Comunistas argentinos. Identidades políticas, tópicos ideológicos y vida privada, 1950-1970

June 9, 2017 | Autor: Ricardo Pasolini | Categoria: History of Communism
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Comunistas argentinos
Identidades políticas, tópicos ideológicos y vida privada,
1950-1970.



Ricardo O. Pasolini*



Introducción
En este artículo intentaremos aproximarnos al pensamiento íntimo y a la
práctica social de Juan Antonio Salceda (1907-1983), un intelectual
comunista del interior bonaerense fuertemente ligado a la estructura del
P.C.A, al menos desde 1940. El propósito fundamental es tratar de
establecer de qué manera su intimidad expresa un conjunto de temas
ideológicos, prácticas partidarias y nociones privadas, que pueda dar una
medida del funcionamiento de lo que podría llamarse una "identidad
comunista", durante el período 1950-1970. Favorecida por el acceso a un
cúmulo de documentos personales altamente ricos, la reducción de la escala
de observación al nivel del sujeto posibilitará plantear el problema de la
identidad política, en el nivel donde finalmente ese intento identitario
alcanza un mayor grado de internalización y reelaboración.
La hipótesis de partida plantea que al identificar la conducta
personal con la actitud de vida total (privada y pública), Salceda termina
por convertir el tópico del compromiso político en una moral prometeica,
que se presenta como el ethos para guiar la conducta propia y para
interpretar la ajena. Pero esta moral que inicialmente puede ser pensada en
términos de individualidad, da cuenta también de la expresión del corpus de
significados dominantes en su espacio social de relación. En este sentido,
la moral prometeica que Salceda construye representará un universo de
naturaleza muy familiar a las imaginaciones del P.C.A: un universo habitado
por personajes que se encuentran en una continua disputa moral por la
verdad, un ámbito donde la conducta individual es evaluada constantemente
de acuerdo a la relación pensamiento/praxis, y en donde la existencia
individual cobra sentido en la medida en que mentes preclaras se incorporan
a un línea progresista de continuidad histórica, que conducirá
inevitablemente a un futuro ya anticipado en la Historia —el modelo de la
URSS—, lugar donde se saciarán todas las aspiraciones humanas.

Este es el horizonte que nos ha llevado a la elección de una
perspectiva biográfica inicial. No dejamos de reconocer que un enfoque de
esta índole plantea una serie de problemas de construcción metodológica.
Entre ellos, el más característico es el de la representatividad del caso
estudiado. Al respecto, no podríamos sostener que el ejemplo de Salceda
pueda ser conceptualizado en términos de representatividad. Tanto su
itinerario social como intelectual muestran que no estamos ante un caso
típico. En efecto, se trata de un almacenero español que hacia mediados de
los años 50 se convierte en "el escritor local", una figura social en la
que se articulaban en modo residual dos tópicos muy potentes de la
ideología de los sectores medios y populares de la Argentina de
entreguerra: la posibilidad del ascenso social y el acceso a la cultura
letrada como un medio para lograrlo.[1]
Respecto a su producción intelectual, Salceda no hizo más que
reproducir los leves vaivenes intelectuales de la línea partidaria
dominante que se expresaba a través de Cuadernos de Cultura: una suerte de
marxismo llevado a su manifestación idealista, con una impronta no menos
identificable de una línea de la tradición liberal que reconoce una
filiación inicial en Echeverría y que llega hasta Aníbal Ponce (1898-1938).

No obstante ello, también sus camaradas lo visualizaban como un
ejemplo en algún sentido límite[2]. Es evidente que su vínculo con el
Partido es fluido y permanente desde 1940 hasta 1983 —momento de su
muerte—, pero su naturaleza de militante provinciano da cuenta de una
situación periférica respecto del mundo partidario, tanto en la esfera
política como cultural del mismo, donde el ideario pareciera actuar en
vacío.
Así todo, las características en principio exóticas de Juan Antonio
Salceda brindan respecto del problema de la identidad política, una imagen
diversificada del mundo de la sociabilidad comunista, que pretende
complejizar una idea ampliamente difundida según la cual el Partido, que en
rigor es la dirección del Comité Central, se convierte en una gran
maquinaria de disciplinamiento al modo del "Gran Hermano" de 1984, la
novela de Orwell que alertaba sobre los peligros del stalinismo.[3] Más
allá de su efectividad descriptiva del funcionamiento de la disciplina
partidaria, la tesis de que el Partido sólo posibilitaba a sus afiliados el
camino de la subordinación o el de la expulsión, supone una idea del actor
histórico como un receptor pasivo del intento normativo, incapaz de
modificar en algún grado esa maquinaria en cierto sentido panóptica.[4]
Desde la perspectiva del sujeto, la construcción de la identidad política
puede ser pensada como un espacio de tensión entre los intentos partidarios
de dotar a la identidad de unos límites precisos (una genealogía, una
visión de los amigos y de los enemigos políticos, un horizonte de
expectativas ideológicas y políticas, unas prácticas propias, etc.) y la
apropiación, recreación o impugnación de tales intentos por parte de los
destinatarios.
Señaladas estas precisiones metodológicas iniciales, intentaremos
seguir el problema de la identidad de los comunistas a partir de tres ejes
temáticos básicos, durante un período —1950-1970— en donde el modelo de
praxis política y cultural defendido por el P.C., comienza a mostrar graves
fisuras. El primero de ellos pretende dar cuenta del P.C. como un ámbito
ampliado de sociabilidad, caracterizado por una densa red de relaciones
personales.[5] En el segundo eje, intentaremos presentar el funcionamiento
de una matriz identitaria dominante a partir del modo en que en el nivel
micro, fueron tamizados los sucesos relacionados con el proceso
revolucionario en Cuba. Por último, describiremos la manera particular en
que el ideario comunista se expresa en la vida familiar, a partir de la
extensión hacia el ámbito doméstico de lo que denominamos una moral
prometeica en Salceda.


I. El Partido Comunista como sociabilidad
Desde mediados de la década de 1930, en especial con la creación de la
Asociación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores (AIAPE),
fundada por Cayetano Córdova Iturburu y Aníbal Ponce, el Partido
Comunista[6] aparecerá dinamizando en penumbras todo un espacio cultural
que se definirá antifascista y que con los sucesos de la Guerra Civil
Española, alcanzará una gravitación no menor en la escena ideológica y
cultural. Lo más importante de este momento inicial es que allí se fundarán
dos procesos de gran durabilidad: por un lado, se sentarán las bases de un
diálogo fecundo entre tradición liberal y marxismo que se prolongará sin
quiebres al menos hasta el momento posterior a la Revolución Libertadora.
En este sentido, la construcción de la figura de Aníbal Ponce como el
personaje mítico de esta izquierda intelectual, se presenta bastante
funcional a una política de diálogo fecundo entre familias ideológicas que
reconocen un mismo pasado fundacional: la línea Mayo-Caseros. De algún
modo, la conversión de Ponce en la figura intelectual del Partido[7] a
través de un devenir personal que lo llevó de la adhesión a un ideal
sarmientino al descubrimiento del marxismo[8], ilustra el intento de la
construcción de una genealogía de los comunistas locales, quienes
encuentran en el mandato inconcluso de Mayo, un momento en el que filiar en
la tradición política e intelectual argentina, una línea de continuidad
histórica en clave comunista.
El segundo proceso importante será el de la constitución de espacios
diversos de sociablidad —prensa periódica; ateneos, bibliotecas populares,
editoriales, teatro independiente, circuitos culturales, etc.— en la esfera
de influencia partidaria (a tal punto que llegarán a confundirse con el
Partido mismo[9]) que posibilitaron la constitución de una red de
relaciones demográficamente joven, por lo tanto con una alta potencialidad
de permanencia temporal. Como lo han señalado Leandro Gutiérrez y Luis
Alberto Romero, el fenómeno asociativo es propio del período de
entreguerras[10] aunque lo excede, no obstante, nos interesa señalar aquí
que el P.C. como sociabilidad, posibilitó el ingreso a la vida política y
cultural desde mediados de los años 30 hasta los 60, de un número nada
despreciable de jóvenes, que hicieron sus primeros aprendizajes en la
política del Partido.
El itinerario del músico Osvaldo Pugliese lo ilustra claramente.
Pugliese ingresó al Partido en 1938, previas adhesiones al sector de los
republicanos durante la Guerra Civil Española. Lo interesante es que no
firmó la ficha de afiliación en una sede partidaria, sino en un local
cedido para que el Sindicato de Músicos pudiera funcionar. En 1988, con
motivo de los festejos del 70º aniversario del P.C., Pugliese declaraba que
el Partido era la "respiración de todos los días" y que su importancia era
equivalente a la de su madre.[11]
En una percepción del P.C. en tanto maquinaria de disciplinamiento,
para José Aricó entre los años 20 y los 60, abandonar las filas partidarias
implicaba convertirse en "un muerto civil". La militancia conformaba una
mentalidad particular, "una forma de ser, de pensar, de relacionarse con el
mundo, que se volvía muy difícil de mantener una vez fuera de la
organización".[12] Más allá del carácter autobiográfico que adquiere el
relato de Aricó —él mismo fue expulsado del Partido en 1963 junto a otros
jóvenes gramscianos—, la cita da cuenta del funcionamiento de una
sociabilidad, donde el costo de oportunidad era significativamente alto
para quienes quedaban fuera de ella.
El tránsito de Salceda hacia el comunismo no es menos ilustrativo. En
1935, Córdova Iturburu y Aníbal Ponce llegan a Tandil con la intención de
fundar un centro cultural. Junto al médico local Víctor Magrini, Salceda
crea el Ateneo de Cultura Popular de Tandil. A poco menos de un mes de su
creación, la entidad que inicialmente se concebía como exclusivamente
cultural, decidirá ponerse a las órdenes de la AIAPE y autodefinirse como
"antifascista, antiguerrera y antiimperialista". De allí en adelante, el
itinerario de Salceda no hace más que expresar las diferentes alternativas
políticas del P.C.: en 1946 actuará como el representante del Partido en la
constitución de la Unión Democrática local. En 1983, lo hará con la
presentación de su candidatura a Intendente del gobierno comunal. En el
interregno, todo un abanico de experiencias asociativas le asegurará una
actividad intelectual permanente, a través de la participación en circuitos
culturales articulados por la red partidaria.
Una mirada a la relación de Salceda con el sector de la industria
editorial ligado a la esfera de influencia del P.C., puede darnos una
medida de esa oferta de oportunidades. En efecto, en julio de 1953, la
Editorial Lautaro de Buenos Aires publicó el ensayo Prometeo, el humanismo
del mito.[13] Con esta obra y desde un lugar periférico, Juan Antonio
Salceda hizo su ingreso al campo cultural argentino de la época, bajo la
figura de "escritor". En la concreción de su publicación, nuevamente vemos
funcionar a la red de intelectuales comunistas que se había nucleado a
mediados de la década del treinta en la AIAPE, y a partir de 1950
alrededor de la experiencia de Cuadernos de Cultura.
La Editorial Lautaro había sido creada en 1940 y publicaba obras de
géneros diversos -libros de ficción y ensayo-, pero sobresalía la colección
Tratados Fundamentales, prologados por Gregorio Weinberg. A principios de
la década del cincuenta, dedicada exclusivamente a dar a conocer los puntos
de vista de intelectuales y escritores argentinos, la editorial puso a
cargo de la colección Pensamiento Argentino a Gerardo Pisarello, un
escritor que desde 1936 había formado parte del grupo de la AIAPE, y que a
inicios de la década del cuarenta, integraba el consejo de redacción del
mensuario de esa institución, Nueva Gaceta, junto a Héctor P. Agosti, Raúl
Larra y Arturo Sánchez Riva.[14]
EL Prometeo de Salceda apareció en la colección Estudios y Ensayos,
también dirigida por Pisarello. Ambos se habían conocido en 1946, en uno de
los viajes que éste había realizado a Tandil junto a Carlos Ruiz Daudet, un
común amigo viajante de comercio, dinamizador de la red de comunistas en
el interior bonaerense. A partir de entonces, establecieron una potente
amistad mediatizada por la sociabilidad comunista, que se tradujo en 1953
en la publicación de la obra de Salceda.[15]
En 1957, nuevamente Lautaro le edita una obra. Se trata esta vez de
una biografía sobre Aníbal Ponce[16], y en 1963, el Instituto Amigos del
Libro Argentino, publicará Actualidad del Dogma de Mayo.[17] Finalmente,
tres años más tarde su Prometeo conocerá una segunda edición a cargo de
Ediciones Procyon, el nuevo sello con el que se presentaba Lautaro en la
industria cultural.
Sin duda, en la construcción de la identidad comunista en el interior
del Partido, debe haber actuado en un modo potente, la percepción del costo
de oportunidad que resultaba del funcionamiento de una red asociativa y
personal especialmente densa. Junto a la oferta diversa de alternativas de
participación que proponía la sociabilidad comunista, se constituyó un
marco normativo que impuso límites a la variabilidad de esa identidad. En
este sentido, a la vez de otorgar un campo ampliado de actuación, el
Partido reclamaba una fidelidad específica.
Sin embargo, esa identidad no dejaba de constituirse sin conflicto.
Si el devenir de los jóvenes gramscianos durante la década del 60 resulta
una prueba extrema de ello[18], una mirada a la correspondencia de Salceda
durante ese período, nos puede dar una imagen de la tensión identitaria
subyacente, en el marco de un corpus ideológico y de un modelo de acción
cultural aún dominante en el interior partidario, pero ciertamente residual
a la hora de abordar el problema del destino del peronismo y el papel de
los nuevos jóvenes en la escena política e ideológica argentina.

II. Ideología y militancia: el impacto de la Revolución Cubana.
El primer registro que poseemos de la vinculación afectiva de Salceda con
la Cuba revolucionaria data de inicios del año 1960, cuando publicó un
artículo en El Eco de Tandil, que tituló "Tierra y Escuelas para Cuba". En
él, Salceda apoyaba la idea de que el gobierno de la isla sufría una
conspiración internacional porque daba "tierras y escuelas a su pueblo". El
artículo llegó a Cuba, y el 5 de abril de 1960, un alto funcionario cubano
le escribió una carta en la que le expresaba su gratitud por la difusión de
la "verdad" de la Revolución en la isla.[19]
Pero si esta vinculación oficial se expresa en la instancia que el
protocolo institucional establece para los agradecimientos, la relación que
mantiene con el ingeniero Pedro Fontana, un amigo del Partido Comunista que
se encuentra en Cuba, le permitirá acceder a la experiencia revolucionaria
misma.
Fontana llegó a Cuba en abril de 1961 junto a un grupo de
profesionales comunistas de la ciudad de La Plata. Después de un año en la
isla, decidió retomar la relación afectiva que lo ligaba a Salceda, desde
los tiempos en que éste le había obsequiado un ejemplar de Prometeo, cuando
Fontana se encontraba en carácter de prisionero político encarcelado en la
penitenciaría de Mercedes, durante el año 1954. El hecho de haber recibido
de manos de una joven maestra cubana un ejemplar del Aníbal Ponce de
Salceda, motivó el deseo de restablecer el vínculo con él, quien según el
ingeniero había estado presente con sus obras en dos momentos cruciales de
su vida: la experiencia en las cárceles del peronismo y la concreción del
sueño revolucionario en Cuba.[20]
Es altamente reveladora de la identidad comunista la selección de
significados que expone el ingeniero Fontana. Por un lado, la experiencia
de la cárcel aparece como una de las asignaturas a aprobar en la escuela
del militante partidario. Como escribiera Salceda refiriéndose al Prometeo
mitológico que ha sido encadenado a la roca de la montaña, por haberle
entregado el fuego de los dioses a los hombres, "la causa del líder
revolucionario gana generalmente con su martirologio, y este para serlo
debe poseer un temple especial (...) que se establece sobre la base de una
inflexible línea de conducta...".[21]
Por otra parte, ese martirologio que requiere de una fortaleza
personal especial se ve recompensado por la concreción del ideal social
compartido por la red comunista. En efecto, desde el optimismo que le
otorgaba el saberse partícipe del proceso de cambio en Cuba, Fontana podía
sostener que "ya el lenguaje del socialismo se habla en español, la ancha
senda de la liberación está abierta. Sólo queda cohesionar las fuerzas
populares para lograr el triunfo final en América Latina".[22]
Fontana se desempeña como ingeniero asesor en el área de obras
públicas de la provincia de Oriente, lo que le permite estar al tanto de
la cotidianidad del proceso revolucionario y de los conflictos que suscitan
las nuevas condiciones. En la descripción que Fontana hace de tales
conflictos, la Revolución Cubana es presentada como etapa superior de la
democracia:


"...Algo sobre los problemas campesinos: por razones estratégicas,
debida y ampliamente explicadas a los interesados, en ocasiones se
hace necesario el desplazamiento de grupos campesinos.
Precisamente, hace unos días me tocó intervenir en el traslado de
14 productores agrarios. Conversamos con todos ellos y con sus
familiares, con algunos individualmente, con otros en grupos,
mientras nos servían el aromático café oriental. Hombres y mujeres,
padres, hijos y abuelos, todos participaban del análisis de los
pormenores a contemplar para resolver (...) La Revolución jamás
hizo ni hará nada que perjudique a los campesinos, de modo que está
fuera de discusión la necesidad del traslado. Sólo está disconforme
el moro Ramadán. El no quiere trasladarse al lugar propuesto. Lo
dice con vehemencia, aunque reconoce la preocupación de la
Revolución por los campesinos. Está casi ciego, tiene más de 60
años, no puede trabajar. La mujer y la hija lo apoyan. Buscamos una
salida aceptable (ad referendum de los 3 hijos varones que están
trabajando en la zafra). Propuesta va propuesta viene, llegamos a
un acuerdo. La hija, hermosa morocha de 19 años, trabaja en una
tienda del Estado de Pinar del Río, además en la provincia
occidental viven todos sus familiares. En relación con eso, propone
Ramadán que se le paguen los gastos de traslado a esa provincia, en
donde se radicarían. ¿Cuánto? Yo sugiero una cifra ($1000). Los
tres, al unísono, consideran la cifra excesiva. Dicen: lo que
tenemos aquí no vale nada y los pasajes valen mucho menos que esa
suma (...)
Esto fue ampliamente discutido con los propios interesados, en
fraternal diálogo revolucionario, sin demoras inútiles y papeleos
estériles. Es un ejemplo, entre muchos de los que fui testigo. Así
resuelve la Revolución sus problemas, fundiendo a todos en una
fuerza poderosa, capaz de impulsar hacia adelante la construcción
del socialismo (...)"[23]


Las cartas que Fontana envía a Salceda se leen en voz alta en
reuniones que incluyen a militantes, familiares y amigos no afiliados, pero
que se encuentran en la órbita de influencia de la política cultural del
P.C. "Creo que es una manera eficaz de ayudar a la gloriosa Revolución
Cubana"[24], escribe el ingeniero en agosto del 62, sobre el destino de sus
misivas.
Salceda, entonces, se propone ayudar —de alguna manera— a consolidar
el proceso revolucionario. Está interesado en saber cuáles fueron las
instancias que hicieron que su Aníbal Ponce llegara a Cuba.[25] De este
modo, primero indagará en la editorial Lautaro sobre el arribo de su libro
a la isla. Más tarde decidirá mantener correspondencia con la joven maestra
cubana que le obsequió su Aníbal Ponce al ingeniero Fontana. No poseemos
la carta que le envió Salceda, pero sí la respuesta de Wiriam Ibáñez. Dice
la maestra:

"Compañero, en su maravillosa carta me dice que desearía venir a mi
patria. Para nosotros, los cubanos, sería un orgullo poder tenerlo,
ya que tan necesitada está de personas capacitadas y de alto amor
Patrio, que nos ayuden a consolidar nuestra gran Revolución,
ejemplo del mundo y faro de América (...) Salceda, espero que
podamos mantener correspondencia para así, unir los pensamientos de
un gran literato con los pensamientos sencillos de una humilde
maestra cubana que sueña con un solo ideal en todos los países del
mundo: que gocen de libertad, prosperidad y paz. 'Patria o Muerte.
Venceremos'"[26].

La respuesta de la maestra cubana debe haber impactado notablemente
en Salceda, no sólo por el hecho de ser considerado como un gran literato,
(ésta es una de las ficciones personales más potentes en Salceda) sino,
sobre todo, por el impacto que su obra aparentemente había logrado en el
mundo cultural cubano. La confirmación de la idea del impacto llega a
través de una carta de Néstor Tirri, ahijado intelectual de Salceda, quien
estudia el profesorado de Filosofía y Letras en la Universidad Nacional del
Sur y mantiene una estrecha relación con Ezequiel Martínez Estrada.
Hacia finales de 1962, Martínez Estrada ha regresado ya de Cuba y se
encuentra trabajando en una obra sobre el poeta José Martí. En una de las
visitas de Tirri, el autor de Radiografía de la pampa habla sobre el
conocimiento que los cubanos tienen de los pensadores argentinos: "Martínez
Estrada dice que Ud. es más conocido allá que aquí (...) Le aseguro que se
ha producido en él un cambio increíble. ¡A tanto llega el milagro
cubano!"[27], escribe Tirri, ironizando sobre el tránsito que ha
transformado a Martínez Estrada de ideólogo de la revista Sur a apólogo de
los sucesos políticos de la isla.[28]
Al igual que Pedro Fontana desde su práctica profesional en Cuba,
Salceda observa que su obra sólo tiene validez en tanto trabajo
intelectual si su impacto excede los límites del propio campo. Para él, no
son los críticos especialistas quienes determinan el lugar que cada obra
ocupa en la serie infinita de trabajos intelectuales, más allá de que sea
con ellos con quienes se dan las disputas, sino el lector en tanto
expresión de la democratización de la crítica. Es que en Salceda, lo
intelectual no está planteado como una instancia de las búsquedas del yo-
pensador, sino como un praxis para expresar un ideal político que incluso
es toda una cosmovisión: la lucha de la humanidad por alcanzar su estadio
superior, el ingreso definitivo a la Historia.
En una carta que le escribe al poeta José Pedroni a propósito de la
sorpresa que le causó haber ganado algo de dinero con la venta de su Aníbal
Ponce, Salceda afirma que lo que en verdad lo enriquece es saber que el
libro circuló muy bien en Cuba: "Saberse útil en la construcción del
'Edificio' es la mejor riqueza para un escritor".[29]
La idea del pensamiento en tanto utilidad política vuelve a
presentarse en Salceda, cuando Yuri Dashkevich, Director de la Revista de
Literatura Extranjera de Moscú, le solicita le envíe sus ensayos para ser
traducidos al ruso: "(...) Estoy muy contento de poder enviarle mis libros.
Los escritores, en este nuevo hermoso tiempo, debemos valorar nuestro
esfuerzo en relación con la repercusión que tengan nuestras obras en los
pueblos que luchan por la emancipación americana, y en general por la Nueva
Era de la humanidad"[30], escribe en septiembre de 1965. Esta idea, que
es un tópico fundamental en la definición de la identidad del grupo
intelectual de Cuadernos de Cultura, —y que reconoce una temporalidad que
se inicia con el pedagogismo cultural del Grupo de Boedo—, se expresa
también en otras variantes más sutiles, tal el caso de la noción de Carlos
Ruiz Daudet acerca del rol de la imaginación en las obras de ficción.
Escribe Ruiz Daudet: "(...) me surge que lo esencial consiste en rehuir el
tema abstracto aunque haya oficio. La versión de 'Querido mentiroso' hecha
a la justa y mismísima manera del mismo Shaw, es feliz por eso
precisamente: no se imagina ni medio y se redondea una creación artística
re-creándola como también pudo haberse dado en la vida...".[31]
Para los intelectuales comunistas de Cuadernos, la ficción en tanto
producto de la imaginación del escritor, carece del status que el ensayo
ocupa en las prácticas intelectuales. Es que el ensayo pone en juego ideas,
las explícita, las hace potencialmente aprehensibles por el lector no
iniciado. La ficción, en cambio, sólo es defendida en su carácter de
representación realista de lo real.
En Salceda la obra expresa fundamentalmente al autor, tópico
echeverriano fundamental, pero a un autor que con el fruto del pensamiento
ayuda a construir "la casa de todos, el edificio más grande y hermoso que
ha construido el hombre"[32], es decir, el mundo socialista. En esta línea,
así critica Salceda el teatro del absurdo de Eugene Ionescu y Samuel
Beckett, a propósito de una disertación de Néstor Tirri, en la Biblioteca
Rivadavia, en 1966: "(...) el teatro del absurdo o de vanguardia que dice
haber roto los principios aristocráticos de la poética, es un verdadero
desastre. Pero estos autores quieren decir que el absurdo existe fuera de
ellos y no reconocen que está en ellos y en su obra, algunas veces
ingeniosa, nunca trascendente"[33]. Al teatro de vanguardia, Salceda le
antepone la vanguardia que expresa el teatro épico de Bertolt Brecht,
porque en él, el absurdo es presentado en su expresión dialéctica: este
teatro, dice, "recoge el absurdo del mundo que lo rodea, pone el sí y el
no, y deja al espectador que juzgue". Pero la adhesión de Salceda hacia
Brecht se relaciona más con una identificación ideológica que con una
defensa del teatro de vanguardia brechtiano. Por eso se entiende la
sentencia moral que cierra su comentario de la conferencia: "divulgar que
el mundo no tiene salvación no es misión del buen teatro
contemporáneo..."[34], dice Salceda, en los mismos términos con que
Barletta y su grupo del Teatro del Pueblo, defendía desde 1930, los fines
pedagógicos que Romain Rolland le había atribuido al teatro popular.
La práctica intelectual, entonces, tiene una utilidad: sirve para
expresar un ideal que la excede, que le da sentido a las obras y a los
hombres, porque en ambos se anticipa el mundo por venir.
Las cartas desde Cuba impactan con intensidad en la idea que Salceda
tiene acerca de la labor intelectual, y no hacen más que confirmar las
antiguas elecciones sobre su destino personal en el campo de las ideas, y
sobre el objetivo último del devenir de la humanidad. En la concepción
global de Salceda, la Historia juega el papel de la prueba empírica de sus
ficciones personales acerca del destino colectivo y del horizonte legítimo
de las prácticas intelectuales, concebidas invariablemente como formas de
la política.
Como hemos visto a partir de estos documentos personales, la
presencia del optimismo generado por los sucesos cubanos no ha hecho más
que indicar un momento de reconstitución de la identidad comunista en una
clave ya conocida, pues —como había señalado el ingeniero Fontana— ahora
el socialismo comenzaba a hablar en español.

Del viaje iniciatico al mundo comunista al problema nacional
Sin embargo, la persistencia de esta reactualización del modelo del
apostolado laico que en Salceda[35] es una constante, no parece ser la
tendencia dominante —por lo menos desde mediados de los años sesenta— en el
grupo de intelectuales comunistas que se ligaron a la experiencia de
Cuadernos de Cultura, más allá de que éste sea el momento en que la
dirección del P.C. opte por la defensa a ultranza de la concepción marxista-
liberal, en un intento de freno de la corriente gramsciana reeditada con
mayor énfasis renovador por el grupo intelectual de la revista Pasado y
Presente, desde Córdoba.[36]
En Abril de 1964, el escritor Luis Gudiño Krámer le escribe a Salceda
señalando un cierto estado de debilitamiento de la moral del compromiso:
"(...) estoy un poco cansado de tratar de comunicar a los demás mi interés
por los hechos nuevos y las nuevas conquistas que el hombre va obteniendo.
Lo he hecho reiteradamente desde que llegué de la URSS en 1953...".[37] La
carta da cuenta de un nuevo clima en la vieja guardia del Partido, en donde
la deificación del mundo comunista ya se ha vuelto un tópico no del todo
satisfactorio para el mantenimiento de la identidad.
¿Cómo había funcionado hasta ese momento? El ejemplo de la URSS como
modelo de organización social, actuaba como un dato engrandecedor de la
verdad del carácter de la utopía socialista. En un artículo[38] que
publicó Cuadernos de Cultura en 1956, Héctor P. Agosti defendió la idea de
completar las medias soluciones del humanismo burgués con las soluciones
totales del humanismo socialista y en este sentido, consideraba que desde
el Partido la "moralidad del mundo socialista no siempre ha sido valorada
y difundida en medida suficiente".[39] La percepción de Agosti era sin duda
exagerada en cuanto a las imaginaciones del Partido. Al menos desde 1935,
el viaje de Ponce ya había develado una imagen de la URSS articulada a
partir de dos ejes principales: el socialismo como utopía tecnológica y el
socialismo como humanismo.[40] La pervivencia de estos dos ejes es
fácilmente identificable en la matriz ideológica partidaria durante los
años 50, inclusive en el propio Agosti.
En Salceda, por ejemplo, la experiencia de la URSS es presentada como
la liberación definitiva de Prometeo (metáfora de la humanidad), porque no
sólo las contradicciones sociales se resuelven en favor de la anulación de
las clases, sino porque esa experiencia se totaliza en la nueva sociedad a
partir de un nuevo humanismo: "Prometeo, que robó el fuego al sol para
dárselo a los hombres, ahora va rompiendo uno a uno los eslabones que
quedan de la dura cadena y se dedica a dominar las fuerzas naturales, para
crear las condiciones de su verdadera libertad".[41]
Lo interesante es que la evaluación de Agosti venía a legitimar
la reedición de una política nunca abandonada de la URSS hacia los P.C.
latinoamericanos, que se traducía en la oferta de "viajes iniciáticos" a
esa sociedad que en la imaginación comunista anticipaba el futuro del
hombre. ¿Cómo operaba esta modalidad en la constitución de la identidad
comunista?
El ejemplo del escritor Carlos Ruiz Daudet es altamente ilustrativo.
Daudet había visitado la URSS, Checoslovaquia, Bulgaria y Rumania en un
primer viaje realizado en 1957, y en su segunda estancia en el mundo
comunista en 1960 alcanzó a unir Pekín y Moscú:


"...de la comparación de los dos viajes llego a conclusiones que yo
mismo no hubiera imaginado ni en sueños. Inclusive Hungría, que no
conocía, me permitió verificar una ponchada de cosas, y en cuanto a
China (...) me impresionó por la hondura y la intensidad con que
han tomado la marcha hacia la vida que ya tienen próxima en el
tiempo (...) Este es mi resumen en números:
1957 (100) 1960
URSS 150
Checoslovaquia. 160
Bulgaria 140
Rumania. 200". [42]


En el relato de Ruiz Daudet no hay posibilidad alguna para el
pesimismo histórico y para la inevitabilidad de un futuro socialista para
la humanidad.
En su trabajo sobre el mundo cultural de Buenos Aires durante la
décadas de 1920 y 1930, Beatriz Sarlo ha demostrado el impacto que la
Revolución Rusa tuvo en los intelectuales argentinos, sobre todo en los
que adherían a un posición de izquierda, aunque no sólo en ellos. "La
revolución en Rusia -escribe Sarlo- se convirtió rápidamente en un centro
no sólo de las referencias comunistas, sino de un espectro ideológico mucho
más amplio que incluía a estudiantes e intelectuales vagamente anarquistas
o socialistas"[43].
La adhesión de estos intelectuales a la Revolución Rusa en el preciso
momento en que se está realizando, aparece como el elemento diferenciador
de estos nuevos intelectuales en el campo cultural argentino de la época:
"Son periodistas, poetas, artistas para quienes las transformaciones
realizadas en Rusia ocupan todo el horizonte del cambio posible, manejan
escasa información directa y no reparan en los detalles sino en la magnitud
del movimiento".[44]
Pero de los años 20 a los 50, la adhesión al modelo de la URSS ha
pasado de ser un tópico que le permitió a nuevos intelectuales ganarse un
espacio en el mundo cultural, a constituirse en lugar común identificatorio
de la sociabilidad comunista. Cuando Ruiz Daudet observa el mundo
comunista del período 1957-1960 con iguales certezas que los intelectuales
de los años 20, efectúa una operación muy distinta, porque ella se funda
ahora en una voluntad de "no saber". Pareciera que el acceso a la
información directa no juega un papel determinante en la evaluación, porque
las conclusiones están establecidas a priori, pues una matriz identitaria
impone límites muy precisos a la variabilidad de las interpretaciones.
En otra carta que le enviara Carlos Ruiz Daudet a Salceda desde
Shanghai, en 1960, la realidad que observa en su viaje de Pekín a Moscú,
no hace más que confirmar la ficción utópica del marxismo. Confirma la
ficción y la engrandece al plantear inclusive, que la propia teoría
materialista no alcanza a establecer la dimensión de los cambios sociales
que inaugura la revolución popular de Mao Tse Tung.[45]
La concreción del viaje iniciático se traducía posteriormente en la
práctica militante de la divulgación de las bondades de ese paraíso
terrenal y modelo sustitutivo de progreso que representaba el mundo
comunista.[46] Pero a mediados de los 60, tanto en Gudiño Krámer como en el
propio Ruiz Daudet[47], este modelo de intelectual que con su dedicación
individual preanuncia los nuevos tiempos para la humanidad, ya se ha vuelto
insuficiente. En cierto modo, esta percepción de los actores expresa la
debilidad de la vieja guardia comunista para entender el proceso político e
ideológico argentino en las mismas claves con que lo habían interpretado
hasta los sucesos cubanos. Pero sobre todo, expresa la incapacidad para
digerir los intentos de renovación teórica que supuso la convivencia entre
existencialismo y marxismo desde la experiencia universitaria de la revista
Contorno[48], y la incorporación del pensamiento de Antonio Gramsci desde
Pasado y Presente.
En efecto, la dirección del P.C.A. no hizo más que afianzarse en sus
posiciones tradicionales, motivados —según Aricó—, "por un momento de
quiebra de la homogeneidad ideológica del mundo comunista (conflicto
chino—soviético, autonomización del Partido Comunista Italiano, etc.) y de
expansión del castrismo y de la estrategia guerrillera en América
Latina".[49]
También, porque tal renovación "era incapaz de explicitar las
consecuencias que tenía sobre la política concreta de los comunistas, ni
podía tampoco redefinir la matriz teórica sobre la que se fundaba, estaba
condenada a ser una mera construcción ideológica y no una línea de trabajo
político—cultural".[50]
Afectar la matriz ideológica de la línea Mayo-Caseros, suponía una
operación de recomposición genealógica sobre una identidad que tenía
diálogos muy potentes con la tradición liberal, y por lo tanto, suponía
también afectar el horizonte de una alianza política encubierta, que ahora
debía dejar paso al ingreso del peronismo. Pero, sobre todo, implicaba
discutir un modelo de práctica militante que se fundaba en una sociabilidad
constituida por un tejido de relaciones no sólo muy denso, sino de una
durabilidad importante en términos de antigüedad de los lazos.
Si la renovación, tal como estaba planteada desde Contorno o Pasado y
Presente, implicaba un salto al vacío para quienes habían sido los nuevos
jóvenes de los años 30, para la sociabilidad comunista en sí misma, el
afianzamiento del modelo tradicional conducía en el peor de los casos a la
esterilidad política, y en el mejor, a convertirse en una manifestación
residual del mundo de la contienda ideológica. Es verdad, que la crisis de
identidad que significó la apuesta de la renovación teórica, tuvo como
respuesta un reajuste en el disciplinamiento partidario. Pero con esta
solución no sólo perdieron los renovadores, sino también aquellos que
deseaba preservar. Pues la experiencia no hacía más que mostrar, su
debilidad respecto de los nuevos tiempos políticos e ideológicos.
Una carta que el ingeniero Pedro Fontana le envía a Salceda en agosto
de 1969, es sumamente ilustrativa de la situación de cambio de época que
experimenta la vieja guardia marxista:

"¡Tantas cosas han cambiado en los últimos años! ¡Qué sacudones
hemos sufrido! Fijate que mi casa era un lugar obligado de
encuentro... y hasta una meta en busca de nuevas orientaciones por
parte de decenas de jóvenes atraídos por el hecho cubano (...)
Ahora a mi casa no viene nadie. En la Universidad la atomización
ideológica crece. La desconfianza en los mayores llega al
desprecio, a la mofa. Lo grave -cosa que a mí me irrita
profundamente- es la subestimación de la rebelión juvenil. Quienes
deberían analizarse, hacerse la autocrítica, prefieren esperar a
que vuelvan. Quienes se aferran a esa postura, quienes creen que
nada ha cambiado, menudo chasco se van a llevar...."[51].

Hacia mediados de 1970, otra carta de Gudiño Krámer lleva la noción
de soledad a su posición más extrema: la del fracaso histórico. Gudiño
evalúa el conflicto del campo intelectual argentino, casi como una
reedición de la polémica entre los escritores de Boedo y Florida, a partir
de una crítica al expansionismo del ideario cultural esteticista y
vanguardista de Sur, que para él, había alcanzando las propias filas
literarias del progresismo. Pero también percibe en esa derrota, la
incapacidad pensar la nación en nuevos términos:

"...Los valores se establecen desde la gran metrópoli, y la trenza
gauchi-ganadera de los Ocampo, Borges y Bioy Casares se extiende a
otros sectores, y avanza sobre nuestras líneas. Nosotros carecemos
de medios de comunicación y nos es difícil comunicarnos... Es
difícil superar tal estado de cosas y no vemos la posibilidad de
movimientos populares que serían los únicos que podrían poner orden
al caos (...) La verdad es que nosotros ahora parecemos viejos y
caducos pues hemos perdido el manejo ideológico de la problemática
nacional".[52]


Es que la sociedad se ha izquierdizado pero en clave peronista. Y la
nueva izquierda marxista y universitaria que mayoritariamente está fuera de
la estructura partidaria del P.C., sólo piensa en la alternativa del
entrismo para conquistar y dirigir definitivamente al sujeto revolucionario
teórico. La nueva izquierda no hacía más que expresar los múltiples cambios
culturales que estaba experimentando la sociedad toda, y que excedían por
cierto las fronteras de la escena partidaria.

"Los muchachos de hoy no entienden... Gudiño tiene parte de razón,
hoy, cuando afirma que no entiende la invasión juvenil en su
desenfadada ofensiva exitosa".[53]


La emergencia de los jóvenes —en tanto grupo claramente diferenciado
en el espacio social— es percibida por estos intelectuales comunistas como
una invasión. Salceda, en cambio, lejos del pesimismo de su generación pero
cercano a su vejez intelectual, —en la medida en que desde su percepción la
identidad comunista pareciera no registrar el impacto—, comienza a pensar
en la edición de un libro que integre sus poemas más íntimos, donde la
cotidianidad familiar se vuelva materia versificable.


III. Ideario comunista y vida privada: la moral prometeica
En julio de 1972, entonces, aparece El Arbol Luminoso.[54] Libro de poemas
y álbum familiar de Juan Antonio Salceda, esta obra puede verse como un
testimonio de esa forma particular de la memoria familiar que se concreta
en la alusión a una genealogía cercana, y que convierte en míticos a los
seres reales. Se trata de toda una operación respecto de la identidad
familiar. Pero puede verse además, como un testamento, una versión de sí
mismo ante los integrantes de la familia con indudable propósito de
paternalismo trascendente. Esta operación, revela por un lado, hasta qué
punto la frontera entre la vida militante y la vida privada es desvaída en
la sociabilidad comunista.[55] Y por otra parte, da cuenta de la
persistencia de una moral prometeica. La ideología y la práctica de Salceda
es el producto singular y concreto de —como diría Sartre— un existente que
se caracteriza por sus relaciones con el comunismo, pero que debe ser
descifrado en su particularidad. Es evidente que Salceda es un intelectual
comunista, pero no todo intelectual comunista es Salceda.[56] Su
particularidad reside en que esta moral llega a alcanzar una identificación
plena con la experiencia de vida total.
El Arbol Luminoso[57] reúne cincuenta y dos poemas, entre los que se
incluyen varios sonetos, una elegía y romances diversos. El poema Palabras
a mi padre, inaugura las páginas del libro y expresa, a la vez, la única
alusión en la obra de Salceda a su experiencia emigratoria, como si a la
hora de la representación de su propia vida, esta experiencia cumpliera el
lugar de un dato anecdótico, que sólo se vuelve vagamente apologético en
cierta imagen de la historia familiar que intenta reconocer un origen.[58]
Incluso, el libro está estructurado sobre la base de un árbol genealógico
de las personas que la integran como de sus quehaceres fundamentales. Si en
el primer poema, Salceda se refiere al padre desde la evocación, en el que
le sigue incorpora a su madre como protagonista de esos versos, y así lo
hace sucesivamente, con el resto de los integrantes de la familia nuclear
que se va extendiendo —obviamente—, a medida que el libro alcanza sus
últimas páginas. El padre; la madre; su esposa "eterna"; el destino
individual de sus tres hijos, los nietos y sobrinos, deambulan en los
versos de El Arbol Luminoso con la misma naturalidad con que se camina por
el interior de la propia casa, sin sobresaltos, armoniosamente. No hay
alusión alguna a conflictos internos, sólo el recuerdo de algunas angustias
insuperables por su origen trágico, pero que devienen finalmente en
fortalecimiento del entorno familiar, a partir de la noción de árbol como
metáfora de la red de los afectos más íntimos y de la experiencia vital
hogareña. Esta experiencia se concreta íntimamente en un ámbito: la casa,
entendida como refugio, y, sobre todo, como concreción de la utopía
doméstica[59] donde el mundo privado alcanza a concebir lo exterior sin
contaminarse. Escribe Salceda:

"(...) Cuando los niños vuelven del colegio
en el vertical mediodía ciudadano,
la casa se envuelve en el aroma
musical de los platos.
Y en la noche los libros y la fragante cama
testigo del abrazo.
La esperanza despierta en la mañana,
el corazón en alto.
Aquí en la casa pasan muchas cosas;
vida y muerte van pasando.
Aquí maduré la idea de un mundo feliz para los hombres,
la certeza de alcanzarlo. (...)".[60]

La familia, en tanto mundo feliz, anticipa ese otro mundo, el del
devenir de la humanidad, que no sólo es presentado por Salceda en su
condición de inexorable, sino también como presencia tangible de lo
utópico:

"(...) Padre: al ver crecer los hijos siento
cómo vencen el Tiempo los ríos de la sangre.
Ante ellos quiero decirle
estas palabras elementales:
Vivimos el momento más hermoso de la Historia.
Y el más denso y grave.
En que millones descubren el Sentido de la Vida
como el jardinero la flor más bella y más fragante;
cuando Prometeo, rotas sus cadenas,
conquista los espacios siderales.
Disfrutamos el gozo de entenderlo.
¡Entender! ¿Se da cuenta padre?
Porque los treinta años que usted falta
son treinta siglos de la historia grande...".[61]

La intimidad de la poesía salcediana no hace más que expresar cada
uno de los tópicos que deambulan en el resto de sus obras. Su fascinación
por el tiempo presente es, ante todo, admiración ante el desarrollo de
—para decirlo en términos marxistas— las fuerzas productivas, que le han
permitido a la humanidad conquistar "los espacios siderales". Pero esa
conquista, que se expresa en una exaltación tecnológica paradigmática, se
apoya sobre la base del nuevo humanismo que inaugura la sociedad sin
clases. No hay incoherencia alguna entre su percepción del mundo exterior y
el doméstico, porque los dos conducen a un mismo fin. "En la casa, escribe
Salceda:


(...) crecieron nuestros sueños familiares,
embellecidos por la gracia
de amarnos tan sencillamente
que hemos vencido el tiempo y la distancia.
Ya sobrevivimos en el mundo nuevo
que alumbra la Revolución en marcha.
Nos mudamos hacia el horizonte,
a aquellos campos que la Aurora ensancha (...)".[62]

El edificio inmaterial
Prometeo fascina a Salceda, y en El Arbol Luminoso alcanza su expresión
versificada. Pero Salceda también piensa en los linajes y en las herencias,
así, construye en verso un edificio de bienes simbólicos para sus
descendientes; una casa para habitar en el futuro, cuyos cimientos se
apoyan en sentencias optimistas y a la vez ascéticas. Esos bienes, que ante
todo son inmateriales, son presentados por Salceda como prolongación de sí
mismo en el tiempo, como supervivencia de sus convicciones y de su
conducta. Así, por ejemplo, luego de entregarle como herencia lo que llama
"la limpieza de mi nombre", le encomienda a su hijo Juan Antonio, la tarea
de aumentarlo, de engrandecerlo "junto a los hombres sencillos"[63],
beneficiarios teóricos del cambio social que se avecina. Escribe Salceda:

"(...) Hijo: piensa que naciste
en la mitad del siglo.
Vives en la época de los vuelos siderales,
y de la muerte de los mitos;
en que un mundo nuevo nace en el planeta
del seno del antiguo.
La rosa será más rosa
en este siglo.
El amor será más puro en los jardines
Todo será más lindo.
hay que construir la nueva Argentina
al mismo ritmo,
con los claros sueños de los grandes próceres (...)".[64]

En sus poemas, Salceda también acompaña las fantasías sobre el futuro
personal de sus hijos con las suyas propias, y así los versos van
adquiriendo el carácter de oráculo, de ley moral que establece el lugar
permitido para las adhesiones y las posiciones sobre el hombre. "Cuando te
soñaste geóloga —le escribe a su hija Susana—, /yo te vi sobre un mar de
petróleo;/ lo dominabas y le ponías nombre;/ un nombre sonoro/ que
alumbraría la noche de los hombres tristes,/ y sólo al nombrarlo huiría el
odio/ (...) Después, cuando te soñaste antropóloga,/ yo te vi en el valle
de los hombres solos/ que sufren y mueren sin conocer su signo, / y dejan
sus huesos cubiertos por el polvo. / Te vi hurgando en el misterio de sus
muertes, / y en lo que queda de vida en los escombros".[65]
Pero a las fantasías sobre la especificidad del perfil profesional de
su hija, Salceda le agrega la dosis inevitable sin la cual cualquier
destino individual carece de sentido: le agrega la noción de que el propio
ser, más allá de los diferentes campos de la acción humana, se concreta
en la subordinación a un destino mayor que integra el devenir de la
humanidad toda. Ese destino, aunque inevitable, necesita de la luminosidad
de las ideas y de la actitud pedagógica de quienes lo persiguen. Escribe
Salceda:

"(...) siempre te veo en la columna en marcha
que rodea al Globo,
despertando al dormido para ver la Aurora.
Lavarle los ojos.
Que no tenga miedo de la luz que llega.
Que destierre el odio.
Que el amor es claridad desde antes de Cristo.
Y la ventana está abierta para todos (...)".[66]

Salceda concluye este poema con explícitas alusiones a la actitud
prometeica: la confianza en la inauguración definitiva del nuevo mundo, de
"la mañana pura", donde la ausencia de explotación de unos hombres a sus
semejantes, permitirá —para todos— la definitiva conquista sobre la Tierra
y el Cielo.
El tránsito hacia el estadio de la humanización del hombre, que en
Salceda siempre es presentado tan inexorable como "la salida del sol"[67],
no deja de carecer de dificultades ni de sacrificios. Pero no podría ser de
otro modo, porque se trata de la concreción definitiva del paraíso laico,
de la utopía socialista. "Hija: —escribe Salceda— inicias tu camino por la
Vida. / El sendero es largo pero luminoso. (...)". [68]

La perspectiva pública
Pero, ¿cómo era visualizado Salceda por los no comunistas? ¿Hasta qué punto
la identidad autoatribuida se trasladaba a la percepción de su mundo de
relación? Finalmente, ¿qué significaba para los lazos extendidos de sus
relaciones, la presencia de un escritor que se había ganado un lugar en el
mundo cultural, y que se caracterizaba por el exhibicionismo de las ideas
partidarias?
Una primera imagen es claramente ilustrativa. En 1957, el escritor
polaco Witold Gombrowicz visitó Tandil, y en la sede de la Biblioteca
Rivadavia mantuvo una polémica con Salceda sobre catolicismo y
comunismo.[69] Gombrowicz fue categórico: "Me fastidiaba lo angélico de ese
sacerdote comunista".[70]
Cuatro años atrás, con motivo de la aparición de Prometeo, Agosti ya
había asociado la acción cultural de Salceda en Tandil con una misión
apostólica. Como afirma Gerard Vincent respecto de los comunistas
franceses, es verdad que los intelectuales del Partido muchas veces se
convertían en "una asociación de admiración mutua"[71], legitimada por la
defensa y proyección del ideal comunista. Lo interesante, es que tanto
Gombrowicz como Agosti, desde paradigmas ideológicos absolutamente
opuestos, coincidían en la representación de Salceda, como si en la
relación intersubjetiva su imagen pública estuviera atrapada en un campo de
posibles que sólo permitía una única variante: ser comunista.
Una percepción similar es la que el escritor Osvaldo Soriano nos
presentara en una entrevista realizada en 1995: "... Siempre cuento la
historia de Salceda: curiosamente un tipo tan conocido, pero en esa época
no lo acompañaba nadie por la calle. Pasaba caminando solito, nos saludaba,
y nosotros también a él. Pero andaba solo... Y cuando había un golpe
militar, o alguna movida de ese tipo, siempre se lo llevaban en cana por
comunista".[72] Soriano se refiere a los tiempos políticos que inaugura el
golpe militar de 1966, pero efectúa una operación de invención sumamente
significativa. Los encarcelamientos factuales de Salceda[73] a los que
Soriano se refiere corresponden a un período anterior al del golpe militar
de 1966, a un período en que Osvaldo Soriano no vivía en Tandil (su llegada
data de 1962), lo que demuestra que la representación de Salceda en tanto
comunista perseguido por el poder de turno, se encontraba ya como un
discurso al que se podía recurrir y que era constitutivo de su identidad en
tanto perspectiva pública. Es evidente que el momento fundacional de esa
imagen está ligado a la alta conflictividad que los aliados de la Unión
Democrática local, habían mantenido con el gobierno peronista a cargo del
poder comunal.
Pero lo interesante es que hacia 1972, esa percepción pública no sólo
se mantiene, sino que también cobra nuevas significaciones. En el agasajo
que la comunidad de Tandil le ofreciera a propósito de la presentación de
su libro El Arbol Luminoso en 1972, el político radical Juan Carlos
Pugliese sostuvo lo siguiente:

"Periodista, escritor, crítico, poeta, todo se daba en vos en
admirable equilibrio y armonía (...) Tu militancia política, clara
y sin tapujos, sin miedos ni soberbia, tolerante siempre, te hizo
conocer la cárcel, donde encontraste otros argentinos de otras
ideas políticas que las tuyas, pero con el mismo amor por la
libertad. Juan Antonio: en nombre de las instituciones que honraste
con tu actividad señera, de tus colegas artistas y escritores y
periodistas, de tus camaradas políticos y del pueblo que se asocia,
te brindo este agasajo sencillo en su forma, hondo en su contenido,
que te has ganado porque más allá de tu actividad social, más allá
de tu militancia política y de tus expresiones artísticas, supiste
ser siempre nada más ni nada menos que un Hombre".[74]

El discurso de Pugliese elevó la figura de Salceda a la de metáfora
de la humanidad, como síntesis personal de todas las cualidades humanas. Si
bien se presenta como una expresión extrema —favorecida por un lazo
político y de amistad personal que se había fundado en 1931—, esta
representación no parece muy diferente de las percepciones que los otros
actores del período habían desarrollado acerca de Juan Antonio Salceda,
sobre todo, la de sus camaradas de Cuadernos...[75]
Pero sobre todo, no parece en absoluto diferente a la versión de sí
mismo que alimentaba Salceda. En su discurso de respuesta, Salceda
agradeció las palabras de su amigo radical, y confesó que sólo podía
reprochársele la tentación de la debilidad al aceptar que se le rindiera
un homenaje. Sus palabras se resumieron en una exaltación de la actitud
prometeica:

"mi examen de conciencia me dice que siempre he antepuesto mi
deseo de servir a los demás a mis necesidades particulares(...)
Busqué en los libros e indagué en la vida respuestas a los
interrogantes que la sociedad plantea al hombre. Fui y soy un
lector apasionado. Pero comprendí que sólo la acción es la madre de
las cosas. La idea es buena cuando se traduce en hechos, y sólo la
identidad entre idea y hecho forma la conducta. Este breve examen
de conciencia a que me habéis incitado, no reprocha nada a mi
conducta".[76]






Conclusión
En resumen, hemos tratado de pensar el problema de la identidad política
concibiéndola básicamente como el producto cambiante de un proceso de
múltiples incitaciones. Intentando alejarnos de una noción esencialista de
la identidad, que nos podría haber colocado en un visión heroica muy
cercana a la percepción de los propios actores, indagamos acerca de los
mecanismos que permitieron la conformación de esa identidad. Así, el
Partido no fue pensado como una estructura exclusivamente jerárquica y
autoritaria, sino como una sociabilidad caracterizada por un tejido denso
de relaciones personales, que vehiculizaba en los afiliados un abanico
amplio de oportunidades de participación, y a la vez, expresaba un intento
normativo que imponía límites bastantes precisos para el desarrollo de la
identidad comunista.
La conjunción de utilización de documentos personales y perspectiva
biográfica nos permitió componer una argumentación en donde es posible
observar desde un nivel micro, la recepción del impacto de los intentos de
disciplinamiento partidario y las respuestas que desde la dimensión
personal, se dieron a la constitución de la identidad comunista. El ejemplo
de Salceda es revelador de los límites factuales, prácticos, de hasta donde
podía ser llevada tal identidad.
Respecto de las tensiones ideológicas y políticas en el interior de
la sociabilidad comunista, es fácil advertir de qué manera ellas
intervienen en el cuestionamiento de una identidad que dominaba al menos
desde mediados de la década de 1930, con el abandono de la estrategia de
lucha de clases y la adopción de la alianza antifascista. Esa identidad
estaba compuesta por tres tópicos fundamentales: un diálogo fecundo entre
tradición liberal y marxismo que imponía un horizonte para las alianzas, a
la vez que una genealogía de los comunistas locales filiada en la tradición
política argentina; una imagen de la URSS como modelo sustitutivo de
Progreso y una práctica que se fundaba en la noción del militante
comprometido.
Si bien inicialmente, los sucesos cubanos potenciaron esta identidad,
hacia mediados de los años 60 es fácil advertir la crisis del modelo,
compuesta también por una combinación de sucesos locales: intentos
renovadores en la izquierda; izquierdización de la sociedad en clave
peronista y ajustes disciplinarios partidarios en una modo tradicional,
confinaron esta identidad a su esterilidad política y a convertirse en un
residuo del mundo de la contienda ideológica.
En este contexto, si bien Salceda no parece advertir del todo la
crisis identitaria de la vieja guardia marxista, su devenir personal no
hace más que expresarla. Pero su mundo relacional le permite mantener aún,
tanto desde la propia perspectiva como desde la de los no comunistas, una
imagen pública que había alimentado desde su juventud.
La actitud prometeica, la frontera inescindible entre vida privada y
vida pública, se fundaba en todos los tópicos de la identidad comunista más
tradicional. Por ejemplo, la dimensión del compromiso se alimentaba de
experiencias específicas: el paso por la cárcel confirmaba en la ficción
personal la verdad del ideal utópico, del mismo modo en que lo hacía la
práctica del "viaje iniciático", que a Salceda le tocó recién en 1975. Pero
en él, la experiencia carcelaria es concebida como exaltación
martirológica, como uno de los destinos más cercanos para el héroe. Si como
pensaba Salceda, un destino comunista para la humanidad es inevitable, la
propia acción en tanto militante se legitimaba en la tarea anticipadora del
futuro, asumiendo ya un papel de hombre nuevo en una sociedad destinada a
sucumbir, por la misma lógica del devenir histórico. En ese marco
interpretaivo, el ascetismo como ideología personal y como horizonte
familiar, aparece como una metáfora del desprecio ante los valores
dominantes de la sociedad burguesa y sus mecanismos de ascenso social:
"Nunca quiso comprarse un auto"; "esta casa la tenemos gracias a mí, porque
a Juanillo no le interesaba lo material"[77], recuerda con pesar doña Ema,
la viuda de Salceda. Es que en todo caso, Salceda piensa su ascenso social
a partir del ascenso de todos los hombres del mundo, destino que será
alcanzado si se juega un papel preponderante en la batalla contra la
ignorancia, la falsificación y la dominación social, que impide a los
sectores potencialmente revolucionarios, concretar definitivamente el
tránsito hacia una sociedad fundada en un nuevo humanismo.
No es extraño, entonces, que Salceda recurra a la metáfora de
Prometeo para asociar sus propias fantasías, pues en toda la tragedia
griega el héroe puede triunfar o morir en el intento, pero nunca claudicar.
De la misma manera en que en la versión esquiliana, Prometeo le roba el
fuego a los dioses para entregárselo a los hombres, Salceda entiende el
propósito su acción social y cultural individual. Es así como puede
comprenderse con mayor claridad, la apelación a una inflexible línea de
conducta a la que se refería en su examen de conciencia.

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* Instituto de Estudios Histórico-Sociales "Prof. Juan Carlos Grosso",
UNICEN - CONICET.

[1] Cfr. Ricardo Pasolini, La Utopía de Prometeo. Intelectuales en el borde
de una modernidad periférica: Juan Antonio Salceda, 1935-1976. Tesis de
Licenciatura, Universidad Nacional del Centro, Tandil, marzo 1996, (mimeo).

[2] "Salceda es una personalidad relevante de nuestras letras y de la
militancia ciudadana. En él no se da la escisión común en otros casos entre
el escritor y el amigo del pueblo". Carta de Rodolfo Ghioldi a Dardo
Fernández Tasende, Buenos Aires, 7-6-1972. (Archivo Familia Salceda. En
adelante AFS)

[3] Georges Orwell, 1984, Londres, Secker & Warburg, 1949. (varias
ediciones en español)



[4] Este tópico propio del período de la "Guerra Fría", es muy potente en
la matriz liberal que domina una obra relativamente reciente de François
Furet, El pasado de un ilusión. Ensayo sobre la idea comunista en el siglo
XX, México, Fondo de Cultura Económica, 1995, passim. En este sentido, la
crítica al Partido auna las percepciones de matrices ideológicas tan
discímiles como el trostkismo y el liberalismo (y los excomunistas).

[5] Me refiero a un uso metafórico de la noción de "redes sociales".

[6] El P.C. estuvo proscripto del sistema político argentino desde 1930
hasta septiembre de 1945.

[7] La vida de Aníbal Ponce (1898-1938) se convierte en el mito intelectual
de una izquierda sin proletariado: Ponce es el intelectual marxista
perseguido desde el Estado, que en 1936 es obligado a optar por el camino
del exilio mexicano, para concluir sus días dos años más tarde con una
muerte trágica en el momento de su maduración intelectual. Sobre la
operación de la invención de Ponce en clave heroica, cfr. Cursos y
Conferencias, Buenos Aires, Nº 11-12, v. XII, octubre de 1938 y Cuadernos
de Cultura, Buenos Aires, Nº 35, mayo de 1958.

[8] Para el itinerario intelectual de Ponce, cfr. Oscar Terán, "Aníbal
Ponce: el marxismo sin nación", en En busca de la ideología argentina,
Buenos Aires, Catálogos, 1986 y Héctor P. Agosti, "Aníbal Ponce. Memoria y
presencia", estudio preliminar a A. Ponce, Obras completas, Buenos Aires,
Editorial Cartago, 1974, pp. 5-137.

[9] Por ejemplo, la persecución de los intelectuales comunistas durante
los dos primeros gobiernos peronistas se fundó básicamente en la
identificación partidaria del personal intelectual.

[10] Leandro H. Gutiérrez y Luis Alberto Romero, Sectores populares,
cultura y política. Buenos Aires en la entreguerra, Buenos Aires,
Sudamericana, 1995, passim.

[11] "Reportaje a Osvaldo Pugliese", Todo es Historia, Nº 250, abril de
1988, p. 37.


[12] "Reportaje a José Aricó", en Ibid., p. 43 y ss. Una percepción similar
en del autor, La cola del diablo, Buenos Aires, Puntosur, 1988, passim.

[13] Juan Antonio Salceda, Prometeo, el humanismo del mito, Buenos Aires,
Editorial Lautaro, 1953

[14] Más tarde será colaborador permanente en Cuadernos de Cultura.


[15] Hemos tomado algunos detalles de esta relación de amistad de la
autobiografía de Gerardo Pisarello, En el recuerdo de los años, Buenos
Aires, Ediciones Anfora, 1983, passim.

[16] Juan Antonio Salceda, Aníbal Ponce y el pensamiento de Mayo, Buenos
Aires, Editorial Lautaro, 1957.

[17] Juan Antonio Salceda, Actualidad del Dogma de Mayo, Buenos Aires,
Instituto Amigos del Libro Argentino, 1963.


[18] Cfr. José Aricó, "Los gramscianos argentinos", en Punto de vista, Nº
29, año X, abril-junio de 1987.

[19] "Ha llegado hasta nosotros un ejemplar de ese periódico, en el que
aparece publicado su magnífico artículo "TIERRA Y ESCUELAS PARA CUBA", por
el cual tenemos la satisfacción de expresarle nuestra gratitud. (...)
Estamos convencidos de que los pueblos de América respaldan nuestra
Revolución, y no lo engañan las falsas campañas que nos calumnian. Por
ello, la importancia de las publicaciones y los escritos -que como el suyo-
difunden la verdad de las realizaciones de este feliz proceso que vivimos
en esta Nación (...)" Miguel A. Duque de Estrada, Jefe del Dpto. de
Asuntos Latinoamericanos (Cuba), a Juan Antonio Salceda, La Habana, 5-4-60.
(AFS).

[20] "Como recordarás, tu "Prometeo" me tocó leerlo en la cárcel de
Mercedes, allá por el año 54 (si mal no recuerdo). Emocionado por la
lectura no pude prescindir de hacerte conocer mis impresiones sobre tu
correcta interpretación marxista del "encadenado" de la leyenda. Tan
oportuna su publicación, en momentos en que la reacción y la demagogia
peronista, tanto retrasaban el proceso de unificación de las masas
trabajadoras argentinas. (...) ... quería decirte, que en el inmenso bagaje
literario que tenemos a nuestro alcance, no podía faltar tu 'Aníbal Ponce'.
Si el 'Prometeo' me llegó a través de manos solidarias, tan valoradas en
aquellas circunstancias, aquel me fue obsequiado por la mano amiga de una
joven revolucionaria cubana. Dos momentos históricos, dos actitudes
paralelas y coincidentemente, tú, querido compañero en el origen de este
singular homenaje". Carta de Pedro Fontana a Juan Antonio Salceda, Holguín
(Cuba), 15-4-62. (AFS).

[21] Salceda, op. cit., p. 129.

[22] Ibid.


[23] Carta de Pedro Fontana a Juan Antonio Salceda, Santiago de Cuba, 4-5-
62. (AFS)

[24] Carta de Pedro Fontana a Juan Antonio Salceda, Santiago de Cuba, 24-8-
62. (AFS)

[25] "He recibido carta de Cuba y me he enterado que una estudiante dedicó
'Aníbal Ponce' a un ingeniero argentino. Este hecho me hace suponer
lógicamente que mi libro ha llegado por vía corriente allí. Quisiera me
diera algún dato sobre esto que tanto me interesa por venir precisamente de
allí...". Carta de Juan Antonio Salceda a Sara M. de Jorge (titular Ed.
Lautaro), 28-5-62. (AFS).

[26] Carta de Wiriam Ibáñez a Juan Antonio Salceda, Holguín, 6-9-62. (AFS).

[27] Carta de Néstor Tirri a Juan Antonio Salceda, Bahía Blanca, 20-3-63.
(AFS)

[28] Oscar Terán observa que hacia los primeros años '60, el frente
intelectual liberal expresado por la revista Sur, pierde la hegemonía del
campo cultural argentino, a raíz de una nueva evaluación del fenómeno
peronista que la revista dirigida por Victoria Ocampo no pudo sintetizar.
El hecho se confirma con las adhesiones de dos de los miembros de este
núcleo intelectual, Ezequiel Martínez Estrada y José Bianco, a la
Revolución Cubana, lo que motivó la expulsión de este último de la revista,
donde actuaba como secretario de redacción. Oscar Terán, "Intelectuales y
política en la Argentina, 1956-1966", en Punto de Vista, Nº 37, julio 1990,
p. 19.

[29] Carta de Juan Antonio Salceda a José Pedroni, Tandil, 8-9-64. (AFS)

[30] Carta de Juan Antonio Salceda a Yuri Dashkevich, Tandil, 7-9-65. (AFS)

[31] Carta de Carlos Ruiz Daudet a Juan Antonio Salceda, Villa de Mayo, 19-
¿4?-63. (AFS)

[32] Carta de Juan Antonio Salceda a José Pedroni, Tandil, 28-9-64. (AFS)

[33] Juan Antonio Salceda, "Teatro del Absurdo", NUEVA ERA, 9-1-66.

[34] Ibid.

[35] "La acción de Salceda ha sido eminentemente pedagógica en Tandil. Más
aun: apostólica..." Comentario de Héctor P. Agosti con motivo de la
aparición del Prometeo de Salceda, s/l., 1953 (AFS).

[36] Sobre las diferencia básicas entre el grupo renovador del P.C. y el
tradicional, es sumamente ilustrativo consultar el beligerante artículo de
José Aricó, "Examen de conciencia", en Pasado y Presente, Nº 4, enero-marzo
de 1964. Decimos reeditada porque el primer intento de reflexión gramsciana
lo realizó Héctor P. Agosti a mediados de los años cincuenta.

[37] Carta de Luis Gudiño Krámer a Juan Antonio Salceda, Córdoba, 9-4-64.
(AFS).


[38] Héctor P. Agosti, "Los problemas de la cultura argentina y la posición
ideológica de los intelectuales comunistas", en Cuadernos de Cultura, nº
25, Bs.As., mayo de 1956.

[39] Ibid., p. 154.

[40] Aníbal Ponce, Humanismo burgués y humanismo proletario, México, Ed.
América, 1938. Este libro se basa en el curso "De Erasmo a Romain Rolland",
que Ponce dictara en el Colegio Libre de Estudios Superiores en 1935.

[41] Juan Antonio Salceda, Prometeo, Tandil, Imp. Vitullo, 3ra. ed., 1979,
p. 242.

[42] Ibid.

[43] Beatriz Sarlo, Una modernidad periférica. Buenos Aires 1920 y 1930,
Ediciones Nueva Visión, Bs.As., 1988, p. 121.

[44] Ibid., pp. 123-124.

[45] Carta de Carlos Ruiz Daudet a Juan Antonio Salceda, Shanghai, 21 de
mayo de 1960. (AFS)

[46] En septiembre de 1960, Ruiz Daudet disertó en el Ateneo Rivadavia de
Tandil mediante una conferencia que tituló "Algo de lo que vi en China",
gracias a las gestiones realizadas por Salceda, quien presidía la
institución.

[47] "Los viejos saben, recuerdan, conocen, pero hacen como si estuvieran
en la luna. No moveré más un meñique, porque acá pago a veces los platos
rotos, sin beber ni comer". Carta de Carlos Ruiz Daudet a Juan Antonio
Salceda, Buenos Aires, 9-4-64 (AFS)

[48] Sobre la renovación en la izquierda argentina seguimos la obra de
Oscar Terán, Nuestros años sesenta, Buenos Aires, Puntosur editores, 1991,
passim.

[49] José Aricó, "Los gramscianos argentinos", en Punto de Vista, Nº 29,
año X, abril-junio de 1987, p. 7.

[50] Ibid., p. 6.

[51] Carta de Pedro Fontana a Juan Antonio Salceda, La Plata, 4-8-69.

[52] Carta de Luis Gudiño Krámer a Juan Antonio Salceda, Córdoba, 6-4-70
(AFS)


[53] Carta de Carlos Ruiz Daudet a Juan Antonio Salceda, Bs. As. 18-11-65.
(AFS)

[54] Juan Antonio Salceda, El Arbol Luminoso, Tandil, Impr. Hogar de
Varones, 1972.

[55] En su artículo sobre las relaciones entre mundo público y mundo
privado entre los militantes comunistas franceses contemporáneos, Gerard
Vincent ha observado que la vida familiar pareciera quedar enteramente
subordinada a las exigencias de la militancia. Gerard Vincent, "¿Ser
comunista? Una manera de ser", en Historia de la vida privada, t. X.,
Taurus, Buenos Aires, 1991, p. 58.

[56] Jean-Paul Sartre, "Cuestiones de método", en Crítica de la razón
dialéctica, Buenos Aires, Losada, t. I, 3ª ed., 1979, pp. 52-53.

[57] En diciembre de 1981 apareció una segunda edición ampliada de El Arbol
Luminoso, editado por Impresora Vitullo. Esta última edición agrega doce
poemas a la anterior, referidos, la mayoría de ellos, a los nietos de
Salceda, nacidos en el período que va de la primera a la segunda edición
del libro. Básicamente, aunque crece en intimidad, El Arbol Luminoso de
1981 no hace más que ampliar las temáticas de la primera edición.

[58] En ese poema, Salceda recuerda el momento en que su padre fue
intendente de Aguilar de Campoó, pero este dato no cumple allí el papel de
exaltación de la tierra de nacimiento, sino el de elemento conformador de
su conducta personal. Dicen los versos: "Yo he seguido su ejemplo, su
conducta cabal; / sin envidiar riquezas y teniendo presente / aquella
sentencia de la cripta de Aguilar, / donde usted fue intendente / y yo
nací: / 'Velar se debe la vida / de tal suerte / que quede vida / en la
muerte' ". "Palabras a mi padre", en El Arbol Luminoso, op. cit., p. 7.

[59] En la idea de mundo familiar que expresa la poesía de Salceda, la
noción de mujer aparece resumiendo básicamente, los atributos de la esposa
ideal, dado que a la condición de "ángel del hogar" (tópico decididamente
burgués) le suma la de eterna compañera en su devenir personal. Así dice el
soneto: "Dices que cumples años, para mí eres eterna. / Siempre novia en la
sangre, en el sueño, en la vida. / No por esposa mártir, por amante
querida, / Sencillamente buena, sencillamente tierna. / No sé qué tiempo
tienes, para mí eres eterna. / Ni Onfala ni odalisca, simplemente querida,
/ Compañera en el mundo, en el cielo, en la vida, / Sencillamente buena,
sencillamente tierna. / Por amante te quiero, te quiero por amiga; / Y tu
palabra suave que eternamente diga / Las rosas del cariño sencillamente
tierna; / Que siempre me ilumines con amor encendido. / Un mundo nos espera
más allá del olvido. / No sé qué tiempo tienes, para mí eres eterna". "Para
mí eres eterna", Ibid., p. 19.



[60] "La Casa", ibid., p. 22.

[61] "Palabras a mi padre", Ibid., p. 7.

[62] "En este día", ibid. p. 51.

[63] "A mi hijo Juan Antonio", ibid., p. 30

[64] "La libreta cívica de mi hijo", ibid, p. 32.

[65] "El perrito de oro", ibid., p. 41.

[66] Ibid.

[67] Carta de Juan Antonio Salceda a José Pedroni, Tandil, 28-9-64 (AFS).

[68] Ibid.

[69] Cfr. R. Pasolini, La utopía..., en especial el Cap. 5: "La Paz de los
Brutos", op. cit. pp. 77-91.

[70] Witold Gombrowicz, Diario Argentino, Buenos Aires, Editorial
Sudamericana, 1968, p. 121.

[71] Vincent, op. cit. p. 54.

[72] Entrevista con Osvaldo Soriano, 16-04-95. Soriano (1943-1997) fue
colaborador periodístico del diario "EL ECO DE TANDIL", al que ingresó en
1965. Más tarde formó parte del plantel estable del diario peronista
"ACTIVIDADES", hasta que en 1967 ingresó en el semanario capitalino
"PRIMERA PLANA".

[73] Salceda estuvo varias veces preso por razones políticas, entre las que
se cuentan, la primera en 1943, inmediatamente después del Golpe de Estado
Militar que derrocó al presidente Castillo, el 4 de junio de ese año. Sobre
esta experiencia carcelaria escribió una novela corta, aun inédita,
denominada "El sótano de La Plata", en clara alusión al sitio donde había
sido alojado. La otra experiencia carcelaria importante sucedió en 1954,
bajo el gobierno peronista.

[74] Discurso de Juan Carlos Pugliese en "El homenaje a Juan Antonio
Salceda", EL ECO DE TANDIL, 3-7-72, p. 10.

[75] "Ojalá hubiera en cada ciudad argentina un Salceda. Tendríamos
entonces un gran país. Pero pioneros como Juan Antonio Salceda hacen mirar
el futuro con más optimismo". Carta de Bernardo Verbitsky a Dardo Fernández
Tasende, 5-6-72.

[76] Ibid., p. 19.
[77] Entrevista con Ema Angelillo, viuda de Salceda (1995).
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