Contruir nuevas bases de poder sindical (1992)

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CONSTRUIR NUEVAS BASES DE PODER SINDICAL1 Denis Sulmont 1992 Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

El sindicalismo es un contrapoder de los trabajadores asalariados frente a los que dominan la economía; un contrapoder decisivo en la historia moderna, que contribuyó a conquistar derechos sociales fundamentales para las mayorías; un contrapoder que, con todas sus limitaciones, ha permitido a amplios sectores desfavorecidos ser actores sociales y políticos y democratizar su país. Hoy este contrapoder está en crisis. No solamente en el Perú, sino en casi todas las naciones. Las bases del poder sindical se encuentran minadas y el rol de los sindicatos en la sociedad cuestionados. Algunos no le ven salida a esta situación. Nuestra evaluación es que el sindicalismo seguirá vigente en el futuro; pero ya no bajo la forma de antes. Hemos entrado en una nueva etapa de la historia en la cual es necesario repensar la manera como los sujetos del trabajo se organizan para defender sus derechos y para desarrollar sus capacidades. Ello significa construir nuevas bases de poder sindical. La cuestión es precisar cómo, especialmente en una país económicamente colapsa como el nuestro. EL REIVINDICACIONISMO DEL PASADO NO TIENE SALIDA El movimiento sindical se ha consolidado con el proceso de industrialización de nuestras economías dependientes, impulsado por regímenes reformistas de corte populista. En este marco, ha sido do minado por una orientación que podemos llamar «reivindicacionista», es decir una estrategia basada en el poder de la organización de masa y la huelga, que consiste en ejercer presiones hacia el Esta do y, a través de él, hacia los empresarios, para acceder a una parte de los excedentes económicos y de beneficios sociales, pero sin tener una participación y una responsabilidad real en el proceso productivo y en el diseño de las políticas económicas. Los sindica tos se han movilizado para conseguir derechos mediante la redistribución social, no a través de la producción y el desarrollo. Esta orientación ha marcado profunda mente la conducción de las luchas sindicales. El llamado «economicismo», ya sea en su forma radical o conciliadora, responde a esta lógica y constituye una de las principales limitaciones del sindicalismo para encarar la situación actual. El reivindicacionismo sindical tiene que ver con el tipo de pacto social «fordista»2 y del «Estado de Bienestar» vigente en los países desarrollados entre los años 30 y 60. Durante estos años, al aumentar la productividad industrial, los empresarios aceptaron incrementar la capacidad de consumo de los trabajadores, siempre y cuando éstos no intervinieran en la marcha de sus empresas. Bajo la presión e las luchas sindicales, el Estado amplió este pacto, reconociendo los sindicatos y la negociación colectiva, y estableciendo un sistema de seguridad social. Todo ello benefició a grandes sectores de la población de los países industrializa dos; y también en nuestros países, a pesar que los asalariados representan una proporción menor de la fuerza laboral. Los trabajadores ganaron algo como ciudadanos - consumidores pero no como ciudadanos-productores. 1

Publicado en Cuadernos Laborales N° 75 en Marzo de 1992 El fordismo se refiere al pacto que celebró el industrial Henry Ford con sus trabajadores respecto al aumento de remuneraciones en el sistema de trabajo en cadena. 2

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En el terreno de la producción, su rol quedó reducido a la ejecución de tareas parciales, sin nada que ver con la política de su empresa y de su sector. El predominio de una práctica sindical de corte economicista responde a este contexto. Con el fin de la etapa de oro del capitalismo de post guerra, entra en crisis esta práctica sindical. EL MUNDO DEL TRABAJO HA CAMBIADO El sindicalismo viene asistiendo desde los años 70 a un proceso de des-estructuración y reestructuración de la economía mundial, de la producción, de la organización empresarial, de las relaciones labora les y de las formas de regulación social. En las economías desarrolladas, surge una sociedad de tipo «post-industrial» en la cual el modelo central del trabajador ya no es el obrero fabril, sino una gama diversificada de categorías labora les, entre los cuales adquieren importancia crucial los técnicos y profesionales ligados a los sistemas de producción automatizados, de comunicación y de servicios. En estas economías, el mercado de trabajo garantiza cada vez menos el pleno empleo; además se profundiza la dicotomía entre los trabajadores integrados a los centros claves de la renovación tecnológica y gerencial de las empresas, y los trabajadores precarios asignados a labores secundarias. El creciente desempleo y la división del mercado laboral socavan las bases tradicionales de poder de los sindicatos: la organización y la huelga de masa. El neo-liberalismo, expresión de los más agresivos grupos de poder capitalista aprovecha de esta situación para romper con el pacto social del Estado de bienestar y para desarticular el contrapoder de los trabajadores en la sociedad, acentuando la fragmentación del mundo laboral y la desregulación de las relaciones de trabajo. Las respuestas del movimiento sindical ante esta ofensiva han sido fundamentalmente defensivas. Pero también la crisis abrió el paso a nuevas iniciativas prometedoras: atención a los trabajadores sujetos a relaciones «a-típicas trabajo (empleos inestables, a tiempo parcial, etc.); defensa de los derechos laborales de la mujer y de los jóvenes; defensa del empleo asociada a pactos sobre reconversión industrial a nivel de empresa y de región; lucha por la reducción del tiempo de trabajo apuntando a compartir el empleo; coordinación con las colectividades locales para la generación de empleos ligados a la pro moción de servicios sociales; etc.. En América Latina, donde la capacidad de resistencia socio-eco nómica es menor, los efectos de esta transformación mundial han sido mucho más profundos. Los grupos de poder económico rompieron los compromisos populistas y trataron de destruir las fuerzas sociales que amenazaban su hegemonía. La ofensiva neo- liberal se dirigió a reducir los gastos sociales y el rol protector del Estado, bajar drásticamente los salarios y precarizar las relaciones laborales. Se restringieron aún más los escasos canales de participación en las empresas, como la Comunidad Laboral en el Perú. El Estado perdió capacidad de atender las necesidades básicas de la población y de definir las prioridades nacionales. La recesión provocada por las medidas de ajuste generó mayor des empleo y sub-empleo. En tales circunstancias, los pactos políticos de corte populista resultaron impracticables y el reivindicacionismo se desgastó. A pesar de la persistencia de las luchas sindicales, éstas no lograron contrarrestar las tendencias negativas. El sindicalismo se encontró desarmado ante la re cesión del aparato productivo y la falta de rumbo de las economías nacionales.

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LEGITIMAR EL ROL DE LOS SINDICATOS Uno de los principales desafíos actuales del sindicalismo es con quistar una nueva legitimidad frente al conjunto de los trabajadores y también frente al conjunto de la sociedad. El contrapoder de los sindicatos, para ser efectivo, debe ser considerado como algo justo, algo que responda al bien común, y no solamente a intereses particulares. Si el sindicalismo pretende con quistar derechos «a lo macho», basándose esencialmente en la fuerza económica de quienes disponen de un empleo estable y de una capacidad de presión corporativa, es evidente que perderá cada vez más terreno. Sustituir la falta de fuerza económica y política por la violencia no resuelve el problema; más bien acelera la crisis y la destrucción de los sindicatos. La legitimidad es ahora un factor de poder fundamental para renovar el sindicalismo. Pero ¿cómo lograr la en condiciones tan adversas? Señalemos algunas pistas. La primera tiene que ver con la representatividad. El problema consiste en encontrar formas de representación que no excluyan a ningún trabajador. La solución de este problema es compleja, porque el mundo del trabajo se ha vuelto más heterogéneo: hay que tener en cuenta a obreros y empleados, a técnicos y profesionales, a los trabajadores de las grandes y pequeñas empresas y del sector público, a los de las actividades informa a los estables e inestables, a las mujeres y los jóvenes. Cada categoría requiere de formas de organización, de lucha y de asesoría particular. Existen además ciertas contradicciones de intereses entre ellas. El asunto es justamente atender las diferencias. La lucha de clase hoy día pasa por manejar lo complejo. La segunda pista, derivada de lo anterior, consiste en construir democráticamente la unidad. La unidad sindical no puede basarse en una identidad de intereses inmediatos de todos los trabajadores, cosa que no existe; tampoco puede descansar en la coincidencia forzada de ideas y filiaciones políticas, lo cual resulta contrario a la verdadera democracia. La unidad debe nacer de la capacidad de diálogo y de acuerdo entre las distintas partes al interior de una organización abierta a ello. La democracia sindical su pone un sentido de la justicia entre los propios trabajadores: el estar dispuesto a tomar en cuenta os intereses de los demás, especial mente de los menos favorecidos. La unidad supone, finalmente, dejar de lado las divisiones heredadas de la guerra fría, del caudillismo y del sectarismo político, construyen do una central única. La tercera pista es enmarcar a lucha sindical dentro de una perspectiva nacional de desarrollo: una lucha de «protesta con propuesta», con disposición a negociar alternativas concretas. Superar los impases de la crisis actual impone desarrollar las fuerzas productivas del país. Los sindicatos no pueden seguir enfocando su relación con el Esta do y las empresas desde una perspectiva básicamente redistrbutiva; su punto de partida ha de ser un compromiso con nuevas estrategias de crecimiento, lo cual implica asumir políticas de inversión, reconversión tecnológica y de racionalización económica, junto con las políticas salariales y sociales. Los trabajadores deben sustentar su poder de negociación en la expansión de sus propias capacidades en el campo de la producción y de los servicios, ya sea como gestores de actividades empresariales de pequeña escala, o como asalariados comprometidos en la orientación y fiscalización de las de mayor escala. En uno y otro caso, es necesario revalorar el rol de las empresas y promover canales pluralistas de regulación de las mismas, donde participen el capital privado, el Estado, los asalariados, los consumidores, los usuarios, los gobiernos locales y regionales. Resulta fundamental revalorar también la contribución de los técnicos y

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profesionales. La vanguardia del sindicalismo renovado tiene que estar conforma da por trabajadores que defienden la capacidad técnica y de gestión, y que de alguna manera sean puente entre la condición de asalariados u la condición de empresario, en un sentido distinto al del capitalista. Tienen que ser dirigentes capaces de articular derechos sociales, política empresarial y política de desarrollo. Una quinta pista consiste en luchar por una política audaz de pro moción y estabilidad dinámica del empleo. El problema de la estabilidad laboral es crucial y no puede resolverse de manera puramente defensiva. La organización productiva moderna exige continuos cambios en la técnica y la gestión. La posibilidad de garantizar una estabilidad rígida de tipo tradicional es cada vez menor; los sindicatos que pretendan fundar su poder sobre ella, dejarán de representar a la mayoría de los trabajadores y perderán legitimidad. Es necesario, por lo tanto, reubicar el problema dentro de una perspectiva más dinámica. Es decir, ligar la estabilidad laboral a acuerdos negociados con las empresas y el Estado, a nivel sectorial, regional y nacional, sobre programas de reconversión productiva, de generación de nuevas fuentes de trabajo y de actualización de la formación de los trabajadores. Se trata de defender su experiencia y capacidad de intervenir en la renovación, calidad y eficiencia del proceso productivo. Si el trabajador no pone por delante esta capacidad, resulta ser un trabajador prescindible. Por ello es importante también que el movimiento sindical se preocupe de las políticas educativas. Por último, el sindicalismo re quiere con urgencia conquistar terreno en la opinión pública. La radio y la televisión son ahora medios decisivos de representación social y de poder, a los cuales los sindica tos tienen un acceso sumamente restringido. En lugar de servir de canales de comunicación de los dirigentes con el conjunto de los trabajadores, estos medios presentan diariamente las luchas sindicales con luchas callejeras, destructivas y contrarias a la solución de los problemas del país. Si el movimiento sindical quiere legitimar su acción, tiene que asumir una batalla en el terreno ético y político cara a cara con los ciudadanos. Ello no se conquista solamente en las asambleas sindicales, sino cada vez más a través de la pantalla de TV. Por ello, el sindicalismo tiene que asumir la lucha por democratizar los medios de comunicación de masa.

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