Carta de un académico que quiso ser postmoderno a algunos de sus colegas
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Carta de un académico que quiso ser postmoderno a algunos de sus colegas Estimados contertulios, solo les pido un momento para hablarles de un asunto que me turba el intelecto: un académico soy, mas quiero ser postmoderno, para irme poniendo a tono con la usanza de estos tiempos: Un antiguo historiador, digno de todo respeto, escribió con convicción el siguiente pensamiento: “dejo que las fuentes hablen mientras yo guardo silencio”; y así escribía la historia, o lo pretendía, al menos. Pero hoy en día está claro que eso no tiene asidero, el pasado está mediado, llega por cauce indirecto; pues las fuentes nos lo cuentan cada una con su sesgo y no hay recuento objetivo que sea en verdad recuento. Sin olvidar que una fuente nunca es solo un documento, sino una intrincada red de múltiples intertextos, y así el asunto se torna mucho más denso y complejo, pues su sentido depende de mil factores y aspectos. (Se ve que he estado estudiando, se ve que he estado leyendo, pero aún me falta tanto si quiero ser postmoderno.) En fin, como les decía, aspiro a ser postmoderno, y aunque tengo alguna idea
no sé muy bien como hacerlo; pero una cosa está clara, una sola cosa al menos, importa más el sentido que solo describir hechos. Interpretar es la base de todo conocimiento, comprender qué significan las fuentes que disponemos. Sin duda es digno de elogio tan hermenéutico empeño y me acerca un poco más a ese fin que tanto anhelo. O quizá pueda intentar develar aquel proceso por el cual se va gestando el sentido de los textos. La semiótica es mi apoyo, pues me brinda los conceptos que no me pueden faltar si persigo dicho intento. Tópico es fundamental, pero ícono no lo es menos, sin olvidar el índice y el metaconocimiento, así como la alusión, la cita y el paratexto, -‐hablar en difícil es también parte de este cuento-‐. (Se ve que he estado estudiando, se ve que he estado leyendo, pero aún me falta un tanto si quiero ser postmoderno.) Mas no les voy a negar que este hermenéutico empeño –o semiótico, si quieren— me confunde el pensamiento. Una cadena infinita de signos es lo que veo cuando leo una palabra, cada vez que miro un dedo.
Las cosas se complejizan, la gente me mira feo, porque no entiende un carajo de lo que yo escribo y leo. Y así me voy encerrando en un cruel recogimiento de quien no logra expresar lo que encierra su cerebro. Y todo para que, encima, con el más simple argumento, venga un tesista avanzado y en la mitad de un congreso cuestione mi intervención con total atrevimiento, pidiéndome profundice en esos y otros conceptos. Con todo lo que me cuesta el solo pensar en ellos, me exigen más de mí mismo, que estudie y lea en exceso. ¡No vengan con subjuntivos, quiero ser pluscuamperfecto!, y así he de seguir porfiando a pesar de mis tropiezos. (Se ve que he estado estudiando, se ve que he estado leyendo, y así me voy acercando a ese fin que tanto anhelo.) Basta pues de ese lenguaje sofisticado y complejo. ¿De qué sirve cultivar tan retóricos conceptos? Nos tornamos un conjunto de académicos abyectos que en su torre de marfil son mirados con recelo. Cuando, muy por el contrario, el sujeto postmoderno cuestiona la tradición sin culpas ni miramientos,
develando ideologías que al poder van encubriendo, dando voz a los vencidos, dominados, subalternos. Aquí la antropología viene en mi auxilio y consuelo, pues su trabajo de campo me acerca a aquellos sujetos, permitiéndome estrechar los lazos con todos ellos, ser parte de su cultura y entenderla desde dentro. Y ahora estoy en condiciones, por fin, de cumplir mi sueño. ¿Para qué escribir yo mismo cuando otros pueden hacerlo? Dejemos pues que ellos hablen y nosotros escuchemos, transcribiendo sus palabras en un bonito etnotexto. (Se ve que he estado estudiando, se ve que he estado leyendo y así al fin he conseguido llegar a ser postmoderno. En lugar de sudar tinta y devanarme los sesos, dejo que las fuentes hablen mientras yo guardo silencio.) Alejandro Vera
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