ARTICULAÇÃO AUTORREFLEXIVA NA HISTÓRIA DA LITERATURA BRASILEIRA

July 25, 2017 | Autor: W. Freire Machado | Categoria: História Da Literatura, Articulação Autorreflexiva
Share Embed


Descrição do Produto

Literatura Histórica

Literatura Histórica INDICE PARA UNA CRÍTICA MATERIALISTA DE LA COLONIALIDAD Abril Trigo ------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- Página 3 MODERNIDADES PROYECTADAS, PASADOS RECONSTRUIDOS: NOVELA HISTÓRICA DEL SIGLO XIX HISPANOAMERICANO Brenda Carlos de Andrade ---------------------------------------------------------------------------------------------- Página 7 DE LA PERIFERIA AL CENTRO: LA NOVELA FINISECULAR DEL EJE CAFETERO César Valencia Solanilla ------------------------------------------------------------------------------------------------ Página 17 A ARTICULAÇÃO ENTRE O PASSADO E O PRESENTE NO ROMANCE A REPÚBLICA DOS BUGRES DE RUY REIS TAPIOCA Cristiano Mello de Oliveira -------------------------------------------------------------------------------------------- Página 27 EL MAGNICIDIO DE JORGE ELIÉCER GAITÁN EN LA NARRATIVA DE MIGUEL TORRES: TRAGEDIA Y TESTIMONIO EN LA NUEVA NOVELA HISTÓRICA COLOMBIANA Daniela Melo Morales --------------------------------------------------------------------------------------------------- Página 37 LA REPRESENTACIÓN DE LA GUERRA EN LA NOVELA REPUBLICANA: TRISTE FIM DE POLICARPO QUARESMA (1915), DE LIMA BARRETO, Y EN ESTE PAÍS…! (1920), DE URBANEJA ACHELPOHL , DE URBANEJA ACHELPOHL Dionisio Márquez Arreaza --------------------------------------------------------------------------------------------- Página 42 EL MAL Y LA NARRATIVA: PROPUESTA PARA REFORMULANDO NUESTRA LECTURA DE LOS TEXTOS COLONIALES DE LA CONQUISTA. Iván R. Reyna -------------------------------------------------------------------------------------------------------------- Página 48 HISTÓRIA E FICÇÃO EM LOS DÍAS DEL ARCOÍRIS Joanna Durand Zwarg --------------------------------------------------------------------------------------------------- Página 56 SOR JUANA E GREGÓRIO DE MATOS: O SANTO OFÍCIO, O OFÍCIO DA ESCRITA E A PODEROSA MÁQUINA BARROCA DA IRONIA. Marcelo Marinho -------------------------------------------------------------------------------------------------------- Página 64 LA CRISIS DE CIUDAD EN LA NARRATIVA RECIENTE DEL EJE CAFETERO Rigoberto Gil Montoya ------------------------------------------------------------------------------------------------- Página 71 ARTICULAÇÃO AUTORREFLEXIVA NA HISTÓRIA DA LITERATURA BRASILEIRA Wellington Freire Machado -------------------------------------------------------------------------------------------- Página 79

2

PARA UNA CRÍTICA MATERIALISTA DE LA COLONIALIDAD Abril Trigo The Ohio State University Los estudios culturales latinoamericanos, tanto en sus formas institucionalizadas como en la práctica crítica, adquieren en la zona andina una personalidad propia marcada por la cuestión indígena y la problemática colonial. Se diferencian en esto de las propuestas de investigación predominantes en otros lugares de América Latina, más enfocadas en los procesos urbanos y mediáticos asociados a una nueva modernización al régimen de acumulación global. Revisitando vía poscolonial las teorías de los sesenta, como la teoría de la dependencia, la filosofía de la liberación y la teoría del colonialismo interno, la teoría de la decolonialidad y otras intervenciones críticas buscan establecer un nuevo paradigma epistémico que apoyándose en la experiencia indígena y subalterna de la colonialidad sea capaz de reconfigurar la función geopolítica de las ciencias sociales. En un trabajo relativamente reciente titulado “La impertinencia postcolonial” escribía: “Nadie puede cuestionar la importancia de la descolonización del saber y del pensar, aunque pueda debatirse que dicha descolonización pase, necesariamente, por la academia. Sin entrar en este tema, que toca a fondo la cuestión de la función social del intelectual y la problemática construcción del locus epistémico –núcleo neurálgico del poscolonialismo y síntoma de la colonialidad–, me interesa destacar el énfasis casi obsesivo en explicar el poder como dispositivo discursivo y representacional en desmedro de la materialidad histórico-social que evidencia gran parte de esta crítica, revelando la impronta, no siempre explícita, del posmodernismo.” Y más adelante agregaba: “Se trata de un análisis que, aparentemente ofuscado por los dispositivos cognitivos de dominación simbólica, prioriza la crítica de lo discursivo sobre el estudio de la materialidad histórico-social, cuya transparencia se da por sobreentendida. Desde esta perspectiva, la colonialidad parece encogerse a la administración de geopolíticas del conocimiento y a la interiorización de una imago, una racionalidad y una episteme, con lo cual el capitalismo resulta así casi un atributo, que no la clave de bóveda, de la modernidad y la colonialidad” (Trigo 2012, 243-245). Nadie puede negar la contribución de los estudios poscoloniales latinoamericanos a un mejor entendimiento de la heterogeneidad social del continente, así como a una reconsideración y toma de conciencia, particularmente en los países andinos, de la función estructural del racismo en sociedades históricamente marcadas por la dependencia colonial y el colonialismo interno. El racismo, como observaba Frantz Fanon en Piel negra, máscaras blancas (2009), constituye en los países neo o poscoloniales sujetos neuróticos, ambivalentes y escindidos entre sentimientos contrarios de superioridad –respecto a un otro interno, v.gr. sujetos considerados inferiores por razones étnicas, sociales o de género–, y de inferioridad –respecto a un Otro externo, paradigmáticamente representado por el sujeto europeo y la modernidad occidental–, sobre los cuales se asienta y justifica, en última instancia, un sistema de dominación que opera mediante el movimiento de pinzas de la colonialidad, hacia dentro y desde fuera. En el importante corpus crítico producido por el poscolonialismo latinoamericano sobresale el concepto de “colonialidad del poder” propuesto por Aníbal Quijano, por lo que me limitaré aquí a una somera discusión del mismo, en el entendido de que constituye el aporte teórico más importante de esta corriente. Quijano plantea que la globalización culmina la instalación de un “patrón de poder mundial” que comenzara con la conquista de América. Es así que la historia del capitalismo va ligada a la del colonialismo y la modernidad, lo cual determina que el capitalismo sea necesariamente global, desigual y combinado desde sus orígenes mismos, en la medida que fagocita y articula distintas civilizaciones y modos de producción. “Uno de los ejes fundamentales de ese patrón de poder es la clasificación de la población mundial sobre la idea de raza, una construcción mental que expresa la experiencia básica de la dominación colonial y que desde entonces permea las dimensiones más importantes del poder mundial, incluyendo su racionalidad específica, el

3

eurocentrismo. Dicho eje tiene, pues, origen y carácter colonial, pero ha probado ser más duradero y estable que el colonialismo en cuya matriz fue establecido. Implica, en consecuencia, un elemento de colonialidad en el patrón de poder hoy mundialmente hegemónico” (Quijano 2000, 281). Esto hace del concepto de raza un eficaz instrumento estructural de dominación social ensamblado a distintas formas de organización del trabajo (esclavitud, servidumbre, reciprocidad comunal, salario), siempre al servicio de un mercado mundial y de la acumulación de capital en las metrópolis. El eurocentrismo –variante historicista y cientificista del etnocentrismo– que se desarrollaría en siglos posteriores homologando en el plano ideológico y cultural la dominación colonial y estableciendo un sistema intersubjetivo mundial en cuya cúspide se sitúa el sujeto moderno y la modernidad capitalista, equivale asimismo a una formidable acumulación de capital cultural: “La incorporación de tan diversas y heterogéneas historias culturales a un único mundo dominado por Europa, significó para ese mundo una configuración cultural, intelectual, en suma intersubjetiva, equivalente a la articulación de todas las formas de control del trabajo en torno del capital, para establecer el capitalismo mundial. En efecto, todas las experiencias, historias, recursos y productos culturales, terminaron también articulados en un solo orden cultural global en torno de la hegemonía europea u occidental. En otros términos, como parte del nuevo patrón de poder mundial, Europa también concentró bajo su hegemonía el control de todas las formas de control de la subjetividad, de la cultura, y en especial del conocimiento, de la producción de conocimiento” [Quijano 2000, 293-4]. En una palabra, si la primera modernidad, en términos de Enrique Dussel (1994), sentó las bases de la acumulación originaria de capital a partir de una división colonial y racial del trabajo (subsunción formal del trabajo a escala mundial), la segunda modernidad, es decir, de la Ilustración a la revolución industrial, sólo sería factible una vez que la acumulación de capital en las metrópolis permitiera el desarrollo del modo industrial de producción capitalista (subsunción real de las relaciones de producción). De acuerdo a esta lectura, la colonialidad haría referencia a las estructuras materiales de subordinación de amplias regiones del mundo a la civilización capitalista moderna occidental, proceso que arrancara con las exploraciones, conquistas y colonizaciones del siglo XV hasta alcanzar su plenitud con el régimen global actual. De este manera, la colonialidad –que sería el envés complementario e indispensable de la modernidad capitalista– comprendería todas las variantes históricas del colonialismo, el neocolonialismo y el poscolonialismo [Coronil 2000]. La propuesta de Quijano no sólo haría efectivamente global la teoría del sistema-mundo de Immanuel Wallerstein (1976; 1991), sino que arrojaría nueva luz sobre la heterogeneidad estructural del capitalismo, las imbricadas dimensiones de la materialidad social y cultural, y la existencia simultánea de modernidades disímiles. Ahora bien, esta lectura materialista e histórica de la colonialidad que auspicia Quijano no corresponde necesariamente a la definición de la “colonialidad del poder” que termina proponiendo y que adolece, a mi ver, de no ser lo suficientemente materialista. Me refiero a que si el capitalismo –como horizonte civilizatorio más que como modo de producción económico y social– está presente en todo momento en el análisis de Quijano, resulta ser apenas uno más de los “tres elementos centrales que afectan la vida cotidiana de la totalidad de la población mundial: la colonialidad del poder, el capitalismo y el eurocentrismo” (Quijano 2000, 302). Es difícil discrepar con los términos de esta aserción, pero no con sus implicaciones. La afirmación, en apariencia anodina, escamotea que la colonialidad –que inaugura el colonialismo moderno y difiere radicalmente de otras formas de colonialismo–, está al servicio de y hace posible el desarrollo del sistema capitalista. Y ni que hablar del eurocentrismo, aparato epistémico e ideológico que se elabora desde la experiencia colonial con la función de legitimar y reproducir el capitalismo global. El correctivo que introduce Quijano al demostrar que el sistema capitalista es necesariamente y siempre capitalista-colonial, y que la colonialidad es parte inseparable de la modernidad capitalista, no desplaza en modo alguno la centralidad estructural y epistémica del capital. El régimen global actual es también colonial, pero antes que nada capitalista.

4

Este deslizamiento culturalista, que omite el tratamiento de la materialidad histórico-social de la colonialidad, puede observarse en el énfasis que Quijano pone –y acertadamente– sobre el racismo como “uno de los ejes fundamentales” del nuevo patrón de poder capitalista-colonial, énfasis que acaba obliterando todo otro elemento de la dominación colonial. La falla de que adolece la teoría por lo demás brillante de Quijano reside en no otorgar al capitalismo –como sistema, como lógica, como episteme– el lugar central que le corresponde en el montaje de una nueva civilización (atención, nada tiene que ver esto con la puramente heurística distinción entre estructura y superestructura). Lo que distingue al colonialismo moderno –tanto al colonialismo salvacionista-mercantil de la primera modernidad como al colonialismo imperial de la segunda modernidad– de toda otra experiencia colonial bajo otras civilizaciones, es precisamente que se origina en y se regula por la lógica racionalista y abstracta de la equivalencia general y la pulsión de la acumulación capitalista. La explotación de la mano de obra esclava bajo el régimen de la plantación –invención de los holandeses, por otra parte, a la vanguardia del capitalismo en el siglo XVI– es prueba irrefutable: en ninguna otra civilización el esclavo había sido reducido a la condición de mercancía. Lo mismo podría decirse respecto a la división mundial del trabajo a partir de la racionalización de la idea de raza, dispositivo ideológico que permite una organización de los modos de producción y una distribución del trabajo y el consumo a escala mundial que aún hoy continúa vigente. Pero esto no autoriza a sugerir, como hace Quijano, que el surgimiento en Inglaterra del proletariado moderno (de las relaciones asalariadas de producción) se deba al color de la piel de la población de los trabajadores y no a la acumulación de capital, el desarrollo de las fuerzas productivas y el lugar adquirido por la banca, las manufacturas y la flota británica en el concierto mundial. Así lo dice: “No hay nada en la relación social misma del capital o de los mecanismos del mercado mundial, en general, en el que implique la necesariedad (sic) histórica de la concentración no solo, pero sobre todo en Europa, del trabajo asalariado y después precisamente sobre esa base, de la concentración de la producción industrial capitalista durante mas de dos siglos (…) La explicación debe ser, pues, buscada en otra parte de la historia. El hecho es que ya desde el comienzo mismo de América, los futuros europeos asociaron el trabajo no pagado o no asalariado con las razas dominadas, porque eran razas inferiores (…) La clasificación racial de la población y la temprana asociación de las nuevas identidades raciales de los colonizados con las formas de control no pagado, no asalariado, del trabajo, desarrolló entre los europeos o blancos la específica percepción de que el trabajo pagado era privilegio de los blancos” (Quijano 2000, 289-291). Quijano sostiene, en una palabra, que el desarrollo del modo de producción industrial, es decir, el surgimiento de un capitalismo ya maduro, capaz de subsumir la totalidad de las fuerzas productivas y el proceso de producción a la lógica de la mercancía en los centros donde se verifica la mayor acumulación de capital material y simbólico se debe más a un prejuicio ideológico que a lógicas y dinámicas intrínsecas al desarrollo del capitalismo global. En su afán por demostrar la hasta ahora desatendida importancia del factor racial en la organización mundial del trabajo, Quijano acaba por perder de vista su índole fundamentalmente colonial, con lo cual se diluye la importancia material de la colonialidad en el funcionamiento global de extracción y acumulación de capital. En lugar de explicar el racismo como un invento al servicio de la modernidad-colonialidad capitalista, como se propusiera, podría pensarse que el capitalismo es consecuencia de prejuicios raciales. La denuncia del racismo, así mistificada, pierde vigor, y este desliz culturalista debilita el argumento de Quijano, de modo que aun cuando el concepto de “colonialidad del poder” procura aprehender las estructuras socio-culturales del poder colonial en su articulación histórica al desarrollo del capitalismo, al ser traducido a la teoría poscolonial se verá progresivamente encogido al análisis de la epistemología implementada por dichas estructuras de poder. Así, según Walter Mignolo, sin duda el mayor representante del poscolonialismo latinoamericano, “la colonialidad no consiste tanto en la posesión de tierras, creación de monasterios, el control económico, etc., sino más que nada en el discurso que justificaba, mediante la desvalorización, ‘la diferencia’ que justifica la colonización” [2002, 221]. De acuerdo a esta lectura, la “colonialidad del poder” se vería acotada a la dimensión cognitiva y simbólica del poder colonial donde se configura la identidad étnica de los actores, al instrumentar tecnologías de saber/poder que generan la “diferencia colonial” (racismo), imponen el imaginario occidental (eurocentrismo) y exaltan la episteme moderna (pensamiento científico), núcleos ideológicos de la dominación colonial (Mignolo 2000). La propuesta inicial de Quijano de analizar el

5

imaginario racista/racialista como un dispositivo cognitivo-afectivo que organiza las relaciones de producción del régimen capitalista-colonial global, resulta finalmente encogida al despojo epistémico de los pueblos colonizados y los dispositivos epistémicos de la dominación colonial, lo cual tiene como efecto una mistificación de las “geopolíticas del conocimiento” (Mignolo 2000), amputadas de sus condiciones materiales de producción. En esta línea, la indiferencia neoliberal ante pobreza y la marginalidad puede ser interpretada como un vestigio del racismo colonial por cierto [Lander 2000a], ¿pero permite comprender el neoliberalismo como modo de regulación social del régimen de acumulación global, flexible y combinado? Sin duda el racismo sigue siendo un factor en explotación de la mano de obra barata de mujeres, niños y gentes de color en la periferia, ¿pero sería sensato explicar la división internacional y transnacional del trabajo y el consumo sobre la que descansa la globalización solamente desde el racismo? La crítica a fondo de los aparatos de poder epistémico, que son parte indivisible de los aparatos de poder político y los modos de explotación económica, es una labor absolutamente imprescindible, pero la colonialidad no será abolida por refinada que sea la crítica al eurocentrismo, así como el racismo no ha desaparecido, sino solo cambiado de formas, bajo las políticas multiculturales y el arrobamiento liberal ante la diversidad. Solo una crítica comprensiva y materialista de la colonialidad como parte constitutiva del modo de producción económico, político y cultural regido por la lógica del capital podrá dar cuenta del capitalismo y el colonialismo, de la modernidad y la colonialidad. Un macro-relato que permita interpretar la dependencia, el neocolonialismo y la globalización como distintas instancias de un proceso histórico de larga duración; que haga inteligible el carácter heteróclito, heterónomo y heterogéneo de la modernidad en América Latina, estableciendo la colonialidad como el lado oscuro, necesario e ineludible de la modernidad capitalista; que de un marco al arraigo profundo del racismo y el colonialismo interno en la constitución y reproducción del imaginario moderno occidental. En el texto sobre el Pachakuti, lo que trato de desentrañar son, por un lado los universos de significado que abrieron y construyeron las luchas recientes y, dentro de ellos, me pregunto sobre los horizontes de sentido, sobre las posibilidades anidadas en las luchas y sus esperanzas de fluir contra y más allá de formatos estatales y gubernamentales -sin ignorarlos, claro. Es un libro que, en un nivel, puede ser visto como una historia reciente de Bolivia; en otro, quiere ser una reflexión más amplia sobre la Revolución Social y las posibilidades, caminos y dificultades de transformación de las relaciones sociales BIBLIOGRAFIA Coronil, Fernando. “Del eurocentrismo al globocentrismo: la naturaleza del poscolonialismo.” La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Edgardo Lander, ed. Caracas: Universidad Central de Venezuela/UNESCO, 2000. Dussel, Enrique. 1492. El encubrimiento del Otro. Hacia el origen del “mito de la Modernidad”. La Paz: Plural/Universidad Mayor de San Andrés, 1994. Fanon, Frantz. Piel negra, máscaras blancas. Madrid: Akal, 2009. Lander, Edgardo. “Eurocentrism and Colonialism in Latin American Social Thought.” Nepantla: Views from the South 1:3 (2000): 519-532. Mignolo, Walter. Local Histories/Global Designs: Coloniality, Subaltern Knowledges, and Border Thinking. Princeton, NJ: Princeton University Press, 2000. ---. “Colonialidad global, capitalismo y hegemonía epistémica.” Walsh, Catherine, Freya Schiwy y Santiago Castro-Gómez, eds. Indisciplinar las ciencias sociales. Geopolíticas del conocimiento y colonialidad del poder. Perspectivas desde lo andino. Quito: Universidad Andina Simón Bolívar-Ediciones Abya Yala, 2002. Quijano, Aníbal. “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina.” Edgardo Lander, ed. La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas. Caracas: UNESCO, 2000. Trigo, Abril. Crisis y transfiguración de los estudios culturales latinoamericanos. Santiago: Cuarto Propio, 2012. Wallerstein, Immanuel. The Modern World-System. New York: Academic Press, 1976.

6

MODERNIDADES PROYECTADAS, PASADOS RECONSTRUIDOS: NOVELA HISTÓRICA DEL SIGLO XIX HISPANOAMERICANO Brenda Carlos de Andrade [email protected] Una larga discusión acerca de una funcionalidad de la literatura ha dominado y, hasta cierto punto, todavía tiene espacio en las discusiones respecto al campo de lo literario. En América esta discusión se hace aún más relevante teniendo en cuenta que los grandes proyectos de construcción de identidades desde la Ilustración a la Contemporaneidad suponen un tipo de intelectual comprometido que de alguna manera hace que la literatura sea un medio de intervenir en los proyectos políticos, económicos y sociales. En siglo XIX, en realidad desde finales del siglo XVIII hasta principios del XIX, cuando se empiezan a forjar deseos de emancipación y con el desarrollo de la novela en el campo de la literatura, sobre todo de la novela histórica, ese espacio de confluencia parece ubicarse en la figura del intelectual multifacético que amplifica sus funciones ante la sociedad a través de la práctica de varios roles sociales y artísticos. La literatura se convierte, de esta manera, en una variedad de formas noveladas de proyectos de construcción de identidades emancipadas. Esta búsqueda por un rasgo de diferencia que marque la ruptura con la metrópolis comienza a ganar los deseos de los colonos y ocupar los espacios artísticos. Observando las novelas históricas de la época podemos tener acceso a proyectos específicos para la identidad independiente en proceso de formación/construcción. Una cantidad considerable de ese conjunto evidencia, en esa búsqueda, un deseo de incluir las nuevas naciones en un referencial de modernidad y desarrollo que había ganado espacio con los ejemplos europeos no hispánicos, como Inglaterra y Francia, y algunas veces con el ejemplo de Estados Unidos. Y simultáneamente también intentan rescatar un rasgo propio que señale su identidad/diferencia ante las otras naciones. Lo que se destaca en ese proceso es un desarrollo de la comprensión temporal de una forma linear de manera a interpretar los proyectos nacionales a través de una creación/lectura del pasado al mismo tiempo que proyectan un ideal de presente y/o futuro. Esa configuración podría simplemente ser comparada con un modelo típico de construcción de narrativas sobre el pasado si, en esa época específica, el pasado no representara una especie de lugar de negación, o sea, un punto marcado más por un subdesarrollo que por la tan ansiada modernidad. El conjunto de novelas históricas decimonônicas en la mayor parte de los casos puede ser dividido en dos grupos: los que tratan del tema colonial y los que tratan de la temática precolombina. Ninguno de esos pasados estaba bien adecuado a la idea imperante de modernidad, más allá de eso, estaban visiblemente presos a una herencia poco o nada gloriosa. Así el movimiento de reconstrucción del pasado se convierte en la tarea ambigua de examinarlo, para establecer una diferencia con sus marcas malditas, aunque propias del continente, y proyectar el resultado de esa revisión histórica en una línea sucesoria que permitiera incluir la posibilidad de modernidad para esas naciones. Pensar en cómo las ideas presentes en esas novelas moldearon visiones para crear una imagen del continente americano se presenta como uno de los caminos para entenderse a sí mismo y entender el hilo que traza la estructuración social e histórica de América. Para esa ponencia, me propongo a analizar brevemente las relaciones entre la novela histórica y la construcción de identidades que están ubicadas entre el deseo de modernidad y la necesidad de revisar un pasado que no se puede tomar como continuidad para esa modernidad. Para ese análisis, utilizo algunas novelas históricas del corpus de mi investigación doctoral que incluye obras desde el colombiano Felipe Pérez hasta producciones del mexicano Eligio Ancona. La imagen de un siglo homogéneo capaz captar un conjunto estructurado y bien articulado en sus dimensiones de pensamiento, cultura, política y sociedad es la que se difunde de forma más natural cuando se trata del siglo XIX. La idea de unidad de la nación, unidad cultural, los proyectos "similares" de desarrollo científico y esa mirada hacia el futuro contribuyen para la generalización de un siglo que representa un

7

potencial importante porque, como la mayoría de los tiempos/siglos, si nos dedicamos detenidamente a él, veremos vibraciones contradictorias dentro de los modelos estándar difundidos por la lectura histórica de ese siglo y de la difusión de estos modelos por el sentido común. Aunque muchos estudiosos hayan estado trabajando y reafirmando la diversidad y la riqueza de ideas que estarían muy lejos del modelo homogéneo para ese siglo, casi todos empiezan precisamente por la necesidad de deshacer esta idea como algo necesario para el desarrollo del estudio. Como se verá, las propuestas son variadas como eran variados los ideales que guiaban las propuestas subyacentes a los escritos ficcionales. Esa diversidad se debe justamente al lugar maleable y fluido en el que se localiza el intelectual decimonónico frente a los acontecimientos y frente las funciones que toma para desenvolver en la sociedad. Uno de los puntos cruciales para pensar son las funciones o atribuciones del intelectual del período que comprendían diversos campos de estudio (historia, ciencias, ingeniaría, etc.) y de acción (científico, político, soldado, educador, escritor). Esa gama de espacios ocupados da idea de un proyecto global bajo el riesgo constante de dispersión y quizás incapacidad de coherencia en los más ínfimos detalles, pero en las grietas de la incoherencia se suelen gestar las diferencias en cada proyecto. Ellas son asociadas a los cambios constantes durante las primeras seis décadas del XIX así como los diferentes orígenes y formación nos dicen de una época que intentó con todas sus fuerzas crearse a sí misma de una forma bastante consciente se comparada con períodos anteriores. Las variaciones de modelos tomados durante esas décadas también indican un rasgo importante a ser considerado. Durante los primeros siglos, la influencia sufrida por las colonias era filtrada a partir de España. La metrópolis indicaba patrones y modas que serían, claramente, readaptados en el continente americano, sin embargo no dejaban de representar el modelo prácticamente hegemónico. También en ese cuadro la educación y la formación pasaban por un modelo guiado por la educación religiosa, o impartida por religiosos: dominicos, franciscanos y jesuitas. La apertura proporcionada por las Independencias genera una proliferación de nuevas referencias y en algunos casos apego a los antiguos y, hacia la mitad del siglo, apropiación y adaptación consciente de esas referencias. No obstante, esta forma apropiada de diferentes fuentes y países gana contenidos propios e inesperados dependiendo de la situación local a la que fue adaptado, como afirma José Luis Romero en el prólogo de Pensamiento Político de la Emancipación: El pensamiento escrito de los hombres de la Emancipación, el pensamiento formal, podría decirse, que inspiró a los precursores y a quienes dirigieron tanto el desarrollo de la primera etapa del movimiento – el tiempo de las “patrias bobas” – como el de la segunda, más dramático, iniciado con la “guerra a muerte”, fijó la forma de la nueva realidad americana. Pero nada más que la forma. El contenido lo fijó la realidad misma, la nueva realidad que se empezó a construir al día siguiente del colapso de la autoridad colonial. (1988, p. x) La determinación temporal mencionada por Romero, tres fases que marcan el pensamiento político de la emancipación, coincide, en cierto sentido, con otras divisiones del período. Esas fases van marcar la división en bloques distintos de los documentos presentados en la compilación organizada por él. La primera fase de los precursores comprendería desde la última década del siglo XVIII hasta 1809. Los textos pertenecientes a ese grupo están marcados por una fuerte influencia de la metrópolis y, en muchos casos, por una ausencia de definición o toma de rasgos nacionales, si considerados como un bloque más homogéneo. Sin embargo, es difícil afirmar cómo y cuándo de hecho comienzan a desarrollarse las ideas independentistas, aunque para los períodos iniciales (comprendidos entre finales del siglo XVIII hasta finales de 1830) las voluntades explícitas y más radicales sean relativamente poco frecuentes. Por esos años, muchos movimientos se apoyaron en lo que Romero llama de “máscara de Fernando VII”, en que los sentimientos de carácter criollistas se escondían bajo el velo de una negación en apoyar la metrópolis dominada por Napoleón, o sea, aparecían como una defensa del monarca cautivo.

8

Los sentimientos de esos dos períodos iniciales, demarcados por Romero, demuestran un crisol de influencias dispersas y reconfiguradas para lecturas y experiencias locales, local tanto en un sentido amplio del continente americano como tomado en el sentido de pequeños espacios locales dentro del continente que toman modelos para sus reivindicaciones. En ese crisol de las experiencias coloniales anteriores a las revueltas y a las declaraciones de independencias, se asoman desde las lecturas de textos franceses de la Ilustración (Montesquieu, Voltaire, Rousseau) a la herencia del comportamiento de religiosos como los jesuitas, que, aun defendiendo el sistema, mantenían una cuidadosa actitud de autonomía dentro de las colonias ante la metrópolis. La lectura misma de los textos franceses también no era homogénea y se ha presentado bajo varios aspectos. La principal fuente de esos textos se dio a través de intelectuales de la metrópolis que leían y se utilizaban de elementos que parecían útiles y necesarios negando formas más radicales del pensamiento francés. La lectura directa de esos textos también ocurrió en algunos casos especiales a través de autorizaciones expresas de entidades pontífices, ya que constaban en las listas de libros condenados, y de lectura secreta. Contrario a lo que se puede imaginar, el rechazo de ideas más radicales no era simplemente una imposición de la península, los propios americanos defendían valores del sistema colonial. Un caso interesante sería el del argentino Mariano Moreno que, al publicar la traducción del Contrato Social, suprime un capítulo y varios pasajes en que el tema religioso es mencionado. Según su propia explicación en el prólogo: “Como el autor tuvo la desgracia de delirar en materias religiosas, suprimo el capítulo y principales pasajes donde ha tratado de ellas” (In ROMERO e ROMERO, 1988, p. xx). En el caso americano la religión sigue con grande influencia movilizadora y como rasgo fuerte de la sociedad. Cabe mencionar que uno de los más radicales agentes del movimiento de emancipación mexicana, Miguel Hidalgo, era un padre. En realidad, se puede observar ése como uno de los puntos de resistencia a los modelos extranjeros surgidos en el período. Ese rechazo, aparentemente paradojo, es simbólico de las contradicciones experimentadas en el período: se rechazaba la metrópolis, aunque sólo parcialmente, pero no se apropiaba definitivamente de los modelos franceses e ingleses. Romero define esa no aceptación como un sentimiento criollo que actúa como fuente de resistencia a los modelos extranjeros, así lo que percibimos como elementos de la península son vistos de hecho como elementos característicos de la colonia, el rasgo criollo. Futuramente, esa resistencia va a ser el centro de algunas revueltas y guerras dentro de la propia sociedad americana, como, por ejemplo, la política de Juan Manuel de Rosas en Argentina de “valoración” local y rechazo de lo extranjero que, por su vez, era asociado al partido de los unitarios contrario al federalismo de Rosas. El binomio civilización X barbarie y las discusiones alrededor de esa polarización también parecen alimentarse de debates llevados a cabo en que extranjero y local juegan roles en negociaciones espaciales no siempre pacíficas, ni con fronteras determinadas. Una de las preocupaciones elementares e iniciales fue el debate entre las referencias que deberían tomarse de la herencia prehispánica y de la herencia española. “La perspectiva adoptada en los textos históricos planteaba dos posturas acerca del eje primordial de la Independencia: la ruptura absoluta con el pasado con el pasado colonial o el rescate de esa herencia” (BETANCOURT MENDIETA, 2003, p. 87). La negación y/o aceptación de ambas y constitución de un nuevo marco que pudiera servir de base para referencial para las nuevas sociedades marcan los trabajos de carácter histórico que pasan a ser producidos. El problema empezaba con la aceptación o no del modelo de España que de alguna forma se quiso negar con las independencias. No obstante, negar ese modelo llevaría/llevó a dos caminos complejos: (1) aceptar modelos europeos nuevos como los de Francia e Inglaterra que no se adecuaban completamente dentro del espacio americano y con los cuales ni las elites criollas, conocedoras de Europa, ni la sociedad ex-colonial estaban acostumbrados o (2) tomar como referencia un pasado prehispánico que no sólo parecía sumamente extranjero para las clases dominantes como principalmente representaba en muchos aspectos una parcela de herencia “no-civilizada” que se intentaba negar.

9

Esas opciones de referencias y las dificultades implicadas en la adopción de cualquiera de ellas son visibles en los escritos decimonónicos y fundan un marco temático en cuyo rededor van desenvolverse una serie de visiones sobre las naciones que se formaban y el espacio geográfico en que se localizaban. “De este modo, los escritos históricos participaron de la creación de una conciencia histórica nacional que en la segunda mitad del siglo XIX actuó como un catalizador de la política y las relaciones sociales” (BETANCOURT MENDIETA, 2003, p. 87). Zea, en Pensamiento Latinoamericano, deja claro como el problema de la referencia hace parte del pensamiento latinoamericano mismo que comienza a formarse en ese siglo. Entre esas dos alternativas, estaba la opción por la Patria Grande de Bolívar e Monteagudo, que veían esas alternativas a partir de otro punto de vista, diferente del liberal que prevalecería después. El proyecto/idea de la Patria Grande se agitaba entre la ruptura absoluta con las influencias españolas y el rescate de formas del pasado anterior. No conociendo un formato definitivo, ese proyecto vislumbraba rescatar elementos de la cultura precolombina adaptados a una organización, un modelo de confederación entre las naciones. Otro elemento importante que marca la formación de la historia, en ese momento, es que ese carácter utilitario del campo parece hacer migrar la producción del ámbito privado para el ámbito público. Betancourt Mendieta afirma: En este sentido, se distinguen, sin duda, dos esferas en la constitución del pasado nacional: la producción de este conocimiento, inicialmente recluida al ámbito privado de los “primeros historiadores” nacionales, y la pública, asociada a los vínculos entre el poder político y los “historiadores”. (BETANCOURT MENDIETA, 2003, p. 83) No que ese movimiento represente un cambio total aboliendo la producción de carácter más privado, pero el surgimiento de Institutos y Academias Históricas va a ser responsable por un enlace más intenso entre los intelectuales productores de escritos históricos y el poder público. También está claro que el potencial para esa relación ya existía se consideramos las fronteras porosas en que se localizaban los intelectuales del período. Cuando hablamos, entonces, de es acercamiento mayor de la historia con el poder público, lo que se está enfocando es la relación didáctica de esa disciplina para la formación de la identidad nacional a través del establecimiento de monumentos históricos, de fechas cívicas conmemorativas y de la educación escolar. La historia llegó a ser así una importante herramienta para crear comportamientos patrióticos y fomentar un sentimiento de lealtad frente al Estado. Esta finalidad presupuso que la historia podía ser un instrumento para la “formación de la conciencia nacional, para la identificación con la patria y el patriotismo”. (BETANCOURT MENDIETA, 2003, p. 90) En verdad, ambas funciones seguirán existiendo y su cruce se dará, sobre todo, a través de las Academias e Institutos Históricos, que muchas veces tuvieron sus orígenes en salones literarios. La mudanza, entonces, se ubicará en un uso más oficializado de la historia que pasará a ocupar espacios explícitamente políticos en la formación de los ciudadanos, jugando así un rol fundamental. Ese nuevo aspecto de los escritos historiográficos se hace interesante porque visaba simplificar un conocimiento que, al ser institucionalizado, se volvía, sino inaccesible, ya que circulaba entre el público escolar, por lo menos pesado y dificultoso. El rol político de la historiografía aparece principalmente en el carácter publicista que la disciplina gana en el momento a través de la difusión de monumentos e símbolos nacionales y de versiones/interpretaciones aceptables y de fácil asimilación del pasado en forma de novelas y cuentos, por ejemplo. A esa preocupación, se soma otra más formal de la difusión del conocimiento histórico en niveles escolares más básicos, o sea, la introducción de la historia nacional para los nuevos grupos de niños que pasan a integrar las escuelas, cada vez más difundidas a partir del siglo XIX. Esa propagación del contenido histórico no era algo irrestricto, obedecía las reglas específicas y pasaba por discusiones y debates propios promovidos o establecidos entre grupos “autorizados”, el ya mencionado grupo de intelectuales multifacéticos, políticos y militares de altos escalones. A esos grupos formados en el período, se podría atribuir el concepto de “sociedades de discurso” elaborado y discutido por Foucault en A ordem do discurso. Para el autor, esas sociedades son grupos “cuja função é conservar ou produzir discursos,

10

mas para fazê-los circular em um espaço fechado, distribuí-los somente segundo regras estritas, sem que seus detentores sejam despossuídos por essa distribuição” (2010, p. 39). La configuración de grupos de lo que podría ser llamado la elite intelectual/ilustrada pensando y construyendo los símbolos nacionales cumple la función de esas sociedades de discursos definidas por Foucault. Pese a que esos símbolos fueron hechos para la divulgación y la circulación de elementos cohesivos que empezaban a ser plasmados junto con la creación de nuevas naciones, la llave y la autorización para discutir lo que debería componer un “nuevo” sistema de símbolos para cada nación permanecían restrictas a esa élite. Los grupos de rapsodos citados por Foucault, como ejemplo de sociedad de discurso, configuran bien esa ambigüedad entre la divulgación de los discursos y su creación o dominio sobre su palabra. Como afirma o autor francês, “entre a palavra e a escuta os papéis não podiam ser trocados” (2010, p. 40). Los intelectuales del período constituían, de esa forma, sociedades de discurso que a través de la institución de la historia como disciplina y su difusión a partir de diversos géneros de escritas pasaron a formar (inventar y crear también serían verbos apropiados, a depender de la postura de cada investigador) las naciones latinoamericanas en proceso de construcción. Pensar esos intelectuales como sociedades de discursos no implica afirmar que todos adherían o seguían una propuesta única o cohesiva para pensar los postulados base que determinarían la escrita y la comprensión del pasado histórico. En realidad, muchas de las polémicas del siglo XIX se desenvolvieron sobre modos de pensar la concepción de historia, los modelos y los elementos que deberían ser tomados para su construcción. Lasarte Valcárcel empieza su ensayo “El estrecho XIX” discutiendo justamente la idea homogeneizadora que se mantiene sobre la América Latina. En primero lugar parte del pensamiento integrador que piensa la América Latina como conjunto cohesivo de análisis para, a partir de ese punto, proponer la diferenciación de grupos y posturas que durante el período de formación tenían mucho menos de homogéneos de lo que hace suponer la visión contemporánea respecto a ese momento histórico. Si, por un lado, el autor critica incluso el rótulo de América Latina bajo el cual pensadores importantes como Leopoldo Zea y Arturo Roig parecen crear abstracciones teóricas que omiten la realidad específica de cada local, por otro lado, según él, la visión de rupturas propuesta por Ángel Rama en La ciudad letrada también no condice con ese objeto aparentemente amorfo que es objeto de esos estudios. Lasarte Valcárcel deja entrever una imposibilidad de estudios amplios y abarcadores ya que ellos omitirían la heterogeneidad del conjunto. Aunque no comparta de la idea de esa imposibilidad, el argumento del texto es extremamente importante, una vez que, aun tomando América Latina como conjunto pasible de ser estudiado en su integridad, o dentro de una integridad posible, definir el espacio de las diferencias es una forma de surcar el camino sin imponer rótulos previos y comprendiendo las ambigüedades e idiosincrasias que constituyen el continente americano, sobre todo la parte llamada latina. Una observación semejante a esa hace Santiago Castro-Gómez en “Geografías poscoloniales y translocalizaciones narrativas de ‘lo latinoamericano’” al comentar el libro Against Literature de John Beverley. El argumento Beverley se desarrolla a partir de la tríade de personajes shakespearianos de La tempestad que pasaron a integrar el imaginario identitario de América Latina: Calibán, Ariel y Próspero. En las páginas de estudios, Próspero representa el colonizador, Ariel una élite intelectual y Calibán, el pueblo. La marcación positiva o negativa entre Calibán y Ariel ha variado en el tiempo. El conocido ensayo Ariel, de José Enrique Rodó, atribuye a América Latina el rol de ese personaje, sino completamente desenvuelto por lo menos como objetivo/modelo. Roberto Fernández Retamar, décadas después, en Calibán: apuntes sobre la cultura de nuestra América se pone al lado de Calibán. El elemento que Beverley trae como evidente es que, independiente de que el pueblo realmente sea asociado más a la figura de Calibán que a la de Ariel, es a través del discurso de ese último (que es un representante de las clases intelectuales latinoamericanas) que el primero aparece en las discusiones sobre el ser latinoamericano. La toma de Calibán como representativo cultural más próximo de un ser latinoamericano omite, o por lo menos no deja evidente, que toda la discusión respecto esa identidad darse en un campo académico-intelectual que reproduce los patrones de saber de las excolonias, del mundo occidental. Como ya había comentado anteriormente, las estructuras de saber que formaron esos espacios nacionales son legados culturales de Europa, el reconocimiento mismo de nuestra

11

otredad se revela un paradigma invocado e inventado por la Europa del siglo XVI que se confronta con espacios y seres que ella no es capaz de reconocer o explicar por los modelos ya conocidos. Me parece, sin embargo, curioso el hecho de que, aun guiándose por esa argumentación, tanto Beverley como Castro-Gómez (1998: 13) tienden a evaluar la literatura del siglo XIX como una reproducción de la lógica hegemónica del colonizador, como un nuevo proceso de colonización. No obstante, por más que Ariel repita el discurso de Próspero, su discurso nunca será el de Próspero. No significa decir que el discurso intelectual de la época no repita una lógica de exclusión y de subalternización de varios sujetos sociales (mujeres, negros, indios, etc.), pero siempre es importante acordar que imponer la visibilidad de las orillas en ese período como un proceso más general no deja de ser un anacronismo. De una forma muy clara, la literatura y la historia estuvieron reproduciendo modelos coloniales, ya que la invención de algo como historia o literatura hace parte del mundo cultural eurocéntrico, u occidental. Al retomar tales conceptos, sin embargo, la intelectualidad latinoamericana no deja de inserir dados nuevos, pequeñas subversiones conscientemente o no de tal hecho. Las polémicas sobre el concepto y las formas de escribir la historia son un ejemplo de eso, se inscriben en un campo discursivo que intentará primar por traducir las nuevas naciones buscando sus orígenes y, al mismo tiempo, intentando inscribirlas en los nuevos patrones del proceso de modernidad/modernización que pasan a vigorar a principios del XIX, especialmente en su mitad final. Intentar establecer vínculos con el pasado o negarlos tácitamente son puntos basilares de esas polémicas, que de alguna forma pasaron a integrar también posturas que pueden ser identificables en las novelas producidas en ese período. Un Peri de José de Alencar, o un Huayna Capac de Felipe Pérez, o un Cuauhtémoc de Heredia o de Avellaneda demuestran un entendimiento de los indígenas mucho más cercano de ideales iluministas de lo que realmente podían ser o fueron esos personajes ficcionales o históricas. No quiero con eso afirmar que esos personajes son europeos con ropas indígenas, lo que se suele hacer con relación al personaje del autor brasileño, pero que, como intento relativizar, tales construcciones hablan y demuestran por vías no exactamente directas las ambigüedades referenciales de que padecieron las sociedades del período. Un punto interesante respecto a las discusiones y polémicas llevadas a cabo por intelectuales historiadores del período en relación a una idea o modelo más preciso de historia parece residir en una encrucijada surgida a principios del XIX sobre los modos de enseñar la historia. Ortiz Monasterio llama atención para el caso específico de la polémica entre José María Lacunza y el Conde de la Cortina afirmando que “en el fondo del debate está la necesidad expresa de formar hombres de Estado y el imperativo implícito de ubicarlos, de hacerlos pertenecer a la moderna civilización” (2004, p. 55). En la base de la idea de formación de un hombre del Estado está la de enseñanza, de cómo enseñar la historia de la nueva nación y sus símbolos moldando las mentes más jóvenes. Aunque esa observación sea elaborada teniendo como foco la situación de México, no deja de ser evidente que, en otras regiones de Hispanoamérica, la preocupación con la historia ha caminado lado a lado con la preocupación didáctico-educativa y que flotaba sobre ellas el proyecto en construcción de las identidades y símbolos nacionales. Las historias escritas en el siglo XIX no escapan a ese circuito entre nacionalidad, ciencia y educación – la ciencia respaldaba los elementos de la nacionalidad que deberían ser enseñados a los nuevos ciudadanos y, principalmente, a los ciudadanos más jóvenes. En ese circuito también puede ser colocada una polémica como la de Bello y Lastarria, que aun no enfocando directamente los aspectos educativos se inscribe en el ámbito universitario lo que per se ya indica un espacio determinado de cierto nivel didáctico que subyace a la polémica. Así la discusión sobre los conceptos y nociones de historia desarrollados en Hispanoamérica en ese período debe considerar que la frontera entre la literatura y la historia ocupaba un espacio diferente de lo que hoy situamos, ficción y realidad significaban y hablaban de cosas diferentes y el concepto mismo de verdad varia. Esa relación se insería en una búsqueda más amplia de identidades y símbolos nacionales, que hacían de la ficción, en la mayor parte de las veces, un aliado de la historia, porque, más que la necesidad de delimitar el campo de una disciplina, los intelectuales del siglo XIX intentaban construir una nación con los elementos

12

más útiles a esa construcción. La historia y la literatura, ficción, componían ese arsenal que era poco sensible a otras distinciones, menos urgentes para aquel momento histórico. El siglo XIX, en el Occidente por lo menos, está marcado por una preocupación con el carácter histórico y la formación de la Historia como disciplina y ciencia. América Latina, en ese sentido y aun pasando por cuestiones propias en relación a la consolidación de sus espacios, no escapa a los lazos forjados, durante la colonización, de su vínculo con el mundo occidental, representado, en ese momento, por Europa como núcleo de influencia. Quizás por el carácter de los cambios ocurridos en el continente americano, el surgimiento de la historia como disciplina gana un sentido específico en ese período para las naciones latinoamericanas en formación. El desarrollo de la práctica historiográfica parece constituir así un espacio de fronteras porosas que se inmiscuye en diversas prácticas cotidianas visando a la formación, reflexión y enseñanza de las cualidades y fronteras de los nuevos países que comenzaban a delimitarse con los movimientos de Independencia. Los primeros historiadores, en ese panorama, desempeñan un rol difuso y difusor de las ideologías circulantes con respeto a la historia y sus contenidos. Doris Sommer llama la atención para una frontera poco definida entre el escritor de ficción/literatura e el político/estadista (statesman). Las funciones del que mejor sería llamar “intelectual actuante” son amplias e envuelven, para el período, una cadena poco restricta de áreas predeterminadas. En verdad, ese intelectual era una especie de heredero del intelectual humanista del siglo XVIII y un precursor de aquél más tecnicista de finales del XIX y comienzo del XX. Quizás por ese motivo las formas o géneros que utilizan para divulgar el saber/conocimiento son también fluidos: ensayos, cuentos, novelas, tratados, todos de alguna manera abordan las problemáticas fundamentales para el XIX, dentro de esos géneros y disperso por varios de ellos la preocupación en escribir la historia ocupaba un lugar principal. Escribir esa(s) historia(s) parecía constituir una especie de compromiso como argumenta Betancourt Mendieta (2003, p.83). El lector, en ese panorama, aparece como un eslabón fundamental en la cadena del desenvolvimiento intelectual. El tipo de lector o público parece así determinar la forma como serán escritas esas verdades históricas para ser mejor leídas o mejor asimiladas. Un tratado histórico y una novela histórica podrían tener fundamentalmente la misma base y las mismas referencias a documentos del pasado, pero anhelaban públicos diferentes y, por eso, en su forma enfocaban ciertos puntos con mayor o menor relevancia, con más o menos profundidad. En verdad, la tríade lector, medio de divulgación y carácter de la obra es fundamental para entender cómo van desenvolviéndose o no las fronteras entre las disciplinas. La novela histórica preveía un público amplio y sin profundidad intelectual, pero que necesitaba entrar en contacto con su pasado, conocerlo así como querían las nuevas instituciones que se estaban formando, por eso tenía un carácter educativo/pedagógico y fue divulgado, sobre todo, en los periódicos de la época que tenían una difusión más amplia entre varios tipos de público. A pesar de ese rasgo de intención “popular”, ese material literario englobó las preocupaciones fundamentales que circulaban y fundamentaban la historia en formación. En mi tesis de doctorado analizo un conjunto de once novelas históricas que dialogan con el pasado de forma a proyectar nuevas posibilidades de futuros para sus naciones relacionándolos con tiempos históricos que pretendían (re)construir: “tiempo mítico” de origen y formación del espacio americano; período colonial; y tiempo fronterizo. Esa división se presentó como una forma interesante porque cada una de esas divisiones implica una forma diferente de comprender la función y uso de la novela histórica en esas primeras décadas del siglo XIX. Alejandro Araujo Pardo en su tesis de doctorado Usos de la novela histórica en el siglo XIX mexicano propone que para las novelas históricas existieron tres usos básicos de ese género: (1) moralizar siguiendo el precepto de la historia como magistra vitae, (2) enseñar la historia de manera entretenida, pero legítima, y (3) llegar a través de la ficción donde los documentos históricos y, por consiguiente, la historia no llega. El primer uso aun está asociado a una forma heredera de los principios de la Ilustración quizás su antecesora más directa. En ese uso, se encuentran las novelas producidas sobre un pasado mítico basado, sobre todo en lecturas de esquemas del pasado anterior a la llegada de los españoles yendo hasta el encuentro con esos. La segunda función se encuentra tanto en lo que llamo de novelas fronterizas como en las que trabajan con el período de estabilización de la Colonia, la diferencia es que los fronterizos aun

13

intentan tratar la temática del indígena situándose entre el mundo “civilizado” y “no civilizado”. Las fronterizas son pasibles de ser encuadradas en los tres usos propuestos por Pardo. Ya las novelas del período colonial suelen tratar sólo con los últimos usos propuesto por Pardo, lo que es interesante, pues son justamente esos que tratan de temas/historias más próximas del presente del autor. Las novelas La novia del hereje o la Inquisición en Lima (1843 – folletín – y 1854), de Vicente Fidel López, Martín Garatuza, de Vicente Riva Palacio, Amalia, de José Mármol, representan el grupo de las novelas históricas del período colonial, aunque esa última se sitúa en el límite de lo que algunos estudiosos consideran como novela histórica. Amalia es un relato sobre las guerras cívicas trabadas entre federalistas y unitarios y fue escrito casi contemporáneamente a los eventos que relata. Se trata así de un caso interesante por dar tratamiento de pasado a un hecho casi presente presumiendo, quizás la importancia histórica de los eventos narrados así como también anhela gravar una especie de relato sobre el mal surgido de la desunión (representado tanto por la guerra entre “hermanos” como por el carácter separatista propuesto por el sistema federalista, villano de la historia junto con su representante mayor el General Juan Manuel de Rosas). En ese conjunto, la noción de modernidad es proyectada en un futuro vinculado en general a formas que representan un punto de corte con la herencia colonial, con un aprovechamiento de referencias de modernidades de países como Francia e Inglaterra. No obstante, esa nueva referencia aparece en general modelada por un contexto local. Las novelas Jicotencal (1826), de José María Heredia, Huayna Capac (1856), Atahualpa (1856), Los Pizarros, (1857), y Jilma, de Felipe Pérez, Guatimozín (1846), de Gertrudis Gómez de Avellaneda y Los mártires de Anáhuac (1870), de Eligio Ancona, representan las novelas que tratan de un pasado mítico. Aun estando ancladas en hechos históricos y figuras importantes del inicio de lo que sería la formación del continente americano, todas parecen cargar la intención de indicar o de enseñar una formación de un principio e de fundación y, como tal, también justificar los problemas y conquistas del presente. El contenido moralizante se encuentra en todas las obras en mayor o menor grado ya que los problemas presentes parecen ser frutos de actos no dignos cometidos por esos personajes en el pasado. La obra de Felipe Pérez puede ser entendida dentro de ese espacio que intenta moralizar y enseñar por el ejemplo dado, pero que no deja de ser menos histórico. Cada una de las obras de ese conjunto tiene una base profunda en comentarios históricos y crónicas a los que los autores nos remiten con frecuencia, tanto a través de las notas de pie de página, que poseen un valor inestimable para análisis, como en el cuerpo do texto mismo en que largos fragmentos de cronistas como José de Acosta son citados. Existe una necesidad más evidente de anclar los nuevos proyectos de modernidad en una revisión y aprovechamiento del pasado, sea él indígena o español. Las novelas Caramurú (1848), de Alejandro Magariños Cervantes, Lucía Miranda (1860), de Rosa Guerra, y Lucía Miranda (1860), de Eduarda Mansilla de García, forman un conjunto un poco más fluido que transita entre los espacios de los otros dos conjuntos anteriores. Implica un material un puco más problemático por parecer constituirse como una panacea de todas las categorizaciones anteriores. Sin embargo, ese suplemento es profundamente interesante por colocar en confronto, no sólo la referencia histórica más obvia, la posibilidad o imposibilidad del encuentro entre nativos y europeos. Los personajes principales de esas novelas son, prácticamente todos, creaciones de sus autores, pero que transitan por un fondo histórico real como es el caso de Caramurú, especie de novela gauchesca con rasgos indigenistas cuyo fondo histórico son los movimientos de independencia. La excepción sería, en ese caso, Lucía Miranda presuntamente un personaje histórico cuya existencia nunca ha sido probada constando así más como un elemento de las leyendas fundacionales que como un personaje “histórico” de existencia comprobada. Formas antiguas de percibir el pasado perduran en la escrita de esas novelas y van cambiando con el paso del tiempo, creando distintos modelos de aprender y escribir la historia dentro de lo que se llama literatura. La relación entre los campos de la historia y de la literatura no siempre se estableció bajo los parámetros que la rigen hoy día, por eso ficción y realidad no siempre fueron substantivos asociados a la literatura e a la historia. Por no tradujeren las mismas expectativas entre el público actual y el público decimonónico es que

14

el paradigma ficción y realidad no funciona tan adecuadamente para la lectura de esas novelas. Las construcciones de las nacionalidades que dependían tanto de la creación simbólica como de la creación política forjan una grande parte del material escrito. Las novelas históricas, incluidas en ese contexto de creación de la nacionalidad y de revisión y construcción de una historia particular y local, contribuyen para la historia nacional, siendo así indisociables de escritos más teóricos y académicos que se proponían a consolidar los mismos objetivos. La diferencia en los usos atribuidos a las novelas históricas es uno de los primeros elementos que Alejandro Araujo Pardo (2006) señala en su tesis de doctoral. Como mencionado antes, el estudio de ese género en el trabajo del historiador mexicano se refiere específicamente al XIX en su país, sin embargo las tres fases establecidas por él pueden ser retomadas para un contexto más abarcador de análisis como para Hispanoamérica, respetando las particularidades de cada local o país. Lo(s) proyecto(s) de nacionalidad no necesariamente era(n) semejante(s), aun entre conterráneos. Cada grupo reivindicaba algo distinto, así como cada local, cada país, producía y escribía sobre aspectos que eran más esenciales, y eso se reflejaba en los escritos. La tiranía como fuerza nociva, por ejemplo, es el eje fundamental bajo el cual van forjándose las novelas argentinas. La opresión del gobierno español, reflejada después en el gobierno de Juan Manuel de Rosas, amplifica la preocupación de los escritores con todas las formas de tiranía. Ese rasgo agrega aun un comprometimiento más evidente de esas producciones. En el contexto mexicano, la preocupación con la tiranía se reflejaba más en lo que concierne a sus formas religiosas. El tribunal del Santo Oficio ocupa, entonces, un local importante en las memorias que no deben ser olvidadas por representar un rasgo perturbador y casi maléfico. La presencia indígena como parte de la tradición histórica es otro rasgo recurrente entre las producciones de novelas históricas y puede aparecer de forma más o menos fuerte a depender del local tratado. En la tradición peruana y mexicana, ese indígena pasado, tomado como modelo glorioso, se vuelve un personaje posible, aun, y quizás especialmente, cuando el indígena contemporáneo no podía representar la nacionalidad. La bravura de los héroes que resistieron a la invasión española era un mito de un principio de nacionalidad avant la lettre que funcionaba bien para esos dos países que podían considerar los nativos civilizados o parcialmente civilizados. En el caso de la región platina, esa exaltación no era evidente, ni quizás posible como se puede ver en las novelas homónimas de las dos escritoras argentinas tratadas en el tercero grupo. El indígena, aun cuando tenía buen corazón, nunca dejaba de ser un bárbaro. Esa toma ficcional del indígena como bárbaro reflejaba las relaciones locales entre la sociedad colonial y los indígenas, que nunca llegaron a tener ningún de los privilegios concedidos a las élites incas e nahuatls. El contenido de esas novelas históricas y también las relaciones establecidas por ellas entre el campo de la literatura y de la historia forjaron nuevas formas de comprender el espacio hispanoamericano. La encrucijada de la identidad, o de la formación de identidades continuará siendo desarrollada y suscitando cuestionamientos, aun después de décadas. Parece difícil comprender el fenómeno del boom latinoamericano, sin entender una necesidad expresa de muchos intelectuales de buscar una identidad local (aunque fuera una identidad artística local). La postura de intelectuales críticos de fines del siglo XX y comienzo del siglo XXI, que proponían una lectura descolonial (Mignolo e Quijano, por ejemplo), habla también de alguna forma de esa identidad/identificación local, que claramente ya no se identifica con un modelo de nacionalidad homogéneo y estanque, pero intenta aun trazar formas y diseñar modelos para leerse a sí mismo dentro de un sistema-mundo que constantemente identifica América Latina con o espacio al margen de los centros culturales y comerciales. La identidad nacional ya no pasa, en ese contexto, a ser una preocupación, incluso porque una parte considerable de esos intelectuales contemporáneos va desconfiar de la homogeneidad de los discursos nacionales.

15

Se observa un deseo de crear antes, de proyectar el futuro, muchas veces sin una comprensión cuidada de la situación presente. Eso hace de esos proyectos bocetos concretos que ganan vida a pesar de ellos mismos. Las novelas históricas son mapas concretos de un deseo de crear y proyectar el futuro. Crear el futuro, en el caso de las naciones recién independizadas, era crear/inventar una tradición, un pasado, pero a partir de los nuevos deseos de las élites criollas ya no vinculadas a España, o sea, era una proyección del presente. Muchas de las novelas históricas hispanoamericanos evocan un trazado, bajo el cual se instituyó el deseo de las naciones emancipadas, por eso bajo el trazado aparentemente rectilíneo, “a cordel y regla” semejante al de las ciudades estructuradas en el período colonial, se sobrepone un tejido histórico simbólicamente relevante para esa nueva identidad, creando nuevas y longincuas tradiciones que continúan esparciéndose por las calles y avenidas de las ciudades. BIBLIOGRAFIA BETANCOURT MENDIETA, Alexander. La nacionalización del pasado. Los orígenes de las “historias patrias” en América Latina. In: SCHMIDT-WELLE, Friedhelm (ed.). Ficciones y silencios fundacionales: literaturas y culturas poscoloniales en América Latina (siglo XIX).Madrid: Iberoamericana, 2003. CASTRO-GÓMEZ, Santiago. “Geografías poscoloniales y translocalizaciones narrativas de ‘lo latinoamericano’: la crítica del colonialismo en tiempos de globalización”. In: FOLLARI, Roberto e LANZ, Rigoberto (comp.). Enfoques sobre posmodernidad en América Latina. Caracas: Editorial Sentido, 1998. pp 155-182. FOUCAULT, Michel. A ordem do discurso: aula inaugural no College de France, pronunciada em 2 de dezembro de 1970. 20 ed. São Paulo: Ed. Loyola, 2010. LASARTE VALCÁRCEL, Javier. El XIX estrecho: leer los proyectos fundacionales. In: SCHMIDT-WELLE, Friedhelm (ed.). Ficciones y silencios fundacionales: literaturas y culturas poscoloniales en América Latina (siglo XIX).Madrid: Iberoamericana, 2003. ORTIZ MONASTERIO, José. México eternamente: Vicente Riva Palacio ante la escritura de la historia. México: FCE/Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 2004. PARDO, Alejandro Araujo. Usos de la novela histórica en el siglo XIX mexicano. 2006. 339 f. Tese (Doutorado em Humanidades) – Universidad Autónoma Metropolitana Iztapalapa, México D.F., 2006. ROIG, Arturo Andrés. Teoría y crítica del pensamiento latinoamericano. México, D.F: Fondo de Cultura Económica, 1981. Disponível em: . Acessado em: 10 mar. 2011. ROMERO, José Luis e ROMERO, Luis Alberto (org.). Pensamiento político de la emancipación (1790-1825). tomo I. Caraccas: Fundación Biblioteca Ayacucho, 1988. ROMERO, José Luis e ROMERO, Luis Alberto (org.). Pensamiento político de la emancipación (1790-1825). tomo II. Caraccas: Fundación Biblioteca Ayacucho, 1988. SOMMER, Doris. Foundational Fictions: the national romances of Latin America. Berkeley/Los Angeles/London: University of California, 1993. ZEA, Leopoldo. El pensamiento latinoamericano. Barcelona: Ariel, 1976. Disponível em: . Acessado em: 10 mar. 2011.

16

DE LA PERIFERIA AL CENTRO. LA NOVELA FINISECULAR DEL EJE CAFETERO César Valencia Solanilla Universidad Tecnológica de Pereira Colombia A manera de Introducción El final del siglo XX en Colombia estuvo afectado por numerosos fenómenos culturales como la globalización, el desarrollo de las tecnologías informáticas modernas, la instauración de la Red de Internet, la automatización, las concentraciones de poder, el predominio de las imágenes visuales, como factores generales del mundo contemporáneo en sus manifestaciones objetivas de un orden nuevo y caótico; al mismo tiempo, se agudizaron fenómenos como la fragmentación y escisión del ser, el desarraigo existencial, la crisis de los metarrelatos de la modernidad, la quiebra de los valores en la esfera de lo individual y colectivo. Todos estos aspectos han influido considerablemente en la búsqueda de nuevos universos del sentido, que la literatura revela en sus diversas manifestaciones, ya que el discurso literario refleja y recrea la realidad, para generar mundos imaginarios que puedan expresarlo en su complejidad. La novela colombiana de final de siglo en general, y la del Eje Cafetero en particular, en esta perspectiva, han asimilado creativamente estos factores a través de obras significativas que es preciso estudiar y valorar desde una perspectiva interdisciplinaria, dando prioridad a los valores estéticos, en contextos abiertos a nuevas sensibilidades que tiendan a eliminar los cánones tradicionales y faciliten «cánones sueltos» conforme la afirmación de Pineda Botero1, que sirvan para recusar valores como la «universalidad», las visiones organicistas del mundo, las nociones de «modernidad» y «posmodernidad», los estudios de género, la identidad nacional, y, por el contrario, sirvan para instaurar el multiculturalismo y la identidad regional. Para la investigación literaria contemporánea, es una necesidad y un reto cuestionar los centros culturales de poder y por el contrario avocar los complejos e interesantes procesos que se vienen dando en las regiones, de tal forma que se puedan invertir los tradicionales enunciados de «planetas y satélites» 2, el mundo organizado en torno a un centro, la dependencia regional, los mercados editoriales y otros fenómenos concurrentes; por el contrario y como expresión de nuevas tendencias investigativas, se tiende a pensar cada vez más que desde la periferia se replantea el centro, que las regiones en su conjunto son marcadores más eficaces para entender el proceso general de la literatura en Colombia. La antigua dicotomía entre el centro y la periferia, con los notables avances de la globalización y la informática, que le permiten al ser humano acceder a muchas formas de saber e información, desde luego que han desvalorizado la dependencia de los centros de poder, y en lo que hace a la creación literaria, los nuevos instrumentos de que dispone el artista, es decir, la realidad virtual, la presencia abrumadora y a veces caótica de la redes sociales, la consolidación a su vez de redes especializadas en literatura y disciplinas afines, han borrado los límites de esa dicotomía. Ahora el escritor es contemporáneo del mundo, y en el mejor sentido del término, se puede ver con amplitud el universo desde la aldea. Por lo tanto, la influencia se ha ido invirtiendo y no se necesita ya pertenecer a las élites culturales del poder central para obtener un reconocimiento, en la medida en que estos cánones han ido también modificándose.

Álvaro Pineda Botero. La fábula y el desastre. Estudios críticos sobre la novela colombiana 1650-1931. Colección Antorcha y daga. Fondo Editorial Universidad Eafit, Medellín, 1999. 2 Seymour Menton. La novela colombiana: planetas y satélites. Plaza y Janés, Bogotá, 1978. 1

17

En este sentido, se han ido consolidando propuestas más sugestivas para el estudio de la literatura colombiana contemporánea, y en particular de la novela, que dan prioridad a los conceptos de escritura y oralidad, lo moderno y lo tradicional, las estrategias narrativas del punto de vista de la voz narrativa que genera una particular visión del mundo, la autoconciencia, entre otros, como lo reconoce el mismo Pineda Botero en el texto aludido. En esta ponencia se intenta una síntesis de una larga investigación que publicamos en 2006 con el título mismo en esta mesa redonda, es decir, De la periferia al centro. La novela finisecular del Eje Cafetero. A partir de la hipótesis que se esbozó sobre la inversión de los procesos culturales mediante los cuales ahora puede afirmarse que es la periferia la que incide y transforma el centro, al tiempo que no pueden invocarse las marginalidades político-culturales para minimizar la producción artística que se hace en la periferia y que no basta congraciarse con la invisibilidad para asumir el ninguneo o la exclusión, se trata ahora de presentar, así sea de una manera un tanto esquemática para un foro tan amplio como este, cómo se ha dado el proceso de renovación artística en una región muy singular del centro-occidente colombiano denominada el Eje Cafetero, del que van a dar cuenta los otros ponentes de esta mesa, a través de miradas y enfoques bien singulares. En mi caso, intentaré una aproximación a las características principales que pueden estudiarse, las temáticas recurrentes y los aportes principales de la producción novelística, quizás el género literario más destacado en esa parte de Colombia. Como se dijo, la perspectiva de análisis es interdisciplinaria, en la medida en que se pretende ofrecer una visión más o menos integral de los procesos culturales que pueden estar representados en las novelas de la región del Eje Cafetero (integrado por los departamentos de Caldas, Quindío y Risaralda), tales como la modernización y transformación de lo urbano, la crisis cafetera, la presencia del narcotráfico, los desplazamientos sociales, la violencia social y política, la hibridación cultural, la noción de “tiempo mestizo”, el sincretismo religioso popular, el erotismo, la construcción de nuevos mitos e imaginarios simbólicos, desde el punto de vista de procesos sociales, económicos, ideológicos y por políticos; y de la oralidad, la resemantización del habla, la autoconciencia, las variadas formas de la metaficción y otros aspectos que pueden asumirse como marcadores finiseculares, en lo concerniente a la literatura. Para facilitar el diálogo y la aproximación interdisciplinaria, se toman como bases algunos planteamientos de la sociocrítica y la crítica de la recepción, advirtiendo que no se trata de profundizar en aspectos puramente teóricos que ya han sido estudiados con largueza por otros autores3, sino de proponer unos presupuestos básicos para identificar los fenómenos culturales regionales referentes a la literatura, y de dar cuenta, mediante estudios específicos, de la obra novelística de los más destacados escritores y escritoras de la región, al igual que hacer una relación crítica, con elementos básicos de la crítica literaria, del conjunto de obras publicadas y que están referidas en la Bibliografía. En la investigación elaborada se realizaron un conjunto de ensayos sobre las novelas y los autores más significativos de la última década (a partir de 1990), en los que puedan identificarse nuevos cánones, derivados fundamentalmente de valores estéticos y de la manera como a través de ellos se representan los imaginarios simbólicos de los sujetos culturales, los procesos históricos y sociales, la transformación de la sociedad, los grupos sociales y los individuos. Y se estudió el enlace entre estos nuevos cánones y el proceso de irradiación desde las regiones al centro, como factores culturales determinantes de las últimas décadas; es decir, la manera como se configura la relación de la periferia al centro.

3

Nota sobre la sociocrítica y la teoría de la recepción.

18

Sobre los nuevos cánones La noción de «canon» en literatura ha sido estudiada por importantes críticos del mundo contemporáneo como Michel Foucault, Pierre Bourdieu, Edmond Cros, Hans Robert Jauss, George Steiner, Harold Bloom, entre otros, tratando de establecer los criterios que permitan consagrar una obra literaria como representativa en la historia de la literatura. El aporte que han hecho estos críticos hace que el concepto de «canon» haya sido puesto en cuestión, en especial a partir del libro de Harold Bloom4, que formula radicales cuestionamientos a las visiones que pretenden totalizar y validar la obra literaria a partir de dogmas filosóficos, ideológicos o religiosos, reclamando la necesidad de priorizar siempre la perspectiva estética, la «extrañeza» y «autoconciencia» que generan las obras literarias, siendo éstas la expresión relativamente acabada del lenguaje y una particular visión del mundo y del hombre. A partir de las teorías de Bloom, puede afirmarse que existe una crisis de los cánones, equiparable o paralela a la crisis de los metarrelatos, por lo que es indispensable una reformulación de las obras literarias a la luz de una nueva estética, de una nueva sensibilidad frente al arte que no es derivada exclusivamente de ningún dogma, ideología o circunstancia histórica, sino de la conjunción de estas formas un tanto «inéditas» de apreciar los fenómenos y procesos culturales y artísticos. El canon, en este sentido, es un «canon flexible», que no pretende revelar valores universales, sino que parte de las singularidades de la obra desde el punto de vista de la construcción formal y de la visión propia del mundo que allí se representa. En la investigación se demostró, entonces, cómo las obras literarias más representativas se han ido encargando de transformar la noción misma del quehacer artístico, de la naturaleza del discurso literario y que no existen fórmulas que delimiten los géneros, pues cada vez se tiende más a la hibridación, para asimilar los vertiginosos avances de la técnica, que inciden en la concepción misma del arte y del hombre. En este sentido, son los autores más jóvenes y los veteranos que no se han conformado con el relativo éxito que han tenido sus obras, los que hacen propuestas más innovadoras, que inciden positivamente en la transformación del concepto de canon como instrumento relativamente estático para la valoración de las obras literarias. Estas propuestas se derivan del interés hacia las expresiones vanguardistas de la modernidad relacionadas con los aspectos formales del lenguaje, la estructura, las técnicas narrativas, y que han encontrado en la novela el espacio privilegiado, como símbolo de lo contemporáneo y cambiante. Al abordar las 58 novelas que representan el corpus estudiado se procuró establecer esa convivencia no problemática entre visiones diferentes y contradictorias del arte que posibilita la valoración de las obras literarias desde nuevas perspectivas de análisis y la manera como han ido influyendo en el oficio de escritor. En este sentido, debo recalcar que en todo este corpus algo es muy evidente e interesante: todo está puesto en cuestión, se vislumbran nuevos cánones en la dialécica misma del proceso, y cada vez los juegos lingüísticos, la metaficción, la intertextualidad, la hibridación de los géneros, el autoplagio, la autoconciencia y otras tantas manifestaciones de lo que comúnmente se llama “posmodernidad”, han dejado de ser artificios formales y se han asimilado como formas renovadoras del arte literario y de la visión del hombre y del mundo. De la periferia y el centro En las últimas décadas del siglo XX en Colombia es perceptible el fenómeno de la relativización del centro, no sólo desde la perspectiva de lo filosófico como consecuencia de la crisis de los metarrelatos, sino de los procesos culturales que atañen de manera directa a la producción literaria, en la medida en que los núcleos de poder y decisión se han ido difuminando, para dar paso a nuevas formas de expresión que no sólo intentan sino que realizan el enunciado de la contemporaneidad con el mundo. La dicotomía centro/periferia, civilización/barbarie, nacional/local y otras formas de estandarización de una vieja y efectiva problemática 4

Harold Bloom. El canon occidental. Barcelona: Anagrama, 1995.

19

que por lo general se refiere a los albores de la llamada modernidad, en donde la voz monologal del centro definía y dictaba los cánones, se ha vuelto relativa y en muchos aspectos, ha desaparecido. Como el mundo tiende más a la búsqueda de las esencias que a la reafirmación de las apariencias, la literatura que se hace en las llamadas “regiones” (es decir, los territorios que no pertenecen al centro desde la perspectiva de lo geográfico y lo político), no se diferencia de manera radical a la que se produce en las grandes metrópolis, como sí lo era antaño, cuando era indispensable la legitimación de esos grandes centros de poder para la existencia misma de las expresiones literarias auténticas. En toda la América Latina, este fenómeno hizo que inicialmente sus propias urbes fueran dependientes de los centros metropolitanos europeos y norteamericanos, de tal forma que el canon para la valoración del producto artístico debería necesariamente pasar por estos centros urbanos, manteniendo durante mucho tiempo en el ostracismo a variadas manifestaciones culturales que se estuvieron produciendo en las capitales y grandes ciudades de las naciones recién formadas. El gesto era de la dependencia, el signo del coloniaje. Para tener un reconocimiento de la labor creativa era preciso no sólo estar a la moda sino pensar y crear a la manera de esa especie de agujeros negros del arte y la cultura que todo lo absorbían con un poder extraordinario que durante mucho tiempo no fue controvertido. La llegada de las grandes ciudades latinoamericanas al mundo de la cultura moderna es tardía, como lo sería también la búsqueda y afirmación de la identidad cultural individual y colectiva. El sueño de lo nacional se comenzaba a construir siempre después del desencanto por el sueño europeo, pero este era un periplo casi irremediable para los artistas y escritores en el siglo XIX y de gran parte del siglo XX, que de una forma u otra tendrían que hacer el viaje al viejo mundo para al menos matar el fantasma y, en muchos casos, poder apreciar con mayor acierto sus propias verdades y limitaciones. Avanzado el siglo XX, el modelo es trasladado paulatinamente a los países del nuevo continente como una operación de repetición mimética: Buenos Aires, México, Santiago, Bogotá comenzaron a dejar de girar en torno al centro y fueron creando sus propios sistemas gravitacionales para convertirse entonces en centros para legitimar el canon. Durante varias décadas, esa búsqueda de lo propio sería un detonante interesante en el desarrollo de los procesos culturales, ideológicos, sociales y políticos de las naciones latinoamericanas. Pero la dicotomía se mantendría hasta cuando las ciudades pasan a ser urbes y las visiones del mundo de los creadores sufren y afectan la percepción de la realidad. Estas reflexiones deben tenerse en cuenta para abordar el estudio de la novelística del Eje Cafetero del fin de siglo, en especial las obras publicadas a partir de 1990 –que fue propósito central de esta investigaciónpor cuanto el Eje Cafetero como región sociocultural con marcadores comunes, de diversas maneras va a ser “víctima” y a la vez “protagonista” de esos fenómenos binarios a los que se han hecho referencia. Si en el pasado lejano la dependencia nacional colombiana era de los centros de poder europeos o norteamericanos, en el pasado próximo la dependencia regional lo fue de la capital, Bogotá. Digamos que era el mismo fenómeno, pero en proporciones menores. Pero lo fue de una manera atípica: en lo que hace de la literatura, Bogotá fue la capital que congregó prácticamente todo el poder de decisión y promoción cultural –las razones eran obvias en un país apenas vislumbrando la modernidad- pero sus actores, también casi de manera invariable, provenían de la provincia. Se da, por ende, una fusión paradigmática: Bogotá, la capital, el centro, es el espacio geográfico y cultural que sirve para legitimar la producción individual de escritores de provincia que, por el sólo hecho de habitar en la capital, pueden publicar en ella, en la medida en que es más fácil acceder a las editoriales; o bien, habitando en la ciudad, es relativamente más expedito establecer contacto con editoriales de los otros centros de poder, como Buenos Aires, México y Nueva York. Y lo es porque allí en las capitales se han ido configurando también élites de artistas que sirven de puente para las editoriales.

20

En Colombia, en los setenta y ochenta este fenómeno es bien singular: los escritores que son reconocidos, casi en tu totalidad, provienen de las regiones, pero de una forma u otra se afincan o tienen relación estrecha en la capital: Gabriel García Márquez, Álvaro Mutis, Manuel Zapata Olivella, Manuel Mejía Vallejo, Álvaro Cepeda Samudio, Héctor Rojas Herazo, Pedro Gómez Valderrama, Germán Espinosa, R. H. Moreno Durán, Carlos Perozzo, Fernando Cruz Kronfly, Darío Ruiz Gómez, Umberto Valverde, Ramón Illam Bacca, Héctor Sánchez, Rodrigo Parra Sandoval, Fanny Buitrago, Marvel Moreno, Alba Lucía Ángel, Eduardo García Aguilar, César Pérez Pinzón, para mencionar sólo una parte de los novelistas. La peregrinación a la capital era muy similar al periplo de Europa, en particular a París, Madrid, Barcelona o Berlín, y el viaje al centro nunca fue entendido como claudicación, sino como expresión de una clara conciencia de realidad, una vez emprendido el arduo camino de las letras. Pero existe un asunto muy importante es preciso destacar: el desplazamiento del centro a la periferia se hizo con las maletas y los morrales cargados de los sueños de la provincia, porque el imaginario mítico, social e histórico estaba ahí presente, en las visiones de sus obras artísticas. Se afirmaba la identidad regional, entre otras cosas –y esto es bien paradójico en nuestra historia literaria- porque ese es el mundo de la infancia, de la casa, del pueblo, de la región y también de las lecturas de los escritores, pero también porque correspondía al canon que de manera abierta o subrepticia habían legitimado los centros de poder: el realismo mítico, el realismo crítico, la irracionalidad, el exotismo, la violencia, el atraso, que era el mundo de periferia. De tal forma que, significando un avance, representaba dar vueltas en el mismo remolino. Las preferencias literarias de aquellos tiempos habían convertido en canon manifestaciones como el realismo mágico, pero en la legitimación de canon intervienen –como casi siempre- elementos extraliterarios, dictados por el mercado y agenciados por la ideología. En la región de Eje Cafetero, el fenómeno tiene una variante: los pocos que se arriesgan a salir y emprender la aventura de la metrópoli propia o ajena, como Alba Lucía Ángel, Eduardo García Aguilar, Roberto Vélez Correa, Adalberto Agudelo, Néstor Gustavo Díaz, Gloria Chávez Vásquez, en cierta medida repiten el periplo de los demás escritores que se han mencionado y sus obras adquieren reconocimiento por los premios que merecen y por las editoriales que los publican, por lo regular en el extranjero. Los que se quedan, persisten en esa lucha desigual, unos sin abandonar el lastre del pasado bucólico, campesino, provinciano, de la literatura del realismo crítico o epigonal del garciamarquismo, y los otros emprendiendo búsquedas formales de asimilación de la llamada “posmodernidad literaria” y de reinterpretación de las nuevas realidades que se derivaban del mundo de la informática, la tecnología, la Internet y los medios masivos de comunicación. En estos últimos, las fronteras de la periferia y del centro se rompen ya de una manera definitiva, pues la globalización y otros fenómenos agitados de la contemporaneidad determinan nuevos lenguajes, nuevas estrategias de narrar, y, en definitiva, visiones diferentes del mundo que se quiere representar. Estas dos variantes de la posición de los escritores frente a la dicotomía centro/periferia configuran, a su vez, unas características propias de la producción literaria de la región del Eje Cafetero, que básicamente son las mismas de la narrativa colombiana contemporánea, liberada de manera relativa de los lastres para su legitimación y por lo tanto en la búsqueda de sus propios cánones. Los lastres tradicionales son costumbrismo, el realismo crítico o la evocación nostálgica del pasado, cierta complacencia con el atraso, la desconfianza con la modernización y el progreso, las visiones bucólicas y románticas tardías, la pervivencia de los dogmas religiosos y políticos de la región derivados principalmente de un mundo patriarcal, vertical, premoderno y otros fenómenos concurrentes hacia una visión conservadora y retardataria. Los nuevos lenguajes y búsquedas constituyen formas auténticas de diálogo imaginario con el mundo de la contemporaneidad, que es necesario e importante estudiar en sus diferentes transformaciones y singularidades. Con la advertencia que sería preciso, para la mejor comprensión del fenómeno de la producción novelística en el Eje Cafetero una reflexión especializada de índole interdisciplinaria que tenga en cuenta los inicios del proceso en la primeras décadas del siglo XX y su relativo desarrollo hasta los años 50, limito a manifestar en

21

este congreso que uno de los ponentes, el profesor y escritor Rigoberto Gil Montoya, ha estudiado este fenómeno de manera detallada y su ponencia así lo expresa, de tal forma que las inquietudes pueden resolverse con él. En cuanto a los fines específicos de este escrito, voy a terminar sintetizando igualmente algunas ideas expuestas en el libro mencionado sobre las principales características de la novela de fin de siglo XX de esta región colombiana y mencionando obras y nombres que pueden representar una información valiosa para quienes se interesen en estos temas. De igual forma, por razones obvias para esta ocasión que nos congrega, voy a procurar referirme a lo esencial, para no fatigarlos con nombres y obras que de pronto no le dicen nada a los lectores no especializados en narrativa colombiana cointemporánea. La novela finisecular del Eje Cafetero Los estudios especializados que se han publicado sobre la novela de la región cafetera en general son escasos, por no decir inexistentes, y mucho más de la novela de fin de siglo, aunque la producción narrativa sea notable, al menos en cantidad, como puede constarse en los textos de Roberto Vélez Correa, Fabio Vélez Correa y otros5Adalberto Agudelo Duque6, José Fernando Loaiza7 Otto Morales Benítez8, Cecilia Caicedo Cajigas9, Jaime Ochoa Ochoa10, Rigoberto Gil Montoya11, Zahira Camargo12, Adel López Gómez13 y Nodier Botero14. En todos ellos, desde la corriente de la historiografía literaria, se da cuenta de la publicación de novelas desde comienzos de siglo, cuando los departamentos que ahora conforman el Eje Cafetero pertenecían al departamento de Caldas y constituían lo que desde el punto de vista cultural y político Otto Morales Benítez se empeña en seguir nombrando como “el Gran Caldas”. En este conjunto de libros publicados con el nombre de novelas en el Eje Cafetero, es destacable el número de novelas y la ausencia de novelistas, en el marco de la literatura colombiana en general, fenómeno que es identificable en todas las regiones colombianas. Los que han “sobrevivido” a la valoración crítica y el reconocimiento, sin duda alguna, son los mejores. Pero hace falta una labor de lectura cuidadosa y de investigación rigurosa que permita desentrañar del olvido algunos nombres y obras que, por múltiples razones, no han tenido todavía el reconocimiento que se merecen. Este trabajo ha sido realizado, en parte, por algunos críticos y ensayistas, en cada una de las regiones, a través de libros fundamentales para el conocimiento y la difusión de las literaturas regionales (y de la novela en particular), como Literatura de Caldas 1967-1997. Historia crítica, de Roberto Vélez Correa, La narrativa del Quindío, de Nodier Botero J. y Yolanda Muñoz, y Literatura de Risaralda, de Cecilia Caicedo. Los textos de Vélez Correa y de Botero abarcan hasta las postrimerías del siglo; el de Caicedo, hasta finales de 1980. A partir de estos textos, de sus visiones panorámicas, sus reseñas críticas y de sus numerosas referencias bibliográficas –en especial del libro del desaparecido Vélez Correa, que hizo un trabajo ejemplar de lectura, estudio y valoración de la narrativa de Caldas hasta el año de su muerte, en 2005- se puede apreciar un “corpus” notable, que sirvió de base para esta investigación y que fue ampliada con la visita a numerosas 5

Fabio Vélez Correa, Alba Sofía Rivillas de Gómez y otros. Manual de literatura caldense. Biblioteca de Autores Caldenses, Manizales: Imprenta Departamental de Caldas, 1993. 6 Adalberto Agudelo Duque, Caldas Patrimonio y Memoria Cultural. Manizales: Instituto Caldense de Cultura, 1995-1996. 7 José Fernando Loaiza, Manizales en la trilogía de Eduardo García Aguilar. Manizales: Fondo Editorial Universidad de Caldas, 2001 8 Otto Morales Benítez, Otto. Líneas culturales del gran Caldas. Manizales: Centro Editorial Universidad de Caldas, 1996 9 Cecilia Caicedo Cajigas, Literatura risaraldense. Pereira: Gráficas Olímpica, 1990. 10, Jaime Ochoa Ochoa. Documenta. Autores y textos de Risaralda. Panorama literario risaraldense. Pereira: Taller Editorial La Cueva, 1998. 11 Rigoberto Gil Montoya. Pereira:. Visión caleidoscópica. 12 Camargo, Zahira. El devenir de nuestra historia cultural en la actual narrativa quindiana, Armenia: Universidad del Quindío, 2000; Camargo, Zahira. y Uribe, Graciela. Narradoras del Gran Caldas, Armenia: Universidad del Quindío, 1998. 13 Gómez, Adel López. ABC de la literatura del Gran Caldas, Armenia: Universidad del Quindío y Fondo Mixto para la Promoción de la Cultura y las Artes del Quindío, 1997. 14 Nodier Botero J y Yolanda Muñoz S. La narrativa del Quindío, Armenia: Editorial Universitaria de Colombia Ltda., 2003

22

bibliotecas públicas y privadas, como también a las llamadas “librerías de viejos” en donde se pudo encontrar más de una sorpresa. Para constatar que es precisamente a partir de 1990 el momento en que mayor número de novelas se han publicado, gracias a la creación de los llamados Fondos Mixtos de Cultura en cada uno de los departamentos, a la participación de entidades privadas en la difusión de la literatura, a la instauración en la región de modernas casas de impresión –llamadas ambiguamente editoriales- que facilitaron las ediciones por cuenta y riesgo de sus autores, a los premios nacionales y departamentales de literatura que fueron ganados por autores de la región y, claro está, del crecimiento de la vocación literaria y del oficio. Características principales Haciendo igualmente la advertencia sobre cómo los procesos culturales de las regiones son una especie de caja de resonancia de doble vía en la relación biunívoca entre periferia-centro-periferia, y que por lo tanto de la manera en que de esa relación dialéctica se derivan las principales características de la novela colombiana, que ha sido estudiada de manera prolija por críticos y ensayistas nacionales y extranjeros, como pueden apreciar en la bibliografía de esta ponencia, y que por lo tanto no vamos abordar ahora por razones elementales de espacio y consideración con los asistentes, intento ahora proponer un concepto que engloba toda esta producción novelística asumida como corpus de la investigación y que denominado el “tiempo mestizo”, a partir del cual pueden entenderse las singularidades del género en la región. El tiempo mestizo Resulta interesante que, aún en los albores del siglo XXI, en la región del Eje Cafetero se viva todavía en lo que podemos llamar un “tiempo mestizo”, caracterizado por la simultaneidad y concurrencia del pasado, del presente y del futuro, que se expresa en la complejidad y contradicción de tradiciones que intentan sobrevivir, en los cambios que se han ido asimilando para el ingreso paulatino a la modernidad, y en las novedosas propuestas vanguardistas perfectamente contemporáneas con lo más avanzado de la llamada “posmodernidad”. Este “tiempo mestizo” se expresa en la idiosincrasia regional, en la ambigüedad de las costumbres, en la falacia de la denominada identidad “paisa”, y finalmente en la convivencia no problemática de visiones bien distintas y a veces antagónicas de ver y vivir el mundo. De allí su riqueza desde el punto de vista de la cultura, en la medida en que todo está puesto en cuestión y todo está proceso de construcción, pues los valores dogmáticos del pasado han sido cuestionados, pero se niegan desaparecer; y los del presente aún indagan por su inconsistencia, dudan de su validez, pero intentan búsquedas formales para proyectarse en el porvenir. El mundo ya no gira en torno a un centro, pero tampoco se han creado discursos legitimantes de otros cánones, ya que lo que importa, en esencia, es el proceso. Los tres departamentos que componen el Eje Cafetero han experimentado en las últimas décadas, pero principalmente en la última, complejos procesos sociales, económicos, políticos y culturales. De una manera un tanto vertiginosa, las ciudades capitales se han transformado y ya no son apacibles ciudades intermedias donde el mundo pareciera transcurrir de una manera lenta, sino que en ellas se experimenta su vocación de convertirse en grandes urbes modernas: cambios radicales en la infraestructura vial, la arquitectura, el comercio, la educación, la industria, la expansión urbana, la globalización y otros fenómenos concurrentes, con toda la secuela que aquello representa en la base social. Se ha estado llegando de manera rápida y un tanto inesperada y por lo tanto caótica a una realidad que antes sólo se podía percibir como algo ajeno a la propia, en la virtualidad del mundo de la televisión y los avances informáticos, sin estar preparados para ello, ya que fue amplia la complacencia en la falacia de la identidad regional o “paisa” que durante mucho tiempo afirmó una tradición campesina, bucólica, tremendamente dogmática en lo religioso, casi siempre patriarcal y racista. Por ello este esbozo de una primera aproximación a través del concepto del “tiempo mestizo” como presencia múltiple, simultánea, variada, desigual, de distintas realidades y formas de ver, sentir y apreciar el mundo al final de siglo, es una premisa indispensable para pensar la literatura del Eje Cafetero en los albores

23

del nuevo siglo. Por un lado, las gestas de los fundadores, la épica del valor, del hacha y del machete, la complacencia en la nostalgia del ayer, en las costumbres de los ancestros y toda esa parafernalia que fue el punto de partida y casi siempre el de llegada de muchas de las creaciones artísticas, aspectos éstos que perviven con empeño en muchas de las producciones narrativas de la región, como si el mundo no hubiera cambiado, como si no se hubiera dado ningún “ensanche”. Por el otro, el sentido caótico de la existencia que generó ese enfrentamiento y asimilación tardía de un mundo para el cual no se estaba preparado, la perplejidad que significó el derrumbamiento de unas tradiciones falaces que poco a poco fueron puestas al descubierto, el desconcierto por la anonimidad citadina y la urgencia por inventar un nuevo discurso que pudiera revelar en parte esa confrontación entre visiones antagónicas y contradictorias de la historia y de los seres, fueron constituyéndose en pruritos éticos de los nuevos narradores. El sentido de lo “mestizo” se da, entonces, en esa concurrencia de fenómenos disímiles que se amalgaman e hibridan para integrar los antagonismos en todo que no es disyuntivo sino conjuntivo: se vive en un tiempo simultáneo que apenas empieza a configurar o deslindar realidades autónomas. Como resultado de la lectura que hemos hecho de un considerable número de novelas publicadas a partir de 1990 –que es el “corpus” de esta investigación- por escritores y escritoras del Eje Cafetero hasta la fecha –es decir, incluyendo algunas obras de comienzos del siglo XXI- podemos identificar ese “tiempo mestizo” tanto en la variedad de los autores leídos como de sus obras; pero al mismo tiempo –y ésto es quizás lo más sugestivo del fenómeno- en la actualización individual de tal fenómeno, en la medida en que esa simultaneidad se expresa en los autores más representativos, como se analizó en los estudios que les dedicamos en la segunda parte de esta investigación y que vamos a enunciar brevemente, señalando temas recurrentes y autores y obras representativas. Autores y Obras Para los fines de esta investigación, fueron escogidas las obras publicadas a partir de 1990 y hasta los primeros años del siglo XXI, pertenecientes a autores y autoras nacidos en la región o que desde muy niños viven allí, y se hizo una clasificación de las novelas de acuerdo a ciertos núcleos temáticos que se han considerado importantes y reiterativos, que varían en cada uno de los departamentos y muestran aspectos claves de la evolución política y social de cada uno de los departamentos, obras que en su mayoría tienen un carácter testimonial y un sentido realista. La calidad de las obras seleccionadas es variada y los autores realmente representativos muy pocos, pero se intentó abarcar al mayor número de obras posible y presentar reseñas críticas y breves ensayos que puedan dar cuenta de los aspectos rescatables en materia literaria, así como sus limitantes más notorias. Como metodología para el análisis se ha procurado señalar en todas las obras aspectos formales como las nociones de tiempo y espacio, personajes principales y secundarios, estructura, técnicas narrativas y manejo del lenguaje; así mismo, los aspectos históricos, sociales y antropológicos más importantes, ya que es clave para esta investigación estudiar la manera como los escritores y escritoras han revelado el entorno a través de la ficción literaria. Los temas principales que se abordan guardan similitud en cada uno de los departamentos, en la medida en que existe un tronco común en el pasado y corresponden a la evolución misma del género novelístico en Colombia. Los ensayos elaborados sobre las novelas procuran incorporan elementos contextuales claves para explicar sus singularidades. Desde el punto de vista estadístico, se presentan interesantes resultados para la historiografía literaria de la región y para la investigación futura de la novela del Eje Cafetero. Hasta el momento, se han leído y estudiado 58 novelas, correspondientes al período 1990-2000, incluyendo algunas publicadas ya en este siglo que han

24

interesado al investigador por su calidad y continuidad. Estas obras están distribuidas así: Caldas, 19, Quindío 13 y Risaralda 26. Con el objeto de ilustar a los lectores de este trabajo en Jalla 2014, se presentan someramente los temas recurrentes y autores representativos en cada uno de los departamentos, aunque soy muy conciente solo unos pocos autores y obras pueden se conocidos fuera de Colombia. En eso ha consistido esta investigación y me siento orgulloso de haber dado el ejemplo, con otros investigadores, de haberle apuntado a lo propio y desconocido, de estar construyendo con estos trabajos a la generación de nuevos cánones y ofrecer textos de referencia que abran camino en el concomiento de la periferia para mejor entender el centro. Van a enunciarse, entonces, los departamentos que componene el Eje Cafetro con sus autores y temas recurrentes, que pueden servir de referentes al estudio en mención. Risaralda Los temas principales que se abordan en la investigación y sobre los cuales se han elaborado sendos ensayos, son los siguientes: el narcotráfico, la violencia sociopolítica, la prisión, la memoria colectiva, la ciudad, de lo light y otras ligerezas, erotismo o pornografía y la novela con transfondo histórico. Cada una de estas partes tiene una breve introducción en donde se hace mención a las novelas que han sido seleccionadas para la reflexión respectiva. Los autores y obras que se ubican en este período, y con base en la clasificación mencionada, son los siguientes: sobre el narcotráfico, ... Días de olvido, de Jhon Alexander Trujillo, Del café a la coca, de Carlos A. Trujillo Restrepo; Los no elegidos, de Óscar Montoya López y El zar. El gran capo, de Antonio Gallego Uribe y Apocalipsis de la Profecía, de Germán Antonio Rengifo; sobre la violencia sociopolítica: El poder de los turpiales de William Betancourt Suárez, Los no elegidos de Oscar Montoya López; sobre la prisión, Guapos Valientes y Matones de Dagoberto Salazar Santa; en torno al rescate de la memoria colectiva, Rieles, de Cayetano Tamayo Orrego, Vida con amor, de Oscar Montoya López, Quinchía, tierra de aroma y pasión de Israel Agudelo Castro, El arroz del padre Francisco, de Julio Sánchez Arbeláez, El hijo de la Comehombres de Roberto Restrepo, Jaibaná. Energía indígena de Gilberto Arias Ospina; en lo que atañe a la ciudad en la literatura, se hace una reflexión no sólo de las novelas de este período, sino cómo la ciudad de Pereira es vista en la poesía, la crónica, el cuento y la novela, por cuanto este es uno de los temas que ha generado visiones más diversas sobre la ciudad y publicadas en el período que nos ocupa, como son: Perros de paja y ¡Plop! de Rigoberto Gil Montoya, Héctor Ocampo Marín. La ansiedad viaja en buseta, Me has salvado de mí de Fernando Romero Loaiza, Batatabati tinto de Víctor O. Escobar Navarro; sobre el tema que se han denominado de lo light y otras ligerezas, Con Aurora en La Habana de Germán López Velásquez; el torno al controvertido asunto sobre la literatura erótica o pornográfica, El cabalgador. Destino pasional de Carlos Ariel Gonzáles Mejía; y finalmente, sobre la relación novela e historia, se estudian las obras Las horas secretas de Ana María Jaramillo y El laberinto de las secretas angustias de Rigoberto Gil Montoya, cuyo tema central es la toma del Palacio de Justicia por el M-19 en 1985, y Memorias de la Casa de Sade de Eduardo López Jaramillo sobre el marqués de Sade. Quindío: Los temas principales que se abordaron fueron: los orígenes, los albores de la ciudad, la ciudad, los niños y el diablo, el contrabando, la utopía posmoderna y la novela negra. Cada una de estas partes tiene una breve introducción en donde se hace mención a las novelas que han sido seleccionadas para la reflexión respectiva. Los autores y obras que se ubican en este período, y con base en la clasificación mencionada, son los siguientes: los orígenes –interesante indagación sobre la tradición indígena regional, a través de diversas obras y matices-: Los hijos del agua Susana Henao Montoya, El tesoro de los Quimbayas. La verdadera historia del tesoro de Pipintá de Hernán Palacio Jaramillo, Cacique de Ernesto Osorio Vásquez, El fabulario del abuelo

25

de Manuel J. Ortiz; los albores de la ciudad: Cuajada. Conde del jazmín de Gloria Inés Chávez; la ciudad, los niños y el diablo: Memoria de un niño que no creció y Crónica satánica de Susana Henao Montoya; el contrabando: Allá en el Golfo de Adel López Gómez; la utopía posmoderna: Ópera prima. Altamira 2001 de Omar García, Esto no es una novela de amor y Por obra de las palabras de Samaria Márquez –que hemos denominado como “Del artificio como una de las malas artes”; y la novela negra: El lado oscuro de Ernesto Osorio Vásquez. Caldas El departamento de Caldas es la región del Eje Cafetero que ofrece una más rica y variada producción novelística finisecular, ya que tiene una tradición literaria e intelectual más consolidada. En la investigación realizada se propuso una agrupción temática que pudiera dar cuenta de los marcadores sociopolíticos y culturales más relievantes y los ensayos escritos desarrollan en detalle los siguientes temas recurrentes: 1) La violencia sociopolítica, en sus expresiones rural y urbana, a la que pertenecen las obras de Alberto Marín Correa, en una trilogía que integran las novelas Una tumba para mi comandante, Los muchachos del monte, Los cosecheros blancos, en las que revelan importantes aspectos de la violencia en los sectores rurales; y las obras de Rafael Botero. Sicario y Hernando García Mejía. La comida del tigre, de la violencia urbana. 2) La nostalgia del pasado, que como su nombre lo indica muestra aspectos diversos de la idiosincasia de la región, en obras significativas de Pablo González Rodas Tres días de oscuridad, Néstor Gustavo Díaz Bedoya La bruja de Lanta, Hernando Duque Maya El sueño de Absalón, Alonso Aristizábal Y si a usted en el sueño de regalaran una rosa, José Edilberto Zuluaga Viaje hacia el amanecer, y la trilogía de Bonel Patiño Noreña Trilogía Confesiones de medianoche, a la que pertenecen las novelas Cuando tallan los recuerdos, El último viaje de Carlina Albornoz y Más que la pulpa de la sandía. 3) Las novelas urbanas sobre la capital del departamento, que he llamado “Manizales del alma”, también en esta corriente nostálgica del pasado, con las obras de Darío Ángel La hora del Ángelus, Eduardo García Aguilar El viaje triunfal y Jaime Echeverri Corte final. 4) El fantasma de la historia, con la obra de Octavio Jaramillo Echeverri Colón fantasma de la historia. 5) La posmodernidad literaria, con tres excelentes obras de autores ahora ya consolidadss como escritores colombianos representativos del país, Octavio Escobar Giraldo El último diario de Tony Flowers, Orlando Mejía Rivera La casa rosada y Adalberto Agudelo De rumba corrida. Como pueden ver, esta apuesta apenas comenzó y creo que hemos incidido positivamente en abrir estos caminos, pues nuestros estudiantes de la Maestría en Literatura de la Universidad Tecnológica de Pereira, donde trabajamos los profesores de esta mesa redonda, han realizado ya trabajos especializados y panorámicos sobre un aspecto al que hay que arriesgar el prestigio pero sobre todo el respeto y amor por lo propio.

26

A ARTICULAÇÃO ENTRE O PASSADO E O PRESENTE NO ROMANCE A REPÚBLICA DOS BUGRES DE RUY REIS TAPIOCA15 Cristiano Mello de Oliveira16 RESUMO O escritor baiano Ruy Reis Tapioca ao compor o seu premiado romance A República dos Bugres (1999) conseguiu magistralmente compor uma densa narrativa que reconstrói os principais episódios da historiografia brasileira, a saber: Chegada da Família Real Portuguesa (1808), Independência do Brasil (1822), Guerra do Paraguai (1864-1870), abolição da escravatura no Brasil (1888) e a transição política do regime monárquico para o regime republicano (1889). Através desse grandioso amalgama, Tapioca delega ao narrador, uma verdadeira crítica à nação brasileira, reconsiderando o passado histórico acerca do presente da sua escritura. Conjecturamos que os tempos do passado e presente se diluem ao longo de alguns fragmentos da narrativa, recriando uma profunda atmosfera crítica nacional. A presente investigação examina o romance A República dos Bugres, do escritor Ruy Reis Tapioca partindo para uma profunda análise acerca da autorreflexividade dos fatos históricos. Como lastro teórico, cada qual ao seu modo, trabalharemos com: ROSENFELD (1973); HELLER (1981); LOVENTHAL (1998); HUTCHEON (1989). O artigo visa deixar algumas contribuições sobre a técnica da autorreflexividade que muitos romancistas históricos da contemporaneidade estão utilizando para compor os seus romances. ALGUNS PRESSUPOSTOS Escreve-se a grande História precisamente quando o historiador tem do passado uma visão que penetra nos problemas do presente, tornando-se, portanto, mais iluminada. (Edward Hallet Carr) O crítico literário Anathol Rosenfeld, no seu ensaio “Reflexões do romance moderno”, perfaz uma acurada leitura acerca da “desrealização” do movimento artistico do início do século XX. 17Através de uma perspectica acirrada, o autor postula que a literatura perde o seu centro em consonância com o movimento da pintura do século XX, cujo artefato deixa de ser realista e mimética. Para Rosenfeld, a pintura deixaria de cumprir o seu papel com a realidade vigente, ou seja, afrouxaria os moldes de representação detalhistica da realidade – contaminada pelo contexto das vanguardas, seja no ambiente cinematográfico, seja na pintura. Nesse sentido, segundo Rosenfeld, o romance moderno “pega carona” nas outras manifestações artisticas e passa a se tornar algo contra a realidade vigente ou simplesmente negá-la. Não obstante, os movimentos temporais: passado, presente e futuro atingem, quase num patamar simultâneo, perspectivas mútuas, tangenciando novas tendências acerca do movimento linear pregado pelo realismo formal. “A irrupção, no momento atual, do passado remoto e das imagensobsessivas do futuro não pode apenas afirmada como num tratado de psicologia.” (ROSENFELD, 1973, p. 83). A simples linearidade é contestada pela caótica maneira de descrever os acontecimentos que integram os episódios do romance, distorcendo-os. Por esse motivo, o aspecto cronológico dos romances de natureza contemporânea, como é o caso da República dos 15

Este estudo é uma abordagem investigativa inicial da minha tese de doutoramento. Parte desse conteúdo já fora esboçado como “chave de leitura” que prioritariamente será incluído na introdução da minha pesquisa. Portanto, as hipóteses aqui apontadas não esgotam as leituras que abrangem o quesito “autorrelflexividade dos fatos históricos”, mas direcionam alguns possíveis horizontes que serão aprofundados na escolha de outros fragmentos que comprovem tal perspectiva de análise. 16 Doutorando em Literatura – UFSC –Capes – E-mail: [email protected] 17 Sobre esse aspecto da fuga da realidade ou simplesmente da desrealização, o crítico Theodor Adorno no seu clássico ensaio “Posição do narrador no romance contemporâneo”, corrobora de forma prolifica. Nas suas palavras: “O impulso característico do romance, a tentativa de decifrar o enigma da vida exterior, converte-se no esforço de captar a essência, que por sua vez aparece como algo assustador e duplamente estranho no contexto do estranhamento cotidiano imposto pelas convenções sociais. O momento antirrealista do romance moderno, sua dimensão metafísica, amadurece em si mesmo pelo seu objeto real, uma sociedade em que os homens estão apartados uns dos outros e de si mesmos. Na transcendência estética reflete-se o desencantamento do mundo.” (ADORNO, 2003, p. 58)

27

Bugres (1999), necessite uma melhor contemplação em averiguar em que medida o passado é refletido pelo presente da escrita, insistindo em moldar um leitor mais crítico ou simplesmente retomando episódios da histórica oficial negado pelos historiadores. Poderíamos iniciar esse artigo sumariando algumas questões de ordem ensaística que percorrerão o fio de raciocínio durante essa investigação: como o romancista histórico contemporâneo consegue amarrar os acontecimentos da nação e realizar uma crítica construtiva acerca do presente? Ou melhor, como esse mesmo romancista consegue articular passado e presente num mesmo romance histórico? Como o romancista histórico, ou melhor, como o escritor Ruy Tapioca consegue apreender o passado e ao mesmo tempo dar conta de uma atualidade instantânea e global no seu romance A República dos Bugres? Sobre a última questão teremos uma possível resposta do crítico Karl Eric Schollhammer. “O escritor contemporâneo parece estar motivado por uma grande urgência em se relacionar com a realidade histórica, estando consciente, entretanto, da impossibilidade de captá-la na sua especificidade atual, em seu presente.” (SCHOLLHAMMER, 2009, p. 10) Sua resposta é condizente, no entanto, ao que tudo indica, o crítico Schollhammer caracteriza uma história que faça parte do presente, ou seja, aquela que o escritor deseja dar conta, mesmo sabendo da impossibilidade de conferir realidade ou verossimilhança. O certo é que com essa realidade instantânea diagnosticada nos tempos atuais o presente acaba virando objeto de estudo de um historiador ou mesmo matéria ficcional de um romancista.18 Portanto, lidar com aspectos temporais (Passado, Presente e Futuro) mesclados numa confluência de tempos e de espaços, numa investigação interdisciplinar (Literatura e História) não é nada fácil e, dificilmente de ser resolvida aos moldes pragmáticos. Quem já leu o romance A República dos Bugres (1999) do premiado autor Ruy Tapioca conseguiu verificar que o romancista baiano ao compor sua narrativa não ficou encarcerado nos fatos do passado ou deixo-os numa remota penumbra. Isto é, existe por trás desse romance uma notória preocupação de Tapioca acerca de reconhecer no passado remoto o grau de determinação para os acontecimentos do presente da escritura ou da enunciação efetuada no ato da leitura. É comum verificarmos ao adentramos na leitura dessa ficção histórica que a fluidez do discurso político-sociológico acerca da realidade nacional do século XIX é transportada para o presente da escritura do próprio romance, exigindo um leitor medianamente informado acerca dos principais episódios que regem a História contemporânea nacional. Tais características entram em consonância por uma reflexão já explorada num artigo “Figurações da importância do latim na obra A República dos Bugres, de Ruy Tapioca”, de nossa autoria. “Os acontecimentos não são ofertados de maneira cronológica, tampouco condizem aspectos formais que remontem uma preocupação de Tapioca em desvendar a densa trama travada.” (OLIVEIRA; CAMILLOTI, 2013, p. 02) Nesse sentido, o romance A República dos Bugres se estabelece como um verdadeiro mosaico acerca da história nacional do século XIX. Portanto, no decorrer de várias páginas o leitor é convidado a refletir sobre as questões já ditas que permeiam boa parte da narrativa, deixando sempre uma margem de meditação durante o ato da leitura. Em linhas gerais, o romance A República dos Bugres (1999) descreve a vida do protagonista Quincas durante várias fases: a adolescência, a juventude, a vida adulta e a velhice. Devemos salientar que a densa narrativa flui em tom sarcástico sem perder a erudição e o paralelismo com o humor inteligente. O livro compõe-se através de uma longa narrativa perpassando 10 capítulos, adentrando com algumas chaves de leitura inseridas no início de cada capítulo. De igual modo, o fato é que o expediente estético realizado pelo autor de repartir a narrativa em capítulos longos, de epígrafes filosóficas, ali está, nas estratégias já utilizadas por outros romancistas. Não raro, à moda do consagrado O nome da Rosa, do escritor italiano Umberto Eco, o 18

Não somente romances históricos à moda Ruy Tapioca tiveram a oportunidade de criar novas estratégias de fazer uma crítica ao nosso presente. O jornalista Laurentino Gomes nos seus livros de grande vendagem nacional, tanto 1808 ou 1822, inventariou novas formas de fazer auto reflexividade dos fatos históricos. Exemplos? “Uma novidade tinha sido a chegada dos suíços a Nova Friburgo, na serra fluminense, em 1818, dando início à imigração estrangeira no Brasil. Dos primeiros 2.000 imigrantes, 531 morreram de fome, doenças e maus-tratos – 26,5 % do total -, mas a colônia vingou e hoje é um destino turístico bem conhecido.” (GOMES, 2010, p. 73, Grifos nossos); “D. Pedro fez a independência do Brasil com 23 anos, idade em que hoje a maioria dos jovens brasileiros e portugueses ainda frequenta os bancos escolares.” (GOMES, 2010, p. 112, Grifo nosso)

28

romance brasileiro estabelece algumas demarcações espaciais e temporais no início de cada subtítulo, buscando condicionar o leitor acerca do desenvolvimento dos episódios. 19 Outrossim, a seleção de acontecimentos históricos realizada por Tapioca perfaz uma proposta de leitura que visa quebrar o sistema rígido dos discursos hegemônicos estabelecido pelos grandes historiadores. Portanto, utilizando-se de categorias temporais (Passado e Presente) por meio de vários mecanismos discursivos, o enunciador da ficção histórica, via narrador e demais componentes textuais, estabelece uma profunda análise da desordem nacional historicista impregnada nos principais eventos marcantes do romance. Ao angariar fatos e acontecimentos do passado, Chegada da Família Real Portuguesa (1808), a Guerra do Paraguai (1865-1870), a abolição da escravidão dos negros (1888), a transição do regime político imperial para o republicano (1889), todos ancorados no século XIX20, Ruy Tapioca escreve uma nova versão da história tida nos livros didáticos como a história oficial. É inevitável que os fatos não sejam lidos de forma descontextualizada do nosso presente, por esse motivo, Tapioca faz menção aos fatos mais arraigados da nossa triste colonização e provoca-os numa crítica ao presente. Ou seja, existe uma intersecção entre o presente da escritura e a História narrada por Tapioca, perfazendo uma contaminação fértil entre ambas as formas. Coincidência ou não, a publicação do romance A República dos Bugres sai no ano de 1999, satisfazendo dessa forma os 500 anos da descoberta do Brasil, ofertando uma possível análise crítica desse extenso lapso temporal. “Em outras palavras, o sentido e a forma não estão nos acontecimentos, mas nos sistemas que transformam esses acontecimentos passados em ‘fatos’ históricos presentes.” (HUTCHEON, 1991, p. 122) Devemos salientar que escrever uma nova história não é permitir condutas errôneas daquele fato estabelecido através do documento, mas atestar que a história não pode ser vista de forma aproblemática e, sim questionadora e partícipe do seu próprio presente. Não obstante, fazer autorreflexão dos fatos históricos ou realizar uma articulação entre passado e presente permite uma melhor leitura do presente, diagnosticando o nosso futuro. 21Obviedade ou não, o certo é que tal tendência fora melhor, condicionada aos romancistas pós-modernos, pois a fragmentação do espaço e do tempo foi concebida pelo advento da informação e globalização. “Se o passado era invocado, o objetivo era desenvolver sua ‘presentitude’ ou permitir sua transcendência na busca de um sistema de valores mais sólido e universal.” (HUCTHEON, 1991, p. 121) Nesse sentido, uma razão possível de tantos escritores da linhagem de Ruy Tapioca presentificar os fatos históricos seria a certeza relativa de que o passado somente é lembrado através das narrativas orais ou dos arquivos empoeirados nas estantes dos centros de pesquisas. Obviamente, que tal presentificação ou articulação entre passado e presente é diagnosticada de forma relativa, tendo em vista que nem sempre a natureza de todos os eventos históricos permite descortinarmos. “Como alguma coisa realmente aconteceu é algo que só pode ser conhecido através de relatos daqueles que viveram nessas eras. Nunca houve nem haverá um ‘como’ independente de sua construção avaliadora.” (HELLER, 1981, p. 164) Por mais que o tempo histórico seja algo idealizado nos documentos, persuadindo o leitor acerca dos acontecimentos, sem ao menos problematiza-los ou questioná-los, faz matéria prima do romance, tais efeitos serem questionados. “O tempo da história universal é um tempo ideal, mas o tempo do presente, que é tempo real, constitui uma inexaurível fonte de argumentação. Se o presente é que prova o futuro, ele precisa ser conhecido, descrito e

19

Estamos nos referindo às aberturas estratégicas dos subtítulos. Alguns exemplos soam de forma semelhante: “Onde se chega aos pés da abadia e Guilherme dá provas de grande argúcia.” (ECO, 2012, p. 31) Já no romance A República dos Bugres, teremos: “ 20 Devemos salientar que alguns episódios do romance A República dos Bugres também se ambientam no século XVII, retroagindo no tempo de forma não linear. 21 Aqui novamente teremos a reflexão do pesquisador Wilton Fred retomando aspectos da presentificação do passado realizada prolificamente pelo romancista Ruy Tapioca. Consoante suas palavras: “Em A República dos Bugres, a autenticidade do discurso textual e sua competência são garantidas pelo presente. O discurso passado se debruça sobre a presentividade, e vice-versa, autenticando o discurso das atrocidades de nosso tempo, constante da literatura histórico-contemporânea: ‘no mínimo, os pobres terão que, a mando do governo, sustentar e pagar as dívidas dos ricos, falidos de seus bancos e comércios...’Esse e tantos outros discursos sobre a prática do governo e do povo serão retomados por Ruy Reis Tapioca, denunciando as atrocidades do presente através da história do passado.” (FRED, 2005, p. 159)

29

constituir objeto de reflexão.” (HELLER, 1981, p. 34) A expressão “tempo ideal” seria, a nosso ver, o presente de natureza absoluta e marcante, sendo cristalizado por natureza, basta uma simples leitura das narrativas epopeicas, fonte do lendário e do inquestionável. No entanto, o presente é difícil de ser assimilado, mas farto de ser aproveitado, pois sua inesgotável oferta de acontecimentos provoca uma dispersão de compreensões relacionadas ao nosso futuro. A nosso ver, o escritor Ruy Tapioca faz uso do presente, buscando elucidar a trajetória historicista acerca da nossa tardia emancipação colonial. “O presente histórico não é um presente absoluto, mas sim uma estrutura: precisamente, constitui uma estrutura cultural.” (HELLER, 1981, p. 57) DESENVOLVIMENTO A bem da verdade, conhecimento cultural acerca dos assuntos que regem a nação é fato imprescindível ao romancista histórico preocupado em compreender o nosso presente. O escritor Ruy Tapioca como veremos nas linhas posteriores, admite uma reflexão do nosso presente em função do nosso passado, diagnosticando uma leitura rasa já realizada por outros romancistas históricos. 22Igualmente, Tapioca sabe que as condições históricas da época individualizavam os personagens de uma cena já cristalizada e, resolve, a seu modo, questionar esse efeito petrificado, mantendo uma postura averiguadora do próprio passado. É presença marcante nos vários capítulos que orquestram o romance, o leitor identificar tais fragmentos, proposital a um narrador intruso. O autor da República dos Bugres sabe da real importância de encadear esses acontecimentos, mesmo tendo a devida noção da falta de esperanças de relaciona-los na sua totalidade com a sua cronologia temporal. Sobre tal aspecto a teórica Agnes Heller nos sugere uma curiosa reflexão: “Todos os presentes históricos consistem em descontinuidades. Enquanto Conjuntividade é contemporaneidade sem um passado (pois tem apenas origens), o presente histórico é descontinuidade, a qual tem uma continuidade própria.” Nessa manobra, o efeito apontado/operado por Heller confere solidez a devida consciência que os fatos históricos são impossíveis de serem assimilados organicamente ou na sua totalidade, seja no presente histórico, seja no passado longínquo. “O presente histórico tem seu próprio passado (o passado do presente) e o seu próprio futuro (o futuro do presente) o qual se relaciona com a continuidade dentro da descontinuidade.” (HELLER, 1981, p. 57) Em suma, os tempos verbais sacralizados pelos procedimentos da cronologia historicista são condições necessárias que funcionam como vasos comunicantes, admitindo intercalações e interlocuções abrangentes. A essa altura surge uma nova indagação acerca do nosso raciocínio: como poderíamos compreender na totalidade o nosso presente histórico acerca de tamanha tempestade de acontecimentos ou mesmo da globalização condizente as mútuas transformações que sofremos diariamente? 23Ou melhor, como o escritor contemporâneo pode representar os eventos do passado e realizar uma crítica a sua própria nação, como é o caso do autor da República dos Bugres? Sobre tal aspecto novamente a teórica Agnes Heller produz a seguinte resposta: “Querer entender nosso presente como ‘ponto culminante’ da história é igualmente estéril e é possível que nos conduza à indiferença diante das feridas e dos sofrimentos de nosso presente e, assim, também, guiar-nos para catástrofes.” (HELLER, 1981, p. 63) Compartilhamos com o propósito reflexivo da teórica, pois não podemos acreditar numa verdade histórica absoluta de nosso presente, sabendo da tamanha vulnerabilidade de informações instantâneas, tendo como consequências a errônea interpretação da própria realidade vigente. Em outras palavras, o presente pode ser modificado com base no passado visto 22

A nosso ver, romancistas históricos como João Felício dos Santos (entre muito outros), com os romances Carlota Joaquina – A rainha devassa, não chegara a ser um crítico do seu presente, não criando uma possível atmosfera de auto reflexividade dos fatos históricos. Ou seja, durante a nossa leitura, percebemos que o romance citado ficou encarcerado no passado remoto, sem trazer à tona algo devidamente refletido. 23 Segundo Magdalena Perkowska, “[…] a televisão, a imprensa e a internet aceleraram a percepção dos acontecimentos: o bombardeio informativo faz com que o presente quase imediatamente se converta em passado. A temporalidade é vivida de uma outra maneira no fim do século XX e começo do século XXI, assim as categorias formuladas no início do século XX para referirem-se às obras do XIX já são antiquadas. [...] Portanto, não tem sentido insistir em uma distância temporal que já não convence ninguém e parece, além do mais, encerrar os textos num suposto objetivismo histórico realista, uma camisa de força de que eles tentam liberarse.” (PERKOWSKA, 2008, p. 23-24).

30

e revigorado, apesar de não ser recuperado simplesmente, no entanto, sempre cabe um olhar questionador diante de tal desafio. E isso vem ao encontro, daquilo que David Loventhal escreve: “O passado também carece de consenso temporal. Dependendo do conteúdo e do contexto, o passado converte-se no presente a qualquer tempo, seja um instante ou uma eternidade atrás.” (LOVENTHAL, 1998, p. 13) Nesse sentido, lidar com temporalidades opostas torna-se fácil para o romancista histórico, ao contrário do discurso do historiador tradicional, seja numa ordem cronológica dos acontecimentos, seja lidando com a crítica ao atual presente. 24Devemos salientar que: “O romance histórico da pós-modernidade, por outro lado, joga com a liberdade de adiantar, em relação à cronologia da matéria narrada, elementos de um futuro desconhecido das personagens [...]”, alerta o pesquisador Alcmeno Bastos. (BASTOS, 1999, p. 155) Em outras palavras, a dispersão temporal que enfrentamos na modernidade atual, torna-se ferramenta estratégica para o escritor contemporâneo criar saltos durante a narrativa, sem ter a necessidade de manter uma ordem no tempo. 25“A percepção tardia do passado assim como o anacronismo dão forma às interpretações históricas.” (LOVENTHAL, 1998, p. 53) Mesmo tendo a capacitade de inventariar forma e conteúdo aos aspectos remotos, o escritor contemporâneo percebe a relutância de representar o passado na sua ordem estética. Por esse motivo, o romancista histórico deverá ter a devida consciência cultural acerca da realidade nacional ao qual transforma a sua maneira. “A função do historiador não é amar o passado ou emancipar-se do passado, mas dominá-lo e entendê-lo com a chave para a compreensão do presente.” (CARR, 1996, p. 61)26 Ao utilizar vozes alheias, seja no sentido paródico, seja na intertextualidade, o romancista deve ter o máximo de cuidado para não perder o jogo ficcional acerca de um presente fugaz que também se tornará passado remoto. “Explicar o passado no presente significa lidar não apenas com percepções, valores e linguagens que mudam, mas também com acontecimentos ocorridos após a época examinada.” (LOVENTHAL, 1998, p. 53) ANÁLISE DOS FRAGMENTOS DO ROMANCE A REPÚBLICA DOS BUGRES, DE RUY TAPIOCA O romance A República dos Bugres de Ruy Tapioca se conjuga como uma excelente ferramenta didática alusiva - que comporta diversas passagens –, ao contexto da representação dos diversos fatos políticos que regeram o nosso século XIX. Nesse sentido, o conceito de “auto-reflexividade dos fatos históricos” que abordaremos durante o desencadeamento dos excertos selecionados e, em maior grau, neste subtítulo, como já anunciado, será o recorte dos principais fragmentos ao qual o narrador enseja uma profunda crítica da nação brasileira. Em outras palavras, identificaremos no romance A República dos Bugres, aqueles excertos que o narrador durante o desenvolvimento da trama ficticía perfaz uma reflexão acerca dos problemas coloniais, envergando novos desdobramentos sobre a historicidade atual brasileira. Advogaremos 24

Sobre esse aspecto, apreendendo o romance A república dos bugres, no que tange a articulação dos saltos temporais, podemos reproduzir integralmente a citação da pesquisadora Marilene Weinhardt: “A representação do tempo rompendo com a linearidade não é prerrogativa da narrativa de ficção e é recurso corriqueiro mesmo em relatos banais, de que se lança mão para prender a atenção ou para encarecer certas ações, seja usando-as como ponto de partida, para fazer o movimento de retorno ao pretérito, seja reservando-as como coroamento de uma sequência, explorando os efeitos do suspense. A circularidade, concluindo-se a narração no ponto inicial, também não é uma inovação. Entretanto, Ruy Tapioca fatiou o tempo de tal modo, sem um método que revele de imediato seus mecanismos, que o leitor precisa avançar algumas dezenas de páginas para perceber que avanços e recuos não são aleatórios. Já para desvendar o duplo sentido das amarrações, no plano do enredo ficcional e do histórico, é preciso uma segunda leitura para apreender as duas dimensões, inclusive por omissões no tempo histórico.” (WEINHARDT, 2007, p. 65) 25 Novamente poderíamos o instigante ensaio de David Loventhal sobre a questão da ordem cronológica que atinge todos os historiadores e, em menor grau, o romancista. “Estamos tão habituados a pensar no passado histórico em termos de narrativas sequenciais, datas e cronologias que supomos que são atributos do próprio passado. Mas não são; nós mesmos a colocamos lá. A capacidade e a propensão para ordenar os acontecimentos numa sequencia de datas é uma conquista cultural relativamente recente. Os fatos históricos são atemporais e descontínuos até serem entrelaçados em histórias. Não vivenciamos um fluxo de tempo, apenas uma sucessão de situações e acontecimentos. Grande parte da apreensão histórica permanece temporariamente tão vaga quanto a memória, desprovida de datas ou até de sequências.” (LOVENTHAL, 1998, p. 119) 26 Linhas adiante o crítico Edward Carr perfaz uma questão que soa em sintonia com nossa chave de leitura. Ao realizar o questionamento, título do seu próprio livro, “Que é História?”, o autor arrisca uma resposta: “[...] é que ela se constitui de um processo contínuo de interação entre o historiador e seus fatos, um diálogo interminável entre o presente e o passado.” (CARR, 1996, p. 65)

31

que essa é uma tendência contemporânea de não deixar o passado apenas “empoeirado”, mas trazer os eventos históricos à tona e questioná-los em relação ao presente da escritura do autor. Por esse motivo, é importante salientarmos que não partiremos de uma análise meta reflexiva ao qual o citado romance busque apenas esboçar as formas e as maneiras de fazer ficção dentro da narrativa. De acordo com Carlos Ceia: “Um romance auto-reflexivo é aquele que se refere ao seu próprio processo de criação.” (CEIA, s/p) O autor não chega a adentrar no mérito da questão do conceito que iremos explorar, embora, a nosso ver, sabe que existe tal possibilidade, já que o mesmo elenca outras modalidades de auto reflexividade. Em consonância com aquilo que a teórica Linda Hutcheon menciona da seguinte forma: “[...] a ‘realidade’ a que se refere a linguagem da metaficção historiográfica é sempre, basicamente, a realidade do próprio ato discursivo.” (GOBBI, 2011, apud HUTCHEON, 1989, p. 78) Certamente, o coroamento dessas modalidades implicaria numa melhor caracterização e qualificação da expressão “articulação entre passado e presente” dos fatos históricos que, em suma, seria definida objetivamente e iluminada através dos escritos que apresentassem esses segmentos: crítica às forças armadas brasileiras e portuguesas (Várias vezes o narrador provoca uma reflexão desses fatos e os compara com a defasagem militar atual brasileira e portuguesa); crítica ao jeitinho brasileiro e a dificuldade do brasileiro na obediência das regras (O narrador chega a utilizar o emprestado vocábulo “anomia” do sociólogo francês Émile Durkrein para justificar a dificuldade do brasileiro não respeitar as leis); crítica à hierarquia social dentro da sociedade do século XIX (O narrador constrói uma crítica ao nosso esqueleto social contraditório); crítica excessiva a corrupção política e as artimanhas das autoridades para burlar as regras (Em vários momentos o narrador ou as personagens constroem desabafos ao sistema colonial corrupto). De igual modo, a arrumação dos fatos históricos é lapidada no olhar do presente da escritura. Como verificamos o recheio dessas modalidades proliferam de forma intensa no decorrer da narrativa atuando enquanto uma sobreposição de espaços e, deixa aquela forte pitada de ironia sem perder erudição ao contexto sociológico político brasileiro. Ou seja, o romance pode ser lido como uma metáfora pessimista da nossa falta de progresso nas últimas décadas. Em suma, adentrando nos fragmentos que seguem adiante, o leitor é convidado a criar quantos paralelos quiser entre passado e presente. Vejamos adiante, através da seleção de alguns fragmentos como ocorre tal proposta no desenvolvimento do próprio romance. Seria ocioso demonstrar as evidências que atestam a singularidade da história arquiburrice dos portugueses, não fosse eu, desafortunadamente, um deles. Estou convencido, Senhor, que Teu Pai, no momento de dar as luzes à minha gente, por certo deve ter esquecido de acender o lume... (TAPIOCA, 1999, p. 16) Engendra-se, nesse breve excerto, uma possível definição em que verificarmos os pressupostos maléficos da triste colonização citada pelo narrador, diante da inoperância historicista provocada pelos antepassados portugueses. Observamos que não existe um divisor de águas entre passado e presente, pois os eventos de natureza colonial acabam servindo de mote para uma abonação crítica da nossa atualidade. Ao que tudo indica, parece existir um confronto entre passado e presente que é sugerido nas relações estabelecidas pelo narrador entre Portugal e Brasil. De igual modo, observamos a cruel incerteza que assola o movimento “desafortunado” que opera a contra gosto, atingindo boa parte daqueles que estão à margem do sistema. Não obstante, a perspectiva pessimista empregada no tom da conversa questiona os procedimentos históricos acerca da oficialidade dos acontecimentos. Assim, a fabulação empreendida pelo romancista atinge seu ápice da insatisfação de uma história já petrificada pela falta de questionamentos. Podemos verificar que o narrador mesmo usando o vocábulo “arquiburrice” consegue se colocar no lugar dos nossos ancestrais. Em outro episódio, teremos uma profunda crítica aos cargos comissionados que integram a cancerígena máquina pública da nação brasileira. Vejamos os detalhes: Preferia-o metido em política, conselhos, veranças, intendências, deputações, senatorias, gabinetes, comissões, ministérios, ou coisas que o valham. Estas, sim, ocupações fabulosas no Brasil: constituem cargos de representação dos cidadãos em uma nação que nunca teve gente que merecesse tal qualificação. (TAPIOCA, 1999, p. 28)

32

Diante de tamanha complexidade historicista, através de um processo enumerativo, observamos nesse fragmento uma envergadura para aqueles conchavos realizados no interior dos partidos políticos. Coincidência ou não, identificamos que esses mesmos conchavos já eram modalidades previstas pelos portugueses ao articularem seus expedientes praticados na Corte. Por mais que sejam incoerentes às profissões, elas acabam sendo sustentados pelos famosos “ganchos de empregos” promovidos pela política do “favor” e do “apadrinhamento partidário”, subordinadas ao preceito do jeitinho brasileiro. Em questão, o último período “em uma nação que nunca teve gente que merecesse tal qualificação” é extremamente atual, reformulando uma crítica acirrada ao sistema de governo que aprova cargos comissionados em função daqueles promovidos por concursos públicos, deixando o mérito do cidadão para o fácil abono apadrinhado. Em outro episódio, teremos a extração de alguns comentários feitos pelo narrador que evidenciam a contaminação entre diluída do passado e do presente, vejamos: Fará grande carreira militar, por certo: é pragmático, conhece as fraquezas dos pares e as do povoléu, sabe onde mete o bedelho. Pegou rápido o espírito das coisas nesta país: inventam-se soluções para onde não existem problemas, criam-se problemas onde eles não existem, e mete-se ai um programa de governo. Não há dúvida de que o capitãozinho é o produto mais representativo da trapalhada de povos e raças que cá, promiscuamente, se misturaram.” (TAPIOCA, 1999, pp. 29-30) O episódio marcado por uma discussão militar acerca do futuro da monarquia no Brasil é considerado gozado. A conversa é estabelecida entre os dois oficiais do Exército, Coronel e Capitão, oscilando com intensos comentários do próprio narrador. O narrador Quincas demonstra real interesse, salvo engano, no desabafo conspiratório dos militares sobre a Proclamação da República. O fragmento mais profético e atual desse trecho é, a nosso ver, a frase “criam-se problema onde eles não existem, e mete-se ai um programa de governo” que mantém a carga semântica da inércia burocrática política existente no Brasil durante décadas. Não por acaso, a atualidade desse discurso é a condenação em aceitarmos o engodo dos novos programas de governo que sumariamente tiram o efeito representativo da participação democrática que supostamente rege a nação brasileira. Especulação histórica ou não, o narrador busca alicerçar suas formulações passadistas na carga biológica deixada pela “[...] trapalhada de povos e raças que cá, promiscuamente, se misturaram.” (TAPIOCA, 1999, p. 30) Portanto, apesar da carga do discurso está atrelado a um passado remoto, século XIX, o narrador tenta trazer a tona elementos historicistas para questionar a contemporaneidade. Em outro fragmento, teremos novamente algumas reflexões militares acerca de algumas situações corriqueiras, vejamos: Por esse motivo, há três meses não recebem soldos os oficiais do exército, e estão em atraso os pagamentos dos juros da divida pública e dos ordenados dos funcionários. Mas deixe estar o lusitano erário, que isso tudo não terminará em águas de bacalhau: se por acaso der em mau negócio, há-de nessa dívida entrar o Brasil de sucessor, de herdeiro ou de sócio. (TAPIOCA, 1999, p. 43) Neste ponto, percorridos 43 páginas desse denso romance já é possível verificarmos o diagnóstico cruel realizado pelo narrador acerca da decadência da carreira militar em Portugal e no Brasil. O apêndice com informações históricas é exercido nas páginas anteriores que precedem essa descrição sarcástica, mantendo o leitor informado acerca do episódio malogrado. A triste realidade exercida pelo narrador através da ilação apresentada (‘se por acaso der em mau negócio’), a nosso ver, os impasses já diagnosticado e quase impassível de ser solucionado. A expressão “águas de bacalhau” remonta ao clichê já repetido através das famosas piadas feitas por brasileiros, demonstrando o atraso português na resolução dos seus problemas. 27 A acepção corrente dessa expressão significa “sofrer malogro” ou simplesmente “não lograr êxito”, isto é, 27

Curiosamente a mesma expressão é retomada de forma irônica no romance Conspiração Barroca, obra ainda inédita no Brasil. O romance publicado em Portugal retoma a temática histórica da Inconfidência Mineira e seus principais seguidores. O trecho: “No entendimento de todos, com a suspensão da derrama a conspiração terminaria em águas de bacalhau.” (TAPIOCA, 2008, p. 225)

33

novamente teremos os dividendos avançando em território brasileiro, como em vários outros casos. Enfim, o que interessa ao narrador nesse excerto é deslindar um dos fulcros ideológicos desse sistema militar defasado, engrenado no sistema financeiro atrasado e derrotado pela própria nação. Em última análise, história e ficção se confundem na escrita de República dos Bugres, deixando bem claro aquilo que Tapioca deixou subentendido: trata-se de um romance que mesmo mesclando arte e documento, o mesmo não esquece o presente da escritura e da leitura. Noutras palavras, uma obra marcada por contundente juízo em relação aos fatos corriqueiros do nosso ressurgimento democrático da década de 1980. Em última análise, o movimento histórico proposto por Ruy Tapioca no seu romance, como vimos na leitura desses fragmentos selecionados, demonstra que a representação histórica não é algo objetivo ao que lhe é peculiar. As progressões e as regressões temporais ocorrem durante o desenvolvimento da narrativa perfazendo um círculo vicioso que alimenta novos desdobramentos aos acontecimentos históricos não questionados. Por esse motivo, seu romance acaba ganhando o devido tônus historicista que modifica a realidade do presente. Salvo engano, Tapioca ao modo de outros romancistas históricos considera o discurso histórico como algo inconcluso, funcionando como um “Work in progress”. Os episódios históricos, já mencionados, não estão paralisados no tempo; é quase impossível recortá-los ou simplesmente extraí-los do seu contexto de origem para uma configuração imparcial e fria. Diante disso, conjecturamos que Tapioca aproveita essa problemática para realocar esses acontecimentos com as reflexões do presente, interagindo os ao favor da coletividade: os seus leitores. À GUISA DE CONCLUSÃO Passados mais de 120 anos da nossa transição política entre o regime imperial e o republicano, o romance A República dos Bugres pode ser lido na atualidade como um grande testemunho do nosso passado, propiciando ao leitor um profundo conhecimento da arqueologia dos textos históricos. As circunstâncias em que este romance foi escrito e o desenvolvimento do texto a partir daí são de especial interesse de muitos pesquisadores. Isto é, o interesse em destrinchar os aspectos arqueológicos textuais, ou melhor, a biblioteca intertextual que inspirou o autor desse denso romance, apenas fortalece a compreensão da arquitetura de outros textos do romancista. Assim, como vimos, os fragmentos que representam uma reflexividade acerca dos fatos históricos, ajudam-nos a enxergar os altos e baixos da eterna dependência econômica. A título de exemplo, dentre muitos outros, quando o narrador depõe sobre o material histórico representado, ou simplesmente o questiona, contribui para uma profunda análise do nosso presente. A investigação defendida no ano de 2005 pelo pesquisador Wilton Fred Cardoso de Oliveira, intitulada Imaginários de Nação no Romance Brasileiro Contemporâneo: Os Rios Inumeráveis e A República dos Bugres (2005), pela Universidade Federal de Santa Catarina, disseminam as possibilidades de leitura desse dessa ficção histórica; no entanto, como já mencionado em rodapé, apenas instiga outras possíveis pesquisas, pois o autor não chega a esmiuçar por completo esse quesito aqui apresentado: a articulação entre passado e presente. Em resumo, a nosso ver, esta breve leitura do denso romance A República dos Bugres demonstra que as marcas da articulação entre passado e presente dos fatos históricos permeiam uma profunda crítica à nação brasileira em várias modalidades que funcionam de forma realística: Política, Sociológica, Literária, Histórica, Geográfica, Religiosa, Militar, e juntas aglutinam as seguintes marcas caracterizadoras que fornecem a estratégia de remontar ao nosso passado e não fecharmos de forma inusitada e aleatória: 1Boa parte dos acontecimentos históricos é tratada de forma irônica e sarcástica; no entanto, servem como alusão a diversos outros que informam o efeito caótico ao qual a História nacional foi submetida na época; 2A nosso ver, postulamos que as categorias estabelecidas pelos teóricos mencionados (Agnes Heller, David Loventhal, Linda Hutcheon, Karl Eric Schollhamer, Anatol Rosenfeld) sobre a fusão do tempo passado e presente no corpo desse artigo dialogam com os fragmentos selecionados;

34

3Ruy Reis Tapioca ao escrever esse romance consegue antecipar de maneira embrionária a dimensão do seu projeto político de escritor voltado a descrever as incongruências da nação brasileira de época; 4O conhecimento da história oficial por parte de Tapioca também corrobora para uma auto reflexividade dos fatos históricos. Em entrevista Tapioca diz: “Todas as datas e fatos históricos foram rigorosamente pesquisados, inclusive as personalidades e caracteres das personagens históricas com o objetivo de conferir verossimilhança [...]” 28 Tal resposta constitui uma chave importante para compreensão da estrutura narrativa e excelente apoio para uma investigação; 5Por último, podemos constatar que a articulação entre passado e presente dos fatos históricos conjuga um ingrediente a mais para enriquecer a fábula do próprio romance, funcionando como algo fecundado de sentidos, perfazendo uma leitura mais moralizante acerca de uma consciência nacional diagnosticada com os episódios já esquecidos pela esquecida memória popular; No presente artigo, tentamos chamar atenção para a questão da articulação entre passado e presente dos fatos históricos que ensejam uma possível leitura do romance A República dos Bugres. Observamos que esses fragmentos capitaneados por Ruy Reis Tapioca reproduz um verdadeiro painel dos principais acontecimentos que circunstanciaram o século XIX, ao qual buscamos suas formulações ao nosso presente, não os deixando encarcerado no passado remoto. De igual modo, vimos como a arguição da história realizada por Tapioca, via romance, é uma estratégia cuja articulação básica é jogo ambíguo, funcionando como uma tensão da dúvida e da afirmação, um conjugar da História que, ao mesmo tempo, questiona a sua veracidade. Seja nas questões coloniais entre Portugal e Brasil, seja na triste corrupção que perpassa várias décadas, seja na ineficiência do Exército Brasileiro, como observamos nos fragmentos selecionados e nos resultados atingidos. Enfim uma gama de tessituras textuais que adquirem toda sua força através de uma leitura mais engajada por esse viés. Vimos também como se comporta o diálogo de alguns teóricos a respeito das características temporais entre Passado, Presente e Futuro, especificamente aquele voltado a compreender o período ainda tão obscuro de sua internação. Em suma, vimos à dicotomia da Ficção de caráter historicista de forma reflexiva, buscando problematizar essa característica temporal tão complexa que por excelência continuará problemática em vários outros romances da mesma natureza. REFERÊNCIAS ADORNO, Theodor W. Notas de Literatura I. São Paulo: Duas Cidades, 2003. BASTOS, Alcmeno. Introdução ao romance histórico. Rio de Janeiro: EdUERJ, 2007. ______. Alcmeno. A história foi assim: o romance político brasileiro dos anos 70/80. Rio de Janeiro: Caetés, 2000. Carlos Ceia: s.v. "Auto reflexividade e Reflexividade", E-Dicionário de Termos Literários (EDTL), coord. de Carlos Ceia, ISBN: 989-20-0088-9, , consultado em 06-08-2013. CARR, Edward Hallet. Que é História. Rio de Janeiro: Paz e Terra, 1996. FRED, Wilton Cardoso de Oliveira. Imaginários de nação no romance brasileiro contemporâneo: Os rios inumeráveis e a República dos Bugres. Florianópolis. UFSC, 2005. (Tese de doutorado) GOBBI, Márcia Valéria Zamboni. A ficcionalização da História. Mito e parodia na narrativa portuguesa contemporânea. São Paulo: Unesp, 2011. GOMES, Laurentino. 1808. Rio de Janeiro: Nova Fronteira, 2010. GOMES, Laurentino. 1822. Rio de Janeiro: Nova Fronteira, 2010. GONZALEZ, Mario. O romance picaresco. São Paulo: Ática, 1988. HAMBURGER, Kate. A lógica da criação literária. São Paulo: Perspectiva, 2001. HELLER, Agnes. Uma teoria da história. Rio de Janeiro: Civilização Brasileira, 1981. SCHOLLHAMMER, Karl Eric. Ficção Brasileira Contemporânea. Rio de Janeiro: Civilização Brasileira, 2009. LOWENTHAL, David. Como conhecemos o passado. São Paulo: Projeto História (17). Tradução Lúcia Haddad, 1998. 28

TAPIOCA, Ruy Reis. Entrevista concedida a Wilton Fred Cardoso de Oliveira. Rio de Janeiro: RJ, jun. 2003.

35

MANZONI, Alessandro. Os noivos. São Paulo: Abril Cultural, 1971. MOISÉS, Massaud. Dicionário de Termos Literários. São Paulo: Cultrix, 1999. OLIVEIRA, Cristiano Mello de; CAMILLOTI, Camila Paula. Figurações da importância do Latim na obra A República dos Bugres, de Ruy Tapioca. Ponta Grossa: Uniletras, 2013. ______. O romance histórico na América Latina. Entrevista concedida ao Professor Dimas Floriani. Curitiba: Programa América Latina Viva. 31 de julho, 2013. ______. O romance histórico no Brasil – Alguns paradigmas teóricos. II Seminário dos Alunos da PósGraduação em Literatura da UFSC. Florianópolis: Anais eletrônicos, 2012. PERKOWSKA, Magdalena. Historias Híbridas. La nueva novela histórica latinoamericana (1985-2000) antes las teorias posmodernas de la historia. Iberoamericana, 2008. PELLEGRINI, Tânia. Ficção Brasileira Contemporânea: assimilação ou resistência?Revista Novos Rumos, Ano 16, nr 35, 2001. ROSENFELD, Anatol. Reflexões sobre o romance moderno. In: Texto e contexto. São Paulo: Perspectiva, 1973. TAPIOCA, Ruy Reis. A República dos Bugres. Rio de Janeiro: Rocco, 1999. _________. Conspiração Barroca. Parede Portugal: Saída de Emergência, 2008. WHITE, Hayden. Trópicos do discurso. São Paulo: Edusp, 1994. WHITE, Hayden. Metahistória. São Paulo: Edusp, 1992. VEYNE, Paul. Como se escreve a história. Editora UNB, Brasília: 1995 Vanda Rosa: s.v. "Anacronia e Anacronismo", E-Dicionário de Termos Literários (EDTL), coord. de Carlos Ceia, ISBN: 989-20-0088-9, , consultado em 06-08-2013. WEINHARDT, Marilene. A República dos Bugres: a Atenas da América ou uma Botucúndia. Portuguese Cultural Studies. Disponível em: > Acesso em 06/08/2013. /

36

EL MAGNICIDIO DE JORGE ELIÉCER GAITÁN EN LA NARRATIVA DE MIGUEL TORRES: TRAGEDIA Y TESTIMONIO EN LA NUEVA NOVELA HISTÓRICA COLOMBIANA

Daniela Melo Morales. Universidad del Tolima, Colombia. “El arte da vida a lo que la historia ha asesinado. El arte da voz a lo que la historia ha negado, silenciado o perseguido. El arte rescata la verdad de manos de las mentiras de la historia” Carlos Fuentes.

Resumen Esta ponencia analizará El crimen del siglo y El incendio de abril de Miguel Torres desde fundamentos teóricos de la Nueva Novela Histórica, atendiendo a las siguientes fuentes: Reescribir el pasado, historia y ficción en América Latina, de Fernando Aínsa; “La historia en la ficción Hispanoamericana contemporánea: perspectivas y problemas para una agenda crítica” y “Reinventar el pasado: la ficción como historia alternativa de América Latina”, de Carlos Pacheco. Se abordará a partir del cuestionamiento del discurso historiográfico y la multiplicidad de puntos de vista sobre el magnicidio de Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1948. Preámbulo El dramaturgo, guionista y escritor Miguel Torres nació en Bogotá. Cursó sus estudios de arte dramático en París. Entre sus obras se destacan: Ladrón durante el alba (beca de creación Colcultura, 1994, cuento). “Siempreviva” (beca de creación Colcultura, 1993, cuyo guión obtuvo el Premio Nacional de guión, 1999, obra de teatro), Cerco de amor (Premio Internacional de Novela Imaginación en el Umbral, 1999), El Crimen del siglo (publicado por primera vez en el 2006 y con varias ediciones al 2013, año en el cual se llevó a cine bajo el título Roa, del cineasta Andrés Vaiz); y El incendio de abril (2012), una obra innovadora en la que se funden testimonio, novela y tragedia para contar desde 70 voces el caos del 9 de abril de 1948. Tanto El crimen del siglo como El incendio de abril hacen parte de lo que el autor denomina “La trilogía del fracaso”, trilogía en torno a Jorge Eliécer Gaitán y el Bogotazo, cuya última novela se publicará posteriormente. El colombiano Jorge Eliecer Gaitán fue dirigente político, abogado, miembro del concejo municipal, de la asamblea de Cundinamarca, del senado de la República, director de corporaciones privadas y públicas, rector de la Universidad Libre de Colombia, alcalde mayor de Bogotá (1936), bajo el gobierno de López Pumarejo, ministro de trabajo. Nació en 1902 y fue asesinado el 9 de Abril de 1948. Seguía la corriente ideológica liberalista de sus padres. Se graduó de derecho en la Universidad Nacional de Bogotá y se tituló como Doctor en Jurisprudencia en la Real Universidad de Roma. Su tesis obtuvo la calificación Magda Cum Laude y el premio Enrico Ferri. Se destacó por su oratoria y el modo en que movía las masas populares: “La verdad es que nadie en Colombia ha sembrado raíces tan profundas en el corazón del pueblo. Él sabía fundir la pobreza y el abandono, para mutarlos como en un crisol, en pasión revolucionaria” (Hoyos, 1998, p. 162). Era el candidato presidencial que conocía las necesidades de la población menos favorecida de Colombia. Gaitán o “el Jefe”, como lo llamaban, era la esperanza de transformación política y económica del país: Comprendió muy pronto que Colombia necesitaba con urgencia grandes reformas sociales, y el proyecto nacional siempre postergado se convirtió en su bandera (…). Entendió que el principal enemigo de la sociedad Colombiana era ese bipartidismo aristocrático cuyos jefes formaban en realidad un solo partido de dos caras, hecho para saquear el país y beneficiarse de él a espaldas de las mayorías (Ospina; 1997, p. 63).

37

A los colombianos “les cortaron las alas” con su asesinato. Por fin alguien distinto a los delfines políticos aspiraba llegar al poder para reformular el proyecto de nación, un sujeto que creció en medio de la clase humilde. El defensor de los derechos del pueblo fue la voz que denunció con fuerza la Masacre de las Bananeras en 1928. Promovió el sector de la salud y la educación en los cargos públicos que ocupó, situación que enfureció y despertó odios secretos entre políticos conservadores tradicionales. La narrativa de Miguel Torres da cuenta de los hechos y consecuencias del asesinato de quien era el favorito a ganar la presidencia colombiana entre 1950-1954, gracias a sus cuestionamientos al poder y su carisma entre las clases desfavorecidas. Sus dos novelas se articulan a una tendencia de la narrativa colombiana que ficcionaliza el asesinato de Gaitán: El 9 de abril, de Pedro Gómez Corena, Los peregrinos de la muerte de Alberto Machado, El día del odio de José Antonio Osorio, Viernes 9 de Ignacio Gómez Dávila, y Calle 10 de Manuel Zapata Olivella. No obstante, Miguel Torres presenta un aspecto innovador en su novela El crimen del siglo. En vez de enfocar a la víctima (Jorge Eliécer Gaitán), relata los hechos desde la perspectiva de quien era considerado el “presunto asesino”: Juan Roa, un “hombrecito desgarbado de rostro cetrino y mirada evasiva” (Torres; 2013; p. 45), bogotano desempleado de veintiséis años, menor de cinco hermanos (uno internado en el manicomio de Sibaté), mantenido por su mujer y su mamá, un personaje ensimismado que sufría delirios de grandeza, quien creía que el general Santander había reencarnado en él. Juan Roa Sierra, en la ficción de Miguel Torres, sufrió tres golpes que mataron sus ganas de vivir: el rechazo de María su mujer, tras pedirle que se marchara de la casa porque “no reunía las condiciones mínimas para ser cabeza de familia sin tener como responder con sus obligaciones” (2013, p, 27); la desestimación del secretario del Presidente Ospina Pérez quien evade la necesidad de un empleo por parte de Roa; y la desaprobación de quien admiraba, el propio caudillo (Jorge Eliécer Gaitán): Lo siento joven, pero no puedo ayudarle, dijo Gaitán disponiéndose a cerrar la puerta. Doctor, insistió Roa, como es posible que una persona como usted no pueda darme una mano para conseguir un puesto. Yo no doy ni pido puestos para nadie, no estoy en el poder respondió Gaitán visiblemente molesto (Torres; 2013; p. 19). Esta respuesta no la esperaba alguien que idolatraba a Gaitán, hizo que su ánimo decayera por días. Él creyó que por ser un fanático su vida sería solucionada e intentó suicidarse pero la cobardía lo impulsó de regreso a casa. Desde ese momento la brecha entre Roa y Gaitán empezó a ser notoria, con la diferencia de que el caudillo no lo sabía. Roa en sus delirios espío a Gaitán y con tan mala suerte del destino que el día 9 de Abril, a la una de la tarde, otro asesino es el encargado de ejecutar el magnicidio y Roa -que también sostenía un revolver en la mano- es aprehendido por un policía que estaba cerca de la escena del crimen (en la portería del edificio Agustín Nieto). Juan Roa fue inculpado de propinar cuatro tiros de gracia por la espalda al caudillo siendo después linchado por el pueblo. La gente desesperada se unió para destruir a la oligarquía. No obstante, fue una lucha perdida porque los cuerpos de los que proclamaron venganza en nombre de Gaitán fueron acribillados: Fue la fecha más aciaga del siglo para Colombia. No porque en ella, como lo pretenden los viejos poderes, se haya roto la continuidad de nuestro orden social, sino porque ese día se confirmó de un modo dramático (…). Gaitán tenía clara la necesidad de un proyecto social donde cupiera todo el país entero (…). Pero esa claridad lo llevo a enfrentarse ingenuamente (Ospina, 1997, p.p. 65-66) El 9 de abril de 1948 fue uno de los días más nefastos en la historia Colombiana. Como lo afirma Hebert Braun, “se terminaron las manifestaciones del silencio y las oraciones por la paz en la plaza Bolívar. En vez de una respuesta masiva y cívica, la democracia se fue a la guerrilla, donde fue hábilmente dominada por políticos y militares” (Sánchez, Peñaranda, 2007, p. 228). El magnicidio de Jorge Eliécer Gaitán provocó una revuelta–denominada Bogotazo- en la que murieron cerca de tres mil ciudadanos; los odios entre liberales y

38

conservadores se expandieron al resto de país para desatar una guerra civil no declarada –llamada La Violencia- de la que quedaron más de 300.000 muertos e innumerables mutilados y desplazados. Los Gaitanistas recibieron el apoyo de algunos militares y políticos que decían ser conservadores. Los dotaron de armas porque lo que tomaban de los almacenes no era suficiente para defenderse del ejército, parecían esquizofrénicos esparciendo ráfagas de balas a quienes se cruzaban en sus caminos: “el tanque tan enorme avanza mordiendo las dos aceras como una monstruosa aplanadora que va triturando todo lo que encuentra en su camino (…), se oyen los sordos chasquidos de cadáveres (…) mientras el loco de arriba sigue disparando” (Torres, 2012, p. 251). Al parecer un respiro de indolencia y sed de estrenar sus juguetes los cegó. Cuestionamiento historiográfico Una de las características de la Nueva Novela Histórica es el “cuestionamiento historiográfico”. Su función consiste en tomar la versión oficial para desmentirla, escudriñarla y dar la voz a los subalternos, las víctimas, lo que sintieron en el momento y la descripción detallada. Con relación a este aspecto, la ficción de Miguel Torres cuestiona el manejo de la información de los medios de comunicación el 9 de Abril de 1948. Los medios de esa época aseveraban que la capital bogotana tenía unos pocos incendios, unos cuantos muertos y heridos. Una ilustración de ello era el periódico El siglo dirigido por conservadores, quienes señalaban al pueblo de saqueadores y revoltosos. No obstante, ocultaban la población dada de baja. Juan Durazno Luzio citado por Fernando Aínsa, afirma que “la ficción viene a suplir las amplias deficiencias de una historiografía tradicional, conservadora y prejuiciada, para la cual los problemas son siempre menores y no pasan de ser locales” (2003, p. 85). Además el asesinato de Gaitán quedó impune. Según las versiones oficiales al caudillo lo mató un infeliz pero no profundizaron en la investigación de su homicidio. Gaitán, la piedrita en el zapato de los conservadores tradicionales, tenía bastantes enemigos por la lucha de sus ideas o su prestigio como defensa en los juzgados. Otro aspecto importante en la Nueva Novela Histórica es “la humanización del héroe” que por muy sublime o exaltada que sea siempre va a tener su lado débil: “los héroes inmortalizados en mármol o bronce descienden de sus pedestales para recobrar su perdida condición humana” (Aínsa, 2003, p. 11). Bastó la ira de Gaitán para direccionar su destino irrevocable. No imaginó que alguien insignificante como Roa podría llegar a intervenir a secas en sus planes: “así como vino aquí vaya pídale cacao al gobierno. Ellos tienen como ayudarlo. Las últimas palabras de Gaitán, duras, cortantes, acabaron por desmoronar la frágil resistencia de Roa” (Torres, 2013, p. 19). Palabras que entrelazaron los destinos de un héroe y su antagonista. Para que un antagonista se declare enemigo del héroe solo necesita del desprecio, el desprestigio o simplemente ser ignorado. Terry Eagletón argumenta que: “los individuos eminentes suelen tener más oportunidades para hacer el mal que los desconocidos” (2003, p. 129). Dichos individuos normalmente son los que sostienen un vínculo cercano con la persona que ha sido herida emocionalmente y basta el rechazo a través de la mirada, el silencio o la palabra para desmoronar el ánimo del otro. Gaitán no toleraba a aquellos que se escudaban en la pobreza para recibir algún beneficio. Y como todo ser humano respondió en su acalorado impulso, pero su negligente respuesta alimentó la decepción de Roa. Multiplicidad de puntos de vista sobre un fenómeno La mejor forma de romper un silencio es a través de los testimonios de los que vivieron en carne propia la abolición de la esperanza de un hombre que encarnaba la voz y los ideales de un pueblo, voz de aquellas voces que sufrieron en secreto la desaparición de sus familias, los asesinatos a sangre fría, la mutilación de sus cuerpos o de sus espíritus. Es la dura violencia conservadora del gobierno de Ospina Pérez, violencia que

39

fue cuestionada por Gaitán en sus célebres marchas, principalmente la Marcha del Silencio (7 de febrero de 1948) en la que pedía al Estado no más crímenes ejecutados por la policía y políticos conservadores. Los testimonios parten de diferentes posiciones ideológicas, contextos socio-culturales, y cada quien puede contar como vivió ese momento. Sin embargo, cuando otras voces rompen con el silencio llegan a un punto neurálgico en el que se conectan en el momento específico de la historia y es allí cuando la narrativa recobra fuerza y sentido. Esto se conoce como la fragmentariedad del discurso: La novela se presenta al lector no como el conocimiento completo y organizado, resultante de una investigación concluida y exitosa (…). Sino más bien como una indagación en proceso, como un conjunto (casi siempre incompleto o defectuoso) de piezas de un rompecabezas aún a medio armar (Pacheco, 2001, p. 11). Este aspecto viene a convertirse en la metáfora del pintor que ha decido coser variedad de telas para plasmar su lienzo, en el que verá collage de pinturas que han adherido más rápido que otras. Así son los testimonios de los que todavía albergan en sus memorias el 9 de abril. Unos con el tiempo dejaron de creer en políticos, otros esperan a que un nuevo líder surja y otros siguen aferrados a sus creencias tradicionales. En El incendio de Abril se puede apreciar que “los textos incorporados sitúan a los protagonistas en una época y una sociedad, porque el acontecimiento individual no puede existir en forma aislada y necesita de la variedad de contextos que lo definan e identifiquen” (Aínsa, 2003, p. 89). Esta segunda novela de Miguel Torres cede su narración a políticos, la familia de Roa, mujeres desconsoladas en las que hablan de sus disgustos o pasiones por Gaitán. El primer desconcertado fue Juan Roa Sierra. Así mismo se suma el testimonio de un taxista: “bien hecho que hayan matado a ese hereje de Gaitán. Lo malo es que a esa chusma no la para nadie” (Torres, 2012, p.96). Igualmente. Ella historia de una prostituta que relata la visita de Gaitán a un burdel junto a dos amigos, ella aclara en la versión que el líder político no pidió ningún servicio sexual, solo bebió una copa de Ginebra. La historia anterior es otro punto de vista dentro de la multiplicidad de voces en la novela en la que interviene la carnavalización: el licor y el burdel como centros de la escena, en vez del poder y sus tensiones. En situaciones complejas el hombre encuentra en la risa un poco de consuelo. Los personajes se muestran como seres reales, impregnados de deseos, debilidades ligadas al estómago y bajo vientre. La risa era la única que podía fortalecer en el momento de angustia y en ese instante se sentían ajenos a la muerte: La risa posee un profundo valor de concepción del mundo, es una de las formas fundamentales a través de las cuales se expresa el mundo, la historia, el hombre; es un punto de vista particular y universal sobre el mundo, que lo percibe en forma diferente (tal vez más) que el punto de vista serio (Bajtín, 1998, 103) En los testimonios se destacan momentos que transgreden las normas de la tragedia a través de situaciones carnavalescas: los ebrios que tomaban para no olvidar al caudillo; un intento de suicidio de un hombre aquejado por la ruina y el despecho y apenas le dicen que van a quemar la casa de un adinerado se olvida de sus problemas existenciales; el caso de un boticario que desea participar en la toma a “Palacio” pero está enfermo: “¿qué tiene? Churrias. ¿Y usted luego no es médico? Boticario no más, que es distinto (…). Piñeros se rió” (Torres, 2012, p. 104); y una historia de amor de una mujer que mientras buscaba a su marido, conoció al hombre de sus sueños en una biblioteca. Se despide de su idilio y vuelve a internarse en la pesadilla. La risa o la comicidad en circunstancias como las anteriormente mencionadas en medio de la tragedia permitieron dar un respiro a ese personaje que se sentía angustiado ante los sucesos en la que asimilaban el caos de manera diferente. Además muestra a un protagonista con necesidades básicas y con una condición humana llevada al límite.

40

Apuntes finales En la mayoría de ocasiones las versiones oficiales han vendido imágenes de héroes o antihéroes en la que han vedado cierta parte de la historia al pueblo y a sus “victimas”. Guerras, revoluciones e invasiones ocasionadas por individuos o entes políticos que un pueblo no sospecharía que se ensuciarían las manos para llevar a cabo sus intereses. En el caso de Colombia la violencia producto de envidias u odios secretos entre rivales de posición ideológica ha dejado una fisura en la memoria histórica. Miguel Torres a través de las novelas El crimen del siglo e Incendio de abril trasciende los niveles de la reverencia histórica. Una obra pensada en un protagonista cuya voz no sería la del héroe sino la del antihéroe, en la que muestra a un ser carcomido por el fracaso, obligado a matar la esperanza de un pueblo. Las contracaras de Bogotá (una la que se ufanaba de ser la “Atenas de Colombia” y la otra su realidad coja con problemas de desempleo, hambre, carencia de salud y educación). Por último, la desmitificación de un discurso historiográfico a través de la incorporación de testimonios, voces tanto oficiales como carnavalescas en la que se puede apreciar protagonistas humanizados que juzgan, rechazan, ignoran, desprecian y sienten placer en lo profano.

Referencias Aínsa, F. (2003). Reescribir el pasado, historia y ficción en América Latina. Centro de estudios Latinoamericanos “Rómulo Gallegos”. Venezuela Bajtín, M. (1998). La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento, el contexto de François Rabelais. Madrid: Alianza Editorial Eagletón, T. (2011). Dulce violencia, la idea de lo trágico. Madrid: Editorial Trotta. Hoyos, G. R. (1998). Jorge Eliecer Gaitán. Bogotá. Taller gráfico de arte. Ospina, W. (1997). ¿Dónde está la franja amarilla? Bogotá. Editorial: Norma Pacheco, C. (1997). Reinventar el pasado: la ficción como historia alternativa de América Latina. Caracas. Kipus, Revista Andina de letras. Págs. 33-42 Pacheco, C. (2001). La historia en la ficción Hispanoamericana contemporánea: perspectivas y problemas para una agenda crítica. Caracas. Revista de investigaciones Literarias y culturales. N 18. Págs. 205-224. Sánchez, G. Peñaranda, R. (2007). Pasado y presente de la violencia en Colombia. Medellín. La carreta editores. Torres, M. (2012). El crimen del siglo. Bogotá: Editorial Alfaguara. Torres, M. (2013). El incendio de abril. Bogotá: Editorial Alfaguara.

41

LA REPRESENTACIÓN DE LA GUERRA EN LA NOVELA REPUBLICANA: TRISTE FIM DE POLICARPO QUARESMA (1915), DE LIMA BARRETO, Y EN ESTE PAÍS…! (1920), DE URBANEJA ACHELPOHL , DE URBANEJA ACHELPOHL29 Dionisio Márquez Arreaza Universidad de Los Andes-Venezuela Universidade Federal do Rio de Janeiro [email protected] El modo de narrar el idealismo nacionalista en medio de guerras coloca en diálogo los personajes en las novelas Triste fim de Policarpo Quaresma (1915), del brasileño Lima Barreto, y En este país…! (1920), del venezolano Urbaneja Achelpohl, con el fin del Imperio en Brasil y de la era del caudillo regional en Venezuela, respectivamente. El fracaso nacionalista de Policarpo Quaresma y Gonzalo Ruiseñol, respectivamente, construye el habla político de cada novela a través de la integración de forma narrativa y coyuntura bélica ambientada en las correspondientes guerras nacionales históricas de la Revolta da Armada (1893-1894) en Brasil y la Revolución Libertadora (1901-1903) en Venezuela. Las novelas formulan una crítica a la república internalizando, dentro de la acción narrativa, la coyuntura histórico-política del país, en el caso brasileño, a través de la diferenciación entre Policarpo y la retórica jacobina florianista y, en el caso venezolano, de la asociación de Gonzalo con la retórica criolla. El tratamiento narrativo vehicula una crítica a la actuación militar que revela la naturaleza “republicana” de los textos a partir de la oposición entre la retórica de fundación nacional y la práctica de la exclusión social.

En este trabajo analizo la relación con la guerra de los personajes Policarpo Quaresma en Triste fim de Policarpo Quaresma (1915) del escritor brasileño Lima Barreto y Gonzalo Ruiseñol en En este país…! (1920) del venezolano Urbaneja Achelpohl. Después de sus fracasos retórico y agrario, estos personajes fracasan en la guerra en la última parte de las novelas, reiterando la oposición entre retórica nacional de fundación y práctica de exclusión de las élites gobernantes. El conflicto armando y la modernización económica caracterizan el Estado latinoamericano entre el último cuarto del siglo XIX y el primero del XX, constituyen el medio de negociación por excelencia para la resolución de conflictos y es en este período que los personajes experimentan el fracaso de opciones ideales para el progreso nacional. Así, la guerra en las novelas formula una crítica de aquella oposición a través de la internalización, dentro de la acción narrativa, de la coyuntura histórico-política de cada país. En cada caso, la guerra es escenificada en territorio nacional. En el caso de Triste fim de Policarpo Quaresma, el referente es explícito con la “Revolta da Armada”, ocurrida entre 1893 y 1894 durante la presidencia del “mariscal de hierro”, Floriano Peixoto, poco después de la transición de la monarquía a la república, terminando la era del civilismo imperial30 en Brasil. En el caso de En este país...!, el referente es implícito con la Revolución Libertadora, ocurrida entre 1901 y 1903, durante la presidencia del general Cipriano Castro, como es sugerido por Lubio Cardozo (16), terminando la era del caudillo en Venezuela. Los actores históricos en confrontación durante la Revolta da Armada son, en principio, el gobierno militar legal de Floriano Peixoto, apoyado por una heterogeneidad republicana, y la marina armada, liderada por el almirante Custodio de Melo, constitucionalista31, contando con la significativa adhesión del también 29

Este trabajo recibió apoyo financiero del CDCHTA de la Universidad de Los Andes (Venezuela). En la historiografía política brasileña, el término “imperial” se refiere al sistema de la monarquía parlamentaria con que se funda la independencia hasta la proclamación de la república y no tiene el sentido de “imperialismo” practicado, por ejemplo, por las potencias europeas de la época. 31 O sea, no reconocía la sucesión de Peixoto después de la renuncia del mariscal Deodoro Fonseca, que figura como responsable del acto de la Proclamación de la República en Brasil. 30

42

almirante Saldanha da Gama, monárquico-plebiscitario32 (Queiroz 22). Era el final del año 1893, a cuatro años de la claudicación de la monarquía y de la proclamación de la república, cuando se manifiestan las tensiones contra la participación y liderazgo del ejército como el “protector” del nuevo régimen. La confrontación entre los “legalistas” del gobierno y los “rebeldes” de la marina alimenta, en primera instancia, el embate entre republicanos y monárquicos, muchos de los cuales eran liberales. Con todo, en 1894 Peixoto cede el poder ante Prudente de Morais, el primer presidente civil electo de Brasil. Una cualidad de la guerra es que permite la polarización de la opinión pública para provecho de las partes en conflicto. Esto fue aprovechado tanto por los militares en cargos de gobierno como por los políticos republicanos cuya alianza vio la tensión retórica entre, de un lado, la tendencia militarista del presidencialismo dictatorial por parte de los nacionalistas radicales jacobino-florianistas y, del otro, la tendencia civilista parlamentaria de los políticos civiles y la clase agraria (Coelho 68), recordando que se trata de un país de larga tradición civil y parlamentaria durante la monarquía del siglo XIX. Esta tensión retórica atraviesa la novela. En este contexto, la presencia de los jacobinos cumplirá el objetivo de crear una opinión popular sustentada en una retórica coherente favorable al gobierno militar y su carácter castrense. En el origen francés, el término “jacobin” quiere decir miembro de una sociedad revolucionaria, históricamente parte del movimiento de 1789 y, por extensión, significa un entusiasta intransigente de la república (Petit s.n.). La versión carioca no modifica esto dentro de su coyuntura específica. En Os radicais da República. Jacobinismo: ideologia e ação, Suely Robles Reis de Queiroz observa que los primeros síntomas se originan justo después de la proclamación de la república, pero los jacobinos aparecen más claramente durante la Revolta da Armada con una actuación visible entre 1893 y 1897 (265). Siguiendo a Queiroz, son socialmente un grupo heterogéneo compuesto por la emergente clase media urbana profesional, oficiales y jóvenes estudiantes militares. Su retórica es “moralista, reformadora y sectaria, característica de los eventos militares”33 y, por tanto, castrense (13), en sintonía con la autovaloración del militar y convencida de la república como respuesta revolucionaria a la reacción de los males del gobierno monárquico del Imperio de Brasil, en defensa de la soberanía nacional y la integridad territorial (220). Con la actitud de defensa a la república y al gobierno militar durante la Revolta, los jacobinos se oponen radicalmente a los marineros rebeldes y sus simpatizantes, que son vistos como monárquicos y una amenaza a la república. En la medida en que la prensa de países monárquicos e influyentes como Inglaterra y Portugal expresaba reservas por la tendencia militarista del gobierno legal y simpatía por los rebeldes comparando la “monarquía pacífica” a la “república convulsa” (21-2), los jacobinos se expresan con xenofobia y reafirman la defensa a la nación. El gobierno de Floriano Peixoto usará y manipulará la amenaza de la “restauración del monarquía” para fortalecer, así, el nacionalismo. Durante la confrontación armada, el nacionalismo florianista actúa con extrema “sospecha extranjera” (150), lo que alimenta un intenso sentimiento antiportugués que generó manifestaciones de calle y actos de agresión contra inmigrantes portugueses y, por ejemplo, la importante zona lusitana de comercio de Río de Janeiro en el Largo da Carioca, São Francisco y la Rua do Ouvidor (24). Aunque no se limitara al extranjero portugués, la expresión antilusitana del momento por parte de los jacobinos reprodujo la retórica fundacional de la Independencia de 1822. En este aspecto particular, el nacionalismo brasileño a lo largo del siglo XIX se muestra elemento retórico homogéneo y constante en los momentos de crisis política.

32

O sea, proponía la realización de un plebiscito a través del cual los electores habilitados decidiesen la forma de gobierno del país entre monarquía y república; esta última no contaba con apoyo mayoritario en la época de la Proclamación (Costa 290). 33 Moralista, reformadora e sectária, característica dos eventos militares.

43

A pesar de que los jacobinos eran una minoría numérica, el contenido nacionalista, castrense, antimonárquico y antiportugués de su retórica influyó grandemente a favor de la posición legalista y resalta su carácter excluyente en relación con la disidencia y las particularidades dentro de la opinión pública (Queiroz 220). La novela retrata a los jacobinos a la luz de este contenido en el “habitat” del medio urbano: A vida continuava a mesma. Havia grupos parados e moças a passeio; no Café do Rio, uma multidão. Eram os avançados, os “jacobinos”, a guarda abnegada da República, os intransigentes, a cujos olhos, a moderação, a tolerância e o respeito pela liberdade e a vida alheias eram crimes de lesa-pátria, sintomas de monarquismo criminoso e abdicação desonesta diante do estrangeiro. O estrangeiro era sobretudo português, o que não impedia de haver jornais “jacobiníssimos” redigidos por portugueses da mais bela água (Barreto 189)34. Como retórica no deja de tener un valor de tipo ideal. Al identificar al enemigo político y social con el monárquico y el portugués, los jacobinos no distinguen el revés económico de la situación en juego. Son vagos en la racionalización del nacionalismo y a la hora de proponer un proyecto de nación. En esta circunstancia, no rompen con la ideología de la clase dominante (agraria paulista) y, a falta de proyecto, adoptan la democracia liberal a través de la cual esa clase vehiculó su dominio (Queiroz 266). En este contexto histórico-literario, el idealismo de Policarpo compite en desventaja no sólo con las prácticas excluyentes del jacobinismo radical, sino también del civilismo liberal y, aún todavía, la nostalgia sebastianista 35. El fracaso del personaje en la participación bélica se inserta en el debate ideológico, político y, sobretodo, económico durante la transición de la monarquía a la república. La retórica nacionalista, de la cual Policarpo es la versión utópica anómala, es el fondo tras el cual el proyecto modernizador y del progreso muestra su lado destructivo y sangriento representado, como el título de la obra, en su “triste fin”. En la novela venezolana En este país…!, la identificación con la Revolución Libertadora con la revolución ficcionalizada en la novela no es explícita, pero hay razones para hacerla. La principal es la descripción de las alianzas regionales y las estrategias de guerra que coinciden con importantes detalles históricos. Por esto, el fin del ciclo de los caudillos es la forma política que atraviesa a la novela. Desde el inicio de la guerra, la narración marca el conflicto entre las dos grandes figuras de poder, a saber, el General en Jefe y presidente de gobierno y el Jefe Supremo de la revolución ficticia. En el momento en que se entra en batalla, los revolucionarios parecen tomar ventaja, sin embargo, el narrador destaca la visión que el gobierno tiene de sí contrastada con la de los insurgentes: Sus tropas regulares, diseminadas y diezmadas, se batían con valor y denuedo, a pesar del número avasallador de las enemigas y de su falta de opinión. Había sufrido mil reveses, pero conservaba íntegra su unidad y la entereza de su caudillo. A pesar de estar asediado por todas partes contaba con elementos de guerra y medios rápidos para transportarlos. Obraba como amo en su casa y la revolución como un intruso. La lentitud de los movimientos revolucionarios en la movilización de un gran ejército heterogéneo, le daba tiempo a prepararse para la batalla que decidiría la suerte de los contendores. Como se veía obligada a mantener soldados en muchas partes, sólo podía enfrentarse al enemigo con reducido número de tropas, pero escogió los cuerpos más aguerridos y la oficialidad más experimentada (énfasis añadido) (Urbaneja 264).

34

La vida continuaba igual. Había grupos parados y mozas de paseo; en el Café de Río, una multitud. Eran los avanzados, los “jacobinos”, la guardia abnegada de la República, los intransigentes, a cuyos ojos, la moderación, la tolerancia y el respeto por la libertad y la vida ajenas eran crímenes de lesa patria, síntomas de monarquismo criminal y abdicación deshonesta ante el extranjero. El extranjero era sobretodo portugués, lo que no impedía que hubiesen periódicos “jacobinísimos” redactados por los portugueses más genuinos. 35 Aquel que anhela el regreso de la monarquía. Originalmente se refiere a quienes creían en el regreso del Rey Sebastião de Portugal (1554-1578) que desapareció en el África (Ferrerira 1901).

44

El mando del gobierno está centrado en el “caudillo”, sus “tropas regulares” están bien armadas y son ágilmente movilizadas tácticamente en territorio nacional entero y no en una sola región. El moderno ejército nacional, donde quiera que va, a pesar de sus limitaciones, bajas y retrocesos, se siente “amo en su casa”. Al contrario, las tropas “revolucionarias” son mayor en número porque constituyen un “gran ejército heterogéneo” producto de la suma de varios grupos con jefes propios que, entonces, nivelan sus diferencias en causa común y obediencia a un líder principal. La naturaleza estructural diversa del mando “central” revolucionario atrasa sus movimientos tácticos vulnerándolos. La distinción entre la tropa regular y la irregular no será sólo sustantiva a la hora de considerar el fracaso o la desilusión de personajes como Gonzalo, sino que será tanto una pista textual de identificación con una guerra típica como también indicativo de la forma histórica con la cual el texto “conversa”36. La observación de la coyuntura política del momento ofrece un ponto de partida para fijar la tensión política con que se relacionan los pasajes textuales de guerra en En este país…!. Los actores en conflicto en la Revolución Libertadora se diferencian en términos políticos, más que económicos. Liderada por Manuel Antonio Matos, banquero con título de general, contra el gobierno del presidente Cipriano Castro, la insurrección constituye el más significativo grupo de caudillos de todo el territorio nacional durante el siglo XIX (Caballero 282). Matos representa, en primer lugar, el sector económico del país, habiendo sido la figura central en la fundación del sistema bancario venezolano durante y más allá de las presidencias de Antonio Guzmán Blanco (1870-1877, 1879-1884, 1886-1888), conocido como el Ilustre Americano por ser considerado el modernizador de Venezuela y el creador del llamado “liberalismo amarillo” que prácticamente extinguió el conservadurismo y que predominó hasta 1899, cuando Castro llega al poder. Entre diciembre de 1901 y julio de 1903, Matos y los caudillos intentaron derrocar, sin éxito, al presdiente Castro. Matos y Castro son practicantes distintos del legado de Guzmán Blanco, pero lo que enemista a ambos liberales es un desacuerdo presupuestario contingente cuando Matos, en representación de los banqueros, se niega a prestar más dinero al gobierno endeudado después de la guerra. Castro, en un desmán autoritario y despótico, los aprisiona (Quintero 21; Carrero 280). En un plano más general, el proyecto de centralización política y control militar de Castro amenaza el orden liberal amarillo del sistema trípode de conveniencia entre el gobierno central, el sector financiero-comercial y los caudillos regionales (Quintero 3, 21). En el federalismo liberal amarillo, el jefe central controla el factor bélico reconociendo la autonomía regional de cada caudillo, haciéndoles favores y dándoles gratificaciones para recibir, a cambio, el reconocimiento como jefe central. La fórmula no deja de tener un revés centralizador, pero es políticamente flexible dado que consigue pactar con el reducto conservador en dos estados andinos. No obstante, a partir de 1888, cuando el “supracaudillo” Guzmán Blanco termina su último período presidencial, las distintas facciones del liberalismo amarillo entran en conflicto por la obtención y manutención del poder y, específicamente, por la reforma constitucional de la reelección. A partir de la revolución de Castro con su “liberalismo restaurador” acabará con aquel viejo esquema político, aunque dejando intacta la estructura económica y a pesar de los impasses contingentes, imprimiendo en la retórica un renovado cuño nacionalista. En el paso del guzmancismo al castrismo se oponen lo que llamo el supracaudillo y el supercaudillo, respectivamente, entendiendo por el primero al jefe que comanda a los caudillos regionales (sistema amarillo) y por el segundo al jefe que elimina a los caudillos regionales para ser la única gran figura de poder (sistema centralizador). Esta desestructuración del sistema amarillo es forma de cultura política que dialoga con la tensión simbólica en En este país…! durante momentos clave de la guerra ficcionalizada. El drama de Gonzalo Ruiseñol formaliza tal diálogo como profesional liberal, en este caso, un agrónomo que fracasa económicamente en 36

En rigor, las descripciones de la cita arriba coinciden exactamente con la circunstancia de la Revolución liberatadora, aunque no haya mención explícita en el texto.

45

la agricultura. Después, durante la guerra, se le asocia a las fuerzas revolucionarias y, así, significa una forma narrativa del fracaso republicano en tanto representa al sujeto criollo asociado al viejo sistema amarillo de los caudillos; su fracaso y desilusión individual no hacen sino reiterar la crisis del modelo de poder político real (sea liberal, federal o central) o cultural (sea criollo o caudillista). Conclusiones Cuando se relaciona a los personajes Policarpo y Gonzalo como itinerarios fracasados del idealismo nacionalista con la respectiva referencialidad bélica nacional, se ve que es en la secuencia de la guerra donde se cancela ese idealismo, definiendo así la política de violencia y exclusión de la república latinoamericana. En el caso de Triste fim de Policarpo Quaresma, a través de la coyuntura del conflicto se oponen dos binomios interrelacionados a la manera brasileña: la república y la monarquía y también el presidencialismo dictatorial de corte militarista y el parlamentarismo federalista de corte civil. El narrador retrata como la exclusión de Policarpo sirve de fuerza crítica contra el ascenso militarista postmonárquico y, por oposición, a favor de un modelo civilista que garantice la libertad civil y el disenso. Sin embargo, el narrador deja de lado la “hegemonía de la libertad” consensuada por los gobiernos civiles controlados por la gran clase agraria paulista a partir del civil Prudente de Morais. Cabe añadir que, aunque algunos gobiernos de la Primera República fueran presididos por militares, Brasil se diferenció del militarismo que caracterizó las repúblicas hispanoamericanas. Por su lado, en En este país…!, a través del criollo Gonzalo se enmarca el binomio conflictivo, a la manera venezolana, entre oficialidad legal y revolución ilegal y, todavía, federalismo liberal amarillo y centralismo militar restaurador. En ese contexto, la novela propone literalmente representar la última guerra de los caudillos decimonónicos, dando término al ciclo de la guerra interna como medio de negociación en la vida republicana (Caballero 16). El narrador retrata la exclusión de Gonzalo como síntoma del cambio político y de la superación de la hegemonía criolla con la “esperanza” de que se inicie un período de paz verdadera garantizada por la república sobretodo socialmente justa –cuestión representada por los personajes marginados en la novela, como Paulo Guarimba, que no desarrollo aquí. La especificidad bélica en cada contexto republicano (civilismo postmonárquico; militarismo centralizador) determina el sentido crítico del fracaso y exclusión del idealismo nacionalista de cada personaje y, al mismo tiempo, destaca la diversidad y heterogeneidad de la experiencia republicana en cada construcción retórica de la nación. En este mismo sentido, se demuestra lo apartada que está de la realidad excluyente la celebrada retórica nacional desde los tiempos de la Independencia que, por entonces, cumplía su primer centenario sin satisfacer la promesa postergada de la emancipación social arrastrada desde el proyecto constitucional de la Independencia política.

46

Bibliografía Barreto, Afonso Henriques de Lima. Triste fim de Policarpo Quaresma. São Paulo: Abril Cultural, 1984. Caballero, Manuel. “Prólogo. El concepto de crisis y la crisis del caudillismo”. El ocaso de una estirpe. (La centralización restauradora y el fin de los caudillos históricos). Inés Quintero Caracas: Alfadil, 1989. 7-17. Cardozo, Lubio. “Prólogo”. En este país…! Luis Manuel Urbaneja Achelpohl. Caracas: Monte Ávila, 1997. 733. Carrero, Manuel. Cipriano Castro. Soberanía nacional e imperialismo. Caracas: Ayacucho, 2010. Coelho, Edmundo Campos. Em busca de identidade: o exército e a política na sociedade brasileira. Rio de Janeiro: Forense-Universitária, 1976. Costa, Emília Viotti da. Da Monarquia à República: momentos decisivos. São Paulo: Brasiliense, 1985. Ferreira, Aurélio Buarque de Holanda. Dicionário Aurélio da língua portuguesa. Curitiva: Positivo, 2010. Petit Robert version électronique du Nouveau Petit Robert, Le. Paris: Dictionnaires Le Robert, 2002. CD-Rom. Queiroz, Suely Robles Reis de. Os radicais da República. Jacobinismo: ideologia e ação. São Paulo: Brasiliense, 1986. Quintero, Inés. Las tentaciones del poder. Manuel Antonio Matos: de banquero a revolucionario. Caracas: CONAC, 1995. Urbaneja Achelpohl, Luis Manuel. En este país…! Caracas: Monte Ávila, 1997.

47

EL MAL Y LA NARRATIVA: PROPUESTA PARA REFORMULANDO NUESTRA LECTURA DE LOS TEXTOS COLONIALES DE LA CONQUISTA. Iván R. Reyna [email protected] University of Missouri “Aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo”, frase que George Santayana popularizó a principios del siglo XX, de alguna manera resume uno de los roles que se le ha querido dar a la memoria histórica durante dicho siglo, es decir, considerar que la memoria histórica tiene un rol muy importante como una especie de “antídoto” en contra de repetir los llamados “errores del pasado.” Básicamente la idea es que el aprender de nuestros errores impedirá que los volvamos a cometer. 37 Si trasladamos esto al campo especifico de las atrocidades que los seres humanos han cometido en contra de sí mismos durante el siglo XX, se podría argumentar que el recordar dichas atrocidades tendría, según esta perspectiva, el potencial de ser una herramienta que nos permitirá evitar que hechos similares vuelvan a ocurrir en el presente y también prevenirlos en el futuro. Pero, como debe resultar obvio para usted querido lector, esto no ha sido completamente cierto. A pesar de los constantes esfuerzos por recordar el mal ocurrido en el pasado, este se sigue reproduciendo en el presente y parece querer perpetuarse en el futuro.38 A fin de poder identificar alguna razón para esta especie de “fracaso de la memoria” Tzvetan Todorov, en un pequeño libro, cuyo título en inglés es Memory as a Remedy for Evil, sugiere que la memoria no puede servir ningún propósito cuando simplemente se dedica a crear una “muralla impasable entre el mal y nosotros” (79).39 ¿Qué es lo que quiere decir Todorov con esto? ¿Cuál es esa muralla impasable? Él nos explica que los relatos históricos que buscan representar el mal ocurrido en el pasado, es decir el conflicto entre el bien y el mal, obedecen casi siempre a una estructura narrativa que reproduce tanto el bien como el mal a través de dos tipos de protagonistas: uno de ellos es el protagonista activo, aquel que actúa haciendo el bien o el mal y el otro es el que podríamos llamar pasivo, el que recibe dichos actos buenos o malos. (8) Todorov sugiere que esta división nos permite clasificar a dichos protagonistas dentro de cuatro categorías, categorías definidas a través del rol que dichos personajes cumplen dentro de dicho esquema: por un lado tenemos a quien podríamos considerar como el villano, agente activo de actos malvados y por el otro a su víctima, receptor de dicho mal; asimismo tenemos a el héroe, agente activo de actos positivos o buenos y también a quien sería el beneficiario de dichos actos buenos. Según Todorov, dos de estos roles; tanto el del héroe como el de la víctima, son usualmente vistos con respeto y consideración, mientras que los otros dos son vistos con menos consideración, sobre todo en el caso de los villanos. Si aunamos a esta ecuación la distinción que generalmente existe entre el concepto de “nosotros” frente al concepto de “ellos” o el “otro”, nos encontramos, según Todorov, frente al uso más común de la memoria, crear relatos en los cuales nosotros somos las víctimas o los héroes y los “otros” quedan siempre reducidos al menos prestigioso rol de ser villanos o simples beneficiarios de nuestro heroísmo.40 Aunque podamos encontrar algunos vacíos en esta esquematización planteada por Todorov, si creo que no deja de ser llamativa la sugerencia de que existe algo problemático en la manera en la cual tenemos la tendencia de recordar el pasado, atribuyéndonos el rol positivo de ser “héroes irreprochables” o “víctimas inocentes” en mucho de estos casos y relegando los aspectos negativos a aquellos que no son como nosotros, o con quienes no nos identificamos. Esto quiere decir, siguiendo el razonamiento de Todorov, que 37

Aquí no estamos tratando de dilucidar el valor de la historia como ciencia ni entrar dentro del debate sobre la posibilidad de representar fehacientemente el pasado o no. Simplemente nos referimos a la idea, casi generalizada de aprender de nuestros errores, trasladada al campo de la memoria histórica. 38 El ejemplo emblemático es los estudios sobre el llamado Holocausto. La conciencia de lo ocurrido durante la segunda guerra mundial en contra de la población judía y otras minorías en Europa no ha impedido que eventos similares hayan tomado lugar en África y aun la misma Europa. 39 “…memory of the past will serve no purpose if it is used to build an impassable wall between evil and us,…’ 40 Para ejemplarizar su argumento, Todorov se refiere a la manera en la cual se ha recordado los crímenes de lesa humanidad en Francia, pero sería fácil trasladar dichos usos de la memoria a realidades fuera del contexto francés.

48

no ganamos nada con simplemente recordar el pasado a través de relatos en los cuales se resalta lo buenos que somos o la maldad de la cual hemos sido objeto, sino que sería mucho más productivo el preguntarnos las razones por las cuales dichos actos tuvieron lugar. La propuesta de Todorov no solo pone en cuestión nuestro interés por ser los héroes o las víctimas en el pasado, sino también, y esto es lo que realmente nos importa explorar en esta investigación, nos permite ver la manera en la cual nos esforzamos por colocar el mal fuera de nuestra realidad, fuera del contexto de lo que consideramos el “nosotros”, fuera del enclave que entendemos como lo que nosotros somos capaces de hacer. Pero creemos que, y esta será una de la premisas sobre las cuales gire nuestro argumento, que el mal (así como el bien, pero nuestro análisis está más enfocado en el mal por razones que serán obvias) es algo inherente en nosotros y que la única forma de poder entender el mal, o narrarlo de una manera mucho más constructiva, es tratando de entender las razones por las cuales ciertos individuos deciden cometer actos malvados y de esa manera tener una perspectiva mucho más clara de la manera en la cual el mal ocurrió en el pasado, y tal vez al mismo tiempo entender el mal en nuestros días.41 Creemos, al igual que Paul Ricoeur, que la narrativa es la que hace a la “vida biológica” una “vida humana” (20), y es esa misma narrativa la que le da sentido, desde un punto de vista humano, al pasado. Es por eso que el valor que tiene la narrativa como lugar para analizar el comportamiento humano, en este caso particular en los actos malvados, no solo radica en el hecho de brindarnos acceso a acontecimientos sobre los cuales probablemente no tendríamos otra forma de acceso en nuestro día a día sino que también nos permite “aprender” de los errores, aciertos o vicisitudes de aquellos personajes, tanto históricos como ficticios que viven dentro de cualquier relato. Por supuesto que al hablar de ‘aprender” no nos referimos al rol didáctico que la memoria histórica pudiera tener proveyendo un conjunto de reglas o valores a seguir sino a una “ética basada en la experiencia” (Kearney, 112) 42 en la cual el receptor del relato es capaz de producir una especie de entendimiento narrativo que le permite, no solo entender el pasado a través de su representación narrativa sino entenderse a sí mismo.43 Pero tal vez aún más importante, este enfoque en el mal probablemente nos permita pagar esa deuda que tenemos con aquellos que “han vivido, sufrido y muerto.”(100), como lo sugiere Richard Kearney, deuda que difícilmente podríamos honrar si persistimos en recordar el pasado de acuerdo a la estructura narrativa descrita por Todorov. Antes de continuar tal vez resulte necesario el tratar de definir qué es lo que debe entenderse en este artículo como el mal. Aunque definir el mal no es una tarea realmente fácil, creemos que en un principio podemos estar de acuerdo cuando decimos que es posible identificar el mal cuando lo vemos o experimentamos. 44 Exterminios, asesinatos en masa, torturas, asesinato de niños, son ejemplos de aquellos actos que probablemente cualquier persona inmediatamente identificaría como un acto malvado. Tal vez tenga razón Joseph Kelly cuando dice que: “…el mal es un fenómeno demasiado universal para ser definido solamente 41

Sería muy difícil el tratar de explicar en una nota a pie de página un problema que ha sido debatido desde tiempos bíblicos, y si tratáramos de hacerlo en el cuerpo del ensayo terminaríamos desvirtuando el propósito del mismo, pero en resumidas cuentas lo que se trata de argumentar al hablar del mal como algo inherente al ser humano es que los seres humanos no son buenos o malos por naturaleza sino que todos tenemos la capacidad de cometer actos buenos o malos dadas las circunstancias por lo que no son los humanos sino sus actos son los que pueden ser considerados como tales. Para un acercamiento algo más profundo sobre el tema se podría consultar la bibliografía citada en este ensayo, pero la mayoría de los textos consultados están escritos o traducidos al inglés y no tengo conocimiento de que existan traducciones al español de dichos textos. 42 “…an ethics of experience…” 43 Nuevamente resulta necesario enfatizar que en ningún momento estamos sugiriendo que la representación textual del pasado es el pasado mismo sino simplemente un esfuerzo por recuperarlo. 44 Debemos ser cautelosos cuando buscamos dar una definición del mal, ya que el concepto del mal ha sido entendido de maneras muy diferentes a través de los años y muchas veces su interpretación va a depender en gran manera de los fenómenos que se quieran incluir dentro del mismo y si la definición esta influenciada por principios teológicos, biológicos, sociológicos etc. Simplemente a manera de referencia es necesario recalcar que, de manera general, se entiende que existen dos tipos de mal, uno es el llamado mal natural o mal causado por la naturaleza (piénsese en huracanes, tornados, terremotos, etc.) y el otro es el mal moral, que es producto de los actos cometidos por los seres humanos.

49

por los académicos.” (3)45 De todos modos resulta necesario operar bajo las pautas de una definición precisa y para ello podríamos recurrir a la definición sugerida por el filósofo noruego Lars Svendsen en su libro A Philosophy of Evil. En este libro Svendsen define al mal como “toda acción que, de manera voluntaria, tiene como propósito el causar daño a otra persona.”(25) 46 pero esta definición tal vez carece de la especificidad que nos brinda Adam Morton cuando nos dice que un acto malvado es un acto que es resultado de un “…acto cuyos resultados predecibles incluyen el sufrimiento o humillación de otros, actos que no debieron ser considerados como posibilidad...” (56)47. Tanto Svendesen como Morton parten de la premisa, muy similar a la propuesta por Todorov, que todos los seres humanos somos capaces de hacer cosas terribles a nuestros semejantes. Y estas cosas terribles que podemos hacer a nuestros semejantes son el producto de ciertas motivaciones, circunstancias, etc. con las cuales los seres humanos nos podemos ver confrontados. Pero lo que es necesario resaltar de la propuesta de Svendsen es que para él no son dichos factores, lo que él llama factores externos al individuo como ente moral, los que van a ser la causa directa del mal. Svendesen considera que el responsabilizar a los factores externos de dicha maldad simplemente resulta en creer que el llamado “mal natural” es el responsable de todo el mal en el mundo y exculpa de cierta manera al ser humano como ente moral. Al mismo tiempo, resulta importante destacar de lo que sugiere Morton, que para cometer actos malvados, según él, los seres humanos deben cruzar ciertas “barreras”, barreras que generalmente nos impiden actuar de manera maligna pero que, una vez superadas, permiten a los seres humanos actuar de manera malvada. Creemos, al igual que Svendsen, que existe un nivel de responsabilidad al momento de actuar de una manera malvada y que es mucho más importante tratar de entender dichos actos de una manera específica que buscar un origen metafísico, religioso o ideológico para el mal. Dentro de esta línea de pensamiento, Lars Svendsen sugiere que es posible clasificar el mal, o mejor dicho los actos malvados, en 4 diferentes categorías. Estas diferentes categorías del mal están claramente influenciadas por la manera en la cual se ha estudiado el mal desde la antigüedad pero se enfocan en la motivación del individuo al momento de cometer dichos actos Dichas categorías son las siguientes: 1) El mal demoniaco48 (85): este tipo de mal seria aquel que se hace simplemente por el placer de hacer el mal. Aunque Svendsen considera que este es simplemente una variación del mal instrumental es probablemente la versión más popular de lo que entendemos como el comportamiento de un ser maligno y es la primera idea que la mayoría de las personas tendría al momento de tratar de explicar las motivaciones de un acto malvado. 2) El mal instrumental 49(85): es aquel tipo de acto malvado que tiene como propósito lograr una meta totalmente diferente del acto malvado, por lo que el acto malvado es solo un medio, un instrumento para lograr esta meta. La meta puede ser algo positivo, negativo o neutral pero los medios a través de los cuales se busca lograr esta meta son caramente malévolos. 3) El mal idealista 50(85-6): es aquel acto malvado que se comete bajo la creencia de que se está haciendo algo bueno. A diferencia del mal instrumental, el mal idealista busca justificar el mal por una “buena causa” Ejemplos de este tipo de mal, según Svendsen, son las cruzadas, lo actos terroristas o los actos de fe realizados por la inquisición. 4) El mal estúpido51 (86-7): según Svendsen el mal estúpido está constituido por aquellos actos en los cuales el agente actúa sin considerar las consecuencias de sus actos. Sin reflexionar sobre las consecuencias de sus 45

“…evil is too universal a phenomenon to be defined only by scholars.” “…evil signifies those premeditated human actions that are intended to cause harm to others.” 47 “…an act whose foreseeable results involve the suffering or humiliation of others and whose performance should not have been considered.” 48 “demonic evil” Creo que es necesario recalcar que estoy utilizando la traducción en ingles de un libro que fue originalmente publicado en noruego, por lo que me estoy ateniendo a la terminología usada en dicha traducción. Lamentablemente, mi incapacidad de leer noruego me impide captar las sutilezas que la traducción pueda haber dejado de lado en esta tipología del mal. 49 “instrumental evil” 50 “idealistic evil” 51 “stupid evil” 46

50

actos. Este tipo de mal puede ser equiparado al comportamiento de algunos alemanes durante la segunda guerra mundial y es el que Hannah Arendt describe cuando habla sobre la banalidad del mal. A fin de analizar la viabilidad de este tipo de análisis para entender el problema del mal en el contexto de la conquista de América, específicamente la región andina, usaremos la Verdadera relación de la conquista del Perú, texto publicado por Francisco de Jerez, notario y secretario de Pizarro, en la ciudad de Sevilla, en 1534 y nos enfocaremos específicamente en la masacre que se produjo durante el llamado Encuentro de Cajamarca. La elección no es arbitraria. El encuentro de Cajamarca es probablemente uno de los eventos más importantes de la historia de la conquista en la región andina. Ya en otro estudio hemos examinado en detalle la significancia de dicho evento para efectos, no solo de la historiografía de la región andina, sino también por su significado como momento emblemático de la conquista.52 Pero la mayor parte de los textos que reproducen o estudian dicho momento se centran principalmente en el diálogo que tuvo lugar entre el Inca Atahualpa y Fray Vicente de Valverde, tratando de identificar hasta qué punto el rol que cumplió Fray Vicente de Valverde desencadenó los eventos que tuvieron lugar ese día o si en su defecto esto solo fue parte de la celada preparada en contra del Inca Atahualpa por parte de Pizarro, o en su defecto buscan examinar el conflicto entre oralidad y escritura presente en dicho evento o el llamado choque de culturas que el dialogo entre ambos personajes representa dentro del contexto de la conquista. En todo caso la mayoría de dichos acercamiento dejan de lado (o mencionan muy someramente) la violencia que tuvo lugar después de dicho diálogo. Nuestro propósito será el centrar nuestra atención en dicha violencia, sus posibles motivaciones, y lo que podría significar entender dicho acto de violencia para tratar de entender otros actos que de alguna manera puedan ser similares al encuentro de Cajamarca. Debe quedar claro que este esfuerzo por analizar el comportamiento de los conquistadores dicha tarde fatídica en Cajamarca no es un esfuerzo por entender sus motivaciones (esfuerzo de alguna manera fútil porque solo ellos saben lo que los motivaba y a estas alturas es imposible preguntárselos) sino la manera en que dichos eventos son descritos dentro del relato de Jerez y que conclusiones podemos obtener a través de la lectura de dicho relato. Recordemos un poco los detalles de dicho encuentro. El 16 de Noviembre de 1532, luego del famoso diálogo entre el Inca Atahualpa y Fray Vicente de Valverde, las tropas de Francisco Pizarro, que estaban escondidas dentro de los edificios alrededor de la plaza principal de Cajamarca, salieron al unísono a fin de capturar al Inca Atahualpa y de esa manera tratar de dar un fuerte golpe a la estabilidad del gobierno de los Incas. Dice la Verdadera relación de la conquista del Perú, que luego de la conversación que tuvo lugar entre Valverde y el Inca Atahualpa, Francisco Pizarro decidió salir de su escondite y acercarse a las andas de Atahualpa, rodeado de solo cuatro hombres, y luego de tomar al Inca del brazo grito “¡Santiago!” grito que desencadenó el ataque de las tropas de Pizarro a los hombres que rodeaban o custodiaban a Atahualpa. Nos dice Jerez que: …soltaron los tiros y tocaron las trompetas, y salió la gente de pie y de caballo. Como los indios vieron el tropel de los caballos, huyeron muchos de aquellos que en la plaza estaban; y fue tanta la furia con que huyeron que rompieron un lienzo de la cerca de la plaza, y muchos cayeron unos sobre otros. Los de caballo salieron por encima dellos hiriendo y matando, y siguieron el alcance. La gente de pie se dio tan buena priesa en los que en la plaza quedaron, que en breve tiempo fueron los más dellos metido a espada. (Jerez 199-200) Resulta evidente, según lo que nos cuenta Jerez, que la sorpresa fue total, al punto que muchos de los miembros del séquito de Atahualpa simplemente deciden huir al parecer espantados por los caballos o en general por la sorpresa del ataque. La huida es tan estrepitosa y desesperada que la masa de hombres huyendo logra derribar uno de los muros que circundan la plaza. La fuga de los que lograron escapar no es completa ya que los mismos caballos que iniciaron el ataque ahora prosiguen con una persecución implacable “hiriendo y matando” a los que están huyendo. Pero no solo esto está ocurriendo dentro de esta escena bélica que nos describe Jerez, al mismo tiempo las tropas de a pie están masacrando a los que quedaron 52

ver mi El Encuentro de Cajamarca, Lima, Fondo editorial UNMSM , 2010

51

dentro de la plaza, siendo “los más dellos” muertos a punta de espada. Continúa el relato de Jerez diciendo que: El Gobernador tenía todavía del brazo a Atabaliba, que no le podía sacar de las andas como estaba en alto. Los españoles hicieron tal matanza en los que tenían las andas, que cayeron en el suelo; y si el Gobernador no defendiera a Atabaliba, allí pagara el soberbio todas las crueldades que había hecho. El Gobernador, por defender a Atabaliba, fue herido de una pequeña herida en la mano. En todo esto no alzó indio armas contra español; porque fue tanto el espanto que tuvieron de ver entrar al Gobernador entre ellos, y soltar de improviso el artillería y entrar los caballos de tropel, como era cosa que nunca habían visto; con gran turbación procuraban más huir por salvar las vidas que de hacer guerra. (Jerez 200) Jerez, al igual que muchos de los otros cronistas que narran dicho evento, nos habla de la total sorpresa que significo el ataque y la nula defensa que los hombres de Atahualpa pusieron al ataque reflejada en las palabras: “no alzó indio armas contra español”. Emblemático de esto es la escena dantesca que nos pinta Jerez, en la cual vemos las andas del Inca sostenidas por cargadores que pierden la vida solo por estar cargando las andas, totalmente incapaces de defenderse en dichas circunstancias así como la oración final de la cita anterior donde Jerez nos dice los indios solo buscaban salvar sus vidas y no hacer guerra. Dice nuestro cronista que solo la caída del sol y la consiguiente oscuridad pudo detener la desmedida brutalidad de dicha persecución: La batalla duró poco más de media hora, porque ya era puesto el sol cuando comenzó. Y si la noche no la atajara de más de treinta mil hombres que vinieron quedaran pocos. Es opinión de algunos que han visto gente en campo que había más de cuarenta mil en la plaza y en el campo, quedaron muertos dos mil sin los heridos… (Jerez 203) Muchas veces la capacidad deslumbradora de la imagen de Fray Vicente de Valverde y el Inca Atahualpa frente a frente en la plaza de Cajamarca oscurece la imagen de los cientos, tal vez miles, cuerpos sangrantes y mutilados de los hombres que acompañaban a Atahualpa. El trasladar nuestro enfoque a tamaña catástrofe nos debería confrontar con la pregunta de cuan necesario era para los hombres de Pizarro el seguir atacando y matando a un enemigo que no se defendía y que por el contrario huía de su agresor. ¿Estaríamos en este caso frente a un acto puramente de guerra o este es un ejemplo de un acto malvado? Para efectos de poder juzgar el comportamiento de los europeos es necesario contextualizar la actitud de estos dentro del marco de los planes del propio Pizarro. Según nos cuenta Jerez, Pizarro había ordenado a sus tropas esconderse en los edificios que rodeaban la plaza en Cajamarca. Básicamente, lo que había preparado Pizarro era una emboscada ya que había organizado a sus hombres a fin de atacar al Inca una vez que este se encontrara dentro de la plaza y se había acordado que el asalto se daría una vez que se diera la señal, aparentemente la voz de “Santiago”, seguida de unos disparos de arcabuz y el sonar de las trompetas. En un determinado momento Pizarro decide enviar a Fray Vicente de Valverde a “dialogar” con Atahualpa, posiblemente para cumplir con la formalidad del requerimiento.53 La negativa de Atahualpa, traducida en este texto como un rechazo al libro, biblia o breviario que Valverde ofreció a Atahualpa se convierte en la justificación para la captura del Inca y el ataque sorpresa a sus acompañantes. Atacar por sorpresa a los indígenas y capturar al Inca es la consigna. Pero ¿Cómo explicar los claros excesos que se cometieron luego de que resultara obvio que el ataque había sido un éxito y el Inca había sido capturado? Probablemente podríamos asumir que la actitud de los conquistadores era simplemente el producto del miedo que habrían tenido de la tropas de Atahualpa y que por ende existiría necesariamente una relación proporcional entre el número de indígenas muertos y una victoria mucho más clara y segura, o tal vez podríamos argumentar que 53

El requerimiento fue un documento redactado por la corona española fin de ser leído a la población indígena antes de cualquier ofensiva militar en su contra. Básicamente este documento era una especie de ultimátum que, luego de justificar históricamente los derechos de la corona española sobre los territorios donde vivían los indígenas, los “requerían” a someterse a la corona española y abrazar la religión católica. La negativa a este sometimiento otorgaba a los conquistadores el derecho a atacar a los indígenas, esclavizarlos y otros males, responsabilizando de cualquier daño que esta violencia produjera a los propios indígenas por no haber aceptado dicho ofrecimiento.

52

dicha masacre era parte de la estrategia de conquista, desarrollada durante muchos años por los conquistadores en sus incursiones tanto en Centro América como en el Caribe. Pero por otro lado, según lo menciona Jerez, el propósito de Pizarro era simplemente capturar a Atahualpa por lo que el matar a la mayoría de los que quedaron en la plaza de Cajamarca, asesinar de manera inmisericorde a los encargados de cargar al Inca y aún más, perseguir a los que huían de la manera en que los cronistas dicen que se hizo, son claramente excesos que probablemente podríamos calificar como malvados. Tal vez también sería posible argumentar que el juzgar el comportamiento de los conquistadores bajo parámetros vigentes en nuestro tiempo es algo anacrónico, y creemos que de alguna manera este es un argumento válido. Pero por otro lado, creemos también que el asumir que los conquistadores, por pertenecer al siglo XVI eran seres desalmados que no daban valor a la vida humana sería una forma de justificar su comportamiento de una manera algo simplista. El siglo XVI también es el siglo de Fray Antonio de Montesinos o Bartolomé de Las Casas, es decir que existía una conciencia de lo que significaba el maltrato y los abusos en contra de la población indígena en el proceso de la conquista. Por lo que nuestro esfuerzo por entender el comportamiento de los conquistadores en estas circunstancias, aunque puede parecer anacrónico, tiene validez como herramienta para tratar de comprender el comportamiento humano en general. Pero dejemos este argumento por el momento y pasemos al análisis propiamente dicho del texto de Jerez a través del lente de Svendsen. Tomando como punto de partida la tipología sugerida por Svendsen podríamos tratar de comprender la actitud de las tropas de Pizarro a través de las diferentes opciones propuestas anteriormente. Podríamos empezar por preguntarnos: ¿Fue el comportamiento de los soldados de Pizarro simplemente un acto malvado (demoniaco)? Es decir, los hombres de Pizarro cometieron dichos actos malvados simplemente porque su esencia era malvada. Entendemos, al igual que Svendsen, que dicha esencia malvada en realidad no existe. Argumentar lo contrario significaría el aceptar que los conquistadores simplemente mataron a los indígenas porque eso significaba cometer un acto malvado y porque lo disfrutaban o por razones patológicas. Lo patológico puede claramente descartarse, sería imposible asumir que todos los conquistadores sufrieran de alguna condición patológica, por lo que solo nos queda el aspecto estético, es decir el disfrute de matar o cometer el mal. Probablemente también en este caso sería imposible asumir que todos los conquistadores presentes en los eventos de Cajamarca sufrieran de una necesidad de dicho disfrute, o en su defecto, que todos pudieran ser encasillados dentro del disfrute estético de hacer el mal y una patología que los obligara a actuar de esa manera. Pero, a fin de que podamos apreciar el argumento de Svendsen en su totalidad, asumamos que los conquistadores gozaban de hacer el mal, es decir que por alguna razón todos ellos coincidían en necesitar y apreciar dichos actos. Aun si esto fuera cierto, el obtener dicho placer, dicha satisfacción, hace que este comportamiento tenga las características de un mal instrumental, es decir, el mal cometido es simplemente un instrumento para obtener algo beneficioso para el individuo. Este algo, en el caso anterior, sería el placer que se podría obtener al matar, lo instrumental radica en el propósito de dicho acto y no en el acto en sí. Una vez descartada la posibilidad del mal demoniaco podemos enfocarnos en los otros posibles males. Empecemos tratando de identificar algunos propósitos instrumentales propios de la guerra, como por ejemplo sería el buscar reducir el número de indígenas que tendrían que combatir en otra ocasión o crear un miedo enorme en el enemigo a fin de facilitar su posterior sumisión, en ambos casos lo que estarían haciendo los europeos tendría sentido como parte de una estrategia bélica, brutal y salvaje pero estrategia bélica al fin y al cabo. O tal vez podríamos argumentar que muchos de los conquistadores que decidieron perseguir a los indígenas que huyeron de la plaza lo hicieron para hacer méritos frente a su capitán y así garantizar una mejor posición frente a él y por ende una mejor participación dentro del botín. 54 En todas estas opciones, el matar y herir a los indígenas se hace con un propósito específico que no es el simplemente hacer el mal

54

Solo a manera de referencia debe recordarse que la captura del Inca tuvo como premio un rescate de oro y plata que, luego de ser ejecutado el Inca aun a pesar de habérsele ofrecido su vida a cambio del botín, fue repartido entre los miembros de las huestes de Pizarro

53

por el mal, las razones serian estratégicas, de lucro o personales y los actos malvados simplemente se convierten en herramientas o instrumentos que les permitieron lograr sus propósitos. Dentro de la misma lógica se podría argumentar que los conquistadores eran movidos por motivos altruistas, lo que haría de este mal un mal idealista. Las motivaciones altruistas podrían estar vinculadas a los principios del requerimiento, en especial con respecto a la conversión a la iglesia católica, es decir que los conquistadores realmente creyeran que al matar más indígenas se podrían crear las condiciones necesarias para poder implementar la evangelización de una manera más rápida o que algunos de ellos creyeran que destruyendo el ejercito de Atahualpa se destruían a las fuerzas del mal. O tal vez este sea simplemente un típico ejemplo de lo que Svendsen llama el mal estúpido, mal en el que los actores simplemente actuaban sin pensar en las consecuencias de sus actos, es decir, en este caso específico, simplemente llevados por inercia debido a las órdenes impartidas por Pizarro de atacar a los indígenas y que nunca se detuvieron a reflexionar sobre las consecuencias de sus actos. Por razones de formato, no tenemos espacio suficiente en este ensayo para dilucidar en mucho más detalle cuál de dichos tipos de maldad definen más certeramente la manera en la cual lo acontecido dicha tarde en Cajamarca ha llegado a nosotros a través de la pluma de Francisco de Jerez ni tampoco podríamos simplemente asumir que solo una de estas tipologías puede definir el comportamiento de todos los conquistadores en Cajamarca. Es muy probable que algunos de ellos tuvieran motivaciones diferentes a los otros y aún más, es factible pensar que algunos de ellos simplemente decidieron no participar o continuar con la matanza iniciada en la plaza y que su comportamiento no hubiese sido registrado por Jerez. También sería necesario enfocarnos en los indígenas y tratar de imaginar que estarían pensando cuando fueron emboscados dicha tarde o cuando eran perseguidos inmisericordemente por los hombres a caballo. Esto significaría buscar materializar a las víctimas de dicho mal dentro de un texto que de alguna manera parece ponerlos en la sombra de Atahualpa, Pizarro y Fray Vicente de Valverde. 55 Pero, sin necesidad de llegar a exactitudes de este tipo, lo cierto es que creemos que al usar la tipología de Svendsen nos resulta posible ver en cada uno de estos posibles tipos de maldad dentro del contexto de la “masacre de Cajamarca” un comportamiento que coloca a dichos personajes históricos y a sus víctimas mucho más lejos de la dualidad planteada por Todorov y nos permite hacerlos cruzar esa “muralla impasable” que el propio Todorov menciona, colocándolos mucho más cerca de nosotros y así poder verlos como lo que fueron; seres humanos capaces de reaccionar a diversas motivaciones de maneras similares a las que hacemos nosotros. Por supuesto que nos es nuestra intención el tratar de justificar el comportamiento de los conquistadores durante dicha tarde en Cajamarca, o cualquier otro acto de maldad que haya tenido lugar en el pasado, esté ocurriendo en este momento y pueda ocurrir en el futuro. Ni tampoco por un segundo estamos pretendiendo mediante este ejercicio intelectual olvidar el sufrimiento que las víctimas de dicha maldad hayan sufrido o puedan sufrir, sino todo lo contrario. Como hemos dicho, creemos que mediante el uso de la tipología de Svendsen para analizar el comportamiento de las huestes de Pizarro durante la masacre de Cajamarca, y otros eventos de este tipo durante el periodo de la conquista y aún mucho después, nos es posible alejarnos de la constante simplificación de la que hacemos uso al momento de recordar el pasado, de acuerdo a lo expuesto por Todorov, y en su defecto enfocarnos en los actos malvados sacándolos del contexto histórico en el cual muchas veces pueden perderse. Claro que este no es siempre el caso, existen eventos históricos, el Holocausto es uno de ellos, cuyo estudio implica en su mayor parte enfocarse en el sufrimiento de las víctimas. Pero aún en el caso de eventos como el Holocausto, existe una tendencia a vilificar a los victimarios sin tomar en cuenta las razones que hubieran podido motivar a dichos individuos a cometer actos de dicha magnitud. El hacer esto no solo significa que estemos simplificando un fenómeno tan complejo como es el fenómeno que hemos llamado en este ensayo “el mal”, sino que también no pone en una situación en la cual resulta más fácil que podamos ser objetos de esta violencia, violencia que

55

Existen otros momentos en el relato de Jerez donde es posible individualizar a las víctimas del mal ocasionado por los conquistadores y ser testigos de su sufrimiento. Pero esto será objeto de un análisis más minucioso en otra oportunidad.

54

fácilmente podría nacer bajo las mismas motivaciones que hace casi cerca de 500 años incitaron a los conquistadores a hacer las atrocidades que hicieron. Si es cierto, como lo asegura Paul Ricoeur, que nuestra identidad puede ser entendida como una identidad constituida por la narrativa y que también es a través de la narrativa que podemos “aprender” o analizar el comportamiento humano, entonces es a través de estos relatos que narran eventos como el Encuentro de Cajamarca que podríamos, no solo tratar de entender las motivaciones de nuestros antepasados sino probablemente trasladar dicho conocimiento a fenómenos históricos mucho más cercanos a nosotros. Tal vez sea bajo esta forma de acercarnos a la representación textual del pasado que podamos finalmente sobrepasar la “barrera” a la cual hace referencia Todorov. Bibliografía Eagleton, Terry. On Evil. New Haven: Yale University Press, 2010. Jerez, Francisco de. Verdadera relación de la conquista del Perú en Salas, Alberto, Miguel Guerín and José Luis Moure, eds. Crónicas iniciales de la conquista del Perú. Buenos Aires: Editorial Plus Ultra, 1987. Kearney, Richard. On Paul Ricoeur:The Owl of Minerva. Aldershot: Ashgate, 2004. Kelly, Joseph F. The Problem of Evil in the Western Tradition. Minnesota: The Liturgical Press, 2002. Morton, Adam. On Evil. New York: Routledge, 2004. Reyna, Ivan R. El Encuentro de Cajamarca. Lima: Fondo Editorial UNMSM, 2010 Ricoeur, Paul. “Life in Quest of Narrative.” On Paul Ricoeur: Narrative and Interpretation. Ed. David Wood. London: Routledge, 1991. Svendsen, Lars. A Philosophy of Evil. Champaing: Dalkey Archives, 2010. Todorov, Tzvetan. Memory as a Remedy of Evil. London: Seagull, 2010.

55

HISTÓRIA E FICÇÃO EM LOS DÍAS DEL ARCOÍRIS Joanna Durand Zwarg Universidade Prebisteriana Mackenzie [email protected] A proposta desta pesquisa é verificar no romance Los días del arcoíris (2011), de Antonio Skármeta, como a ficção articula-se com o discurso histórico por meio da arte e da poesia. Assim como toda a obra romanesca do autor referido, Los días del arcoíris caracteriza-se por sua estrutura linear, engajamento histórico e por configurar-se em um processo dialógico entre personagens que representam, direta ou indiretamente, figuras de pais, professores, artistas em formação. Ao ler esse romance deparamo-nos com a realidade chilena da década de 80 por meio de vozes que leem e recriam textos que circulam por ruas, casas e instituições. Personagens inscrevem suas vozes no romance e expressam diferentes formas de vivenciar o plebiscito desencadeador da retomada da democracia no Chile. Antonio Skármeta cria um universo ficcional em que o ato de ler é elemento determinante na formação de identidades e nas ações que levam a uma histórica expressão coletiva de clamor por democracia no estabelecimento da liberdade e da alegria como valores fundamentais. Skármeta publicou sua primeira obra, intitulada El Entusiasmo (contos), em 1967. O autor de Los días del arcoíris pertence a uma geração de escritores que expressaram em suas publicações a herança da revolução da narrativa ocorrida no início dos anos 60, promovida pelo chamado Boom Latino-Americano. A geração pós-boom, no entanto, apresentava diferentes formas de expressão da realidade. No caso de Skármeta, o que se queria traduzir era a realidade imediata: “Esta inmediatez es emblema central de las sociedades actuales, movidas al compaz de los medios de comunicación de masas y dominadas abrumadoramente por los códigos de la cultura popular, [...] la cultura pop y el lenguaje publicitario”. (1995, p.388) Los días del arcoíris, uma das obras mais recentes de Skármeta, retoma o contexto sócio- histórico do Chile de mais de duas décadas anteriores à publicação do romance. Consequentemente o que se concretiza é uma revisitação ao passado, este visto agora de uma forma bem distanciada por nós e pelo escritor, mas expresso no tempo imediato da narrativa, por um narrador e personagens presentificados no Chile dos anos 80. As personagens protagonistas de Los días del arcoíris são Adrián Bettini e Nico Santos. Nico, um adolescente que começa a se firmar politicamente e na vida amorosa. Depois de assistir à prisão do pai, professor de filosofia, Nico dedica-se a procurá-lo. Já Adrián Bettini, publicitário, pai de família, marcado por um passado de dor física e emocional, advinda da implantação da ditadura no Chile. Ambos, Adrián e Nico, encarnam situações de medo e incerteza. Palavras e silêncios ao longo da obra, unem tempo e espaço reais a personagens que representam seres anônimos participantes desse processo histórico, encarnando todo o contexto cultural e de identidade que caracteriza o período. Partícipe do contexto que define a América Latina dos anos 70 e 80, marcada por ditaduras militares e processos de redemocratização, o Chile apresenta uma peculiaridade: “Paralelamente a um movimento popular que se organizava e reivindicava o aprofundamento da experiência socialista, gestava-se a contra-insurreição que resultou no sangrento golpe militar ocorrido em 1973” (1993, p.11). O que leva o país a anos de ditadura militar e, na década de 80, a mobilizações que levaram ao plebiscito ocorrido em 1988, que depôs Pinochet e favoreceu a volta da democracia no Chile. É neste ambiente que se desenvolve a trama de Los días del arcoíris, com a circulação de textos de Shakespeare, Cervantes, a música de Strauss, a canção popular de Billy Joel, entre outros, sob olhar singular de personagens estudantes, professores, publicitários, políticos. O contato com a arte, seja erudita ou popular, bem como sua tradução por personagens configuradas como representação de leitores, faz que uma reflexão sobre ficção e história dialogue com a atitude de pensar o ato da leitura como configurador de realidades.

56

Para Antonio Skármeta, o reconhecimento histórico na obra Los días del arcoíris depende única e exclusivamente do leitor: “ (…) el alma de un escritor con el alma de un lector, de una lectora, y allí sucede el milagro de la narrativa, el milagro de la novela. Todas las alusiones a lo real, anteriores o posteriores a la novela, dependen de los lectores”.(2011, p.3). Na relação da obra com o leitor, na ideia de que a ficção e a história verídica presentes no texto estejam a cargo do exercício da leitura recai o interesse desta pesquisa. Como nós, as personagens da obra são todas leitoras e constituem suas identidades a partir das formas como apreendem e expressam suas leituras. Tal ideia integra a composição de Seis passeios pelos bosques de ficção (2006), de Umberto Eco, que escreve conferências permeadas pela tese de que o leitor tem papel fundamental na composição de uma história, pois possibilita que a mesma seja contada e ainda participa dela: “Mas numa história sempre há um leitor, e esse leitor é um ingrediente fundamental não só do processo de contar uma história, como também da própria história” (ECO, 2006, p.7). Apresenta como exemplo de participação do leitor em uma narrativa o conto Jardim de Caminhos que se Bifurcam, de Jorge Luis Borges: “[...] um bosque é um jardim de caminhos que se bifurcam. Mesmo quando não existem num bosque trilhas bem definidas, todos podem traçar sua própria trilha, [...]” (ECO, 2006, p.12). Para Eco cada leitor, assim como no referido conto de Borges, opta e traça sua própria trilha no percurso de uma narrativa. Na mesma obra Eco procura explicar que para a inserção do ficcional é necessário o mundo real: “Isso significa que os mundos ficcionais são parasitas do mundo real” (ECO,2006, p. 89). O mundo ficcional delimita o mundo real, exigindo pouco de nosso conhecimento sobre ele, “permitem que nos concentremos num mundo finito, fechado, muito semelhante ao nosso, embora ontologicamente mais pobre. (ECO,2006, p.91). Ao mesmo tempo, a ficção pode dar sentido ao mundo real: “ [...] ler uma ficção significa jogar um jogo através do qual damos sentido à infinidade de coisas que aconteceram, estão acontecendo ou vão acontecer no mundo real. Ao lermos uma narrativa, fugimos da ansiedade que nos assalta quando tentamos dizer algo de verdadeiro a respeito do mundo “(ECO, 2006, p. 93)”. Pode-se dizer que essa é a função da narrativa de ficção, fazer com que aprendamos mais sobre a realidade. A realidade com a qual dialogamos ao ler Los días del arcoíris é a de um momento histórico que, no entanto, resulta de vozes representantes de atos de leitura e, dessa forma, tornam supreendente um acontecimento que a historiografia aparentemente já deu conta de comunicar e perpetuar. “O mundo”, primeiro capítulo de O Demônio da Teoria, de Antoine Compagnon, inicia com a seguinte pergunta: “De que fala a literatura?” (1999,p.97) Trata da mímesis, da relação da literatura com a realidade, das abordagens teóricas que validam essa relação e das que a condenam. Não se pode deixar de citar que, quando a teoria literária principia os questionamentos à mímesis, considera-se que o ato de ler literatura não deve objetivar a realidade. O texto literário é autônomo, a expressão e a significação são mais importantes que o conteúdo e a representação. Compagnon problematiza essa questão, cita teóricos que sugeriram uma terceira leitura da poética, oportunizando surgimento de discursos que “defendem” a mimesis, a partir de uma releitura do capítulo IV da Poética, em que Aristóteles afirma ser da natureza humana a tendência à imitação, e a tal prática o homem recorre para aprender: A mimesis é, pois, conhecimento, e não cópia ou réplica idênticas: designa um conhecimento próprio ao homem, a maneira pela qual ele constrói, habita o mundo. Reavaliar a mimesis, apesar do apróbio que a teoria literária lançou sobre ela, exige primeiro que se acentue seu compromisso com o conhecimento, e daí com o mundo e a realidade. (1999, p. 127)

Em “O mundo” recupera-se o problema da referência na literatura: “Se a proposição existencial não é realizada, poderia, contudo, a linguagem da ficção ser referencial?” Acontece que a ficção se utiliza dos mesmo atos de linguagem reais: “ (...) uma vez que entramos na literatura, que nos instalamos nela, o funcionamento dos atos fictícios é exatamente o mesmo que o dos atos de linguagem reais, fora da literatura” (1999, p. 135). Os referenciais da ficção a tornam possível.

57

Neste caso, a referência é a história oficial e as coletividades que dela participaram. Tal realidade exterior à obra valida configuração de identidades e ações que podem fazer o leitor do romance de Skármeta perceber a história oficial por um viés que não mostra certezas mas vislumbra outras formas de problematiza-las. A trama é possível, o que torna esse segundo viés, de certa forma, verdadeiro. Dentre as várias manifestações culturais que constroem o enredo desta obra de Skármeta, escolhemos, para seram aqui referendadas, a letra da canção “Just the way you are”, de Billy Joel - um dos textos que circulam no Chile dos Anos 80 - As obras Romeu e Julieta (1597) e Júlio César (1623), de Shakespeare, integrantes do construto da obra. Além de Nico e Adrián Bettini, outras personagens participam da trama, por meio de discursos e silêncios que engrandecem as manifestações coletivas favoráveis e, principalmente, as desfavoráveis – defensoras do “No” – à continuidade do ditador Pinochet na liderança do governo. Tal engrandecimento acontece porque a ficção as retira da generalização, são pais, professores, estudantes, artistas e políticos com nomes próprios, cada qual com sua história particular, em constante diálogo entre si, a explorar os mundos da arte e da escritura. Muitas das personagens citadas, inclusive, cumpriram papéis históricos e biográficos reais e, na obra de Skármeta, são reinventadas a partir de seus nomes e ações essenciais para a construção de seres possíveis na trama ficcional, como o professor de inglês Rafael Paredes e o músico Raúl Alarcón. Discursos e leituras de personagens fictícias intensificam o momento político do plebiscito de 1988. Em “Alguns comentários sobre o personagem de ficção” (2013), Umberto Eco trata de questões referentes aos aspectos que envolvem a existência da personagem de ficção, de sua inscrição nos mundos da obra literária, seus contornos verossímeis ao universo da criação artística e da realidade exterior à obra. Apesar do distanciamento físico, as personagens de ficção apresentam aspectos de existência. Eco discorre sobre a ocorrência de um processo de identificação que pode levar o leitor a acreditar que personagens de ficção vivenciam fatos da realidade (2013, p. 71) Um dos aspectos que apontam para essa tendência é a semelhança da ficção com o mundo real: “Um mundo ficcional possível é aquele em que tudo é semelhante ao nosso suposto mundo real, exceto as variações explicitamente introduzidas no texto” (2013, p. 75). Por causa da legitimidade interna, Umberto Eco também aponta para as personagens de ficção como artefatos: “não são entidades físicas e carecem de localização espaço temporal”, no entanto, “a identidade das personagens de ficção é inquestionável” (2013, p. 83). A estrutura da obra Los días del arcoíris é de vinte-e-quatro capítulos que expõem as ações de Nico Santos e Adrián Bettini. Isso acontece quase de maneira alternada. Os capítulos protagonizados por Nico Santos são quase todos em primeira pessoa: temos acesso às percepções e memórias da personagem. No início do primeiro capítulo, por exemplo, a voz de Nico denuncia a prisão de seu pai: Santos - “El miércoles tomaron preso al profesor Santos. Nada de raro en estos tiempos. Sólo que el profesor Santos es mi padre” (2012, p.9) - a convivência, hábitos e aulas de filosofia do pai, também professor de Nico, são mencionados. Os motivos e detalhes da prisão serão retomados no terceiro capítulo, também pela voz de Nico. Esta personagem, cujo verdadeiro nome é Nicómaco – em referência à obra de Aristóteles, Ética a Nicómaco – representa a primeira pessoa em alternância com capítulos onde um narrador onisciente descreve as ações do próprio Nico e do publicitário Adrián Bettini, ambos em sintonia com demais personagens que compartilham o ambiente repressor e as perspectivas de mudança no Chile da década de 80. Nico, ético e obediente ao pai, vivencia experiências que o fazem questionar a própria postura diante do confronto com ideais de heroísmo e força cobrados por muitos de seus colegas, além do constante questionamento sobre o que é o bem e o que é o mal na formação do ser e em suas próprias atitudes diante dos impasses da vida. Há elementos que ressaltam as ações nos questionamentos que faz a personagem a si mesma sobre o seu estar em um mundo que, inicialmente, não se abre para novas perspectivas mas inicia um processo de transição, assim como o país - Chile amadurece junto com Nico. Tudo deixa marcas: a música Just the way you are, de Billy Joel; o Mito da Caverna, de Platão; as obras Júlio César e Romeu e Julieta, de Shakespeare. O Mito da Caverna é um dos textos que compõem sua formação humana e o influenciam nas

58

ações de narrar e participar dos acontecimentos. Assim como o Mito da Caverna, uma pergunta filosófica do pai de Nico oferece sentido às ações do próprio Nico, de Adrián Bettini e dos demais seres fictícios que compõem a trama. Segue a questão apresentada por Santos: “ ‘ ¿Por qué hay ser y no más bien la nada’? - Y agrega -: ‘Ésta es la pregunta del millón de dólares. Y ésta es en el fondo la única y gran pregunta de la filosofia’’” (2012, p.11). A canção de Billy Joel aparece pela primeira vez no capítulo sete, em que Nico narra, em primeira pessoa, uma conversa com sua namorada, Patricia Bettini, e ficam claras as diferentes ideias que compõem os discursos das personagens. A lógica e a ética de Nico se contrapõem ao sentimentalismo e ao comportamento impulsivo de Patricia: -Tenemos que encontrar a tu padre – me dice. / - ¿Cómo? / - Preguntando en todas partes. /- Yo hice lo que tenía que hacer. / Y le cuento todo del silogismo Baroco. Ella escucha con atención y niega moviendo la cabeza. / - En estos casos los que pueden hacer algo no son la gente buena, porque todos tienen miedo. Hay que tratar que los otros hagan algo. / - ¿Los malos? / - Nadie es cien por ciento bueno ni totalmente malo. / - Mi papá piensa que tú no tienes princípios. / - Tengo princípios. Mi principio es que quiero a tu papá y te quiero a ti. / - Ésos no son princípios, son sentimentos. / Bueno, entonces mis princípios son mis sentimientos. (2012, p. 34) O capítulo encerra com a primeira estrofe da canção “Just the way you are”, em tradução do narrador Nico (2012, p. 35): “Mira, no cambies / por complacerme / no creas que por serme tan familiar/ ya no me gusta mirarte / No te abandonaria / en tiempos difíciles, / jamás lo haría, / me diste los años buenos, / tomo también los años perros / porque me gustas tal cual eres”. A canção, também referida no capítulo treze, induz Nico, no caminho de casa para a escola, a pensar em Patricia Bettini e em seu pai. Lembra que Patricia, “médio hippy” (p. ), não quer ter a primeira relação antes de completar o colegial; para ela, liberdade significa universidade, sexo, fim de Pinochet. Conta que, apesar de seguir todas as regras do silogismo baroco, não acharam seu pai. Nico observa os ônibus que passam pela alameda em direção ao “Barrio Alto”, levando trabalhadores para as casas ricas. Repara na fumaça que esses ônibus deixam para trás, misturando-se ao aspecto cinza da cidade. Pensa que ninguém, assim como ele, age para mudar as coisas, que estão todos paralisados. Procura no chão uma guimba acesa para apagar com os pés e sonha acordado com o pai, professor Santos. Ao chegar ao colégio, recebe em suas mãos ao prova sobre o “Mito da Caverna”, conteúdo que era ensinado por Santos, seu pai e professor, momentos antes de ser preso: “cómo se asciende desde el mundo de las sombras hasta la claridad de las ideas”. A essa questão, Nico responde com a primeira estrofe da canção de Billy Joel, Just the way you are. Pelo universo ao qual a personagem está inserida e sua evolução, um motivo possível para tal atitude seria a consciência, por parte de Nico, de que a mudança almejada não é das identidades, da cultura, das diferenças de formação e pensamento. O pai, a namorada e a canção significam o sair das sombras (repressão), o aclarar de ideias – uma referência clara ao mito da caverna: “Assim também a inteligência se deve voltar, com toda a alma, da visão do que nasce à contemplação do ser e de sua parte mais luminosa, e isto, a nosso ver, é o próprio bem. Ou não é?” (2006, p. 48) Não é a sabedoria do pai ou o olhar ousado da namorada para o futuro que devem mudar, sim o país, que em um contexto de repressão, pode condenar essas existências ao desaparecimento: “I’ll take you just the way you are”. As obras “Julio César” e “Romeu e Julieta”, de Shakespeare, marcam no discurso de Nico o envolvimento com o teatro e a poesia, também com o professor de inglês Rafael Paredes. Personagem de ficção claramente baseada na personagem real Roberto Parada, pela proximidade dos sobrenomes, pelas coincidências entre as ações de Rafael e os dados biográficos de Roberto, também no que concerne à construção (ficção) e à existência (biografia) de uma personagem carismática e militante. Parece tratar-se de uma espécie de homenagem prestada por Skármeta que, de acordo com dados biográficos presentes na obra “Neruda por Skármeta” (2005), foi professor de inglês do autor. O professor Paredes, de “Los días del arcoíris”, planeja ir

59

a Portugal filmar uma “película puntuda”, o que não se realiza porque é preso e degolado. Roberto Parada vai a Portugal atuar no filme “Ardiente Paciencia”, de Skármeta, assumindo o papel do poeta “Pablo Neruda”. Quando volta ao Chile, continua na militância política, até que seu filho, também militante, é preso e degolado (2005, p. 59): Certa manhã, as brigadas uniformizadas mais agressivas da ditadura arquitetam uma represália atroz: três militantes são capturados quase simultaneamente, levados a destino desconhecido e, na prática, seguindo uma selvagem rotina da época, desaparecem. O lar de Roberto Parada se enche de angústia. Mas houve tantas testemunhas do sequestro do filho, que restam esperanças que não o machuquem e o devolvam com vida. / Don Roberto, meu Neruda, nesse mês está todas as noites no teatro ICTUS, trabalhando numa obra de Mario Benedetti adaptada para o palco com o título ‘Primavera con una esquina rota’. /No final do primeiro ato, recebe a notícia: o corpo do seu filho apareceu degolado num terreno baldio. /O homem mal se sustenta os seus pés. A companhia decide suspender o espetáculo. Don Roberto se opõe. Avança em direção ao público e diz: ‘Assassinaram o meu lindo filho’. Entende-se, pelo fragmento acima, que existe uma tentativa, frustrada no que diz respeito ao caso verídico, de se estabelecer ordem em meio ao caos. Trata-se da exploração de um universo possível na literatura. As coisas, segundo Aristóteles, como deveriam ser. Na ficção de Los días del arcoíris a esperança em relação ao desaparecimento do professor Santos e, mais adiante, do professor Paredes, estão relacionadas à lógica do silogismo baroco, na tentativa de, pelo discurso filosófico, buscar a salvação no estabelecimento de harmonia entre os acontecimentos. No romance, Nico que, depois de solicitar em público que encontrem o professor Paredes, sequestrado por militares, é levado ao seu encontro e se depara com o corpo do professor: “Me resulta imposible decir algo. No puedo respirar. Se suelta un chorro entre mis piernas. Me doblo sobre el vientre y me caigo de rodillas”. (2012, p.147). Nico, no funeral do professor Paredes, lança mão de um fragmento da obra “Julio César”, de Shakespeare, para prestar homenagem ao seu professor. Para explorar a questão do silêncio no discurso das personagens, é preciso observar a preparação de Nico para falar a todo o público sua homenagem ao professor, quando lembra das dicas de oratória dadas pelo falecido: Un discurso está lleno de palabras y silencios. Esos silêncios – dijo el professor Paredes – son elocuentes. A veces hay que decir palabras solo para oír el silencio – digo ahora en voz alta . Hay maneras y maneras de calar. Hay maneras de decir calando. A veces la única manera de decirlo es callar lo que todos entendemos que debió haberse dicho” (2012, p. 162). Cita um trecho da obra de Shakespeare, quando Marco Antonio realiza um pronunciamento no funeral de Julio Cesar. Em que discursa sobre a nobreza de Cesar e condena a atitude de Brutos (2012, p.163): Querido profesor Paredes: hoy nos tocaba la prueba sobre Shakespeare. Hamlet, Julio Cesar, Macbeth. Yo subrayé todos los parlamentos del ‘tío Bill’ que más me llamaron la atención. Podría haberme sacado un siete. Les leeré sólo uno: ‘I have neither wit, nor words, nor worth, action, nor utterance, nor the power of speech, to stir men’s blood: I only speak right on; I tell you that which you yourselves do know. /show you sweet Caesar’s wounds, poor poor dumb mouths, and bid them speak for me: but were I Brutus, and Brutus Antony, there were an Antony would ruffle up your spirits and put a tong in very wound of Caesar that should move the stones of Rome to rise and mutiny’.

60

Ao final do discurso, Nico esclarece: “Perdonen que no lo traduzca, pero no quiero ir preso”. Tal justificativa aponta para questões relativas ao uso da palavra e do idioma. De certa forma Nico segue os conselhos do falecido professor Paredes, não só no momento fúnebre em que cala o idioma materno para não deixar ouvir aqueles que dominam apenas a língua materna, a do país que reprimem, mas também por toda trama, a figura de Nico sintetiza o drama dos jovens que abdicam da atitude de expressar suas reflexões, vontades e questionamentos por causa de um poder maior que os ameaça e impede de falar e, assim, de agir. Assim como Marco Antonio, personagem de Shakespeare, Nico não tem o dom da palavra, mas tem inteligência para aproveitar o momento de usá-la e dirigi-la quem pode e necessita ouvir. Quando Nico termina seu pronunciamento, aqueles que choram a morte do professor militante levantam bandeiras vermelhas e Patricia, namorada de Nico e filha do publicitário Adrián Bettini, levanta a bandeira com o desenho de um arco-íris, símbolo da campanha criada por seu pai, pelo “No” a Pinochet. Todos, em silêncio, comunicam a dor e o desejo de mudança. Por sua vez, Nico cita uma parte da obra “Romeu e Julieta”, de Shakespeare, quando Bettini questiona sobre o seu sorriso, já que está triste. Fala do momento em que Mercuccio, tentando defender Romeu, é apunhalado por Teobaldo e, antes de morrer, ironiza com a situação: “- Mercuccio le contesta: ‘La herida no es tan honda como un pozo ni tan ancha como la puerta de una iglesia, pero alcanza. Pregunta por mí mañana, y te dirán que estoy tieso’” (2012, p.168) Nico irrompe em lágrimas nesse momento, um pouco antes da campanha no “No” ser anunciada na televisão, e explica que entende ser aquele silêncio anunciado por Mercuccio um pouco antes da morte, uma ação que culmina em humor um acontecimento que deveria ser carregado apenas pela ideia do trágico. Note-se que esse capítulo é narrado em terceira pessoa, um dos poucos momentos em que podemos lançar um olhar distanciado à personagem Nico e perceber a angústia compartilhada com outras personagens. O humor e a tragicidade presente nessas obras da literatura emprestam à referida narrativa de Skármeta uma das cinco propostas indicadas por Calvino em Seis propostas para o próximo Milênio, a leveza. Calvino, vendo-se ele próprio como escritor diante do “pesadume, a inércia, a opacidade do mundo” (CALVINO, 2006, p.16), percebe em autores como Ovídio, Eugênio Montale, Milan Kundera e Shakespeare, “a busca da leveza como reação ao peso de viver” (CALVINO, 2006, p. 39) e as possibilidades que a linguagem literária tem de abarcar a realidade do mundo de forma a comunicar com profundidade aspectos minuciosos da existência humana. Ao tratar da obra de Shakespeare, Calvino cita a personagem Mercuccio, da obra “Romeu e Julieta”, com um exemplo de recorrência à abstração em um mundo violento: “drama como se visto do exterior, e dissolvê-lo em melancólica ironia” (CALVINO, 2006, p. 32) Calvino não o faz, mas Skármeta, no capítulo citado, constrói o discurso de Nico de forma a expressar uma relação entre melancolia e humor por meio da citação de um capítulo da referida obra de Shakespeare. O silêncio antecede a primeira apresentação da campanha do “No” na televisão: “Nadie quiere preguntarle al otro ‘en qué estás pensando’ [...]” . Um narrador em terceira pessoa dirige-se a Adrián Bettini: “La suerte está echada, Adrián Bettini. Lo que parió tu imaginación estará disponible para todo Chile. (...) Hágalos ver cómo será el Chile sin el dictador encima. Sin terror a desaparecer. Um país sin degollados” (CALVINO, 2006, p.166). Adrián Bettini encarna o ser marginalizado que tenta expressar, no momento em que a ditadura de Pinochet vem à tona, a vontade de liberdade de expressão e de pensamento, experiências que o faziam, como publicitário, viver. Receio e dúvida estão na vontade que Adrián Bettini tem de se recuperar tal liberdade, ao mesmo tempo em que se vislumbra a possibilidade da repreensão por tal tentativa e de perda da zona de “conforto” permitida por aqueles mesmos que o torturaram e o tiraram da posição privilegiada de publicitário reconhecido em seu país. A “zona de conforto” seria estar isento da prisão, da tortura e da morte, do “poder” caminhar livre pelas ruas do Chile e viver “em paz” junto de sua família, sustentado por trabalhos temporários e de pouco valor financeiro e ideológico. Assume o desafio da campanha do “No”, representada pelas cores de um arco-íris e a música do Danúbio Azul, de Strauss, com toda a sua melodia entoada por vozes que dizem “No”, ao comando do irreverente músico Raúl Alarcón. – marca de humor, mais sobre ele

61

Esses e outros personagens, com suas respectivas leituras, ora de forma secreta (em silêncio), ora num compartilhar de ideias e sensações, parecem dar sentido ao “ser” mencionado pelo professor Santos, cada um por um caminho, mas com toda uma carga discursiva para chegar ao “No” e ao estabelecimento da liberdade e da democracia como valores inabaláveis. Segundo Mignolo, em reflexão sobre as relações de semelhança e diferença entre literatura e história, as diferenças devem receber mais atenção. Só se pode encontrar semelhanças entre objetos antes tomados como diferentes: “(...) se não prevalecesse a diferença entre ‘literatura’ e ‘história’, qual seria o motivo para enfatizar a semelhança, se fossem, de fato, aceitas como semelhantes?” (1993, p.116) Mignolo trata a literatura e a história como “marcos discursivos” e considera que a abordagem das diferenças representam os desafios do incômodo e do reconhecimento. Mignolo parte da ideia de que literatura e história não seriam, então, categorias universais. Na antiguidade, informa Mignolo, as diferenças entre poesia e história consistiam na oposição entre a imitação das ações humanas (poesia) e as ações humanas ocorridas, segundo preceitos aristotélicos. No século XVII o conceito de ficção associa-se à ideia de mentira e apoia-se na crença da veracidade pelo interlocutor. No século XVIII, ficção não se associa necessariamente com mentira, e seu sucesso depende do conhecimento que os interlocutores têm das regras do jogo. Desta forma, Mignolo apresenta parâmetros para traçar diferenças entre literatura e história, as convenções de veracidade e ficcionalidade: a convenção de veracidade está ligada ao comprometimento com o “dito” pelo falante; espera-se a relação do “dito” com o objeto; assume os riscos da mentira e do erro, pois é maior a desconfiança do espectador. Na convenção da ficcionalidade, o falante não se compromete com a verdade do “dito” pelo discurso; o discurso não precisa relacionar-se de maneira “extensional” com o objeto. Convenções “afetam o uso da linguagem em geral” e as normas dizem respeito ao “uso da linguagem em comunidades linguísticas especializadas”. Literatura e ficção deixam, assim, de ser sinônimos, pois o discurso literário não se enquadra obrigatoriamente na “convenção da ficcionalidade” e o discurso historiográfico precisa se enquadrar na “convenção da veracidade”. O emprego da linguagem literária e historiográfica pressupõe reações de acordo com suas normas. Assim, a obra de Skármeta, na figura das personagens, faz a história saltar aos olhos desde o título, remetendo ao símbolo da campanha contribuiu para o fim da ditadura no Chile. História e ficção estão entrelaçadas no romance Los días del arcoíris, uma não se sustenta sem a outra. Por tratar-se de arquétipos construídos a partir de um olhar minucioso para coletividades partícipes do período, o romance sustenta uma convenção de ficcionalidade, embora os acontecimentos da história oficial não tenham sido modificados, apenas passarem pelo filtro de anônimos que, a partir de suas leituras, escreveram, ensinaram, criaram imagens e canções, em nome de uma revolução.

62

REFERÊNCIAS BIBLIOGRÁFICAS CALVINO, Ítalo. Leveza. In: Seis propostas para o próximo milênio. São Paulo: Companhia das Letras, 2006. COMPAGNON, Antoine. O mundo. In: O Demônio da Teoria: Literatura e Senso Comum. Belo Horizonte: UFMG, 1999. ECO, Umberto. Alguns comentários sobre os personagens de ficção. In: Confissões de um jovem romancista. São Paulo: Cosac Naify, 2013. _________. Seis passeios pelos bosques da ficção. São Paulo: Companhia das Letras, 2006. FERNÁNDEZ, Teodosio; MILLARES, Selena; BECERRA, Eduardo. Direcciones de la últimas décadas. In: Historia de la literatura hispano-americana. Madrid: Universitas, 1995. GUAZZELI, Cezar. Diversidades regionais: ditaduras no Prata, o reformismo militar no Peru e na Bolívia, a experiência socialista Chilena. In: História Contemporânea da América Latina: 1960-1990. Porto Alegre: Ed. Universidade\UFRGS, 1993. GRANADA, Álvaro Castillo. Skármeta: “Seguí um camino que no había recurrido otro y aqui estoy” entrevista. 2011. Disponível em: Lapupilainsomne. wordpresss.com. Acesso em: 16 de maio de 2013. MIGNOLO, Walter. Lógica das diferenças e política das semelhanças da literatura que parece história ou antropologia e vice-versa. In: AGUIAR, Flavio Wolf de. e CHIAPPINI, Ligia. Literatura e História na América Latina. São Paulo: 2001. PLATÃO. Livro VII. A Repúblia (Parte II).São Paulo: Escola Educacional, 2006. SKÁRMETA, Antonio. Los días del arcoíris. Barcelona: Ed. Planeta, 2012. __________. Elefantes e borboletas. In: Neruda por Skármeta. Rio de Janeiro: Record, 2005.

63

SOR JUANA E GREGÓRIO DE MATOS: O SANTO OFÍCIO, O OFÍCIO DA ESCRITA E A PODEROSA MÁQUINA BARROCA DA IRONIA. Marcelo Marinho Universidad Federal de Integración Latinoamericana A presente leitura comparatista centra-se na escrita carnavalizada de Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695) e de Gregório de Matos (c.1636-1695), no que se refere ao sarcasmo e à ironia barrocas como forma de livre exercício do ofício do escritor e como estratégia de sobrevivência – física e psíquica – sob a permanente ameaça do Santo Ofício. Numa perspectiva eminentemente comparatista, busca-se desentranhar os mais expressivos recursos linguísticos e estilísticos (parataxes, hipérbatos, antíteses, metonímias, metáforas, paradoxos, polissemia, pluriliguismo) que esteiam um sutilíssimo processo de desconstrução semântica e de simultânea ressignificação operado por intermédio da poderosa máquina barroca da ironia. Nesse contexto, a linguagem alusiva e elusiva desses dois escritores do Século XVII representa uma forma de insurgência que se contrapõe ao pensamento dogmático da Contra-Reforma e sulca linhas ambíguas e profundas numa cartografia literária desenhada a ferro, pena e fogo. Considerações iniciais O leitor do presente trabalho pode, num primeiro momento, estranhar uma leitura em que se confrontem as obras de dois autores que se encontram, em princípio, diametralmente separados pela barreira da língua, do gênero e da cultura. Contudo, é preciso considerar que ambos autores têm uma trajetória convergente no que se refere, sobretudo, a seu confronto com o clero e às constantes ameaças e riscos difusos que caracterizavam o período em que viviam. Sor Juana Inés de la Cruz (México, 1651-1695) e de Gregório de Matos (Brasil, c.1636-1695) viveram e escreveram sob a pesada e ubíqua presença do Santo Ofício da Inquisição (que se estendeu do Séc. XII ao Séc. XIX), cujos verdugos e inspetores deitavam sua mais aterrorizante sombra por sobre todas as áreas da ação humana, mormente aquelas em que se manifestava a força de intelectos em busca de realização e liberdade de pensamento, tal como ilustra a morte de Giordano Bruno ou de Antonio José da Silva (o Judeu), entre centenas de milhares de outras. Cabe recordar uma passagem do tristemente célebre Manual do Inquisidor (publicado em 1376, com inúmeras reedições - uma dais quais, ampliada, em 1578), elaborado pelo dominicano Nicolau Eymerich: “é preciso lembrar que a principal finalidade do processo e da condenação à morte não é salvar a alma do réu, mas buscar o bem comum e aterrorizar o restante da população”. Nesse contexto, Rubén Medina (2011, p. 90) é um dos críticos que observam, na obra de Sor Juana Inés de la Cruz, um discurso poético que expressa aspectos literários e semióticos de fundamental importância para a compreensão da história do barroco hispano-americano. Pois bem, a articulação entre a elusiva estética barroca e a Inquisição assim se manifesta nas palavras da monja escritora: “Ya sí, es la ordinaria respuesta a los que me instan, y más si es asunto sagrado: ¿Qué entendimiento tengo yo, qué estudio, qué materiales, ni qué noticias para eso sino cuatro bachillerías superficiales? Dejen eso para quien lo entienda, que yo no quiero ruido con el Santo Oficio…” Por seu lado, Gregório de Matos é o “primeiro e maior autor dentre os poetas barrocos do Brasil”, na avaliação de Luciana Stegagno-Picchio (1997, p. 100). Com a alcunha de "Boca do Inferno", o sarcástico e satírico poeta baiano foi denunciado ao Santo Ofício como herético, e logo deportado para Angola, em 1694. Para o presente ensaio comparatista, e sob o eminente risco de nada propormos para além de uma mera reinvenção de jangadas, elegemos lançar as bases para uma leitura hermenêutica de dois poemas reiteradamente citados pelos intérpretes da obra desses célebres escritores. Para cada poema, a leitura se desenvolve segundo três eixos interpretativos: 1) os palimpsestos sarcásticos de poemas plurissignificantes;

64

2) a ironia como recurso estilístico barroco; 3) a escrita jocosa como ferramenta de especulação acusativa e forma de sobrevivência. Vejamos, portanto, os poemas que ocupam o presente horizonte de leitura:

Implora de Cristo um pecador contrito perdão de seus pecados Pequei, Senhor, mas não porque hei pecado, Da vossa alta piedade me despido; Porque quanto mais tenho delinquido, Vos tenho a perdoar mais empenhado.

Aunque eres (Teresilla) tan Muchacha, le das que hacer al pobre de Camacho, porque dará tu disimulo un Chacho, a aquél que se pintare más sin Tacha.

Se basta a vos irar tanto pecado, A abrandar-vos sobeja um só gemido: Que a mesma culpa que vos há ofendido, Vos tem para o perdão lisonjeado.

De los empleos que tu amor Despacha, anda el triste cargado como un Macho y tiene tan crecido ya el Penacho, que ya no puede entrar, sino se Agacha.

Se uma ovelha perdida e já cobrada Glória tal e prazer tão repentino Vos deu, como afirmais na sacra história,

Estás a hacerle burlas ya tan Ducha, y a salir de ellas bien estás tan Hecha, que, de lo que tu vientre Desembucha,

Eu sou, Senhor, a ovelha desgarrada, Cobrai-a; e não queirais, pastor divino, Perder na vossa ovelha a vossa glória.

sabes darle a entender, cuando Sospecha, que has hecho, por hacer su hacienda Mucha, de ajena siembra suya la Cosecha.

Gregório de Matos

Sor Juana Inés de la Cruz

65

O primeiro poema é de autoria de Gregório de Matos, um soneto que, no mais das vezes, é apresentado em coletâneas de poemas sacros. Nesse poema, por exemplo, o próprio título conduz o leitor a uma uma imagem de natureza bíblica: em princípio, o título faz referência a um pecador que, extrema e dolorosamente arrependido, implora perdão para seus pecados. Ao longo do poema, sob forma de silogismo, os versos desenvolvem o raciocínio segundo ao qual, na primeira estrofe, o pecador, mesmo em meio à sua prática constante de ofensa a seu deus, tem sempre em vista a possibilidade de aproximarse desse deus paradoxal: "não é por pecar que me despeço de sua alta piedade, senhor". Na primeira estrofe, observa-se um paradoxo bastante producente em termos de uma cosmovisão estruturada na coincidência de opostos, pois a primeira hipótese, ao mesmo tempo em que afirma que o pecador reconhece seu distanciamento dos mandamentos divinos, também afirma que o pecado não o leva a distanciar-se do deus cristão; muito pelo contrário, quanto mais se peca, mais esse deus está próximo do pecador. O paradoxo termina por se explicar na terceira estrofe, servindo-se da ideia de que que deus afasta-se dos virtuosos para ir em busca dos pecadores, tal como na parábola bilica da ovelha desgarrada, que merece todos os esforços do pastor, o qual sai à sua procura, abandonando o rebanho à sua própria sorte. O poema sugere que o pecado é uma forma de virtude, pois nos aproxima desse deus – ao mesmo tempo em que os virtuosos veem-se distanciados, tal como o rebanho de ovelhas que é deixado pelo pastor que sai em busca da ovelha desgarrada, concentrando esforços e pensamentos nesta, ao detrimento daquelas. Como se vê, o poema traz ideias profundamente controversas com relação aos dogmas da igreja católica. Ademais, o que se observa nesse poema, é que, na última estrofe, esse deus termina por depender do pecador: é no ato de recuperar a ovelha desgarrada que esse deus encontra sua própria glória. Há, no percurso lógico do poema, uma inversão completa de hierarquias: o pecador depende de deus na primeira estrofe, deus depende do pecador na última estrofe. Em outros termos, o poema sugere que Deus, em benefício próprio, é constrangido a perdoar o pecador: a própria glória divina depende do perdão que se concede ao pecador, e subentende-se que esse deus pode experimentar o sentimento de orgulho quando exerce sua faculdade de perdoar os pecadores. Na segunda estrofe, o eu lírico serve-se das tradicionais hipérboles barrocas para construir uma imagem ampliada e magnificente do deus cristão, cujos sentimentos são apresentados de forma paroxística, com se vê em palavras como “irar”, “abrandar”, “ofender” e “lisonjear”, sentimentos extremos. Vale notar também as antíteses que, ao longo do poema, promovem uma binaridade polarizada entre termos que se contrapõem de forma contrastada ou antagônica, acentuando dimensões e proporções, induzindo hipérboles. É interessante observar, na segunda e na terceira estrofes, que esse deus é apresentado como um ser cujos sentimentos e comportamento bastante o igualam aos seres humanos. Deus é capaz de irar-se, sentir piedade, ofender-se, sentir-se lisonjeado, mudar bruscamente de humor e experimentar o sentimento de prazer. Pois bem, vale notar que tanto a ira quanto o orgulho (sentir-se lisonjeado) são pecados capitas na cosmogonia católica. Assim, por meio de um silogismo estruturado em antíteses, paradoxos, hipérboles e hipérbatos, o poema inscreve-se na estética barroca ao mesmo tempo em que se contrapõe aos dogmas que serviam como base para a contra-reforma, a Inquisição e o jugo da sociedade por parte da igreja católica. Assim, a terceira estrofe, de forma carnavalizada, sobrepõe camadas de vozes palimpsésticas e traz à tona a célebre passagem bíblica do filho pródigo. A conclusão do silogismo paradoxal encontra-se na quarta e última estrofe, em que o pecador assume sua condição de ente apartado do conjunto dos virtuosos e implora, servindo-se do modo verbal imperativo que se se observa nas preces litúrgicas católicas, de forma a intensificar a magnitude do seu pedido, e indicar a esse deus que o perdão a um pecador 66

arrependido é um gesto de grande envergadura. Contudo, vale ressaltar que os verbos no modo imperativo (“cobrai-a” e “não queirais”) induzem o leitor à ideia de que o ser humano pode assumir uma posição hierarquicamente superior a Deus. O mero esboço dessa ideia em público seria já suficiente, em tempos de Inquisição, para suplícios e flagelos letais. Contudo, outros paradoxos, tão em voga no culteranismo barroco, distribuem-se de forma profusa ao longo do poema. Se o tema inicial do poema é o perdão implorado, o próprio poema atribui a esse deus humanizado alguns gestos, atitudes ou qualidades comportamentais, como a ira e o orgulho (lisonjeado), que por si só enquadram-se no rol dos sete pecados capitais. Por outro lado, o poema também atribui ao supremo ser celestial dos cristãos, sentimentos humanos comezinhos, tal como o prazer ou a capacidade de experimentar o sentimento de glória. Como se vê, o poema iguala os seres humanos e os seres divinos: estes seriam feitos à imagem daqueles. Nesse contexto, o hipérbato torna-se um recurso estilístico extremamente producente em termos de ironia, tal como veremos também em poema de Sor Juana. No caso desse texto do “Boca do Inferno”, o título, ao ser reordenado na forma discursiva direta, traz duas possibilidades de leitura. A a primeira seria aquela, mais à superfície, em que um pecador implora perdão por seus pecados a Cristo. Na segunda leitura, o pecador implora que Cristo assuma a sua condição de pecador. Observa-se que o hipérbato, essa inversão violenta da ordem sintagmática das palavras, serve para ampliar a ambiguidade e a polissemia. Nessa caso, o poema de Gregório em tela, que se presta às coletâneas de poemas sacros, traz um empilhamento de vozes palimpsésticas que conduzem a leitura em meio a uma dicção irônica, ou mesmo sarcástica, com relação aos dogmas fundamentais da igreja católica. É nessa perspectiva que passaremos agora à leitura do poema de Sor Juana, acima transcrito, o qual, por sua vez, é qualificado como um poema meramente jocoso pela crítica especializada na obra da monja. Nesse poema, o eu-lirico discorre sobre o comportamento adúltero de uma jovem chamada “Teresilla”, infiel a seu companheiro ou marido, que atende pelo nome de “Camacho”. O poema resulta de um desafio lançado à freira-poeta, para a elaboração de um texto com as rimas anti-musicais “acha”, “acho”, “ucha”, “echa”: segundo Otávio paz, trata-se de um poema burlesco pra ser lido em alta voz para um público de tabernas (PAZ, 1982, p. 401). Sobre a série de poemas condimentados pela freira com um “humor canalla” que são um “ejemplo da la conjunción de los opuestos” barroco, acrescenta Paz: “es revelador que se hayan escrito em un monasterio y que hayan sido publicadoscomo obra de una monja” (1982, p. 401). Vale observar que o próprio Octávio Paz dedica uma dezena de linhas ao poema e passa adiante: O poema goza de excelente fortuna, sendo retomado, mesmo nos dias de hoje, para apresentar, de forma jocosa, a relação matrimonial entre uma mulher volúvel e seu desatento marido. Com expressões chulas tais como “de lo que tu vientre desembucha”, o poema faz referência aos seguidos filhos alheios (“chachos”) que Camacho toma como seus, como se vê no último verso: “de ajena sembra suya la cosecha”. Antonio Alatorre (1986) anuncia: “Naturalmente, no es Camacho el padre de las criaturas que una tras otra va pariendo Teresilla; y, por si acaso se huele algo, Teresilla tiene lista la respuesta: en vez de protestar, que Camacho se alegre: está cosechando tranquilamente lo que otros se tomaron el trabajo de sembrar.” Cabe aqui introduzir um elemento de reflexão: esse poema é marcado por uma visão desrealizante, antirrealista da existência, uma vez que apresenta o reverso da imagem amplamente compartilhada sobre o adultério, sobretudo no que se refere à noção de pecado e de hierarquia entre o adulterino e sua contraparte: Teresilla é apresentada como alguém nitidamente superior a Camacho. Nesse aspecto, percebe-se a sutilidade com que Sor Juana exercita a possessão de uma voz eminentemente feminina. Antonio Alatorre (1986) conclui que, em meio a uma enxurrada de poemas misóginos, “cuyo gran maestro fue don Francisco de Quevedo”, o texto de Sor Juana é “un burlesco homenaje a la tal Teresilla, tan experta en el hábito de la promiscuidad como en el arte de fingir inocencia; todo el tiempo le está poniendo cuernos al marido”. 67

Nessa primeira leitura, um tanto ingênua, como veremos, o “penacho” é uma clara metáfora para os cornos ou chifres carregados ou ostentados por Camacho, e esses chifres já estão tão crescidos que o marido traído precisa se abaixar para passar por sob as portas. Teresilla está tão habituada a seu ofício adúltero, que sempre encontra subterfúgios para manter Camacho em seu engano viril. O leitor já terá notado que essa mesma leitura burlesca pode, em um segundo momento, conduzir a significados diametralmente opostos. O poema, nessa caso, pode ser visto como uma sarcástica crítica à condição feminina no México do séc. XVII. Teresilla, que se encontra enclausurada entre simbólicos parênteses, é, nesse caso, uma jovem (“muchacha”) que se presta ao (atualíssimo) jogo de sedução e de engano. Teresilla, nesse caso, presta-se à admiração de seus pretendentes, entre os quais encontra-se Camacho. Entre todos, Teresilla certamente escolherá aquele que se apresentar de forma mais ostentosa, mais “sin tacha”, sem aparência de máculas. No restante do poema, Teresilla faz com que seus pretendentes exercitem-se na animalesca função de se ostentarem e executarem difíceis tarefas na esperança da obtenção dos favores da jovem e fútil Teresilla. Ora bem, qual é a função daqueles inesperados parênteses que mencionamos acima? Se, na escrita barroca, os signos visuais têm forte poder expressivo, para que servem esses signos diacríticos que vem substituir o emprego de vírgulas com função vocativa? Por que razão o emprego de parênteses, e não chaves “{}” ou colchetes “[]”, ou mesmo simples travessões parentéticos? Busquemos mais pistas ao longo do poema: o leitor terá observado que, na segunda estrofe, o “penacho” serve como uma metáfora para o empavoamento a que se prestam os machos quando se exercitam em jogos de sedução de fêmeas. Na terceira estrofe, o exercício é apresentado como um jogo de burlas que a fêmea cobiçada aplica aos machos empavoados. Nesse contexto, a fêmea experimenta o prazer do poder ao lograr escapar das várias situações que ela própria provoca no intricado jogo de sedução entre machos e fêmeas. Ora, a terceira estrofe já afirma que esse jogo de sedução é tudo o que pode oferecer Teresilla, desde suas mais profundas entranhas, desde seu sistema reprodutor, suas genitálias: “lo que tu vientre desembucha”. A ultima estrofe é ainda mais incisiva, pois afirma que Teresilla obtém prazer de um jogo de sedução e poder que, no final das contas, é invenção alheia, é invenção dos próprios machos para que as fêmeas mantenham-se ocupadas com um jogo inócuo de poder. Teresilla acredita ser a peça central no jogo, quando é apenas um joguete num sistema cujas regras e códigos foram inventados pelos machos, desde muitos séculos atrás. O poema inicialmente burlesco e jocoso, por meio de vozes palimpsésticas que exploram certos efeitos do discurso indireto livre, torna-se um instrumento de denúncia e conscientização, sobretudo se adequadamente trabalhado em sala de aula. Prossigamos ainda pelas trilhas espantosas desse poema de óbvia genialidade: já de início, observamos, no primeiro verso, que a personagem de Teresilla é apresentada de forma pouco usitada no que se refere à norma culta da escrita. Teresilla é um nome que vem enclausurado entre parênteses, quando esperaríamos vírgulas ou travessões parentéticos. Na presente leitura, é possível perceber seguros elementos de uma feroz crítica às mulheres que se prestam ao jogo de sedução e de poder sensual, como se observa na relação entre Teresilla e Camacho. Não seria difícil encontrar inúmeras "Teresillas" entre as mulheres que frequentavam a corte na Nova Espanha. Na segunda estrofe, Teresilla intensifica e diversifica as etapas e modalidades de seu jogo de sedução, encarregando seu pretendente, Camacho, com tarefas de árdua execução, as quais terminam por fazer dele um "triste macho". Nesse caso, o penacho corresponde à ideia de que os machos procuram apresentar-se em sua melhor figura, altivos, altaneiros, empertigados, de tal forma cheios de si mesmos que devem encolher-se para passar sob o umbral das portas no caminho.

68

Nessa leitura, uma crítica às mulheres fúteis que se entregam ao jogo da sedução e das burlas com o sexo oposto, observa-se que o jogo conduz a ações unicamente lúdicas que a mulher aplica em sua relação de trocas com seus pretendentes. Nesse caso, Teresilla esta tão habituada a lançar promessas vazias e plenas recusas que consegue destramente escapar aos avanços dos machos afoitos. Ora, o terceiro verso é incisivo: a leviandade de tal comportamento provém das mais profundas entranhas de Teresilla, provém de sua genitália. Contudo, a última estrofe termina por afirmar que esse comportamento, do qual a fêmea cobiçada obtém tanto prazer em função do poder exercido sobre os machos, em verdade é um jogo alheio à própria vontade feminina, é um jogo inventado pelos machos, e o poder exercido pelas fêmeas é um poder inócuo. Mais grave ainda, esse jogo, pelos séculos dos séculos, conserva a mulher enclausurada em uma condição feminina servil, ancilar, sobretudo se lembrarmos que, no México, “muchacha” é o termo utilizado para designar as serviçais domésticas. Retomando ideias de Mariza Correa (2004), pode-se então dizer de Sor Juana: “Seu traje de monja, suas líricas de adulação ao poder, seus sonetos religiosos, eram, de fato, uma trampa (trama, enredo, tramóia), a única disponível no seu tempo, para registrar essa gramática americana, de um modo um tanto enviesado, já que não foi escrava, mas mesmo assim honrou o nome da mãe.” Aqui podemos entrever um possível significado ou razão para os parênteses utilizados no primeiro verso: Teresilla é uma mulher enclausurada nesse jogo de sedução do qual participa também Camacho. Ora, se levarmos em consideração o gênio de Sor Juana e a função simbólica dos signos visuais na estética barroca, é possível perceber na forma gráfica dos parênteses fechados () uma provável alusão à condição feminina de Teresilla, e esse signo diacrítico assume-se como uma alusão visual à genitália feminina. O leitor do presente estudo, espantado com tal possibilidade de expressão por parte de uma monja, pode objetar que incorremos aqui no risco de uma sobre-leitura. Contudo, é preciso perceber que estamos diante do gênio ímpar na literatura latino-americana. O duplo parênteses, nesse caso, exerce uma função expressiva que se confirma pelo terceiro verso da terceira estrofe: a fútil Teresilla está irremediavelmente presa numa condição que seu próprio “vientre desembucha”! Considerações finais Por si próprio e por sua estrutura formal (ordenamento e articulação de palavras, recursos estilísticos, ambiguidade e polissemia), os sonetos aqui abordados são tão significativos quanto as ideias que neles se distribuem e se contradizem, de forma explícita ou velada. Os referidos textos poéticos, apesar da distância que separa os autores, são marcados pelo conceptismo barroco, por agudezas linguísticas e engenhos semânticos que permitem dar múltiplos nomes a um só objeto, que permitem explorar as mais variadas e contraditórias veredas para definir uma única noção ou conceito. Nesse ponto, Sor Juana e Gregório convergem a um mesmo e único ponto: a genialidade de dois autores eminentemente latinoamericanos.

69

Bibliografia ALATORRE, Antonio. Sor Juana y los hombres. Estudios. n. 7. México, 1986, pp. 7-27. Disponivel em: http://biblioteca.itam.mx/estudios/estudio/estudio07/sec_3.html. Acesso em: 27/julho/2014. BRESCIA, Pablo A. J. Las razones de sor Juana Inés de la Cruz. Anales de Literatura Española. Nº 13. Alicante, 1999, p. 85–105. Disponivel em: http://rua.ua.es/dspace/bitstream/10045/7350/1/ALE_13_07.pdf. Acesso em: 27/julho/2014. CANDIDO, Antonio. Literatura e Sociedade: estudos de teoria e história literária. São Paulo, Ouro Sobre Azul, 2006. CORREA, Mariza.Trampas do traje. Cadernos Pagu. 2004, n.22, p. 185-200 . Disponível em: http://www.scielo.br/pdf/cpa/n22/n22a08.pdf. Acesso em: 27/julho/2014. IMBERT, Enrique Anderson; FLORIT, Eugenio. Literatura hispano-americana. Antologia e introducción histórica. New York: Holt, Rinehart and Winston, 1960, p.145. MACHADO, Álvaro Manuel; PAGEAUX, Daniel-Henri. Da Literatura Comparada à Teoria da Literatura. 2 ed. revista e ampliada. Lisboa, Presença, 2001. MARTINS, Nilce Sant'anna. Introdução à Estilística. São Paulo, EDUSP, 2008. MEDINA, Rubén Darío. A filo de bisturí: algunas variantes en el discurso religioso de Sor Juana Inés de la Cruz. Multidisciplina. V. 10. Santa Cruz Acatlán, 2011, pp. 89-100. Disponível em: http://www.acatlan.unam.mx/multidisciplina/file_download/117/multi-2011-09-06.pdf. Acesso em: 27/julho/2014. STEGAGNO-PICCHIO, Luciana. História da Literatura Brasileira. Rio de janeiro, Nova Aguilar, 1997.

70

LA CRISIS DE CIUDAD EN LA NARRATIVA RECIENTE DEL EJE CAFETERO Rigoberto Gil Montoya Universidad Tecnológica de Pereira Colombia Constituido por tres departamentos, Caldas, Risaralda y Quindío y tres ciudades intermedias como sus capitales, Manizales, Pereira y Armenia, el denominado Eje cafetero fortalece su relación con la cultura colombiana y en especial con su tradición literaria, a través de las más variadas expresiones narrativas, algunas de las cuales se producen por fuera del mercado editorial que cubre al país. En esta ocasión, busco profundizar en el tópico de la representación de ciudad que algunos novelistas exploran en sus obras recientes, no sin antes señalar ciertas características de orden literario en el ámbito de la historia de la región, en aquello que se ha dado en llamar lo “grecolatino” y/o lo “grecocaldense”. Esto con el fin de ligar la breve tradición literaria del Gran Caldas al denominado “paisaje cultural cafetero”, a propósito del reconocimiento de un territorio como ecosistema cultural, no ajeno a las crisis de un país híbrido en el mapa complejo de sus regiones. El trabajo de reflexión busca elementos comunes y diferenciales en obras tan disímiles como Tierra de leones (1986) de Eduardo García Aguilar, Corte final (2002) de Jaime Echeverri y Cielo parcialmente nublado (2013) de Octavio Escobar Giraldo. Se trata de ahondar en ciertos contenidos de las obras señaladas, para caracterizar en ellas unos elementos sustanciales en la composición imaginaria de unas nociones de ciudad que se resuelven en crisis, o bien como sentimiento ambiguo de unos personajes que entran en conflicto emocional con sus lugares de origen, o bien como manifestación de lo anómalo en espacios inestables donde se impone la soledad, lo marginal, la crisis de valores y la inacción. La reflexión que propongo busca, asimismo, vincular las expresiones literarias de algunos narradores de la región del Eje cafetero, con las manifestaciones de la más reciente literatura que se escribe en el país, en la que se insiste en dar cuenta de los conflictos propios de las ciudades colombianas modernas. El propósito, en este caso, es validar la existencia de una literatura que sólo por una contingencia de tipo territorial, ubicamos en un lugar de la geografía colombiana, pero que por su composición y sus logros estéticos y literarios, no se aparta de los rumbos que dicha literatura expresa en las coyunturas históricas de nuestro país en el siglo XXI. Una herencia de colonización Cuando en Colombia se habla del Eje Cafetero y más recientemente del Paisaje Cultural Cafetero, se hace referencia a tres departamentos en particular, Caldas, Quindío y Risaralda, cuyas capitales, Manizales, Armenia y Pereira respectivamente, comparten una historia común en cuanto a los procesos de colonización (el antioqueño y caucano) que se vivieron en parte del siglo XIX, y al fenómeno de poblamiento urbano, luego de su demarcación en una compleja geografía atravesada por el sistema montañoso de la región Andina. No extraña, asimismo, que para inicios del siglo XX suela hablarse del Gran Caldas o el Viejo Caldas, no sólo por unas confluencias político-administrativas (Manizales se erigió capital de la región), sino además por unas circunstancias históricas compartidas. La existencia de los antiguos caminos indígenas (Vito, 2008, 57-78) impulsaron unas dinámicas de intercambio de productos básicos y circulación de unos saberes comunitarios. Así, la arriería sería uno de los primeros motores de trueque comercial, unida a la fonda como una “bolsa mercantil”, que pronto se convirtió en “eje de la comunidad” (García, 1978, 37), 71

y en promotora de una actividad mercantil, un tanto informal, aunque efectiva para el crecimiento de las pequeñas poblaciones, enraizadas en unos preceptos morales y religiosos cristianos, como legado o imposición –según se mire– de la permanencia de la cultura española en la Colombia republicana, posterior a las luchas de independencia. En relación con su memoria escrita, podríamos decir que la circulación de documentos impresos en el Gran Caldas también ofrece unas similitudes. Las primeras imprentas que se instalaron en la región se remontan a finales del siglo XIX o principios del XX. La primera que se abrió en Pereira, por ejemplo, data de 1903 y fue agenciada por el comerciante Emiliano Botero (Correa, 1960, 76-77). Más tarde, en 1909, se abrió en Pereira la Imprenta Nariño, cuyas máquinas fueron adquiridas a un empresario de Manizales, donde funcionaba con el nombre de Tipografía Caldas. Si se cotejan los contenidos de las primeras publicaciones, de carácter periodístico, podríamos establecer unos elementos análogos: lo que se escribe en estos medios de circulación limitada resalta la vida en comunidad, anima una idea de progreso entre los lugareños y se impone, desde las líneas editoriales, una especie de fiscalización en el actuar de las autoridades locales. La idea de progreso está vinculada con la construcción de vías, parques, medios de transporte y establecimientos de comercio. En cuanto a los contenidos temáticos, se da lugar al acontecimiento cotidiano de una sociedad que se organiza, privilegiando una mirada costumbrista, heredada de viajeros y cronistas decimonónicos, en la que la poesía juega un papel de primer orden, al extremo de que la publicidad que aparece en los periódicos, se escribe a manera de rima y de versos bufos. En términos literarios, los poetas tendrían el privilegio de aparecer como garantes de una cultura letrada. De ahí su protagonismo en las páginas sociales y en las actividades culturales en las que participa la comunidad que apela al orden y al pragmatismo. Una herencia grecolatina En materia de la producción literaria, las primeras décadas del siglo XX descubren a la región cafetera aún ligada a los influjos del Romanticismo, cuya figura cimera fue Jorge Isaacs, autor de María (1867), la novela emblemática de un sentir popular, donde lo trágico, en tanto visión de mundo, acendra la representación de un paisaje que influye en los estados anímicos de sus protagonistas. La novela de Isaacs fue imitada en el contexto cafetero tanto en estilo como en contenido. Ese influjo se sintió con fuerza en la poesía que autores como Aníbal Arcila, Victoriano Vélez, Juan B. Gutiérrez, Lisímaco Salazar publicaban en la prensa local. En cuanto a la narrativa, la imitación corrió por cuenta del manizalita Arturo Suárez, en cuyas novelas de honda raíz popular, Montañera (1916) y Rosalba (1918), se percibe aún la idealización del paisaje, aunque el autor conseguirá agregarle a sus tramas un color local distintivo de la región. Pero quizá el ejemplo mayor de la resonancia del drama de Efraín y María en nuestro paisaje, lo verificamos en Rosas de Francia (1926), la primera novela del escritor Alfonso Mejía Robledo, un hombre nacido en Villamaría (Caldas) en 1897, pero criado en Pereira, donde publicó la mayor parte de su obra poética y narrativa. Mientras se extendía la sombra de María en el imaginario de algunos autores locales, otra sombra, quizá más fuerte, se cernía sobre el país. Me refiero al poeta modernista Guillermo Valencia, un hombre nacido en Popayán, muy influyente en la creación de un estilo nacional que, una vez avalado por la clase política de la gramática y el poder centralista (Deas, 1993, 25-60), se impuso en el país, como deriva de erudición y alta cultura. El poeta Valencia encarnó lo que críticos y especialistas han denominado el Grecolatinismo, una especie de escuela retórica y literaria, sustentada sobre la base de unas búsquedas estéticas foráneas, que lograron opacar, hasta la segunda mitad del siglo XX, cualquier intento de renovación, expresado tempranamente en las Gotas amargas de Silva y en su novela De sobremesa, que hoy puede leerse como declaración de unos principios estéticos a los que se acogió el poeta dandy, como un modo de rechazo al ambiente cultural que vivía en su aldea natal. El otro intento de renovación opacado por ese estilo nacional de la grandilocuencia, fue sin duda el que brilló en el costumbrismo raizal de Tomás Carrasquilla.

72

A ambos intentos renovadores, habría que agregar el que impulsó el quindiano Luis Vidales al publicar su celebrado libro Suenas timbres en 1926. Para entonces los coletazos del vanguardismo eran fuertes en Chile, México y Argentina, pero muy tímidos en Colombia. Sin embargo, visto en perspectiva, una pequeña estridencia vanguardista puede hoy subrayarse en las crónicas de Luis Tejada y en la poesía de León de Greiff y Vidales. Sólo que en la década del veinte, el país seguía ocupado en resaltar, como expresión ideal, el formalismo poético y exótico de Guillermo Valencia, señalado irónicamente por Eduardo Carranza, a comienzos de la década del cuarenta, como “un taller de belleza, una ortopedia de palabras”(Carranza, 1986, 192), mientras la clase popular y periférica hallaba en la poesía de Julio Flórez la expresión más auténtica de un sentir social. Tanto el formalismo poético y exótico de Valencia, como la poesía sentimental de Flórez, tuvieron gran acogida en la región Andina, lo que tal vez nubló la trascendencia de la obra narrativa de Bernardo Arias Trujillo, pero, en especial, la ejemplar vocación artística y arriesgada de un intelectual que no hizo deslindes entre sus preocupaciones estéticas y su vida personal, de cara a un contexto social y cultural pobre en tales vocaciones (Valencia y Vélez, 1997). Las garras de los Leopardos En relación con el Gran Caldas, dos fueron las vertientes que alimentaron procesos de escritura en la primera mitad del siglo XX. Por un lado, la herencia de Carrasquilla señaló el camino de los cuadros de costumbres y de los dramas locales, a partir del uso de un lenguaje rico en coloquialismos, derivado en parte de la colonización antioqueña. En este sentido, obras como Bobadas mías (1933) y Asistencia y camas (1934) del manizalita Rafael Arango Villegas y El río corre hacia atrás (1980) del pereirano Benjamín Baena Hoyos, determinan los alcances de un estilo marginal, apreciado en la provincia, muy distante, en sus propósitos literarios y humanísticos, del que agenciara el establecimiento político central bogotano, visible en las preceptivas y estudios académicos de Caro y Cuervo. Por otra parte, pronto se impuso, quizá con mayor fuerza, el legado canónico de Guillermo Valencia, al ser acogido por un grupo de jóvenes radicales, cuyas preocupaciones en el campo intelectual desconocían las líneas divisorias entre política y arte, respondiendo así a las vagas nociones que sobre literatura se tenían a principios del XX en el país, donde igual se consideraba literario un discurso político, un panegírico o un texto periodístico de opinión. Me ocupo aquí de los denominados Leopardos, cuya filiación política al Conservatismo, se dio en un momento de crisis al interior de este partido, cuando ya la hegemonía conservadora que ostentaban desde el siglo XIX –la llamada Regeneración–, empezó a sufrir fracturas. Esta situación coincide, paradójicamente, con el hecho de que el poeta Guillermo Valencia, fungiendo como candidato a la presidencia de la República por el conservatismo, fue derrotado en 1930 –segunda vez en su carrera política–, por el liberal Olaya Herrera. Fieles a unas ideas radicales, cercanas al fascismo de Mussolini y al falangismo de Primo de Rivera, jóvenes conservadores como José Camacho Carreño, Eliseo Arango, Augusto Ramírez Moreno, Joaquín Fidalgo Hermida y los caldenses Aquilino y Silvio Villegas, insistieron en la construcción de una retórica que seguía remarcando el gusto por una expresión poética y narrativa incendiarias, puestas peligrosamente al servicio de unas ideologías en pugna, cuya mayor estetización, en el terreno de la realidad histórica y social, podría evidenciarse en los discursos instigadores de Jorge Eliécer Gaitán y Laureano Gómez. Una expresión retórica que en el campo minado de la escritura en el Gran Caldas, exhibe un libro emblemático, cuyo título hoy sugiere un rumbo nacional: No hay enemigos a la derecha. En las páginas de ese libro, su autor, Silvio Villegas, declara su adherencia a una generación “excesivamente literaria”, cuyas búsquedas humanísticas descansan, según él, en el “aspecto estético del catolicismo” (Villegas, 1937, 19-23). Cuando un muchacho de la Costa Caribe, Gabriel García Márquez, se atrevió a preguntar en 1948 por la herencia literaria que recibía de los mayores y expresó que ésta tenía un “sabor de barricada” y una “dimensión de trinchera” (Arango, 1995, 18), sospecho que apuntaba al estilo y a las visiones de mundo 73

que defendían los Leopardos, a quienes miembros del Grupo de Barranquilla solían llamar, no sin sorna, los Grecocaldenses. Luego, en 1969, serían llamados Grecoquimbayas por Jaime Mejía Duque en su ensayo “Problemas de la Literatura en Caldas. La cultura en la provincia en el marco de ciertas condiciones sociales de ´subdesarrollo´”. En algunas de sus columnas de opinión de 1950, publicadas en El Heraldo de Barranquilla, García Márquez aludía a ellos como parte del “emplasto oratorio de indiscutible calidad nacional”, afectos a “manifestaciones tribunicias”, capaces de citar “con mayor desenfado a Cicerón, en jerga romana, como otros connotados oradores citaron a Goethe en grecocaldense, sin advertir la procedencia de la cita y valiéndose del socorrido argumento de que en el discurso oral no se ven las comillas” (García Márquez, 1991, 189). Con el Nobel de Aracataca buscaba lugar una generación que trazó límites a la larga existencia de un estilo impostado, propio de una “desmesura provinciana” (Gutiérrez Girardot, 1982, 448-467), de unas formas excesivamente literarias, para dar paso a una literatura con influencias distintas, acaso más próximas a las necesidades de representación de las crisis sociales y culturales de un país violento, fragmentado y desigual. Otras voces, otros ámbitos Las tempranas posturas críticas de García Márquez frente a la tradición literaria heredada y el afortunado ejercicio de experimentación al que sometió su propia obra, constituyeron un cambio de rumbo en los procesos literarios del país. Para el caso de la literatura producida en el Eje Cafetero o del Gran Caldas, ese cambio se advirtió inicialmente en las obras de autores como Humberto Jaramillo Ángel, Silvio Girón, Jaime Echeverri, Néstor Gustavo Díaz y Eduardo García Aguilar. El quindiano Jaramillo Ángel fue un autor que ya en los años cuarenta se atrevía a escribir unos relatos apelando al fluir de la conciencia y al manejo complejo de temporalidades, a partir de la invención de personajes con una hondura psicológica (Reyes, 2009). Esa experimentación y capacidad de complejizar destinos y de admitir un lugar desde lo poético al hecho cotidiano, se percibiría de nuevo en un libro elogiado del manizalita Jaime Echeverri. Me refiero a Historias reales de la vida falsa (1979). Entre uno y otro autor emerge, para Pereira, la narrativa moderna de Silvio Girón Gaviria. En obras suyas como Ninguna otra parte (1971) y Rostros sin nombre (1973), el rumor de la ciudad en crisis, los diálogos del rebusque, empiezan a exigir su propia representación en el plano de una literatura que ya reconoce lo inocultable: la anomalía de sus contextos, la violencia urbana, el desamparo, la pobreza, el desplazamiento y el no futuro (Gil, 2002, 130-132). De la representación de lo anómalo a la representación del esperpento, el camino resulta corto. Es aquí donde ubicamos obras como La loba maquillada (1975) de Néstor Gustavo Díaz y Senador cena senador (1985) de Carlos Eduardo Marín Ocampo, donde se recrea un ambiente cultural local, desde un tratamiento estético no exento de ironía y mofa. En ambos textos se hace una rendición de cuentas, por vía de la ridiculización y el adefesio, a ese ambiente social que protagonizaron algunos miembros de los Leopardos, al pretender convertir a Manizales en un fortín ateniense. Este malestar de la cultura se presiente en buena parte de la narrativa del manizalita Eduardo García Aguilar, especialmente en su trilogía Tierra de leones (1986), El bulevar de los héroes (1987) y Viaje triunfal (1993). La extravagancia, la teatralidad exótica de los personajes de Aguilar, insisten en recordar un pasado lleno de viejas glorias literarias, que habitan un mundo de la impostura y la superficie, marcada por la adherencia a ciertos ideales estéticos alineados a un romanticismo decimonónico, mezcla de simbolismo y decadentismo, donde la figura de Rubén Darío deviene alegórica. El empleo de tales recursos descubren en el autor una “inveterada nostalgia por la ciudad de Manizales” (Vélez Correa, 2003, 47), el reclamo por el declive de una ciudad que pareciera vivir de un pasado glorioso, visible aún en la arquitectura kitsch de su casco central urbano. Para Vélez Correa, subyace en la obra de Aguilar una especie de “homenaje crítico a las generaciones de soñadores que creyeron y lucharon por hacer de esta capital de provincia una especie de Atenas merecedora de ser llamada el Meridiano Cultural de Colombia” (Vélez Correa, 2003, 47). 74

Crisis de ciudad: lo que anuncian las voces neogrecolatinas Del homenaje crítico a una ciudad de pasado glorioso en el imaginario de sus intérpretes, a la imagen híbrida de una ciudad que acentúa, al masificarse, la crisis social más allá del centro autorizado de la urbe, se perfila en el Eje Cafetero una escritura que aprovecha los logros estéticos y literarios del llamado Boom latinoamericano. Dicho de otra manera: los autores jóvenes, que nacieron bajo la sombra del realismo mágico, comprendieron el ejercicio de la literatura como campo de experimentación formal y el lenguaje como principio de renovación, a partir del cual se ampliaron, en las expresiones del posboom, las miradas críticas sobre unos contextos inestables, en los que el extraño rumor de la vida urbana y la paradójica soledad del citadino estimulan la imaginación de sus creadores. En cuanto a las ciudades intermedias que se suman al territorio del Gran Caldas, los contextos inestables se ligan al contexto mayor de un país que busca modernizarse, sin que logre esquivar del todo los coletazos de unos fenómenos con historia propia: la violencia bipartidista, las componendas políticas del Frente Nacional, el acendramiento de las guerrillas rurales y urbanas, el ascenso del narcotráfico, los desplazamientos forzados hacia las periferias de ciudades en contraste, los fallidos procesos de paz y la indiscriminada violencia paramilitar y del crimen organizado. Lo que se puede leer en este nuevo proceso de escritura resulta muy interesante y, desde luego, conflictivo, para quienes aún reclaman de la literatura sus nexos a unos procesos de representación, más cercanos al realismo de Álvarez Gardeazábal y al neocostumbrismo de Fernando Vallejo, y muy lejos de cualquier tipo de esa experimentación que bien puede rastrearse en obras narrativas como Los papeles de Dédalo (1983) y La historia imperfecta (1987), de los pereiranos Eduardo López Jaramillo y Hugo López Martínez. O en El último diario de Tony Flowers (1995) y Variaciones (1995), de los manizalitas Octavio Escobar Giraldo y Adalberto Agudelo Duque. O en Crónicas de Temis (1993) y Ópera prima. Altamira 2001 (2001) de los quindianos Susana Henao Montoya y Ómar Ramírez García. Desde este lugar movedizo, se entiende mejor la visión crítica de Bonel Patiño en su ensayo “Neogrecolatinismo: una revisión de nuestra literatura caldense actual”, cuando afirma que los nuevos actores de la literatura en Caldas son igual de escapistas y evasivos que los autores afines al Grecolatinismo, en virtud a que las técnicas empleadas y los temas tratados por estos creadores recientes en sus propuestas literarias, los vincularía más con asuntos europeos y norteamericanos, dando así la espalda a realidades propias colombianas. Para este crítico, los nuevos escritores y poetas de su comarca continúan siendo “lejanos y difusos (....) nuestros creadores parecen haber escondido la cabeza como el avestruz” (Patiño, 2003, 132). Las apreciaciones de Bonel Patiño resultan sugestivas, aunque tal vez poco objetivas frente al alcance estetico y social de lo que él señala como nueva producción neogrecolatina, esto es, posterior a la influencia en nuestro medio de la retórica excesiva de Silvio Villegas (piénsese en El hada melusina), cuyas huellas aún se revelan en la ensayística de Otto Morales Benítez, o en las columnas de opinión de Fernando Londoño Hoyos, a quien atacan con frecuencia, tildándolo de “grecocaldense” (Abad Faciolince, 2005, Semana, No. 1226, 84). Por “lejanos y difusos” comprendo más bien la apuesta por una escritura que en si misma se debe a las influencias foráneas, pero en el sentido positivo del indicado por el joven García Márquez en 1950: “Todavía no se ha escrito en Colombia la novela que esté indudable y afortunadamente influida por los Joyce, por Faulkner o por Virginia Woolf. Y he dicho , porque no creo que podríamos los colombianos ser, por el momento, una excepción al juego de las influencias” (García Márquez, 1991, 190).

75

Este juego de las influencias ha permitido que a la zona geográfica del Eje Cafetero lleguen vientos que han refrescado el ambiente de su variada literatura, a partir de la inclusión de elementos que parcialmente podría enumerar aquí, señalando, entre paréntesis, algunas de las obras en las que es posible reconocer estas virtudes: la profundización en temas caros a la cultura popular (Reina de picas, 1993, de Jaime Echeveri); la ironía y la parodia como instrumento semántico que despliega ambigüedad literaria (De rumba corrida, 1999, de Adalberto Agudelo); la reactulización de momentos históricos, inherentes al pasado de la región (1851. Folletín de cabo roto, 2007, de Octavio Escobar); el tratamiento del fenómeno de la violencia a través de complejas estructuras narrativas (Pensamientos de guerra, 1998, de Orlando Mejía Rivera); la incursión en el género negro (Saide, 1995, de Octavio Escobar y El juego de Archer, 2010, de Adrián Pino); y el trabajo intertextual con formatos propios de la subliteratura: el cómic, las radionovela, las revistas de aventuras (Plop, 2004, de Rigoberto Gil). A estos elementos variados habría que agregar el de la ironización de unos tópicos canónicos. Si bien en la trilogía mencionada de Eduardo García Aguilar se recrea un supuesto pasado ilustre, la ausencia de una mirada irónica por parte del autor le cede el paso a un reclamo nostálgico, en el que pareciera invocarse el paraíso perdido de la anacronía, como el que representa y reclama el poeta viajero Leonardo Quijano en Tierra de leones (1986). Al retornar a la pequeña ciudad de Los Andes –clara referencia a Manizales–, Quijano observa que la ciudad de su juventud ha sido desplazada por una ciudad con aspiraciones modernas, que arrasa con una memoria y unos valores instrínsecos, para él, a una alta cultura: “La ciudad progresaba y crecía devorando los montes aledaños, deglutiendo viejos parques románticos, chupándose los aires andinos, carcomiendo la paz de los recuerdos y la ternura de los recodos inolvidables.” (García Aguilar, 1997, 50). La ironización resulta más clara en Corte final (2002), la novela de Jaime Echeverri. Néstor es un personaje frío y agudo en sus posturas críticas frente a Manizales. Más por un deber moral que por capricho o gusto, Néstor retorna a la ciudad de su infancia para asistir al entierro de su madre. La desaparición de la figura materna lleva consigo la negación de su propia naturaleza, unida al ámbito de una ciudad que a Néstor se le antoja decadente y opuesta a lo que él ha conseguido ser, o cree haber sido, en otra parte. Implacable en el momento de arrasar con las imágenes de un pasado reciente y perverso en su dinámica de liquidar mitos, el regreso de Néstor es doloroso, porque al poner en tela de juicio la conducta moral de su propia familia, pone en el centro del desastre su propia educación y con ella, las improntas y convenciones de una sociedad ampulosa, frívola, hipócrita y “esquizofrénica. Una de sus caras pregona una intachable moralidad, mientras la otra se regocija en lo prohibido” (Echeverri, 2007, 20). Sin antídotos para detener la propagación de esta enfermedad social, Néstor se lanza a recorrer una ciudad extraña, incomprensible y vaga: Todo superpuesto, escondido, agazapado, esperando el momento de manifestarse. Torrente que corre entre las fachadas, convirtiendo cada acera en la orilla de un río tormentoso. Imágenes de mí mismo reproducidas, multiplicadas, encerrándome entre las rejas de una nostalgia que no me pertenece y que desecho (Echeverri, 2007, 34-35). Perteneciente a una familia con menos traumas, Andrés, el personaje de Cielo parcialmente nublado (2013), la novela de Octavio Escobar, también retorna a Manizales. Esta vez para acudir al llamado de su familia, preocupada por la salud mental del padre, a propósito de la situación política que se vivía en el país, durante los frustrados diálogos de paz que Andrés Pastrana llevó a cabo con el movimiento guerrillero de las Farc. Aún se recuerda la famosa silla vacía que no ocupó Manuel Marulanda, alias “Tirofijo”, en las negociaciones de paz, que permitieron el despeje de la zona del Caguán, lo cual, como sería analizado luego por especialistas, fortaleció militarmente a la guerrilla en una vasta zona del país. El padre de Andrés sufriría de ansiedad y temor frente a lo que podría pasar si el gobierno le entregara el poder a la subversión.

76

El viaje que Andrés emprende desde España a Colombia, y en especial, a su tierra natal, será un reencuentro con su familia y amigos y también será un viaje sentimental a la semilla. Un viaje menos traumático que el de Néstor en Corte final, y acaso más tranquilo, a pesar de que el viajero siente que la ciudad de sus primeros amoríos ya no le pertenece, porque su destino y su familia de España lo están esperando. La mirada de Andrés a la ciudad de Manizales es de reconocimiento y acaso de aceptación. El ambiente festivo en tiempo de Ferias hará más emotivo el recorrido por la avenida Santander y por los bellos laberintos del barrio La Estrella. Su paseo por este barrio en una bicicleta pintada con los colores del Once Caldas, es decir, los colores de su juventud, constituye un paseo memorable, un consentimiento de su propia realidad como hombre que pertenece a otro mundo más allá del Atlántico. Una familia que lo espera en la casa de siempre y le sirve de soporte para ver crecer a la suya: Escogió una ruta que le permitía transitar por la parte más plana del barrio La Estrella (…) Ahora que pasaba una y otra vez por allí lo consolaba comprobar que su apreciación juvenil no estaba tan errada. Para rematar su paseo decidió darle la vuelta al estadio. Descendió por la calle sesenta y tres y viró hacia el sur por la avenida paralela (…) El impulso que traía le ayudó en la primera parte, pero después tuvo que luchar con el ahogo de sus pulmones, la fatiga de sus piernas y el dolor de sus rodillas (…) Desmontó sin cuidarse de qué pasaba con la bicicleta y respiró por la boca, con las manos sobre las rodillas, hasta que sintió que su corazón se desaceleraba. Un minuto después, más recuperado, levantó la bicicleta del pasto y empezó el doloroso regreso a la casa de sus padres (Escobar, 2013, 189-190). A partir del recorrido que hemos hecho por algunas de las vertientes de la literatura del Gran Caldas, se puede concluir que el nuestro es un proceso que cada vez está más abierto a los diálogos y discusiones con una literatura de temática urbana, donde empiezan a surgir, en el plano de su representación esteticoliteraria, las hondas problemáticas de las ciudades intermedias en cuanto a fenómenos históricos, culturales y sociales que les son inherentes. El hecho de que narradores emblemáticos de nuestra región se resuelven críticos frente a la tradición de la que nutrieron sus obras iniciales y desde allí generen procesos creativos cada más híbridos y con más huellas de influencias foráneas, permite advertir una evolución que señala nuevos caminos en el escenario de nuestra breve tradición literaria, al superar modos de expresión propios de la grandilocuencia y la rimbombancia de un estilo que hizo carrera en el país de Guillermo Valencia y el leopardo Silvio Villegas. La de ahora es una literatura que mira hacia el pasado para reactualizar sus contenidos, pero que aterriza en el presente para asumirse portadora de unos diálogos con la literatura que hoy se genera con fuerza en las divesas regiones de un país complejo en su cultura variopinta.

77

Bibliografía Abad Faciolince, Héctor (2005). “Modesta proposición para un monumento público”, Semana, Bogotá, octubre 31- noviembre 7, edición No. 1226, p. 84. Arango, Gustavo (1995). Un ramo de nomeolvides. García Márquez en El Universal. Bogotá: Tercer Mundo Editores/El Universal. Carranza, Eduardo (1986). “Un caso de Bardolatría”, en Visión estelar de la poesía colombiana, Bogotá, Biblioteca Banco Popular, Vol. 126, 1986. Correa Uribe, Eduardo (1960). “El periodismo en Pereira”. En Monografía de Pereira, directores Alberto Upegui Benítez y Casas Upegui, Jairo, 76-77. Medellín: Ediciones Hemisferio. Deas, Malcom (1993). “Miguel Antonio Caro y amigos: gramática y poder en Colombia”, En: Del poder y la gramática y otros ensayos sobre historia, política y literatura colombianas. pp. 25-60. Bogotá: Tercer Mundo Editores. Escobar Giraldo, Octavio (1997). “El discurso”, en La posada del almirante Benbow, Manizales: Imprenta Departamental de Caldas. García Aguilar, Eduardo (1997). Tierra de leones, Manizales, Imprenta Departamental de Caldas. García, Antonio (1978). Geografía Económica de Caldas. Archivo de la Economía Nacional. Bogotá: Banco de la República. Gil Montoya, Rigoberto (2002). Pereira: visión caleidoscópica. Pereira: Instituto de Cultura de Pereira/Publiprint. Gutiérrez Girardot, Rafael (1982). “La literatura colombiana en el siglo XX”, En Manual de historia de Colombia, Tomo III, Historia social, económica y cultural. Bogotá: Procultura, pp. 448-467. Patiño Noreña, Bonel (2003). “Neogrecolatinismo: Una revisión de nuestra literatura caldense actual”, en Momentos y motivos de la grancaldensidad. Manizales: Talleres de Edigr@ficas. Mejía Duque, Jaime (1969). “Problemas de la Literatura en Caldas. La cultura en la provincia en el marco de ciertas condiciones sociales de ´subdesarrollo´”, en Literatura y Realidad. Medellín: Editorial Oveja Negra. Reyes Vélez, César Augusto (2009). Aproximación crítica a la cuentística de Humberto Jaramillo Ángel. Bucaramanga: Sic Editorial. Valencia Llano, Albeiro y Vélez Correa, Roberto (1997). Bernardo Arias Trujillo: el intelectual, el escritor. Manizales: Universidad de Caldas. Vélez Correa, Roberto (2003). Literatura de Caldas 1967-1997. Historia crítica. Manizales: Editorial Universidad de Caldas. Villegas, Silvio (1937). No hay enemigos a la derecha (Materiales para una teoría nacionalista), Manizales: Editorial Arturo Zapata. Vito Larrichio, Larry (2008). “La arquitectura del paisaje topográfico-ecológico y adaptación cultural en el Eje cafetero: el Camino del Quindío”. En: Betancourt Mendieta Alexander (Editor). Policromías de una región. Procesos históricos y construcción del pasado local en el Eje Cafetero. Pereira: Red de universidades públicas del Eje Cafetero, Alma Mater y Universidad Autónoma de San Luis Potosí, México.

78

ARTICULAÇÃO AUTORREFLEXIVA NA HISTÓRIA DA LITERATURA BRASILEIRA Wellington Freire Machado CAPES/FURG CONSIDERAÇÕES INICIAIS Estabelecei a crítica, mas a crítica fecunda, e não a estéril, que nos aborrece e nos mata, que não reflete nem discute, que abate por capricho ou levanta por vaidade; estabelecei a crítica pensadora, sincera, perseverante, elevada, ― será esse o meio de reerguer os ânimos, promover os estímulos, guiar os estreantes, corrigir os talentos feitos; condenai o ódio a camaradagem e a indiferença, ― essas três chagas da crítica de hoje, ― podem em lugar deles, pondo em lugar deles, a sinceridade, a solicitude e a justiça, ― é só assim que teremos uma grande literatura. Machado de Assis. É de conhecimento disseminado que as histórias da literatura no Ocidente vêm sofrendo uma série de modificações sucessivas. Esta metamorfose, observável desde uma perspectiva diacrônica, está diretamente atrelada a conceitos fundamentais no campo dos estudos literários, como modernidade epistemológica e observação. Neste trabalho, objetiva-se compreender a produção de distintos tipos de observadores nas primeiras histórias da literatura brasileira. Dessa forma, pretendo mostrar como a articulação destes observadores tão longínquos se dá na apresentação da literatura e nos estudos literários. Isso tudo para traçar um possível trajeto do conceito de articulação autorreflexiva e ego-história na história da literatura brasileira desde a perspectiva de observadores de segunda ordem. Para mim, pensar a História da Literatura brasileira desde este ângulo significa compreender os caminhos que enceta a história literária que se escreve na contemporaneidade. Para obter tal logro, utilizarei textos presentes nas compilações Historiadores e Críticos do Romantismo, de Guilhermino César, O berço do cânone, de Regina Zilberman e Maria Eunice Moreira. Além disso, viso mostrar como a leitura dessas obras suscitou meu interesse por este tipo de articulação textual, fazendome encontrar similares, como a Antologia de Antologias, de Magaly Trindade Gonçalves, na qual pude ter acesso a textos de outros autores outrora somente mencionados nas compilações citadas, como o Antônio José da Silva, o Judeu. Além disso, textos como Instinto de Nacionalidade, de Machado de Assis e Bênção paterna, de José de Alencar, também serão de grande utilidade para se pensar este processo. Como teoria, utilizarei duas importantes concepções: Estudos sobre ego-história, através de publicações de Heidrun Krieger Olinto, e Modernização dos Sentidos, de Hans Ulrich Gumbrecht. A ARTICULAÇÃO EM TEXTOS FUNDADORES O estilo de uma época não é o estilo de outra, quando elas diversificam pela maneira de pensar. Se os velhos escritores nada mais têm de comum com as graças e maneios da estilística moderna, é que eles não pensavam pelo nosso molde, a distinção entre a antiga e a nova prosa consiste sobretudo em nós outros, filhos do século XIX, cogitamos, se assim posso dizer com mais velocidade, calando muita coisa, que entretanto não fica sem ser pensada. E isso é possível porque as nações, como no-las oferecem as línguas cultas em palavras e formas particulares, são mais densas, isto é, de um conteúdo mais vasto. Tobias Barreto.

79

Em meados de 1860, no auge de sua adesão pessoal à germanística e de preterimento a estilística francesa, Tobias Barreto publicou seu ensaio intitulado “Ideia sobre os princípios da estilística moderna”. Nesta publicação, o escritor sergipano discorre sobre a mudança de estilo na prosa de uma época para outra. Lançando um visível olhar crítico sobre a estética em voga, o autor aponta como principal ponto crítico a ausência de subjetividade na estilística francesa e também a divergência entre o pensador e o escritor: A nação francesa, que é a mais culta das nações latinas, exprime ao seu estilo ao maior grau de antítese etnológica, entre a essência românica e a essência germânica. Em nenhum ponto melhor se manifestam os distintivos de uma e de outra raça. O estilo dos franceses exclui a individualidade da maneira de expressão, e sujeita o pensamento em sua marcha a uma forma típica e convencional; donde resulta, a par de incontestáveis proventos, a máxima desvantagem de significar em quase sempre escritor e pensador duas ideias contrárias. (BARRETO, 1865 p. 198) Com transparência partidária, o texto de Tobias Barreto apresenta uma reflexão consciente em relação à metamorfose a qual a estilística moderna estava condicionada já no século XIX. Para mim, este texto ilustra com louvor o andamento da consciência histórica quando se pensa na questão da articulação e do estilo. Neste fluxo de ideias, o século XIX foi de suma importância para a continuação do desenvolvimento estilístico e o texto de Tobias Barreto, escrito na segunda metade do século XIX, exprime por excelência um tipo de narrador autorreflexivo que se insere textualmente, mesmo que a partir da primeira pessoa do plural. Segundo o teórico Hans Ulrich Gumbrecht, a descoberta do continente americano aponta para a emergência do tipo ocidental da subjetividade ── para uma subjetividade que está condensada no papel de um observador de primeira ordem e na função da produção de conhecimento (GUMBRECHT, 1998, p. 12). Isto é, este observador emergente já não mais se identifica com a condição do observador-passivo outrora presente na Idade Média, cuja autoimagem que predominava era a de um homem apresentado como parte de uma criação divina, para quem a verdade ou estava além da sua própria compreensão, ou, no melhor dos casos, era dada a conhecer pela revelação de Deus. Em meados de 1800 ― ainda segundo Gumbrecht ― aconteceu o que o autor chama de Modernidade epistemológica: a confiança no conhecimento produzido pelo observador de primeira ordem já não se sustentava tal como no início da Modernidade. Nesta circunstância, emergiu uma outra consciência de um sujeito incapaz de deixar de se observar ao mesmo tempo em que observava o mundo (p.13). Este observador de segunda ordem, de caráter autorreflexivo, comporta consigo características que acentuam transformações epistemológicas importantes: a inevitável consciência de sua constituição corpórea como uma condição complexa de sua própria percepção de mundo; a consciência de que o conteúdo da sua observação depende de sua posição particular ― neste aspecto cada fenômeno particular pode produzir uma infinidade de percepções; e o problema da temporalidade, âmbito em que se problematiza a articulação direta entre presente, passado e futuro, em que ― respectivamente ―, no cronótopo do tempo histórico o presente é visto como futuro do passado e como passado do futuro; o futuro como passado de um futuro remoto e como presente do futuro; o passado como futuro de um passado remoto e como presente do passado (GUMBRECHT, 1998 – p. 15-16) Um exemplo cabal deste articulador autorreflexivo pode ser encontrado já no Brasil na obra Como e por que sou romancista (1873), de José de Alencar, no qual o narrador discorre sobre o ofício de escrever. Na disciplina História da Literatura cursada no mestrado tive conhecimento de algumas discussões nas quais se envolvera José de Alencar. Foi de suma importância o prefácio do livro Sonhos D’ouro, no qual o autor estabelece um monólogo dirigido ao livro que encaminhara para publicação. Foi a partir dele em que percebi que o estilo da ego-história, marcado a partir da presença da primeira pessoa do singular, já se

80

fazia presente em ego-escritos intelectuais há mais de um século atrás. O recorte abaixo reproduzido é uma parte do prefácio ternamente intitulado Bênção paterna: Com alguma exclamação, nesse teor, hás de ser naturalmente acolhido, pobre livrinho, desde já te previno. Não faltará quem te acuse de filho de certa musa industrial, que nesse dizer tão novo, por aí anda a fabricar romances e dramas aos feixes. (...) O povo que chupa o caju, a manga, o cambucá e a jabuticaba, pode falar uma língua com igual pronúncia e o mesmo espírito do povo que sorve o figo, a pêra, o damasco e a nêspera? (ALENCAR, 1872) A leitura de Alencar veio bastante depois do início da disciplina, quando li os textos que compunham Historiadores e críticos do romantismo. Após entrar em contato com as teorias estabelecidas pelo estudioso Gumbrecht, retomei a leitura dos principais textos fundadores buscando situá-los. A forma de expressão destes textos primeiros se afiniza a descrição feita em Modernização dos Sentidos. Segundo Gumbrecht, na Idade Média, mais do que produzir conhecimento novo, a tarefa da sabedoria humana era proteger do esquecimento todo o saber que tivesse sido revelado – e tornar presente esta verdade revelada pela pregação e, sobretudo, pela celebração dos sacramentos. (1998. p.12). No fluxo do deslocamento central rumo a Modernidade, ainda segundo o autor, a transformação se deu no fato de o homem ver a si mesmo ocupando o papel do sujeito da produção de saber. Assim o observador que se apresenta no início da modernidade percebe o mundo desde uma ótica distante, não se fazendo perceptível no conhecimento que produz: Em vez de ser uma parte do mundo, o sujeito moderno vê a si mesmo como excêntrico a ele, e, em vez de se definir como uma unidade de espírito e corpo, o sujeito – ao menos o sujeito como observador excêntrico e como produtor de saber – pretende ser puramente espiritual e do gênero neutro. Esse eixo sujeito/objeto (horizontal), e confronto entre o sujeito espiritual e um mundo de objetos (que inclui o corpo do sujeito), é a primeira pré condição estrutural do início da Modernidade. Sua segunda pré-condição está na ideia de um movimento – vertical – mediante o qual o sujeito lê ou interpreta o mundo dos objetos. Penetrando no mundo dos objetos como uma superfície, decifrando seus elementos como significantes e dispensando-os como pura materialidade assim que lhes é atribuído um sentido, o sujeito crê atingir a profundidade espiritual do significado, a verdade última do mundo. A interseccção destas duas polaridades entre sujeito e objeto, entre superfície e profundidade, constitui, séculos antes da institucionalização da hermenêutica como subdisciplina filosófica, aquilo que podemos chamar de campo hermenêutico. (GUMBRECHT, 1998 p.12) Parte dos textos que compunham a obra Historiadores e críticos do romantismo – A contribuição europeia: crítica e história literária, organizada por Guilhermino César, se encontram em uma espécie de entre-lugar neste fluxo epistemológico. Um exemplo de escrita tradicional, fortemente marcada por um narrador distante pode ser encontrado no texto precursor intitulado Geschichte der portugiesischen Poesie und Beredsamkeit (História da poesia e eloqüência portuguesa), de Friedrich Bouterwek. Nele, o autor discorre sobre Antônio José (o Judeu) e Claudio Manuel da Costa, ambos nascidos no Brasil e com formação no velho mundo. No corpo do texto Bouterwek mascara-se na onisciência de um narrador em terceira pessoa. Considerando a informação de que o texto foi produzido no ano de 1805, pode-se compreendêlo no curso de um devir histórico no qual, assim como afirma Gumbrecht, o sujeito moderno vê a si mesmo como excêntrico ao mundo, sendo gênero neutro, característica que constitui a primeira pré condição estrutural do início da Modernidade.

81

A mesma condição estrutural é perceptível no texto De la littérature du midi de l’Europe (Sobre a literatura do meio-dia da Europa), de Simonde de Sismondi (1813), no qual o autor discorre sobre o poeta André Nunes da Silva, Cláudio Manuel da Costa, Manuel Inácio da Silva Alvarenga e Antonio José, o judeu queimado pelo Tribunal da Santa Inquisição em 1745. Assim como Bouterwek, Sismondi também considera os autores nascidos no Brasil como parte da literatura portuguesa. A mim me parece que este sentimento de pertencimento se dá justificadamente pelo fato de o Brasil neste período ainda ser uma colônia portuguesa, e, logo, uma extensão da metrópole, lugar de formação intelectual dos brasileiros. Ao observar o texto Resume de l’histoire littéraire du Brésil, de Ferdinand Denis (1826) já a luz de determinada consciência teórica, me parece bastante interessante pensar certas questões em uma linha temporal. Ambos textos, o de Bouterwek, publicado em 1805 e o de Sismondi, publicado em 1813 não demonstram qualquer traço assinalado de subjetividade ou marca linguística que exprimam um narrador em primeira pessoa. Já os textos publicados a partir de 1825, de autoria de Ferdinand Denis, trazem marcadamente um narrador inserido no âmago do texto informativo. Sem o pretenso intento da justificativa, cabe aqui considerar a experiência empírica vivida por Dennis em terras tupiniquins. Segundo Guilhermino César, na apresentação do autor, o historiador francês teria sido o primeiro historiador “obnubilado”56 da literatura brasileira (p.27), tendo vivido na Bahia, lugar em que teria aspirado constituir matrimônio com uma filha da terra e também observado os hábitos e costumes dos índios Botocudos no Vale do Rio Doce. Seja este um fundamento possível, fato é que Dennis escreve um texto esteticamente diferente dos dois historiadores anteriores, com ares de conhecimento de causa e alto teor persuasivo. A América Meridional, durante longo tempo submetida ao jugo de duas potências europeias, parecia condenada a fornecer-lhes riquezas, sem partilhar de sua glória. Com a privação da liberdade, sentiu-se enorme desejo de conhecer melhor o Novo Mundo. Não estamos mais na época em que se podiam manter os americanos em sujeição, por meio dos laços políticos e da ignorância. Nos lugares de onde extraímos ouro, deixamos escapulir o germe de todos os conhecimentos; veremos o que produzirá essa troca, feita muitas vezes à nossa revelia, dado que na maioria dos países da América do Sul os livros eram proibidos, ou se ocultavam nas bibliotecas dos clérigos, e lá muitas vezes eram desdenhados pela ignorância ociosa. (DENNIS, 1978, p.35)

Como se percebe, logo na introdução Dennis já se insere no discurso enunciado, mesmo que na terceira pessoa do plural. Assim, ao longo do texto o autor avança progressivamente nessa linha narrativa, expressando-se então tal como o que Gumbrecht chama de observador de segunda ordem. A articulação autorreflexiva de Dennis se dá em diversos trechos, tais como: “parece-me que, no tempo em que uma luta heroica desenvolveu todos os caracteres, na época em que a Holanda foi vencida pelo Brasil...” (p.40), “perdoem-me a longa digressão...” (id), “conforme veremos mais adiante” (p. 42), “já que falei de um poeta latino...” (p.43), “não sei bem se é mesmo nesta época...” (p.44), “sem dúvida, a maior parte dos autores que acabo de citar não podem aspirar grande renome literário” (p.46) Assim, nos textos fundadores Ferdinand Dennis constitui o primeiro articulador autorreflexivo, em termo alcunhado por Gumbrecht. Aqui, o surgimento da consciência de um sujeito incapaz de deixar de se observar ao mesmo tempo em que observa o mundo (GUMBRECHT, 1998, p.13). Outro articulador bastante excêntrico – e até mesmo cômico – é José da Gama e Castro. Publicista lusitano estabelecido no Rio de Janeiro em 1838 causou polêmica em suas publicações no Jornal do Comércio. Após não ter sido bem aceito nos principais centros culturais do Ocidente, Gama e Castro – médico e doutor em filosofia – escolhera o Brasil como opção última. No continente sul-americano, não muito diferente dos outros lugares por onde passou, o lusitano também não obteve boa aceitação por parte dos 56

Termo utilizado por Araripe Júnior e reproduzido por Guilhermino César. 82

nativos. Com acentuada ausência de amistosidade, Gama e Castro envolveu-se em uma série de polêmicas. A meu ver, as manifestações mais interessantes são as duas cartas nas quais Gama e Castro discorre sobre os inventos dos portugueses e a importância desta nação ao mundo. Além do estilo singular de Gama e Castro, é bastante interessante observar o alto tom ufanista do autor, ufanismo este que beira a ingenuidade. Em carta publicada no Jornal do Comércio em 19 de janeiro de 1842, Gama e Castro introduz o texto discorrendo sobre o intento de outras nações empenhadas em tomar dos portugueses a memória dos seus feitos ao redor do mundo: Vivemos em uma era em que todo o mundo parece como que apostado a escrever e aniquilar tudo quanto é relativo a Portugal e aos Portugueses. Parece que todas as nações do mundo, como que envergonhadas de se terem deixado preceder por povo tão pequeno (por que nunca passou de seis milhões de indivíduos, que é o que tem hoje) na carreira de todas as artes, de todas as ciências, de todos os descobrimentos grandiosos, se deleitam em ir fazendo pedaços este colosso quase prostrado por terra, como fizeram outrora os bárbaros ao de Rodes, de cujas relíquias ainda fizeram carga para novecentos camelos: e o pior é que, não contentes de se irem apoderando do que é nosso na Ásia, na África, e até mesmo na Europa, nem ao menos querem deixar-nos a memória do que fomos e do que incontestavelmente fizemos. (GAMA E CASTRO, 1972 p.109) Entre muitas reivindicações, Gama e Castro requere o que se deve ao povo lusitano outras invenções, a saber: 1) a invenção da arte de navegar pelos ares; 2) a arte de esgotar os navios por meio de bombas que por si mesmas se movem, sem auxílio de gente 3) um invento que restitui à sociedade surdos-mudos “dantes como que isolados e pouco menos que mortos para o mundo” (GAMA E CASTRO, 1972 p.110); 4) a invenção da arte 5) a invenção da barquinha, instrumento utilizado para medir a velocidade do navio ou o espaço que vai correndo; 6) a invenção do Nônio, instrumento utilizado para determinar a verdadeira causa dos crepúsculos e das auroras boreais; 7) invenção do astrolábio e nocturlábio – o primeiro para medir a altura dos astros e o segundo para determinar quando a estrela do norte andava mais alta ou mais baixa que o polo e que horas era da noite; 8) a invenção das cartas hidrográficas; 9) o primeiro explicador da hipótese de Newton sobre o fenômeno das marés foi um português; 10) a descoberta do ácido cicérico no grão-de-bico foi feita por um português de Celerico da Beira; 11) aperfeiçoamento da máquina pneumática; 12) invenção da faixa hidráulica; 13; Não fosse suficiente ter elencado em um primeiro texto todos os grandes feitos supostamente promovidos pela nação lusitana, José da Gama e Castro resolve publicar outro artigo no mesmo jornal em 27 de dezembro de 1841, apresentando novas – e risíveis – informações de desconhecimento generalizado. A saber a primeira delas: Pensará o leitor que vou reivindicar para os Portugueses a descoberta da América, vulgarmente atribuída a Cristovão Colombo. Bem pudera fazê-lo se quisesse. É cousa corrente entre nós que, achando-se Colombo na Ilha da Madeira, em casa de um piloto português, por morte dele se apodera de seus papéis, cartas e roteiros, onde achou a derrota da viagem para o Ocidente, o que por eles se guiara para o seu descobrimento; (GAMA E CASTRO, 1972. P. 115) A segunda informação, e tão bombástica quanto a primeira, é sobre a invenção da imprensa, que segundo Gama e Castro ocorreu em três etapas, sendo a primeira dela de responsabilidade, evidentemente, do povo português. A segunda etapa da invenção pertence aos holandeses e a terceira aos alemães. A parte o cômico das afirmações de Gama e Castro e do seu estilo bastante bélico, o fato do autor estar publicando em um jornal me parece uma outorga para que esteticamente o seu texto se aproxime da articulação visível já em Ferdinand Dennis. Nesse sentido, a invenção da imprensa e a descoberta do continente americano apontados por Gumbrecht como o início da baixa modernidade se percebe já no Brasil após a chegada da família real e com isso, a chegada da imprensa na terra do pau-brasil. 83

Nesse sentido, (re)ler a compilação de textos organizada por Guilhermino foi de suma importância para compreender a modernidade epistemológica. Poderia aqui citar outros autores vistos como Almeida Garret, Alexandre Herculano e Ferdinand Wolf, mas – pelo fato de todos estes situarem-se invariavelmente entre um ou outro tipo de narrador – me pareceu contraproducente repetir experiências, optando assim por discorrer nas linhas seguintes sobre o livro Berço do cânone e também sobre determinados ensaios de José de Alencar e Machado de Assis. SEGUNDA METADE DO SÉCULO XIX – DOS TEMAS E PROBLEMAS A gente pobre do nosso país não pode ler, efetiva e desgraçadamente não lê nem os jornais. Um livro regular por dez tostões é uma raridade em nosso mercado intelectual. Quintino Bocaiúva.

A afirmação referida na epígrafe acima data do ano de 1862 e se faz relevante por explorar temas e problemas característicos da segunda metade do século XIX. De nenhum modo aspiro contribuir com uma afirmação leviana dizendo com isso que o texto de Quintino Bocaiúva seja o precursor ou o responsável pela divisão de águas que separa as duas metades do século mencionado. A partir da leitura de determinados textos presentes no livro O Berço do Cânone, organizado por Regina Zilberman e Maria Eunice Moreira, Antologia de Antologias, organizado por Magaly Trindade de Andrade, além de Instinto de Nacionalidade, de Machado e Assis e Como e por que sou romancista, de José de Alencar pude perceber, sim, que os temas e problemas presentes para os intelectuais dos dez ou trinta primeiros anos daquele século já não são os mesmos dos que se ocupam em pensar já nos anos 60, 70, 80 e 90. A história social, indissociável viajante e companheira da história literária, pode ser uma interessante testemunha a ser inquirida neste processo de detecção, a partir da leitura de textos recuperados em bibliotecas e arquivos pessoais. QUINTINO BOCAÍUVA E O LETRAMENTO Quintino Bocaiúva, renomado escritor fluminense, em publicação datada de 1º de março de 1862 afirma que “o pão para o espírito é tão necessário quanto o alimento para o corpo” (BOCAIÚVA, 1998, p.316). Evidente que, neste artigo intitulado “Da Biblioteca Brasileira”, o renomado intelectual refere-se ao necessário estímulo ao intelecto através da leitura. Seguindo uma linha de raciocínio progressiva, Bocaiúva afirma mais adiante que: Baratear as publicações e derramar a leitura de obras úteis é facilitar a instrução e acrescentar o cabedal intelectual do país. É o que pretendemos e nessa pretensão envolve-se uma vantagem para nossa terra, a criação de mais uma indústria poderosa, a disseminação das luzes, uma justa bem que tênue remuneração aos obreiros da inteligência. Em resumo vamos abrir um novo mercado a uma mercadoria rara em nossa pátria e por isso mesmo tão escassa e tão cara. (BOCAIUVA, 1998, p.314-315) Como se pode perceber, os logros do projeto de Bocaiúva se concretizaram parcialmente. Contudo, no cenário de produção intelectual do século XIX, é possível perceber uma linha tênue na alocação dos temas e problemas perceptíveis pelos críticos e historiadores do romantismo. Na segunda parte daquele século, temas recentes a 1808 – e até mesmo antes disso por parte dos críticos europeus – ganham um novo fôlego, na ânsia de responder questões que se empunham naquele espaço temporal.

84

Em ensaio intitulado “Estudo sobre a nacionalidade da literatura”, Bocaíuva manifesta certo receio à imitação dos clássicos do velho mundo. Quem melhor do que nós pode emprestar tropos atrevidos, imagens gigantescas, comparações sublimes, contrastes admiráveis, cenas portentosas à natureza cuja poma esmaga o estro poético dos homens do antigo mundo? Quem melhor do que nós pode cantar o céu rutilante de astros, as brisas fagueiras, o ar vital, o sol esplendente, o cerúleo manto equatoriano? [...] Que necessidade temos nós de imitar os modelos da antiguidade grega, romana e do Velho Mundo moderno para criarmos uma literatura nacional grandiosa, uma pintura nacional invejável, uma escultura nacional surpreendente, e assim outras artes? Haverá uma natureza mais rica em contrastes do que a nossa? (BOCAÍUVA, 1998, p. 300) Em apoio claramente manifesto aos propósitos da Revista Niterói, publicada pela primeira vez no então longínquo ano 1836, Bocaíuva – sob o pseudônimo de Adadus Calpe – encerra seu ensaio de forma bastante otimista: “Uma nova luz começa a brilhar, sobre o povo brasileiro, e a fé nela reborará os esforços dos novos protestantes literários na terra de Santa Cruz” (p.313). Nesse sentido, ao ler este trecho nenhuma outra máxima me vem a mente senão a que utilizada por Antonio Candido em Formação da literatura brasileira: transmissão da tocha entre corredores. MACHADO DE ASSIS CRÍTICO Com brilhante articulação, Machado de Assis discorreu sobre o mesmo tema em ensaio intitulado Instinto de Nacionalidade (1873). Nele, Machado – ao contrário da crítica instaurada – retira os árcades da fogueira na qual estes estavam sendo queimados pelos adeptos do nacionalismo na literatura brasileira. Diferentemente do aporte expresso por Quintino Bocaiúva na década anterior à publicação do ensaio machadiano, o bruxo do Cosme velho abole uma abordagem mais radical, primando por “um homem do seu tempo e do seu país” (p.210)57. Neste influxo, Machado se vale de exemplos de outros países, no qual busca evidenciar sempre a necessidade da essência, da importância da percepção e da apreensão singular advinda do escritor: Não há dúvida que uma literatura, sobretudo uma literatura nascente, deve principalmente alimentar-se dos assuntos que lhe oferece a sua região, mas não estabeleçamos doutrinas tão absolutas que a empobreçam. O que se deve exigir do escritor antes de tudo, é certo sentimento íntimo, que o torne homem do seu tempo e do seu país, ainda quando trate de assuntos remotos no tempo e no espaço. Um notável crítico da França, analisando há tempos um escritor escocês, Masson, com muito acerto dizia que do mesmo modo que se podia ser bretão sem falar sempre de tojo, assim Masson era bem escocês, sem dizer palavra do cardo, e explicava o dito acrescentando que havia nele um scotticismo interior, diverso e melhor do que se fora apenas superficial. (ASSIS, 1995 p. 210) Assim, perceber a articulação autorreflexiva sobre os temas e problemas da literatura brasileira póscolonial em Machado de Assis é mais do que um exercício de observação. Com seu estilo mordaz, Machado capta o histórico crítico relativo a determinado tema, refutando sempre que necessário o que aparenta ser uma visão distorcida sobre determinados fenômenos. Dos textos machadianos seriam aparentemente infinitos os exemplos cabíveis à discussão sobre os temas e problemas daquele tempo, visto a constante produção acadêmica do escritor fluminense. Um outro ensaio bastante interessante de Machado – que tive acesso a partir da leitura de uma publicação datada de 1999 publicada pelo Mercado Todas as citações sobre Instinto de Nacionalidade deste ensaio vêm do livro “Antologia de Antologias”, organizado por Magaly Trindade de Andrade. 57

85

das Letras e intitulada “Instinto de Nacionalidade e outros ensaios” – se chama “Ideal do Crítico”. Nele, Machado mostra sua concepção de crítica, criticando a não-imparcialidade dos críticos da sua época. Ressalta ainda o papel do pesquisador que o crítico literário deve assumir, atentando para questões relativas a análise minuciosa, visando sempre escapar do erro. O papel do crítico, para Machado, deve desvencilhar-se do senso comum instaurado, não valendo-se estritamente do que disseram seus antecessores, contribuindo com uma crítica que seja independente do amor próprio, livre das cegas adorações. No encerramento, Machado reúne um pressuposto que acredita ser de importância máxima para o bom crítico, uma análise conscienciosa, solícita e verdadeira. Quanto aos resultados advindos dessa postura ideal de crítica, Machado aposta: Os resultados seriam imediatos e fecundos. As obras que passassem do cérebro do poeta para a consciência do crítico, em vez de serem tratadas conforme o seu bom ou mau humor, seriam sujeitas a uma análise severa, mas útil; o conselho substituiria a intolerância, a fórmula urbana entraria no lugar da expressão rústica,—a imparcialidade daria leis, no lugar do capricho, da indiferença e da superficialidade. Isto pelo que respeita aos poetas. Quanto à crítica dominante, como não se poderia sustentar por si, - ou procuraria entrar na estrada dos deveres difíceis, mas nobres, — ou ficaria reduzida a conquistar de si própria, os aplausos que lhe negassem as inteligências esclarecidas. Se esta reforma, que eu sonho, sem esperanças de uma realização próxima, viesse mudar a situação atual das coisas, que talentos novos! que novos escritos! que estímulos! que ambições! A arte tomaria novos aspectos aos olhos dos estreantes; as leis poéticas,—tão confundidas hoje, e tão caprichosas,—seriam as únicas pelas quais se aferisse o merecimento das produções, —e a literatura alimentada ainda hoje por algum talento corajoso e bem encaminhado,—veria nascer para ela um dia de florescimento e prosperidade. Tudo isso depende da crítica. Que ela apareça, convencida e resoluta, —e a sua obra será a melhor obra dos nossos dias. (p.45-46) ARTUR ORLANDO E O DESCRÉDITO NA LITERATURA NACIONAL Pensar nos temas e problemas da segunda metade do século XIX me incitou não só à leitura de textos integrantes do livro organizado por Regina Zilberman e Maria Eunice Moreira, mas também a realizar um recorte temporal na reunião de textos organizados por Magaly Trindade de Andrade. Neles, encontrei um texto no mínimo anacrônico. Antes de qualquer coisa, explico: não selecionei o dado autor para discorrer neste ensaio sobre sua relevância ensaística ou por qualquer outro motivo de mérito pessoal, mas, sobretudo, pela articulação pouco sutil perceptível no texto “Teorias Literárias no Brasil”, no qual o autor critica ferozmente os ficcionistas contemporâneos seus. A publicação é do ano de 1886 e começa da seguinte forma: “começo com uma afirmação bastante entristecedora: apesar da publicação quase diária de livros, de folhetos, de avulsos, nós – brasileiros – não temos uma literatura” (p.306). E continua: Os nossos literatos, ordinariamente anacrônicos e atrasados, se não são artistas da palavra, ainda menos podem ser considerados arquitetos do pensamento. [...] Mas no Brasil onde estará o sábio que já tivesse estudado a vida física, psíquica e histórica, combinando essas três fenomenalidades em uma grande unidade e formando com ela uma concepção mecânica do universo? Onde está o nosso Kant, Spinoza ou Hoeckel, o nosso Shakespeare, Goethe ou Tolstói? Na minguada galeria das notabilidades brasileiras seria inútil procurar um espírito com uma centelha de gênio na fronte ou abrir largos horizontes para o pensamento humano, ou uma natureza seleta, em cujo coração tenham feito eclosão crisálidas de sentimentos superiores em busca de novos ideais. (ORLANDO., 1995, p. 306-307) 86

Ao ler o ensaio de Artur Orlando, percebo o quanto a articulação autorreflexiva pode ser um caminho de sentido duplo. Não muito diferente de outros observadores de primeira ordem que me pareceram um tanto destoante em suas análises, a articulação autorreflexiva não está imune a problemática do ponto de vista. É impensável que este articulador não tenha visto nenhum mérito nos escritores do seu tempo, tempo ao qual presenteou-nos com os maiores romancistas que a literatura brasileira presenciou desde a sua fundação. Sem dúvida alguma, os pressupostos analíticos do articulador em questão direcionaramno a esta conclusão pouco justa, se vista a partir de um olhar mais contemporâneo.

CONSIDERAÇÕES FINAIS Vida e literatura enredam-se em bons e em maus momentos, e os romances que leio passam a fazer parte da minha vida, me expressam em várias situações. Ouvir com o machadiano Quincas Borba que ao vencedor, as batatas, é um bom exemplo. Dá certeza de que não estou sozinha, que a sobrevivência é possível. E mostra que a ironia é um instrumento afiadíssimo para descascar batatas! Marisa Lajolo A história mostra que os relatos de teor autobiográfico habitantes de bibliotecas, memoriais e arquivos pessoais, indubitavelmente exprimem a visão de mundo do sujeito social que percebe, analisa, valoriza ou deprecia a realidade da qual faz parte. Estes depoimentos autênticos datam de tempos imprecisos. No entanto, no que diz respeito à literatura brasileira, algumas manifestações calcadas no histórico de leitura de determinados indivíduos já podiam ser observadas no século XIX, como se pôde ver ao longo deste trabalho. Em publicação intitulada Ensaios de ego-história (1987), um grupo no qual se encontram os maiores historiadores franceses – e não arbitrariamente expoentes da Nova História – discorre sobre seus respectivos ofícios de historiadores combinados com aspectos de suas vidas particulares. O livro se inicia com uma instigante epígrafe: “Fabricador de instrumentos de trabalho, de habitações, de culturas e sociedades, o homem é também agente transformador da história. Mas qual será o lugar da história na vida do homem?” (p. 1). Jacques Le Goff, Maurice Agulhon, Pierre Chaunu, Georges Duby, Michelle Perrot, René Rémond, Raoul Girardet são os protagonistas dessas histórias baseadas no “eu”. A ego-história não constitui uma teoria formulada, mas sim um exercício de escrita que considera aspectos subjetivos; uma manifestação textual resultante de reflexões suscitadas em âmbito metateórico. Essas reflexões estão diretamente ligadas com o já mencionado deslocamento do foco de interesse dos novos historiadores em direção ao homem: com todas as conquistas efetuadas desde a institucionalização dos Annales, interessa saber “quem” produz o conhecimento, visto que após a interconexão e fusão entre as mais distintas áreas do saber, já se tem uma consciência plena da manifestação de atividades cognitivas, emocionais e político-institucionais no produto final do conhecimento produzido. Como se pode perceber, a origem da legitimação do discurso em primeira pessoa58 em âmbito acadêmico remonta aos experimentos publicados originalmente na França na década de 80 do século passado. Na introdução do livro, Pierre Nora (1989, p. 9) afirma que toda uma tradição científica levou os historiadores “a apagarem-se perante o seu trabalho, a dissimularem a personalidade por detrás do conhecimento, a barricarem-se por detrás das suas fichas, a evadirem-se para outra época, a não se exprimirem senão por intermédio de outros”, permitindo-se, apenas em situações excepcionais, confidências furtivas na dedicatória da tese, em prefácio de ensaios. O autor ainda realça que a experiência da historiografia teria colocado em xeque “há uma vintena de anos” os aspectos dessa falsa impessoalidade. Nora explicita sua crença de que o historiador de seu tempo está pronto, “ao contrário dos seus antecessores, a confessar 58

Imbricado na abordagem crítica de um observador de segunda ordem. 87

a ligação estreita, íntima e pessoal que mantém com o seu trabalho” (id., ibid.). Organizador e entusiasta do estilo oficialmente inaugurado pelo livro59, Nora conceitua o termo que o intitula: Que é a ego-história? Não se trata de uma autobiografia pretensamente literária, nem de uma profissão de fé abstrata, nem de uma tentativa de psicanálise. O que está em causa é explicar a sua própria história como se fosse a de outrem, tentar aplicar a si próprio, seguindo o estilo e os métodos que cada um escolheu, o olhar frio, englobante e explicativo que tantas vezes se lançou sobre os outros. Em resumo, tornar clara, como historiador, a ligação existente entre a história que cada um fez e a história de que cada um é produto (in NORA et al., 1989, contracapa). Em texto intitulado “La garantía soy yo! – a febre da primeira pessoa nos ensaios americanos” (Folha de São Paulo, 27 nov. 2011), Paulo Roberto Pires reclama do que chama “uma volta triunfal e opositiva do eu” em ensaios estadunidenses, em especial na coletânea The Best American Essays, publicada pela Marine Books em 2011. Ao observar a História da Literatura brasileira, percebe-se que o que hoje surge como uma novidade no âmbito acadêmico60, em meados de 1800 já vinha se desenvolvendo em estágio embrionário, em proporções menores. Considerando o trajeto da subjetividade na história da escrita ― composta por elementos como a emergência da observação de segunda ordem e a contribuição dos historiadores franceses ―, é possível concluir que a autorreflexão somente não constitui algo novo, como também se mostra como elemento vital para o despertar de uma nova consciência relativa a produção de conhecimento, sobretudo na esfera da história da literatura, zona historicamente conhecida por suas contendas (aparentemente) irreconciliáveis.

59

No âmbito em que circulavam estes intelectuais. Os gêneros autobiográficos não constituem algo estritamente novo, sendo manifestos de outras formas e em outros espaços antes e após o advento da História Nova. 60 Cabe relembrar o caráter metodológico amparado em base positivista vigente por anos a fio na produção do conhecimento científico. 88

REFERÊNCIAS ALENCAR. José de. Como e porque sou romancista. Campinas: Pontes, 2005. ASSIS. Machado de. Instinto de Nacionalidade. Porto Alegre: Mercado Aberto, 1999. _____. Ideal do crítico. IN: Instinto de Nacionalidade & outros ensaios. Porto Alegre: Mercado Aberto, 1999. BARRETO. Tobias. Ideia sobre os princípios da estilística moderna. In: GONÇALVES. Magaly Trindade. AQUINO. Zélia Thomaz de. SILVA. Zina Bellodi. Antologia de antologias: prosadores brasileiros “revisitados”. São Paulo: Musa, 1996. CANDIDO, Antonio. Formação da Literatura Brasileira: momentos decisivos. 6.ed. Belo Horizonte: Itatiaia, 1981. CÉSAR. Guilhermino. Historiadores e críticos do romantismo. São Paulo: Edusp, 1978. COUTINHO, Afrânio. Conceito de Literatura brasileira. Petrópolis: Vozes, 1980. GONÇALVES. Magaly Trindade. AQUINO. et al. Antologia de antologias: prosadores brasileiros “revisitados”. São Paulo: Musa, 1996. LAJOLO. Marisa. Como e por que ler o romance brasileiro. Rio de Janeiro: Objetiva, 2004. PEREIRA. Lúcia Miguel. Prosa de ficção (de 1870 a 1920). São Paulo: Editora da Universidade de São Paulo, 1988. RABELLO. Sylvio. Itinerário de Sílvio Romero. Rio de Janeiro: Civilização brasileira, 1967. ROMERO, Sílvio. História da literatura brasileira. Rio de Janeiro: José Olympio, 1960. VERÍSSIMO, José. História da literatura brasileira: de Bento Teixeira (1601) a Machado de Assis (1908). Brasília: Ed. da UnB, 1963. ZILBERMAN. Regina. MOREIRA. Maria Eunice. O berço do cânone. Porto Alegre: Mercado Aberto, 1998.

89

Lihat lebih banyak...

Comentários

Copyright © 2017 DADOSPDF Inc.