada) de uno u otro cariz. La pertinencia de lo más-que-urbano en tiempos como los nuestros, de redes sociales, comunidades virtuales, internet 2.0, etc., parece pues no carecer de cierto empaque. ABSTRACT In urban thought, it’s been quite common to make use of the dichotomy between the concept of city (as a place for rooting, traditions, community, organicism) and the concept of metropolis (as a place for emancipation, modernity, individualism, functionality). Nevertheless, the author purports that this sharp opposition between both concepts has recently come to an end. In fact, Walter Benjamin’s idea of passages, as well as the notion of urban space poetics, have been decisive during the 20th century in trying to overcome such a dualism. The author defends, though, that these two intellectual developments are not as effective as they should: each of them tries either to mix or to fade the notions of city and metropolis, but neither bothers to philosophically question the pertinence of both concepts as such. The author defends thus that we need to invent a new notion, the notion of “morethan-urban”: a notion that would clearly separate “urbanism” from a given space (as Saint Augustine already did with his civitas Dei), but also from a given common project. The “more-than-urban” would consist, then, in a being-in-between (inter-esse), that would care more about its presence on a net than about a concrete goal or a subjective experience (like the nomad’s experience, for instance). Today’s emergence of social nets, virtual communities, internet 2.0, etc. seems to uphold the persuasiveness of such a position.

ARTIFICIUM: Revista Iberoamericana de Estudios Culturales y Análisis Conceptual Año 4, Vol. 1 (2013), pp. 34-40. ISSN 1853-0451

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Mario Perniola 1. La ciudad y la metrópoli

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l debate sobre el fenómeno urbano se ha llevado a cabo durante décadas dentro de los límites de la oposición entre ciudad y metrópoli. Cada una de estas dos nociones se ilustró a inicios del siglo XX por parte, respectivamente, de dos clásicos de la sociología urbana: Max Weber y Georg Simmel. El primero de ellos, en las páginas de Economía y sociedad, vio en el hermanamiento comunitario fundado sobre un juramento la esencia de la ciudad occidental: la originaria heterogeneidad, así como el hecho de que los habitantes sean extraños unos con respecto a otros, se superan ambos por la constitución de un grupo social orgánico que se identifica con el área de la ciudad, que se instala mediante usurpación como poder legítimo y que, en suma, está dispuesto a defender con las armas su propio territorio. El segundo autor, en el ensayo La metrópoli y la vida del espíritu, estudió los procesos psicológicos y sociales a través de los cuales se constituye el modo de ser metropolitano, asentado sobre una cada vez más acentuada especialización funcional del trabajo, sobre una completa autonomía y libertad en la vida privada, sobre una lucha incesante en pro de la autoafirmación del individuo; también la metrópoli tiene una dimensión territorial propia que se extiende hasta donde subsista la posibilidad de mantener el anonimato, la privacidad, la



actitud blasée [de hastío], es decir, hasta allí donde los habitantes sigan siendo heterogéneos y extraños los unos para con los otros en todo cuanto vaya más allá de sus meras relaciones funcionales. A partir de estas dos concepciones opuestas del fenómeno urbano, que hallan su modelo respectivamente en la ciudad occidental tradicional y en la metrópoli moderna europea, se derivan toda una serie de ulteriores determinaciones. Según la primera concepción, la ciudad se piensa como lugar de pertenencia y de participación, como organismo, como Gemeinschaft, como comunidad urbana; según la segunda concepción, la metrópoli se piensa como lugar de emergencia y de emancipación, como función, como Gesellschaft, como sociedad emancipada. La ciudad comunitaria y la metrópoli funcional son objeto de una vasta literatura dentro de la cual la apología de una de ellas se acompaña de una crítica a la otra. De acuerdo con la primera concepción citada, la ciudad se ha venido entendiendo como manifestación de una vida unitaria y orgánica en que el hombre puede realizar de modo completo su propia naturaleza (Lewis Mumford); como estructura con forma de semilattice [retícula deformada] que garantiza la fusión armónica de los diferentes elementos de la vida social (Christopher Alexander); como biotopos, es decir como lugar en que las más diversas formas de vida alcanzan un equilibrio

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y persisten en el mismo (Alexander Mitscherlich); como madre, matriz, garantía de identificación y de seguridad, de autorregulación y de crecimiento (Henry Van Lier); como expresión de un genius loci, de una experiencia del significado de los lugares (Christian Norberg-Schulz). De acuerdo con estas perspectivas, el advenimiento de la metrópoli moderna señalaría la pérdida más o menos irremediable de esta relación feliz con el medio ambiente y la instauración de una condición alienada y reificada. No obstante los defensores de la metrópoli nos invitan a observar que la “relación de vecindad” sobre la que se funda la ciudad medieval no genera solamente relaciones de tipo positivo, sino también tensiones y conflictos (Thomas A. Reiner); que únicamente la gran ciudad permite la emancipación, el progreso, el desarrollo pleno de las fuerzas innovadoras; que funcionalidad es sinónimo de habitabilidad; que el ordenamiento racional del medio ambiente y la planificación a escala urbana y territorial constituye una tarea política imprescindible. En realidad, uno no puede sustraerse a la impresión de que la entera querelle [disputa] entre organicismo y funcionalismo, entre naturalismo y racionalismo, pertenezca a una era ya concluida. No por casualidad en tiempos recientes la reflexión sobre la ciudad ha tratado de liberarse de la rígida oposición entre ciudad y metrópoli: las manifestaciones más interesantes



de tal reflexión, esto es, la estética de la metrópoli de derivación benjaminiana y la poética del espectáculo urbano, se pueden retrotraer ambas a una intención común de plantear en nuevos términos el análisis del fenómeno urbano. La estética de la metrópoli, que cuenta en Walter Benjamin con su más importante inspirador, no niega los aspectos desagradables o alienantes de la metrópoli, sino que sostiene que justamente a partir de su profundización puede nacer algo nuevo y positivo, que incluso aquello que parece a primera vista comprometido esconde ocultas potencialidades. Las páginas dedicadas por Benjamin a los passages, los pasajes parisinos (aquellas galerías decimonónicas que atravesaban los edificios de parte a parte y que estaban dotadas de negocios y atracciones varias) constituyen el ejemplo paradigmático de tal actitud. El pasaje es por un lado el lugar de la alienación, el templo en el cual el capital celebra sus triunfos: los pasajes son un centro para el comercio de artículos de lujo, unos precursores de los grandes almacenes, el espacio urbano en que el arte entra al servicio del comerciante. Por otro lado, sin embargo, son al mismo tiempo el lugar de la patria reencontrada: no por casualidad Charles Fourier –observa Benjamin– ha visto en los pasajes el canon arquitectónico del falansterio, del País de Jauja, el lugar por excelencia en el que vivir, y ha imaginado su ciudad ideal como

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Mario Perniola una ciudad de pasajes. El pasaje es por lo tanto para Benjamin al mismo tiempo la imagen de un pasado antiquísimo y la metáfora urbana del porvenir, la rememoración del seno materno y el resultado de la lucha por la emancipación. Esta solución dialéctica de la oposición ciudad-metrópoli resulta sin embargo, como bien puede verse, insatisfactoria justamente por su escasa radicalidad: se limita a considerar la metrópoli como si esta fuese una ciudad, la sociedad como si ella contuviese en sí misma las semillas de una comunidad; pero no se interroga sobre la pertinencia actual de ambos conceptos y presupone de forma subrepticia que ambas nociones, la de ciudad y la de metrópoli, siguen siendo igualmente válidas para comprender la situación presente. Por el contrario, sí que se ha intentando una mediación entre la ciudad y la metrópoli a través de la poética del espectáculo urbano. Esta intenta sustraerse a la alternativa entre participación ciudadana, por un lado, e individualismo metropolitano, por otro, mediante la detección de un tercer término, el espectáculo urbano, el cual por una parte implica la presencia de un vasto público, de una multitud, pero por otra parte no se hace empero ilusiones sobre el efectivo carácter comunitario de tal aglomeración. El hecho de que se pueda, mediante la utilización de cierta técnica, llegar a presentar el fenómeno urbano en su conjunto (ciudad y metrópoli) ante sus



propios habitantes bajo una indumentaria maravillosa responde al propósito de presentar como perturbador y extraño lo que se presupone como acostumbrado y conocido. Tal poética produce un efecto de “extrañamiento” urbano, cuyo resultado debería ser sin embargo una reapropiación del fenómeno urbano en su tensión entre ciudad y metrópoli. Con todo y con eso, en realidad los elementos negativos y destructivos prevalecen aquí ampliamente sobre los positivos y afirmativos. Así, en el espectáculo urbano tanto la ciudad como la metrópoli se ven despojadas de sus características esenciales y acaban viéndose reducidas a una mera decoración. No se obtiene de esta manera una mediación entre la solidaridad ciudadana y el individualismo metropolitano, sino únicamente un decaimiento de toda actividad en beneficio de una contemplación pasiva de la dimensión formal del fenómeno urbano, no muy diferente de lo que propugna el llamado “postmodernismo” arquitectónico. 2. Lo más-que-urbano Parece imposible escapar a estas dificultades mientras que sigamos ligando inseparablemente la dimensión urbana, lo urbano, a un territorio, a un lugar circunscrito y geográficamente determinado: poco importa si pequeño (como en el caso de la ciudad tradicional) o grande (como

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en el caso de la metrópoli). La experiencia contemporánea va en una dirección bien distinta: el aumento vertiginoso de la movilidad individual y de las relaciones interpersonales, la difusión a escala continental y planetaria de los mismos modelos culturales, el traslado por todo el orbe de objetos, situaciones y problemáticas locales, el encuentro de las telecomunicaciones y de la informática en la creación de redes que envuelven el mundo entero; todo ello deja obsoleta cualquier planteamiento meramente territorial del fenómeno urbano. Este se emancipa tanto de la ciudad como de la metrópoli y adquiere un significado autónomo con respecto a cualquier determinación espacial. La primera intuición de una ciudad que no se identifica con un territorio se debe probablemente a San Agustín. Su civitas Dei es peregrina en el mundo: no obstante, tiene su fundamento en la fe. La civitas Dei agustiniana aspira obviamente a la superación de la heterogeneidad de sus miembros en un hermanamiento espiritual que trasciende el espacio, en una iglesia. Dentro del ámbito de la sociología urbana del siglo XX, fue Louis Wirth, en su ensayo El urbanismo como modo de vida (1938), quien consideró el modo de vida urbano como algo que no tiene confines y que se extiende continuamente a través de los medios de comunicación. Aquello que caracteriza el urbanismo según Wirth es la desaparición de la unidad territorial



como base de la solidaridad social, acompañada de la búsqueda de nuevas formas de agregación, fundadas sobre las aspiraciones individuales: el pulular del asociacionismo voluntario constituía, en su opinión, el aspecto esencial de lo urbano. Estas determinaciones, que poseen el mérito de emancipar el fenómeno urbano con respecto al territorio, resultan no obstante del todo insuficientes para comprender lo más-que-urbano contemporáneo. Esto nace no ya de una extensión ilimitada de la noción clásica o medieval de ciudad (como la que hacía San Agustín), ni tampoco de una extensión ilimitada de la noción decimonónica de metrópoli (como la efectuada por Wirth), sino de una deconstrucción de ambas. Lo más-que-urbano no surge de un vínculo comunitario gracias al espacio ni tampoco de la relación funcional que prescinde del espacio. Es, si acaso –tal y como escribió Melvin M. Webber en su artículo “Lugares urbanos y esfera urbana no local” (1964)–, “el conjunto de los grupos heterogéneos de individuos que se comunican entre sí a través del espacio”. Son los fenómenos de campo en vez de los fenómenos de lugar –decía Webber– los que pueden ponernos más adecuadamente en condiciones de tratar el problema de la creciente afocalidad de la vida urbana. Si la esencia de lo urbano es la interacción social entre personas heterogéneas, ello no puede localizarse ya en un punto

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Mario Perniola preciso del espacio, en un centro, en un territorio; pero tampoco puede entenderse como una comunidad ideal mundial o como una asociación internacional de personas especializadas en un cierto sector o ligadas entre sí por una cierta meta, por un cierto proyecto, sea cual sea su fin. Lo más-que-urbano no funda ni una iglesia ni una corporación empresarial. Iglesia y corporación empresarial son agregados de personas que tienden a la homogeneidad. El vínculo comunitario y la relación funcional están demasiado determinados y son demasiado unívocos en sus contenidos. Hoy, por el contrario, se está afirmando un tipo de relación más polivalente e indeterminado, capaz de asumir paulatinamente las determinaciones más opuestas dependiendo de las circunstancias, de las ocasiones, de la situación objetiva. Lo esencial no es ahí ya el hermanamiento (como en lo urbano de la ciudad o como en la iglesia), ni tampoco la utilidad (como en lo urbano de la metrópoli o como en la asociación profesional), sino el formar parte de un sistema de relaciones, de una red de comunicaciones. Cuál sea el papel que se juegue luego en el interior de tal red resulta secundario: depende del kairós, de la “voluntad de Dios”. El comportamiento más-que-urbano se caracteriza por su plasticidad: se puede convertir uno en amigo o enemigo de quienquiera; se puede obtener ganancia o daño de lo que sea. Todo eso cuenta sólo



relativamente. Lo que importa por el contrario es no quedarse fuera del juego, no ser excluido de la red y permanecer en el ámbito del interés. Lo más-que-urbano es el horizonte de las personas interesadas, ligadas por el interés, en el sentido etimológico de la palabra inter-esse: estar entre, estar en medio. No por casualidad “interés” originariamente quería significar tanto una ventaja como una desventaja. La noción de interés debe despojarse de sus aspectos subjetivistas y egoístas y entenderse en su dimensión social, relacional, interpersonal, como adhesión a una estructura dinámica cuyos elementos no pueden cambiarse al arbitrio del individuo. El interés no designa la tendencia a la satisfacción del propio deseo (como para los materialistas franceses del siglo XVIII), sino que por el contrario apunta a un ponerse-entre que implica el abandono de cualquier deseo subjetivo, junto con la disponibilidad a transitar de lo mismo a lo mismo. En tiempos recientes se ha concebido este tránsito como deriva y como nomadismo. La diferencia entre el tránsito y estas otras nociones está en la dimensión subjetiva que estas últimas conservan. Quien transita no es un sujeto, es alguien que se ha hecho nadie, para poder ir potencialmente a cualquier parte. Esta experiencia de no ser nadie, perseguida no como la astucia de Ulises, ni como el símbolo místico de la nulidad humana, sino

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como el lugar de la exterioridad y de la publicidad, constituye un aspecto esencial de lo más-que-urbano. El contacto directo con la sociedad y con la historia no pasa a través de la imposible restauración de la ciudad y de la metrópoli, sino a través de la disponibilidad a recorrer como una aguja el tejido sin centro ni periferia de la sociedad más-que-urbana. Y si alguien quiere por fuerza considerar esta como oscura, no lo será como la noche en que todas las vacas son negras (según la expresión hegeliana), sino como la noche “costurera de estrellas” (según la expresión heideggeriana). Bibliografía Benjamin, Walter (1971): Angelus novus, traducción de H. A. Murena. Barcelona: Edhasa. Giorgi, Rubina (1977): Figure di nessuno. Nueva York-Milán: Out of London Press. Heidegger, Martin (1989): Serenidad, traducción de Yves Zimmermann. Barcelona: Ediciones del Serbal. Mazzoleni, Donatella (ed.) (1985): La città e l’immaginario. Roma: Officina. Perniola, Mario (1977): “Notes pour l’histoire de l’urbanisme labyrinthique”, Espaces et sociétés, 20-21 (marzo-junio).



Perniola, Mario (1984): “Poetiche della città”, en Giacomo Martini (ed.): Città e metropoli : le culture, i conflitti. Módena: Magazine. Simmel, Georg (1986): “Las grandes urbes y la vida del espíritu”, en Georg Simmel: El individuo y la libertad: ensayos de crítica de la cultura, traducción de Salvador Mas. Barcelona: Península, 247-261. Webber, Melvin M. (1970): “El lugar urbano y el dominio urbano ilocal”, en Melvin M. Webber (ed.): Indagaciones sobre la estructura urbana. Barcelona: Gustavo Gili, 73-140. Weber, Max (2002): Economía y sociedad: esbozo de sociología comprensiva, traducción de José Medina Echavarría et al. Madrid: FCE de España. Wirth, Louis (1962): El urbanismo como modo de vida, traducción de Víctor Sigal. Buenos Aires: Ediciones 3.

Traducción de Miguel Ángel Quintana Paz, a partir del texto italiano cedido expresamente para esta revista por el autor y publicado originariamente en Perniola, Mario (1986): Presa diretta. Estetica e politica. Venecia: Cluva, 151160. Este trabajo se enmarca dentro del proyecto de investigación de la Junta de Castilla y León titulado Nuevos paradigmas de la interactividad (referencia UMC01A08).

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