ASTURIAS: \"el flâneur dialoga\"

May 30, 2017 | Autor: Raul Antelo | Categoria: Literatura Latinoamericana
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Asturias: "el flâneur dialoga"






Raúl Antelo



"Alors, bien en dehors de toutes ces préoccupations littéraires et ne
s'y rattachant en rien, tout d'un coup un toit, un reflet de soleil sur une
pierre, l'odeur d'un chemin me faisaient arrêter par un plaisir particulier
qu'ils me donnaient, et aussi parce qu'ils avaient l'air de cacher au-delà
de ce que je le voyais, quelque chose qu'ils invitaient à venir prendre et
que malgré mes efforts je n'arrivais pas à découvrir." En ese fragmento de
À la rechereche du temps perdu, Proust nos muestra cómo gradualmente se
descompone el sentimiento romántico del paisaje y emerge en cambio el
territorio, verdaderamente sagrado, simbólico y segundo, de la flânerie
urbana[1].
"El flaneur nos parece — acotará Miguel Angel Asturias— el andarín
que al pedestre (y aquí sí que pedestrísimo amante del "footing"), mezcla
el caminar por caminar, a la contemplación de cosas bellas, a la charla
amena, al redescubrimiento de la ciudad, en los rincones que va encontrando
a su paso. El que hace "footing" puede que monologue. El"flaneur" dialoga.
Dialoga con la ciudad, dialoga con el viento, con él mismo"[2].
Y la prueba más cabal de ese diálogo nos la da el mismo Asturias en
cuanto caminador de Buenos Aires. En efecto, la ciudad a la que llega en
1948 no cesa de abrirsele en dédalos de la memoria de modo que aquel remoto
Lugones, evocado allá por 1925 en una charla parisina con Alejandro Sux ,
se le reaparece y corporifica toda vez que atraviesa la plaza de Callao,
entre Charcas y Paraguay:


Cada vez que cruzamos la plaza Rodríguez Peña pensamos en
Lugons, y no sólo pensamos, sino se nos adentra a la sombra de
un hermoso ombú, bajo cuyas ramas siempre frescas, nos
detenemos a defendermos de los rigores del verano. Cerca de
allí, al frente, se halla la Biblioteca del Estudiante y el
Docente Argentino, o sea la antigua Biblioteca Nacional de
Maestros, de la que fue director Leopoldo Lugones.
Pero no nos detengamos bajo el ombú a sentir la evidencia
del poeta. Su presencia, allí difusa, va a concentrarse si
penetramos al edificio que se alza al fondo. La espaciosa sala
de la biblioteca nos recibe. Sus muros, los libros, y su
ambiente, la luz. La luz que a borbotones penetra por los
nentanales que dan a la gran plaza, en esta mañana veraniega,
diamantina y clara. De esta sala, donde apenas se percibe el
rumor de la calle, pasamos a la biblioteca de miniatura, o sea
la salita destinada a los niños, menos amplia, pero suficiente
para estos lectorcitos que se inician en sus aficiones de
lectores de libros proprios de su edad, que no están al ancance
de sus posibilidades.
Lugones se va concretando. Años y años, su presencia dejó
en esta biblioteca lo que ahora encontramos, su recuerdo
imborrable. Lugones, no fue un funcionario, en el sentido
burocrático de la palabra, que llenó su cometido y nada más.
Leopoldo Lugones en esos años de su vida leyó, estudió,
escribió, hizo de su despacho, donde ahora parece que nos
saliera a recibir, no sólo el campo de su actividad intelectual
múltiple, vasta, sino una cátedra para todos aquellos que
quisieron oír su palabra rectora[3].


Cabía a los dioses de esa Antiguedad venerada por Lugones,
reconocerse en sus pasos; por eso, Venus se ducit via dirige passum. En
aquél momento, el dios hablaba para sí. El flâneur contemporáneo, en
cambio, se reconoce en los pasos ajenos, que son siempre pasos perdidos.
Por eso, en consecuencia de este contacto entre el poeta y el andarían
cultural, y contrariamente a lo que podría suponerse a primera vista, es
decir, que el poeta aún mantenga incólume su palabra rectora,
presentándose, con toda legitimidad, como un pedagogo de las masas,
Asturias, ese flâneur tardío, sabe, aunque por cierto también olvide, que
lo sublime moderno ya no le propone una ecuación equivalente entre ser y
sentido sino que, al contrario, le permite y estimula explorar las
asimetrías, discontinuidades e incongruencias entre palabras y objetos. Ese
flâneur desengañado realiza entonces triple operación enunciativa: asume un
sistema de circulación ya implantado, realiza materialmente en él su propio
espacio discursivo y y ensaya por último articulaciones específicas que,
como en el caso del lenguaje, podrán ser substituciones o combinaciones,
metáforas o metonímias.
El flâneur dialoga. Esa fue, entre otras, una de las lecciones de su
amigo, le piéton de Paris, Léon-Paul Fargue. Cuando ambos se encuentran, de
hecho, a comienzos de los 30, convocados por una escritora argentina,
Elvira de Alvear, lo hacen en función de una revista que se proponía ser la
voz del entre-lugar, voz ésa que, por fuerza, debería ser, no ya unísona,
sino escindida, dual, esquizosémica, como el quiasmo mismo del nombre de su
editora.
En efecto, esa revista, Imán, se proponía, en las palabras de
presentación de Fargue, una artificialidad anamnésica (y lo admitía sin
rodeos:"nous n'oublierons pas que le nom d'aimant est une des formes du
verbe aimer") haciendo que ese imán/aimant, de doble valencia, fuera,
claramente, un objeto artificial, y tal como los imanes artificiales, mucho
más poderoso que los imanes naturales:


Imán est un magnetomètre. Imán est un microcosme du magnetisme
terrestre. Imán, comme tout être magnetisé, lirá dans la pensée
du monde, verra et entendra par delà les espaces. A travers les
cheminements actifs ou inertes, à travers les mines et les
terres meubles, à travers les systèmes et les littératures, il
décelera la présence des grands bons-hommes, réveillera les
morts, tirera les vivants.


Asturias, traductor de ese texto de Fargue, constata entonces que lo
moderno es intraducible, cuando no abyecto, porque flana desconociendo
límites. Está siempre más allá de los territorios, como el balbuceo neo-
criollo de Xul Solar[4], o más allá de las épocas, como el paso adandinado
del Vizconde de Lascano Tegui, el autor de Mis amigas se murieron[5], ese
camarada con que Asturias se bañó en otras aguas, las de la fuente romana
en que Caracalla se esparcía con sus queridas[6].
Si el flâneur transpone límites y dialoga, su discurso sólo puede ser
polifónico y en polifonía, por lo tanto, debe ser recibido. Es justamente
esa idea de una diseminación proliferante la que, a partir de otro
enunciado de Fargue ("on a été trop horizontal, j'ai envie d'être
vertical"), llevará a modernistas disidentes, como Beckett, Arp, Carl
Einstein o Eugene Jolas, a proponer una poesia vertical[7]. El flâneur, que
al derramarse en el horizonte cultural de lo innombrado, sabidamente la
practica antes que ningún otro, acompasa su devaneo con la pregunta de la
Tatuana: "Cuántas lunas pasaron andando los caminos?"[8]. No todas, por
cierto, ya que "revivir en el recuerdo es volver a vivir en realidad"[9].
Tal como ésta, vertical y situada en la masmédula del lenguaje
órfico, es la búsqueda de otro flâneur, no menos notable, Oliverio Girondo,
que aqui nos interesa particularmente. Gran amigo de Asturias (es en una de
las proverbiales cenas de los viernes en la casa de la calle Suipacha que
Asturias conoce a su mujer, Blanca Mora y Araujo), Oliverio Girondo publica
en 1954 su obra definitiva, que Asturias recorre con interés andarín, del
derecho y del revés, rescatando en "sus estados de ánimo, sus combates
interiores, sus batallas con el mundo en el tableteo de las sílabas
yuguladas que hacen circular la sangre del sentido por insospechadas
venas", algo de lo que ya se oía en "Rimbaud con sus vocales coloridas.
Apollinaire con sus caligramas, Ducasse con sus aúllos blasfematorios, y
antes, mucho antes, nuestro Góngora y Argote", poetas todos que cifraron
sus mensajes "en estos plurales poéticos dimensionados por la fantasía, el
sueño y el subconsciente". Pero de todas las aventuras precedentes, la más
congenial con esa persecusión de la pupila del cero le parece a Asturias la
de Antonin Artaud:


Oliverio Girondo en la misma forma que Artaud trata de perforar
esa capa plúmbea que recubre las cosas humanas y divinas, en
este siglo de comerciantes endomingados, para poner ojos de
estrellas, con sus perforaciones, a la vida misma, a la vida
enterrada , apresada, postergada, cuya única razón de ser es
libertarse[10].


Hay algo de loco, en efecto, en la masmédula de la expresión poética pero
se trata de una locura semejante a la furia libertaria que poco antes, en
1952, Asturias había encontrado en Bolivia y gracias a la cual "el fenómeno
boliviano lo que tiene de quijotesco es precisamente saber que la escudilla
del barbero es el yelmo de Mambrino, es decir que el estaño, representa su
potencia, potencia nacida de su suelo, razón de su existir. "Como en los
juegos paronomásicos del imán/aimant, la razón del suelo es, al mismo
tiempo, potencia del sueño"[11]. La guerra del estaño perfora así la capa
plúmbea del estado y, de ese modo, tanto Asturias como Girondo buscan, en
sus andanzas por caminos no trillados, el desafuero de una poesía vertical.



Del fondo de los mares subió la tierra, la arena desolada,
la baba del misterio, la señal de ceniza
y nada era la nada ante esta venicidad infinita
en que todo no vino del humus, del enjambre viajero,
la semilla emigrante, el suelo bondadoso.
Aquí dio la medida el hombre, su sombra, su locura.


Fue de locos pararse en medio de lo pampa
y hacer un mundo nuevo, plantar lo que no había,
traer lo que faltaba, henchir el ceinte castro,
urgir a Dios para que trabajara hasta el séptimo día,
cuando ellos que eran guerra, tambor y rutilante
pasar igual que bólidos en lomos de sus potros,
fijaron en la tierra sus brazos con anclas,
y dieron la medida, salvajes y constantes,
alzados en sus bestias de belfos calcinados,
topando los dos hombros contra la Cruz, en lo alto.
Abajo el mundo nuevo, las ruedas, los tendones
de máquinas de fuego, y un río inmenso, inmenso,
inmenso, color de cataclismo[12].


Miguel Angel Asturias, el quijotesco flâneur, se cruza, en esas vias reales
o virtuales de la ciudad donde vivió cinco años, con escritores como Rafael
Alberti o Raúl González Tuñón, Pablo Rojas Paz o Eduardo González Lanuza,
Claude Simon o Alain Robbe Grillet[13]; con pintores como Horacio Butler o
Raúl Soldi. Muchas veces en torno a una mesa. En la casa de los Girondo, en
"El Tropezón", en "La Emiliana". De esas cenas, en homenaje a artistas y
escritores, casi siempre organizadas por Norah y Oliverio , existe una foto
en el restaurante "El Ancla", San Martín y Tres Sargentos, donde en torno a
una mesa vemos a Miguel Angel Asturias, Blanca y Lila Mora y Araujo,
Oliverio Girondo y Norah Lange, Juan Battle Planas y esposa, Alicia Jurado
y René Bedel, Maria Sara Hernández Livingston y Monique Perriot. En ésa o
en ocasión semejante a ella, poco importa, se habrá oído la salutación que
la autora de Personas en la sala brindó al homenajeado de hoy, el 10 de
mayo de 1952, en vísperas de su viaje a Europa:



A Miguel Ángel Asturias



En la comida que le ofrecimos con motivo de su viaje a Europa.
Mayo 10 de 1952.


¡Decorativo y recuperado público!
Para quienes sólo atisban en la fidelidad una decaída y
barroca jarana glandular, apenas si comprenderán el alboroto
sentimental que implica para Sara Tornú de Rojas Paz y gara casi
452 ojienjutos comensales acodarnos, una vez más, a mesa tan
partidaria, tan tiritada de laureados poetas, adquiridos
pintores, novelistas con repetidas ediciones, cuya notoria
acústica constituye, en nuestro ajetreo intelectual, el
requisito consagratorio para todo triunfo valedero, como lo
demuestra la pregunta de reojo que inquieta, no sólo a algún
valor recién puesto en circulación sino a quienes experimentan
una marcada predisposición hacia bodas de plata y otras divisas
de forzoso curso:
—¿Te ofrecieron un banquete en el Marcone?
En penúltima y barullera comilona que daba sobre la calle
Corrientes, la indulgencia de Miguel Ángel Asturias verificó, en
cambio, desde su seriedad y su traje de memorable estreno, cómo
cuerdas vocales, de épico renombre, lucharon contra el estrépito
mientras sus explicables admiradores, después de entretenerse
con ventiladores y Lacrozes[14], recalaron en sus dormitorios
persuadidos de que no era obligatorio escuchar discursos para
comprobar que la celebridad ya se tuteaba con Miguel Ángel
Asturias, sin considerar que la aceptación de un destino
parecido al algodón no es, precisamente, el que anhela un
homenajeado o su séquito de oradores, ansiosos de que sus
ejercitados superlativos conozcan inmediato aposento en tímpanos
bien organizados.
No soy capaz, beneméritos contertulios, de aprovechar esa
peripecia auditiva para repetir anterior capítulo, en el cual
procuré resumir esta correntosa felicidad guatemalteco-anatómico-
espiritual que transita bajo el sonoro nombre de Miguel Ángel
Asturias, ni reincidir en su incorregible predilección por
suponer que un arroz puede aguardar 17 horas su sonrisa, que un
ensayista prefiere su perfil el mismo día de su conferencia y no
a la semana siguiente, cuando dictará otra en la que dirá menos
que lo mismo. Utilizaré esta innumerable sobremesa para
señalaros una característica y una mejora de Miguel Ángel
Asturias, ya que mi cariño se entretiene en coleccionar las
reacciones y los sobresaltos que recorren a todo ente en
auténtico pronóstico de bronce y su inútil enredadera.
Para comenzar con la parte más atareada de gracia me
referiré, ante todo, a la visible mejora introducida en el
encomiable mecanismo de Miguel Ángel Asturias. Como se estila en
patentes de invención, la mejora introducida se llama Blanca
Mora y Araujo; mejora que condimenta sus jornadas sin los
estrepitosos ungüentos que nosotros ejercemos para rabieta de
galenos empeñados en abonarnos a bochornosos consanguíneos de la
barba de choclo, sino patrocinada por su permanente cutis de
talco, su espíritu auxiliador, sus absorbentes sombreros, y sus
silencios recientemente inaugurados, novedoso episodio que
permite a Lila y a Juan Mora y Araujo, a Nalé Roxlo y Juan
Battle Planas, usufructuar de esa primicia para realizar la
maniobra, antes insuperable, de asegurarse extáticos oyentes.
Otra característica —casi tan afortunada— que auspicia el
admirable autor de "El señor Presidente" no representa una
modalidad de la cual sólo algunos podemos sacar partido, sino
que traspasa la zona urbana e irrumpe en las 16 provincias. Me
refiero a su reiterada y paciente búsqueda de autores inéditos,
al interés con que escucha el parloteo de heterogéneos poetas
que a veces se titulan adolescentes, y a novelistas con o sin
pie de imprenta. Su amplio conocimiento de los escritores
argentinos no está basado en facilidades de sofá-cama, o mesa de
luz con libro abierto, o tercer tomo derramado sobre indefensa
alfombra (ambientes que deberían ser prometedores), sino que
gesticula un entusiasmo que lo obliga a trasplantarse hasta Los
barrios más excéntricos con tal de verificar la existencia de un
colega más o menos pronunciable.
Miguel Ángel Asturias no sólo lee sin saltearse el índice,
sin saltéarse todo el libro, y hasta el autor, como ocurre con
otros que deambularon por aquí dilatadísimas temporadas; Miguel
Ángel perora, analiza, discute, ventila, indaga domicilios,
asiste a conferencias, a recitales, a niñas de 14, de 23 o de 56
años, sin rechazar peñas y otras complicaciones que no siempre
deparan entretenida sor presa.
Su límpidez de espíritu, su notoria decencia anímiça y
circulatoria, le obligan a realizar verdaderos sacrificios, de
los cuales emerge, a veces, con la paciencia algo arrugada,
aunque siempre consigue retener una anécdota, una teoría, un
perfil en honrosa víspera de naftalina, mientras despilfarra su
gravedad sin astringentes, su abundante efusión, dejando tras
suyo un tendal de hogares dispuestos a perdonarle todo, menos su
ausencia.
Si bien es cierto que semejante desbordamiento literario-
auditivo fomenta el lento y decoroso desfile de contrincantes de
todos los sexos, con o sin antojos de editor, y la benéfica
posibilidad de que Miguel Ángel Asturias lea luminosos poemas
con su voz de marea alta, no carece, por ello, de peligros, ya
sean para él o para los admiradores que deciden escoltarlo en
tan cultural peregrinaje.
A fin de que verifiquéis mi inapetencia por exageradas
engañifas, me atreveré a deacribiros cómo sucede la presencia de
Miguel Ángel Asturias, no pocas noches de cualquier semana, en
cualquier residencia propicia a las artes y a los petit-fours.
No bien Miguel Ángel titila el modesto ombligo de la
puerta de calle, en el impaciente salón —donde hasta el taburete
del piano consigue parecer amaestrado para soportar el efusivo
estremecimiento que provoca su arribo—, temerarios "habitués"
inician, de inmediato, un ensayado cateo de sus faltriqueras,
para extraer, en vez del dificultoso cigarrillo de la
tacañareía, media resma de manuscritos. Ejercitada su bienvenida
de "nanduty", la dueña de casa, en increíble escorzo, se arroja
sobre la alfombra para escuchar a sus "queridos poetas",
coreografía que algunos hemos ensayado y que sólo consigue
acalambrarnos cualquier endecasílabo, mientras Miguel Ángel
Asturias, qué jamás se ha afiliado a ningún grupo de literatos
que descubren en premeditado chaleco, inesperadas páginas que
deletrean de memoria, para despedirse no bien trascurren los 9
minutos que estipula cualquier egoísta profiláxis social; Miguel
Ángel, repito, anuncia honestamente sus intenciones; abre con
gesto decisivo la cartera de su cónyuge y axtiende un olvido
sobre pasadas molestias al leer sonoras y memorables cuartillas
para luego pernoctar, heróicamente, junto a la experta
esterilidad de un historiador, al inútil hojaldre de un
sonetista o a la dispepsia de un escritor que disimula, con todo
éxito, su flacucho mensaje.
Terminada la "seance", Miguel Ángel Asturias se retira
ileso y persuadido, con toda razón, de que mediante tan
esforzadas jornadas ha logrado conocer muchos más poetas,
escritores y pintores que quienes propulsan la cultura, los
domingos, o una vez por mes, al mismo berde de Colgates y
corpiños Mistinguette.
Miguel Ángel no sólo recuerda y pondera a quienes
representan algo, sino que los defiende, y su interés por la
maltratada literatura hispano-americana alcanza tal magnitud que
hasta premeditó instalar una librería en pleno centro para
vengarnos de libreros que desempenan entusiastas amnesias al
solicitársele un libro argentino o latinoamericano, y de
editores que prefieren que "adelgacemos comiendo", con perdón de
los ausentes.
Por doloroso que os resuene, señoras y señores sujetos al
lagrimón, en este país donde el amigo desgarbado de cualquier
rayuela, o el otro, más crecido, pasible de trasformarse en
padrino de incierto vástago, suele preguntarnos qué oficio
tratamos de no ejercer con tanto éxito, y donde representa una
situación envidiable ser reconocido por un agremiado de Gath &
Chaves, o por lisonjero mozo de "El Tropezón", esta lucha
fervorosa de Miguel Ángel Asturias nos vitaminiza para una
profesión que aun ignoramos quién nos mandó elegir. Pero
semejante actitud, exenta de solemnidad, de falso
intelectualismo, de ese intelectualismo que hasta para hablar de
la calle obliga a algunos a treparse a la vereda desde la
ventana de enfrente (no sé si yo tampoco entiendo pero sé quién
es), no debe de sorprender a quienes hayan leído obras tan
vitales, tan desconocedoras de inútiles tropicalismos y otras
inculcadas benzedrinas, como El señor Presiderete y Viento
fuerte (para citar las obras que prefiero), ya que en dichos
libros se comprueba que su carencia de miopía ante cualquier
angustia no lo obliga a una mera aglomeración de vocablos y
situaciones con caprichos de folleto, sino que indaga, con
estilo ancho, vertiginoso y reluciente, los recovecos necesarios
de todos los seres que requieren ser bien narrados.
Es evidente que sólo Miguel Ángel Asturias puede recorrer
la ciudad tal cual lo he descrito. Su curiosidad va implícita en
este itinerario para el que existen tan pocos voluntarios.
Considero indispensable entregaros varios ejemplos. ¿Acaso algún
socio de la S.A.D.E. no consigue desconocernos hasta después del
matambre, pretextando que basta leer a Echeverría? ¡Por suerte,
Pablo Rojas Paz empezó primero con nosotros! ¿No es evidente que
Oliverio Girondo logra desconocer los guiones de Don Enrique?
¿Qué Pepe Bianco no lee demasiado a Murena? ¿Qué Augusto Mario
Delfino no se decide por Gandia? ¿Qué Córdova Iturburu no es
propenso a Manuel Gálvez? Lamento la obligación de ser breve…
como si no tuviésemos toda la noche a un costado.
Estas son algunas de las umbilicales disquisiciones que
promueve el querido Miguel Ángel Asturias, mientras premedita
barcos y traducciones, y unu pieusa —nu puede dejar de pensarlo
antes de decirle adiós—, que lo importante, lo confortable, es
ser una persona, desde todas las encrucijadas y molduras y
códigos que arropan a este vocablo en su uso cotidiano, ya que
relatar su etimología implica un alarde de cultura que mi
modestia prefiere postergar. Miguel Ángel Asturias merece esa
separación, ese apenas biombo, que lo torna diferente y que
consigue personería jurídica en la recordada sangre, en el gesto
con que descuida un sombrero, en la forma de retener un rostro.
Yo constato todo esto en cada página de sus libros donde no
existe nada que me aparte de su persona, puesto que deja en
ellos lo que transitó por su sistema nervioso, no por una
conocida gabardina repercutida de ficheros que suele desplazarse
por Florida y Charcas.
Su aire moreno, su manera de bienvenir, como si sólo
saliera para encontrarnos, ya constituía una hermosa posibilidad
para nuestras calles que, al principio de su ausencia, no sabrán
bien lo que perdieron, más habituadas y esperanzadas que
nosotros en distracciones de gobiernos que ojalá posterguen su
partida hacia París. Pero esta noche es la despedida y si en
próxima pasada trascripción de cariño solicité que "brindaramos,
sin relojes, por su solo rostro de guatemalteco enamorado con
apuro de volver" ahora agrego un miedo repartido que apenas me
atrevo a murmurar. Y es que, escoltado por la enhiesta mejilla
de Blanca Mora y Araujo, ya no transite ningún apuro por
regresar a Buenos Aires. Sé que tiene razón, pero eso no
implica, Miguel Ángel Asturias, que no hagamos fuerzas para que
tu enaltecedora presencia se embarque de vuelta y torne más
confortable y valerosa nuestra profesión de escritores, nuestra
resignada manera de extrañarte[15].



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[1] Cf. BENJAMIN, Walter — Paris, capitale du XIX siècle. Le Livre des
Passages. Trad. Jean Lacoste. 2e. ed. Paris, Ed. du Cerf, 1993, p. 439.
[2] ASTURIAS, Miguel Angel — "Andarines urbanos" (El Imparcial, Guatemala,
22 nov 1971) in Viajes, ensayos y fantasías. Compilación y prólogo Richard
J. Callan. Buenos Aires, Losada, 1981, p. 18.
[3] IDEM — "La presencia de Lugones" (El Nacional, Caracas, 28 fev 1955)
ibidem, p. 43-4.
[4] SOLAR, Xul — "Poema" Iman, nº 1, Paris, abril 1931. Xul Solar
realizaria más tarde, en 1953, el retrato-horóscopo de Asturias, conservado
en el Museo Xul Solar, en Buenos Aires.
[5] LASCANO TEGUI, Vizconde de — "Mis amigas se murieron", primer capítulo
de la anunciada y luego perdida novela Mis queridas se murieron, también se
publicó en el único número de Imán. Para completar el círculo, digamos que
el mismo Vizconde escribe una crónica sobre Xul en el diario El Mundo,
Buenos Aires, 24 jul 1949.
[6] Asturias, el poeta italiano Lionello Fiumi y el Vizconde se bañaron,
justamente, una tarde lluviosa de 1931, "no sin cierto placer poético, en
el sitio donde el emperador Caracalla y su corte gustaban entre masajes y
caricias, óleos perfumados y licores preciosos, de aguas menos frías en
piscinas de mármol hoy abandonadas" Cf. ASTURIAS, Miguel Angel — Paris 1924-
1933. Periodismo y creación literaria. Ed. crítica Amos Segala. Paris,
UNESCO, 1988, p. 455. Aún las lecturas no complacientes, subrayan el
compromiso de sus opciones estéticas por un desvio cuyo responsable último
es la ciudad. En reseña de Maladrón, Silvina Bullrich sugiere, con sorna,
que "la vida fácil y regalada de un embajador, la cultura siempre presente,
las comidas y bebidas exquisitas y la corona centelleante del Premio Nobel
no pueden dejar de marcar a un ser tan sensible como lo es un escritor. Los
actuales y eternos problemas de un continente postergado han palidecido
bajo las luces de Paris", aunque se vea obligada por otro lado a reconocer
que, en rigor, hay entre ellos una discrepancia que podríamos llamar de la
política del relato, ya que Asturias no construye su ficción a la manera
clásica, realista, "sino que entremezcla, como los llamados "objetivistas"
la acción, el pensamiento, la realidad, el sueño". Cf. BULLRICH, Silvina —
"El símbolo mágico de América". Suplemento literário de La Nación, Buenos
Aires, s. d. (1969).
[7] Ese grupo, vinculado a la revista transition de Jolas, firma en 1932 un
manifiesto, "Poetry is vertical", que afirma que "The transcendental 'I'
with its multiple stratifications reaching back millions of years is
related to the entire history of mankind, past and present, and is brought
to the surface with the hallucinatory irruption of images in the dream, the
daydream, the mystic-gnostic trance, and even the psychiatric condition".
Cf. transition , nº 21, mar 1932, p. 148.
[8] La "Leyenda de la Tatuana", que capta el vocabulario de la obsidiana,
la piedra que habla, y lee los jeroglíficos de las constelaciones, fue
traducida ("Legend of the Tatooed Girl") en acápite emblemático de los
anamitos y psicografias de la "edad vertical" del grupo transition, cuyo
marco teórico y escriturario era, como es sabido, Joyce. Cf. transition, nº
32, p. 8-12. Tras la leyenda de Guatemala se pueden aún leer, entre otros
textos, "Sedendo et Quiesciendo" de Beckett o tres historias de Kafka.
[9] Evocando la figura de Alfonsina Storni, afirma Asturias que "hace
muchísimos años, digamos treinta, digamos cuarenta, esta mujer inefable,
angustiada por el derroche de banalidad y mundanismo que se hacía en la
playa de moda, sugirió la posibilidad de que en alguno de los casinos de
salones magníficos, se reunieran los poetas argentinos y extranjeros a
decir sus versos para públicos amantes de la poesía. El poema como antídoto
a tanta liviana y elegante tontería. El poema como llama incendiaria en
medio de las sombras, que sombras son los humanos sin la sistencia del
espíritu". Cf. "Alfonsina Storni" (El Nacional, Caracas, 21 jul 1971) in
Viajes, ensayos y fantasías, op. cit., p. 45. Contra la plaza populosa, la
playa abandonada;contra la euforia del casino, la melancolía de la
biblioteca; contra el palabrerío hueco, el recitado en pausa. Esas son las
opciones del flâneur cultural.
[10] GIRONDO, Oliverio — Obra completa. Ed. crítica R. Antelo. Madrid,
UNESCO, 1999. Col. Archivos, nº 38.
[11] ASTURIAS, Miguel Angel — Carta aérea a mis amigos de América. Buenos
Aires, Francisco A. Colombo, 1952, p. 9. Esta carta, financiado por su
autor, fue impresa en la gráfica de la vanguardia rioplatense, los talleres
de Colombo, donde se ejecutaron más de veinte ediciones privadas de la obra
de Borges y de otros martinfierristas como "Ricardo E. Molinari, entusiasta
rastreador de papeles ignotos, que imprime cada ejemplar en una calidad
distinta y en tiradas que oscilan de 4 a 17 ejemplares y medio; Oliverio
Girondo, que revivía junto a la minerva pretéritas épocas paganas, bien
pertrechado de empanadas y otros implementos más desparramables, mientras
procuraba recuperar escurridiza sección áurea; Evar Méndez que nos
sobornaba prometiendo imprimir nuestros libros en la imprenta de Colombo,
si traducíamos algún artículo para Martín Fierro o tocábamos el piano en
sus recitadas fiestas; Eduardo J. Bullrich, minucioso y seguro, que apoya
sus disquisiciones tipográficas en una polifacética y aterradora
documentación: Augusto Mario Delfino, asiduo lector de Gina Lombroso, el
primero en estampar su estado civil y su progenitura en incauta portada;
Margarita Arsamasseva que avanzaba por la calle Hortiguera con tal energía
literaria que impedía prever su secreto y, por suerte, no propanable
entusiasmo: arroz con leche, me quiero casar; Pablo Rojas Paz con su
provincia a cuestas, y su aversión por la negrita, y para finalizar esta
reseña mediante el luminoso broche de nuestras mejores épocas, Laura
Mulhall Girondo con sus magníficas y memorables ilustraciones". Cf. LANGE,
Norah — Estimados congéneres. Buenos Aires, Losada, 1968, p. 155. Para la
Carta aérea… de Asturias, consulté el ejemplar del acervo Sanborn de la
biblioteca del Dartmouth College, gracias a la gentileza de Rodolfo
Franconi.
[12] ASTURIAS, Miguel Angel — Alto es el Sur. La Plata, Talleres Gráficos
Moreno, 1952. Antes de ese libro de poemas, en 1949, Asturias publica en
Buenos Aires sus Ejercicios poéticos en forma de soneto sobre temas de
Horacio, en una editorial de poetas republicanos españoles (Arturo
Cuadrado, Lorenzo Varela, Luis Seoane) exilados en la capital argentina,
Botella al mar. Porteñas también son las ediciones de Sien de alondra,
Soluna, ademas, claro está, de sus novelas por Losada.
[13] En 1961 Fabril edita La hierba en traducción de su esposa, Blanca; al
año siguiente, Gonzalo Losada lanza, en versión de Miguel Angel, un relato
de Robbe Grillet, En el laberinto y en 1964 una traducción a cuatro manos
del matrimonio Asturias, las Historias para ser contadas de Mikail
Sadoveaunu.
[14] El restaurante "La Emiliana",Corrientes y Uruguay, quedaba a la salida
de la estación Urugyuay del subterráneo de Lacroze.
[15] LANGE, Norah — Estimados congéneres, op. cit., p. 192-7.
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