Crónica: micro realidades.

June 8, 2017 | Autor: Mayra Luna | Categoria: Crónica y periodismo literario
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Ana Iza
César Armijos
Mayra Luna
¡El molino es historia!

Ecuador es un macro mundo diverso, lleno de colores, texturas, de gente e
historias cautivantes. Gentes y lugares que, en su mayoría, pasan
inadvertidos, pese a su gran contenido cultural. Y éste es el caso de
Julián Cacuango Guasgua morador de Tabacundo.
Tabacundo está ubicado al nororiente de la provincia de Pichincha. Su área
urbana rodea casi 2km². Y es cabecera cantonal de Pedro Moncayo. La ciudad
está ubicada entre los 1.730 y 4.300 metros sobre el nivel del mar, por lo
que su clima es frío. Es, al mismo tiempo, núcleo urbano de cuatro
parroquias: La Esperanza, Tupigachi, Tocachi y Malchinguí. Lugares que
desarrollan su actividad económica sobre la base de la agricultura
artesanal y actividades turísticas.
Dentro de Tabacundo se encuentra el barrio San Luis de Ichisí, lugar donde
nació Julián Cacuango Guagua, quien es el propietario del molino más
antiguo de este sector. Guasgua es la recopilación de historias y saberes
andinos que luchan con el olvido, gracias a la cultura oral. "El molino fue
lugar de encuentro", dice Guasgua, como quien acaricia un recuerdo que se
dibuja solo en su imaginación, que le separa de esta realidad.

El encuentro
Partiendo de la plaza central del Municipio de Pedro Moncayo, se tarda 45
minutos - en vehículo propio- para llegar al barrio San Luis de Ichisí. En
el trayecto se puede observar cómo la industria florícola ha invadido
legalmente este poblado. Los colonos han abandonado sus propios cultivos
para trabajar en las grandes florícolas, nos cuenta Doña María, moradora
del sector: "Mi hija y mi nieta, de dieciocho años trabajan ahí. Bien les
va, ajá". Cuando se pierden en el horizonte los grandes galpones, se
empieza a develar una naturaleza perenne dentro de una modernidad
devoradora. Las vías de acceso no conocen el asfalto y la vegetación propia
del lugar es rozada por el auto mientras insiste en avanzar.
Al borde derecho de la vía se encuentra el ingreso a la mediagüita de Don
Julián. No existe puerta; hay una cerca que funciona como entrada y
pasamano que ayuda a mantener el equilibrio mientras se ingresa al hogar de
Cacuango. Descendimos alrededor de unos 30 metros. Ya en una superficie
semiplana, donde se encontraba el hogar de Julián, pudimos reconocer que
estábamos en la mitad de una montaña; y aun más abajo estaba la presencia
de Julián. En la actualidad, tiene piscinas donde cría peces y los vende a
la comunidad: ése es ahora su sustento económico.
Bajamos alrededor de 30 metros más... por fin estábamos frente a Julián.
Lleva puesto un sombrero negro, un saco celeste teñido por la naturaleza
de color tierra y salpicaduras de sangre de los peces que acababa de
degollar y botas negras que se confundían con el fango de la montaña.
Terminó la venta de los pescados y con una sonrisa fraterna nos dirigió
hacia el lugar del molino. Debimos trepar los 30 metros descendidos y
avanzar hacia el lado derecho de la montaña, bajar alrededor de 25 metros y
ahí estaba el cuarto que guardaba el molino.

El molino
A primera vista se dibuja en medio de la naturaleza, y como peleando un
espacio, una casa. Es de ladrillo. Tiene un único acceso. La madera de la
puerta revela su edad avanzada, pero aún mantiene el color verde con el
que fue pintada. Al lado derecho superior de la puerta se encuentra una
ventana improvisada de madera, del mismo tono de la puerta. En el ingreso
se encuentra una antesala que es adornada por la imagen de una virgen: la
de El Quinche; y adentro, donde se encuentra el molino, hay otra virgen,
posiblemente la de El Carmen, Don Julián es devoto de estas dos vírgenes.
El cuarto del molino es donde Julián se predispone a conversar.
- Yo me llamo Julián Cacuango Guasgua., tengo 65 años.
- Mi padre es Agustín Cacuango y mi madre se llama Amalia Guasgua.
El dueño de la hacienda era Don Carlos Freire Zaldumbide. Era soltero.
Tonces, nosotros éramos niños. El sabía estar cantando en la hacienda,
sentado en una sillita de madera. Jundas -fundas- grandes con juguito nos
daba riendo, bien contento. Al profesor todos los días le daba queso y dos
litros de leche: ¡bien bueno, bueno, bueno! Eso nunca ha de volver. Pero a
los herederos, no al patrón, yo le compré el terreno y el molino. Me costó
3.500 cuando era el sucre. Pero nosotros en ese tiempo ganábamos 1 sucre
diario. ¿Cuándo iba a reunir 3.500? Así que, cuando era joven me fui a la
costa a trabajar. Allá por el río Baba, casi me lleva el río. Reuní el
dinerito y me regresé a comprar el molino.
Cuando era niño estudié en una escuelita que le pertenecía a unas mojas.
Estudié solo porque un tío mío le amenazó a mi papá… que si no me ponía a
estudiar le iba a traer a la policía. En ese tiempo estudiar no era
importante. Aquí vivía un molinero, se llamaba Sixto Mármol. Vivía aquí
haciendo moler, trayendo cargas en burro, de Tabacundo. Él fue quien me
enseñó lo del molino. Era un lugar de encuentro, venían de Otavalo, Laglas
y hasta de Quito a hacer moler acá. A me gustaba estar viendo como molía.
El molino ha de tener 300 años. Eso me han contado. Eso es madera taura
–señala la viga que se encuentra en la esquina de la habitación sujetando
el techo -. Tonces, aquí no hay ningún tornillo, solo clavitos, palitos
hay. Las paredes son de adobe. Ya se están cuarteando. Me toca arreglarlas.
Pero no hay dinero. Ahorita, le tengo cuidando como historia, por que ya no
hay –menciona triste, en relación a que el molino está sin funcionar-
Hasta las paredes, puede imaginarse, no sé de dónde tan saldrían. Tienen un
ancho de 1 metros más o menos.
¿El molino era sinónimo de salud? ¡Claro, eso es! Ya digo, hasta la harina
sale frío. Entonces, el trigo sale quemando: quemando sale. –Haciendo
referencia al proceso que tienen los cereales en las grandes fábricas
industriales- . Antes estábamos fuertes porque nos tratábamos comiendo puro
balanceado natural. Ahora no servimos, ni nada; enseguida nos damos
recaída. Tonces, ya no estamos bien fuertes.
¡El molino es historia!

El consejo
Ya que estábamos hablando sobre la alimentación aprovechó y nos dijo.
-¿Si saben lo que es el paico?… verán, en la noche machaquen la hoja del
paico y déjenla en agua, en el sereno, toda la noche. A la mañana que
sigue, mezclan un poco del agua del paico con vino. Y eso les va a servir
para la memoria. Una copita, nada más. ¡Y van a ver! Por qué creen que los
de Ambato salieron tan buenos escritores, allá les daban eso. Eso les ayuda
a relajarse, a concentrarse y memorizar más. Pero así mismo se pueden
olvidar. ¡No ve que es como droga!
Termina de explicar éste remedio casero con una sonrisa pícara en el
rostro.


Bajando al motor

Luego de haber estado en el cuarto donde se encuentra el molino, bajamos al
motor que lo activa. En medio de la espesura de la montaña, ladera abajo,
ingresando por un riachuelo, está el motor, en su mayoría modificado por
los años de uso; pese a esto aún conserva lo rústico de su hechura a mano.
La mariposa, nos comenta Julián, es la que más modificaciones ha sufrido;
es de madera y la fuerza del agua la desgasta con facilidad.
Para que el motor se active, y funcione el molino, se abre una llave en la
parte superior de la montaña que deja brotar el agua que golpeará las aspas
de la mariposa. Se necesita de dos personas para poner a funcionar el
molino, nos comentó. Aquí, cuenta que su hija le ayudaba en éste proceso.
-¿Si ha oído que hay sirenas?… eso también hay aquí. Pero mi hija ha oído,
yo no he visto. Hace dos años, así como viene a quitar el trigo, asimismo
fue a bombear para que haga valer el molino, cuando oye que cantan unas
señoritas. Conforme iba viniendo iban desapareciendo. Solo ha oído, pero no
ver. Después se asustó: se le ha parado el pelo. Y corrió a la casa. Y así,
varias personas han visto las sirenas. Es un lugar mágico.
¿El agua, de dónde viene? Son de pozos que debemos bombear y de lo que se
recoge poco a poco. Ahora por las muchas empresas se ha cortado el agua.
No ve que ellas sacan con máquina, eso a minorado. No es lo mismo. Por eso
ahorita se ha cortado y el molino también no funciona. Ya hace tiempito, de
1975 por ahí, es que están las florícolas. Sí, como nosotros somos
chiquitos, ellos tienen sus cerramientos y se toman el poder.

A-Dios
Julián vive en su mediagüita con su pareja, en unión libre, hace ya 55
años. En la entrada a su habitación, que es cocina, sala, dormitorio: es
todo, se apresura a darnos la despedida.
-Bueno, tonces espero que esto sirva para que, de repente, vengan. Nunca
he sido a no recibir. Ahorita lo que falta, pienso, es pedir al Municipio
señalística. Aquí hace falta un señalamiento: ¡eso está faltando! Ya
estaba, pero qué tan pasaría con eso. Ahora déntrese adentro, para que vaya
viendo las fotos de acá.

En la pared, donde se encuentra la cama, están pegadas de forma ordenada
las fotografías de sus ocho hijos que en su mayoría fueron miembros de las
fuerzas armadas. Hicieron su vida y volaron. Ahora también, espera la
visita de ellos.
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