Conceptos urbanos e históricos de Antofagasta, la ciudad adversa (versión corregida y actualizada)

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REVISTA TERCER MILENIO Año XX | No. 29

CONCEPTOS URBANOS E HISTÓRICOS DE ANTOFAGASTA, LA CIUDAD ADVERSA

ARTES Y VUELOS

claudio GALENO-IBACETA.*

Genérico y singular.

E

n la última década del siglo XX, el arquitecto Rem Koolhaas publicó un texto crítico titulado La ciudad genérica (Koolhaas, 1995), donde analizaba, con cierta resignación, características de las grandes urbes contemporáneas, entre las cuales podríamos mencionar: crisis de identidad, atracciones en la periferia, pérdida de la historia, hegemonía capitalista, desaparición de la vida pública, jerarquización del vehículo y carretera, ausencia de reglas, conformación multirracial, migraciones permanentes, dominio y distribución azarosa del rascacielos, permisividad política, laboratorio sociológico de comunidades. Sin embargo, a pesar de que Antofagasta sea más bien una ciudad intermedia y en desarrollo, varias de estas características coinciden con su realidad. Antofagasta no es genérica, de hecho es extremadamente singular. Los patrones coinciden porque son generalidades inherentes a toda aglomeración urbana que ha tenido un desarrollo acelerado, lo que ha desencadenado crisis propias de lo urbano.

El antropólogo urbano Ariel Gravano (2013) ha subrayado que en la conformación de lo urbano está implícito el ‘sentido de conflicto permanente’ de la realidad de lo existente en consonancia con la necesidad del orden, de la formación social del cosmos. Dice: “Por eso, la principal contradicción inherente a lo urbano consiste en esa existencia (el caos) y esa tendencia (el cosmos). Y el principal desafío de todo gobierno de lo urbano se establece en esa tensión entre el dejar hacer a la correlación de fuerzas dominantes (mercado de bienes, de transacciones políticas, de flujos de poder local-institucional) o el planeamiento y la acción preventiva integral” (Gravano, 2013: 11-12).

Si bien, podríamos decir que la ciudad genérica no existe, y más bien que cada ciudad es única, hay ciertos temas evidentes que cruzan gran parte de las ciudades, ciertas nociones de sobrevivencia del asentamiento, en el caso latinoamericano heredados de la Leyes de India y recomendados desde Vitruvio, como son la adecuada elección del sitio donde emplazar la ciudad y la arquitectura, que surge desde la cercanía a las fuentes de agua. En ese princi-

* Arquitecto de la Universidad Católica del Norte, Master y Doctor en Teoría e Historia de la Arquitectura UPC, Académico de la Escuela de Arquitectura y Magíster en Arquitectura - Universidad Católica del Norte, miembro de Docomomo y de la Asociación Iberoamericana de Historia Urbana. ISSN 0718-4425 | SEPTIEMBRE | 2016 | P. 01 – 13

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pio fundacional, no genérico, y que plantea desde un inicio un conflicto permanente, es que podemos detectar una de las principales particularidades de Antofagasta: asentarse en la adversidad. Adversidad y artificio. Antes que hubiesen ciudades y en el inicio de ellas, por la costa del desierto de Atacama pasaron los barcos de exploradores, piratas y naturalistas. Darwin en 1835 fue uno de los primeros en describir geológicamente los agrestes parajes donde fue levantada Antofagasta: “... la superficie se halla cubierta en parte de arena i en parte de una tierra rojiza que cubre grandes manchones de conchas recientes i en parte de un sinnúmero de fragmentos pequeños, angulosos, productos de la descomposición de las rocas plutónicas o porfídicas por los cambios atmosféricos” (Darwin, 1906: 218).

A su vez, el historiador Adolfo Contador (1982) entregó una descripción que sintetiza claramente los aspectos geográficos del espacio donde se formó la urbe: “... una planicie rocosa de abrasión marina de 40 metros de espesor y un ancho cercano a los 3.000 metros, entre el borde costero y los cerros de la Cordillera de la Costa y que se comunicaba estratégicamente en el extenso desierto o Pampa Central y los pequeños valles de la precordillera a través de la quebrada de La Negra o Carrizo por el Sur y la quebrada del Salar del Carmen por el Norte” (Contador, 1982: 3-4).

Antofagasta fue levantada en el desierto costero de Atacama a partir de 1866, su emplazamiento fue elegido por su proximidad a los minerales y porque había una pequeña ensenada que permitió construir algunos muelles para el embarque y desembarque de materiales y personas. La elección no fue por su cercanía a fuentes de agua o a terrenos agrícolas, como recomendaban las Leyes de India, que aún eran influyentes a mediados del siglo XIX1. Sin embargo, eso pudo haber influido en la forma urbana del damero, pero no en las sugerencias generales de las virtudes que deberían tener el sitio elegido para fundar, por ejemplo la fundamental cercanía con fuentes de agua, de campos fértiles y de fuentes de materia prima para levantar la ciudad (España, 1841, 105-106).

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Esa decisión fundacional la pone inmediatamente en una situación paradójica, que fue posible sólo por la confluencia de todo el artificio tecnológico de la Revolución Industrial. Antofagasta es definitivamente un artificio. El filósofo Gillo Dorfles en 1968 abordó la idea de artificio a partir de una frase de Hegel: “el hombre se duplica”, en cuanto que el ser humano produce nuevas realidades: “... el hombre se duplica, en cuanto existe de por sí como objeto natural, pero existe también en cuanto logra crear a su vez otros objetos, que no son necesariamente objetos artísticos, pero que son transformaciones de la naturaleza: “entidades”, pues que no existen en estado natural, sino que son “objetualizaciones” de algo” (Dorfles, 1972: 13).

Para Dorfles, el artificio también es naturaleza, ya que aclara que significa “hecho ficticiamente con arte” [,] “a costa de deformar la naturaleza y realidad” (Dorfles, 1972: 16): “Todo nuestro habitat usual, nuestro environment (al menos en los países de mayor industrialización, pero antes de lo que se piensa también en aquellos todavía “salvajes”), está transformado ya por el advenimiento de la máquina y por su entrometimiento en la edilicia, en la señalética, en la producción de objetos industriales, de medios de transporte, etc. Esta transformación –aparte de los inmensos beneficios materiales que ha aportado a la humanidad- constituye una total diversificación en las condiciones de equilibrio entre hombre y naturaleza. Del restablecimiento de ese equilibrio depende, en mi opinión, buena parte de la posibilidad de recuperar muchas condiciones existenciales y creativas, hoy en día modificadas, coartadas o exaltadas, y de las cuales el ambiente arquitectónico y urbanístico constituye un indicio sensible” (Dorfles, 1972, 16-17).

La ciudad de Antofagasta reúne una serie de características que la singularizan. Por un lado, encontramos la artificialidad de su formación en el sentido de una ciudad que surge donde no están dadas las condiciones para la vida y, por otro, su acelerado crecimiento y umbral de migraciones desde diversas partes del mundo (Galeno y otros 2015). En el caso del desierto de Atacama, formar asentamientos en ambientes adversos que no sean oasis, es un artificio

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donde todo habitante es, en alguna dimensión, un inmigrante.

Ruralidad e hinterland. En la actualidad, las ideas sobre la ciudad están más vigentes que nunca. Los estudios sobre poblaciones hechos por Naciones Unidas detectaron que el año 2007 fue un importante punto de articulación, en ese momento por primera vez la población de las ciudades sobrepasó a la población de áreas rurales. Sobre la base de esas investigaciones, se han elaborado proyecciones: “El proceso de urbanización global ha avanzado rápidamente durante las últimas seis décadas. En 1950, más de dos tercios (70 por ciento) de las personas en todo el mundo vivían en asentamientos rurales y menos de un tercio (30 por ciento) en los asentamientos urbanos. En 2014, 54 por ciento de la población mundial era urbana. Se espera que la urbanización mundial continuará, por lo que en 2050, el mundo será un tercio rural (34 por ciento) y dos tercios urbana (66 por ciento), más o menos a la inversa de la distribución de la población rural-urbana global de la mitad del siglo veinte” (United Nations, 2015: 7).

El Centro Latinoamericano y Caribeño de Demografía (CELADE) de la CEPAL, entrega otras cifras específicas sobre la población urbana para Latinoamérica: 1950: 42,2 %; 1960: 49,2 %; 1970: 56,6 %; 1980: 65,3 %; 1990: 70,8 %; 2000: 75,6 %; 2010: 78,7 % (CELADE, 2013) Los números alarmantes de las Naciones Unidas y de la CEPAL, paradójicamente no coinciden con la singularidad de Antofagasta que, como indican los censos, toda su vida ha sido más urbana que rural. En 1907, el censo indicaba que habían 38.829 habitantes urbanos frente a 9.065 de población rural; en 1930, la población urbana era de 53591, mientras que la población rural descendió a 979 habitantes. Por otro lado, en el Departamento de Antofagasta (que incluía varios asentamientos hasta la precordillera), en 1895 la población urbana era de 17.720, mientras que la rural era de 3.958; en 1907, 42.993 eran urbanos y 26.976 eran rurales; en 1920, 63.408 eran urbanos y 57.599 eran rurales.En la adversidad de Antofagasta no hay una ruralidad tradicional, si pensamos en una extensión agrícola. En la costa del desierto de Atacama, lo rural sería los aislados y

tecnológicos campamentos mineros, o los espacios donde se relacionaban ensenadas con las escasas vertientes de agua, lo que permitió inicialmente el asentamiento indígena de los camanchacos y luego la caleta de pescadores. Algunos de esos espacios eran ecosistemas únicos en el desierto como las reservas naturales de Cerro Moreno, La Chimba y Paposo. El biólogo y urbanista Patrick Geddes en Cities in Evolution de 1915 sugería, a propósito de los profundos cambios que se habían producido por la Revolución Industrial, que frente a la miserable vida de la ciudad industrial, era necesario recuperar la relación entre campo y ciudad. Si bien, Antofagasta coincide con la idea de ciudad industrial, la reivindicación de la ruralidad no tiene cabida en Antofagasta, donde el entorno directo es, por un lado, la magnificencia de un desierto montañoso y, por otro, la vastedad del Océano Pacífico, y su hinterland es más bien de asentamientos mineros en ambientes adversos, escasas caletas pesqueras y algunos balnearios. Por otro lado, la ciudad posee un hinterland de ecosistemas: Reserva Nacional La Chimba y el Parque Nacional Morro Moreno, que siendo zonas protegidas en la actualidad están poco conservadas. Son áreas donde debido a la presencia de aguas por vertientes y por la nieblas, se ha desarrollado vegetación y fauna, y en su entorno hay muchos sitios arqueológicos de los primitivos habitantes costeros, los camanchacos (Cruz y Llagostera, 2011). Son sectores que la ciudad debe preservar y establecer un mayor vínculo, ya que representan justamente lo contrario a la ciudad adversa. En el pasado, las familias antofagastinas durante los fines de semana hacían paseos a La Chimba, en la actualidad el monumental vertedero urbano tienen acorralado el acceso al área. La dramática presencia de la naturaleza, sea ésta agreste, es una condición ineludible de esta ciudad adversa. Por otro lado, también está esta naturaleza artificializada en los jardines, en los parques, en las quintas. La ciudad ha necesitado lo agrícola por un lado como producción de subsistencia, pero también por una voluntad de configuración de una cierta ruralidad. Evidencia de ello, fueron las iniciales quintas, situadas en un principio en el entorno de la vía del Ferrocarril, luego extendidas hacia el Parque

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Brasil, más tarde reconstruidas como un plan de CORFO en el área norte cercana a la quebrada de La Chimba, y luego en la plataforma de la Coviefi. En todas sus versiones, han sido sitio de producción, pero también espacios de ocio del deseo de estar en lo verde (como la conocida Quinta Casale), las áreas de cultivo hicieron más amable y contribuyeron al imaginario nostálgico del espacio natal, del imaginario precedente, de la nostalgia del origen y de configuración del imaginario colectivo.

Edificios territoriales. La historia de ciertas ciudades en ambientes adversos se ha visto organizada a partir de la configuración de sus bordes, como mediadores entre lo que está afuera y la vida urbana que está dentro. En la modernidad antofagastina, en diversos momentos se construyeron grandes edificios que mediaban entre la ciudad y su entorno. Hay que tomar en cuenta que el afuera de esta ciudad costera era, por un lado, la árida Cordillera de la Costa y, por otro, la inmensidad del Océano Pacífico. Estas grandes construcciones configuraron bordes que operaban articulando el espacio urbano con mar o desierto. El primer ejemplo fue el establecimiento de Playa Blanca (actual Ruinas de Huanchaca), que dramáticamente conectó los estratos geográficos del sur de la ciudad (Galeno, 2012). En época moderna, siguieron los Colectivos de la Caja de Seguro Obrero, que mediaban entre el centro histórico y la nueva poza del puerto artificial (Galeno, 2006), el edificio de la Escuela de Salitres (actual Universidad Antofagasta, sede Angamos) que contenía la extensión del espacio del antiguo Sporting Club, el Hotel Antofagasta que reunió y elevó la vida urbana del centro con la extensión de la bahía, el edificio Huanchaca (Curvo) y luego en Caliche, que contuvieron el nuevo conjunto habitacional Gran Vía y los cobijaron del desierto. Contemporáneamente, la operación retornó sobre Huanchaca, con el edificio que alberga el Casino Enjoy y el Hotel del Desierto que se sitúa en un borde de los terrenos de las ruinas y contiene el espacio patrimonial, articulando la relación urbana de ese lugar con la vastedad del océano. Los colectivos fueron edificios destacados en su tiempo por el programa de vivienda que había por detrás. El investigador Francis Violich (1944), en su

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libro Cities of Latin America, sobre las edificaciones levantadas por la Caja de Seguro Obrero dijo: “... Cerca de 1900 unidades de habitación han sido construidas desde 1935 por la Caja. Los proyectos son usualmente casas alineadas o colectivos, y, por lo general, están bien planificadas. Cuatro colectivos diseñados para las calurosas regiones del norte, fueron construidos en Antofagasta, Arica, Iquique y Tocopilla. Eran un poco gruesos en diseño; de hecho, el que pude visitar en Antofagasta era lejos el grupo de edificios más moderno en el pueblo, la maravilla para todos los que venían a verlos” (Violich, 1944: 139-140).

Edificios como el Huanchaca y Caliche, diseñados por Ricardo Pulgar San Martín, son herederos del pensamiento de Le Corbusier y Ludwig Hilberseimer. El primero fue muy influyente con las ciudades jardín verticales que propuso para ciudades como Rio de Janeiro (1929) y Argel (1930), el segundo estratificó la ciudad y separó vías tipos de circulación. Sin embargo, los emplazamientos y operatorias urbanas de estos edificios pueden ser comprendidos desde las ideas de Kevin Lynch, principalmente con la idea de borde, como ‘límite entre dos fases’, construcciones “que separan una región de otra o bien pueden ser suturas, líneas según las cuales se relacionan y unen dos regiones” (Lynch, 2008: 62), definiendo la arquitectura que son ‘elementos fronterizos’ (Galeno, 2014: 64).

Horror vacui y sistema de espacios públicos. El horror vacui es un concepto que trata de la intranquilidad que producen los espacios vacíos en nuestras ciudades y la imperiosa necesidad de llenarlos. No se trata de terrenos baldíos, sino de los espacios libres que se han dejado en la urbe, con el fin de que se produzcan actividades esporádicas de los/as ciudadanos/as. Muchos de esos espacios son lugares públicos, como un parque, una plaza de armas, una plaza de barrio, un paseo, un jardín. Son sitios diseñados para que se produzca la vida pública, un paseo familiar, niños/as jugando con una pelota, personas reposando en el prado, otras mirando la vida pasar desde un escaño, etc. El horror vacui provoca que ciertas personas vean esos espacios vacíos como una oportunidad de llenarlos, y con eso acabar con la continuidad democrática de lo público. El vacío se ve como algo inútil, sin uso, no como algo que está hecho para su uso espontáneo,

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y transitorio. El horror vacui produce un terror del vacío y afecta en gran medida a la administración pública e instituciones, quienes ven en esos sitios la oportunidad de ocuparlos con algo, acabando con la vida pública. No se trata de que no puedan haber monumentos en lo público, lo que produce el horror vacui no es una necesidad de ordenar y jerarquizar la ciudad, sino que necesita imperiosamente llenar el centro de todo y convertir lo que queda del espacio público en su periferia. El horror vacui centraliza y oprime, se aleja de toda modestia y respeto al ciudadano. El espacio público debe ser plural y vital, debe ser un sistema. Su energía viene de su ocupación, de sus usos. Su pluralidad viene de la oportunidad de superponer capas, de abrirse a lo espontáneo y efímero, de ofrecer alternativas que devienen y son estimuladas por su multiplicidad y vinculaciones. Las ciudades deben tener sistemas de espacios públicos, plazas que suceden a plazas, que dan paso a parques, que continúan en paseos, que se abren en plazuelas o en atrios, que se conectan a jardines, que se conectan a canchas, que se elevan en miradores, que siguen en playas. Los espacios públicos son sistemas dinámicos cuyo uso y movilidad se puede dar de variadas formas. En una visita a Antofagasta el año 1997, el arquitecto Paulo Mendes da Rocha, dijo que el espacio público era un ámbito que permitía una multiplicidad de opciones de desplazamiento y ocupación, o en sus propias palabras un “orden para la imprevisibilidad”2. Una libertad de ocupación que permite al/la ciudadano/a realizar lo mismo de varias formas, y podríamos agregar que incluso permitiría el anonimato en lo público. El arquitecto Josep María Montaner, en su libro Sistemas arquitectónico contemporáneos, se refiere a la relación de la vida urbana con los sistemas de redes y nodos: “... La ciudad, como creación humana, es un cúmu-

lo de redes infraestructurales superpuestas: abastecimiento de agua y energía, saneamiento, telecomunicaciones y circulación. Todo territorio metropolitano está configurado por diversas redes artificiales cada vez más poderosas que han ido destrozando, dividiendo e insularizando los primigenios sistemas y redes ecológicas. Hablar de redes, significa hablar de nodos; sin redes no hay nodos, y viceversa, el nodo no puede existir sin la red. El territorio se convierte en una red

sin centro ni periferia; un sistema de objetos interconectados de miles de maneras distintas. Las redes existen en abstracto y pueden generar realidades materiales e inmateriales. Y los nodos consisten en núcleos de alta densidad como los intercambiadores...” (Montaner, 2014: 201).

Los sistemas necesitan articulaciones. La arquitectura y el espacio urbano cobra mayor potencia en los espacios que articulan. Allí, se producen los cambios de escala, de usos, y son potentes ámbitos de vida urbana. Como ha manifestado el arquitecto Rolando Meneses en una entrevista, una articulación del espacio es una convergencia de aberturas del espacio. Esas articulaciones son parte de la continuidad y reunión de la ciudad. Jan Gehl (2014) ha manifestado que la ciudad es un lugar de encuentro. Los espacios entre edificios permiten un sinfín de actividades: “caminatas de un lugar a otro, paseos, paradas cortas, otras más largas, mirar vidrieras, conversaciones y encuentros, ejercicios, bailes, actividades recreativas, intercambio y comercio, se ven juegos, espectáculos callejeros y hasta mendigos” (Gehl, 2014: 19). Así como en la arquitectura, en el urbanismo es el cuerpo, el ser humano la mónada, la unidad básica que exige al diseño. Acertadamente Gehl, revindica la dimensión humana en el diseño de la ciudad, es decir, que hayan oportunidades para caminar, cuando se promueve una vida a pie, y dice: “Caminar es el punto de partida de todo. El hombre fue creado para caminar, y todos los sucesos de la vida nos ocurren mientras circulamos entre nuestros semejantes. La vida, en toda su diversidad y esplendor, se muestra ante nosotros, cuando estamos a pie” (Gehl, 2014: 19).

Finalmente, el urbanista entrega ciertos principios. Las distancias entre servicios debieran ser caminables; debe haber versatilidad urbana y seguridad; diseño para el peatón y el ciclista; reunir edificios y ciudad para ampliar ámbitos; incentivar la permanencia en lo público (Gehl, 2014: 232). Además agrega: “La seguridad, la confianza, el fortalecimiento de los lazos sociales, la democracia y la libre expresión son conceptos clave a la hora de tratar de describir qué

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tipo de ideales están atados a esta idea de la ciudad como lugar de encuentro. / La vida en el espacio urbano lo abarca todo: desde un intercambio de miradas a pasar hasta las grandes manifestaciones. Caminar a través del espacio público puede ser un objetivo en sí mismo, pero es también el comienzo de algo nuevo” (Gehl, 2014: 29).

Salubridad y forma urbana. Salubridad e higiene son los grandes temas que introdujeron las reformas urbanas a partir del siglo XIX, la más influyente fue la de París, dirigida por el Barón Haussmann entre 1852 y 1870 que, entre varias operaciones, higienizó el espacio urbano mediante la construcción del alcantarillado y abriendo un sistema de grandes avenidas conocidas como bulevares que permitieron ventilar y asolear la ciudad. Coincidentemente, Antofagasta se funda (1868) en el contexto de esas difundidas e influyentes operaciones urbanas, y como declara Arce (1997) en sus Narraciones: en el comité que delineó la estructura urbana de la ciudad estaba el ingeniero británico George Hicks, que sugirió el ancho de 20 varas (16,71 metros) para las calles (Arce, 1997: 86). Fue una buena medida para la circulación pero también incluía otros beneficios como la seguridad, ya que la mayor distancia entre manzanas colaboró a la prevención de incendios, así como la sanidad, ya que las vías diagonales suroeste-noreste coincidían con el viento predominante que durante el día ingresaba desde el mar por el suroeste, de modo que las calles ventilaban el espacio urbano. Además, la manzana rotada es la mejor disposición de forma que todas las fachadas estén expuestas en algún momento a la radiación. Más tarde, la arquitectura racionalista indagó sobre esos temas, principalmente de la mano del arquitecto Walter Gropius y de su conocido escrito de 1930 sobre la altura y distancia entre edificios: “¿Construcción baja, media y alta?” (Gropius, 1994). Por otro lado, respecto de la salubridad de la forma urbana, el área industrial de la Compañía Melbourne Clark (luego Compañía de Salitres) se ubicó correctamente a sotavento respecto del casco urbano (por lo menos para el viento diurno). Más tarde, el Establecimiento Industrial de Playa Blanca (actuales Ruinas de Huanchaca) fue mal emplazado al sur-suroeste de la ciudad y cuando empezó a pro-

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ducir en 1883 su chimenea contaminaba afectando la salud de trabajadores y de los espacios en sus inmediaciones, como el Cuartel de la 7ª de Infantería y la Escuela Mixta, por lo que la Municipalidad encargó estudios médicos y de ingeniería para que se solucionase el conflicto (Ahumada, 1999: 60-61). El emplazamiento del puerto de Antofagasta, después de varias propuestas realizadas desde 1905, se definió sobre la base de un proyecto de 1913, posiblemente realizado por el ingeniero ítalo-árabe Abd-El-Kader3. El puerto era fundamental para mejorar el tráfico de carga, pero además se utilizaba para el flujo de pasajeros y el abrigo de naves. Con el tiempo el transporte marítimo de pasajeros fue decayendo con respecto al ferrocarril y al transporte aéreo, con lo que el área portuaria se volcó principalmente a lo industrial. Poca preocupación hubo en la época por la contaminación que se podría producir por el puerto junto al centro. El embarque de salitre en sacos o briquetas decayó y dio paso a los cátodos de cobre. Pero más tarde el recinto se usó para el transporte de minerales a granel, por ejemplo plomo, sin haber construido silos, los que se sumó a la contaminación de los motores de las naves, y en la actualidad con el embarque de distintos otros minerales en polvo entre ellos concentrado de cobre. La ciudad se densificó y el área portuaria quedó junto a viviendas, establecimientos educacionales y de salud, y desafortunadamente a barlovento de todo el casco central urbano. Curiosamente, una vez más, los criterios más básicos de organización de la vida urbana moderna siguen válidos. Por un lado, no se debe situar las áreas industriales a barlovento de la estructura urbana, por otro, se hace necesario que la forma urbana esté diseñada de forma de ventilar y asolear calles y manzanas de la ciudad. ¿Cuantas nuevas urbanizaciones de la especulación inmobiliaria contemporánea reflexionan sobre la orientación y anchos de calles y manzanas? ¿Cuantos nuevos conjuntos o edificios se han diseñado pensando en el impacto de su altura en el ambiente urbano? (Palme y Guerra, 2013).

Imagen urbana, memoria y administración. Antofagasta el año 2016 cumple 150 años de su primer poblamiento. Sus primeros años fueron en el auge de la globalizante Revolución Industrial

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con una creciente intensidad eclecticista, luego vinieron los años experimentales del art decó y de una sólida arquitectura del Movimiento Moderno. La posmodernidad fue un proyecto que culminó en un regionalismo alineado con la búsqueda de una arquitectura latinoamericana que ha perdurado hasta la contemporaneidad. A pesar de la corta vida de Antofagasta, su vitalidad económica ha legado obras de mucho interés y ha concentrado un gran número de ejemplares de arquitectura significativa que deben ser conservados porque son la memoria de la ciudad y reflejan el gran empuje de sus ciudadanos y del Estado en constituir imagen urbana en una situación adversa.

ciudadanía no puede querer aquello que no conoce. Los datos técnicos, sociológicos y empíricos de las obras son fundamentales para reconocerse en la ciudad, para que la urbe se haga propia, que sus secretos sean revelados, compartidos hasta convertirlos en mitos de la historia urbana. La construcción del pensamiento visivo reúne los aspectos históricos con las iconografías. Los inventarios del patrimonio operan sobre la memoria colectiva en cuanto se comparte, se exponen, se dan a conocer. La investigación no tiene sentido si no se expone, sólo de esa forma la conservación adquiere una perspectiva orgánica donde la colectividad hace suya la memoria del espacio urbano.

Giulio Carlo Argan (1984) en su libro Historia del arte como historia de la ciudad, reivindica la preservación y reflexiona respecto de la criticada ciudad-museo. La planificación de la urbe sería “un proyecto de orden y adaptación de lo ya existente y de una previsión de futuros desarrollos” (Argan, 1984: 80). El museo no sería un depósito o asilo de obras, sino “un instrumento científico o didáctico para la formación de una cultura figurativa o de los que Rudolph Arnheim llama ‘pensamiento visivo’” (ibídem), “el museo como centro vivo de la cultura visiva, es un componente activo del estudio y del desarrollo de la ciudad” (Ibídem).

Respecto de la catalogación del patrimonio, Argan es contrario a la idea de definir círculos cerrados de obras que debieran ser de interés:

Sobre la vitalidad del patrimonio en la ciudad, es fundamental que esa arquitectura tenga uso, nunca congelarla y museificarla. Los edificios deben ser adaptados a los nuevos tiempos, frente a la obsolescencia de los usos, replantar nuevas actividades. Respecto de eso, Argan indica: “Para revitalizar los centros históricos, por lo tanto, no se puede contar sólo con las posibilidades técnicas de restauración; si la reanimación debe traducirse en una refuncionalización orgánica, es claro que la intervención de los técnicos del patrimonio cultural es necesaria desde la primera fase de estudio del proyecto y que es intervención no deberá limitarse a los centros históricos propiamente dichos sino que tendrá que extenderse a toda la ciudad, en cuanto influye sobre el centro histórico y lo condiciona” (Argan, 1984: 7980).

La protección de patrimonio cultural pasa por la acción de variados especialistas, entre ellas el rol de la historia es clave en la difusión de las piezas, la

“He oído repetir muchas veces y, sin duda es cierto, que es indispensable disponer de una catalogación de los bienes, realizada a partir de una idea, definida jurídicamente, de bien cultural. Considero indispensable una catalogación científica y su continuada puesta al día, pero considero extremadamente peligroso la definición a priori de listas de cosas que hay que proteger, con la implícita admisión de que todo lo que no está en esas listas, no merece ser protegido” (Argan, 1984: 82).

Planificación y participación. En noviembre de 1939, el cultísimo José Papic Radnic escribió un artículo para El Mercurio de Antofagasta titulado “¿Y el urbanismo...?. Allí declaraba que su reflexión estaba motivada por la lectura de la primera edición (1938) del libro The culture of cities4 del urbanista y sociólogo Lewis Mumford5 Papic identifica una serie de puntos que una planificación contemporánea debiera abordar: “(...) se nos ha puesto de manifiesto lo precario de nuestros sentimientos, de nuestra preparación para interpretar las medidas científicas ya adoptadas en varios países, incluido el nuestro, destinadas a asegurar la higiene, la estética de la edificación, las facilidades de comunicación y de tránsito y la habilitación de espacios libres y de áreas verdes, tan necesarios en el ritmo de la vida actual, para el crecimiento y el desarrollo físico, moral e intelectual de todos los habitantes” (Papic, 1939: 3).

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Es importante que, frente a la anarquía urbana, él destaca la higiene, la imagen urbana, la movilidad, espacios públicos (ocio y vegetación). A pesar de que Antofagasta ha tenido diversas planificaciones, mediadas por ingenieros y arquitectos, hasta su primer plan regulador efectuado a partir de 1956 y terminado en 1965, Papic, en 1939 indicaba que los planes urbanos de la ciudad estaban estancados conservando antiguos principios obsoletos:

para las líneas de edificación y las rasantes correspondientes. / En Antofagasta no se ha elaborado dicho anteproyecto ni municipalidad alguna se ha preocupado de realizar un plan regulador. / Sólo existen trazados de calles y manzanas que bien podrían considerarse oficiales de la comuna y que bajo ningún punto de vista debían de ser alterados ya que han consultado en principio las necesidades y el desarrollo primordial de la ciudad” (Ibídem).

“La mayoría de nuestros planes urbanos permanecen estacionados conservando la rutina de otras épocas, la rutina técnica de antiguos métodos, de antiguas disposiciones que ya no son legales, de viejas modalidades financieras y viejas actitudes sociales, como si fueran los únicos elementos que pueden acondicionar un desarrollo futuro, e ignorando que el incalculable elemento que debe prevalecer en todo esquema urbano o regional no es solo lo que el hombre tiene o esta acostumbrado a tener sino que lo que el hombre necesita y esta destinado a necesitar” (Ibídem).

Hace referencia a la existencia de un grupo de asesores urbanos, entre los cuales estaba el arquitecto Alfonso Campusano Núñez6 y de las obras que promovió este grupo:

Por otro lado, expone y estimula la creación de planificaciones que bogan por la imagen y la racionalidad urbana, planes que además han sido adoptados por el mismo Estado: “Afortunadamente en Chile el Gobierno se ha preocupado de la necesidad imperiosa de crear planes reguladores, considerando que es un axioma de la ciencia urbanística el que las ciudades no deben desarrollarse al azar, obedeciendo sólo a estímulos que provienen de circunstancias o conveniencias del momento, ya que el desarrollo de la vida urbana debe obedecer a normas pre-fijadas y a un plan de conjunto evitando así alarmantes improvisaciones que cuentan dolorosos sacrificios pecuniarios, sin conseguir muchas veces, el anhelado efecto estético y utilitario” (Ibídem).

Papic informa sobre el desarrollo de normas urbanas que se han dictado desde 1929, y de la necesidad de Antofagasta de contar con una regulación: “Y el Gobierno de Chile, con fecha 14 de enero de 1930, dictó una Ley nº 4563 que aprueba una Ordenanza General de Construcciones y Urbanización; ordenanza que en sus disposiciones relativas a la urbanización establece que todas las municipalidades, de toda ciudad superior a 20.000 habitantes, deben presentar un anteproyecto de transformación de sus respectivas ciudades, anteproyecto que servirá de base

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“Un efímero Comité de Urbanismo al cual pertenecieron Don Alfonso Campusano, Don Ricardo Sotomayor, Don Luis Erazo, Don Martín Cerda, etc., Tenía la tutela moral sobre su realización y uno de sus proyectos de trazado fue la avenida Costanera que uniría el nacimiento de la calle Balmaceda, junto al mar con el Balneario Municipal. Y las observaciones y las direcciones del Comité de Urbanismo eran respetadas por la autoridad municipal. / Hoy dicho Comité no existe y se construye arbitrariamente, pasando por encima de todo principio fundamental de Urbanismo” (Ibídem).

En tono de manifiesto, reivindica el valor y actualidad de la planificación urbana: “Y en la ciudad que un tiempo se llamó modelo, ¿Podemos llamar a esto urbanismo…? ¿Se han considerado las sugestiones del urbanista arquitecto jefe de la I. Municipalidad?… ¿Se ha interesado la autoridad comunal en el desarrollo futuro de la población…? / ¡No!… La autoridad no se ocupa aún del urbanismo.No ha tomado aún contacto con el urbanismo, que según Le Corbusier, Munford, Wallace, Wagner, y otros insignes urbanistas, es prever y preparar” (Ibídem).

Las reivindicaciones de Papic eran legítimas en cuanto a la modernidad del instrumento de planificación. Sin embargo, no reconoce que la ciudad se había desarrollado gracias a una serie de instrumentos cartográficos, por lo general realizadas por ingenieros. Entre ellos, podríamos destacar inicialmente el plan fundacional de José Santos Prada, de 1869 y en el cual incidió el británico George Hicks. Lue-

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go el plano de 1873 de Adolfo Palacios, que revela el ensamblaje de la ciudad y las vías férreas trazadas por Josiah Harding. El levantamiento de 1880 realizado por el capitán de fragata Francisco Vidal Gormaz, luego del inicio de la Guerra del Pacífico, con el fondo marino en torno a la poza y los pequeños ensanches de esos años. Asimismo, podríamos mencionar en 1892, el proyecto del agua potable de Roberto J. Manning y en 1898, el plano del desarrollo del ferrocarril y la ciudad hasta el kilómetro 28, proyectado por el Departamento de Ingenieros del FCAB, los planos realizados por el ingeniero Luigi Verga Abd-El-Kader, el de hijuelaciones de 1899 y el de 1901. Asimismo, hacemos especial referencia al proyecto para un nuevo puerto en 1905 realizado por el ingeniero holandés H. L. van Hooff, el plano de alcantarillado de 1908 que usó el sistema unitario en zig-zag del francés Paul Wery. En 1913 resaltamos dos diseños para puertos: uno realizado por el ingeniero A. D. Swan de Montreal sobre La Poza, el cual se contrapone a otro diseño más racional, probablemente de Abd-El-Kader, en el borde poniente del centro, que fue el proyecto que se ejecutó. Además en 1914, Abd-El-Kader publicó parcialmente ese diseño en su Plano-Guía Comercial de 1914. Siguen muchas otras planificaciones y registros cartográficos, para sintetizar, podríamos destacar el plan de 1934 que muestra ensanches hacia el sector de las actuales unidades vecinales Salar del Carmen, Pablo Krugger, Favorecedora y Gran Vía. Sin embargo, un plan de 1925, ya revelaba las intenciones de crecer hacia el norte luego de los patios de ferrocarril y hacia el sur luego del antiguo Club Hípico (actual Estadio Regional). Un período de madurez fueron los años cincuenta y sesenta, marcados por dos hitos: (1) el primer plan regulador realizado por Jorge Poblete Grez, Julio Mardones, Sergio González y Gonzalo Mardones7 a partir de 1956 y oficializado el 30 de noviembre de 19658, diseñado sobre la base de la concepción del zoning; y (2) el estudio pre-inversional para el “desarrollo urbano regional” de 1967-1968, que realizó un equipo multidisciplinario liderado por Emilio Duhart, Juan Casanova, Helio Suarez y Walter Witt, un documento en dos volúmenes que determinó las directrices de muchas de las acciones que se fueron concretando hasta la actualidad. El contexto de la ciudad moderna en la década del 60

se puede ampliar en las ideas expuestas por Lewis Mumford (1966) considerando la relación entre habitantes y la vitalidad de la ciudad: “La misión final de la ciudad consiste en promover la participación consciente del hombre en el proceso cósmico e histórico. A través de su estructura compleja y duradera, la ciudad acrecienta enormemente la capacidad del hombre para interpretar estos procesos y toma en ellos una parte activa, formativa, de modo que cada fase del drama que en ella se representa tenga, hasta el máximo grado posible, la iluminación de la conciencia, el sello del propósito, el color del amor. Esa exaltación de todas las dimensiones de la vida, a través de la comunión emotiva, la comunicación racional, el dominio tecnológico y, por sobre todo, la representación dramática, ha sido la función suprema de la ciudad en la historia, y sigue siendo el principal motivo para que la ciudad continúe existiendo” (Mumford, 1966: 753).

Respecto del rol de la planificación urbana frente al ciudadano, Argan (1984) dice: “Es perfectamente comprensible que la complejidad de las situaciones urbanas actuales, la extensión y densidad de las aglomeraciones, la cantidad de sus exigencias hagan necesaria la figura del especialista, del administrador de los valores culturales de la ciudad, pero él actúa siempre por procuración, en nombre y según la profunda aunque no siempre consciente y declarada intención de la ciudadanía. Su verdadera tarea es de educador, más bien que de técnico, su verdadera finalidad no es crear una ciudad sino formar un conjunto de personas que tengan el sentimiento de ciudad. Y dar a este sentimiento confuso y fragmentado en miles o millones de individuos una forma, en la que cada uno pueda reconocerse a sí mismo y a su experiencia de la vida asociada” (Argan, 1984: 229-230).

Desarrollo orgánico. El estudio pre inversional de 1968 que el equipo de Duhart elaboró al Ministerio de Vivienda y Urbanismo a partir de 1967, fue el primer documento que operó críticamente sobre la ciudad y la región. A propósito de su contemporaneidad con el plan regulador recientemente aprobado en 1965, uno de los antecedentes que tomaban en cuenta era el plan del equipo de Poblete, sobre el cual establecían ciertas críticas:

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“Algunos de los proyecto considerados en el Plano Regulador son de indiscutible valor, como las avenidas de Circunvalación y Costanera, actualmente en ejecución, y los centros equipadores regionales y de barrio. Por otra parte, sin embargo, no se advierte una política definida de estructuración urbana ni de densidades de población. El emplazamiento del área industrial es discutible, por cuanto ya aparece rodeada de viviendas y con muy pocas posibilidades de expansión futura. Las viviendas situadas al norte y oriente del sector industrial quedarán expuestas a molestias por este hecho. En todo caso los planos seccionales propuestos en el Plan Regulador pueden contribuir a la articulación urbana y constituyen un recurso eficaz en la planificación de la ciudad (Chile, Tomo 1, 1968: 71).

Duhart propuso un plan general de desarrollo urbano para formar un ‘hecho urbano orgánico y armónico’ que sirviese a la región. El plan fue planteado como una herramienta dinámica susceptible de ser corregida en el tiempo. Podemos mencionar algunas de las operaciones planteadas, entre ellas la linealidad de la ciudad: “El mar está presente a todo lo largo de la ciudad y representa un valor y un bien que no ha sido debidamente valorizado. Se afirma, pues, como un criterio general de orientación, que la ciudad será mejor en la medida que el mar tenga fácil acceso y desarrollo como área de recreo y esparcimiento. Igualmente, la ciudad obtendrá ventaja y agrado al disfrutar de su situación sobre un plano inclinado semejante a un balcón sobre el mar” (Chile, Tomo 2, 1968: 53-54).

Por otro lado, respecto de las áreas verdes y de esparcimiento, debido a la escasez de agua, la sugerencia indicaba que fuesen sobrias y económicas de agua y que se complementasen con otras a orilla del mar. Agrega: “Esta misma consideración demuestra las ventajas de la densificación urbana, en orden a racionalizar el uso del agua” (Chile, Tomo 2, 1968: 54). Fue identificada la necesidad de un puerto auxiliar que podría estar en la caleta de La Chimba, junto a una fundamental planta desalinizadora. De hecho, el tema de una nueva fuente de agua, sin arsénico, es una preocupación que cruza prácticamente todo el estudio. Habría que mencionar que desde el año 2003, en Antofagasta, está en funcionamiento una

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planta desalinizadora sobre la base de la tecnología de osmosis inversa, que abastece un 60% del consumo de la ciudad y está ubicada junto a la caleta de La Chimba. Se evidenció en un estudio de la CORFO (1968), que se desarrollaría un área industrial al norte de La Chimba, para lo cual tenía 680 hectáreas. Para ocupar esos sitios, entre diversas operaciones, se debería trasladar a un sector extraurbano el aeródromo y el club de golf de La Chimba. Desde el centro hasta ese sector industrial, se propone el desarrollo de viviendas. Por otro lado, se indica la necesidad de trasladar los patios de ferrocarril en el centro por el estrangulamiento que producen. Se sugirió que fuesen utilizados para densificar el área céntrica como lo realizaba en ese momento la CORMU con el plan SOQUIM en los terrenos de la Anglo Lautaro, actualmente conocido como Villa Codelco. Sobre el crecimiento, indicaban: El crecimiento en extensión se concibe como proceso orgánico y ordenado a contar de las áreas más próximas al centro actual, a base de núcleos integrados de vivienda y trabajo. La extensión lineal existente entre el centro antiguo y La Chimba obliga a dotar a los nuevos sectores de vivienda de centros equipadores semiautónomos que los haga independientes del centro urbano actual (Chile, Tomo 2, 1968: 60).

Asimismo, a pesar de que se planteaba como alternativa otro puerto en Mejillones, que podría tener ciertas ventajas, el informe no considera esta opción como la más indicada, tanto por los aspectos económicos como que el destino de Mejillones era eminentemente turístico. Se plantea erradicar las viviendas autoconstruidas al borde oriental del centro, hacia el sur del cementerio hasta quebrada El Toro y remodelar y densificar con nuevas habitaciones. Respecto de las circulaciones, se plantea el traslado de la estación de ferrocarriles hacia un sector marginal en La Chimba denominado población Punta Brava. Sintetizan: “(...) Es evidente, pues, que las viviendas de mejor calidad y el equipamiento de esparcimiento y turismo continuarán demostrando afinidad por el Sur; el Centro deberá racionalizar-

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se y densificarse; y el Norte afrontará los principales problemas de crecimiento y expansión” (Chile, Tomo 2, 1968: 56). Uno de los temas más relevantes planteado por Duhart y equipo, fue la formación de áreas de esparcimiento vinculadas al turismo. La propuesta se sostenía en el estudio encargado a la empresa británica Transport & Tourism Technicians Ltd. para analizar la factibilidad turística de la ciudad y su hinterland y de la región. Decían: “El modesto desarrollo actual no refleja sin embargo el potencial turístico de Antofagasta y su región. Según el informe de ‘Transport & Tourism Technicians Ltd.’ de Londres sobre Turismo en Chile 1967: ‘La zona de Calama - Antofagasta (Zona 2) cubre una de las áreas más interesantes desde el punto de vista arqueológico y de paisajes de desierto e incluye una de las mejores playas de Chile en Mejillones’” (Chile, Tomo 1, 1968: 55).

Se planteó un turismo a tres escalas: internacional, nacional y regional. Mientras que una de las mayores dificultades se identifica una vez más en el agua. Por otro lado, se sugiere un plan que debiese comprender las siguientes etapas: 1. Recolección de datos de la costa; 2. Acciones para solucionar deficiencias; 3. Decisiones preliminares sobre cuales ubicaciones ofrecen perspectivas estables; 4. Estudio del estado actual de esos sitios y de sus capacidad de albergar centros de esparcimiento; 5. Acción inmediata para detener cualquier desfiguración de esos lugares. Además sobre la ciudad se indicaban lo siguiente: “Propendiendo al aprovechamiento de un bien al alcance de la ciudad, se propone el desarrollo de playas y áreas libre en un sector de la costa comprendido entre los baños municipales y el regimiento, así como de una playa frente a la población Trocadero. Estas proposiciones se consideran como provechos pilotos para la habilitación más extensiva de toda la costa urbana, hecha accesible a través de la avenida Costanera” (Chile, Tomo 2, 1968: 67).

Además agregaban: Específicamente en el rubro esparcimiento, la ciudad carece de facilidades adecuadas inmediatas para satisfacer a su propia población. Al analizar el equipa-

miento se vio la falta de facilidades de esparcimiento, especialmente de playas adecuadas, zonas de camping, clubes de yates o pesca deportiva, etc. en general aquellas relacionadas con la vocación marítima de la ciudad (Chile, Tomo 2, 1968: 68).

Sistemas orgánicos. El arquitecto Richard Neutra (1958) es reconocido por su arquitectura pensada para la salud del cuerpo y por el concepto de ‘realismo biológico’, que reivindica un diseño soportado en el estudio del ser humano, desde lo fisiológico a lo psicológico. Su base del planeamiento, desarrollada a mediados del siglo XX, está cada vez más vigente: “Nosotros, como ninguna otra generación anterior, poseemos los conocimientos científicos que nos capacitan para estudiar los equipos orgánicos, sensoriales y nerviosos de los seres humanos y su grado de capacidad para absorber cualquier cosa que la maquinaria pueda imponerles. Si la ciudad no ha de transformarse en una devoradora humana alimentada exclusivamente desde el exterior, debemos concentrarnos honesta y sinceramente en el diseño, no por razones de eficiencia técnica, producción o ganancias comerciales, sino contra las mil irritaciones y daños que ahora amenazan con ser detrimentos acumulativos superiores a todo lo soportable. La ciudad del futuro tendrá, tal vez, que levantarse gracias a los esfuerzos de una junta de planeamiento dirigida por un biólogo con amplitud de criterio. Esa ciudad será entonces un feliz y compuesto diseño para la supervivencia” (Neutra, 1958: 39-40).

Las ideas de Neutra están presentes en las necesidades y reivindicaciones ciudadanas. Por otro lado, esto nos recuerda que el alcalde modelo Maximiliano Poblete era médico. En la actualidad de Antofagasta se están abordando varios temas muy relevantes en torno a la planificación urbana: un transporte público de vanguardia, el rescate del patrimonio, la escasez de vivienda, el destino del vertedero o las funciones de áreas industriales como el puerto, entre otros. Esta nueva formulación de estrategias y desafíos se desarrolla luego de que la opinión pública nacional fijara su mirada en Antofagasta a partir del fructífero Plan Bicentenario que logró conjugar acciones de instituciones públicas y privadas. Richard Burdett y Philipp Rode, en el proyecto “Era Urbana” (Urban Age), sobre la base de sus viajes

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y estudios de grandes ciudades globales, determinaron las principales conexiones que subyacen en lo urbano: a. cohesión social y forma construida; b. sustentabilidad y densidad; c. transporte público y justicia social; d. espacio público y tolerancia; e. buena gobernanza y buena ciudad (Burdett and Rode, 2010: 23). Burdett dice que las ciudades deben ser versátiles. Saskia Sassen (1999) defiende la urbanidad (cityness) de los espacios, una suerte de carácter de la ciudad, de singularidades de la vida en la urbe. Por otro lado, Jan Gehl plantea una ciudad sostenida en el ser humano como punto de partida universal, donde los grandes tópicos son: a. la dimensión humana; b. los sentidos y la escala; c. ciudad vital, segura, sana y sostenible; d. ciudad a la altura de los ojos; c. la vida como primer principio, en segundo lugar el espacio, y por último los edificios (Gehl, 2014). ¿Qué Antofagasta nos merecemos? En síntesis, podríamos decir que una ciudad sana, caminable, única, que se acepta a sí misma, que reconozca su memoria y entorno, fortaleciendo su imagen urbana en la cual los/as ciudadanos/as nos respetamos, nos reconocemos e identificamos.

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1

Paulo Mendes da Rocha entrevistado por Claudio Galeno en Antofagasta en 1997.

2

3

Archivo Biblioteca UCN.

4

La cultura de las ciudades.

5

Estas ideas fueron muy influenciadas por Geddes.

6

El primer arquitecto racionalista de Antofagasta.

7

TAU arquitectos.

8

Decreto Ministerio de Obras Públicas nº 1614.

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