As rupturas epistemológicas da ciência na sobreposição da visão de si mesmo do homem contemporâneo

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Las rupturas epistemológicas de la ciencia en la sobreposición de la visión de sí mismo del hombre contemporáneo






Luiz Algarra da Silva Freitas







Asignatura 1, Maestría Pensamiento Complejo
Multidiversidad Mundo Real, Brasil, 2016




¡Yo y el mundo! Podemos escuchar esa expresión de personas de todas las edades, sexo, etnia, nivel cultural o social. Esta es la epistemología dominante en nuestro modelo civilizatorio occidental: yo y el mundo. ¿Cuáles son las implicaciones de esta perspectiva para el vivir humano en este inicio del siglo XXI? ¿Qué conservamos al preservar esa cosmovisión y qué se pierde?

La ciencia moderna ha venido construyendo un mapa en el cual el hombre se inserta entre lo micro y lo macro, de esa manera las personas se ven apartadas del mundo como si fueran un Yo distinto del universo que las rodea.

En la perspectiva reduccionista somos parte de un todo susceptible de ser investigado, catalogado, categorizado y posible de conocerse, aunque esto aún no haya ocurrido. Nos hace falta un sentido individual de totalidad sistémica pues aún vivimos subordinados a una perspectiva de un mundo ordenado conforme a la lógica cartesiana. No encontramos, a partir de nuestra experiencia personal, una relación entre sí mismo y el mundo. Vivimos, en gran mayoría, observando lo que nos rodea a través de una lente sin ningún apoyo por parte de la ciencia moderna para que podamos identificar qué lente es ésta.

En la filosofía de la Grecia Antigua, encontramos los primeros entendimientos de este conocer, cuando el Logos se sobrepone al Mythos y esto se consolida hasta la física Newtoniana con su episteme consolidada por la perspectiva Kantiana que establece un universo único, que puede ser mapeado de lo micro a lo macro, regido por leyes e incluso por una única ley universal. Y así continuamos hasta el surgimiento de la Teoría de la Relatividad y de la Mecánica cuántica, que amplía la episteme occidental a punto de presentar una realidad que no preexiste al observador, sino que emerge a partir de su funcionamiento. Con eso la noción de objetividad hasta entonces vigente se deconstruye como explica Heinz von Foerster citado por Watzlawick y Krieg (1994) al decir: Objetividad es la ilusión de que las observaciones pueden realizarse sin un observador.

Podemos observar tres grandes momentos de la epistemología occidental, conforme lo explica Esteves de Vasconcelos (2012) y por ahí tenemos una reflexión inicial sobre la historicidad de construcción de nuestras lentes perceptivas a través de los siglos.

En un primer momento, la epistemología era considerada como un capítulo de la teoría del conocimiento y se ocupaba de la naturaleza y del alcance del conocimiento científico, en oposición al conocimiento vulgar. El mundo, para nosotros, se presentaba en este momento como un objeto de estudio. En esa época, la observación del sujeto pasa a ser considerada conocimiento lego, en oposición al conocimiento científico. A partir de Sócrates (469-399 a.C.) surge el argumento como medio de demonstración eficaz en las justificaciones de las proposiciones científicas y tanto Platón (427-347 a.C.) como Aristóteles (384-322 a.C.) le suceden reforzando la existencia de los conocimientos verdaderos sustentados por argumentaciones lógicas para contrastarlos con los mitos y las opiniones.

El Mythos se apoyaba en narrativas acerca del modo de vida de los dioses, sin necesidad de ser probado o de alguna argumentación lógica y era de acceso restringido a una élite de iniciados. En cambio el Doxa, se sustentaba en las percepciones individuales que emergían en el ámbito de los sentidos, no del raciocínio y se consolidaban como verdades por aclamación del sentido común. Ambos, Mythos y Doxa, surgían como saberes inmediatos, sin la mediación de la razón.

En un segundo momento, desde principios del siglo XX, con el Círculo de Viena, en especial por el acontecimiento de la publicación del Tratactus lógico-philosophicus de Ludwig Wittgenstein en 1921, las proposiciones científicas – o sea, lo que se dice en el lenguaje acerca del mundo pasó a reflejar de manera especular el mundo. Las proposiciones científicas se constituyeron en una ¨filosofía analítica¨, por la cual podríamos identificar las proposiciones verdaderas de las falsas, siendo que las verdaderas servirían para describir el mundo natural. En este periodo, nuestra epistemología o filosofía de la ciencia, como gusten, se resumió en el análisis de las lenguas de la ciencia de las proposiciones científicas (Esteves de Vasconcelos, 2012).

En la perspectiva aristotélica, desde la Grecia Antigua, el mundo ya era visto como autónomo, ampliamente diversificado y complejo, específicamente "una complejidad divinamente ordenada o imaginativamente concebida" (Laszlo, 1972). La búsqueda del conocimiento se convierte en una jornada en busca de la simplificación del mundo y esta aventura se realiza a través de la fragmentación de la realidad conocida en partes cada vez menores y de la explicación de estas partes a partir de mecanismos tan simples hasta incluso ser explicados como estables.

Los métodos científicos inician por lo tanto a partir de que se retira un objeto de su entorno, con el firme propósito de entender su funcionamiento interno, desconsiderando el contexto, o los contextos, en el cual o en los cuales se inserta y al ignorar las interrelaciones entre el objeto y las otras unidades componentes de estos contextos.

Toda experiencia, situación o relato de conocimiento que ocurre solo se valida primeramente en la categorización de una taxonomía que se propone organizar linealmente, en clases y sub-clases, el objeto de conocimiento, nombrándolo de manera única por una terminología propia y una dirección específica en un gran árbol de conocimiento humano.

Aquel que deseara conocer una mariposa nueva, por ejemplo, debería cazarla retirándola del bosque y proceder a su descripción, por el análisis de cada una de sus partes y siempre valiéndose de las terminologías anteriormente establecidas por sus antecesores científicos, hasta alcanzar un grado de precisión descriptiva que le permitiese nombrar, de modo congruente con los saberes anteriores, aquel individuo como siendo un ejemplar de determinado reino, filo, clase, orden, familia, género y especie.

Y así ocurrió en los elementos del reino animal, vegetal y mineral, yendo más allá hasta el análisis del comportamiento humano individual y colectivo, al generar la formulación de los conocimientos también organizados en áreas exactas, humanas y biológicas, en las denominadas ciencias duras y ciencias blandas. Esta denominación informal, nítidamente epistemológica, territorializa los conocimientos humanos entre aquellos que pueden o no ser comprobados empíricamente, generando predicciones a partir de datos cuantificables.

Un mecanismo muy poderoso del modelo mental científico sustentado por la simplificación es el de la clasificación. La búsqueda por la coherencia suprema de la ciencia modeló el pensamiento científico a la necesidad de corresponder cada objeto a una categoría y solo a una. Con ello, la acción de escoger entre una u otra posición de cada objeto de conocimiento instaló la dinámica de "o-o", del "esto-o-aquello" no solamente en el ámbito de los científicos e investigadores, sino por la amplia influencia de este grupo de personas en los procesos sociales y educacionales, en todo el espectro de la sociedad. El pensamiento binario, la lógica excluyente, la polarización y todas las formas de reducción de lo que fuere, a dos simples dimensiones, siendo que necesariamente una de ellas estaría seguramente equivocada. Todo eso se infiltró en el modo de pensar, de vivir y hasta de soñar del hombre moderno.

Por otro lado, reforzando aún más la actitud de simplificación del conocer humano, encontramos otra actividad recurrente en el pensamiento científico que es la de la reducción. En este caso el científico agrupa una entidad compleja, como un ser vivo y busca describirlo a partir de su parte más inferior y sencilla, en este caso: la célula. Esta deriva analítica, reduccionista y fragmentadora produjo legiones de investigadores concentrados en mecanismos cada vez más específicos del conocimiento, incluso hasta agruparlos en comunidades reconocidas institucionalmente como especialistas. Esa organización del conocimiento a partir de disciplinas se ha perpetuado por los sistemas educacionales, perpetuando el modelo simplificador a las generaciones siguientes de jóvenes alumnos.

En síntesis, como explica Morin (2016), el principio de simplicidad o separa lo que está ligado (disyunción) o unifica lo que es diferente (reducción). El paradigma de la simplificación (disyunción y reducción) domina nuestra cultura hoy en día y actualmente está surgiendo una reacción en contra de su aplicación.

Concomitantemente a la construcción divergente de conocimientos científicos por todo el planeta, persistió en sus formas más variadas, un esfuerzo conceptual de alinear toda y cualquier producción científica, con la búsqueda de la construcción de un mapa general, grande y único del saber humano. Esto desafió a investigadores y científicos a que formularan coherencias cada vez más amplias incluso hasta de presentarlas como leyes universales, y más, algunos a trabajar por toda una vida, sembrando seguidores para una misión mayor de encontrar una lógica suprema sobre todas esas leyes, en la explicación de Morin, una verdadera ley única que se encontraría en la conexión entre esas leyes (Morin 1990).

De Newton, diseñando las órbitas del sistema solar, a Kant que dimensiona el alcance de la racionalidad del hombre, y hasta Darwin al revelar un orden selectivo de la naturaleza en el perfeccionamiento de las especies, se va construyendo una ley natural de alcance universal, base de toda ciencia y conocimiento a partir del siglo XIX (Morin, 2016).

La noción de leyes de la naturaleza vino a establecerse casi a punto de subordinar la propia noción de naturaleza a estas leyes, promoviendo una inversión civilizatoria que aproxima, aparentemente, el hombre a la condición de Dios, elevando la ciencia al estatus de religión, como dice Prigogine (1991a), esa obsesión por el descubrimiento de las leyes de la naturaleza reflejaría un deseo de aproximar el conocimiento humano a un punto de vista divino (Prigogine, 1991b).

Vivimos, por lo tanto, bajo el auspicio de la ciencia reduccionista y simplificadora que hoy, notablemente, ya no responde a las cuestiones fundamentales que implican la sobrevivencia del hombre como individuo e incluso como especie y, además, no está considerando ni la perpetuidad de la vida en nuestro planeta. Como respuesta práctica y al mismo tiempo utópica, se nos está invitando a construir arcas de Noé y dispararlas en dirección a otros lugares posiblemente habitables del universo que, aunque existan, sean alcanzables y pasibles de colonización humana, estarán predestinados a la destrucción pues el hombre llevará consigo, en el seno de su modelo mental, los mismos paradigmas de conocimiento que están destruyendo nuestro bioma actual.

Además de identificar un objeto, ser vivo, concepto o entidad abstracta, la ciencia pretende describir la causalidad que puede afectar, influenciar o determinar el comportamiento o transformación de estos elementos. Así que más allá de "lo que", la ciencia busca intentar incluir el "cómo" y "porqué" en sus dominios, alcanzando el ápice de su relevancia con el "cuándo", es decir, al demostrar su capacidad de prever lo que está por ocurrir.

En esta omnipotencia limitada de conocer el universo, el hombre comienza a pretender controlarlo. Estas capacidades tanto posibles como entronizadas en una sociedad pautada por el sometimiento del otro, por la arrogancia del yo y por la competencia en la lógica de la escasez, refuerza lo peor que hay en nuestra civilización: la guerra, en todas sus formas.

El planeta se convierte en un amplio palco de disputas sustentadas por la propiedad del conocimiento. El mayor símbolo de esto en el siglo XX fue el holocausto nuclear de Hiroshima y Nagasaki que, por la imposición de la supremacía del conocimiento, pone fin al conflicto armado que perduraba por años, en tan solo una semana. Lo que le sigue a este trágico episodio, a pesar de la aparente paz, es la noción cada vez más cristalizada de que el conocimiento es poder y que todo el conocimiento que no se realiza a través de un beneficio directo en la geopolítica es tan solo una sabiduría de segunda clase, es decir inferior. Después de más de cincuenta años de aquel día, vemos en las empresas globalizadas, en las grandes corporaciones mundiales y en los carteles económicos la misma lógica de mando y control a partir del poder, determinando directa e indirectamente el modo de vida de miles de millones de personas por todo el planeta.

Tenemos entonces de manera creciente e irreversible el surgimiento de una red de conversaciones científicas que propone la disyunción, es decir, la separación en partes, como método de conocimiento. De esa manera cada unidad de la realidad distinguida por los hombres en su cotidiano obtiene necesariamente la condición de una unidad, o parte, de otra unidad mayor que integra, en otras proporciones, otra unidad aún mayor y así progresivamente hasta que la lógica de la simplificación abarca también la noción de universo. La ciencia procede a la atomización, en la búsqueda de, como dice Morin (1990), del ladrillo elemental con el cual está construido el universo.

¡Podemos imaginarnos el empoderamiento que vivieron los hombres al percibir su propia capacidad de captura de lo infinitamente pequeño y de lo inconmensurablemente grande en su propio sistema de conocimiento! La ciencia comenzó a rivalizar con la religión a partir de la pretensión conceptual de poder explicar todo y todos y, además, determinar lo que se merece o no ser explicado. Todo pasó a resumirse a una cuestión de tiempo, recursos y herramientas para observar, medir, analizar y clasificar la realidad a nuestro alrededor. Así, como dice Vasconcelos (2012), el mundo aristotélico, concebido como autónomo, complejo y cualitativamente diferenciado, se convirtió en autómata (determinado), simple y cuantitativo.

En un tercer momento, hubo un renacimiento de la epistemología como filosofía de la ciencia, a partir de la cual comenzamos a reflexionar acerca de diversos aspectos de la ciencia como su lógica, semántica, metodología, ontología, axiología, ética y teorias del conocimiento científico.

Con todo ello, encontramos actualmente en la literatura científica de manera general, el uso del término epistemología con diversos significados e implicaciones tales como epistemología como teoría del conocimiento, paradigmas, cosmología e incluso también como visión personal del mundo, de acuerdo con la explicación de Paul Dell (1985), siendo la cosmología dedicada al problema de comprender el mundo, incluyendo a nosotros y nuestro conocimiento como parte de este mundo.

En este sentido, es posible decir que las rupturas más importantes de la historia de la humanidad son, sin duda alguna, rupturas epistemológicas.

Podemos situar, con alguna precisión, el momento más reciente de la ruptura epistemológica del paradigma de la física del siglo XIX cuando destacamos las investigaciones de Max Planck en 1900 que, al intentar explicar el efecto fotoeléctrico, trajo las primeras correcciones cuánticas a la mecánica clásica, al formular la constante de Planck, referida a la radiación de cuerpo negro, frecuentemente denominada cuanto de acción. Planck vaciló al máximo en explorar su descubrimiento permitiendo que Einstein continuara con su trabajo en dirección a un nuevo momento de la ciencia (Vasconcelos, 2012).

Esta vacilación se convirtió en un comportamiento recurrente entre los físicos de inicios del siglo XX que, en su mayoria y de todas formas, siguieron intentando conservar la Física junto a la complejidad. De lo contrario, los esfuerzos de la comunidad científica de los físicos siempre fue en el sentido de tratar los problemas de la complejidad como algo que debía ser resuelto, confirmando un orden simple y universal que explicaría todas las dimensiones de los fenómenos observados, es decir, trabajaron hasta los años 50 en abordajes que revelarían la verdadera simplicidad que sustentaría la complejidad. Tenemos ahí un paradigma importante – y aquí uso la palabra en el sentido de una epistemología compartida por una comunidad- que solo vino a desmoronarse con los insistentes y progresistas descubrimientos de la Teoría de la Relatividad y de la Mecánica cuántica.

La Física clásica intentó resguardarse de la complejidad al basarse en cálculos precisos, observaciones detalladas y análisis aritméticos obtenidos por medio de resultados. Con eso se distinguiría de la biología y de las ciencias sociales, las cuales, en esa época, les parecían permeadas por la complejidad y sin el estatus de conocimiento verdaderamente científico. Fue solo después que la complejidad vendría a imponerse como presupuesto epistemológico transdisciplinar, justamente basada en la propia física.
Observar el mundo del siglo XXI a partir de sí mismo, con una mirada que no incluye la complejidad es una experiencia de enorme angustia y soledad. El conocimiento como nos es transmitido en nuestra vida escolar, en donde recibimos un aglomerado de informaciones fragmentadas por temas, asuntos, áreas de contenido y materias, transmitido en bloques de información reducidos a fechas, lugares, nombres, fórmulas, diagramas, gráficos, mapas e ilustraciones, todo prácticamente desconectado, no contribuye a nuestra construcción de identidad personal, ciudadana ni humana.
Además de la vida escolar que, en el mejor de los casos, dura veinticinco años, solo existen las noticias de los periódicos y revistas, alguna literatura de ficción, otros tantos libros de biografía y asuntos diversos y claro la televisión para mantenernos en estado de información contextual sobre nuestro día a día, sin entretanto esclarecer preguntas básicas acerca de la fenomenología de los eventos históricos que vemos revelarse delante de nuestros ojos mientras nuestra vida sigue acabándose.
Al convertir ese escenario en uno aún más confuso, tenemos nuestras diversas doctrinas, religiones y creencias espirituales que conservamos en sus formatos medievales, pretendiendo, cada una de ellas, ser la referencia última de nuestro entendimiento personal acerca de nuestros conflictos personales, familiares, comunitarios y planetarios que vivimos en nuestras íntimas conversaciones con nosotros mismos.
Corresponde a los individuos, aquellos que se molestan incluso en formular alguna explicación para lo que nos acontece, establecer un bricolaje de todo eso que sea suficiente y necesario para su propia sobreviviencia y bienestar de los suyos, con el fin de soportarlo en su vivir contemporáneo.
Cuando el planeta comienza a agonizar en calor y en frío extremos, con hordas de inmigrantes atravesando oceanos en balsas improvisadas, en guerras pautadas por conflictos históricos incompreensibles, al calor de la violencia de crímenes y matanzas colectivas, con el temor de que ocurran actos terroristas que van en aumento en todos los continentes; en este escenario, el hombre que observe su época, incluso si intenta ignorar el nivel de daño distribuído planetariamente, entrará en sufrimiento y colapso por no poseer una perspectiva que garantice el sentido de comprensión de toda esa confusión.
CONCLUSIÓN
Lo que podemos decir es que hoy convivimos entre diversos niveles de desarrollo civilizatorios simultáneos, es decir, lo peor de la barbarie de la antigüedad, el dualismo obsesivo de las eras medievales y el reduccionismo científico que pretende responder a todas esas preguntas incluso de manera impersonal, están distribuidos por el planeta en el modelo mental de personas que conviven en una misma familia, empresa, barrio o ciudad.
A partir de la realidad que emerge desde mi observación, a partir de la configuración de mis sentires íntimos, puedo identificar un enorme abismo entre mi familiaridad con conceptos y perspectivas del pensamiento complejo y mi necesidad de actuar socialmente en estructuras institucionales como empresas, partidos políticos y organizaciones sociales orientadas por la lógica lineal cartesiana reduccionista.
La ruptura con estas instituciones y la construcción de un sistema social alternativo aparte, en donde pudiera resguardarme, no parece ser una opción razonable ya que consumiría una enorme energía personal y traería consigo privarme de la interacción con innumerables contextos humanos de nuestra actualidad.
De otra forma, constituir una célula de conocimiento para estudiar y difundir estas ideas puede entenderse como un eje de acción posible, pero la resistencia a las nuevas pedagogías y formas de ver el mundo impiden que un emprendimiento escolar como ese se vuelva sustentable a corto plazo.
Tampoco cabe la opción de intentar olvidar todo aquello y vivir acoplado a la lógica tradicional, ya que es imposible olvidar la visión sistémica y el pensamiento complejo después de haber estudiado tan cercanamente estos conceptos y vivirlos de alguna manera en nuestras entrañas íntimas y personales.
De ser así, involucrarse directamente, con más profundidad y dedicación a la búsqueda de conocimiento vivo acerca del pensamiento complejo, embasado en la trayectoria autoral de un pensador como Edgar Morin que, aún en vida produce literatura y organiza proyectos de acción de alcance mundial, parece ser el único movimiento válido para aquéllos que buscan una transformación de la forma en como conocen el mundo y en las posibles acciones resultantes de esta visión novo-paradigmática.

REFERENCIAS
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