Alimentos celestiales.docx

May 25, 2017 | Autor: Tomas Huidobro | Categoria: Early Christianity, Early Christian Mysticism
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G. Anderson, «The Penintence Narrative», 13-16. Es interesante constatar que en la versión del mismo hecho de las Palabras sobre Adán y Eva y sus hijos el ayuno de cuarenta días es para alcanzar la piedad de Dios y que Éste les de inteligencia y vida ( ) (pag. 13).
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El alimento celestial en el proceso transformativo del creyente
Tomás García Huidobro sj
Instituto Sto. Tomas en Moscú.

1. Una visión tipológica de la historia de salvación.
Una lectura tipológica del A.T. ordena los acontecimientos fundamentales de la historia de Israel en torno a la Alianza entre el pueblo elegido y Yavé a través de la cual Éste se compromete, si los primeros son fieles, a guiarlos a la tierra prometida donde tendrán una numerosa descendencia, vivirán una vida larga y podrán adorar a Dios en su templo. La vocación de Israel es por una parte real, esto es, está llamada a reinar sobre la tierra prometida. De hecho, Adán como prototipo del pueblo de Israel, es creado como un rey, para gobernar sobre la tierra de Israel, y como sacerdote, para servir en el templo de Dios. El rol real que juega Adán en la tierra se desprende de la misión encomendada por Dios, esto es, "dominar" o "gobernar" (רדה) (Gn 1,26.28) y "conquistar" o "tomar" (כבש) (Gn 1,28). Tal como lo nota S. D. Posthel el verbo "רדה" es el mismo que aparece en la cuarta profecía de Balaam (Nm 24,19), en la descripción que se hace del gobierno y sabiduría de Salomón sobre la tierra de Israel (1Rey 5,4) y en los Salmos reales 72,8 y 110, 2. El verbo "כבש" aparece en Jos 18,1 para referirse a la posición de la tierra de Israel, 2Sam 8,11 para señalar los pueblos que se habían sometido al rey David, y el Salm 8,6-7 para hablar de la soberanía de Adán. Estos términos son claramente militares y reales donde Dios comanda al rey o líder de Israel a conquistar y dominar la tierra prometida. Esta misma tierra, en manos foráneas se describe en Jr 4,23 utilizando adjetivos como "תֹּהוּ" y "בֹ֑הוּ" (vacía y obscura), los mismos que describen la tierra antes de la acción ordenadora de Dios en Gn 1,2. El dominar la tierra prometida se relaciona también con el ser fecundos y el multiplicarse (Gn 1, 28), que se corresponde con la promesa de Dios a Abraham de hacer su descendencia tan numerosa como las estrellas del cielo (Gn 26,4). Notemos, también, que el conocimiento que tiene Adán del orden natural, en este caso de los nombres de los animales (2,19-20), lo sitúa como un rey sabio al modo de Josué (Jos 1, 7-8) que es llamado a conquistar la misma tierra (Jos 1,4) que Dios había prometido a Adán (Gn 2,10-14). La sabiduría de Adán también nos recuerda la del rey Salomón quien también es descrito en términos sapienciales en 1Rey 5, 9-11 y quien tiene dominio sobre un territorio (1Rey 5,1) rodeado por los mismos ríos del Gn 2, 10-14. En el apócrifo eslavo del 2En esta característica de gobierno es explícita cuando se menciona que Dios designó a Adán para ser rey sobre la tierra ( ) y le dio su sabiduría (11,61). En otro apócrifo eslavo, Palabras de Adán a Lázaro en el Hades ( ), Adán se queja en el Hades alcanzó a ser rey de todas las creaturas de Dios por poco tiempo antes de pecar y ser expulsado del Jardín ( ).
Por otra parte, la vocación de Israel, es sacerdotal, esto es, está llamada a servir a Dios en un único templo, el de Jerusalén. Partamos constatando que el cosmos en general es el templo de Dios. El propio acto creador es organizador y dador de sentido. En efecto, Dios va separando y dándole nombre a la realidad material que ya existía, desde el caos y el vacío (תֹ֙הוּ֙ וָבֹ֔הוּ) (Gn 1,2) al orden y sentido. Este ir ordenando y dotando de finalidad al cosmos por parte de Dios implica un ir construyendo un espacio sagrado porque es allí donde Éste descansará (Sal 132,7-8; Ez 40-48). En este mismo sentido fuentes tales como el midrás Abkir en Yalkut I, 17, entre otras, va haciendo un paralelo entre cada día de la creación y los acontecimientos que marcan la construcción del tabernáculo y el éxodo. Así, por ejemplo, si en el primer día Dios creo y extendió los cielos; así también Israel levantó el tabernáculo como la habitación de la divinidad. Si en el segundo día Dios dividió las aguas terrestres y las celestiales; así también Israel dispuso un velo que dividió en el tabernáculo el lugar santo del santo de los santos. Así se van sucediendo los días, hasta llegar al sexto día donde así como Dios creo al hombre, Israel puso aparte a los hijos de Aarón como sumo sacerdote para el servició divino. La acción creadora en relación a la constitución de un lugar sagrado se explica también a través del paralelismo entre Gn 1-3 y Ex 25-31 donde a Moisés, protegido en la cumbre del Sinaí por la nube del Señor, se le dan instrucciones para la construcción del Santuario. Estas ordenanzas siguen el patrón propio de la creación: son siete "discursos" que concluyen con el mandamiento de observar el sábado al séptimo día (Ex 25, 1; 30, 11.17.22. 34; 31, 1.12). En otras palabras, y tal como lo reconoce G. Anderson, la creación está incompleta hasta que no se construya el tabernáculo. Ahora bien, si para el relato del Gn 1 el cosmos es un santuario en sentido amplio, para Gn 2 el Jardín del Edén lo será en sentido estricto. Entre los profetas, Ezequiel describe las murallas del gran atrio del templo al modo del Jardín del Edén, llamando la atención sobre los querubines y las palmas representados en ellas (Ez 41,20). En el libro de los Jub se habla del Jardín del Edén como el "santo de los santos y morada del Señor" (8,19). Por lo tanto, desde una perspectiva amplia (Gn 1), todo el cosmos es el templo de Dios; desde una más estrecha (Gn 2), el Jardín del Edén es el que lo representa. A partir de estas ideas se concluye que una primera finalidad de la creación del hombre es el servir como sacerdote en el templo o casa de Dios. Fijémonos que Adán ha sido puesto en el Jardín para cultivarlo (עָבַד) y cuidarlo (שָׁמַר) (Gn 2,15). Ambos verbos tienen una amplia gama de matices y significados. Si el objeto directo de estos verbos es un campo o huerto, la connotación agrícola de la actividad es clara. Sin embargo, en nuestro caso, el Jardín del Edén implica también un significado cultual al modo de un santuario. En este caso עָבַד y שָׁמַר tienen que ver con el servicio cultual (Ex 3,12; Nm 3,7-10). Y es que Adán, como prototipo de Israel, es el patriarca de un reino de sacerdotes (Ex 19,6). Es por esto que, por ejemplo, en el libro de los Jubileos lo primero que hace Adán cuando sale del Jardín es precisamente ofrecer un sacrificio de incienso.
Esta vocación real y sacerdotal de Israel adquiere aspectos sublimes en algunas tradiciones. Por ejemplo, en la versión latina de la Vida de Adán y Eva una vez que Dios creó a Adán, dijo: «He aquí que hice a Adán a nuestra imagen y semejanza» (factus est vultus et similitudo tua ad imaginem dei) (13,2), entonces el arcángel Miguel, convocó a todos los ángeles y dijo: «Adoren la imagen del Señor Dios». La misma idea de la adoración de los ángeles a la figura de Adán como reflejo de la gloria de Dios la encontramos en el Evangelio de Bartolomé (4,53-54), La cueva de los tesoros (Sir) (III,1-7), el Apocalipsis de Baruc (esl). En la literatura del Qumrán, 4 QDibHam (4 Q504, 506), leemos en la oración del primer día que a [Adán] nuestro padre, lo modelaste (Dios) a la imagen de tu gloria (4 Q 504 fragmento 8). En el apócrifo judío el Testamento de Abraham se describe la apariencia del primer hombre, sentado sobre un trono dorado, como terrorífica, semejante al del Soberano (11,4). Algo similar encontramos en textos judíos como Konen 26-27 y Yerahmeel 14-15 (que derivan de San. 38b), donde Dios extiende su dedo meñique para exterminar con fuego a toda una legión de ángeles que habían preguntado con escepticismo quién era el hombre para que la divinidad se acordara de él (Sal 8,4). El único ángel al que Dios le perdona la vida es Gabriel. Luego, Dios va y le pregunta a otra legión de ángeles su opinión sobre el hombre. Esta vez el comandante, un ángel llamado Labbiel, viendo la reacción divina ante cualquier cuestionamiento respecto al ser humano, declara que es una buena cosa que lo hubiese creado y que él con todos sus ángeles estaban dispuestos y deseosos de servir como ministros y revelar todos sus secretos al hombre. En el ya mencionado La cueva de los tesoros (Sir) se nos dice que los ángeles se llenaron de temor frente a Adán, mientras se decían unos a otros: "Un gran portento se nos muestra hoy, la imagen de Dios nuestro Hacedor" (II. 3). La "imagen" y "semejanza" se han convertido en la capacidad de reflejar no sólo la realidad sacerdotal y real, sino que además, la gloria divina. Es por esto que los ángeles se pusieron a temblar ante la imagen de Adán (CueTesSir II.14). En el apócrifo eslavo del 2En también se menciona el aspecto honorable y glorioso, como un segundo ángel, del primer hombre ( ) (11,60). Por último mencionemos el Apocalipsis de Adán, un texto de carácter gnóstico con gran influencia judía, donde el mismo protagonista reconoce que cuando Dios lo creo junto con Eva, ambos andaban en la gloria del eón del cual procedían y eran semejantes a los ángeles eternos (1,2-3).
La vocación real y sacerdotal del pueblo, reflejo de la gloria de Dios, queda en entredicho si desobedece a la Alianza. Esta desobediencia puede ser descrita de distintas maneras: así como Eva fue seducida por la serpiente, la más astuta (עָר֔וּם) de las creaturas del Jardín (Gn 3,1); los israelitas fueron engañados por los cananitas o jibeonitas que habitaban la tierra a través de astucias (Jos 9,1-4) lo que hacía más difícil su conquista. Más adelante el pueblo desobedecería a Dios en el Sinaí. De acuerdo a algunas tradiciones, presentes en el Ex, la adoración del becerro de oro (Ex 32-34) constituiría esta segunda desobediencia. Tanto el pecado de Adán y Eva, como la desobediencia de Israel en el Sinaí se ponen de nuevo en paralelo en varias fuentes judías. Es el caso del GnR 19,9 donde Dios, en un tono doloroso ("¡Cómo puede ser esto!"), compara la desobediencia de Adán y la consecuente expulsión del Jardín del Edén con la deslealtad de Israel en relación a sus mandamientos y la consecuente destitución y expulsión de los mismos de la tierra prometida. Esta misma relación la encontramos en el TgN al Gn 3,22, donde, Dios advierte que si Israel guarda los mandamientos de la Torá y mantiene sus decretos va a vivir y será como un árbol de vida para siempre. Sin embargo, si no guarda los mandamientos de la Torá o no mantiene sus decretos, yo lo expulsaré del Jardín del Edén, no sea que extienda su mano y tome el fruto del árbol de la vida y viva para siempre.
En esta dinámica tipológica donde en el centro de la historia de Israel se encuentra la Alianza y las promesas divinas en torno a la tierra y al templo como lugares donde vivir su vocación de pueblo de reyes y sacerdotes reflejando, en algunas tradiciones, la gloria de Dios, la comida juega un papel importante. Por una parte el cambio de dieta entre la celestial y la terrena es expresión de la degradación del ser humano fuera del Jardín del Edén o Tierra Prometida. El hombre se llega a asimilar a las bestias salvajes. En este caso el cambio de dieta es una invitación a una vida de penitencia para llamar la atención a la misericordia de Dios. Una vez realizada la penitencia, y de acuerdo a varias tradiciones, un segundo tipo de alimento, el celestial, viene a dar fuerza al proceso transformativo desde la naturaleza caída hacia la divinización del hombre. En el presente artículo estudiaremos brevemente algunos ejemplos del uso del alimento en estos dos sentidos: como expresión de penitencia (alimento terreno) e impulso a la divinización (alimento celestial). En ambos casos la dinámica es la misma, desde la naturaleza caída hacia la recuperación de la cualidad real y sacerdotal del primer hombre, siempre reflejando la gloria de Dios.
2. Las hierbas de las bestias como expresión de penitencia.
Comencemos con algunos ejemplos donde se acentúa la diferencia entre la comida que degustaba la primera pareja en el paraíso y la que adoptaron una vez salieron de este lugar. Ya en el relato del Gn existe una diferencia entra la comida de la primera pareja en el Jardín del Edén y fuera de éste. De acuerdo a este texto en el paraíso la pareja se alimentaba de todos los frutos del huerto sin necesidad de trabajar. Para Gn 1,29 el hombre se podía alimentar de toda planta que hay en la superficie de la tierra y que da semilla (זֹרֵ֣עַ זֶ֗רַע ת־כָּל־עֵ֣ אֶת), y de todo árbol que tiene fruto que da semilla. No debemos pasar por alto que toda planta que da semilla, parte esencial de la dieta bendecida por Dios en el paraíso, se refiere a los cereales, base del pan, a diferencia de las hierbas sin más (לְאָכְלָ֑ה עֵ֖שֶׂב) que servirán de alimentos a los animales (Gn 1,30). La dieta del paraíso, entonces, se vio drásticamente reemplazada después del pecado por las hierbas del campo (הַשָּׂדֶֽה אֶת־עֵ֥שֶׂב) (Gn 3,18), esto es, el alimento de los animales. Es por esto que en la Vida de Adán y Eva (versión armenia) cuando la primera pareja es expulsada del Jardín del Edén, Eva compara ambas dietas: Dios ha establecido esta comida vegetal para las bestias para que ellas puedan comer sobre la tierra, pero nuestra comida es la que comen los ángeles (4,2).
G.A. Anderson explica cómo la expresión "hierbas del campo" de Gn 3,18 (הַשָּׂדֶֽה אֶת־עֵ֥שֶׂב) en otros textos del A.T. como Dn 4, 22. 29. 30 nos ayuda a entender el cambio de dieta de la primera pareja después de ser expulsados del Jardín del Edén. En este texto el rey Nabucodonosor, quien ha caído en desgracia de Dios al igual que Adán, ha sido expulsado de entre los hombres, y ha instalado su morada entre las bestias del campo. En este exilio su dieta llega a ser la hierba para comer del ganado (יְטַעֲמ֔וּן לָךְ כְתוֹרִין֙ עִשְׂבָּ֤א) (Dn 4,29). La figura de Nabucodonosor, en este sentido, resume la condición adámica en general, y en especial la de la vocación real del pueblo de Israel. Efectivamente, este rey nació con honores y creció orgulloso. Con todo, Dios le encomendó ser el medio para castigar a su pueblo Israel. Sin embargo, el rey se extralimitó en sus deberes y en su orgullo, y de esta manera perdió la gracia de Dios, quien le encaró y le denigró a un estado cuasi animal:
¡Contigo hablo, rey Nabucodonosor! Has perdido el reino, te apartarán de los hombres, vivirás en compañía de las fieras comiendo hierba como los toros, te mojará el rocío de la noche, y así pasarás siete años, hasta que reconozcas que el Altísimo es dueño de los reinos humanos y da el poder a quien quiere (Dn 4,29).
Por lo tanto, el cambio de dieta del hombre desde el Jardín del Edén a la tierra implica que, de alguna manera, el hombre es reducido a la condición animal. Esta idea se confirma en la lectura al Tg.N a Gn 3,18 donde Adán protesta cuando se le anuncia que en adelante comerá de las hierbas verdes del campo (misma expresión que usa Gn 1,30 para referirse a la comida de los animales): ¿Es que voy a estar ligado a un pesebre, como el ganado? Esta degradación de la condición humana a base de los alimentos se entiende también como parte de un proceso transformativo a través de la penitencia que lo llevaría eventualmente a recobrar en parte su estado primigenio. Es lo que encontramos en la versión armenia de la Vida de Adán y Eva, donde la vida "animal" se relaciona con una vida de penitencia, entendiendo esta, como un medio para alcanzar el perdón divino y poder así acceder a un alimento más humano. Efectivamente, en este texto, somos testigo de cómo Eva es engañada por segunda vez por la serpiente cuando se encontraba haciendo penitencia en las aguas del Tigris. En esta ocasión el maligno se le presenta en apariencia de bien anunciándole que Dios se ha complacido con su expiación y que puede abandonarla con paz. Esto es precisamente lo que hace la mujer, la que, sin embargo, cuando se da cuenta de este nuevo engaño cae rostro en tierra, se angustia, y no se mueve por tres días (17, 3), tras los cuales le dice a su marido: Mirad, yo iré al oeste y permaneceré allí y mi comida hasta que yo muera serán las hierbas, porque en adelante no soy merecedora de la comida de vida (18,1b). El compartir la dieta con los animales, o lo que es lo mismo, la denigración de la condición humana después del primer pecado, se relaciona en este texto con una vida de penitencia. Así lo expresa Adán cuando le dice a su mujer: Levántate, vamos a hacer penitencia por cuarenta días, tal vez Dios tendrá piedad de nosotros y nos dé una comida mejor que la de las bestias y así no lleguemos a ser como ellos (versión armenia: 4,3). Esta idea de la penitencia afuera del Jardín del Edén también la encontramos en el apócrifo eslavo las Palabras de Adán y Eva a sus Hijos donde vemos que lo primero que hace la primera pareja al salir es precisamente arrodillarse, llorar, y ayunar por siete días ( ) (p. 11).
G.A. Anderson llama la atención sobre el hecho de que la vida de penitencia eventualmente mueve la misericordia de Dios quien define en Gn 3,19 el alimento del hombre como pan, no ya como las hierbas del campo de Gn 3,18. En ese sentido, GnR 20,10 dice que una vez que Adán protestó frente a Dios (¿Es que voy a estar ligado a un pesebre, como el ganado?), Éste le conmutó el castigo contestándole: Puesto que ha sudado tu rostro, comerás pan (Gn 3,19). Ahora bien, el abandonar las hierbas de los animales por el pan no implica volver al estado paradisiaco. De allí que se mencione el sudor de la frente (אַפֶּ֙יךָ בְּזֵעַ֤) en Gn 3,19 para ejemplificar que lo que daba la tierra en el paraíso sin esfuerzo, ahora lo dará a partir del trabajo humano (Gn 3, 17). Se ha levantado, de esta manera, una relación hostil entre el hombre y la tierra. El hombre necesitará, además de la penitencia, el alimento celestial para poder recuperar la plenitud de su ser rey y sacerdote reflejando la gloria divina.
3. El alimento celestial y la capacidad del hombre de volver a reflejar la gloria divina al modo real y sacerdotal.
Como hemos dicho, la transformación de la naturaleza caída no sólo se manifiesta a través de la penitencia [hierbas del campo (הַשָּׂדֶֽה אֶת־עֵ֥שֶׂב)] que termina dignificando al hombre al hacerlo merecedor del pan. La transformación final ha de actualizar la cualidad real y sacerdotal del creyente, y eventualmente la de reflejar la gloria divina al modo angelical. En este proceso, más que el pan, es el alimento celestial el medio adecuado para recobrar la imagen adámica. Recordemos que para algunas tradiciones, como el texto ya citado de la Vida de Adán y Eva, la comida que les era propia en el Paraíso era la de los ángeles (4,2). En otros textos encontramos que en el mundo venidero la luminosidad de la presencia divina constituirá el alimento. En b. Ber leemos: Un dicho favorito de Rab era: [El mundo venidero no será como este mundo]. En el mundo venidero no habrá comida ni bebida, ni reproducción ni negocios, ni celos, odio o competición, sino que los justos se sentarán con sus coronas sobre sus cabezas dándose un banquete con la luminosidad de la presencia divina, como está dicho, "Y ellos contemplaron a Dios, y comieron y bebieron". Si el hombre vuelve a acceder a este alimento divino, entonces, se transformará y podrá reflejar su cualidad real y sacerdotal al modo de Dios lo mismo que realizó Abrahám, Enoc Moisés o Asenet. Veamos someramente estos ejemplos tomados principalmente de la literatura apócrifa. Comencemos con el apócrifo eslavo del Apocalipsis de Abraham. En este texto, antes que el patriarca inicie su viaje celestial que lo llevará con la guía del ángel Yahoel, hacia el trono de Dios, se prepara compartiendo con este ser celestial 40 días y noches, absteniéndose incluso del pan y del agua. Ahora bien no se trata sólo de un estricto ayuno- de carácter penitencial y purificador- ya que se alimentaba exclusivamente de la contemplación del ángel y su única bebida era las palabras angelicales (11,1-2). Esto no es trivial porque Yahoel se presenta a Abrahám como aquel que tiene el poder de controlar el caos en el cosmos y que está "encargado del nombre de Dios" (10,6). De hecho, el nombre Yahoel está formado por el tetagrama yhwh y el sufijo el, término cananeo para nombrar a la divinidad. A través de esta comida celestial Abraham no sólo asciende hasta el Trono de Dios, sino que se le promete que será trasformado a través de los vestidos de gloria que había perdido el ángel Azazel (13,4). El patriarca vuelve, así, a actualizar la suerte de Adán quien podía reflejar la gloria de Dios.
Consideremos, en segundo lugar, el caso de Enoc quien al final de su viaje por las esferas celestiales, y ya en el séptimo cielo, contempla todos los ejércitos angelicales colocándose en diez gradas conforme a su categoría, de manera que mientras unos salen, otros entran, y así "no se retiran ni de noche ni de día, permaneciendo firmes ante la faz del Señor y haciendo su voluntad" (9,4). Por su parte, el Señor permanece "sentado en su altísimo trono", el cual constituye una realidad imposible de describir. Enoc señala: "¿Quién soy yo para describir la esencia inabarcable del Señor, su faz admirable e inefable, el coro bien instruido y de muchas voces, el trono inmenso no hecho a mano, los coros que están a su alrededor, y los ejércitos de los querubines y de los serafines con sus cánticos incesantes? ¿Y quién será finalmente capaz de perfilar la imagen de su belleza inmutable e inenarrable y la grandeza de su gloria?" (9, 11-14). Enoc es, además, ungido con un aceite más resplandeciente que una gran luminaria llegando a brillar como los rayos del sol (9,22). Es más, este ungüento también se identifica con la gloria de Dios (14,4). Enoc asume, así, la apariencia angelical (o como uno de los gloriosos que sirven delante de Dios) (9,23). Esta transformación implica, recobrar la naturaleza adámica, quien, de acuerdo al mismo texto, fue puesto en el Jardín como un segundo ángel, honorable y glorioso (2En 11,60).Recordemos además que Dios había designado a Adán como rey sobre toda la tierra ( ), le había dado su sabiduría () (11,61), y le abrió los cielos para que pudiese ver a los ángeles cantando la canción de la victoria y la luz que no paraba de brillar (11,72). Una vez de regreso en la tierra, Enoc rechaza los alimentos ofrecidos por su hijo Metusalén (53), diciendo que desde el tiempo que el Señor lo ungió con el ungüento de su gloria, no ha vuelto a comer, y su alma no recuerda los placeres terrestres, y ya no los desea. De acuerdo a A. Orlov, este ungüento sería el alimento celestial que se le ha proporcionado en los cielos, y que en otra parte del apócrifo se relaciona con el rocío del paraíso. Este rocío, como alimento celestial, nos recuerda otro apócrifo, José y Asenet, donde se dice que el alimento de los ángeles está hecho de rocío del paraíso (16,4).
Tomemos otro ejemplo, el de Moisés, quien, al igual que Abraham, hace un prolongado ayuno (40 días y 40 noches) para purificarse y poder recibir la Torá (Ex 34,28). La pregunta que se hacen los rabinos es la siguiente: ¿de qué forma se alimentó Moisés este tiempo? Esta pregunta parece ser de larga data. En efecto, Filón de Alejandría en Preguntas y Soluciones sobre el Exodo parece responder a la misma cuestión cuando compara el alimento de Moisés con el de las almas cuya naturaleza era la visión divina. Algo parecido responderán los rabinos en ExR 47,5. En este texto se nos dice que Moisés se alimentó durante su ayuno del brillo de la presencia de Dios. En el mismo texto se dice que las Hayyot que sostienen el Trono Divino también son alimentadas por el esplendor de la Shechinah. El compartir el mismo alimento que las Hayyot implica la transformación angelical de Moisés. En esta transformación, los elementos angelicales y adámicos se combinan. Efectivamente, una vez recibida la Ley, Moisés baja de la montaña con su rostro radiante como resultado del encuentro divino (Ex 34,29-35). El texto bíblico nos habla de que su semblante resplandecía por haber hablado con Dios (Ex 34,29), y tanto era así, que el pueblo tenía temor de él (Ex 34,30) como si tratase de una teofanía divina. Al final, y después de explicar el contenido de la revelación, Moisés se cubrió su rostro con un velo (Ex 34,33) para evitar la conmoción del pueblo. Lo importante es constatar que la capacidad de resplandecer es análoga tanto en Adán como en Moisés. Hablando de Adán, textos como el B.B. 58ª y el LvR 20,2 nos dice que si el talón de este brillaba más que el sol, ¡cuánto más lo haría su rostro! Por lo tanto, lo que el texto del Éxodo nos está diciendo es que el rostro de Moisés, como un segundo Adán, reflejaba la gloria divina. De manera análoga el Eclo señala que a Moisés le fue revelada la gloria de Dios al recibir la ley (45,33) porque Este se la dio cara a cara (45,5). Esta experiencia religiosa hace que a Moisés le fuese concedida la gloria de los ángeles (45,2), lo mismo que Adán es definido como un segundo ángel, honorable y glorioso en el 2En 11,60. En la literatura rabínica encontramos el ejemplo de R. Eli'ezer que estando sentado y exponiendo problemas más grandes que los revelados a Moisés en el Sinaí, su rostro comenzó a brillar como la luz del sol, y su esplendor alcanzaba una gran distancia como el de Moisés, a tal punto que nadie sabía si era de noche o era de día (Shekel ha-kodesh p. 16).
En la literatura qumránica también encontramos ejemplos de esta capacidad resplandeciente de Moisés. En 4Q374 frag. 2 col. II (combinando Ex 7,1 y Ex 34), se menciona el rostro de Moisés brillando sobre aquellos que iban a ser sanados, resultado de lo cual, las personas fortalecieron de nuevo sus corazones y el conocimiento. Otro texto qumránico relacionado es el 4Q377 frag. 1 col. II, donde se nos cuenta cómo Moisés en la nube del Sinaí fue santificado y habló con su boca como un ángel. No olvidemos el Exagogue de Ezequiel el Dramaturgo donde se nos cuenta que a Moisés le es dado el cetro, la corona y el trono de Dios en los cielos y que todo un ejército de ángeles se arrodilló delante de él. Este texto es interesante porque estaría revirtiendo la primera rebeldía de los ángeles que se negaron a postrarse ante la imagen de Dios (Adán). Lo que no se pudo con Adán ahora se cumple con Moisés. Los ejemplos se multiplican. En el Pseudo-Filón, Moisés refleja la gloria de Dios tal como le sucedía al hombre previo al pecado (AntBib 12,1). Otra fuente pertinente es el apócrifo La Grandeza de Moisés (GedMos) presente en la literatura de las Hejalot. En esta historia Moisés se ve imposibilitado de ascender a los cielos desde el Sinaí porque su naturaleza no es angelical, sino de carne y sangre. Entonces Dios lo convirtió en llamas de fuego y sus ojos en las ruedas de la Mercabá, esto es, la naturaleza de Moisés transparentaba la gloria de Dios. Esta transformación adámica-angelical de Moisés se explica, al menos en parte, en el alimento celestial que consume Moisés, el contemplar la presencia divina.
Un último ejemplo lo encontramos en el apócrifo José y Asenent donde el primero representa el arquétipo del pueblo de Israel. Cuando éste aparece en escena lo hace vestido con una túnica extraordinariamente blanca y con un traje de purpura que lo envuelve, tejido en lino y oro, y llevando una corona dorada sobre su cabeza, en torno a la corona doce gemas escogidas y sobre ellas doce rayos de oro, y con cetro real en su mano derecha (5,6-7). Aquí vemos como se concentran las cualidades sacerdotales y reales en José, las mismas que definen a Adán como prototipo del pueblo de Israel. Más aún, cuando Asenet contempla a José, reaccionó como si se tratase de una epifanía divina: su alma quedó transida de dolor, se conturbaron sus entrañas, flaquearon sus piernas, tembló todo su cuerpo (6, 1). El apócrifo trata, entre otros temas, sobre la conversión de Asenet que, como en los ejemplos vistos anteriormente, pasa por la penitencia y por los alimentos celestiales. En este breve apartado nos concentraremos en el significado del panal que el ángel le da a Asenet. Antes de que esto ocurriera, y como ya es costumbre, la heroína ha hecho penitencia a través de siete días de ayunos y penitencias, luego de haber cubierto su cabeza con cenizas y de haber llorado mucho (13, 1-10). La penitencia y el ayuno es un elemento común que ya hemos visto en la Vida de Adán y Eva y en el Apocalipsis de Abraham. El proceso de conversión de Asenet culmina con el encuentro con el arcángel Miguel, quien era en todo parecido a José: en el vestido, corona y bastón regio (14,8). Este le dará de comer un panal que tiene claras asociaciones con el maná: ambos son como rocío del cielo, blancos como la nieve, y conteniendo el aliento de vida (16,4; Ex 16,31). Más aún, el panal, como el maná, se identifica con la palabra del ángel que la ha visitado pues es por ésta que el panal aparece en la mesa de la habitación de Asenet. La colmena de miel representa la comida espiritual que transformará a la mujer. Semejante miel ha sido elaborada por las abejas del paraíso, y los ángeles se alimentan de ella, y todo el que la come no morirá jamás (16,8-9). Hay que recordar que es de esta miel y maná que no sólo los ángeles del cielo se alimentan, sino también es el que el mana que comió el pueblo por el desierto tenía el gusto de la miel (Ex 16,31), además de ser llamado "comida de los ángeles" en el Sal 77, 25 (LXX). En ese sentido A. E. Portier-Young hace una sugerencia interesante cuando relaciona a Asenet como Ciudad de Refugio (15,7) con las promesas divinas en torno a la tierra de la cual emana leche y miel, lugar de las promesas donde Israel-Adán están seguros (Lv 20,24; Nm 16,14). En ese sentido la transformación de Asenet es ontológica, asume su cualidad adámica primera, concebida como el paso a la vida, y al lugar de las promesas (Ciudad de Refugio) dando por muertos a los ídolos egipcios, dioses muertos, idolatría.
4.Conclusiones.
Una mirada topológica a la historia de salvación nos indica que en el centro de ésta se encuentra la Alianza entre Dios y su pueblo. De ser fiel, éste actualizará las cualidades reales y sacerdotales, reflejando la gloria de Dios. La desobediencia, por el contrario, lo ubica al margen de esta identidad o vocación. El proceso de volver a adquirir las cualidades reales y sacerdotales, reflejando la gloria de Dios, es descrito de distintas maneras de acuerdo a las tradiciones que atendamos. En algunas de ellas los alimentos juegan un papel destacado. Los alimentos terrenos pueden ser medios de penitencia y purificación. Los alimentos celestiales pueden ser medios para la definitiva transformación de algunos héroes veterotestamentarios significativos como Abraham, Enoc, y Moisés.






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