Canto departido, Poetas Chilenos

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P O N T IF I C IA U N IV E R S I D A D C A T Ó L IC A D E C H IL E F ACULTAD DE F ILOSOFÍA I NSTITUTO DE E STÉTICA Profesor: Jaime Blume

Grandes Poetas Chilenos del siglo XX. Trabajo Final del primer semestre

Canto Departido

Rosario Valdivieso Drago

Peregrinaje de una geografía original, la poesía entona el camino del exilio hacia un lugar de origen que brota en la desolación desde la mano que se hunde por repartirse en vuelo, por departirse en canto. La reunión en un discurso poético parece abrirse en el desplazamiento por lo devastado: bajo los pies el vestigio del fuego labra su destino. Labrar es alba de un cultivo, así la herida acoge los latidos de las entrañas: surcos que albergan el fuego pálido de las huestes caídas, los lares perdidos en las pieles quemadas por el roce se dan por amantes a los ojos en blanco. El gran poeta entonces, va y vuelve- contemplando, sumergiéndose y transformando- aprieta y cala la piedra- convirtiendo los restos silenciosos en dolor, incertidumbre y furia1. El discurso poético está envuelto por el duelo de un olvido que la historia profana, la misma historia que alimenta la tradición devota de lo patrio. La cultura agrietada exhuma de sus barrancos el cansancio del vacío, que incitará a separarse de la tierra, desde otras ciudades atraída a nuestros cementerios. El conocimiento será la manifestación del dolor, pues del hombre gastado en su abismo/ nacieron las sales sangrientas2. Lágrimas y sudor salaron el pueblo de hombres tristes, el poblado de salmuera; poblado de hombres tristes. Aquél que reside bajo el oleaje del pecho nunca acallado; callado el que interroga, profetiza y afirma sobre el polvo, contorsionándose hasta que lo seco vuelve a correr desde heridas gestadas en el reconocimiento de la carne desgraciada3. El suicida que duerme, el pájaro que cae, el hombre en su abismo, es la imposibilidad del habla o las señales encontradas en los pechos, cegadas en la catástrofe celeste4. Mientras se despeñan desatan solitarias su sed, para así despedirse en su mar de sales sangrientas. ¿Qué es esa catástrofe que prepara y recorre la poesía? De ella sólo guardamos los versos de justo aquello que separa: la inexorable partida a un territorio de discursos cortados por la letra colonizadora. Esos símbolos revelan la particularidad de los éxodos poéticos; atardeceres son días que terminan o noches que llegan hasta la legión entretejida por diversas formas del partir. Andar, hundir, cantar y el rogar por una voz y una respuesta, verbos que persignan y entrecruzan las manos5 sobre el puente entre las ruinas y el arraigo – en cuanto éste es ir con lo poco que queda -. Desolación no es mera soledad, ni aun el más crudo abandono. Esa desolación es, tal vez, una extensión que no puede zafarse de las ásperas superficies; quizá una andanza sobre lo desierto- cubierto de sangre seca, vaciada y punzante –. Caminar es “tener que seguir caminando”, ante la muerte que asedia en la detención. 1 2 3 4 5

Pablo Neruda. Ídem. Vicente Huidobro. Ídem. Gabriela Mistral.

Mistral es llevada por el viento frío y seco en sus plegarias, quedando el grito desamparado siempre impreso en la faz. Es la cara de lo íntimo entregado a su Dios, en la pregunta que se depura por nunca deshacerse ni dispersarse en las lunas de los ojos albas y engrandecidas6. La pregunta anuda, resucitando de la degradación, eso que impulsa seguir por buscar algo ante lo cual atar cabos, para acabarse ante lo acabado. La oración deambula por la estación primera y se arroja al intento de sostener el hostil encuentro con la muerte. Amparada por su piedad, compuestamente, la desolada pide bajar los párpados, acomodar lo que ha quedado descompuesto y entrelazar las mismas manos que han enlazado el quedar y el dormir, el resto y el sueño. Quedan todos, pero ella pregunta por algo suyo; en su pregunta vela buscando un sueño para el suicida. Manos que acogieron antes, hacen del dormir metáfora de la quietud de un recuerdo. La ausencia de un juzgar, el verbo propio de lo impropio, da lugar a la duda recogida de un cadáver que deviene ruego de silencio, para el pecho que ha callado el origen de las interrogaciones. La potencia del cómo pide confesión a un dios; entonces quien escribe se dispone a ser matriz de un secreto. ¿Es esto también un perdón concedido al suicida? Un descanso para quien no alcanza el ancla invisible7, a la cual sus manos se orientan ¿Anuncia aquélla lo irremediable, el deseo de anclarse cuando está dado partir? Partir revela un poder, el que distiende el desear que los pliegues de los hombres nunca hubiesen sido y exhorta al despliegue en busca de un hogar en que cese el fuego fatuo, y Gabriela sea arrancada del Mistral. Es el recuerdo, la lejanía que se abre en el presente. La profecía rescata a la memoria del recuerdo, en una lágrima el llanto, pero sólo una lágrima conmueve la tierra, y reconoce lo encontrado en el pecho solitario y sediento. Los ojos en la espalda viajan de luto, en tanto vislumbran las sombras que provocan y se largan. No hay dirección, canta porque sí, necesariamente, irremediablemente, fatalmente, al azar de los sucesos8; la creciente intensidad es preludio de muerte, se canta fatalmente y muere si no canta. La ceremonia guarda el tiempo en que el brebaje desborde la jarra, paso tras paso a la cumbre, por penetrar en ella hasta sumirse en hombre, en agua9… ¿Qué insinúa quien conoce entrando en la uterina originalidad de la entraña? ¿Qué imanes mueven los barcos magnéticos? ¿Qué grito quiere al canto? 6 7 8 9

Ídem. Ídem. Pablo de Rokha. Pablo Neruda.

Es la profundidad de una memoria, tallando el carácter con los pedazos que el mismo poeta recoge: las palabras y su filo, encontrados en los cuerpos vulnerables.

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