Concecuencias De Poblar Zonas De Terremotos Olvidados. Klaudia y Jaime Laffaille

June 2, 2017 | Autor: Klaudia Laffaille | Categoria: Risk and Vulnerability - Natural Hazards
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on diversas las razones por las que los humanos deciden fundar ciudades en un territorio. Las primeras aproximaciones de la ciudad occidental se produjeron en los años VII y VI A.C. con el asentamiento llamado “Creciente Fértil” que se ubicó entre los ríos Tigris y Éufrates y una de las principales razones para poblar este territorio consistió en la fertilidad de sus tierras. Posteriormente, en los años V y II A.C. se desarrollan importantes centros urbanos por las mismas razones y por otras razones espirituales que Splenger define como el nacimiento del alma de las ciudades. Situadas en el centro sur de Mesopotamia, las ciudades de Eridu, Bad-Tibira, Larak, Sippar y Suruppak, se vieron afectadas, según las escrituras, por el diluvio, evento que reseña posteriormente el Rey asirio Assurbanipal (Franchetti, 2012: 17). En el caso de Venezuela y la ciudad de Mérida que forma parte del objeto de estudio de esta investigación, la selección de los lugares para fundar las ciudades se realizó siguiendo las consideraciones de las Leyes de Indias que fueron promulgadas para tal fin. Una de las estrategias utilizadas por los españoles para poblar y “pacificar” fue hacer poblaciones españolas en los lugares que previamente habían sido poblados por los nativos o “indios”, como son llamados en las Leyes de Indias. Se les indica que no deben perjudicar a los indios existentes (artículo 5) pero también se les aclara que deben guardarlos y ejecutarlos si no se “encuentran” en la religión española (católica). Entre las prioridades para la selección de los lugares vale la pena destacar que debían ser lugares con buena temperatura (confort térmico), fértiles, de pasto para criar ganado, de buenas aguas para beber y regadíos (Artículo 35 Leyes de Indias). También debían tener buenas entradas y salidas por mar y por tierra, bien comunicadas para el comercio, la gobernabilidad y para defender el territorio (Viglioco, 2008: 5). Se aclara que no se deben elegir lugares muy altos ni muy bajos, que si tienen sierras (cadenas montañosas), deben estar por el levante (el Este) o por el poniente (el Oeste). Finalmente aclara que no se deben elegir

Introducción lugares marítimos, por no ser sanos, tener el peligro de los corsarios, no ser fértiles para la siembra y por no formarse las buenas costumbres. Solo se debían poblar los necesarios para el comercio y defensa de la tierra. En el caso de la ciudad de Mérida, Samudio (2002: 2) explica que los pueblos nativos se dedicaban a labrar la tierra y por lo tanto los lugares fértiles, irrigados por quebradas y ríos, eran los seleccionados para establecer sus poblaciones sedentarias. De acuerdo a las Leyes de Indias, los españoles se establecen en la terraza más extensa del surco del Chama, limitada por el nor-este por el río Albarregas y por el sur-este por el río Chama, terraza a la que llamaron Valle de San Miguel y la primera organización de su población en encomiendas la realizó Juan Rodríguez Suarez en 1558. De acuerdo a lo que explica Samudio, las poblaciones españolas se establecieron en el estado Mérida en los lugares que habían sido escogidos por los nativos, en función de la fertilidad de las tierras y la posibilidad de regar los sembradíos. No existe evidencia histórica de que la peligrosidad del territorio fuese un criterio empleado por los nativos o los españoles para asentar sus pueblos. Puede decirse entonces que la selección del territorio donde se fundarían las ciudades españolas del estado Mérida, el criterio de vulnerabilidad o peligrosidad, no fue considerado relevante para la selección de los lugares de emplazamiento. Sin embargo, estas son las ciudades que actualmente concentran la mayor cantidad de población del estado y por lo tanto se sigue planificando su crecimiento en territorio vulnerable como se explicará más adelante. Mérida suele ser mencionada como una ciudad de 4 ríos y cuatro terremotos, pensado en los terremotos de 1610, 1812, 1894 y eventualmente el de 1674. Sin embargo, el terremoto de 1610 realmente ocurrió en La Grita, población del estado Táchira, y el valle de los Bailadores, sin evidencias de haber afectado la recién fundada ciudad de Mérida (Ferrer y Laffaille, 2009). Luego, en 1673 y 1674 Mérida fue destruida por los terremotos de esos aciagos años, de tal forma

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FIG. 1

que se puede mantener la premisa señalando los sismos de 1673, 1674, 1812 y 1894 como sismos que afectaron gravemente a Mérida la ciudad de los cuatro terremotos. Los 4 ríos que surcan la terraza son, a saber, Mucujún, Albarregas, Chama y la Pedregoza. Los terremotos de 1673 y 1674 han sido parcialmente olvidados y el objetivo de este artículo es recordar los hechos que rodearon lo que pudieron ser los terremotos más importantes de la historia de Mérida pensando en términos de su tamaño y magnitud. El escarpe de la falla de Boconó en las inmediaciones de la población de la Toma es uno de los rasgos geomorfológicos de los terremotos olvidados de 1673 y 1674.

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Escarpe de la falla de Boconó sobre su traza norte en las inmediaciones de la población de La Toma.

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Ya hace mucho tiempo por el año de 1673, Mérida era una próspera ciudad que contaba con unos quinientos habitantes, dedicados principalmente al comercio y la agricultura. El cacao y el tabaco eran los rubros más importantes de su actividad, los cuales cultivaban en las altas tierras al sur del lago de Maracaibo, llanuras vecinas al piedemonte barinés, valles de los ríos Torondoy, Pocó, Chama, etc. También dedicaban gran esfuerzo a otros cultivos como el trigo (el comercio de su harina dio origen a la famosa “Ruta del Trigo”, que era una red de caminos que enlazaban las alturas andinas con las llanuras del sur del lago de Maracaibo), miel, legumbres, hortalizas y otros. Para esa época, el Puerto de Gibraltar, en la costa sur del lago de Maracaibo, se había convertido en el punto más importante para la comercialización y exportación de estos productos (Samudio, 1999). Eran buenos tiempos, y desde el punto de vista de las élites merideñas, comerciantes y dueños de fincas, los principales enemigos de la región eran los piratas, principalmente franceses, que operaban en las costas del mar Caribe e incursionaban frecuentemente en el lago de Maracaibo para atacar poblaciones establecidas en sus costas, tales como el puerto de Gibraltar y otras (Palme y Altez, 2002). Otro enemigo, que actuaba con más frecuencia pero era menos temido, fueron los indios Motilones, cuyos ataques frecuentes a las haciendas y fincas del valle del río Chama y de Gibraltar, así como también a los poblados del valle del Mocotíes, constituían un dolor de cabeza para los vecinos de Mérida (Samudio, 1999). Ante enemigos tan tangibles, casi cotidianos, es muy probable que nadie sospechara que la ruina de Mérida podría estar relacionada con acontecimientos de índole muy diferente, como por ejemplo los terremotos y sus efectos. Antes de 1673 habían ocurrido dos grandes terremotos en la región cercana a Mérida: uno en 1610, que destruyó la población de La Grita (Ferrer y Laffaille, 1998), y el otro en 1644 que afectó principalmente a Pamplona (en Colombia) y las poblaciones vecinas. Existe muy poca informa-

La Mérida de los terremotos posteriormente olvidados ción acerca de la clase o nivel de daños que pudo sufrir la ciudad de Mérida en ambos casos, pero probablemente fueron relativamente leves ya que no existen reportes ni crónicas que den cuenta acerca de lo ocurrido en esta ciudad en ocasión de esos sismos. Todo comenzó a cambiar en la madrugada del día 8 de diciembre de 1673, día en que se inició una nueva clase de calvario para los merideños: casi al amanecer sintieron un fuerte temblor que debió sembrar gran inquietud en los vecinos; pero solo fue como una especie de aviso del inminente desastre que se abatiría sobre la ciudad (Palme y Altez, 2002; Samudio, 1999). Los días siguientes esa inquietud se transformó en temor, ya que continuaron los temblores y el día 10 de enero de 1674, en horas de la noche, se sintió un temblor más fuerte que los anteriores. El presentimiento de que estaba por pasar algo terrible fue confirmado unos días después: el 16 de enero los temblores se transformaron en terremotos, uno sentido como a media tarde, que fue el más destructor de todos, y otro en la noche, destructor pero de menor intensidad. Gran parte de la ciudad de Mérida había resultado destruida, muchas de sus casas, incluyendo varias de las que se pensaba habían sido mejor construidas, eran ahora montones de escombros. El convento de Santa Clara yacía destruido en la esquina norte de la plaza central y el de Santo Domingo estaba muy dañado. La ruina de la ciudad y de sus habitantes fue tal que más de una década después de este desastre muchas casas seguían estropeadas e inhabitables y no había sido posible reparar el convento de Santa Clara. Tampoco la naturaleza alcanzó algo de paz luego de los terremotos del 16 de enero y cuentan que ese mes continuó temblando, unos días más que otros, llegando a contarse más de 30 temblores entre los días 16 y 18 de enero; pero el miedo continuó durante un tiempo casi insoportable, y todavía en 1675, cuando ya no quedaba santo a quien rezarle, continuaban los temblores (Samudio, 1999).

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No obstante, ese olvido del que se habla en los párrafos anteriores ha continuado en el tiempo y, cuando se habla de los terremotos de Mérida, se hace mención de otros grandes sismos históricos, como el Terremoto de Bailadores (o terremoto de

El peligro y las consecuencias del olvido en la gestión de desastres

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La Grita) de 1610 (Ferrer y Laffaille, 2009), o el llamado Gran Terremoto de los Andes de 1894 (Renjifo y Laffaille, 2000), así como también del terremoto más famoso de Venezuela, conocido como El Terremoto del Jueves Santo de 1812, que

presas que, al romperse, dejaron en libertad todo el material retenido: las casas, árboles, sembradíos e instalaciones de las fincas y haciendas del sur del lago de Maracaibo y del valle del río Chama fueron destruidas por la fuerza de los flujos (“avenidas o coladas de barro”), que bajaron incontenibles por las laderas montañosas, llegando a las zonas llanas y a las vegas de los ríos, donde se concentró su poder destructor. A estos hechos se refirieron las noticias que comenzaron a recibir los habitantes de Mérida, y de otras ciudades, en los días y meses siguientes a los terremotos (Samudio, 1999). Curiosamente la destrucción ocasionada en Mérida por los terremotos pasó, hasta cierto punto, desapercibida para el resto del país. En esos días la atención se dirigió hacia dos lugares muy particulares: la ciudad de Trujillo y el sur del lago de Maracaibo. Para ese tiempo Trujillo era considerada una de las ciudades más importantes de la región, con sus tres conventos, un hospital y una iglesia matriz que resultaron todos dañados por la acción de las ondas sísmicas (Pérez Nacar, 2011; Palme y Altez, 2002). En la región al sur del lago de Maracaibo no se reportaron daños ocasionados directamente por estos terremotos de 1673-74, ni siquiera existen reportes o crónicas donde se mencione que los sismos fueron sentidos por sus pobladores, lo que indica que la intensidad sísmica tuvo un valor bajo en esa región (probablemente V grados o menos en la escala de XII grados de Mercalli); pero los daños espectaculares ocasionados por las crecidas torrenciales y los otros flujos mencionados, junto con las inmensas pérdidas económicas asociadas con ellos en el sur del lago, tuvo el efecto de que se olvidaran de Mérida en aquellos días (Palme y Altez, 2002).

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Las noticias que irían llegando en los días siguientes no traerían nada de consuelo a los atribulados merideños. Esos temblores que comenzaron el 8 de diciembre de 1673 habían hecho algo más que avisar y atemorizar a los habitantes de Mérida y otros poblados cercanos (como Trujillo y Barinas): también aumentaron la inestabilidad natural de las laderas de las montañas andinas, propiciando que ellas se vinieran abajo. Es así que esa tarde del 16 de enero de 1674, cuando los terremotos estremecieron el suelo y los corazones, no solo cayeron las paredes y los techos de las casas y edificaciones de las ciudades, sino que en las laderas de las montañas cercanas a la fuente del terremoto se produjeron derrumbes y deslizamientos. Varios cauces de ríos y quebradas resultaron interrumpidos por el material que cayó de las montañas, formándose embalses donde seguramente se acumuló agua y otros materiales (tales como rocas, troncos de árboles, etc.), en un proceso que pudo durar horas o quizás días (Laffaille y Ferrer, 2009). Esta acumulación de agua y materiales pudo continuar hasta que las filtraciones a través de las masas no compactadas que constituían las diferentes presas ocasionaron sus rupturas, con el consiguiente vaciado de las lagunas o embalses, las cuales se descargaron por medio de grandes olas, flujos y crecidas torrenciales que descendieron montaña abajo arrasando, inundando y destruyendo todo lo que encontraban a su paso. Tal fue el caso de las nacientes de ríos como el Pocó y el Torondoy en el flanco noroccidental de los Andes (Palme y Altez, 2002; Samudio, 1999), y del río Chama en la región central, que vieron obstruidos sus cauces y los de sus afluentes por efecto de los deslizamientos, aludes y derrumbes que les cayeron encima formando

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Una forma de afrontar esta carencia de datos históricos, consiste en realizar una búsqueda y evaluación de huellas geomorfológicas que pudieran tener relación con esa clase de acontecimientos del pasado, las cuales hayan perdurado hasta tiempos recientes. Existen diversas formas y herramientas de estudio que permiten adelantar esta clase de búsqueda, por ejemplo la identificación primaria en fotografías aéreas (fotointerpretación geológico-geomorfológica) y en imágenes satelitales (sensores remotos), de rasgos geomorfológicos de eventos de movimientos de masa (o evidencias relativas a ellos) que podrían relacionarse con esta serie de eventos de 1673-1674 o con otros similares, los cuales pueden ser corroborados en conjunto con trabajo de campo y, en caso de ser posible, dataciones (tal es el caso de un pueblo de

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doctrina de San Antonio de Mucuñó en el sur de los Andes centrales merideños, el cual, debió ser mudado de su ubicación original por causa de deslizamientos, flujos y crecidas torrenciales asociadas probablemente con estos terremotos) (Audemard et al., 2007; Laffaille et al., 2008). Al aplicar esta metodología en la cuenca alta del valle del río Chama, se pueden identificar múltiples eventos como los mencionados, y de ellos, al menos en una decena de sitios, los rasgos podrían haber sido originados por sismos e incluso tener relación con los terremotos de 1673-1674 (Laffaille y Ferrer, 2009), relación que solo podría ser establecida mediante alguna técnica de datación. No es un estudio sencillo, y requiere una gran dosis de trabajo de campo y experiencia, porque los rasgos observados en imágenes aéreas pueden, en primera

las edificaciones, en los que no se consideran los terribles efectos que pueden tener grandes movimientos de masa (efectos cosísmicos) sobre zonas pobladas. No obstante, se puede “disculpar un tanto” a los investigadores del tema tomando en consideración que casi no existe información escrita contentiva de referencias al respecto. Es muy probable que esta carencia de documentos históricos relativos a efectos cosísmicos en el valle alto del río Chama durante los tristes días de 16731674 (deslizamientos, derrumbes, represamiento de ríos y quebradas, crecidas torrenciales, etc.), esté relacionada con otras razones (además de las mencionadas acerca de la espectacularidad de lo ocurrido en el Sur del Lago y los daños a la ciudad de Trujillo, hechos que captaron toda la atención). Una de ellas puede ser la distribución de la población en la región para la época: no habían habitantes (o eran muy pocos o “sin importancia” los habitantes de esos lugares, tal como esclavos o aborígenes) en los sitios donde esta clase de evento tuvo un impacto directo (Samudio, 1995). Otra posibilidad es que esa clase de efectos no coincidió temporalmente con los terremotos, es decir, se manifestaron días, semanas, o incluso, meses después de ocurridos los sismos.

Buscando la información que ha obviado el olvido

dañó varias ciudades de Venezuela en tiempos de la guerra de independencia (Altez, 2006; Ferrer y Laffaille, 2003); pero casi nadie recuerda a los terremotos de 1673-1674, además de algunos investigadores y curiosos del tema. La preocupación radica en que “el olvido” es mortal en términos de la gestión de desastres, sobre todo si se toma en cuenta que los terremotos de 1673-74 fueron probablemente los más poderosos que se abatieron sobre Mérida. En otras palabras, la memoria de los pueblos juega un papel determinante en la prevención y mitigación de desastres, de tal forma que este olvido de lo ocurrido en 1673-1674 tiene ya algunas consecuencias que son importantes en ese ámbito del conocimiento. Una de esas consecuencias es que se ha descuidado la necesidad de incluir, en los estudios acerca de escenarios de riesgo andinos, la posibilidad de que varios eventos geomorfológicos que han afectado la región localizada sobre el eje central de los Andes de Mérida tengan un carácter cosísmico, lo cual es inexplicable si se toma en cuenta que se trata de una zona montañosa en una región sísmicamente activa. Este “descuido” produce escenarios que suelen concentrarse solo en la acción directa de las ondas sísmicas sobre

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FIG. 2 Valles con diferentes cotas, motivado seguramente por obturación del cauce de la quebrada El Águila por el depósito de la morrena “Casa de Gobierno”.

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Condición de vulnerabilidad de las casas que han ido poblando la región escenario de los terremotos de 1673 y 1674.

FIG. 3 Alud de rocas en el sitio de Mifafí (nacientes del río Chama), seguramente relacionado con energía sísmica generada en los eventos de 1673 y 1674 o en épocas cercanas a estas fechas. Note el tamaño de las rocas y del depósito de rocas.

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aproximación, asociarse con sismicidad por estar localizados en una región sísmicamente activa; pero es necesario ir con calma. Por ejemplo, en la región de confluencia de las quebradas El Águila y Mifafí (que convergen dando origen al río Chama) es notable que sus respectivos valles presentan una considerable diferencia de alturas (casi 40 m, FIG. 2) y es posible atribuirla en primera instancia a fenómenos sísmicos con efectos geomorfológicos. Sin embargo, al analizar el lugar se advierte que el “obstáculo” que ocasiona el represamiento de la quebrada El Águila, con el consiguiente cambio del perfil longitudinal y la altura del valle

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de esta quebrada, es una morrena lateral (asociada con la última glaciación en los Andes y conocida como “Morrena de la Casa de Gobierno” según referencia personal del Prof. Carlos Ferrer). No obstante, otros rasgos notables localizados en la misma región podrían tener relación con terremotos, incluyendo los de 1673-1674. En este valle de Mifafí se localizaron varios sitios con evidencias de formación de lagunas de obturación por deslizamientos u otros movimientos de masas, los cuales podrían ser cosísmicos. El primer caso a destacar se encuentra casi al final del valle de Mifafí, lugar que fue afectado por aludes de rocas como los

FIG. 5 Zona de confluencia de las quebradas El Águila y Mifafí, dando lugar al nacimiento del río Chama, el cual transcurre meandricamente sobre la superficie plana de una antigua laguna de obturación, en lo que se conoce como Valle de la Asomada.

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ilustrados en la FIG. 3, de posible origen sísmico a juzgar por la presencia de grandes bloques de roca y la gran cantidad de ellos, que han cubierto áreas extensas que no han sido repobladas por vegetación FIG. 4, o presentan una vegetación muy incipiente, posible evidencia útil para una datación relativa FIG. 4. Luego de unirse para formar el río Chama, éste transcurre por un terreno casi plano, describiendo meandros que no son comunes en torrentes de montaña. La explicación radica en que, a unos cientos de metros aguas abajo del punto de unión, se produjo una obturación del cauce del río

con material proveniente de la ladera derecha en el lugar conocido como La Asomada (deslizamiento de un sector de la morrena lateral derecha del glaciar de Mifafí, FIG. 5), lo cual generó una laguna de obturación, con la consiguiente disminución de la velocidad del caudal y la sedimentación correspondiente, (sedimentos de tipo lacustre que modificaron el perfil longitudinal del cauce). Otro ejemplo interesante es el de una crecida torrencial de un afluente del río Chama, localizada sobre el abanico donde se fundó la población de La Toma FIG. 6. Este abanico se observa cortado y desplazado (horizontal y verticalmente en sentido

FIG. 6 Escarpe de la Falla de Boconó en la población de la Toma. Note la mancha de crecida sobre el escarpe de más de 4 metros de altura, mancha de crecida debida a una distribución de rocas depositadas sobre la superficie desplazada.

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Abanico depositado por la quebrada La Fría sobre el cauce del río Chama. Es de destacar la alta densidad de población ubicada sobre éste abanico. En caso de una crecida torrencial, ya sea de origen cosísmico o no, el río posiblemente seguirá una trayectoria rectilínea, con la consecuente devastación del lugar.

FIG. 7

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Es claro que en el valle del río Chama han ocurrido múltiples eventos de tipo cosísmico (aludes de rocas, deslizamientos, derrumbes, obturación de cauces y formación de las consiguientes lagunas, crecidas torrenciales, flujos de detritos, etc). Un ejemplo importante de ello es el abanico de la quebrada La Fría al sur de Mérida, el cual debió ser depositado sobre el cauce del río Chama, en forma cosísmica, posiblemente con los eventos de 1673, 1674, seguramente obturando el caudal FIG. 7. Así como este abanico, podríamos citar muchos ejemplos de poblamiento del cauce del río Chama, sobre áreas susceptibles a sufrir

los embates de potentes amenazas naturales. Lo que significa que, en el caso de repetirse eventos de esta naturaleza (1673-1674), los efectos serían totalmente diferentes, principalmente si se toma en cuenta que el cauce del río Chama se encuentra densamente poblado, con asentamientos construidos ocupando terrenos fácilmente inundables. Éste es el caso del abanico de La Fría que obligó al río Chama a recostarse al talud del abanico terraza de Mérida, produciendo socavamiento y posibilidad de movimientos de masa sobre dicha terraza talud. Es claro que un evento de deslizamientos, aludes, derrumbes y crecidas torrenciales o flujos

su origen en la misma región de la Sierra de la Culata, pero en el flanco noreste, razón por la cual se puede pensar en un origen común para ambos fenómenos cosísmicos. Uno de los elementos importantes de esta investigación consistió en la realización de una revisión detallada de la información acerca de esta clase de eventos en los archivos del estado, la cual dio como resultado que no existen documentos donde se mencione algo al respecto. En otras palabras, a pesar de que se trata de ejemplos “frescos” en el paisaje, debieron ocurrir en una época en la que aún no se había poblado de manera notable la región afectada, lo cual nos coloca en el siglo XVII o antes como primera aproximación. Tomando en cuenta que para ese intervalo de tiempo solo se tienen los eventos de 1610 (que afectó principalmente la región de La Grita y Bailadores, al sur oeste de Mérida) y los de 16731674, que afectaron a Mérida y la región noreste y central de la sierra de La Culata, es más lógico pensar en establecer alguna probable asociación con estos últimos eventos. Sin embargo, los casos mencionados pudieron ser cosísmicos de eventos anteriores a 1673-1674 y solo dataciones podrían arrojar certeza sobre esta relación.

Las consecuencias de planificar el crecimiento de nuestra ciudad olvidando nuestra historia de eventos naturales

dextral) por una traza activa del sistema de fallas de Boconó, la cual se evidencia claramente en el paisaje por un fresco escarpe casi vertical de más de cinco metros de altura correspondiente a la traza norte, alineado con el mencionado escarpe de falla en las inmediaciones de la población de La Toma FIG. 1. Es muy posible que esta crecida se originó como resultado de una obturación del cauce aguas arriba del lugar, la cual pudo ser consecuencia de un evento sísmico (a juzgar por el tamaño y el número de los bloques de roca que se observan sobre la superficie casi plana que define el escarpe, FIG. 6) o de lluvias muy intensas. Es difícil establecer una fecha relativa para este evento, pero debió ocurrir antes de la fundación del poblado porque no existen ni crónicas ni tradiciones orales acerca de él, pero la frescura de sus huellas en el paisaje no permiten alejarlo más de unos cientos de años en el tiempo, razón que da pie para considerar la posibilidad de asociar esta crecida con los sismos de 1673-1674. Además, el origen de esta crecida se encuentra sobre la vertiente sureste de la Sierra de la Culata, mientras que las crecidas destructoras, asociadas con efectos geomorfológicos de los terremotos de 1673-1674, tuvieron

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Abanico de la quebrada La Fría visto desde el satélite Lansat en Google Earth [A] y el plan de ordenamiento urbano actual [B].

FIG. 8

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de detritos, ya sean cosísmicos o no, en la zona del abanico de La Fría, el río Chama no respetará la curvatura que actualmente describe su cauce FIG. 7 y FIG. 8 y en su lugar continuará con una trayectoria prácticamente rectilínea, que tendrá el efecto de arrasar toda la infraestructura construida sobre dicho abanico. En la FIG. 8, se puede observar el abanico de la quebrada La Fría visto desde el satélite Lansat en Google Earth FIG. 8A y en el plan de ordenamiento urbano actual FIG. 8B. En azul se observa la trayectoria actual del río Chama y la quebrada La Fría y en rojo, el trayecto que se espera que sigan ambos torrentes en caso de ocurrir una crecida inusual, producto de flujos extraordinarios de material posiblemente como efectos cosísmicos. También puede observarse demarcado en líneas negras, el abanico depositado por la quebrada La Fría. Es importante destacar que en dos zonas de dicho abanico está permitido el desarrollo de viviendas conocido en el plan de ordenamiento urbano como áreas de nuevo desarrollo 3 (ND 3) con una densidad de población de 250 habitantes por hectárea, al estar permitida esta densidad de población no existe documento jurídico para impedir que se desarrollen viviendas unifamiliares o bifamiliares en los lugares designados, uno de los grandes problemas de seguridad causados cuando los planificadores urbanos, mantienen la vigencia de planes de ordenamiento urbano que de acuerdo a los nuevos paradigmas de desarrollo sustentable, han quedado obsoletos.

El plan de ordenamiento urbano que está vigente en la ciudad de Mérida se aprobó en 1999, época en la que ya el desarrollo sustentable se había definido en la Cumbre de Río (Cumbre de la Tierra + 5, 1997), sin embargo, se comenzó a realizar en 1980 a través de la Unidad de Consultoría Externa y Proyectos (UCEP) de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Los Andes y fue entregado a Mindur (Ministerio de Desarrollo Urbano) para su corrección y aprobación, finalmente fue aprobado en 1999 de acuerdo a referencia personal de Norma Carnevalli, 2014. El Plan de Ordenamiento Urbano vigente se hizo en función de los criterios establecidos por Mindur entre los que figuran los indicadores físico-geográficos que incluían: relieve, clima, hidrografía, ecología, vegetación, dinámica geomorfológica, suelos y los problemas físico-ambientales, sin embargo, observando el resultado de la ordenación del territorio para el abanico de la quebrada La Fría como uno de los ejemplos, no se pueden inferir los criterios utilizados con respecto a los indicadores de la dinámica geomorfológica debido a que en un abanico de crecida ocasional de la quebrada se permitió por ordenanzas la construcción de múltiples viviendas unifamiliares y bifamiliares a pesar de que se espera, con un período de recurrencia, que los habitantes se vean afectados por una crecida torrencial de la quebrada cosísmica o no, o peor aún, como se ha explicado anteriormente, una crecida torrencial del río Chama como efecto cosísmico.

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