“Camanchaca” de Diego Zúñiga: La memoria en fragmentos

July 8, 2017 | Autor: F. Marin Naritelli | Categoria: Literatura
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"Camanchaca" de Diego Zúñiga: La memoria en fragmentos
Por Francisco Marín Naritelli
El cielo naranjo. El desierto azul, retazos de una historia familiar…Ni más ni menos pública; ni más ni menos privada y la camanchaca de trasfondo, una espesa niebla, un cortina de humo, la metáfora totalizadora de una memoria en fragmentos. Esa es la primera novela de Diego Zúñiga (1987), ganador de los Juegos Literarios Gabriela Mistral, además de director de la revista digital 60 Watts y editor de narrativa de Revista Contrafuerte Literario.
Publicada en 2009 por la editorial Calabaza del Diablo, Camanchaca consta de 115 páginas y literalmente es una memoria en fragmentos. Con una escritura directa, parca y concisa repasa la historia de un muchacho que viaja junto a su padre y la familia de él desde Santiago a Iquique, para luego emprender rumbo a Tacna. En el viaje se desdobla el tiempo, página tras página, la memoria familiar se articula y rearticula en forma de inquietantes señales, puntos de fugas, descubrimientos y estremecimientos. Es un pasaje que evoca historias que niegan a contarse, pero que se colan por los subterfugios, entre las palabras del joven escritor.
Precisamente el lenguaje emerge de manera sintética para revelar esa memoria fragmentada, construida a retazos para deleite de los lectores. Su parquedad suprime toda tentativa de efusión toda vez que su sentido último no es conmover a partir de la expresión de vivencias telúricas o sentimientos demasiado dilatados, sino que tiñe de un color grisáceo el propio contexto en el que se inscriben los personajes a partir de ciertos índices verosímiles presentes desde la primera escena:
"El primer auto que tuvo mi papá fue un Ford Fairlane, del año 1971, que le regaló mi abuelo cuando cumplió los quince años. El segundo fue Honda Accord, del año 1985, color plomo. El tercero fue un BMW 850i, azul marino, del año 1990, con el que mató a mi tío Neno" (Zúñiga 2009, 7).
Además, la utilización del eufemismo, o sea, la presencia del "accidente" como categoría lingüística, permite desentrañar el comienzo del viaje, más allá, incluso, del viaje mismo (El protagonista parte de la casa paterna junto a su madre y el mismo recuerda y rastrea los sucesos posteriores). De ahí deviene la narración del protagonista, entre imágenes del pasado y ausencias declaradas:
"Imagino las playas desiertas. El sol comenzando a esconderse. El mar rojo. El cielo naranjo. Esos lugares a los que iba con mi familia antes de que yo tuviera memoria. Antes del accidente. Las imágenes no existen más allá de algunas fotos descoloridas. Pero así me contaron. Las playas desiertas y mi familia que iba a acampar por un par de semanas. Mi papá, mi mamá, mis abuelos, yo y mi tío Neno". (Zúñiga 2009, 23).
En uno de los fragmentos, se consigna ese halo de misterio que acompaña dicho "accidente":
"Fue una de esas noches, completamente a oscuras, que mi mamá me contó lo de mi tío Neno. Me dijo que había muchas cosas que yo no sabía, que no fue idea suya mentirme, que era un trato que había hecho con mis abuelos. Y contó la historia. Con detalles. Con silencios. Días después no volveríamos a hablar más de mi tío Neno". (Zúñiga 2009:18)
En otro de los fragmentos, se plantea la condición liminal que reviste este suceso tan devastador dentro de la familia y su permanencia enrarecida y emponzoñosa dentro de aquella. Así describe el muchacho la historia del accidente contada escuetamente por su madre:
"Pronunció las palabras accidente muchas veces, como quien pide perdón. Luego me dijo que guardara el secreto, que no valía la pena darle mayor vuelta al asunto. Lo dijo así, con el tono de quien te cuenta una historia que no le importa a nadie" (Zúñiga, 1999, 50).
Ahora bien, el lenguaje sintético desplegado y la sucesión de movimientos y descripciones realizadas por el protagonista no hacen más que reflejar un correlato, la sustancia propia de la novela. En este sentido, Zúñiga se aleja de las declaraciones rimbombantes, de una crítica social alojada en la superficie escritural. Es un movimiento inverso; sin mayor aspaviento se mueve entre los intersticios para develar una oscuridad primera, un territorio entre sombras. De hecho, el personaje principal se mueve entre miradas furtivas y silencios profusos. Responde a regañadientes, asiente, dando primacía al lenguaje no articulado por sobre el verbal, porque ¿Qué más pueden decir las palabras? Sus padres no se dan cuenta, no pueden darse cuenta, ni siquiera sospechan, la distancia generacional entre él y ellos.
Respecto a este punto, cabe destacar la posición en que se reconocen los personajes de la madre y el padre, aunque en perspectiva diametralmente opuesta: mientras el padre ve acrecentar su poder económico y con ello, ve transformar su anterior empatía en indolencia, la madre se sumerge en un cuadro psicológico sospechosamente elucidante. Allí se alcanza a deslizar una tentativa de incesto que no hace más que reafirmar el carácter ambivalente y voluble de los personajes presentes en el libro:
"Esa noche habló de mi papá y de lo sola que se sentía. Apagó la luz y nos quedamos a oscuras. Me dijo que yo no tenía idea lo que significaba quedarse sola. Porque tú te vas a ir, dijo ella, tú vas a agarrar tus cosas y te vas a ir. No lo sé, respondí mientras ella se pasaba las sábanas por el rostro. Era un gesto lento y torpe. Me dijo que nadie iba a querer a una mujer como ella y me volvió a pedir que la abrazara fuerte. Le hice caso y se quedó en silencio. Sentía su vientre abultado contra el mío. Me pidió que le hiciera cariño en el pelo, y yo, una vez más, le hice caso" (Zúñiga, 2009: 62).
El personaje principal, por tanto, vive aquejado de una profunda severidad temporal-existencial enunciada en la construcción del libro: el mismo viaje íntimo que realiza el protagonista supone un extravío, un desaparecer, una necesidad fantasmagórica. No es de extrañar, entonces, que en uno de los pasajes de la novela, el muchacho evoca la figura del empampado, o sea aquel que se pierde en el desierto y que nunca es encontrado:
"Yo no digo nada. Miro por la ventana derecha. Un hombre caminando en el desierto. Lo alcanzo a ver por unos segundos, antes de que lo dejemos atrás y se vaya perdiendo entre los cerros. Lo veo y me imagino siendo él, recorriendo el desierto, perdiéndome. Como si fuera un empampado. Me gusta esa palabra. Empampado. Lo quedo mirando. Nos alejamos". (Zúñiga 2009:17)
De la misma forma, en otro fragmento se lee:
"El color del cielo: naranjo, quizás morado por momentos. El desierto azul, como si lo cubriera un manto. No hay nada" (Zúñiga, 2009, 25).
Dichas palabras no son mera expresividad narrativa, sino que actualiza, por una parte, el tránsito de la niñez a la adolescencia del protagonista, y por otra, el devenir histórico del propio país.
En este sentido, la propia memoria familiar fragmentada es la ocasión propicia para examinar una problematicidad mayor, el eco de la sociedad chilena posdisctadura y pos transición, un Chile a tras mano, desventajoso aún de los supuestos beneficios de la modernidad capitalista: de típica familia de clase media –ahora que está de moda los centramientos en el precario equilibrio entre riqueza y la pobreza- el personaje principal debe enfrentar el nuevo milenio, el de los mall, de los pendrive y los PC, de las tecnologías de la información, pero también de la cesantía, de los gastos y las deudas que supone incorporarse al mercado de bienes y servicios cada vez más globalizados. Las marcas allí se enuncian y se inscriben en el imaginario del libro: que el protagonista sea un joven obeso con problemas dentales no se presta a la casualidad, ni menos los recursos a la memoria para construir un relato siempre evanescente…pero cargado de significantes:
"Seguí caminando, ahora por Paseo Estado: un nuevo McDonald s, un Kentucky Fried Chicken, un Telepizza, un Burger King. Llegué hasta la Alameda, me di media vuelta y finalmente entré al Kentucky". (Zúñiga 2009:68)
Dicho de otro modo: el libro es la exégesis de toda una generación apática, imbuida en el consumo medial que asume hasta ribetes axiológicos: estar dentro del sistema aún del sacrificio que eso significa. Los síntomas existen y por montones: Aunque el padre no pudo pagar su universidad, visitaron juntos Buenos Aires como una experiencia que el progenitor insiste "que debe ser inolvidable", mientras en su vida diaria, el muchacho debe lidiar con las becas que le da el Estado para poder alimentarte y que solo le alcanzan para la primera semana. Mientras que su madre ha renunciado a trabajar, y debe compartir cama y habitación con su hijo por lo difícil que resulta pagar y mantener la calefacción.
Otro síntoma paradigmático ocurre con el sueño del muchacho de ser periodista y trabajar en la radio como los comentaristas de ESPN. Aquí se advierte el signo de la sociedad mediatizada a partir de la contratación de TV por pago:
"No sabía mucho sobre fútbol, pero soñaba con relatar desde el estadio algún encuentro. Quería ser como uno de los comentaristas de ESPN que trasmitía la Champions League cuando yo era chico y vivía aún en Iquique. Fue el que relató la final entre Manchester United y Bayer Munich, en el estadio Camp Nou. Decían que era chileno, aunque su acento era más neutro. Y yo, en las noches, practicaba ese acento y buscaba sobrenombre para cada jugador chileno, mientras recordaba esa final, esos días en Iquique, cuando mi mamá trabajaba y yo me quedaba todo el día sólo, viendo los partidos de esa Champions League de 1999" (Zúñiga, 1999, 24).
En síntesis, Camanchaca precisa y evoca una época anterior, inocente, contrastada con la vivencia del tránsito hacia Tacna por parte del protagonista junto a esos retazos de memoria familiar, profundamente impedidos de enunciar su condición aporética, coartados, demasiados silenciosos, hasta impúdicos, atravesados por ese Chile, cruzado, también, por traumas y fantasmas.

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