Béjar. Conjunto histórico

July 3, 2017 | Autor: N. Rupérez Almajano | Categoria: Urban Planning, Patrimonio Cultural, Patrimonio, Arquitectura, Urbanismo, Patrimonio Arquitectónico
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Béjar Conjunto histórico La trama y el paisaje urbano de Béjar, sus edificios y monumentos reflejan la historia de una población que se remonta esencialmente a la etapa medieval, inicia y supera la Edad Moderna bajo el dominio omnipresente de la Casa Ducal, y se desarrolla y transforma durante el siglo XIX en un importante enclave industrial de Castilla y León, que hemos visto tristemente hundirse en el siglo XX. En buena parte este pasado y esta configuración han estado condicionados por su peculiar emplazamiento geográfico: una depresión dominada por los imponentes macizos graníticos de la serranía de Béjar, en las últimas estribaciones del Sistema Central. Gracias al agua de los numerosos regatos y fuentes que bajan de la sierra, la vegetación del lugar es rica y variada, con abundantes pastizales que propiciaron desde la antigüedad una importante explotación ganadera, completada con el cultivo, más o menos intenso según las épocas, de un extenso viñedo, algunas plantas textiles y tintóreas, cereales, frutales y todo tipo de hortalizas en las huertas, a lo que hay que sumar el beneficio de los bosques, en particular del castaño, que sigue siendo el árbol predominante en los montes. Todo esto hace del entorno natural de Béjar uno de los más bellos de la provincia salmantina, pero también uno de los peor comunicados. Para llegar a él desde Salamanca, Cáceres o Ávila es necesario atravesar

Vista panorámica de Béjar

algún puerto de montaña –Vallejera, Baños o San Bartolomé–, lo que ha supuesto un aislamiento que ha dificultado su desarrollo, aunque en algún momento de su historia pudo favorecer su resguardo. Varios miliarios atestiguan la proximidad de Béjar a la Vía de la Plata, el más importante eje de comunicación en el occidente peninsular de la Antigüedad, constituido sobre los caminos naturales ya existentes. No parece,

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sin embargo, que la construcción de la calzada fomentase el poblamiento de esta tierra bejarana más de lo que estaba antes de la ocupación romana. A juzgar por los restos cerámicos y utensilios de sílex hallados en Valdesangil, ya en el Calcolítico debía haber un pequeño núcleo de población en el valle, que posiblemente se trasladó al cerro cuando en la Edad del Hierro se establecieron aquí los vettones, ganaderos y pastores, buscando un emplazamiento más estratégico. A falta de restos arqueológicos que la avalen, esta ocupación se apoya en el propio topónimo de Béjar, de indudable origen prerromano tanto si se hace proceder de la antigua Deóbriga como de Bíclaro, según defiende Llorente Maldonado. De ser así este castro habría estado enclavado en el mismo lugar de la ciudad actual, un estrecho espolón que emerge hasta los 959 metros de altitud entre el profundo valle del río Cuerpo de Hombre al norte y una pequeña vaguada labrada por el arroyo de los Moros en el sur que confluyen en su extremo occidental, mientras el desnivel va descendiendo suavemente hacia el sudeste hasta fundirse con la llanura inferior.

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Hay quien sostiene que en lo más alto del cerro estuvo situado también en época visigoda el antiguo cenobio benedictino de “Bíclaro”, que habría sido destruido durante la ocupación musulmana. Pero lo que sucedió con la pequeña población existente durante las invasiones germánica e islámica no pasan de ser conjeturas, dada la falta de testimonios fehacientes. Es verosímil que, al quedar este territorio en la línea fronteriza, en el siglo XI los árabes reforzaran las defensas naturales del cerro mediante la construcción de un recinto amurallado, convirtiendo el extremo occidental en un reducto militar, cerrado en el acceso más vulnerable por una alcazaba, que se levantaría sobre el antiguo monasterio. Ciertamente los restos de la muralla que todavía se mantienen en pie no son árabes, pero es muy probable que en su construcción se respetase el planteamiento de un trazado anterior allí donde lo había, como sucedió en otras ciudades y villas configuradas a comienzos de la Baja Edad Media. En la fiesta del Corpus se sigue rememorando cada año una antigua tradición, según la cual Béjar habría sido reconquistada a los moros en 1180, siendo vencidos por hombres cubiertos de musgo que entraron por la puerta de la Traición. Sea como fuere, a finales del siglo XII el control de este pequeño núcleo, aunque

Muralla

Casa de Clavijo

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fue encomendada por Alfonso VIII de Castilla al Concejo de Ávila. En torno a 1209 habría adquirido entidad propia, pasando poco después –en 1216– a depender de la diócesis de Plasencia. El mismo monarca le otorgó quizá un primer fuero y ordenó su cercamiento.

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Fachadas típicas de arquitectura popular

quizá por entonces semidespoblado, resultaba esencial a los monarcas castellanos tanto para consolidar sus posiciones en el Sistema Central frente a los musulmanes, como para asegurar su territorio frente al Reino de León, debido a su proximidad a la Vía de la Plata que marcaba el límite entre los dos reinos cristianos conforme al reparto realizado por Alfonso VII entre sus hijos Fernando y Sancho. Según testimonios históricos, cada vez más numerosos a partir de ahora, la conquista y repoblación de Béjar Rincón de la Plaza Mayor (lienzo oriental)

La muralla de Béjar se adaptó a las peculiaridades y accidentes del terreno, traduciendo en su perímetro alargado y estrecho la forma oblonga del espolón sobre el que se asentó la población. La distinción que aparece en el plano de Coello de 1867 entre Puebla Nueva y Barrio Nuevo, al norte y sur de la mitad oriental, frente al barrio de la Antigua situado al oeste, ha reforzado la idea de que el recinto amurallado se construyó en dos etapas: en la primera, a comienzos del siglo XIII, los repobladores ocuparían la superficie de unas diez hectáreas que abarcaba la cerca musulmana reconstruida de nuevo, mientras que en una fase no muy posterior, coincidiendo quizá con la elevación de Béjar al rango de villa y cabeza de un gran alfoz, se ampliaría la muralla para proteger a los nuevos pobladores asentados en la zona oriental, englobando una extensión de unas veintiséis hectáreas. La antigua alcazaba convertida en castillo vendría a situarse casi en el centro del espacio cercado, “abrochando” los dos sectores, tal como señala Tomás de Lemos en 1685 al referirse al palacio ducal que sustituyó a aquél. Todavía se mantienen en pie importantes restos de esta muralla en el extremo occidental, restaurados hace unos años, que permiten hacernos una buena idea de su aspecto. Se trata de un muro de mampostería de granito de gran altura, provisto de algunas torres cuadradas o redondas que reforzaban los ángulos o protegían las puertas. De éstas quedan dos: la del Pico, situada en la proa del espolón, y próxima a ella la de San Pedro o San Antón, en el lienzo sur. Ambas están conformadas por sencillos arcos ojivales con tramo abovedado intermedio donde se alojaba el rastrillo y el hueco para la tranca. Junto a las puertas, en la parte interior, encontramos escaleras de piedra integradas en el muro que permitían subir al adarve, resguardado por parapetos almenados hoy reconstruidos. El hecho de que hayan conservado su aspecto medieval manifiesta la situación marginal en que quedó este sector de la población cuando la función defensiva dejó de

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ser decisiva, y su escasa importancia tanto desde el punto de vista económico como representativo. La prueba la tenemos en la puerta de Ávila, también conocida como puerta de la Corredera o puerta de la Villa, que se abría en el extremo oriental, como todavía recuerda la toponimia. Era sin duda la entrada fundamental, al confluir en ella los principales caminos de comunicación, y por este motivo fue reconstruida en fechas posteriores –probablemente en el siglo XVI– alterando su aspecto original para ofrecer una imagen más moderna. Según una fotografía de 1868 presentaba un gran arco de medio punto, con tondos en las enjutas y ático almenado, flanqueado por torrecillas circulares y decorado en su centro por el escudo ducal de Béjar sostenido por putti. Las fuentes documentales dan cuenta de la existencia de otras puertas secundarias tanto en la zona norte como en la sur –la de los Osos, Barrioneila, San Nicolás, el Yezgal, Santa María, del Matadero o de la Lanza, Nueva, de San Andrés, etc.–, que facilitarían a los vecinos la salida a los huertos, los prados o el río. Todas ellas, junto con los lienzos donde se encontraban, fueron desapareciendo o integrándose en otras construcciones desde mediados del siglo XIX, como consecuencia del gran crecimiento experimentado por la población, que fue expandiéndose sobre todo hacia el este y sur, donde el terreno era menos abrupto. Sin embargo, la incidencia de la antigua muralla sigue siendo evidente en la morfología del casco histórico de Béjar, como refleja su plano. Indudable-mente la comunicación entre la puerta de Ávila y la del Pico generó un eje fundamental, relativamente paralelo a los muros, a cuyos lados se organizó el poblamiento, eje que constituye aún hoy la calle principal. Su mismo origen explica las características de su trazado: muy sinuoso, al irse adaptando a las irregularidades del suelo, y de escasa y desigual anchura. Dada su gran longitud esta calle “Mayor” recibe distintos nombres o adjetivaciones en cada tramo que, curiosamente, en lugar de remitirnos a la época medieval en que se formó, como se podía esperar, recuerdan hoy día acontecimientos o personajes de la historia decimonónica de Béjar: el 29 de agosto de 1867 en memoria de un incidente protagonizado tal día por

los liberales, a don Nicolás Rodríguez Vidal, diputado y alcalde bejarano, al general Ramón de Pardiñas vencedor del carlismo en 1837, a don José Sánchez Ocaña y a don Mariano Miguel de Reinoso, políticos bejaranos que llegaron a ser ministros de Hacienda e Instrucción Pública, respectivamente, en el reinado de Isabel II. De la puerta de Ávila y de la del Pico arrancan también otras calles longitudinales, sin regularidad alguna en su traza, que antes o después acaban confluyendo en la calle Mayor. Todas ellas se comunican entre sí o con las antiguas rondas y portillos a través de reducidas callejas transversales, que acusan la empinada pendiente del cerro. En este caso su origen hay que buscarlo en los caminos que unían las pequeñas iglesias parroquiales en torno a las cuales se agruparon los pobladores. En época medieval Béjar llegó a contar con diez parroquias distribuidas por todo su perímetro cercado. El templo, con su cementerio, solía mantenerse aislado del caserío, dando lugar a placitas que a veces no van más allá de un simple ensanchamiento de la calle para realzar el edificio. El terreno intramuros, relativamenPlaza Mayor. Ayuntamiento

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te extenso aunque accidentado, se iría rellenando sin plan preconcebido dando lugar al apretado entramado de calles y callejuelas angostas y desiguales que conforman la estructura de Béjar, entre las que se hacinan los edificios en manzanas irregulares. Esta configuración forjada en el siglo XIII, en la que tuvo también una incidencia decisiva la topografía del lugar, experimenta sobre ella los sucesivos avatares históricos, que sin modificarla en lo sustancial han ido cambiando la fisonomía y el paisaje urbano de Béjar, entremezclándose en él las construcciones medievales de sus iglesias con las huellas e intervenciones del largo dominio ducal y la transformación del caserío que impone el auge industrial del siglo XIX. Como se ha señalado, Béjar fue repoblada a finales del siglo XII o comienzos del XIII esencialmente por castellanos, pero también por numerosos judíos y moros, dado que según recoge el fuero las creencias no eran obstáculo para conceder la vecindad. Los moros, de paz o siervos, debieron vivir mezclados con la población cristiana en sus mismas colaciones, pero la minoría judía, que formaba aljama con la de Hervás, habitó hasta 1492 en un barrio independiente con su sinagoga. Éste –según Martín y Aguilar y los recientes estudios de Muñoz Domínguez– estuvo situado en la zona norte, detrás de San Gil, entre la iglesia del Salvador y el convento de San Francisco, y no en el barrio de la Antigua, en torno a la calle 29 de Agosto, como muchos siguen sosteniendo. Patio del palacio ducal

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Además de esta variedad étnico-religiosa, la sociedad bejarana bajomedieval mostraba también una clara diferenciación social, distinguiéndose en particular un reducido grupo de caballeros, grandes propietarios agropecuarios y exentos de contribuciones, que acabaron monopolizando en su favor los cargos concejiles. Los mismos privilegios que los caballeros tuvieron los miembros del Cabildo, institución supraparroquial creada en torno a 1229 que rigió la vida de los clérigos del arcedianato de Béjar hasta el siglo XIX. Sin embargo, esta situación se vió alterada decisivamente al cambiar su condición de villa de realengo, que había tenido desde la repoblación, por la de villa señorial. El origen del señorío ducal de Béjar está en la permuta que realizó en 1396 el rey Enrique III con don Diego López de Estúñiga de la villa de Frías por la de Béjar, concediéndole plena jurisdicción sobre las personas y tierras de ésta. Casi un siglo después, en 1485, don Álvaro de Zúñiga recibía de los Reyes Católicos el título ducal. Los señores y duques de Béjar usaron y abusaron desde el primer momento de todos sus privilegios en detrimento de los derechos del pueblo, comportándose como auténticos señores feudales en las facetas más diversas, aunque con matices según señores y épocas como –señala López Benito–. De hecho el dominio ducal sobre Béjar se extendió no sólo al cobro de impuestos y derechos o al nombramiento de los cargos públicos, sino también –y sin ánimo de hacer una relación completa– a los bosques, los pastos, los ganados, las tierras, las fuentes, los ríos, la nieve, el coto pesquero o el tinte. La mejor imagen externa del poder político, económico y social que detentaron los duques sobre esta antigua villa, que consideraron su estado particular, es su palacio ducal, y en un plano inmediato las obras que patrocinaron poniendo en ellas sus armas como testimonio. El palacio fue edificado durante el siglo XVI, cuando los duques que habían vivido hasta entonces habitualmente en Plasencia establecieron su residencia en Béjar. En realidad más que una edificación propiamente dicha debieron llevar a cabo una transformación del antiguo castillo medieval, convirtiendo la fortaleza por entonces inhabitable en palacio y adaptándola en lo posible a los nuevos gustos. Como se ha

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dicho, el castillo estaba situado en lo alto del promontorio, en una posición relativamente central dentro del espacio cercado y unido a la muralla por dos muros transversales, como todavía se aprecia en la plaza de los Aires. El bloque cúbico, construido en mampostería de granito, tenía su entrada principal a poniente y estaba fortificado por cubos redondos y torreones poligonales. En la reforma o construcción acometida en el siglo XVI la fachada principal se traslada al este, abriendo en ella una gran puerta adintelada, los muros exteriores se perforan con numerosos vanos y la primitiva plaza de armas se transforma en plaza ducal, disponiendo su acceso desde la Plaza Mayor por un arco escarzan –hoy desaparecido–, lo que manifiesta una apertura a la población inexistente hasta entonces. Aunque las potentes torres siguen recordando la función defensiva, este carácter desaparece por completo cuando se entra en el patio renacentista, elemento sustancial de todo palacio y objeto de especial atención como exponente del prestigio del propietario. Las obras de la escalera y patio fueron contratadas a finales de 1567 con el cantero Pedro de Marquina, uno de los más activos en la Alta Extremadura durante el tercer cuarto de siglo –según Andrés Ordax–, ajustándose la puerta a mediados del año siguiente. El patio es rectangular, amplio (23,10 x 18,60 m) y de diseño asimétrico. En sus lados oeste y norte presenta doble piso de arquerías de medio punto sobre columnas de fuste monolítico, el inferior con capiteles de volutas resaltadas y elementos vegetales –similares a los del palacio cacereño de los Perero– y el superior con capiteles jónicos y balaustrada, alternándose en las enjutas los escudos de los Zúñiga y Sotomayor, correspondientes a los duques de Béjar, con las iniciales F. G. alusivas a don Francisco de Zúñiga y Sotomayor (1565-1591), cuarto de los duques de Béjar y artífice de la reforma, y a su primera esposa, doña Guiomar de Mendoza, ya fallecida en estas fechas. El flanco meridional lo ocupa una elegante escalera paralela al muro, abierta al patio por un largo arco deprimido sobre columnas jónicas, que decrecen en altura a medida que ascendemos buscando un curioso efecto de perspectiva, que se acentúa por la posición oblicua de las basas sobre el antepecho macizo. Por último, el

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Plaza de la Piedad

lienzo donde está el acceso se adorna con una fuente de cubierta avenerada y enmarque arquitectónico de columnas corintias, que lleva grabada en el friso del entablamento la fecha de conclusión (A.D.M.Q.S.N, es decir, Anno Domini Mil Quinientos Sesenta y Nueve) y la identidad del promotor (F D II: Francisco Duque II) en las cartelas de cueros recortados del remate; sobre ella resaltan dos enormes blasones timbrados con corona ducal de los Zúñiga y Sotomayor. La ausencia de mayores alardes decorativos se suple por la nobleza del material bien tallado que debía contrastar con el blanco enjalbegado de los muros, donde se abre todavía alguna puerta en arco apuntado. Fue posiblemente en estas mismas fechas, a juzgar por los blasones de la parte superior, cuando se reforzaron los cubos de la fachada principal, modificando la forma original de uno de ellos, y cuando se abrió una pequeña loggia de tres arcos en la cara norte –hoy perdida–, desde la que poder disfrutar de la Huerta del Aire y de la vista del río.

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duque don Juan Manuel, a quien se atribuye asimismo una interesante “Vista de Béjar” de hacia 1727. El palacio fue declarado Monumento Histórico Artístico en 1931. Estuvo dedicado a usos de lo más dispares hasta que en los años sesenta se restauró y se adaptó para albergar el Instituto “Ramón Olleros”.

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Calle “29 de agosto”

Anterior al patio fue la ampliación de la fortaleza mediante la construcción de una gran ala o galería en la parte meridional. Debía estar ya iniciada en tiempos de la Gran Duquesa doña Teresa de Zúñiga y Guzmán (1531-1565), que adornó su frente con un pequeño jardín, según testimonio de 1552; no obstante su conclusión se prolongó durante todo el siglo XVI y aún después. Tal como hoy la vemos consta de tres plantas, reforzadas en su base por contrafuertes circulares, en las que se abren amplios vanos en disposición perfectamente regular, remarcados en los pisos superiores por molduras simples y guardapolvos de granito que destacan sobre el enlucido. La única decoración es de tipo heráldico a base de toscos escudos de los Zúñiga entre las ventanas de la planta principal y dispuestos sobre ellas en el piso superior. En este caso además de variar su factura y tamaño, se combinan con el apellido Sotomayor y se introduce entre el dintel y el guardapolvo de las ventanas una cartela desplegada con el anagrama FM en el centro, alusivo a don Francisco III de Zúñiga y Sotomayor (1591-1601) y su esposa doña María Andrea de Guzmán, quienes se habrían ocupado de terminarla. Flanqueaban esta fachada hasta el siglo XIX dos torreones circulares casi totalmente desaparecidos, cubiertos con cúpulas encamonadas que debieron añadirse en reformas posteriores. No se conservan tampoco sus salones ni las obras artísticas que atesoraban, entre ellas veintiocho cuadros de Ribera sobre la vida de Santa Teresa, una asombrosa colección de armaduras y piezas armeras o las pinturas murales realizadas en la primera mitad del siglo XVIII por el italiano Ventura Lirios, protegido del

El palacio ducal precedido por su plaza ocupa el sector occidental de la Plaza Mayor de Béjar dominándola desde su ubicación más elevada y sus grandes dimensiones. Presenta una forma alargada, sin regularidad en su trazado ni en los edificios del entorno. El origen de esta plaza hay que buscarlo en el espacio que rodeaba a la iglesia del Salvador, que sigue presidiéndola, en torno a la cual dispusieron sus casas los pobladores, como era costumbre. Dada su posición central y su mayor amplitud frente a otras, esta plaza del Salvador asumió pronto otras funciones además de la religiosa. Allí se reunía el concejo, se celebraban todo tipo de festejos –incluidas las corridas de toros– y los jueves acogía un mercado que la desbordaba extendiéndose también hacia la Carrera (Rodríguez Vidal) y las plazas inmediatas de la Piedad y San Gil. El actual ayuntamiento está situado en un extremo del costado meridional, haciendo esquina a la calle Chorreras. Fue edificado en el último cuarto del siglo XVI por el maestro cántabro Francisco de la Torre. Siguiendo un esquema habitual en esta tipología, la fachada consta de dos galerías porticadas superpuestas de cinco arcos de medio punto sobre columnas graníticas con capiteles renacentistas y antepechos macizos de escamas en el piso superior. En las enjutas de éste hay medallones sin decoración mientras en el inferior se disponen cueros recortados con los emblemas de la ciudad en los extremos y los escudos de los Zúñiga en el centro, que fueron picados en 1812 como rechazo del vasallaje. Una inscripción situada en uno de los muros laterales recuerda unas reformas realizadas en 1739, que no parece que afectaran a su exterior. Además del consistorio el edificio albergó la alhóndiga y la cárcel. Todas estas dependencias, junto con las carnicerías, estuvieron situadas en un principio detrás de la cabecera del Salvador, según Muñoz Domínguez. Del antiguo edificio concejil se conserva una parte del sopor-

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tal adintelado, junto a la Posada del Peso, apoyado en dos columnas de basas góticas y capiteles blasonados con las armas de los Zúñiga sin corona ducal, anteriores por tanto a 1485. Algunas de las casas que demarcan el resto de la Plaza Mayor son relativamente recientes, pero otras podrían datarse en el siglo XVII y sobre todo en el primer tercio del XVIII, en que por iniciativa del duque don Juan Manuel (1686-1747) se reformó la plaza buscando regularizarla en lo posible y darle mayor unidad y nobleza. Se construyó entonces casi toda la línea septentrional, en buena cantería de granito y siguiendo un diseño uniforme. En estas casas, además de acoger un “colegio de niñas huérfanas”, debieron residir personas allegadas a los duques, como sugieren los escudos –a veces picados– que aparecen en sus fachadas. Éstas y las que cierran el lado oriental presentan soportales en su parte inferior, elemento esencial en las plazas mayores castellanas con función mercantil, y dos pisos de viviendas donde se abren balcones, algunos corridos para ampliar el aforo. Otros nobles o caballeros bejaranos buscaron su acomodo en la calle o en la plaza de las Armas, actual plaza de la Piedad, unida a la Plaza Mayor por la calle Mayor de Pardiñas. Era el espacio que se abría delante del “Palacio Nuevo”, la residencia que tuvieron los duques frente a la iglesia de San Gil, antes de ocupar Plaza Mayor. Lado norte e iglesia del Salvador

el castillo. Estaba ya habitable a la muerte de don Álvaro I, primer duque de Béjar, en 1488 y ocupaba una amplia manzana entre la calleja de Ferrer y la cuesta de la Solana, que incluía corrales, cortinas y también un jardín. Tras la amplia reforma del viejo castillo, a fines del siglo XVI el duque Francisco II y su segunda esposa doña Brianda Sarmiento de la Cerda cedieron el “Palacio Nuevo” para albergar el “convento de la Piedad” de monjas dominicas fundado por ellos. Se mantuvo allí hasta la Desamortización, transmitiendo su propio nombre a la antigua plaza. Quedan algunos restos de lo que fue el patio o claustro interior integrados en los salones del Casino, levantado en 1871 en una parte de su solar. Estaba formado por triple arco por panda sobre columnas, con empleo de superposición de órdenes, toscano en la planta baja y jónico en la galería superior. En la misma plaza, haciendo esquina a la calle las Armas, se levanta la llamada Casa de Clavijo, singularizada por varios blasones y una ventana de ángulo, única en Béjar pero muy frecuentes en las construcciones renacentistas de Plasencia, con la que esta villa estaba estrechamente relacionada. Allí vivió González Suárez, hombre de confianza del duque Francisco II, que ocupó diversos cargos públicos del Consistorio en el siglo XVI. Casi frente a ella, en el lado norte de la plaza construyó su casa el ganadero y regidor perpetuo don Antonio Pizarro a comienzos

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del siglo XVIII. El aparejo es de sillería, pero lo que más llama la atención es el estrecho pórtico de quince arcos de medio punto sobre pilares con cubierta de arista de la parte interior, conocido como “Portales de Pizarro”.

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Además de la fundación dominica que acabamos de señalar, la Casa Ducal ayudó a otras órdenes religiosas o instituciones asistenciales y contribuyó directamente a la ampliación o renovación de alguna de las iglesias. En época medieval Béjar llegó a contar, como ya se apuntó, con diez parroquias, pero en el siglo XVI este número se consideró excesivo y, a pesar del aumento de la población, en 1568 se redujeron a las tres que hay en la actualidad: Santa María –a la que se anexionaron Santiago, San Pedro y San Andrés–, San Salvador –a la que se unió San Gil– y San Juan, a la que se incorporaron San Nicolás, Santo Domingo y San Miguel. Las fábricas de estas iglesias, a pesar de las reformas posteriores, conservan rasgos significativos que nos hablan de su origen, que puede remontarse a la repoblación del siglo XIII. Todas se orientan claramente hacia el este, como era preceptivo. La iglesia de Santa María está situada en la mitad occidental, inmediata a la muralla. Presenta al exterior un bello ábside semicircular con cornisa de nacela, que es Iglesia de Santa María

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obra mudéjar de ladrillo sobre zócalo de granito. Se divide horizontalmente en tres filas de nueve arcos de medio punto ciegos, recuadrados y dispuestos en ejes verticales; buscando la variedad, los inferiores se han doblado y los centrales llevan amplias impostas de nacela en su intradós, algo excepcional en las iglesias mudéjares de la provincia salmantina –según Prieto Paniagua–. En el costado norte de esta cabecera está la torre construida también en el siglo XIII aunque en sillares de granito. Los arcos apuntados que la aligeraban fueron cegados al añadirse un nuevo cuerpo de campanas a fines del siglo XVI o comienzos del XVII, como denota su sobriedad arquitectónica. El interior de la iglesia fue también transformado en el siglo XVI, conservándose exclusivamente de la fábrica antigua el tramo recto que precedía al ábside, cubierto por bóveda de cañón apuntado reforzada por arcos fajones. Consta de amplia nave con coro a los pies, en la que destaca la original techumbre a dos aguas en madera de castaño adornada con casetones de flores talladas. La sostienen tres enormes arcos diafragma, ligeramente apuntados, que son reforzados al exterior por potentes contrafuertes sobre los que campean las armas de los Zúñiga, patrocinadores de esta reforma –posiblemente iniciada en tiempos de la Gran Duquesa– y de posteriores obras de consolidación. La puerta se abre en el costado sur, entre dos de los estribos, enmarcada por pilastras cajeadas y entablamento partido que manifiestan una intervención ya barroca, quizá contemporánea de la ventana que se abre en el ábside. A esa misma época pertenece buena parte del amueblamiento que todavía conserva la iglesia. Destaca en particular el retablo mayor, realizado entre 1622 y 1640 por los ensambladores Andrés de Paz y Francisco Hernández y el escultor Pedro Hernández. Consta de calle central de mayor altura, cerrada en frontón semicircular, y dos laterales articuladas en dos cuerpos por columnas corintias y friso de follaje en el entablamento. Los encasamentos alojan relieves de la vida de Cristo y de la Virgen, sobresaliendo por la calidad de su talla el de la Asunción, situado sobre el tabernáculo. Los cinco retablitos que se reparten por el cuerpo de la iglesia son posteriores, como manifiestan el empleo de columnas salomónicas, la abun-

Fuente en el patio del palacio ducal



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Antes que la reforma y engrandecimiento de la iglesia de Santa María se inició la de San Salvador, situada en la Plaza Mayor, en la actualidad muy desfigurada tras el incendio sufrido en 1936, que destruyó el retablo de 1612, obra del escultor Esteban Fernández. Como en el caso anterior, en el siglo XVI el interés se centró en ampliar la nave, quizá no sólo por necesidades del culto, sino también porque en el interior de las iglesias parroquiales se solían hacer representaciones teatrales hasta que en 1601 fueron prohibidas por el obispo González de Acevedo. De la primitiva fábrica del XIII, construida en sillería de granito, se conservó el ábside semicircular precedido por dos tramos de bóveda de cañón apuntada reforzada con fajones, y se reaprovecharon de nuevo las dos portadas, formadas por sencillos arcos apuntados decrecientes sin decoración en las arquivoltas, que en el caso de la meridional son flanqueados por pilastras. Al exterior llaman la atención los canecillos tallados del ábside y destaca sobre todo la torre, emplazada a los pies, con el cuerpo superior añadido a fines del XVI, como en Santa María.

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Iglesia de Santa María

dante decoración de hojarasca o la aparición de motivos de rocalla en algún caso, que nos sitúa ya avanzado el siglo XVIII. En Santa María se guardan además obras de distinta procedencia. Del convento de la Piedad se trajo el grupo de Nuestra Señora de las Angustias, situado bajo el coro, obra del siglo XVIII, de buena factura pero necesitado de una restauración. El cuadrito del Ecce-Homo, en la línea de las obras de Morales, situado en la sacristía, se habría sacado del antiguo retablo de San Andrés y colocado aquí en 1703 –según inscripción leída por Gómez Moreno–. Asimismo en la sacristía está ahora arrinconada la escultura orante del “licenciado Castañares”, policromada en blanco para imitar mármol, que dicho autor vio colocada en una hornacina de la costanera izquierda del presbiterio y datable posiblemente en el siglo XVI. La iglesia posee también un buen órgano, restaurado recientemente. No en vano contó entre sus organistas con el padre del gran músico José Lidón, que nació en Béjar en 1848.

En el interior se pueden ver todavía algunos arcos con molduración del XVI que sostendrían el coro o tribuna. En el lado del evangelio hay un sepulcro enmarcado por columnas corintias sobre altos pedestales, entablamento partido y frontón, que debió construirse a fines del XVI o comienzos del XVII por la decoración manierista utilizada. Sus rasgos coinciden con los del túmulo del capitán Bolaños, fallecido en 1585, cuya estatua orante, con arnés completo, llegó a ver Gómez Moreno en el encasamiento, donde ahora hay un escudo timbrado con casco y lambrequines sobre varias lápidas de los Núñez, nobles de origen burgalés, fechadas en torno a 1600. En la pared opuesta se colocó una losa sepulcral con el grabado inciso de una mujer yacente, que según Majada Neila correspondería a Mari Fernández, datable a comienzos del siglo XV. La tercera de las iglesias mantenidas, la iglesia de San Juan, atendería la feligresía de la mitad oriental. Sus rasgos esenciales son muy similares a los de las dos anteriores. Como ellas conserva del momento fundacional la cabecera semicircular, con sencillos canecillos en el alero como única decoración, las puertas ojivales abocinadas abiertas en los costados de la nave, tal

Puerta de casa “Barrio de la Antigua”

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como estaban originalmente en el Salvador, y también la torre, a los pies aunque separada del cuerpo de la iglesia, dividida horizontalmente por varias líneas de imposta antes del cuerpo de campanas, que se abre por medio de arcos doblados apuntados. Como es habitual en Béjar toda la fábrica antigua está labrada en granito. En la segunda mitad del siglo XVI se reformó la nave adoptando una estructura similar a la de Santa María: una cubierta de madera –renovada quizá con posterioridad– apoyada en dos arcos transversales de notable altura, que apean en ménsulas de volutas. Al exterior son contrarrestados por sendos contrafuertes rematados en pináculos renacentistas, entre los que se abren las puertas, sin más adorno que los baquetones que guarnecen la portada meridional, la principal del templo. En el interior destaca el enterramiento del licenciado Bartolomé López de Ávila, canónigo de Plasencia, que aparece representado en actitud orante dentro de un arcosolio de formas manieristas. Fue construido en 1635 y con la dotación de este entierro se sufragó la obra del coro o tribuna erigida a los pies en el siglo XVII. Otros dos nichos de características similares al lucillo sepulcral, dispuesto a cada lado del ábside, sirven para alojar retablos. Flanquean la cabecera dos estancias que cumplen ahora la función de sacristías. La meridional, de forma cuadrangular y cubierta abovedada, debió construirse en el siglo XVI y fue patrocinada por el obispo cuyas armas aparecen al exterior sobre una de las ventanas de arcos conopiales. La septentrional fue originariamente una capilla funeraria fundada a principios del siglo XVII por un clérigo de la nobleza, como atestiguan tanto una lápida como los abundantes motivos heráldicos. Es rectangular, cubierta con dos tramos de bóveda de cañón y testero iluminado por dos ventanas decoradas con veneras y enmarcadas por una combinación de arcos y molduras todavía muy manierista. Allí

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Plaza Mayor

se encuentra un lienzo de Bartolomeo Romano de 1629, con la Virgen y San José adorando al Niño. Delante de la iglesia de San Juan se levanta la capilla barroca de la cofradía de la Vera Cruz. Inicialmente era una construcción abierta con arcos lobulados, a modo de baldaquino, destinada al “Nuevo Descendimiento” –según la vista de Ventura Lirios–, lo que sugiere una finalidad similar al humilladero que se levantó en Salamanca delante de la capilla del mismo nombre a comienzos del siglo XVIII. Guarda imágenes procesionales, algunas del escultor bejarano Francisco González Macías. Tras la reducción parroquial las fábricas de las otras iglesias fueron desapareciendo, con excepción de dos: la de la Antigua o Santiago y la de San Gil. En el primer caso su conservación sería el resultado de su emplazamiento en el extremo más occidental del primitivo recinto amurallado, una zona que se había convertido en marginal por estas fechas. Posiblemente siguió manteniendo algún tipo de culto, lo que explica las transformaciones que se aprecian en la primitiva obra de comienzos del XIII, y sobre todo la realización de un nuevo retablo en el siglo XVIII con el bajorrelieve de Santiago en el ático. Se trata de una construcción modesta de nave única, armadura a dos aguas sostenida por pies derechos y profunda cabecera semicircular de mampostería con reducidas saeteras. Al norte de ésta se adosa la torre, recrecida con un nuevo cuerpo

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de campanas en el XVI, y la entrada se abre, como es habitual, en el lado de la epístola mediante un sencillo arco de medio punto. En el interior se conservan tres lucillos de traza gótica, del siglo XIII. Uno de ellos, en el lado del evangelio, presenta alfiz y rosca del arco decorada con puntas de diamante; en otro se ha colocado un Cristo yacente del siglo XVI, que al parecer procedía de la iglesia San Gil, lo mismo que el sepulcro renacentista de doña Juana de Carvajal, fechado en 1520, con tres escudos nobiliarios sobre la tapa de la urna dentro de tondos, y otro más sobre la hornacina adintelada. Esta obra está labrada en piedra arenisca, por lo que posiblemente se encargó a un maestro foráneo. El edificio, convenientemente restaurado, se dedica en la actualidad a actividades culturales. Por lo que respecta a la iglesia de San Gil el obispo don Martín de Córdoba y Mendoza dispuso en 1575 que se destinase a la fundación de un hospital, que mantendría su advocación. Este Hospital de San Gil fue posible gracias a los importantes legados que para este fin dejaron tanto la mencionada doña Juana de Carvajal, en 1520, como doña María de Zúñiga en 1533. Al suprimirse los antiguos hospitales se aplicaron también para su sustento los bienes de las ocho cofradías asistenciales existentes hasta el momento en Iglesia de San Juan

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Béjar. El hospital se edificó en el cuerpo de la iglesia conservándose su cabecera como capilla del mismo y también la torre, donde se colocó por esas fechas el reloj de la Villa y Tierra, según Rodríguez Bruno. La torre presenta todavía los rasgos de la primitiva fábrica del XIII, mientras que la cabecera –rompiendo la tónica general– se rehizo en torno a 1500. Sus rasgos son todavía góticos: ábside poligonal con contrafuertes angulares que recogerían los empujes de una bóveda de crucería hoy perdida, cuyos nervios se prolongaban en baquetones de basas independientes adosados a los pilares, como se ve en los restos del arco triunfal. En su interior podemos contemplar las tablas del magnífico retablo hispanoflamenco que tuvo la iglesia, datable a fines del siglo XV o comienzos del XVI. El retablo de San Gil se compone de cinco calles y dos cuerpos más la predela. La calle central está ocupado por una tabla de San Gil de mayor tamaño, y bajo ella, en el lugar que iría el tabernáculo, se ha dispuesto ahora una imagen de la Virgen. En la predela se representan la Oración del Huerto, la Crucifixión, la Piedad y el Noli me Tangere. El primer cuerpo está dedicado al Ciclo de la Infancia de Cristo: el Nacimiento, la Adoración de los Reyes, la Presentación y la Huida a Egipto, mientras que en las tablas superiores se representan episodios de la vida de San Gil: herido por una flecha disparada por el rey Wamba, entregando su túnica a un mendigo, la Misa de San Gil y la muerte del santo. La técnica es minuciosa y el colorido vivo, obra quizá de un seguidor de Fernando Gallego, con posible influencia del maestro de Ávila y ecos del estilo de Bermejo. Obstaculiza su contemplación el colosal Autorretrato sedente de Mateo Hernández. Del hospital propiamente dicho sólo queda su portada, constituida por una puerta de arco adintelado sobremontada por una pequeña hornacina avenerada con la Virgen de la Leche, que aparece flanqueada por los escudos de las dos fundadoras: el de los Zúñiga con corona ducal y el de Carvajal, también con banda de sable pero sin cadena y culminado por una cruz. Sirve de ingreso al edificio que se construyó a fines de los setenta para Museo de Béjar sin tener en cuenta el entorno. En la actualidad está reservado íntegramente para exponer el importante legado al Estado español del bejarano Mateo Hernández, uno de los grandes escultores del

Torre de San Gil y Museo de Mateo Hernández

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siglo XX. Lo forman un total de cincuenta y una piezas, representativas de sus temas más característicos, en especial el animalístico –halcones, focas, monos, dromedarios, etc.–, retratos y figuras humanas, como la bañista. Son obras trabajadas directamente en materiales de gran dureza granito, basalto, diorita o pórfido cuyos motivos y tratamiento evocan la estatuaria egipcia. Como ésta prescinde de detalles anecdóticos para quedarse con las formas esenciales.

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El resto de los fondos del Museo Municipal han sido instalados recientemente en el edificio del antiguo convento de San Francisco. Allí se trasladó también en 1867 el hospital de San Gil. El convento de San Francisco de Béjar pasa por ser una de las fundaciones franciscanas más antiguas de la comarca, cuya construcción se habría iniciado a principios del siglo XIV junto a la cerca norte, casi extramuros. Parte de la fábrica gótica quedó incorporada –como atestiguan algunos arcos ojivales– en la ampliación y reforma que se inició a finales del siglo XVI. En este mismo siglo pasó de la provincia de Santiago a depender de la de San Miguel y se estableció la Observancia. Como el resto de los conventos bejaranos, contó con el apoyo de los duques que costearon el nuevo claustro y posiblemente también la iglesia, hoy destruida, Palacio Ducal

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que se adosaba al sur dejando el característico compás delante de su fachada. Aquí se abrió también, ya en el siglo XVII, la sencilla portería del convento que hoy vemos, con arco de medio punto flanqueado por pilastras cajeadas y hornacina avenerada sobre ella. Pero sin duda lo más sobresaliente es el amplio claustro, ligeramente trapezoidal. Presenta dos plantas de siete arcos por panda, de medio punto en la inferior y carpaneles en la superior, en ambos casos sobre columnas toscanas de fuste monolítico unidas por antepechos macizos, que sólo se conservan en el piso alto. Es una construcción en granito de una gran sobriedad, en la que se prescinde de toda decoración salvo los escudos de los patrocinadores o las cartelas de cueros recortados con los emblemas de la Orden dispuestos en las enjutas del arco central de cada crujía. En el lado norte encontramos el escudo ducal de Zúñiga y otro con el anagrama FMA, alusivo a don Francisco III de Zúñiga y Sotomayor (1591-1601) y su esposa doña María Andrea de Guzmán, que también figura en la clave; y en el sur los escudos de Sotomayor y Guzmán. En las otras dos líneas la cartela de la clave recoge las iniciales XF de Cristo y Francisco, flanqueadas por la representación simbólica de la estigmatización de San Francisco, las llagas de los brazos, corazón y pies, los instrumentos de la Pasión y la versión más frecuente de las cinco llagas.

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Convento de San Francisco

El edificio es ahora un Centro Municipal de Cultura, y parte de sus dependencias se han habilitado para Museo Municipal. Sus fondos están constituidos en gran parte por el legado de don Valeriano Salas y de su mujer doña María Antonia Tellechea Otamendi, formado por una gran diversidad de objetos y obras artísticas adquiridos normalmente en sus viajes: bronces y marfiles comprados en Japón, una serie de libros miniados procedentes de la India, muebles, etc. Pero sobre todos ellos sobresale la colección pictórica integrada por unas cincuenta pinturas de pequeño tamaño de la escuela flamenca (Pieter Bout, Pieter Neefs, Cornelis Saftleven, etc.) y holandesa del siglo XVII (Jacob Duck, Hegbert van Hemskerck, Jan Miense Molenaer, Justum van Huysum, etc.), y por obras de pintores españoles de los siglos XIX y XX, como Villaamil, Eugenio Lucas, Francisco Padilla, Tomás Campuzano, Sorolla, etc. El museo se completa con una serie de piezas arqueológicas, algunas donaciones pictóricas y un conjunto de esculturas, entre las que figuran obras de Francisco González Macías o de Marino Amaya. Existió en Béjar un tercer convento, el de la Anunciación o de “las Isabeles”, de monjas franciscanas, fundado en el siglo XVI en la zona del actual Casino Obrero, entre la calle Mayor y la de San Nicolás. Igual que los otros dos, tras la Desamortización fue adquiri-

do en 1838 por uno de los propietarios industriales más destacado del siglo XIX, que lo convirtió en casafábrica. Es un pequeño reflejo de los cambios sociales, económicos y políticos producidos por la gran expansión que experimenta la industria lanera bejarana desde mediados del siglo XVIII, y sobre todo con posterioridad a la Guerra de la Independencia. En este progreso tuvo también su parte, aunque interesada, la casa ducal al impulsar en 1690 la fábrica de paños finos con la traída de varios maestros flamencos para que enseñasen a los naturales. Sin embargo, el monopolio del tinte supuso en el siglo XVIII un grave obstáculo para la producción de los fabricantes que sólo se logró romper en 1782, al conceder la Junta de Comercio a Diego López el privilegio de poder teñir en instalación propia. Béjar conserva todavía el recuerdo de estos dos hechos que tanta repercusión tuvieron en su historia: el Tinte del Duque, una construcción que se remonta al siglo XVI donde luce el escudo de los Zúñiga, integrado en la actualidad en la fábrica “Tintes Gutiérrez Morales” próxima al Puente Viejo, y la Fábrica de paños de Diego López, instalada sobre los restos del antiguo palacio de verano del obispo, frente a Santa María, con el escudo real que Carlos III permitió poner en su fachada. La industria textil bejarana contó para su desarrollo con un elemento natural de primer orden: el río de

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montaña Cuerpo de Hombre, que como se dijo, discurre rodeando la ciudad por el norte de este a oeste. Tuvo un papel defensivo inicial, pero su incidencia económica ha sido mucho más duradera y trascendental. Desde siempre ha proporcionado buena pesca, en particular truchas y barbos, y sus aguas, unidas a las que aporta el río Frío, no sólo han facilitado el riego de las huertas sino que han sido imprescindibles para lavar y teñir la lana. En la ribera inmediata a la entonces villa se fueron instalando poco a poco diversos establecimientos industriales. El Catastro de Ensenada de 1753 nos habla de once molinos harineros sobre el río, más cinco batanes activos y el tinte del duque. Aquí se concentraron también los establecimientos fabriles hidráulicos a medida que se incrementaba la producción de paños en los siglos XIX y XX, grandes naves que podemos contemplar desde la carretera de Ciudad Rodrigo: las fábricas de Gómez Rodulfo, de García Cascón, de Agero, Gonsálvez, Bruño, Gilart, etc., y allí se ha instalado el Museo Textil, junto al puente de San Albín. Este puente fue Calle Mayor

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durante mucho tiempo el único que tuvo Béjar. Debió construirse poco después de la repoblación por la forma ojival de su único arco, quedando perfectamente controlado su paso desde el castillo. El desarrollo industrial y comercial de Béjar en los dos últimos siglos estuvo acompañado de un incremento demográfico que desbordó el casco antiguo produciéndose la expansión urbana hacia el este, donde se fueron construyendo nuevos barrios, como la barriada obrera “Virgen del Castañar” proyectada por Francisco de Asís Cabrero en 1942. Esta nueva situación tiene un claro reflejo en la transformación del caserío, más intenso en la calle Mayor y a partir de la mitad oriental a causa del progresivo desplazamiento de las actividades vitales. Gracias a su posición marginal en el barrio de la Antigua y detrás del ábside de Santa María todavía permanecen en pie algunas viviendas de finales del siglo XV, con portadas decoradas por pomas, ventanas con conopios o voladizos de triple hilera de canes tallados en maderas, de influencia mudéjar. El tipo de parcelamiento medieval, de estrecho frente y crecimiento en altura, se mantiene también –aunque a punto de desaparecer– en lo que fue la judería, así como la construcción tradicional de piedra en la planta baja y entramado de madera y ladrillo en las superiores. Podemos encontrar también casas de los siglos XVI, XVII o XVIII, algunas con la fecha en el dintel, pero siempre fuera de los tramos de la calle Mayor, como sucede en la calle Tomás Bretón o en la calle de las Armas. Estas casas presentan ya un rasgo que va a ser característico de la tipología doméstica bejarana para combatir su frío clima: la disposición de grandes solanas al mediodía, con pequeños huertos o jardines escalonados, siempre que lo permita la trama urbana o el relieve, ofreciendo la imagen de “casas colgantes” que señala Majada Neila. Este elemento se mantiene en las casas que construye la burguesía industrial en el siglo XIX y comienzos del XX. Merece citarse la casa de los Rodríguez Arias, de ecos neoclásicos, con grandes pilastras jónicas enmarcando los pisos y los balcones afrontonados, en la calle Rodríguez Villar y próxima a otras dos viviendas de gusto ecléctico, con vano de entrada escarzano, mirador central y medallones en la parte alta de la fachada. Un carácter más monumental ofrece la casa de la familia Olleros, en la calle Sánchez Ocaña, con varios

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pisos y ático, proyectada en un eclecticismo barroco. La moda neoplateresca que tanto éxito tuvo en Salamanca, alcanza también a Béjar, como se ve en una casa construida en 1920 por Benito Guitar en la calle Mayor de Pardiñas, con mirador en el piso principal decorado con medallones y grutescos, alfices enmarcando los vanos y empleo de azulejos en el ático, en una valoración de texturas y policromía que se repite en el portal. Pero al margen de estos y otros edificios singulares, los antiguos inmuebles y los nuevos se ponen al día con la introducción de miradores y la proliferación de balcones, que ofrecen una nueva imagen arquitectónica y muestran una modificación en los hábitos sociales. Otra manifestación de ese cambio fue la creación en 1881 del Parque Municipal de la Corredera, donde antiguamente se celebraba la feria de ganado. Es posible que este “salón” se proyectase ya a fines de siglo XVIII, pero fue en el XIX cuando se transformó en paseo público. Son también las necesidades lúdicas de la pujante burguesía industrial las que justifican la construcción de un teatro nuevo, detrás de San Gil. Este teatro, conocido hoy como Teatro Cervantes, fue inaugurado en 1857. Tenía capacidad para setecientos espectadores entre los palcos, la platea y las butacas de las galerías alta y baja. En el interior se esmera el adorno, mientras el exterior presenta un diseño de gran sobriedad –que no se ha respetado plenamente en la reciente restauración– en una línea de gusto neoclásico. Contrasta con la fachada modernista del Teatro de Variedades construido en la primera década del siglo XX en la plazuela de Olleros. De él todavía se pueden ver varias puertas de la planta baja enmarcadas por motivos ornamentales en estuco policromado. La educación de esta burguesía se confía fundamentalmente a los salesianos, cuyo colegio abrió sus puertas en 1855 recibiendo la plaza donde se encontraba, detrás del palacio ducal, el nombre de San Juan Bosco. Fuera del casco histórico, aunque estrechamente vinculado a la historia de Béjar, está el santuario de “El Castañar”, cuya Virgen se venera como patrona de la ciudad y su comarca. Según Majada Neila tiene su origen en la ermita medieval de Nuestra Señora del Monte, situada en la falda de la montaña, que pasó a

denominarse sucesivamente “del Monte Castañar” y luego “del Castañar”. De este modo se cita ya en actas del cabildo de 1447, y por tanto la devoción sería muy anterior a la fecha del 25 de marzo de 1446 en la que según la leyenda se había aparecido la Virgen al pastor Joaquín López y a su mujer. Este tipo de literatura piadosa, favoreció la reanimación del fervor popular hacia esta advocación mariana desde mediados del siglo XVII, y tanto el cabildo como la casa ducal, el obispado e incluso el pueblo se volcaron en realzar la ermita y su entorno, dejando sus escudos como testimonio. Según la moda del momento, en 1663 se revistió la imagen con ricos ropajes jubón, basquiña, manto... regalados por doña Teresa Sarmiento, madre del Buen Duque y posiblemente también se reformó entonces la talla original, que según la crónica era sedente, con el Niño en brazos y morena, muy parecida a la de la Peña de Francia. El arcediano don Francisco Rodríguez de Vega fundó una capellanía y construyó una casa del sacerdote. Después se fueron añadiendo la sacristía, el camarín de planta central cuadrilobulada (en 1730), la tribuna (1749) y finalmente un nuevo retablo realizado en 1774 por el tallista bejarano Lucas Barragán y Ortega dentro todavía de la estética barroca con detalles rococó. Las pinturas que decoran la capilla mayor se han atribuido a Ventura Lirios y los óleos del camarín a los hermanos Álvarez Dumónt, con representaciones de la mujeres fuertes de La Biblia. Fuera del santuario, en la parte de abajo en 1714 se construyó la fuente de dos caños que preside la gran explanada. La celebración de corridas de toros contribuyó a dar popularidad a la fiesta y a la ermita. Venciendo la prohibición ducal a estos festejos, junto a la ermita se construyó una plaza de toros, considerada una de las más antiguas de España. La primera fue de madera, pero en 1706 se hicieron muros de piedra, añadiéndose en 1712 los asientos y en 1714 los toriles. Inicialmente la plaza era cuadrangular, como se aprecia en la vista de Ventura Lirios, y sirvió también para representaciones teatrales hasta que en 1747 se construyó la casa de comedias. A mediados del siglo XIX se le dio la forma actual y se añadió el edificio de tres plantas con su puerta y fachada exterior. Junto al Castañar se levanta hoy día una casa de espiritualidad llevada por los teatinos.

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