Centesimus Annus-El capitalismo no es el único modelo que queda (1991)

July 6, 2017 | Autor: Denis Sulmont | Categoria: Movimientos sociales, Sindicalismo, historia del movimiento obrero en el Perú
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Antología Denis Sulmont. Archivo VI: Artículos de Cuadernos Laborales y Otros

“CENTESIMUS ANNUS”: EL CAPITALISMO NO EL ÚNICO MODELO QUE QUEDA1 Denis Sulmont 1991 Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

El 11 de mayo, el Papa Juan Pablo II publicó la encíclica Centesimus Annus (“cien años después”), en adelante C.A. Nueva encíclica social escrita en el centésimo aniversario de la Rerum Novarum (“Las cosas nuevas”) de su predecesor León XIII2. En dicha encíclica, el Papa reflexiona sobre la actualidad de la doctrina social de la Iglesia y los recientes acontecimientos socio-políticos del mundo, utilizando como punto de partida la reflexión del análisis del fracaso del socialismo real. Desde la constatación de este fracaso, el Papa ratifica con fuerza la posición de la Iglesia Católica contra el marxismo y el colectivismo socialista, sin que esta condena signifique un aval al capitalismo. Con igual fuerza, Juan Pablo II critica el liberalismo económico y sus consecuencias sociales. También denuncia las políticas de “seguridad nacional” que, en nombre del anti-comunismo, subyugan a los pueblos. La encíclica no propone un régimen económico y político alternativo. Ante todo, ofrece un enfoque ético de la vida social, sustentado en la fe cristiana, que subraya la “centralidad del hombre en la sociedad” y la “opción preferencial por los pobres”. Por su carácter polémico y actual, y por su amplia repercusión ideológica, este documento presenta un interés tanto para los creyentes como para los no creyentes. EL CONFLICTO SOCIAL Juan Pablo II retoma el análisis que hizo hace cien años León XIII en Rerum Novarum, reconociendo que la sociedad industrial está atravesada por el conflicto entre el capital y el trabajo. La intención, al dar cuenta de esta lucha es señalar que la verdadera paz y cooperación social sólo son posibles si las relaciones sociales se fundan en la justicia y en el respeto de la primacía del hombre sobre las cosas. “La Iglesia -precisa Juan Pablo II- sabe muy bien que, a lo largo de la historia, surgen inevitablemente los conflictos de intereses entre diversos grupos sociales y que frente a ellos el cristiano no pocas veces debe pronunciarse con coherencia y decisión. Por lo demás, la encíclica Laborem Excercens reconoce claramente el papel positivo del conflicto cuando se configura como lucha por la justicia social”. La lucha de clases, reconocida como un hecho de la realidad, es condenada por la Iglesia en tanto que se convierte en un fin en sí, que usa cualquier medio, incluso la mentira y el terror, pretendiendo destruir el adversario y reemplazar un poder por otro. Lo que se condena no es la lucha social legítima que armoniza los fines y los medios en función del derecho, sino su derivación hacia una lógica de violencia y de guerra.

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Publicado en Cuadernos Laborales N° 67 en junio de 1991. EL mismo Papa Juan Pablo II publicó antes una encíclica dedicada al trabajo, “Laborem Excercens”, en 1981; y otra dedicada al desarrollo del tercer mundo, “Sollicitudo Rei Sociales”, en 1987. 2

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Antología Denis Sulmont. Archivo VI: Artículos de Cuadernos Laborales y Otros La encíclica retorna aquí un tema muy sensible en un país como el Perú en el cual la violencia armada y el terror tienden muchas veces no sólo a suplantar sino a destruir la capacidad de lucha de los sindicatos y otros actores sociales. Consideramos que el tema debe ser debatido en profundidad, dejando de lado claramente las posiciones retrógradas que niegan el papel de las luchas sociales en la transformación de la sociedad. RAICES DEL FRACASO DEL SOCIALISMO REAL La encíclica analiza el curso de la historia contemporánea y en especial los acontecimientos de 1989 en los países de Europa del Este. Lamentablemente, el derrumbe de los regimenes socialistas en estos países es interpretado también como el fracaso del socialismo en general. Juan Pablo II no distingue entre las variadas formas de socialismo. Su argumentación está muy marcada por la experiencia polaca y de Europa central. Un análisis más diferenciado hubiera permitido prevenir posibles confusiones y rescatar el valor de las corrientes y experiencias políticas -también muy significativas- que reivindican un socialismo de tipo humanista y democrático. Hecha esta aclaración, sin embargo, es nuestra opinión que la crítica planteada por la encíclica al socialismo real centro-europeo apunta a problemas de fondo. El error fundamental de este socialismo, según Juan Pablo II, consiste en considerar al hombre como “una simple molécula del organismo social”, en no valorarlo como “sujeto autónomo de decisión moral”. La fuente de este error dice, se encuentra en el racionalismo iluminista que niega “la intuición última acerca de la verdadera grandeza del hombre, su trascendencia respecto al mundo material” (C.A.: 13). Esta concepción estrecha de la persona restringe el ámbito del ejercicio de la libertad, lo que se traduce en una organización social estatista y totalitaria. El Papa ve en los acontecimientos de 1989 una gran lección histórica y una revaloración del movimiento obrero. El cuestionamiento del socialismo real ha venido de las propias “muchedumbres de trabajadores, las que desautorizan la ideología que pretende ser su voz” (C.A.: 23). Observa que los cambios políticos en los países del Este han sido logrados sin violencia, enfrentado el poder a partir de los principios de la justicia y de la verdad con capacidad de negociación, lo cual constituye una advertencia “para cuantos, en nombre del realismo político quieren eliminar del ruedo de la política el derecho y la moral” (C.A.: 24). Junto con el implacable balance crítico de los regimenes socialistas, la encíclica Centesimus Annus dirige su atención hacia los problemas del capitalismo en el mundo. “La crisis del marxismo, dice, no elimina en el mundo las situaciones de injusticia y de opresión existentes” (C.A.: 26). Gran parte del documento está dedicado a denunciar los diferentes males del capitalismo, tanto en el tercer mundo como en los países desarrollados. En el tercer mundo, rigen “las reglas del capitalismo primitivo”. Los hombres en su mayoría sufren la marginación, no disponen de los medios que les permitan entrar de manera efectiva y digna en la economía de empresa. “El desarrollo económico se realiza por encima de su alcance, limitando incluso espacios ya reducidos de sus antiguas economías de subsistencia”. “Existe el riesgo -añade el Papa- que se difunda una ideología radical de tipo capitalista, que rechaza incluso el tomarlos en consideración” (C.A.: 45). Riesgo que ya se hizo realidad, añadiremos nosotros. La encíclica ahonda 2

Antología Denis Sulmont. Archivo VI: Artículos de Cuadernos Laborales y Otros también en el problema de la deuda externa, afirmando que no es lícito exigir o pretender su pago, cuando éste vendría a imponer de hecho opciones políticas tales que llevarán al hambre y la desesperación a poblaciones enteras”, siendo urgente “encontrar modalidades de reducción, dilación o extinción de la deuda” (C.A.: 35). “Queda demostrado, expresa el Papa, cuan inaceptable es la afirmación de que la derrota del socialismo deje al capitalismo como único modelo de organización económica” (C.A.: 35). EL DESTINO COMÚN DE LOS BIENES La propiedad es otro tema de la Encíclica que presenta un particular interés para el Perú de hoy, no obstante ser abordado desde la crisis de los regímenes socialistas. La ineficacia de los regímenes comunistas, observa Juan Pablo II, no proviene tanto de un problema técnico, sino de la violación de los derechos humanos, a la propiedad y a la libertad en el campo económico” (C.A.: 24). La encíclica reivindica espacios de libertad para la realización de los sujetos sociales: “El carácter social del hombre no se agota en el Estado, sino que se realiza en diversos grupos intermedios, desde la familia hasta los grupos económicos, sociales, políticos y culturales, cada cual con su autonomía propia”. El Papa reafirma la propiedad como derecho fundamental de toda persona. Pero este derecho, subraya, está subordinado al destino común de los bienes. Luego de sustentar que la propiedad tiene su fuente en el trabajo, añade: “Obviamente le incumbe también la responsabilidad de no impedir que otros hombres obtengan su parte del don de Dios, es más, debe cooperar con ellos para dominar juntos toda la tierra” (C.A.: 62). La defensa de la propiedad está asociada a la preocupación de los pobres. El Papa recalca que siguen vigentes “los obstáculos a la propiedad privada, que se dan en tantas partes del mundo, incluidas aquellas donde predominan los sistemas que consideran como punto de apoyo la afirmación del derecho a la propiedad privada” (C.A.: 6). Asimismo, señala que hoy día el problema de la propiedad no se limita al acceso a los bienes materiales, sino comprende el saber y la capacidad de dominar los conocimientos. “UNA SOCIEDAD BASADA EN EL TRABAJO, LA EMPRESA Y LA PARTICIPACIÓN” La encíclica establece una estrecha relación entre el valor del trabajo y la empresa. Subraya el carácter social del trabajo. “Se hace cada vez más evidente y determinante el papel del trabajo humano disciplinado y creativo y de las capacidades de iniciativa y de espíritu emprendedor, como parte esencial del mismo trabajo” (C.A.: 32). La propuesta consiste en valorar a la vez las virtudes del trabajo y las de la empresa: laboriosidad, prudencia y coraje para asumir riegos, lealtad en las relaciones interpersonales, y resolución en la ejecución de decisiones difíciles. La empresa no debe considerarse únicamente como una sociedad de capitales; ha de ser ante todo una sociedad de personas y una comunidad de trabajo.

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Antología Denis Sulmont. Archivo VI: Artículos de Cuadernos Laborales y Otros El Papa reconoce la conveniencia del libre mercado como mecanismo eficaz de regulación económica, pero señala que éste sólo puede regir para los bienes solventables. Existen exigencias humanas y colectivas que escapan a su lógica. Resulta un deber de justicia atender estas exigencias mediante la intervención del Estado. Esta debe responder a los principios de subsidiaridad, protegiendo a los sectores más vulnerables. Pero la solidaridad social no debe provenir sólo del Estado. La encíclica insiste en la responsabilidad de los individuos, de la familia, de las organizaciones intermedias de la sociedad. Juan Pablo II resalta el papel de los sindicatos, no sólo como instrumento de negociación, sino también como lugares donde los trabajadores, desarrollan una cultura del trabajo y adquieren la capacidad de participar en la vida de la empresa”. Ve en la lucha sindical una forma de impulsar el “libre proceso de auto-organización de la sociedad” (C.A.: 15). En resumen, la encíclica propone una sociedad democrática basada en el trabajo libre, en la empresa y la participación, en la que el mercado sea controlado oportunamente por las fuerzas sociales y por el Estado, de manera que se garantice la satisfacción de las exigencias fundamentales de toda la sociedad. “La iglesia aprecia el sistema de la democracia”, subraya Juan Pablo II (46); opuesta al totalitarismo y el fanatismo, reivindica como método el respeto de la libertad; pero considera que la libertad es valorizada en pleno solamente por la aceptación de la verdad y de la justicia.

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