Calandria de hoy

August 17, 2017 | Autor: A. Sánchez-Aizcorbe | Categoria: Peruvian Literature
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CALANDRIA DE HOY

Por Alejandro Sánchez-Aizcorbe y Marcela Valencia Tsuchiya

José María Arguedas ha trascendido las fronteras de la literatura a partir de un discurso literario. Desde sus primeras apariciones, la ficción, la prosa científica y el activismo de Arguedas funcionaron como dinamos de la supervivencia material y cultural de la nación quechua. El fenómeno de la producción literaria y científica de Arguedas ha afectado las identidades quechua y peruana contemporáneas tanto como si las corónicas de Guamán Poma y del Inca Garcilaso de la Vega hubieran sido leídas y transmitidas oralmente por los quechuas de entonces como instrumento generador de supervivencia y de poder. Es imposible sobrevivir sin orgullo ni poder.
Los zorros de Arguedas muestran que la supervivencia de la nación quechua ha implicado la quechuización de la nación peruana. La penetración de la sensibilidad, la inteligencia y el panteísmo quechuas en la cultura criolla gracias a la obra de Arguedas ofrece al lector un lugar comparable a las cumbres de la literatura universal. Como lectores de novelas sólo hemos hallado una intensidad parecida a la de Arguedas en Dostoyevski.
Una tarde, en Pachacámac, Alejandro le comentó a Pablo Guevara:
—Acabo de releer un texto de Arguedas. Muy sencillo: un indio en un campanario. Pero inmediatamente me llevó a un mundo donde nada es común, donde cada una de nuestras acciones tiene valor épico, la profundidad que merece. La vida, mi querido amigo, se trata de morir.
Pablo Guevara hizo mutis: señal de respeto emitida por uno de los genios que hemos tenido la suerte de conocer. Genio dedicado a derrumbar ídolos con tincazos semejantes a los que Rafael, hermano mayor de Alejandro, sabiéndose llamado por la muerte, usaba para derribar, como jugando con soldaditos, cada uno de los santos que su esposa colocaba piadosamente en el alféizar.
El asesinato de Luis Banchero Rossi es una videncia contenida en Los zorros de Arguedas. Es la incitación coral a la venganza contra el modo de saquear la mar, especular y delinquir de Braschi, el gran personaje ausente de la novela. La videncia de Arguedas condice el testimonio que nos ofreció José Santos Chichizola, juez instructor de la causa abierta a raíz del homicidio de Luis Banchero Rossi —con quien Rafael, el hermano de Alejandro, estuvo la noche de año nuevo anterior a su muerte—, el magnate de la pesca que sirvió de referente para la elaboración de Braschi, el personaje de Los zorros. El asunto taxativo del asesinato de Banchero y la novela de Arguedas se presta a una narrativa apasionante por sus ramificaciones, inclusive el descubrimiento de una red nazi en el Perú. Pero más acá de lo anecdótico, Los zorros configuran un testimonio ejemplar de la crueldad: mientras Chimbote era el puerto pesquero más grande del mundo y el Loco Moncada —personaje señero de la literatura universal— lanzaba sus discursos mesiánicos, un pobre cholo creía que se iba a curar de la tuberculosis expectorando en una hoja de periódico.
La supervivencia de los quechuas y de sus contribuciones artísticas y científicas constituye el inicio de la culminación de una tarea histórica heredera, entre muchos otros, de Guamán Poma de Ayala, el Inca Garcilaso de la Vega, Bartolomé de las Casas y José Carlos Mariátegui. En estos cuatro casos, así como en el de Arguedas, un papel de máxima importancia corresponde a la escritura y a la oralidad en relación con el imaginario e inconsciente colectivos, con la creación de íconos por parte del común y ciertamente con sus opciones políticas. Sin ir más lejos, Alejandro Toledo fue predicho en Los zorros y por si fuera poco él y su esposa belga se enamoraron leyendo a Arguedas.
El autor de Todas las sangres incidió en la lucha actual por la persistencia del quechua y de la cosmología andina. Desde la publicación en 1933 de "Warma kuyay" hasta su meticuloso suicidio en 1969, a poco de haber puesto punto final a su última novela, transcurren treinta y seis años cruciales en la historia del Perú. Cuando Arguedas iniciaba su actividad literaria en 1933, y aún en 1970 cuando se publicó póstumamente su ensayo "Razón de ser del indigenismo en el Perú", los hacendados de las serranías sólo habían superado a Jinés de Sepúlveda en cuanto aceptaban que los indios tenían alma. Por lo demás, los trataban como a bestias de carga. En los claustros universitarios de principios de los años setenta todavía se escuchaba la tesis de que el problema del indio se solucionaría matando a los cinco millones de indios de aquel entonces.
No se trataba únicamente de mantener a la población quechua en un estado de servidumbre e inexistencia jurídica. Había que evitar que sus representaciones plásticas, literarias y metafísicas contagiaran al espíritu nacional. Cuando Arguedas irrumpió en la historia del Perú, José Carlos Mariátegui y Luis E. Valcárcel habían señalado que la solución al problema del indio consistía en abolir el sistema de propiedad semifeudal de la tierra y de la gleba indígena. Mariátegui y Valcárcel —aunque éste se retractó años más tarde— vieron en el imperio incaico un "comunismo agrario" (Mariátegui 45), potencialmente útil para llevar a cabo la transformación capitalista y democrática del Perú. Mariátegui concebía el problema del indio como un asunto de índole básicamente material. "Empezamos por declarar", escribió, "absolutamente superados los puntos de vista humanitarios o filantrópicos, en que, como una prolongación de la apostólica batalla del padre de Las Casas, se apoyaba la antigua campaña pro-indígena. Nuestro primer esfuerzo tiende a establecer su problema como de carácter fundamentalmente económico" (Mariátegui 41).
Arguedas prefirió, como escritor de ficción, etnólogo y folclorista, la brega en el campo cultural. Refiriéndose a sí mismo en su discurso "No soy un aculturado", sostenía que había ambicionado "volcar en la corriente de la sabiduría y el arte del Perú criollo el caudal del arte y la sabiduría de un pueblo al que se consideraba degenerado, debilitado o 'extraño' " (Arguedas 1971, 296). Sin negar la importancia de los determinantes económicos, Arguedas pensaba que en un país de todas las sangres —título de una de sus novelas convertido en emblema universal— cuyas fronteras encierran un reservorio de recursos naturales del que dependen los países industrializados, el factor indígena jugaría un papel de primera magnitud.
A la poética del sufrimiento que indudablemente encarnó, Arguedas sumó la poética de la esperanza en el futuro y en el presente, por más horrendo que éste resultara entonces y resulte ahora. Sin ella, el mero hecho biológico de reproducirse no conduce a la supervivencia como nación poseedora de identidad, ni como individuos capaces de actualizar la libertad básica de subvertir cultural y económicamente un régimen que albergaba la tentación de una solución final: "Según estos hispanistas, el indio es el responsable de las limitaciones y defectos del país; afirman que es refractario a la civilización, freno que impide la evolución social del Perú, y los seguidores provinciales del hispanismo llegan a proponer el exterminio total del indio para sustituirlo con inmigrantes europeos" (Arguedas 1981, 195).
Frente al conglomerado de indios, criollos y gringos, Arguedas postulaba el mestizaje y la modernidad económica. Su afán integrador se manifestaba de varias maneras. En primer lugar, destacando la importancia de que la nación quechua fuera capaz de conservar creativamente —permitiendo su hibridación, renovación y generación— los cultos religiosos y la mitología locales, a pesar del superestrato español y occidental. En segundo lugar, exhibiendo, tanto en su prosa de ensayo como en su narrativa y poesía, el respeto del pueblo indio por la ética del trabajo —¿quién construye el Perú?— y por el progreso en cuanto signifique mejoras en la condiciones de vida y aceptación de su disfrute pagano.
En Los zorros, el afán de progreso del migrante quechua se lee en la asociación laboral entre Maxwell, gringo quechuizado a tal punto por la música y la filosofía andinas que ha renunciado al Cuerpo de Paz y decidido quedarse en Chimbote, y don Cecilio, quechua, zorro serrano establecido en la costa. Ambos se dedican a producir ladrilllos con una técnica mejorada gracias al norteamericano. Don Cecilio afirma orgulloso: "Con Max hemos trabajado entusiasmo, firmeza, eneciativa grande" (Arguedas 1971, 266).
Uno de los poemas más conocidos de Arguedas, "Oda al Jet" (1966), originalmente escrito en quechua, es una compulsa entre los antiguos dioses y los hombres y los dioses del progreso, de la cual no resulta un antagonismo irresoluble sino una voluntad de coexistencia, mutuo entendimiento, aceptación del progreso bajo la tutela de una desconfianza histórica respecto a sus logros:

¡Gracias, padre mío, mi contemporáneo! Nadie sabe
hasta qué mundos lanzarás tu flecha.
Hombre dios: mueve este pez golondrina para que tu
sangre creadora se ilumine más a cada hora.
¡El infierno existe! No dirijas este fuego volador, señor
de los señores, hacia el mundo donde se cuece la carne humana.

Arguedas percibe el jet como la inmersión y propagación del ser humano en el cosmos: "Mi sangre está alcanzando a las estrellas; / los astros son mi sangre." Nada más lejos de la concepción arguediana de la historia que los rezagos románticos o restauracionistas. En la reintegración del ser andino al universo planteada en "Oda al jet", y consistentemente en toda la obra arguediana, no existen concesiones de ningún tipo a lo que Vargas Llosa llama utopía arcaica (1994). Muy por el contrario, el trajinar práctico y teórico de Arguedas por los asuntos indígenas en el Perú correspondía a los primeros grandes desarrollos de la ecología, cuyo origen se remonta al siglo XIX.
La vigencia de Arguedas ha sido negada, caricaturizada y denigrada por Cortázar y Vargas Llosa en términos panfletariamente infantiles. Lo curioso y simpático de los ataques que recibió Arguedas de los autores mencionados es que nacían de la falta de inteligencia y sensibilidad indispensables para pensar siquiera en la probabilidad de que la historia no obedeciera a la irracionalidad capitalista: "He aquí que el 'jet' da vueltas, movido por la respiración de / los dioses de dioses que existieron, desde el / comienzo hasta el fin que nadie sabe ni conoce" (Arguedas 1966). El autor de Los zorros deslindó con las concepciones teleológicas de la historia, a diferencia de Vargas Llosa que, por ignorancia, oportunismo y dinerillos se volvió un abanderado del neoclasicismo económico y anduvo contando el cuento totalitario de la deificación del libre mercado durante cuarenta años.
Resulta sencillo mostrar la lejanía de Cortázar y Vargas Llosa en relación a los últimos alcances del pensamiento global, y mostrar por contraste la vigencia fundacional de Arguedas en relación al pensamiento científico de los siglos XX y XXI. La lejanía de Vargas Llosa y Cortázar respecto a la modernidad que vindicaban desde los fúnebres metros de París, se halla en la búsqueda angustiosa de Rayuela —que culmina condenando el homosexualismo y planteando un lector macho—, y radica asimismo en la obsesión político-teleológica de Vargas Llosa. Ésta se objetiva en su apego a las ideologías fuertes —stalinismo, neoclasicismo— que pretenden imponer un fin totalitario, parmenidiano, a la evolución histórica (Fukuyama 1994), sustentado en una extrapolación de Hegel: la historia es la relación perenne entre señor y siervo —hacendado e indio en términos arguedianos. Que la tortilla se vuelva pero todos comamos pan porque si no los ricos nos matan a misilazos. ¿O hay manera de expropiarles los misiles y desactivarlos para siempre? No pudiendo ser señor del todo por falta de dinero del grande, Vargas Llosa nos hace acordar a un capataz ideológico, a un comisario del apparatchik patrocinado por The Family y otras sacrosantas instituciones de la ultraderecha que contratan intelectuales tercermundistas baratos. Un millón y medio de dólares es un poco más de lo que gana al mes un muchacho argentino por patear la pelota, y mucho menos de lo que gana al mes un muchacho americano por encestar la bola, en un mundo en que el reloj pulsera más caro cuesta cien mil dólares. ¿Qué se hace uno con ciento treinta relojes pulsera, frisando los ochenta años, al cabo de toda una vida de apostar a las ideas equivocadas y vivir de la explotación de la pobreza?
El infantilismo a ultranza de Cortázar y Vargas Llosa era insuficiente para comprender la trascendencia de un pobre tipo que escribía sobre indios. Ya desde los años treinta del siglo pasado, el autor de "Oda al jet" estaba inquiriendo, mediante una palabra recuperada del monopolio de las élites tradicionalmente gobernantes y escribientes, acerca de aquello con lo que ahora se comprometen los mejores científicos: la redefinición del papel de la humanidad en un ambiente de recursos finitos. En tal redefinición, destaca el imperativo de una reciprocidad solidaria entre naciones, minorías e individuos a fin de prolongar su vida en el planeta que los alberga. La reciprocidad en el trabajo, en la vida y en la relación con natura tiene raigambre andina —no exclusiva de principios semejantes en otras naciones indígenas—, y la necesidad de practicarla encuentra justificaciones mitológicas formuladas en la obra de Arguedas. La utopía arcaica de Vargas Llosa y "El perro del hortelano" de Alan García Pérez son una evidencia de la germanía de los intelectuales baratos y los presidentes corruptos. El amancebamiento entre Vargas Llosa y García Pérez, como todo matrimonio según Quevedo, requiere no que uno sino que ambos se tapen la nariz hasta que los años les terminen de liquidar el resto de olfato moral.
La gesta del pueblo quechua por no desaparecer de la faz de la Tierra o sobrevivir reducido a una mínima expresión poblacional, se vio acompañada de una producción de mitos sin la cual la mera supervivencia física habría estado condenada al fracaso: "El cielo es exactamente como la tierra . . . la diferencia consiste únicamente en que allá [en el cielo] los indios se convierten en señores, y, los que en este mundo son señores todopoderosos, en el cielo hacen de indios, pero para toda la eternidad" (Arguedas 1981, 194).
Al tiempo que generan una reconversión del cielo cristiano, ciertas narraciones arguedianas postulan la injusticia básica del mundo terrenal y prevén su transformación. Ésta es una profecía que Arguedas recoge y devuelve al mundo popular y académico con el valor agregado de estar manejando los medios de las clases dominantes. La lucha arguediana ha consistido en ayudar a reconstruir la memoria de nuestra nacionalidad. El día de hoy, la actitud de Arguedas constituye una de las reacciones no suicidas en un escenario marcado por la ultraviolencia imperialista contra la soberanía nacional y la libertad individual, y por el surgimiento del neofeudalismo: somos los mismos peones de la hacienda arguediana con la diferencia de que tenemos tarjetas de crédito, seudo seguros médicos e hipotecas tan impagables como las velas y los fósforos que nos fiaba el hacendado. Nuestra vida se mide en cuotas mensuales e interés compuesto.
Siendo abierto e inclusivo, el sistema de pensamiento arguediano contempla positivamente la fusión del cristianismo occidental y el panteísmo quechua, de la vocación comunitaria y el desarrollo sustentable. En este último sentido, el autor de Todas las sangres es lo contrario de un extirpador de idolatrías, puesto que propone una armonía dialéctica entre ambas vertientes espirituales y económicas. Vargas Llosa es un extirpador de idolatrías y su vocación quirúrgica, típica del totalitarismo, acaba de manifestarse en los predicados de cáncer y sida respecto a dos candidatos presidenciales de los que podemos discrepar radicalmente mas a quienes no debemos deshumanizar para justificar acaso un golpe militar o una intervención extranjera.
La reciprocidad y la explotación relativamente sostenible de los recursos fueron principios de las culturas preincaicas e incaica. De allí la praxis de Arguedas tendiente a recomponer, mestizar, armonizar y fusionar respetando disonancias, disidencias, asperezas. En términos de estilo, el prurito reciprocador de Arguedas se manifiesta en su defensa de las lenguas, religiosidad y economía híbridas. Vale decir, un quechua asimilador de castellanismos y extranjerismos; un castellano enriquecido por la sintaxis, el léxico y la dulzura del quechua hasta que la prosa parece buen verso; un culto solar que no excluye los dioses locales y un cristianismo que incluye al culto solar; una economía que premia el talento, la iniciativa, el negocio, sin condenar a nadie al basural, a la producción de cocaína o al sicariato.
La grandeza integradora de Arguedas goza de una vigencia que actualmente se manifiesta en los enormes desplazamientos poblacionales hacia los países desarrollados y la poliglosia concomitante, y en la necesidad de desmontar el dogma fundamentalista del neoconservadorismo: eterno crecimiento económico. Serge Latouche, en el documental Obsolescencia programada de Cosima Dannoritzer, lo expresa mejor que nadie: "El que cree que un crecimiento infinito es compatible con un planeta finito, es loco o economista. El drama es que en el fondo ahora todos somos economistas."

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Arguedas, José María. Formación de una cultura nacional indoamericana. Bogotá: Siglo XXI, 1981. Selección y prólogo de Ángel Rama.
---. El zorro de arriba y el zorro de abajo. Buenos Aires: Editorial Losada, 1971
---. "Oda al jet". Lima: Ediciones de la Rama Florida, 1966.
Fukuyama, Francis. The End of History and the Last Man. New York: The Free Press, 1992.
Mariátegui, José Carlos. Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana. Lima: Empresa Editora Amauta, 1959.
Vargas Llosa, Mario. La utopía arcaica. México: Fondo de Cultura Económica, 1996.



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