100 cosas que odio
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100 cosas para odiar. Sobre Cien cosas que odio, de Kevin Mancera
Kevin Mancera, 100 cosas que odio. Fundación Gilberto Alzate Avendaño, Bogotá, 2007.
Hay dos personas con destreza en el dibujo y con la certeza de que esta técnica es una excelente herramienta de expresión, incluso conocen sus implicaciones como medio formal. Una de ellas es un caricaturista afamado, que tiene afectos encontrados respecto a la imagen pública que transmite un presidente con intenciones mesiánicas en un país dispuesto a soportar cualquier exceso con la esperanza de que su situación se modifique de algún modo. La otra persona es un artista semidesconocido, vinculado aun con una academia de arte y bastante suspicaz sobre la formación que adquirió durante sus estudios. Como el dibujante inicial, esta persona también odia a ese mismo presidente y en consecuencia, quiere hacer un dibujo. Aquí es posible pensar que ambos sujetos se ubican en el mismo lugar: saben dibujar, tienen una idea clara sobre el tema que van a tratar y no están interesados por imponer ninguna innovación formal en la elaboración de su imagen: ambos realizarán un dibujo a lápiz sobre una superficie neutra. Sin embargo, cuando se compara el resultado de cada trabajo, las dos imágenes se separan gracias a la diferencia del tipo de mensaje que transmiten al espectador. Mientras el caricaturista busca una garantía en la interpretación eficaz y rápida de su
trabajo, al artista le resulta mucho más significativo hacer un retrato ideal y adecuadamente informado del sujeto representado. De hecho no agrede sus rasgos y evita interpretar su psicología. Su dibujo es más una estampa solemne de un hombre maduro, que mira sin sonreír. Que no habla, ni se incrimina, que aparece embellecido casi hasta el homenaje. Aparentemente, el sentimiento de odio parece haberse diluido aquí en una actitud de adoración por el tema. Al contrario de lo que sucede con el dibujo del caricaturista, este retrato difícilmente podría ilustrar un artículo dirigido a atacar a ese presidente; parece más la escena central de un documental hagiográfico. La serie de dibujos que Kevin Simón Mancera ha reunido bajo el título 100 cosas que odio, es una recopilación que parece no querer dejar lugar a dudas. La exhibición de cada dibujo, su recopilación en libro, la producción de delicadas escenas a lápiz, la dependencia explícita entre texto e imagen que predomina en toda la obra y la selección de cada ilustración, configuran una serie de decisiones aparentemente afortunadas. En realidad, al tratarse de cosas que alguien odia, fácilmente podría pensarse en que como motivo de reflexión, su compendio es una campaña publicitaria perfecta. Sin embargo, esta apreciación no se resuelve tomando las vías habituales para abordar el asunto: corrientemente, respecto a lo que se odia se suelen dar comportamientos de burla o rechazo. En el caso de Kevin Mancera la resolución de su obra se da más a través de una elaboración pausada, que desplaza y vuelve inútil la atención hacia la técnica elegida o el tema expuesto. Al explotar la ambigüedad presente entre el desprecio y el agasajo, no sólo pone al observador ante la disyuntiva de apreciar la ejecución de cada viñeta o pensar en la asociación entre tema e imagen de ilustración. Mediante la exhibición de un dispendioso ejercicio de copiado e imitación, de observación e interpretación, promueve descripciones que se escabullen de la anécdota fácil y ubica al espectador entre la molestia y la satisfacción. En realidad, y aunque su odio parece justificado en algunos casos, evita importunar con el reclamo por una identificación inmediata. Más bien enseña -‐como todo buen artista (que siempre enseña algo)-‐, que una buena práctica de odio consiste en seleccionar atinadamente cada motivo, porque tal vez éste dure toda la vida y lo mejor sea conocer y realzar cada uno de sus detalles. -‐-‐ Guillermo Vanegas
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