Capitalismo cultural y biblioteca pública

July 5, 2017 | Autor: J. Fernández Apar... | Categoria: Bibliotecas públicas, Capitalismo, Patrocinio
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Capitalismo cultural y Biblioteca Pública abril 11, 2012 JAVIER FERNÁNDEZ APARICIO

“Las organizaciones comerciales pueden ofrecer dinero a cambio de unas condiciones susceptibles de menoscabar el carácter universal de las prestaciones de la biblioteca pública” Directrices IFLA/UNESCO para el desarrollo del Servicio de Bibliotecas Públicas (2001) En la primera escena de Los Simpsons (temporada 15, capítulo 11) Marge, Bart y Lisa Simpson acuden a una biblioteca pública de Springfield para obtener información sobre personajes históricos. La biblioteca, en cuyo mostrador principal está una anciana voluntaria que les informa de que ahora es un “centro de aprendizaje multimedia para niños de todas las edades porque los libros están anticuados”, está desierta –excepto gente sin hogar durmiendo-. La biblioteca cuenta únicamente con una colección de vídeos infantiles y dos libros. ¿Exagerado? Sin duda, pero… En la actual crisis aumentan los usuarios y la utilización de las bibliotecas públicas, entonces ¿cómo es posible que al mismo tiempo haya recortes en las mismas y el futuro se presente negro? El acceso igualitario a la información, al ocio y a la cultura es el leitmotiv de las bibliotecas y sin embargo muchos dirigentes tienen otra visión: la cultura y la información para quien las paga, el ocio sí porque distrae y los centros deben tender a ser autosuficientes sin apenas financiación pública. El impacto del capitalismo tardío actual pega de lleno. ¿Qué entendemos por capitalismo cultural? En 2001 un estudio concluía que la entrada del capitalismo en la cultura siempre iba junto a políticas ultra o neo liberales -Jean Comaroff y John L. Comaroff (eds), “Millennial Capitalism and the Culture of Neoliberalism”, Duke University Press, Durham & London-. La expresión en sí es acuñada por el filósofo Slavoj Zizek en su “Primero como una tragedia, después como una farsa” (Akal, 2011) para referirse a una tercera fase del capitalismo donde la caridad sustituye al compromiso público y donde las marcas comerciales venden sus productos convenciendo de que ello contribuye a ideales elevados y a la autofelicidad (ejemplos de los Starbucks Cafés y el comercio justo o los Hoteles Hilton y la necesidad de viajar). La cultura o la información es algo intangible pero el capitalismo las mercantiliza y comercializa. Así, cualquier instante de la vida de una persona, incluyendo el tiempo libre o el que pase en una biblioteca, se puede rellenar con consumo. Existe una contradicción entre las pautas bibliotecarias, herederas del acceso universal y democrático a la información y la cultura desde el famoso manifiesto de André Maurois (“La biblioteca pública y su misión”, 1961) y la realidad actual donde los objetivos son la rentabilidad y sostenibilidad económica. En España la gran mayoría de las bibliotecas públicas son sufragadas por instituciones igualmente públicas, siendo su fin social y nunca económico: “promover la difusión del pensamiento y la cultura contribuyendo a la transformación de la información en conocimiento, y al desarrollo cultural y la investigación” (Ley 10/2007 de Lectura, del Libro y de las Bibliotecas, art. 12″). No obstante se están produciendo cambios acelerados en el paradigma de la biblioteca pública.

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Servicios bibliotecarios cada vez menos multiculturales o abiertos Cualquier expresión en la biblioteca pública debe adaptarse al modelo de gestión neoliberal y al sistema consumista (al respecto Zygmunt Bauman “Vida de consumo”,Fondo de Cultura Económica, Madrid, 2007). Basta observar la imagen que se transmite al ciudadano. El uso de la propaganda –definida en tanto expresión del poder para dar una determinada imagen de acuerdo a sus intereses- sobre la biblioteca pública es fundamental. Se modifica el lenguaje -no se habla de política bibliotecaria que siempre tiene un matiz ideológico, sino de “plan o estrategia”, se habla de gasto y no de inversión, se impone el concepto de cliente por el de usuario-; se presenta el buen rendimiento de la biblioteca como la finalidad principal sin especificarse que ésta debe ser social y no económica; se silencian las críticas e iniciativas que conlleve pensar (centros de interés, guías de lecturas, talleres y actividades continuados y útiles), mientras que se aceptan panfletos de corta y pega o eventos con poco contenido real pero convenientemente publicitados.

Se modelan los gustos, la información y el acceso de los usuarios de la biblioteca Precisamente el empleo de la propaganda nos lleva también a este punto. Se ajustan los gustos y el acceso a la información de los usuarios llevándoles hacia el consumo de determinados productos culturales. Observamos la adquisición de best sellers y la omisión de otros, películas de grandes distribuidoras, control de los contenidos a visitar en la web, tipología de actividades encaminadas casi siempre al ocio, etc… Como sabemos, la industria en torno a la cultura es una de las más crecientes desde hace años. Sus productos son objeto de consumo (libros, cine, teatro, televisión, exposiciones, etc…) con problemas legales (leyes de propiedad intelectual y de protección de datos, piratería en Internet) y una lucha inmisericorde entre marcas por imponerse. Para el gestor político actual no importa el contenido de esos productos, sino el continente que mejor haya calado en la sociedad de consumo. No obstante, debería ser ese contenido lo garantizado por una biblioteca pública. También se presenta a la industria privada como innovadora, productora y distribuidora de productos culturales frente a unas bibliotecas públicas que, a manera de tiendas, se limitan a ofrecer lo que la industria les vende.

Fusión del objetivo privado (ganar dinero) con el interés público (prestar un servicio igualitario) El acceso de empresas en el discurrir de la biblioteca es la parte más visible en este punto (adquisiciones, catalogación, préstamo, control de acceso, extensión bibliotecaria, actividades, etc…). Al ser difícil encajar el

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objetivo privado de ganancia económica -costes y beneficios- con el original de las bibliotecas públicas -rentabilidad social y acceso a una cultura plural-, actúa de nuevo el márketing: 





Se publicitan “demandas irrenunciables” de la ciudadanía como grandes eventos culturales, desde Juegos Olímpicos hasta obras teatrales subvencionadas, mientras que se alude al déficit de los servicios bibliotecarios. Ello conlleva el estrangulamiento económico paulatino de las bibliotecas, con menos fondos públicos traspasados a eso actos más rentables publicitariamente (festejos, “días y noches de”, conmemoraciones, exposiciones…). Se inculca que las bibliotecas deben adaptar sus estructuras “a gusto del consumidor”: cierres, modificaciones, establecimiento de horarios aleatorios, bibliotecas como espacios multiusos, necesidad de estadísticas que lo justifiquen todo, proyectos de cafeterías, tiendas, etc… Las labores de la biblioteca son traspasadas al ámbito privado, presentado ante la opinión pública como más eficaz y engloba las necesidades que lo público ya no puede garantizar. Las soluciones “creativas” pueden así pasar por cobrar el uso de determinados servicios o que los ciudadanos participen en los mismos. Todo se vende como un logro cívico: el traspaso de la gestión de la biblioteca al usuario, acto de altruismo benéfico del que habla Zizek (participación de voluntarios en las bibliotecas, acentuación de la imagen de nula calificación profesional del trabajador).

Asistimos así a un círculo vicioso evidente: el usuario no se da cuenta de quién le presta el servicio, pero sí de que la biblioteca cada vez puede ofrecerle menos frente a otras instancias; a su vez deja de venir o lo hace para actividades que podrían darse en otro tipos de centros (locutorios o salas de estudios); finalmente los responsables justifican la reducción de medios a esta falsa falta de demanda.

La biblioteca de la larga cola La larga cola (the long tail), en expresión de Chris Anderson, alude a aquellos negocios centrados únicamente en productos muy rentables que desechan los que llegan a pocos consumidores. En el caso del mercado editorial estaría muy claro: las librerías y tiendas prefieren vender pocos libros a muchas personas, no importa el contenido, que tener una gran oferta pero pocos consumidores. Este modelo se exporta a las bibliotecas, más interesados los gestores en que engrosar las estadísticas sin atender al cómo. El enfoque que se empieza a ver para gestionar las bibliotecas es parecido al ya existente en los museos de las largas colas, pero precisamente Mijaíl Piotrovski, director del Hermitage, denuncia que grandes centros de arte se han convertido en “disneylandias” porque los dirigentes culturales – curiosamente viniendo muchos de ellos del sector privado- “aplican a la política los mismos principios y bases que aplicarían a sus negocios” (entrevista en “El Pais, 27-2-2011). Los planes para las bibliotecas públicas, como si fueran un evento cultural más y no un servicio irrenunciable, no duran más allá de una legislatura y ello acaso con suerte, las dotaciones se ocupan de los momentos iniciales tras la inauguración publicitada a bombo y platillo, después si es necesario se contraen o se deja de invertir en mantenimiento y novedades. Al mismo tiempo se potencia la sensación de gratuidad de los procesos técnicos y servicios de la biblioteca, se fomenta la utilización de la misma sin responsabilidad o un conocimiento adecuado de todos los recursos existentes y se estipulan derechos pero pocos deberes respecto al uso de instalaciones y materiales.

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El papel de los profesionales La propaganda funciona igualmente respecto al papel de los profesionales. Se trata de controlar su situación laboral precarizando los puestos de trabajo, haciéndolos más dóciles y sin capacidad crítica: “No se necesita de un bibliotecólogo con independencia de pensamiento que tenga la capacidad de analizar y reflexionar sobre su contexto político social o laboral, por el contrario, se necesita un bibliotecólogo que se adapte fácilmente a las condiciones existentes de explotación en el país y que sepa hacer bien sus tareas asignadas .” (José Ángel González Castillo y Carlos Alberto Martínez Hernández “Tendencias conformistas en el discurso y en la realidad laboral de los bibliotecarios en México” En Crítica Bibliotecológica, vol. 2. Nº 2 y vol. 3. Nº 1 jul 09-jul 10). La imagen que se da actualmente del bibliotecario a la sociedad es fundamental. Desde hace años siempre se debe reinventar la profesión pasando a ser desde un gestor de la información a un animador de actividades, de un erudito de recursos locales a un experto en tecnologías e Internet. Además, y en tanto que sea funcionario se le presenta como privilegiado, poco profesional y excesivamente pagado. El aumento en estos últimos años de cargos directivos provistos mediante libres designaciones hacen que en las decisiones no se consulte con profesionales o simplemente se les ignore. Que los bibliotecarios se movilicen, hagan manifestaciones, comunicados o insten a respetar el servicio público garantizado precisamente por ellos, encuentra la desconfianza, la modificación o creación de normas contra “sus privilegios” y el recurso a la desinformación como respuestas de los dirigentes. Por desgracia otras veces son los mismos bibliotecarios los que demuestran complacencia y, como parte integrante de una sociedad de malos resultados educativos, falta de hábito lector, formación humanística y pensamiento crítico.

Nuevos contravalores para la biblioteca pública El sistema socioeconómico actual exalta los valores de la low cost y el consumismo e idolatra la infancia y la como pilares centrales de toda política cultural, a las bibliotecas públicas (recuerda un poco a la de Weimar que Zweig relata en “El mundo de ayer”). No vacilaba en criticar en manuales, libros y artículos el de “biblioteca a la antigua” donde poco menos todos que demostrar diariamente que no somos el rígido de “El Nombre de la Rosa”, pero lo cierto es que los fomento a la lectura y los medios que se ponen para ello vez más pobres, cuando no inexistentes (¿se negará que de lectura son salas de estudio?). Luego las tan queridas estadísticas señalan que España no es país para viejos… lectores.

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Dentro de esta exaltación de grandes valores tenemos el de las tecnologías actuales como la panacea per se. Reconociendo su papel capital en la sociedad actual y la educación, se observa que son fácilmente mercantilizables frente a lo que “huela a viejo”. Las más de las veces se implantan en bibliotecas sin otra planificación que la voluntad laudatoria del responsable de turno (máquinas de autopréstamo, estanterías electrónicas de devolución, préstamo de ordenadores portátiles, lectores electrónicos de periódicos y revistas, innumerables puestos de acceso a Internet, puestos de visionado de películas, implantación del ebook y un sinfín de iniciativas… ¡¡mientras los fondos de informática o tecnologías quedan obsoletos durante mucho tiempo por falta de renovación!!). Este desarrollo tecnológico, publicitado como gran avance, suele degenerar en recurso de entretenimiento individual de una parte de los usuarios – generalmente los más jóvenes- pero no es una herramienta eficaz de información, de trabajo ni afecta a otra gran parte de usuarios, los más mayores como ejemplo más claro. Ya sabemos que quien quede excluido y fuera del conocimiento de estas tecnologías corre el riesgo de hacerlo de la propia sociedad (Marisol Cabrera, “La pedagogía de la imagen en los tiempos del capitalismo tardío”, Emooby, 2011, p. 29)

Los otros, ¿siempre son mejores? En España otro recurrente es la alusión al funcionamiento de los sistemas bibliotecarios en otros países de nuestro entorno, pontificando sobre sus excelencias pero sin dar pie al debate acerca de si nuestra realidad social, económica y cultural, además de nuestras necesidades, son las mismas. Quizás sea complejo de inferioridad o una justificación de recorte más. El capitalismo tardío y el vendaval neoliberal se llevan lo considerado deficitario por delante: la ALA denuncia que en Estados Unidos las bibliotecas públicas cierran sus puertas, echan al personal, recortan presupuestos y se nutren de donantes y voluntarios ante el desamparo institucional. En Gran Bretaña se redujo el presupuesto de 13 a 3 millones y se han creado los Idea Store, mitad bibliotecas mitad centros comerciales donde podemos dar clases de kárate o tener la última novela de Dan Brown, mientras los estudiosos van quedando relegados a la British Library; este tipo de “bibliotecas multiusos” también se abren en Italia (Bolonia). El cobro por el préstamo de servicios es un hecho, como por ejemplo ocurre en la Red de Bibliotecas de París. ¿Son estos los objetivos también para nuestras bibliotecas? Para acabar, la gestión empresarial en una biblioteca no puede ser implementada sin choque, pues implica la transformación del concepto mismo de biblioteca pública (entendiéndose que no habría problemas legales, que sí morales, en cambiar normas y pautas). Si los bibliotecarios deben simplemente satisfacer las demandas de los usuarios, considerados ya clientes, se somete a todo el sistema bibliotecario a la ley de oferta y demanda sin que la tutela pública de valores por encima de lo económico, como es la igualdad, el acceso universal a la información y la cultura, sean ya referencias válidas. Fuente: http://www.dokumentalistas.com/articulos/capitalismo-cultural-y-biblioteca-publica/

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