ARMONÍA, ¿PARA QUÉ?

May 25, 2017 | Autor: C. García Gallardo | Categoria: Music Theory, Theory of Harmony, Armonia Musical, Tratado Armonia
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ARMONÍA, ¿PARA QUÉ? Cristóbal L. García Gallardo. Profesor de Armonía y Análisis en el Conservatorio Prof. “Manuel Carra” Artículo publicado en Intermezzo. Revista de música, 21 (Noviembre de 2002), pp. 31-32

Todos los profesores de música han estudiado armonía. Todos los estudiantes de nuestros conservatorios estudian armonía en algunos cursos de su carrera. Esta asignatura aparece en todos los planes de estudios musicales desde hace mucho tiempo (aunque no siempre ha sido así, puesto que la armonía como disciplina básica para entender la música cobra importancia desde el siglo XVIII de la mano del compositor y teórico francés Jean Philippe Rameau). ¿Es realmente tan importante el estudio de la armonía como para ser considerado uno de los pilares de la formación de un músico? Yo creo que sí. La armonía es un elemento básico del lenguaje tonal en que se desenvuelve el grueso de la música a que se dedican nuestros conservatorios: la música occidental de los siglos XVIII, XIX y parte del XX. La armonía estudia la música dando especial énfasis a las simultaneidades de sonidos, centrándose principalmente en los conceptos de acordes e inversiones de acordes. Éstos son muy útiles para entender cómo funciona la música tonal, lo que convierte a la armonía en una valiosa ayuda para el compositor que quiera crear música tonal (que debe conocer los recursos a su disposición), para el intérprete de música clásica (cuya ejecución debe apoyarse en el análisis de la obra), y en general para cualquiera que necesita conocer el lenguaje tonal en profundidad: directores de orquesta y coro, profesores de música, críticos, musicólogos, e incluso, por qué no, buenos aficionados. Sin embargo, son muchos los músicos y estudiantes de música para quienes la asignatura de armonía ha supuesto una experiencia poco útil e incluso frustrante, que frecuentemente parecía transportarles a un mundo dudosamente relacionado con la música real y plagado de extrañas reglas y prohibiciones, las cuales convertían los ejercicios en un calvario o, en el mejor de los casos, en un sesudo entretenimiento más cercano a las matemáticas que a la música, por más que se tocaran al piano una y otra vez. ¿Cómo es esto posible? Hay varias razones que explican esta aparente contradicción. En primer lugar, tal y como solemos argumentar, con no poca razón, los profesores de armonía, las condiciones en que se imparte la asignatura dejan mucho que desear. Muchos alumnos llegan con poco tiempo y aún menos ganas para dedicarse a

estudiar armonía, y en unas edades en las que, después de la jornada en el instituto por la mañana, en el conservatorio por la tarde y el estudio diario del instrumento (no se sabe cuándo), lo último que le apetece a uno es ponerse con la armonía. Además, no es fácil que se den cuenta de la importancia de esta materia si lo que muchos quieren es tocar sin más, postura que en ocasiones cuenta incluso con el respaldo de algunos profesores de conservatorio. Por otra parte, a pesar de los esfuerzos de sus anteriores profesores de lenguaje musical, es muy posible que a no pocos les cueste una media hora dar con la composición del intervalo de quinta justa, con las tonalidades que llevan cuatro sostenidos o con el acorde perfecto mayor sobre la nota re, por poner varios ejemplos, lo que dificulta enormemente la comprensión de la armonía. Para colmo, el número de alumnos por clase es casi siempre excesivo, y no permite la atención individualizada que esta materia necesita. Desde luego, ninguna de estas condiciones contribuye a que el alumno pueda tener un provechoso contacto con la armonía. Por otro lado, deberíamos preguntarnos si la enseñanza que ofrecemos en las clases de armonía es la más útil para la formación del músico. Hay diferentes formas de abordar el estudio de la armonía. En muchos conservatorios españoles está muy arraigada la armonía tradicional o escolástica, que arranca en el siglo XVIII, y que se basa principalmente en la escritura a cuatro voces (para coro mixto) de ejercicios de realización de bajos cifrados, a los que seguían luego armonizaciones de melodías simples en el estilo del coral; muchas veces se completaba esta enseñanza con la armonización de melodías en un estilo más instrumental. Este enfoque de la armonía se centra en la conducción de las voces, dejando en un plano secundario el estudio de las sucesiones de acordes, es decir, cuándo y cómo se utiliza cada tipo de acordes o funciones tonales. Por este motivo ha recibido severas críticas, siendo la más notoria la de Arnold Schönberg, quien ya en 1911 en su Armonía afirma: En otro tiempo, la realización de un bajo podía tener un valor, cuando era tarea del pianista acompañar con el bajo cifrado. Pero enseñar esto hoy, [...] impide ocuparse de cosas más importantes y, sobre todo, entorpece la independencia del trabajo del alumno. Para alcanzar el objetivo principal de la enseñanza de la armonía –unir los acordes en sucesiones teniendo en cuenta sus peculiaridades de manera que tales sucesiones resulten eficaces– no es necesario estudiar tanto el arte de conducir las voces. [...] Y además, el contrapunto y las formas musicales ya se ocupan adecuadamente del movimiento de las partes.

(Habría que añadir que nuestra actual asignatura de acompañamiento también se ocupa de la realización de bajos cifrados) Esta crítica resulta aún más adecuada en nuestro actual sistema educativo, puesto que la reducción de la asignatura de armonía a dos años en lugar de los cuatro

anteriores y con menos tiempo lectivo, prácticamente ha obligado al abandono de la armonización de melodías, con lo que el alumno raramente escoge en sus ejercicios qué acordes debe utilizar, limitándose a rellenar con las notas adecuadas los acordes indicados por el bajo cifrado. Otro tipo de críticas se han lanzado sobre este sistema de enseñanza de la armonía, relacionadas con su falta de conexión con la música real, ya que el intento de presentar la armonía como un conjunto de leyes y acordes atemporales conduce a la escritura de unos ejercicios que no se parecen a la música de ninguna época. Esto es lo que resalta en 1989 Diether de la Motte en su libro también titulado Armonía: Partiendo de los tratados de armonía se ha enseñado una denominada composición estricta que, si bien jamás será composición propiamente dicha, ha servido excelentemente en los exámenes. Tres quintas paralelas = aprobado. [...] Por poner sólo un ejemplo [...] introduce el acorde de séptima y novena de dominante –que como tal sólo se utiliza en la composición desde tiempos de Schumann–, en una composición coral estricta a cuatro voces, cuyas reglas de conducción de voces se han tomado de la música pre-bachiana, sin aclarar al estudiante el hecho de cómo se ha gestado semejante mezcla estilística.

A pesar de estas criticas, la armonía tradicional ofrece aún elementos muy positivos, sobre todo porque ayuda al futuro compositor a adquirir soltura en el manejo de las voces. Pero esto no implica necesariamente que sea el enfoque más adecuado en las condiciones actuales de enseñanza de la armonía: por un lado, la conducción de las voces es tan sólo un aspecto de la composición, y hay otros tanto o más interesantes que deberían ser tratados en la asignatura; por otro lado, los interesados en la interpretación más que en la composición (que suelen ser mayoría) encontrarán de poca utilidad lo aprendido en esta asignatura. La solución que daba el anterior plan estudios de ofrecer armonía analítica para estos alumnos es difícil de llevar a la práctica en la actualidad, como bien hemos podido comprobar en nuestro conservatorio, al no aparecer recogida en el currículo oficial. Realmente, no parece que este enfoque de la armonía nos ayude mucho a entender cómo funciona el sistema tonal, y quizás por eso la pregunta “Armonía, ¿para qué?” es mucho más frecuente de lo que a los profesores de armonía nos gustaría. Encontrar otra manera de abordar la enseñanza de la armonía que resulte más útil a todos los alumnos es sin duda una complicada tarea, puesto que supone apartarnos de la seguridad de lo ya conocido y experimentado por muchos profesores y alumnos, para lanzarnos a una aventura de la que no sabemos qué resultados se obtendrán. Sin embargo, no me cabe duda de que el esfuerzo merecerá la pena. Creo que el camino

adecuado pasa por acercar al alumno a la música real y centrarse en el análisis armónico de obras musicales de un estilo determinado (por ejemplo, el estilo clásico), comentando las diferencias con otros estilos cuando sea conveniente; a partir de aquí, pueden extraerse las estructuras y procedimientos armónicos más típicos, vinculados siempre con la estructura musical (ya que si trabajamos con sucesiones de acordes sin tener en cuenta al menos estructuras como frase o semifrase, acabaríamos en una serie de ejercicios tan irreales como los de la armonía tradicional, lo cual resulta, a mi entender, el mayor problema del sistema propuesto por Schönberg), que luego nos servirían para realizar esquemas armónicos básicos (reduciendo al mínimo los problemas de conducción de las voces, que será abordada más en profundidad con el estudio del contrapunto), los cuales pueden utilizarse en ejercicios de reconocimiento auditivo, en ejercicios escritos libres y de armonización de bajos y melodías y, en última instancia, en la creación de pequeñas piezas musicales con las variadas texturas que permite la melodía acompañada, y que son posibles si al análisis de la armonía se acompaña con un estudio rudimentario de la melodía, la textura y la forma. En definitiva, un enfoque de la armonía mucho más próximo a la realidad musical que pueda ser útil tanto para el intérprete como para el compositor, y que permita llegar al tercer ciclo con conocimiento suficiente para decidir entre las opciones de Análisis y Fundamentos de composición. Estas propuestas pueden parecer utópicas, pero ya existen libros de texto que siguen esta metodología, los cuales facilitan mucho la tarea al profesor. Por supuesto, tienen también inconvenientes, y éstos son mayores cuando se empieza, pero me atrevería a decir por mi propia experiencia en otros centros que merece la pena arriesgarse; en cualquier en caso, el resultado final del trabajo para mejorar la asignatura no puede ser más que positivo. Y ¿quién sabe?, a lo mejor conseguimos avanzar un poco más en nuestro empeño en demostrar que la armonía realmente sirve para mucho.

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