Cuentos breves y otras anécdotas: No apto para escépticos

July 14, 2017 | Autor: Boris Briones | Categoria: Literatura Latinoamericana, Literatura, Cuentos, Cuentos Para Niños, Narración Cuentos
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Cuentos breves y otras anécdotas

Cuentos breves y otras anécdotas No apto para escépticos

Boris Briones

Copyright © 2011 por Boris Briones. Número de Control de la Biblioteca del Congreso: ISBN: Tapa Dura Tapa Blanda Libro Electrónico

2011923870 978-1-6176-4742-0 978-1-6176-4744-4 978-1-6176-4743-7

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright. Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o son usados de manera ficticia, y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, acontecimientos, o lugares es pura coincidencia. Registro de propiedad intelectual Chile: Febrero de 2011 Caricaturas de portada: Leo “Elezzard” Romero / [email protected] www.borisbriones.com Este Libro fue impreso en los Estados Unidos de América.

Para ordenar copias adicionales de este libro, contactar: Palibrio 1-877-407-5847 www.Palibrio.com [email protected] 341259

Índice Mi nombre es Claudio......................................................................... 11 Mi amigo de arriba...............................................................................17 Confesiones de un joven enamorado y los 13 días más angustiosos de su vida.................................................................. 27 El señor Loro y la señora Lora............................................................ 41 ¿Asesinato u homicidio? Y de cómo una mujer puede cambiarlo todo.......................................................................... 47 Carta de Juan Utrera dirigida a su amigo el Gorrión Azul. Fechada seis meses después del 27 de febrero de 2010.................... 53 Coke y Pelusa.......................................................................................59 De Mónica y su locura......................................................................... 67 El puma, amigo del hombre................................................................ 73 Parábola de un cachorro...................................................................... 81 ¿Crees que la vida es injusta contigo? Lee estos dos paralelos......... 85 El candidato..........................................................................................93 El infierno en el cielo........................................................................... 97 Sueño de torero..................................................................................105 Don Carlos.........................................................................................109 Una historia de Amor-Horror..........................................................115

“Para aquellos que aún conservan la esperanza”

A mi familia, que me ha inspirado lo suficiente. Al Maestro, que sigue guiando todos mis pasos y a Dios, por despertarme siendo tan joven.

PRÓLOGO No presenta. Ya pasaron de moda. Me lo contó un escritor por ahí . . .

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Mi nombre es Claudio “De las cosas que siento pena, muchas veces suelo olvidarlas, de las que odio, siempre recuerdo, esa pedantería barata”

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A

brí los ojos un día más. El cielo está nublado, tiene un aspecto agrio y deprimente. Falta poco para que las nubes comiencen a llorar de una forma imparable, como en esos míticos parajes del sur austral de Chile que visité aquella vez con mi hija y esposa. Recuerdo las maravillas que vi. Es todo verde. Los árboles que yo desconocía fueron tan familiares en aquel entonces. En esos momentos ocurrió algo tan peculiar: con mi familia caminaba por el bosque, cuando de pronto nos atacó una extraña especie de guanaco. Defendí a mi hija sin pensarlo dos veces. Me abalancé sobre el atacante, lo tomé por el cuello, mordí parte de su cabeza, luché con todo mi cuerpo y lo vencí. Después cenamos aquel guanaco. Con los ojos un poco cerrados aún, me levanté de la cama. La habitación, tan blanca como siempre, me provoca un fuerte dolor de cabeza. Salgo vestido con una bata blanca para caminar por un largo pasillo de mi gran mansión. Mis zapatos de levantar son dos osos de felpa, grandes, como esos pandas que visité en el zoológico de Hong Kong, cuando viajé junto a mi padre en esos viajes de negocios que solía hacer y que eran tan repentinos. Recorrimos casi todo el mundo. Me desaparecía del colegio una o dos semanas. Llegaba después a 13

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contar a mis compañeros sobre los maravillosos lugares que visitaba. Algunos escuchaban atónitos y otros eran muy incrédulos. Estuve mucho rato caminando, di varias vueltas por la mansión. Esta casa la construyó mi familia cerca del siglo XVIII. Yo la heredé más tarde. Es un sueño para mí vivir en un lugar grande rodeado de espléndidas pinturas de los artistas más renombrados y de lámparas tan antiguas como la misma mansión. Caminé bastante; me extrañó ver las paredes vacías. “Seguramente la empleada ha sacado las pinturas para asear la casa”, dije. Entré al salón. Me sorprendí al ver varios amigos sentados ahí, frente al televisor encendido, tendidos sobre mis sillones, como si todo fuera tan normal, viendo un partido de fútbol: un encuentro entre el Real Madrid y el Chelsea. Era un gran partido, los jugadores tenían un dominio total de la pelota. Me senté junto a ellos, mientras recordé mi paso por España, cuando estuve con los jugadores del Real Madrid compartiendo aquella maravillosa cena junto a mi amigo personal, Manuel Pellegrini. Todos me hicieron callar con un grosero ¡Shh!, como si mi historia los aburriera. Me levanté del sillón algo molesto por la actitud de los demás y caminé por el otro pasillo. En la otra pieza estaba mi gran amigo Jaime; me sorprendió verlo pintando a esta hora de la mañana. Me pareció extraño verlo con una venda en la cabeza. Tenía los ojos algo desviados y coloreaba un gran león sobre un papel muy especial. Me hizo recordar mis viejos años de cazador en África, cuando era guía de safaris; entonces recordé a los turistas italianos que llegaron aquella vez y cazamos a una leona y a sus dos crías. En el mercado negro vendimos la piel a un precio excesivo para entonces y todos nos repartimos las ganancias. Tiempo después vendí mis armas y mi equipo de cazador y me fui a Calcuta a trabajar de mesero en un restaurant de la peor categoría. Estuve ahí varios años. Fue extraño el cambio; las personas eran tan diferentes, todas con tantos y diversos problemas, que decidí dedicarme a la psicología. Abrí una consulta en pleno centro de la ciudad y atendí 14

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a todas las personas que pude: ayudé a tantos, lo que me dio una satisfacción enorme. Después de contemplar la obra de arte de mi amigo Jaime, seguí caminando lentamente. Al final del pasillo estaba Edgar, el conserje. Estaba barriendo el suelo con un gran pesar. Me acerqué y le pregunté si estaba bien. Me sorprendió con su respuesta. Dijo que estaba triste porque una sobrina pequeña estaba perdida en la nieve. Había salido de excursión con su familia y se había extraviado en la montaña. ¡Qué lástima!, dije. Y mencioné que si yo estuviera a cargo de la búsqueda, la encontraría en un par de horas. Comenté mis tiempos como montañista, cuando junto a un grupo de científicos recorrí los más recónditos lugares del Monte Everest. También recordé aquella vez que caminábamos por campos de hielo sur y uno de los investigadores se desmayó y lo tuve que cargar en mi espalda durante siete horas. Espero haber reconfortado a Edgar con mi historia. ¿Quién no lo estaría? Seguí mi camino por el gran pasillo. Vi a Marta, algo que me puso muy contento. Marta es una mujer mayor, debe tener unos 65 años, viste una blusa azul, trae un gran collar de perlas que le da tres vueltas en el cuello; su cabello es algo rojizo y se ve deteriorado por el tiempo; leía el periódico con unos anteojos que le calzaban perfectamente en la punta de su nariz. Pude ver en la portada una foto de un voraz incendio que consumió una casa completa. Entonces comenté a Marta mis años de bombero, cuando salvé tantas vidas como pude. Recuerdo las caras de felicidad de aquellas personas que me agradecían tanto por ayudarlas. Marta, sin quitar los ojos del periódico, asintió con la cabeza, acompañando su movimiento de un ligero ¡Shh! Le pedí que me prestara la sección de deportes, para leer un rato. Accedió amablemente. Abrí y examiné las páginas rápidamente. Algunos artículos hablaban de golf, tenis y fútbol; leí unos pocos, pero me aburrí de la mala redacción de los periodistas; entonces me acordé de los mejores años que pasé trabajando en el New York Times. Inmortalicé en mi mente los gratos momentos que 15

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viví en aquel tiempo, las felicitaciones que recibía constantemente de mi editor por mi gran trabajo periodístico. Seguí hojeando el periódico y me llamó la atención una foto de un auto de carreras. Apareció Joseph, se acercó para ver la foto junto a mí. Entonces aproveché la oportunidad y comenté mis tiempos de piloto de rally, cuando comencé como mecánico, y el momento en el que debí conducir un auto en competencia, porque el piloto se enfermó. Aún recuerdo las palabras del jefe de equipo: “Claudio, tendrás que correr tú, porque el piloto oficial está enfermo”, dije en voz alta mientras leía el periódico. ¿De qué hablas?, preguntó Joseph. Él era un hombre alto, con anteojos, de poco cabello y de corazón infalible. Con una mirada intrigante levantó su mano. Me asusté, pensé que quería golpearme y recordé mis años de boxeador, esperando defenderme, pero sólo me dio ligeros golpes sobre la espalda y me preguntó si había tomado mis medicamentos. ¿Medicamentos?—pregunté extrañado—¿De qué estás hablando? Empecé a ver todo de un color rojizo. Las paredes comenzaron a doblarse como si cobraran vida. Joseph se asustó, mientras yo me desvanecía entre sus brazos y él gritaba: “¡Enfermera, enfermera!”. Fue cuando recordé que estaba internado en un hospital psiquiátrico desde hace más de 30 años. Sufro de una rara enfermedad: vivo realidades de otras personas. Mi nombre es Claudio.

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Mi amigo de arriba “Si crees que lo que conoces es lo único que hay, entonces, no conoces nada”

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-¡J

avier, Javier, despierta! Ya es hora de levantarse para ir a la escuela, se hace tarde, ya amanece—le dice su madre. Javier es un niño de 12 años, tiene pecas en la cara, el pelo rojizo y ojos color verde agua. Vive en el campo a dos horas de la ciudad, o lo que podríamos denominar “la Civilización”. A Javier le gusta vivir allí, es feliz con sus animales y con su madre; le gusta ayudar a su padre en los trabajos del campo, ama y protege la naturaleza. Tiene un dicho: “La naturaleza me cuida, yo debo cuidarla”. Le gusta observar las estrellas por la noche y suele preguntarse: ¿qué hay más allá del cielo?, ¿vivirán niños como yo que les guste vivir en el campo?, ¿tendrán animales?, ¿trabajarán la tierra? Piensa que es algo muy difícil de saber; se queda con la duda, esperando poder algún día obtener alguna respuesta. Debe levantarse muy temprano, se dirige a clases, camina un largo trecho, porque la escuela queda entrando a la ciudad, demora dos horas en llegar, acortando camino entre diversos senderos que cruzan hermosos bosques y arroyos; jamás se ha cansado, siente que estos parajes le dan energía para seguir y no fatigarse. Él entiende que para un niño vivir en el campo es fácil; mientras que sobrevivir siendo un campesino en una escuela, es difícil. 19

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Javier entra a la escuela como cualquier día; ya se acostumbró a recibir insultos por parte de sus compañeros; todos son niños igual que él, pero se consideran superiores sólo por el hecho de vivir en la ciudad y de que sus padres trabajen en la planta de energía nuclear instalada en las cercanías; además, ha escuchado decir a sus profesores que esa central es muy importante, pues suministra electricidad a una gran parte del país y ayuda económicamente a mantener la escuela. Esta superioridad imaginaria les da derecho a humillarlo constantemente. Mientras camina por el patio para llegar a su sala de clases, escucha a un niño que le dice:—Llegó el campesino y atrasado como siempre. Te he dicho que es mejor que no vengas aquí, esto es sólo para los hijos de la gente que trabaja en la planta nuclear. Javier, acostumbrado, lo deja pasar y no lo escucha, pero hoy la situación es diferente, pues otro niño lo atrapa por el brazo y lo empuja. Javier, sin oponer resistencia, cae al suelo rompiéndose la nariz. Todos los niños comienzan a reír y a burlarse de él. Hasta un profesor suelta una carcajada, pues los profesores también son pagados por la planta de energía nuclear y miran a los campesinos como personas de segunda categoría, como ignorantes. Javier, rojo de la rabia, se limpia la cara cubierta con una mezcla de lágrimas y sangre, sale de la escuela, corre y corre hasta llegar al campo, sube a un monte donde se tiende sobre el pasto y ahí se queda dormido entre sollozos de rabia y dolor. Más tarde, su madre preocupada, se da cuenta de la hora y ve que Javier aún no ha llegado a casa. Sabe que nunca se demora en arribar más allá de las cuatro de la tarde y ya está pronto a oscurecer y aún no aparece. Decide ir a buscarlo. Javier se ha quedado dormido largo rato, sintiéndose acogido por la naturaleza; al despertar, una sombra pasa volando sobre su cuerpo, entreabre los ojos y se da cuenta que el sol ya está desapareciendo; ve sobre su cabeza a un par de aves buscando donde anidar para pasar la noche. 20

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A la distancia escucha un llamado:—Javier, Javier, ¿dónde estás?—es su madre angustiada. Javier no quiere contestar, pues desea permanecer solo, así que decide correr y esconderse sobre las ramas de un árbol. Su madre, al no encontrar respuesta, regresa a casa a esperarlo, sintiendo gran angustia. La noche llega con toda su oscuridad, Javier baja del árbol y el silencio sólo es roto por el sonido de algunos animales; no tiene miedo, siempre ha vivido en el campo y los ha escuchado. Como una noche más, comienza a observar el cielo, sus incontables estrellas que brillan a mucha distancia. Una de ellas llama su atención: es muy grande y parpadea intermitentemente. Una luz de color rojizo que se transforma en amarillo, va acercándose cada vez más y más, como si fuera a caer sobre él. Se queda perplejo por un rato contemplando la estrella, que se volvía esfera, y en un momento debe correr porque el objeto comienza a agrandarse, se torna color plateado y cae entre unos arbustos, dejando una columna de humo y polvo a su paso. Impactado, el niño se acerca lentamente al objeto que yace detenido entre la hierba. No sabe qué hacer, siente un poco de miedo y con una rama toca la superficie del objeto. La gran esfera comienza a encender unas luces acompañadas de un ruido similar al de las máquinas que se usan para trabajar la tierra en el campo. Javier se siente observado y logra de reojo divisar algo entre los arbustos. Asustado, sigue sin saber qué hacer, deja caer la rama, mientras la luz de la luna es tan potente que logra iluminar un pequeño sendero. Voltea para correr, pero unos ojos negros aparecen de pronto frente a él. Conmocionado, retrocede y tropieza con la misma rama que había dejado caer antes, mira el suelo para recogerla rápidamente. Se pone de pie y los ojos ya no están. Aterrorizado, su pequeño corazón se acelera bruscamente. Una mano comienza a acariciarlo de forma afectuosa, Javier voltea y ve los enormes ojos negros, que ya no le provocan tanto temor. Comienza a mirar bien y se da cuenta de que 21

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quien lo toca usa una ropa de color plateado, es de su misma estatura, su color de piel es oscuro y la mano que lo acaricia tiene dedos largos. Sin pensar dice hola. Sin mover su boca, el extraño amigo también dice hola.—¿Cómo?—se pregunta Javier—¿cómo dijo hola, si no movió sus labios y tampoco escucho su voz? Sólo escucho la respuesta dentro de mi cabeza-. -Mi nombre es Hyaz y vengo del que tú llamas espacio. Mi nave se averió y he caído aquí en tu planeta—le dice el extraño visitante. El niño sorprendido se siente muy feliz, pues lo que solía pensar y anhelar era correcto. Existe vida más allá del cielo. Hyaz pone su mano sobre la nariz de Javier, que se encuentra cubierta de sangre y algo deformada. La arregla mágicamente y la sangre desaparece.—Necesito que me ayudes a reparar mi nave, debo volver a mi planeta lo antes posible, ya que tengo que cumplir una misión-. Sorprendido, le pregunta a Hyaz qué puede hacer para ayudarlo. Él le contesta que sólo requiere recargar de energía su nave para volver a viajar y que la puede obtener de la electricidad, pero tiene que ser en una cantidad enorme. A Javier se le ocurre la genial idea de sacar energía de la planta nuclear que se encuentra en las cercanías de la ciudad. Hyaz toma algo similar a una batería de las que usan los autos, o al menos eso reconoce Javier. Mientras la extrae del interior de la esfera, le comenta que es un artefacto capaz de almacenar una cantidad de energía inimaginable. Dice que es como guardar un sol pequeño en su interior. Comienzan a caminar rumbo a la ciudad. El trayecto es largo, pero Hyaz conversa con Javier, explicándole los misterios de las estrellas, cómo es la vida en su planeta y cómo son las familias. Le dice que allá no usan autos como en la Tierra, la mayoría usa unos zapatos impulsados y así van por todos lados y para viajar de planeta en planeta usan esferas de grandes tamaños, como la que conduce él. 22

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Después de caminar un rato se dan cuenta de que la planta nuclear está rodeada de guardias por todos lados, de una cerca electrificada y de unos grandes y atemorizantes perros. Javier le pregunta cómo van a conseguir la energía con toda esa barrera de seguridad al frente. Hyaz toca con un dedo la frente de su amigo, el niño comienza a ver todo de color oscuro, como en una película en blanco y negro. -Listo, ahora somos invisibles—dice Hyaz. El niño, sorprendido, comienza a caminar y se da cuenta que nadie advierte su presencia, ni siquiera los perros. Es así como llegan hasta el punto central de la planta, donde Hyaz coloca su batería conectándola con unos extraños cables a una gran fuente de poder; en medio de la operación toda la ciudad sufre un apagón. Luego caminan sin mayores preocupaciones hacia la gran esfera, mientras Hyaz le cuenta a Javier de los viajes que él realiza a través de diferentes mundos, en misiones de ayuda, de mensajería y de protección. Le advierte sobre lo importante que es el amor para vivir ahí fuera, le dice que el planeta Tierra es uno de los planetas que está más atrasado, no en tecnología, sino en amor. A los hombres sólo les interesa competir con los demás, no importa el precio que eso tenga. Sólo se pelea por ser el mejor. El objetivo del ser humano es ser el mejor egoísta. Hyaz dice que así como en el planeta Tierra habitan los seres humanos, también hay otros planetas más atrasados en donde habitan especies animales inferiores que se pelean unas contra otras por su territorio, matan para comer y su único anhelo es sobrevivir. También existen mundos mucho más avanzados que la Tierra, donde habitan otros seres, no de la forma física conocida, donde no es necesario alimentarse de otros seres vivos para vivir, sino que se vive sólo de energía. 23

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-Si tú crees en el bien, éste estará siempre contigo; si piensas que te robarán, te robaran realmente. La mente es poderosa, Javier. No lo olvides nunca—decía el amigo de arriba. Mientras Hyaz seguía comentándole las maravillas del universo, al llegar a la esfera se dan cuenta que el sector está rodeado de vehículos militares que cercan todo el lugar. Ellos aún eran invisibles, pero Hyaz estaba preocupado, pues el tiempo se le terminaba y tenía que materializarse para entrar a su nave; de forma invisible no podría lograrlo. Javier le pide que lo vuelva a hacer visible. Tiene un plan para ayudar a su amigo. Hyaz lo toca con un dedo en la frente y Javier es de carne y hueso nuevamente. Se abrazan y se despiden, Javier le da las gracias, porque ha sido la mejor noche de su vida. Hyaz promete volver algún día para visitarlo. Javier se mueve lentamente por entre los arbustos y lanza una piedra cerca de los militares, voltean totalmente asustados; el niño comienza a gritar y a correr, y los militares lo siguen, instante en el que Hyaz se materializa nuevamente e ingresa a su nave, instala la batería en su lugar y se alista para emprender el vuelo. Los militares asustados disparan entre los arbustos: hieren a Javier en un brazo. La esfera produce un extraño ruido y una gran luz ilumina todo el lugar; los militares voltean y ven que comienza a elevarse del suelo; despavoridos, corren a sus vehículos. Javier sangra, casi inconsciente logra contemplar la esfera sobre el cielo y grita ¡Adiós! En fracciones de segundo el aparato desaparece a una velocidad increíble. -¡Javier, Javier, despierta! Ya es hora de levantarse para ir a la escuela, se hace tarde, ya amanece—le dice su madre. Javier abre los ojos lentamente mientras reacciona y recuerda lo ocurrido; rápidamente se toca y mira su brazo, no tiene marcas. Se levanta rápidamente, corre hacia el monte donde había ocurrido todo y no encuentra nada. Desanimado, pensando que todo ha sido sólo un sueño, se va a la escuela muy 24

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triste. Al llegar, los niños de siempre no lo molestan, pues todos están preocupados conversando junto a los profesores, Javier se acerca para escuchar. Logra oír a un profesor que dice: “Espero que el apagón de ayer no se vuelva a repetir. No pude dormir pensando que me entrarían a robar en medio de la oscuridad . . .”. “Sí, nosotros igual”, comentaban a coro el resto de los presentes, asintiendo con la cabeza.

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Confesiones de un joven enamorado y los 13 días más angustiosos de su vida “A veces el amor es tan grande, lo suficiente dicen unos, para morir por él. ¿Quién sería digno de aquello?”

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Día 1

N

o he podido dormir tranquilo en toda la noche. Es que sigo pensando en ella en todo momento. Pienso en su pelo rubio tan hermoso y ondulado, que me quita el aire y acelera mis pulsaciones; me siento tan estúpido por no ser capaz de jugármela del todo por ella. Es que soy tan cobarde. Le pido a Dios que me dé la fuerza necesaria para seguir adelante, pero ya no puedo más; a veces siento que voy a explotar, que la vida acabará conmigo, que preferiría morir antes que seguir sintiendo esto dentro de mí, que no se va por más que quiera e intente sacarlo. Aún recuerdo como comenzó todo. La verdad yo no soy de hablar mucho, no soy un tipo sociable y me lo han reprochado varias veces. El psiquiatra dice que es normal, que él tampoco es del tipo ser sociable, que a veces también sufre de ansiedad y esas cosas; entonces, cada vez que voy a verlo no me siento tan mal, salgo mejor, pero luego decaigo y me siento como un miserable insecto que ni siquiera es capaz de luchar por su propia vida. Cuando salí del colegio pensé que todo sería como en las películas; la vida, una burbuja; estudiaría una carrera en una universidad, igual 29

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que todo el mundo, pero que sería distinto en cuanto a no casarme nunca, y viajar, viajar por el mundo, recorrer los lugares más secretos e inhóspitos en busca de aventuras. Soñaba compartir con tribus aborígenes en selvas extrañísimas, formar parte de sus rituales y luego contar todo lo vivido. Lo único cierto es que la vida nunca resulta como uno la planea. Eso es de lo único que tengo certeza. El primer semestre en la universidad me pareció difícil. El salto del colegio a la educación superior fue tremendo. De todas formas estudiaba algo entretenido, Literatura. Siempre me fue bien en el colegio en estas asignaturas; tenía una especie de facilidad, como un don. Me la jugué durante el primer semestre para que me fuera bien. Iba a la universidad a puro estudiar, apenas hablaba con mis compañeros; en el curso tenía como dos o tres amigos con los que charlaba de vez en cuando. Cuando salíamos de clases, muchos me invitaban a tomar algo o a alguna junta de curso, pero yo nunca fui a nada de eso; es que no soy de tomar alcohol hasta quedar borrado, no sé, no le encuentro la gracia, me parece algo absurdo y sin sentido. ¿Será acaso que mis padres me han educado de cierta forma? Pero si cuando uno está enfermo y vomita y se siente tan mal, ¿por qué me daría el lujo de emborracharme para sentirme mal? Me parece todo tan extraño y sin sentido. Al terminar el primer semestre, recuerdo, salí invicto. Había aprobado todas las asignaturas, incluso esas de literatura clásica, que son difíciles, en las que muchos compañeros se quedaron atascados en el camino. Es que si uno no estudia clase a clase, no hay nada que hacer. En mis vacaciones descansé lo suficiente, leí uno que otro libro, vi muchas películas y otras cosas que ahora no recuerdo. Terminando las vacaciones de invierno, me preparé para volver a la universidad, con la misma energía de siempre. Ya había inscrito mis ramos, iba a tener clases muy entretenidas este semestre según los programas de la carrera. Al llegar a la universidad me encontré con mis compañeros y todos conversamos sobre lo que hicimos durante las vacaciones. Unos 30

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recordaban sus hazañas como grandes hombres, otros relataban sus viajes al sur, uno que otro comentaba lo borracho que estuvo, que era incapaz de recordar lo que hizo; y yo, entrando a la universidad, caminando en dirección a la sala, la vi. Creo que en el primer semestre, como sólo me preocupaba la universidad y caminaba con la cabeza agachada pensando todo el día en lo que tenía que estudiar, jamás me di cuenta que ella estaba ahí. Caminé y quedé paralizado por un instante. Me detuve y la contemplé por completo. Era una chica muy linda, preciosa como nunca había visto antes. Mis ojos se deslumbraron y parecía como vivir un sueño del cual no quería despertar. Su cabello era delirante, sus ojos parecían capaces de dar vida, otorgarla a aquellos desahuciados. Vestía con jeans y una chaqueta de mezclilla. La ropa era la combinación perfecta para su perfecto cuerpo. Me pareció que moriría entonces por ella, si me lo pidiera en ese instante, sin siquiera saber su nombre; eso no me importaba; bastaba con saber que existía, para tener un motivo en la vida.

Día 2 No sé si antes me había enamorado, pero no puedo dejar de pensar en ella. Fernanda, es un nombre precioso. Me parece que es la mujer más perfecta del mundo y la amo desde que la vi por primera vez. ¿Cómo fui tan estúpido para no verla antes? Me preguntaba y reprochaba siempre lo mismo. Ahora que despierto por la mañana, me levanto con ganas, pero a la vez intrigado: no sé si hoy la veré en la universidad; y si no la veo, empiezo a desesperarme, como si se me metiera algo adentro, en lo más profundo de mi ser, que quisiera arrancarme el alma, pero no puedo. Y cuando la veo me pongo tan nervioso, tan imbécil, que no soy capaz de hablarle claramente; las palabras no me salen, se me aprieta el pecho, parezco un retrasado mental y le hablo sólo cosas sin sentido. Qué idiota. 31

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Qué decir de cuando la veo caminar por el pasillo. Me pongo tan feliz, me da algo en el estómago, el colon se me retuerce y las tripas quieren estallar. Pero cuando la veo pasar con alguno de sus compañeros conversando y riendo, quiero morir. Siento que prefiero estar muerto antes que verla con otra persona. No puedo soportar la idea de perderla; pero, si no soy capaz de acercarme a ella lo suficiente para que me conozca y yo conocerla más; sigo siendo el mismo cobarde de siempre, el mismo niño estúpido de la básica, el que nunca ha sido capaz de declararse ante una mujer y que ha sufrido una y otra vez por ser una gallina; ni estos animales son tan cobardes. Perdónenme gallinas del mundo.

Día 3 No sé cómo tuve el valor para hablarle, pero creo que Dios me iluminó y se apiadó de mí al verme tan decaído. Es que ya ni tengo ganas de estudiar, todo me parece oscuro, lento, inseguro. Yo iba por el pasillo hacia el ascensor, cuando la encontré y se me erizaron los pelos; comencé a sudar y, sin pensarlo dos veces, le hablé. Dije: Hola. Ella sonrió y me saludó. Ahí comenzó una conversación tan absurda como mi vida. Cuando se acabó volví a mi triste realidad. Al llegar esa tarde a casa ya no soportaba más la sensación de querer estar con ella, de que ella supiera de mí, de, al menos, saber su nombre, ya que yo, el muy imbécil, no se lo había preguntado. Entonces, revisé exhaustivamente Facebook, en busca de algo que me acercara a ella; ni siquiera sabía qué carrera estudiaba ni por donde buscarla. Entonces, por azares de la vida la encontré. Se llamaba Fernanda y, sin pensarlo dos veces, la agregué a mis amigos de Facebook y le envié un mensaje privado. En el mensaje le dije que me disculpara por agregarla así no más, sin hablar con ella, pero que veía en su perfil que gustaba del cine, igual que yo, y que ambos íbamos a la misma universidad, 32

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aunque en carreras distintas; de todas formas, si no me respondía, seguiría igual de derrotado; ya no tenía nada que perder; pero esperar su respuesta, esa incertidumbre, me mataba por dentro, se comía las pocas energías que me quedaban, azotaba mis músculos internos y destrozaba mi cerebro. Mi sorpresa vino al recibir su mensaje de vuelta, tan amable. Me recordó, sabía quién era y ahora conocía de mi existencia, mi nombre. Incluso, le di mi e-mail para que habláramos por el chat; más tarde me agregó. Era viernes. Ella se conectó y charlamos un largo rato por internet; reímos de varias cosas y me pareció maravillosa, más de lo que la imaginaba. No sé qué impresión le habré causado aquella vez.

Día 4 Ahora que estoy aquí sentado, a la entrada de la universidad, con la maldita incertidumbre de no saber si va a venir, o si ya está en clases, no sé y no me esfuerzo por saber. No tengo ganas de entrar a mis clases, no quiero estudiar ni escuchar al profesor. No me gustan las cosas que antes me gustaban, ni siquiera tengo hambre, yo, que soy tan bueno para comer, hasta dejé pasar una hamburguesa e, incluso, rechacé una bebida. Me siento tan extraño, como nunca antes, y eso que cuando era chico creí estar enamorado varias veces. Pero esto es distinto, esto es tan extraño que parece irreal. Ella es única, es como si fuera el sol y la luna para mí. Yo sería capaz de entregar todo lo que tengo por ella, y el resto, lo inventaría. Sólo por verla sonreír. Ya un poco resignado, me voy a leer un rato a la biblioteca de la universidad. Abro un libro de Kant y empiezo a adquirir conocimientos, cuando ella aparece. Está acompañada de gente de su curso, sonríe como siempre y eso me basta para existir. La veo y creo 33

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que moriré por dentro. Me ve, pero al parecer no me reconoce. Creo que cortarme el cabello no fue tan buena idea. Después se acerca y me saluda, sí, confirmo todo lo que he pensado: ella es mi vida y no lo sabe, si ella desapareciera yo tendría que escapar al infinito, y como nadie sabe dónde queda, el remedio sería la muerte. Pero ésta no me alcanzaría para sufrir lo suficiente por ella.

Día 5 A veces por las noches me pregunto si es la primavera la que hace llegar el amor como muchos dicen. Dicen, la primavera es amor. Yo digo: no, es peor aún. Este sufrimiento no se me quita ni con los antidepresivos que tomo desde que estaba en el colegio; es que yo como siempre fui diferente, no sufrí de bullying por parte de mis compañeros, ya que me llevaba bien con ellos, pero sí por parte de mis profesores. Eran unas ratas asquerosas. El profesor de lenguaje me molestaba siempre, se reía de mí, tiraba tallas en mi contra siempre que podía. Estuve mal, terminé viendo a un psiquiatra hasta el día de hoy, que dice que no puedo dejar las pastillas durante cuatro años, sino, puedo recaer. Y no quiero. Porque ya lloré lo suficiente en el colegio por culpa de esos malditos profesores sin vocación alguna, cuyas clases son una ofensa a los sentidos; además son unos criminales, porque les roban los sueños a los estudiantes, y, en vez de incentivarlos, les traspasan sus frustraciones personales a los jóvenes, tratando de limitarlos, tal como ellos son. Es que yo siempre he sido inteligente, talentoso con la escritura. Tengo muchas ideas que fluyen por mis venas, que pasan por mi mente y, a veces, las dejo plasmadas sobre un papel. Quizás ese profesor de lenguaje era un envidioso, ya que ni con sus vagos estudios podría igualar mi innata capacidad literaria. 34

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Día 6 Fernanda aparecía siempre en mis sueños. No podía dormir tranquilo, me despertaba a cada rato en la noche y me ideaba algo para conversarle cuando la viera en la universidad. Me sentía tan tonto a veces, como si fuera un niño. Esto que me pasaba era un sueño y a la vez una pesadilla, porque los sentimientos eran preciosos, pero la angustia era tremenda y en ocasiones me superaba. Por momentos, cuando conversamos y la miro fijamente a los ojos, ella ríe. No soporta que la miren, me dice. Pero yo quiero seguir mirándola. Es que sus ojos son perfectos, esas pestañas tan bellas, que me hacen alucinar y las quiero para siempre. Y sus labios, sí, sus labios, qué no daría por ellos. Mi vida sería repetitiva, mi alma no alcanzaría y mi intelecto no podría, pues ya se lo ha llevado para siempre. Es que ella es tan perfecta; sólo si logro encontrar un detalle, tal vez deje de gustarme; y le he encontrado varios, pero me gusta más y más, secretamente.

Día 7 Hoy estoy camino a la universidad, estoy pensando en ella, como siempre, en todo momento, a cada segundo. Reviso mi celular a cada instante para ver si me ha enviado algún mensaje o si me ha llamado. Quizás ni me recuerde; pienso que tal vez no le importo y que ella apenas sabe de mí. Que no le intereso en lo más mínimo, y que al ser ella tan bella, debe tener unos mil idiotas que tratan de conquistarla con artimañas, de las más clásicas e irreverentes, pero que tal vez dan resultado. Eso era lo que más me aterraba, pensar que ella podía caer en manos de otro hombre; entonces ya no tendría más remedio que enfrentar la muerte, la que me salvaría por un instante de la tristeza que podría llegar a sentir. 35

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Estando en la universidad camino por todos lados, subo y bajo en busca de esos ojos que me hacen tanto daño. La encuentro y conversamos largo rato, charlamos estupideces, la hago reír y ella a mí también. Creo que nos llevamos bien, más de lo que yo esperaba. Me quedo pegado mirándola fijamente y me asusto porque creo que se da cuenta de mis intenciones; es que a veces soy tan evidente. Luego llegan sus compañeras de curso y se la llevan. La alejan de mí. Se despide con un beso en la mejilla que quisiera guardar para toda la vida y más allá, pero sé que Dios no me dejaría, porque es algo muy humano. Esta noche he pensado en ella como siempre lo hago. No tengo las fuerzas ni siquiera para imaginarme cosas con ella, para crear situaciones en mi mente. No, ya no puedo. El valor se me ha acabado. En la calle ya no puedo mirar a otras mujeres tan lindas que caminan. Antes las miraba todo el tiempo. Me siento agotado, creo que no tengo fuerzas, me siento concluido.

Día 8 Me parece esto parte de una película. Me conecto siempre al chat pero nunca la encuentro. Creo que ya no quiere hablar conmigo; me siento como una basura. Hoy le he escrito tres mensajes y no me ha respondido. ¿Acaso la estaré presionando mucho? Después que envío un mensaje, lo leo y me arrepiento tanto, pero ya se ha ido; el celular no tiene la culpa si lo golpeo, no le corresponde pagar por mis errores. Me siento horrible. Estoy enamorado, cada segundo que pasa la amo más y más. Me siento extraviado, mi alma se ha separado de mi ser. Adentro mío habita algo más oscuro que me hace quererla demasiado y sigo siendo incapaz de acercarme más.

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Día 9 La universidad me parece tan aburrida; trato de reír con mis compañeros, pero ya no puedo. Lo que antes era gracioso ahora no lo es. De pronto la veo pasar conversando con algún compañero y me pongo furioso, me siento helado, empiezo a tiritar y, sin razón alguna, me alejo. No quiero que me vea, camino hacia otro lado o subo las escaleras; ni siquiera me atrevo a recibir su saludo. Me siento como una rata, como ésas que roban comida y se esconden en la cocina de un restaurant. Soy horrible como persona, no sé qué hacer, la amo tanto que me desgarra la piel por dentro. Lo peor de esto es que sufrir es necesario para el amor. Amor sin sufrimiento no es verdadero amor. El amor debe costar horas y horas de puro dolor, ése que te ahoga, ése que te quita las ganas de vivir, ése que te agota por dentro.

Día 10 Hoy es un día especial, tengo que verla como sea, acercarme un poco más. Mañana será su cumpleaños y quiero darle algo especial. Pero sólo si me acercó hoy podré darle un obsequio mañana, sino voy a parecer un maldito psicópata regalando algo sin antes haberle hablado. Es que han pasado varios días sin verla, sin saludarla, ni siquiera por internet. Si supiera cuánto la amo se asustaría, de seguro no podría llevar este peso que yo cargo. No tengo ni las fuerzas para llorar por amor; hasta eso me ha quitado. Se llevó mi vida, todo mi ser. No la he visto, pero he chateado con ella, y me ha contado de su cumpleaños y de varias cosas más. Eso me basta para comprarle un regalo. ¿Qué tipo de regalo? No sé, pero se me viene a la mente un libro

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de Oscar Wilde. Es que lo he leído antes y me parece interesante, pero ¿a qué mujer le gusta la literatura? ¿Acaso ya he perdido la razón? Ella me ha dicho que le interesan estos temas, pero no sé si fue una broma.

Día 11 Este es el día de su cumpleaños, no sé cómo carajo le voy a entregar el regalo. Me he pasado la noche en vela planeando mil estrategias, pero ninguna es del todo convincente. Me siento absurdo, extraño. Tengo miedo; nunca antes lo había sentido, ni siquiera cuando sucedió el terremoto; ahí estuve más tranquilo y esperar la muerte fue menos doloroso que esta incertidumbre que ella provoca en mí. Estoy agotado. La veo, la saludo y le digo: “No me preguntes nada, pero aquí tienes: feliz cumpleaños”; le entrego el regalo y ella se asombra, lo recibe feliz y me sonríe. Eso basta para mí, la sonrisa que me ha dedicado. Es suficiente para morir hoy mismo, para pasar de esta vida a la otra, que ni sé cómo será; pero peor que esto, nunca. Le pido perdón por no poder charlar con ella, pero debo ir a clases. La maldita vida me consume, la realidad es otra y me marcho, la abandono.

Día 12 Estoy desesperado. Espero y espero, pero no me ha hablado en días. No la he visto en la universidad, ni me ha escrito en Facebook ni la encuentro en el chat. Me siento como un imbécil. Pienso que ya debe tener una relación con alguno de sus compañeros que se me ha adelantado y le ha pedido pololeo. Es que hay que ser realmente muy cobarde, como yo. ¿Y si me declaro? Si voy y le digo descaradamente que me gusta desde el primer 38

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momento que la vi, que cada segundo que pasa mi corazón le pertenece más y más, que ya no puedo seguir existiendo si ella está lejos de mí, que cada minuto mi ser se va apagando si no sé de ella. Que todo me parece triste y oscuro. Que estoy muriendo por verla. Que la amo y que la amaré en esta vida y en las otras que tenga que vivir. Pero si me declaro, pienso, y me dice que no, ni el suicidio sería una salida hábil. Estoy aterrado. Creo que se ha olvidado de mi existencia, ni siquiera me ha agradecido el libro, no sé si le ha gustado, si lo ha leído, si sabe por qué se lo di. Si tan sólo pudiera explicarle. Si ella supiera de todo esto que me está pasando, yo me sentiría en parte más aliviado, porque no estaría solo llevando esta carga. Pero es así. La vida es injusta y nos pisa la cara una y otra vez. Parece que veo a mi profesor de lenguaje burlándose de mí por esta situación, por esto que me pasa. El miedo no se aleja y parece una enfermedad; no la he visto hoy. Es mejor ir a casa y encontrar las fuerzas necesarias para llorar. Recuerdo la vez que vi en televisión el reportaje de un niño que vivía en el campo y viajaba varias horas para ir a su escuela en un pueblito olvidado, en un lugar que no perdona errores, como esos caminos ripiosos cercanos a los ríos, con puentes de madera y con un aroma a libertad que emana de la naturaleza. El niño se sacrificaba para asistir a clases, aunque no le gustaba, pero debía cumplir para después subir a un bote, pequeño y escuálido, para ir a casa. Y era feliz. Entonces hoy lo recuerdo y me pregunto: ¿por qué no puedo ser feliz si tengo todo lo que alguien podría desear?; una gran casa, una buena universidad, una gran vida, una hermosa familia. Pero no la tengo a ella; y si ella es todo, entonces, no tengo nada.

Día 13 Hoy me persigue el dolor de cabeza, parece que me he vuelto más fuerte y los medicamentos ya no surten ningún efecto sobre mí. Parece 39

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que todo cambia, me da pena, pero qué diablos, hay que andar, hay que seguir. Trato de resignarme, pero la sigo amando con una extraña fuerza que me impulsa al dolor. Enciendo el computador y veo que está conectada al chat. Le hablo y charlamos un largo rato, luego me dice que nos encontremos en la universidad más tarde para conversar. Yo feliz, vuelo en una nube. Me parece un sueño, me golpeo, pero es real. Llego a la universidad bastante alegre, saludo a mis compañeros que están a la entrada, incluso comparto una risa con ellos. Veo a un profesor que se está acercando, lo saludo y le pregunto por la materia del examen. Me siento completo, me encontraré con ella y eso es todo lo que necesito para ser feliz, sí, hoy le diré lo que siento. Mientras camino a nuestra junta por el pasillo, pienso que le diré que la amo desde que supe que existía, que al verla por primera vez me volví loco, que la demencia es algo anormal, pero que con ella completo mis sentidos, porque no es mi media naranja, sino mi naranja entera. Es la que me hace seguir siendo hombre, humano. Voy con una sonrisa, esperando encontrarla para declararle mi puro amor. Al doblar por el pasillo, la veo conversando con un hombre. No sé si será un compañero de ella, pero el corazón se me detuvo por un instante, un malestar recorre mi cuerpo y me baja por la espalda un escalofrío. Ella está de espaldas a la pared y sostiene unos cuadernos en sus manos. El hombre, galante, apoya un brazo sobre la pared y cada vez se le acerca más y más. Yo me siento muy nervioso. Desconozco lo que conversan, pero ella suelta una risa mientras él se le acerca, y ambos se besan apasionadamente. Ella sonríe y él se va caminando hacia el final del pasillo; mientras, la chica camina hacia mí. Yo, ya perdí el sentido. No soy capaz de reaccionar, me sonríe y no le digo nada. Trata de darme un beso en la mejilla para saludarme y la esquivo. Me pregunta si algo me pasa. Sin decir nada, me agacho, recojo los pedazos de mi corazón que están en el suelo y me voy a clases. 40

El señor Loro y la señora Lora “A veces siento que la vida nos consume, lentamente, de una manera degradante, y tan humana, que llega a dar pena”

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l señor Loro y la señora Lora vivían juntos desde hace diez años. El Loro fue el primero en llegar a la casa, por petición del niño más pequeño de la familia que insistió tanto que compraron el ave. Él tenía una risa impecable, imitaba con una gracia inigualable a la dueña de casa, como si supiera que tanto los hacía reír; adoraba esos momentos en los que la familia se reunía a su alrededor para conversar y disfrutar largas horas. Después de dos años con la familia, llegó la Lora. La compraron en La Vega Monumental a un hombre con aspecto de traficante que jamás volvieron a ver. Para ese entonces les costó como quince mil pesos, una cifra irrisoria en la actualidad. Cuando la Lora llegó a la casa fue toda una función. Todos esperaban expectantes la reacción del Loro. Él se sorprendió bastante con su llegada a la jaula, pero con una apacible amabilidad la invitó a comer maravilla y unas galletas caseras que guardaba desde hace tiempo para una ocasión especial. Durante horas revolotearon las alas, se bañaron en la fuente con agua y rieron como si se hubiesen conocido de toda la vida. Extrañamente, y con cierta picardía, la Lora besó al Loro aquella tarde; como sus mejillas ya eran rojas, no se ruborizó. 43

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Ellos veían como la familia transcurría con su cotidiana vida día a día. Su jaula era pequeña, pero estaba cerca de la puerta principal, por lo que cada vez que alguien pasaba por allí los saludaba amablemente y, en ocasiones, les daban galletas. El señor Loro y la señora Lora se entretenían juntos. Eran tal para cual; con el paso del tiempo la familia los fue dejando de lado, ya no les prestaban tanta atención y sólo la nana limpiaba su jaula, les daba de comer y, a veces, cuando no tenía tanta ropa que planchar, se sentaba cerca de ellos a leer una revista y les conversaba vagamente. El que fue niño ya era adolescente, se preocupaba mucho de tocar guitarra y ya ni los saludaba. El marido trabajaba todo el día, sin embargo llegaba a almorzar, dormía en el sillón y se iba nuevamente al trabajo sin despedirse de ellos. La esposa, la que tanto reía con ellos y de la cual el señor Loro imitaba su risa, ya no tenía tiempo y no les hablaba nada. Los Loros se sintieron apenados con el paso de los días, hasta que oyeron el rumor de la familia: les construirían una jaula más grande, con forma de casa. Los Loros se pusieron felices, tanto que decidieron tener descendencia y formar una familia, la que nunca pudieron concretar, aparentemente por una enfermedad de la señora Lora. Pasaron siete días y la jaula nueva estaba lista. Era color rosa, tenia malla por los costados, un techo con vigas a la vista, una gran fuente con agua, palos para pararse en distintos lugares y lo mejor de todo era el entretecho, que contaba con una división magnífica que servía como habitación matrimonial. Los Loros estaban felices. El único problema era que la casa estaba en medio del patio. La instalaron ahí por motivos que desconocían; así que ya no estarían cerca de la puerta principal y sería aún más difícil compartir con la familia. Los primeros meses fueron fantásticos, la casa era maravillosa y única. Nunca les faltaba comida, pero con el paso del tiempo la casa se fue deteriorando; ya ni la nana se preocupaba por ellos. Durante el invierno los loros tuvieron que soportar fuertes lluvias y el techo de su casa se destrozaba lentamente. Ya para el verano la malla estaba muy 44

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oxidada y tenía grandes huecos. Incluso, en ocasiones, por allí irrumpían violentamente los gorriones en busca de su preciada maravilla. En la familia ya nadie tenía tiempo y al estar tan alejada su casa, los loros fueron perdiendo la risa que los caracterizaba. Llevaban diez años juntos. Una fría noche la señora Lora le confesó un sueño al señor Loro: le dijo que anhelaba tener una hoja de maravilla, que esos pétalos amarillos la volvían loca, que su color era precioso y quería tener una con todo su corazón. El Loro vio en sus ojos una pasión única y sintió que era su deber hacer realidad el sueño de la señora Lora. Ambos se durmieron aquella noche. El señor Loro, que siempre despertaba temprano, decidió salir de la jaula para ir en busca del pétalo de maravilla amarilla. Logró escabullirse por un agujero de la malla oxidada y voló como nunca antes; se sorprendió de lo rápido que era. Dio varias vueltas, sobrepasó a las golondrinas y desde el aire contempló a los humanos. Después de estar bien alejado de su casa, cerca de un bosque encontró la ansiada maravilla. Era resplandeciente, el sol reflejaba en ella todo su amarillo magnífico. El Loro rió de felicidad, se posó sobre ella cuando escuchó un gran estruendo y un postón atravesó su corazón. Lo único en lo que pudo pensar fue en la maldad de aquellos niños que le dispararon por un simple capricho. Recordó entre lágrimas a la señora Lora y se desplomó. En la jaula, al despertar la Lora se asustó al no ver al señor Loro. Aleteó con fuerza y voló desesperada en círculos. Tenía un mal presentimiento. Salió por un agujero de la malla, se elevó hasta la cúspide de un pino tratando de hallar al Loro. Preguntó a las demás aves si lo habían visto, pero nadie respondió. Regresó a la casa y encontró en el patio a un grillo. Descendió para preguntarle. Mientras hablaban llegó el auto del niño que fue adolescente y ahora adulto. Venía con el volumen de la música tan fuerte que la señora Lora se asustó y no pudo escapar del neumático que la despedazó en unos segundos. El joven bajó del auto, entró en la casa, se sentó en el sillón y encendió el televisor. 45

¿Asesinato u homicidio? Y de cómo una mujer puede cambiarlo todo “La tolerancia es lo que mueve al hombre, debe mantenerlo sereno ante todo, pero a veces, la única solución es matarlos a todos”

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a no tolero más esta situación, odio el colegio. No quiero ir a clases. Todos los días es un suplicio soportar a mis compañeros. Me molestan siempre, día tras día. Son estúpidos. Sufro de acoso escolar, conocido como bullying. Lo que más me molesta es que el colegio no hace nada, mis padres han hablado en reiteradas ocasiones con el director y los profesores, ellos dicen que van a tomar medidas pero nunca ha sido así. Este matonaje del cual soy víctima ya me tiene al borde de la locura. La orientadora del colegio me dice que debo ser fuerte, que ya me faltan dos años para salir del colegio, pero yo no puedo esperar tanto tiempo. Cada día se vuelve oscuro y no puedo salir para ver la luz. Esto es tan terrible que no se lo deseo a nadie. Por las mañanas, cuando me levanto para ir al colegio, siento que me asecha un escalofrío por todo el cuerpo, que se apodera de mi alma. Odio a mis compañeros y voy a matarlos a todos. Sí, lo haré. Llevo varios días planeando cómo hacerlo y estoy seguro de las tácticas que voy a usar; ahora mis dudas son si será un asesinato o un homicidio. Tengo un cuaderno en el que anoto todo lo que pienso referente al asunto. Ellos son los culpables de todo, por lo que podría alegar la legítima defensa para que sea un homicidio justificable; esto, claro, si los mato cuando me estén molestando y golpeando. También he 49

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pensado en un homicidio involuntario; he investigado en internet las leyes para ver cuál me conviene más. El que no me ayuda mucho es el asesinato, conocido legalmente como homicidio calificado, ya que ahí podrían juzgarme e ir a prisión; pero igual, tengo un plan “B”, una salida rápida, que es suicidarme luego de matarlos a todos. Podría ser una escapatoria, pero primero voy a disfrutar verlos sufrir. En una ferretería he comprado un cautín eléctrico, cinta adhesiva ploma de gran resistencia y algunas amarras de cables, de esas grandes. Pretendo atarlos, taparles la boca y cauterizarlos lentamente. En un bazar he comprado una aguja de costura y una serie de hilos de diferentes colores; quiero coserles la boca y los dedos. También fui a una farmacia y compré guantes de látex y una jeringa con una enorme aguja; ya veré qué puedo inyectarles. Ya tengo todo listo para ejecutar mi plan y espero que todo funcione según lo esperado; lo importante es seguirlo al pie de la letra, para que resulte perfecto. He navegado por internet revisando crónicas y reportajes de asesinatos masivos ocurridos en otros países, para inspirarme un poco. Creo que esto me ayudará como enseñanza. Hoy martes llego a la sala de clases como un día normal. En mi mochila traigo todas las cosas que he comprado. He agregado unos cuchillos que tomé de la cocina de mi casa, una sábana, una botella de agua, unas bolsas y la pistola que papá guarda en su caja fuerte; debería él haberlo pensado mejor, antes de poner una clave tan fácil como su fecha de nacimiento. Comienza la clase de matemáticas, tan aburrida como siempre. Los idiotas de Jaime, Jorge y Mario me molestan como siempre, me lanzan papeles por la cabeza y se burlan de mí. Además está el resto del curso que se ríe de todo lo que pasa y el profesor no hace nada para evitarlo. Cuando suene el timbre para salir a recreo, seguiré al profesor, que irá al baño de docentes que está al final del segundo pasillo, donde no va nunca nadie; esto lo sé porque he estudiado sus pasos durante varias semanas, y seguiré las anotaciones de mi cuaderno al pie de la 50

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letra. Con mi mochila me acercaré sigilosamente. Él va a estar orinando y yo lo abordaré por la espalda, lo voy a empujar y golpear fuerte, y luego comenzaré a asfixiarlo con una bolsa, mientras le doy patadas por todo el cuerpo; cuando vaya perdiendo la fuerza, lo soltaré, y con una amarra de cables le ataré las manos y los pies; después lo sentaré sobre el inodoro, le daré leves golpes en la cara para que recupere la conciencia; cuando despierte me verá asustado y me pedirá que no lo mate. Es un excelente plan. Soy un genio. Más tarde, espero que mis compañeros lleguen a la clase de gimnasia; cuando estén cambiándose en los camarines me pondré los guantes de látex, tomaré el cuchillo y exterminaré uno por uno a los estúpidos de Jaime, Jorge y Mario; les arrancaré las entrañas poco a poco y bañaré con su sangre los camarines. Es un magnífico plan. Luego iré a la oficina del director y en una bolsa llevaré el corazón de Jorge, que es el más molestoso de todos y se lo pondré sobre la mesa. Al verlo quedará perplejo, sacaré la pistola y me suicidaré en su presencia. Esto es tan maravilloso, mi plan es macabro, pero sólo un genio podría ser capaz de crear tamaña obra artística. En tiempos venideros se hablará de mí. Estoy atento a la hora, siento un poco de nerviosismo, pero si sigo mi plan al pie de la letra no tengo por qué fallar; espero que mi familia me perdone, pero ellos ya saben que me han molestado durante tanto tiempo y nadie ha hecho nada; estoy tan abandonado, las leyes no me protegen, el colegio se hace el sordo y los profesores son tan culpables como los que me molestan, porque dejan que todo suceda como si nada. Estoy mirando mi reloj, cuando algo muy inusual ocurre: alguien toca la puerta y entra una compañera que llega atrasada. Es Carolina, una compañera que tengo desde muy chico. A ella no voy a matarla, pero me habla. Me pide permiso para sentarse al lado mío y yo le digo que no hay problema. Mientras tanto, los estúpidos de siempre no me 51

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lanzan papeles y quedan atónitos viendo y preguntándose, igual que yo, por qué ella se ha sentado a mi lado. Carolina se acerca, me mira fijamente y me toma de las manos. Dice: “Me gustas desde que éramos niños, jamás te lo dije, pero hoy me levanté en la mañana y estaba pensando en ti, estuve a punto de ser atropellada por un auto que se pasó un signo PARE, y en ese instante, mientras caminaba al colegio, me prometí que te lo diría, que no moriría con esto dentro de mí”. Yo estaba paralizado, no sabía qué decir. Ella realmente es atractiva, comencé a tartamudear y me puse rojo como un tomate, incluso más. A mí me gustaba, pero qué haría yo, que desde chico la sigo, me encanta, me paraliza, me mueve todos los sentidos, pero no sabía qué decir; ella se sonrojó y me besó en la boca. Yo me elevé. Sentí un escalofrío, pero no era de ésos que me helaban cuando planificaba la forma de matar a mis compañeros de curso: era distinto, amable, cariñoso y me gustaba. Cuando soltó mis labios, nos miramos fijamente y sonreímos. Los idiotas que me molestaban quedaron con la boca abierta. Sonó el timbre para salir a recreo, la tomé de la mano, caminamos por el patio, nos sentamos en el pasto, nos abrazamos y besamos nuevamente. Esa tarde, al llegar a casa guardé rápidamente todo lo que había sacado, incluso la pistola de papá. Quemé el cuaderno donde tenía mis más perversos planes y me recosté aquella noche con una extraña sensación. Al día siguiente, fui al colegio y le pedí a Carolina que fuera mi novia. Se ruborizó y aceptó. Hoy no me molestaron mis compañeros; mis profesores siguen ignorándome como siempre. Y ahora tengo respuesta a mi pregunta: ni asesinato ni homicidio. Sólo podría morir yo y sería por ella.

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Carta de Juan Utrera dirigida a su amigo el Gorrión Azul. Fechada seis meses después del 27 de febrero de 2010 “Lo más terrible, es que lo viví”

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Bío—Bío, 27 de agosto de 2010

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e imaginas el sol de noche?, ¿te ha pasado que sueles ver en medio de la oscuridad algo tan claro que tus sentidos te engañan y te hacen creer que es el alba que aparece lentamente dando paso a la luz del día? Cuántos hubiesen querido sentir aquello. No para sí mismos, tal vez para salvar a los caídos, ésos que no regresaron jamás y otros cuantos que no despertaron y que en medio de sus pesadillas, como en un ensueño, se fueron lentamente. Tal vez si hubiesen tenido el poder, ciertos hombres habrían salvado de las aguas, ésas que entraron de varios golpes, azotando todo a su paso, despedazando hasta lo más sublime e indeleble, aquello que a gritos pedía piedad. Y esos árboles, como olvidar aquellos árboles que sortearon las olas, que firmes sujetaron la tierra con sus raíces de antaño, mientras sobre ellos se posaban los hombres endebles que con lágrimas que pesaban en sus mejillas miraban al cielo y recordaban a un Dios que probablemente creían los estaba castigando. Muchos de los que conocí se sintieron abandonados; los más pequeños gritaban y chillaban. Sus padres ya no estaban, se habían ido, quizás dónde. Esa noche fue eterna, no amanecía nunca. Como si el jefe hubiese querido que así pasara todo, como si nuestra madre en baja templanza hiciera esperar al sol para que todos se vieran agobiados y recuperaran 55

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la conciencia y que este golpe, del que eran partícipes, sirviera de algo, de mucho. Estimado amigo, yo recuerdo ver todo pasar. Fue tan duro para aquellos hombres. Yo dormía, igual que todas las criaturas aquella madrugada. Desperté con el ruido aterrador, similar al de un buque que sale de la mar para empujar su cuerpo contra el muelle. Cuando vino el sismo sentíamos que estábamos por caer. Unos volaron, otros corrieron, se agitaron los corazones mientras sentíamos que todo estaba por terminar. Fue duro, más de lo que pensé que me tocaría vivir. Estuve observando mientras los hombres corrían, se alborotaba el ambiente y todos sufrían antes del impacto. Mientras seguía temblando, todos corrían a las montañas, a las alturas. Otros no eran capaces de mantenerse en pie, y esto fue un indicio, por naturaleza el ser vivo sabe que de no mantenerse en pie viene un tsunami, una ola tras otra que va a devastar las costas. Y así fue. Mis amigos y yo volamos rápidamente al cerro más cercano; todos iban muy asustados, los niños buscaban a sus padres perdidos entre la multitud; todos pensaban que era el apocalipsis, el fin de nuestro tiempo. Amigo, te digo, si lo hubieras visto, te habrías aterrado. Una vez en el cerro, muchos estaban de rodillas gritando y llorando, miraban al cielo y pedían una explicación; otros se golpeaban el pecho, y los de abajo no entendían qué ocurría. En un momento, cuando todo cesó y por un segundo vino la calma, uno de los presentes logró sintonizar una emisora de radio. El hombre que hablaba por el parlante llamaba a la calma, decía que Chile estaba preparado, que no era tan grave y que habían muerto cinco personas hasta ese momento, víctimas de los derrumbes de casas antiguas, ésas que visitábamos a veces, ¿recuerdas? También decía que habían hablado con una oficina nacional de emergencia y un servicio oceanográfico de esos de las fuerzas armadas, y que todos aseguraban que no habría maremoto, que mantuvieran la calma. Hicieron esa noche, amigo mío, un llamado a la paz y tranquilidad. Yo seguía preguntándome ¿por qué? Sentía en el cuerpo esa extraña sensación escalofriante que me decía que aún 56

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faltaba algo más y así fue. Cuando habló un personaje del gobierno por esa radio y dijo que las personas que vivían en las costas regresaran a sus casas porque no había riesgo de tsunami, todos se abrazaron y sonrieron mientras comenzaban a bajar. Otros más incrédulos, escépticos, se mantuvieron ahí esperando el amanecer. Fueron sabios. Yo tampoco creí, pues mi instinto y el de mis amigos me decía que algo no andaba bien. Nos elevamos y vimos a los hombres caminar hacia sus casas, cuando un ruido ensordecedor paralizó a la multitud y una ola enorme, que jamás había visto, los azotó y fulminó a todos. Los hombres que desde el cerro veían lo que pasaba, en la oscuridad de la noche no distinguían bien, pero culpaban al hombre que habló por el parlante de la radio, el que dijo que no pasaba nada. Yo no entendía bien qué estaba sucediendo, pero entre tanta oscuridad vi la valentía humana, el coraje, el corazón en todo su esplendor, un gesto de bondad, el de aquel hombre que con su caballo rescató a varias personas de las aguas enfurecidas. El caballo no era tan grande y se veía asustado, pero creo que entendió que debía hacerlo y se atrevió. El hombre lo montó y corrieron por las orillas buscando sobrevivientes. Rescató varios; nosotros lo seguimos en todo momento y lo vi junto a mis amigos desde la altura, ya que allí era más seguro. Ese humano salvó vidas. Logramos ver a uno que otro niño que gritaba aferrado a un árbol, y a otros agarrados a las rejas de sus casas que ya dobladas parecían resortes. No sabíamos cómo ayudar; nosotros no estamos hechos para este tipo de desastres. Tal vez por ese hombre que salvó a varias personas, la humanidad aún tiene esperanza, te lo digo en serio mi amigo. Tú a la distancia me entenderás. Porque él arriesgó su vida para salvar hombres y eso no lo había visto antes. Cuando las olas dejaron de azotar las costas y el sol apareció iluminando todo, junto a mis amigos recorrimos el lugar y estaba todo tan destruido que no me atrevo a describírtelo por carta. Eran sólo ruinas de lo que alguna vez fue. Nos fuimos a otros lugares volando, para ver qué había pasado y llegamos hasta una zona que los hombres 57

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denominaron cero. Había un edificio partido por la mitad, donde se trabajaba arduamente con una serie de equipos que jamás había visto, para sacar a las personas atrapadas en su interior. Amigo, ¿recuerdas el puente viejo?, ése por el que paseábamos cuando venías, ya que ahí no nos molestaba nadie y podíamos charlar y ver el río durante largas horas. Bueno, ya no está. Fue como jugar a derribar el dominó. Cayeron uno tras otros sus pedazos durante el terremoto. Me dio tanta pena, porque me acordé de nosotros y nuestros paseos. Seguí un largo rato recorriendo la zona, para ver la magnitud de lo ocurrido. Me impresionó todo lo que vi. Las calles de mi ciudad estaban destruidas, muchos edificios a punto de caer y algo extraño ocurrió. Los hombres nunca han sido malos ni buenos, porque han tenido la opción de elegir qué quieren ser. Pero esa tarde y los días siguientes, como no había luz eléctrica la oscuridad me recordó la selva. Saquearon todo lo que pudieron y más. Entraron a las tiendas y robaron todo lo que había, quemaron y destrozaron, se enfrentaron a la policía y a los militares, no les importaba nada, no querían una reconstrucción de la ciudad, querían más caos. Una tierra sin ley. Se peleaban por el agua, después robaron televisores, eso lo recuerdo claramente y me pareció entonces demente robar un televisor y una lavadora si no había electricidad. Estos humanos, amigo mío, nunca dejan de sorprendernos. Sufrió tanta gente. Espero que puedas venir a visitarme pronto, para conversar más. Te cuento que ya he encontrado un lugar nuevo para pasear. Sea como sea, han pasado más de seis meses desde que sucedió el terremoto. Saludos a toda tu familia, mi amigo. Se despide. Gorrión Juan Utrera Kerbeck Concepción Chile 58

Coke y Pelusa “Un héroe no siempre lleva un disfraz bajo su vestimenta, muchos nacieron con él puesto, sólo que le llaman piel”

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oke le dicen sus amigos, aunque se llama Jorge. Es un niño de pelo corto, algo colorín; tiene unas diminutas pecas en la cara, sus ojos son tan azules como el resplandor del cielo que se logra ver al amanecer en el sur del mundo; sus piernas son tan flacas, que apenas son capaces de sostener su pequeño cuerpo. A Jorge le encantan los animales, pero cuando era pequeño sus padres le prohibieron tener una mascota. Decían que no era bueno para un niño tener un animal, porque éstos estaban llenos de virus y enfermedades, además hacían sus necesidades en cualquier lugar. Su padre, político, no tiene mucho tiempo para estar en casa. Viaja por Chile y el mundo, da conferencias y asiste a muchas reuniones. Coke lo ve sólo algunas veces en la mañana cuando se levanta para ir al colegio, ya que en la noche su padre llega tarde, incluso en la madrugada, o a veces no llega. Durante las vacaciones de invierno, Coke piensa que podrá pasar más tiempo con él, quizás salir a jugar como lo hacen los otros niños, o ir al cine a ver alguna película. Le encantaría ir al mall a jugar en esos fantásticos juegos de autos chocadores. Pero la realidad es otra: su padre salió de viaje y su madre está demasiado ocupada en reuniones sociales y en la peluquería, donde pasa la mayor parte del tiempo. 61

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Al ver que no tiene muchas opciones, un sábado se levanta a caminar por las calles de su hermosa ciudad. Las Condes es una comuna preciosa para él; vive ahí desde niño. El aire en el sector es cálido. La mañana es adecuada para salir a caminar; el aire fresco enfría sus mejillas y los árboles se mueven al compás del viento, pacíficamente. Camina por un largo rato, hasta que llega a un lugar donde no ha estado antes: son calles desconocidas. ¿Cuánto caminé?, se pregunta algo desconcertado. La calle está algo desolada. Un auto negro se detiene cerca de la acera, junto a un árbol decaído por el tiempo. Coke piensa que deben ser las personas que trabajan con su padre, ya que siempre andan en ese tipo de autos “misteriosos”. Su padre siempre está acompañado por unas personas vestidas de traje negro que lo resguardan. Hay ocasiones en las que llegan a ser muy molestos, porque permanecen todo el día en su casa y no los dejan tener intimidad como familia. Se acerca para ver bien a las personas dentro del auto y preguntarles cómo regresar a casa, ya que se extravió por lo mucho que ha caminado sin rumbo. Un hombre baja del vehículo, viste pantalones blancos y una camisa entreabierta que le deja ver una cantidad excesiva de pelos en su pecho; trae un collar tan enorme que le llega hasta la cintura; lo más extraño es que usa barba, pero es completamente calvo y tiene una cicatriz en la cara que le atraviesa parte de su nariz deformada. Se quita unas gafas bien oscuras y dice:—“Disculpa niño, ¿tú vives por acá cerca?”, mientras masca chicle con la boca abierta.—“Sí señor, ¿por qué?”, responde con algo de inocencia el muchacho.—“Ocurre que . . .” y antes de terminar la frase, otro hombre que se ocultaba tras el árbol, se abalanza sobre Coke lanzándole una enorme sábana sobre la cabeza, con la cual lo cubre completamente. Los dos hombres toman al niño y lo meten al maletero. Entre forcejeos y gritos, Coke no pudo hacer nada. Todo era oscuro; no escuchaba nada más que el ruido del motor. Asustado, logra quitarse la sábana y se da cuenta que está dentro del 62

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maletero de un auto. El lugar es bastante estrecho; al tocar la superficie se percata que está sobre una especie de alfombra. A tientas toca alrededor y se ensucia las manos con algo que parece grasa, la cual limpia rápidamente sobre su pantalón. Su respiración es cada vez más agitada, siente que el aire se le está acabando a cada instante con mayor rapidez. Se siente mareado y, dando un suspiro, se desmaya. Luego de unas horas de recorrido, el auto se detiene. Los dos hombres abren el maletero y ven que Coke está inconsciente. Entonces, uno dice:—“Lo sacamos ahora y lo escondemos”.—“No”, responde el hombre calvo,—“mejor lo dejamos acá un rato. En la maleta no molesta. Veamos qué vamos a hacer”. Minutos más tarde, Coke percibe un brusco golpe; asustado, no sabe qué ocurre. Vuelve a oír un segundo golpe, pero más fuerte. Ahora escucha un gruñido. Espantado, se queda sin movimiento alguno, conteniendo hasta la misma respiración. Escucha sobre el maletero un fuerte ladrido, y un tercer golpe, que logra abrir el maletero. La luz del sol penetrante destella en la oscuridad. Coke se tapa los ojos con una mano, para poder distinguir algo. La luz del sol es demasiado fuerte. Levanta la cabeza y no ve a nadie alrededor. Mira hacia abajo para salir de la maleta, cuando ve una gran cabeza, con orejas largas, lengua jadeante, patas majestuosas y pelo blanco con manchas café. Es un perro San Bernardo. Por un momento a Coke se le olvida todo lo malo que le ocurrió, y emocionado sale del maletero y abraza al perro, quien mientras agita su cola emocionadamente, le pasa la lengua por la cara dejándole una gran mancha de baba por todo el rostro. El perro trae una cintita rosada sobre su oreja izquierda y abajo un collar que dice “Pelusa”.—Es una perrita-, piensa Coke, y muy feliz la acaricia. Sólo pasan unos segundos de felicidad, cuando recuerda lo ocurrido. Piensa rápido qué debe hacer para escapar. Cierra la maleta, mira alrededor y ve la calle muy sucia y con mal olor. El auto está estacionado en un callejón viejísimo, como Santiago mismo. En la 63

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esquina de la calle dice, Gabriel de Avilés. Mira los edificios, que son tan antiguos, en los que abunda ropa tendida fuera de las ventanas. Hay un lugar que dice “La Piojera”, del cual vienen saliendo los hombres que lo tenían secuestrado en la maleta. Asustado, sale huyendo, mientras Pelusa, jadeante, lo acompaña moviendo la cola. Corre y corre sin mirar atrás. Un olor putrefacto comienza a ser percibido por Coke, acompañado de la música instrumental de unos trompetistas que se encontraban bajo un imponente león, junto a dos damiselas y a unas letras que dicen: “Mercado Central”. Piensa en entrar corriendo, pero un anciano le advierte que no se puede ingresar con animales. “¿Quién será el animal?”, se dice a sí mismo el niño. Atemorizado, sigue corriendo. Pasa por las afueras de un supermercado. El olor a vino es extremadamente potente en la calle Diagonal Cervantes. Él y Pelusa se refugian en una esquina y se tienden sobre el suelo a descansar. A Jorge le llama la atención el dibujo de un viejito gordo, pequeño, vestido de blanco, con los brazos extendidos como si estuviese esperando para abrazar a alguien. Se pregunta:—¿Quién será este Dr. Simi? Pelusa jadea y jadea. Deben seguir; logra divisar en la calle de enfrente un centro de seguridad e información de la municipalidad, se acerca, pero está deshabitado; le recuerda las películas del Lejano Oeste, pues parecía un edificio fantasma. Ve una gran Iglesia del otro lado de la calle, pero sigue caminando y llega hasta el puente Fray Andresito, ve el Mapocho y entiende el porqué del mal olor. “Si el río hubiese tenido suficiente agua, me habría lanzado”, pensaba Coke, que es un buen nadador. Unos ruidos que provienen de la calle A. López de Bello de personas gritando, caminando y corriendo, le llaman la atención. Se acerca en compañía de Pelusa para ver qué ocurre. Hay una inmensidad de tiendas esparcidas por toda la calle, comercio ambulante, locales de comida, tiendas de ropa y otras difíciles de describir. 64

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Es Patronato, mítico lugar del que Coke sólo había escuchado hablar en la televisión, cuando en las noticias han mostrado los asaltos que ocurren allí. Una revista titulada “El Guachaca” cuelga de un kiosco. Coke la ve y no entiende el significado de la palabra, por lo que piensa que ha de ser una revista extranjera. Mientras camina, todas las personas a su paso le ofrecen cosas, ropa, artículos electrónicos, celulares, guantes de invierno y una infinidad de extrañeces. Acobardado, sin conocer el lugar donde se encuentra, decide buscar a algún carabinero para pedirle ayuda. Mientras se abre paso entre la multitud, ve al hombre que lo secuestró caminando con una mirada penetrante, buscando entre los transeúntes. Coke, muy inteligente y astuto, entra rápidamente en el centro comercial Recoleta. Pelusa, que jadea y jadea, siempre se mantiene con él. Caminan un rato por el lugar y ven las tiendas y a las personas, hasta que un guardia los invita a retirarse, porque allí no se permiten animales. Sale de la galería con algo de miedo, se aleja rápidamente, corre y corre desesperado. Llega a un lugar, que no sabe si se encuentra en Asia o en Chile: chinos y coreanos abundan en el sector; el comercio es su fuente de vida, el elixir del cual no dejan de beber. Todos cuentan rápidamente el dinero y lo guardan celosamente en bolsillos ocultos entre los pantalones. Se oye muchas veces la frase “¡No tocal! ¡No tocal!”, cuando la gente trata de acercarse para ver algún objeto; en ocasiones, cuando algunos compradores tratan de probarse la ropa, sale algún chino gritando: “¡No probal, sólo lleval!”. Coke comenzaba a alucinar con el lugar; de un momento a otro encontró que el ajetreo era maravilloso. Pelusa, quien continúa resoplando, comienza a ladrar muy enojada en dirección a la multitud. Algunos se dan vuelta asustados y otros deciden caminar más rápido. Coke logra ver al hombre calvo con el gran collar acercándose. Ya lo había encontrado, todo se había acabado. Al hombre le cuesta avanzar entre tanta gente que hay, saca un arma y hace un disparo al cielo. Los transeúntes se ocultan y algunos lanzan 65

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gritos despavoridos. Una sirena se oye venir a lo lejos, al más puro estilo hollywoodense. Coke corre apresurado junto a Pelusa, mientras unos disparos cruzan por sus espaldas; llegan hasta las afueras de la iglesia, a la cual tratan de entrar, pero las puertas están cerradas. Corre y ve que el secuestrador calvo está demasiado cerca, se detiene a una cuadra de distancia, ya sin gente de por medio, porque todos han huido. Se miran fijamente, el hombre le apunta y dispara. Recuerdos de su niñez, encuentros familiares y momentos en el colegio pasan por su mente en sólo milésimas de segundo; recuerda a su padre y siente mucho deseo de estar con él en este momento. Cuando gira la cabeza, ve que Pelusa viene saltando sobre él. Se escucha un gemido aterrador y ambos caen al suelo. Jorge ve a Pelusa envuelta en sangre. Ve al secuestrador cruzar la calle corriendo, cuando un bus del Transantiago se pasa un semáforo en rojo y lo atropella, dejándolo estampado en la acera, mientras la sirena se oye venir cada vez más cerca. Como buenos chilenos, los peatones se acercan, y forman un círculo alrededor del accidentado, para ver lo que pasa. Coke, mientras tanto, con dificultad toma a Pelusa entre sus brazos manchados de sangre, no puede levantarla por su excesivo peso y mirando al cielo con sus ojos llenos de lágrimas ve brillar una luz entre tanta oscuridad. Días más tarde, la gente del sector comentaba lo ocurrido. Nunca se supo con claridad toda la historia, ni el porqué del secuestro. Sólo se escuchó, desde entonces, comentar en Patronato, la historia del niño que fue salvado por un ángel, que así como cayó del cielo, volvió a él. En memoria a mi perra pelusa.

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De Mónica y su locura “Lo único trascendental en una investigación, son los testigos clave”

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Los siguientes testimonios, son extraídos de las declaraciones que entregaron los testigos a la policía, con motivo de una investigación realizada por un presunto hurto. Declaración de la secretaria:

L

a señora Mónica era una persona normal. Trabajólica, era supervisora general de la empresa. Su oficina era estrecha, su escritorio era bastante incómodo, sobre todo con lo gordita que es ella, le costaba demasiado sentarse. Yo creo que pesaba como unos 150 kilos; no sé por qué no llevaba una dieta. Su quehacer era sencillo: vigilar que los trabajadores cumplieran sus deberes y que todo se desarrollara en perfecto orden. Ella era bien metafísica para sus cosas. En su escritorio tenía miles de papelitos pegados con frases como: “Soy la mejor”. “Mi trabajo es lo mejor”. “Soy la número uno”. Según ella, esto le daba fuerza y energía para el día a día. Ella solía contarme muchas cosas de su vida y yo me sentía tan afortunada; a veces me hacía alucinar con las historias de sus viajes a París, junto a su esposo, por esas maravillosas tiendas de ropa, con los perfumes franceses más caros que su marido le regalaba; es que ellos 69

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eran tan pudientes. Nunca sospechamos nada de lo que iba a pasar. Como le digo, parecía buena persona. Declaración del supervisor en jefe: Mira, como te digo, todo se dio de una forma bien natural. Yo no sabía que Mónica era casada, o sea, sí lo sabía, pero no me importaba, porque ella era tan especial. Era una belleza de mujer, su cabello me volvía loco. Seguramente porque era algo gordita fue una transición fácil para mí. Era la primera mujer con la que estaba, después de pasar toda mi vida con hombres, en la oscuridad del clóset. Ella logró despertar toda mi feminidad y me volví una loca. Disculpa, un loco. ¿Puedes borrar eso último? No quiero que mis superiores sepan que soy homosexual. Declaración del chofer: La siñora Mónica era bien rara pa sus cosas, pa’qué voy a mentirle. Ella tínia esa miráa penetrante, que parecía que a uno lo iba a volverlo loco. Ella empezó con la idea de que armáramos una agrupación de losotros los trabajaores pa’poer sacarle más plata al jefe, pero no se ná más yo. ¿Me va a darme café o no? Declaración del Ingeniero: No sé cómo explicarle bien las cosas. En la empresa estábamos en pérdida. La economía iba muy mal y el dueño dio la orden de fiscalizar con mayor rigidez los materiales que se ocupaban y todo, entre esto, las colaciones que se les daban a los empleados. Fue cuando me contaron que la señora Mónica se robaba las colaciones de los demás trabajadores. Un obrero me comentó que la encontraron en la bodega Nº 6 comiéndose los bocadillos como una cerda enardecida; parecía fuera de sí. Incluso en ese tiempo pensamos que pasaba 70

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por un momento difícil, que quizás en su casa no tenían alimentos. Sospechábamos de una pobreza extrema, pero no era así. En el fondo el jefe quería echarla, pero no podíamos por contrato. Declaración del dueño de la empresa: Ella siempre tuvo problemas. Nosotros la contratamos para ayudarla, porque era conocida de mi familia. Nunca intuimos nada anormal. Ella había renunciado hace poco a su trabajo anterior y por eso la contratamos. Dijo que necesitaba tanto el dinero, que la ayudamos dándole empleo. Qué extraño todo lo que ocurrió. ¿No tienen de esas donas que dan en los interrogatorios de las películas? Declaración de Mónica: Todos me van a culpar a mí, pero yo soy completamente inocente. No sé de qué se me está acusando, simplemente utilicé los camiones de la empresa para trasladarme de casa sin costo alguno. ¿Lo de las colaciones? Eso no es nada; si estaban ahí, si no me las comía yo se desperdiciaban. Dicen que yo me robé algo del material de la oficina. Solamente me traje el monitor para mi casa, porque el mío estaba descompuesto. ¿Y qué tiene? Todo el mundo lo hace, es algo normal. Engañé a mi marido con el supervisor, ¡bah! Eso da lo mismo; lo hice para que el huevón no me supervisara tanto, así, además, aprovechaba para robarme el papel higiénico del baño de su oficina. ¿Y qué tiene? Todo el mundo lo hace. Andan diciendo que yo avivé a los otros para que armaran un sindicato y molestaran al jefe para pedirle gratificaciones, más plata, bonos y eso. Bueno eso sí lo hice. Es que yo personalmente trabajaba tanto y era tan responsable, que creo que me merecía un mejor sueldo ¿Quién no? * Estas declaraciones han sido extraídas de un archivo ficticio. Cualquier relación con algún caso real, es sólo intencional. 71

El puma, amigo del hombre “Es triste la vida de un ermitaño, no se entera de las noticias, no sabe de deportes y no lee libros”

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E

l camino está bien duro, aún para la camioneta 4x4 en la que van Roberto, Mauricio, Alejandro y Viviana. Son tres ingenieros que acompañan a Mauricio, el nuevo cuidador del predio Santa Elvita, ubicado en Alto Bío Bío. Son alrededor de las tres de la tarde y el sol arde con toda intensidad. Llegan ante un portón de madera, algo desgastado por el tiempo. Hay una gran plantación de pinos y eucaliptus en toda el área. Mauricio está un poco asustado, ya que es su primer trabajo en el que deberá dormir solo, a más de 200 kilómetros de la ciudad. La casa más cercana se encuentra a 40 kilómetros. Eso quiere decir a un par de horas a una velocidad media, dependiendo si es de día, porque de noche sería imposible hacer este recorrido, ya que se deben cruzar senderos impenetrables para la mayoría de las personas, saltar cercos de alambres de púas y caminar sobre rocas. Prefiere no pensar en lo que ocurriría si llegara a enfermarse estando ahí. Mauricio baja de la camioneta y lleva con él un pequeño bolso con algo de ropa, comida y lo más importante para él: una foto de su esposa y su pequeña hijita. Los tres ingenieros lo escoltan a la casa en la que pasará 15 días sin tener contacto con otro ser humano. La casa es como una cabaña pequeña, tiene dos ventanas y una cocina diminuta con un refrigerador. La única habitación consta de un sistema 75

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de camarote, una cama sobre la otra. Mauricio deja su bolso, con un clavo sujeta la foto de su familia junto a su cama y con un lápiz marca una raya al costado de la foto, sobre la pared.—¿Qué es éso?, le pregunta extrañada Viviana.—La foto de mi familia. Al lado marcaré una línea por cada día que pase, hasta que vuelva a verlos”. Con el ceño fruncido Alejandro miró a Mauricio, y sin decir nada todos salieron de la casa. En el exterior le explicaron a Mauricio que debía resguardar el bosque. No debía dejar que nadie robara madera, por lo que debía hacer rondas constantemente. Le entregaron una pistola y una gran linterna. Se despidieron y los tres ingenieros se marcharon en la camioneta a gran velocidad, como si quisieran desaparecer del lugar. Quince días era lo que tenía que resistir Mauricio. Sentía algo de miedo; nunca en la vida había estado tan solo. Pronto iba a oscurecer, pero decidió recorrer un poco el lugar. El bosque era principalmente de pinos, pero en algunos sectores había eucaliptus. El suelo se notaba exhausto a causa de tamaños árboles. Caminó varios minutos y no logró ver a ningún animal. Esto le llamó mucho la atención. No había ni pudúes, ni aves, ni cuevas de conejos. Sólo le intrigó un canelo gigante, tan grande que no lo podrían abrazar cinco hombres. Le pareció maravilloso. Salía del suelo con vida propia y pura, y sus hojas eran de un verde tan bello que jamás había visto antes. Ningún árbol crecía a su alrededor, era como si le temieran. Se notaba que era un árbol añoso. Mauricio le dio la vuelta observándolo y se percató que tenía unas marcas difíciles de identificar, como de unas garras, ocho perfectas perforaciones en el árbol, de 30 a 40 centímetros cada una. Se quedó con la duda. Cuando comenzaba a anochecer decidió volver a la casa. Al día siguiente se levantó temprano y preparó su desayuno. La casa tenía comida para un mes, lo que era más que suficiente, ya que se reponía cada 15 días; en invierno las provisiones eran más abundantes por seguridad: se podían cortar los caminos, y si no se tenían comunicaciones, había que estar preparado para soportar el frío y el hambre en esa cabaña. 76

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Mauricio, enseguida que se levanta de la cama, se arrodilla a su lado. Comienza a rezar, le pide a Dios que cuide a su familia estando lejos y que lo proteja para que le vaya bien en su nuevo trabajo de cuidador. Él era muy creyente y siempre llevaba una cruz en su cuello que colgaba de una cadena de un material inusual. Una vez que desayunó se puso la chaqueta naranja que le entregaron el día que le dieron el empleo. En la espalda era visible la sigla de la empresa, y abajo, con letras fluorescentes, las palabras “Guardabosques Forestal”. Se puso su jockey, amarró su pistola al cinto y emprendió viaje hacia el bosque. Llevó consigo el mapa que le habían entregado los ingenieros, porque trataría de recorrer varias hectáreas aquel día. Durante su trayecto vio varios pájaros que anidaban entre los árboles; uno que otro roedor merodeaba la zona en busca de alimento. Mauricio respiraba un aire de tranquilidad y paz. Después de caminar un rato logró dar con el cerco que divide el predio forestal. Era una alambrada extensa que parecía no tener inicio ni fin. Decidió caminar por el costado, para seguirla y vislumbrar su extensión. En ese momento el sol estaba justo sobre su cabeza y el sudor le corría desde la frente hasta los pies. Se sentía agotado, el jockey parecía no causarle beneficio; después de avanzar unos escasos metros decidió regresar a la cabaña para almorzar y, sobre todo, para beber agua; se prometió al día siguiente salir provisto de una botella de agua en su mochila y de un sándwich para el camino. Al llegar a casa estaba más cansado aún, bebió tanta agua como pudo y se preparó una pasta para comer; por la tarde se recostó y contempló la foto de su familia largo rato; cuando estaba por anochecer cerró las puertas, lavó unos platos que había ensuciado y se acostó. A eso de las seis de la mañana, cuando aún dormía profundamente, unos ruidos lo despertaron. Eran unos rugidos que lo asustaron más de la cuenta. Se paró de la cama y se golpeó la cabeza con el camarote superior. Un poco aturdido, caminó, abrió la puerta y desenfundó la pistola con la que dormía en su velador. Miró el bosque y notó que recién 77

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el sol comenzaba a despuntar. Los rugidos siguieron, parecían más unos quejidos; asustado, caminó hacia el bosque con los pies descalzos; la intriga lo mataba y no tuvo tiempo de ponerse zapatos. Caminó y llegó hasta el canelo y sigilosamente pudo apreciar a un gran puma que afilaba sus garras en el árbol en direcciones paralelas, luego se sentaba, miraba al cielo y rugía. Mauricio, perplejo, apuntó al animal; le temblaba la mano. El puma, con sentidos más desarrollados que los de los hombres, advirtió su presencia y corrió por entre el bosque desapareciendo en segundos. Atónito, Mauricio decide regresar a la cabaña para analizar lo ocurrido, ya que creía que en esta zona no había pumas. Un poco más repuesto, a eso de las nueve de la mañana se preparó el desayuno, revisó el mapa y en la cabaña encontró un libro de fauna silvestre. Buscó información sobre el puma, pero poco había. Luego procedió con los quehaceres domésticos, limpió la cabaña, lavó los platos, acomodó su cama y encontró debajo un libro. En la portada tenía el dibujo de un puma conversando con un hombre, sentado en la ladera de un cerro, contemplando las estrellas. Al abrirlo, en su interior decía: “El Puma, amigo del hombre”. Mauricio pensó que era un libro que había olvidado el cuidador anterior. Se sentó un instante y comenzó a leerlo. Trataba de un puma que habitaba un bosque, un puma solitario, el último de su especie, solo y abandonado, que encontraba amistad en un humano que lo alimentaba, escuchaba sus problemas y lamentos por la noche. Mauricio quedó atrapado con el libro, tanto que ese día no pudo salir a recorrer el predio, aferrado por la aventura escrita, se quedó a leer; pasaron las horas sin que se diera cuenta y anocheció. Al día siguiente, al despertar vio que aún tenía el libro abierto entre sus manos. Se levantó y preparó su desayuno. En su mochila guardó comida, algo de carne, una botella con agua y el libro. Se enfundó la pistola al cinto y partió. Su objetivo era llegar al canelo donde había visto aquel puma. Se acercó y vio las marcas de las garras del animal en el árbol. Se sentó cerca y sacó el libro para terminar de leer. Cuando de pronto apareció el puma con un aire de misterio, caminando 78

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lentamente por entre los arbustos; esta vez, Mauricio no sacó su arma. El puma lo miraba fijamente tratando de hipnotizarlo, mientras se acercaba. Mauricio no hizo nada, seguía sentado tranquilamente, con un poco de miedo, pero que podía manejar. Recordó el libro y pensó que quizás a este puma le pasaba lo mismo. Estaba convencido. Sacó de su mochila con sigilo el trozo de carne que había guardado. El puma se detuvo un instante, percibió el olor y se abalanzó sobre Mauricio, devorando rápidamente la carne y al mismo Mauricio. Pasaron los días y al cabo arribó la camioneta 4x4 con los ingenieros a bordo. Venían a buscar a Mauricio. No lo encontraron en la cabaña y salieron a buscarlo por el bosque. Acercándose al canelo, los tres ingenieros vieron el cuerpo de Mauricio en el suelo, tendido junto a su mochila y su pistola enfundada. El cuerpo estaba deteriorado, mordido.—“Un puma”, dijo Roberto, el ingeniero jefe. Todos lamentaron la tragedia; mientras, uno sacó el teléfono satelital para llamar a la ciudad y avisar lo ocurrido. Alejandro, otro de los ingenieros, se agachó y encontró el libro. Aún estaba abierto en la página que leía Mauricio cuando fue atacado. Y leyó en voz alta: “Entonces el puma vio al hombre, se abrazaron y fueron amigos para siempre; sabían que perduraría su amistad en el tiempo”. Viviana, la única mujer del grupo, soltó un suspiro y dijo: “Por eso estudié ingeniería. La literatura es pura ficción y la gente a veces la entiende mal”. Días más tarde fue celebrado el funeral de Mauricio; su familia no lo podía creer. La gente de la empresa para la que trabajaba fue a acompañarlo y uno de los ingenieros se acercó a la viuda y le entregó el libro. Le dijo:—“Con esto encontramos el cuerpo”-. Después, la mujer solía leerle el libro a su pequeña hija antes de que se quedara dormida. Una tarde, al llegar a la última página, que nadie había leído, estaba escrito lo siguiente: “Y fue cuando el puma recuperó su instinto animal y salvaje del todo, se acercó y al que otrora fuera amigo hombre, lo devoró por completo y placenteramente”. La mujer, con el pecho apretado y sin aire, pensó:—“Es horrible que los libros siempre digan la verdad”. 79

Parábola de un cachorro “Es así, malo por naturaleza”

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E

staba mojado, el agua seguía cayendo. No sé por qué estaba enojado, yo no le había hecho nada. Estaba sucio y embarrado, a pesar de todo el dolor no era tan fuerte. La oscuridad cubría todo el lugar, la noche era fría y sentí miedo. Miró por la ventana y sin decir nada se bajó del auto, traía un bate de béisbol en su mano. Era de noche así que tenía claro que no venía a jugar conmigo. Las luces del auto me nublaban la vista, aún así, note que el hombre era calvo. Había escuchado a mis amigos que los hombres, a veces, nos atropellaban por placer. Me preguntaba ¿Por qué son tan crueles? Lloré, pero no sirvió de nada, me golpeó la cabeza hasta cansarse. No sé por qué ahora veo mi cuerpo desde arriba. ¿Acaso iré al cielo? ¿Quién será ese Dios del que tanto hablan los humanos? Espero que le gusten los perros . . . 83

¿Crees que la vida es injusta contigo? Lee estos dos paralelos “Mientras alguien llora por un capricho, en otro lugar, al mismo tiempo, hay alguien llorando por hambre”

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Paralelo 1

“M

amá, tengo hambre”, repetía una y otra vez el niño, el más pequeño de la familia. Eran en total cinco hermanos, dos mujeres y tres hombres que vivían en una mediagua con su madre; su padre los había abandonado hace ya un año, cuando consiguió un trabajo en el norte y le gustó tanto que se quedó por allá, pero los seguía amando a todos; al menos eso le contaba la madre a los pequeños, omitiendo la información de que su padre era un mujeriego que había encontrado una nueva mujer, que era feliz y que ya los había olvidado. La madre debía levantarse a las seis de la mañana para alcanzar un lugar en el lavadero del campamento, donde pudiera remojar la ropa sucia de los niños, quienes debían esperar en la pieza durmiendo en sus camitas. Era una habitación solamente, en la que había una cama de dos plazas donde dormían la madre y las dos niñas; al lado estaba el camarote: arriba dormía el más grande, que tenía siete años, y abajo los dos pequeñines, abrazados el uno del otro; eran los hermanos inseparables. 87

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Durante la mañana, cuando la madre retornaba de lavar la ropa los levantaba uno por uno, mientras aún tenían los ojos pegados; los vestía mientras iban despertándose de a poco, aún sin ganas. En una mesa muy pequeña les preparaba un té con abundante agua; usaba la misma bolsa para las cinco tazas y les daba media rebanada de pan a cada uno, pan solo, sin nada, porque no tenían con qué acompañarlo; eran tan pobres que ni las ratas pasaban por su mediagua, ya que no había nada que roer allí. La madre no desayunaba, ya que apenas le alcanzaban los pocos alimentos para los cinco; ella era grande y se aguantaba el hambre; a veces, el hijo de siete años actuaba casi como adulto y le daba su parte de pan a la mamá, para que comiera algo; él resistía; cuando esto ocurría, a la madre se le anegaban los ojos de lágrimas por ver tan buenas intenciones en su hijito mayor. Luego de tomar un esquivo desayuno, la madre debía salir en busca de dinero, como fuera. A veces trabajaba sacando la basura de un restaurant; otras veces limpiaba los baños, o cosas así. Durante el día, los pequeños se quedaban en el campamento, salían a jugar al barro con los demás niños, o a veces recorrían el centro en busca de algo para almorzar; entraban a los locales de comida rápida a ver si les daban algo y muchas veces no tenían suerte, sobre todo porque eran tantos. Con un dinerillo que juntaban de las limosnas callejeras recibidas, compraban calendarios con frases célebres que nadie de ellos entendía, porque ninguno sabía leer. Se los vendían a la gente rica, decían ellos. Cada hermano tomaba unos diez y se acercaban a los transeúntes en la calle o mientras comían en restaurantes y les ofrecían los calendarios a cambio de una moneda. Qué tristeza más grande era la vida de estos pequeños; muchas veces los guardias los expulsaban de los locales o los agentes de seguridad los seguían todo el rato por los pasillos de los centros comerciales, pero ellos no robaban, sólo pedían ayuda. 88

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La madre llegaba a casa a eso de las diez de la noche. Trabajaba todo el día por una suma de dinero que parece un chiste; le pagaban el día y después del trabajo pasaba a comprar pan y té al mismo negocio de siempre. Una vez hizo un doble turno, trabajó en el mismo horario de siempre, pero hizo el trabajo de dos personas, así que le pagaron el doble; estaba feliz y cuando llegó a la casa lo hizo con jamón; los pequeños estaban felices, ya que por fin comieron pan con algo adentro y les pareció fantástico; disfrutaron tanto el sabor, que sus papilas gustativas querían explotar. A pesar de todo lo malo que ocurría, eran felices. Los pequeños adoraban a su madre y entendían el sacrificio que ella hacía para poder cuidarlos y darles de comer. Ninguno iba al colegio, y no sabían leer ni escribir; la madre no podía educarlos; en este país si no hay dinero no hay educación, pero la madre no se sentía culpable; tampoco había sido educada y podía trabajar igual; sólo le pedía a Dios que sus hijos no fueran delincuentes y que tuvieran un mejor destino que el que ella tuvo. En unos días sería el cumpleaños del más pequeño, que cumpliría cuatro años. La madre no podía comprarle ningún regalo, pero estaba ahorrando para comprar una torta, un sueño que tenía para que los pequeñitos probaran un pastel; así que durante varios días llegaba una hora más temprano al trabajo y se iba dos horas más tarde para ganar un dinero extra para comprarles la torta. Pasaba por una pastelería todos los días y la veía en la vitrina, la anhelaba. Juntó el dinero para comprarla y la llevó la tarde del cumpleaños a su hijo. Los pequeños no sabían qué era, pues nunca habían visto algo así; cuando probaron lo dulce de su sabor, el chocolate, la crema, quedaron fascinados. No sabían que algo podía tener ese gustillo. Estaban felices, festejaron y rieron hasta quedarse dormidos en la miseria de siempre, y su madre, a la que ya no le alcanzaba la energía ni para cansarse, durmió también. 89

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Paralelo 2 “Mamá, estoy aburrido de comer lo mismo”, repetía una y otra vez el pequeño; era una familia de tres hermanos y vivían en una gran casa con sus padres. La nana llegaba en la mañana y preparaba el desayuno en una mesa enorme. Había de todo para comer: té, café, jugos naturales de diversos sabores, pan por montón, jamones de todo tipo, queso, y huevos revueltos. No obstante, el más pequeño se aburría de toda esta variedad y le servían cereal con leche. La madre se levantaba temprano, a eso de las ocho de la mañana, se vestía y se iba al gimnasio. En casa, la nana preparaba a los niños para ir al colegio, los vestía, guardaba sus cuadernos y libros en la mochila; además les preparaba la comida que llevarían. El padre salía en su auto y los llevaba al colegio; él era un abogado de prestigio; por tanto, sus hijos estudiaban en un colegio particular inigualable, donde la educación sí es educación. El papá estaba en la oficina todo el día y a veces iba a los tribunales. La madre pasaba una gran parte de la mañana en el gimnasio con las amigas, luego en la peluquería y en una que otra reunión de su club social. En casa, la nana debía preocuparse por realizar todo, hasta el momento en que se fueran a dormir. Faltaban pocos días para el cumpleaños de la hija de la familia; era la del medio. Estaban organizando una gran fiesta, pues cumplía quince años. En la casa, que adornaban con globos, los padres habían contratado a unos especialistas en fiestas, que montaron en el patio un gran equipo de sonido y hasta un escenario, en el que actuaría un grupo musical en vivo. La fiesta sería en la noche y estaba todo preparado; en la tarde, cuando el hijo menor iba en el auto con la madre, al detenerse en un semáforo se acercan unos pequeños a hablarle por la ventana; la madre, asustada, la cierra rápidamente porque los vio mal vestidos, sucios 90

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y se les notaba que eran pobres. Uno de los pequeños le ofreció un calendario y le dijo que se lo entregaba a cambio de una moneda; ella, atemorizada, y para que se fueran luego, les dio una por una pequeña abertura del vidrio y recibió el calendario; era de quinientos pesos y los pequeños se fueron corriendo y saltando. Ella soltó el calendario en el interior del auto y avanzó cuando el semáforo cambió a la luz verde. Su hijo menor recogió el calendario al llegar a casa y fue a la habitación de su hermana que estaba de cumpleaños; ella se estaba arreglando y hablaba por teléfono; el niño tiernamente entró, le regaló el pequeño calendario y le dio un beso en la mejilla, mientras le decía, “feliz cumpleaños”; ella no interrumpió su animada conversación telefónica y cuando el niño se fue corriendo de la habitación, ella tomó el calendario, lo vio rápidamente y lo arrojó al basurero de su habitación. Luego la nana pasó por la habitación y retiró la basura depositándola en una gran bolsa; al vaciar el basurero de la niña vio el calendario, le llamó la atención por su color rojizo, lo tomó y leyó que decía: “La vida es una sola, no te des el lujo de pasarla mal”. Un tigre sonreía. Se dio cuenta que era del año pasado, lo arrojó a la bolsa y se fue.

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El candidato “¿Qué te ofrece la política? Una solución, en muchas ocasiones, no muy clara”

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odos los seres vivos se pelean por su espacio. En el exterior, las mariposas aletean alegres por el llegar de la primavera. Las flores, sienten esa calidez que sólo perciben los hombres una vez en la vida, cuando están enamorados. Una que otra hormiga, como buen soldado, trata de encontrar camino hacia nuevas fronteras, a modo de expansión, anhelando la comida que tanto escasea estos días. A lo lejos se escucha el relinchar de un caballo, que lentamente tira de una carreta cargada de puro maíz. El caballo no quiere más, está agotado de su propia vida. Su amo, quien lo azota constantemente con un rebenque, va sentado en la punta más extrema de la carreta y con un tono amenazante, inquieta al animal. El camino es angosto y polvoriento. El hombre que dirige la carreta es bastante viejo, su cara se ve destruida por la vida, sus arrugas son interminables y su pelo escasea en todo sentido. Después de un largo rato andando, a pesar de la triste sordera que lo aqueja, siente un ruido que pasa por su costado. Una gran camioneta se detiene frente a él de forma brusca, levantando polvo excesivamente, su vidrio baja mágicamente y un hombre lo saluda mientras le entrega un papel. 95

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El viejo lo recibe mezquinamente mientras la camioneta escapa a toda velocidad antes de que pueda responder al saludo, intrigado observa el papel. Tiene una foto de un hombre canoso, de corbata roja, con una gran sonrisa y una mirada fuerte. El viejo no sabe leer, pero juntando algunas letras con gran dificultad, logra descifrar las palabras internet, acceso y votación. El viejo se preguntó, ¿Quién será este tal internet que va de candidato ahora?

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El infierno en el cielo “Algunos dicen que la tierra es el infierno; si Dios reina en el cielo, en el infierno lo hace la iglesia”

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a misa, como todos los domingos, era a las nueve de la mañana. La familia Beltrán asistía desde siempre. Ellos eran muy católicos, de esos que ofrecen mandas y que gustan donar dinero para las obras de caridad de la iglesia. Su hijo mayor, Héctor, de dieciséis años, participaba en la pastoral, asistía muy seguido a retiros con otros jóvenes y los sacerdotes, se divertía mucho. Llegaba contando todo lo aprendido sobre la Biblia y hablaba de las reuniones en torno a las fogatas, donde entablaba conversaciones con los demás. Su otro hijo era Camilo, un pequeño de ocho años que oficiaba como acólito en las misas. El traje le quedaba grande y parecía flotar sobre su cuerpo; debía arremangarse para poder colaborar; sus padres lo incentivaban, porque estaban tan seguros de que la religión debía acercarlo a él y a su hermano Héctor a Dios. Camilo se preparaba para la primera comunión y Héctor para la confirmación, siendo aún un adolescente. Sus padres estaban felices, ya que los muchachos tenían un buen rendimiento en el colegio y, además, participaban arduamente en la misa. Eran una familia feliz. Cada vez que comienza la misa, los padres se sientan adelante, para ver mejor a su hijo Camilo ayudar al sacerdote con los objetos santificados y con el cuerpo y la sangre de Cristo. Héctor espera 99

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cautelosamente cerca del altar, para, en el momento indicado, salir a recolectar las limosnas de los fieles y seguir de cerca sus miradas para que donen hasta el último peso que tienen. Josefa, la madre, siempre comenta a sus amistades lo bondadosos que son sus hijos, que participan tanto en la iglesia, que son tan creyentes. A la vez, su padre, Bruno, está tan orgulloso de su familia, piensa que a sus hijos los ha criado por el buen camino y se siente bendecido. Durante la misa todos los feligreses escuchan el eco inigualable de la iglesia, repiten como robots una serie de frases célebres y pasajes bíblicos. Uno que otro niño bosteza esperando que acabe luego, los ancianos ya no tienen fuerzas para pararse repetidamente de sus asientos y contemplan desde ahí el transcurso de la prédica. Muchos se ven agotados, pero al fin acaba la misa, y los Beltrán se acercan para ver a su hijo mayor y felicitar al más pequeño. De paso saludan al párroco, Josefa y Bruno le besan la mano, mientras el sacerdote realiza una señal sobre sus cabezas y una reverencia de carácter eclesiástico. Conversan un rato sin mirar al cura a los ojos, como si fuera pecado. Mantienen la cabeza con una leve inclinación, sólo mirando sus pies. Camilo se acerca y agita la falda de su madre, mientras con unos ojos de cansancio pide que se vayan a casa. El cura mira a los padres y les solicita permiso para que dejen a Camilo un rato más, porque le va a enseñar algunos asuntos relacionados con su primera comunión, adelantarlo en ciertas materias bíblicas y, además, necesita que lo ayude con unos quehaceres de la iglesia. Sus padres se sienten tan orgullosos de que su hijo sea elegido para esto, que aceptan de inmediato y con una sonrisa se despiden, mientras, agobiado, el niño deja caer una lágrima por su pequeña mejilla, sabiendo lo que le esperaba de parte de ese cura bastardo, depravado e infeliz, que abusaba de él desde el primer momento que había llegado a la iglesia. Sentía tanta impotencia, que su mundo se desmoronaba; miraba las paredes de la iglesia donde estaba el vía crucis pintado y no entendía dibujo alguno, veía a Jesús 100

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crucificado en el altar y lo negaba una y otra vez, pues pensaba que si así era el cielo, cuando fuera su hora de morir se prometía ser malo, para ir al infierno, y tal vez quemándose en esas llamas, de las que tanto le hablaban en las charlas de catequesis, encontraría algo de paz, ya que si iba al infierno al morir, pensaba el pobre niño, el cura no lo seguiría, puesto que los curas iban el cielo con Dios. Se sentía tan solo, tan abandonado. Tenía que tolerar y guardar silencio sobre los abusos del cura, ese cerdo que lo tocaba una y otra vez, mientras él lloraba; también lloraba en las noches, cuando a veces, incluso, no podía respirar bien de tanto llorar. Al llegar el lunes, los Beltrán se levantan temprano. Como todos los días de semana llega la nana para asear la casa y ocuparse de todo. Josefa trabaja en una empresa de seguros. Bruno es gerente de ventas en una importante empresa automotriz. Antes de ir respectivamente a sus trabajos, pasan a dejar a sus hijos al colegio, ya que les queda de paso. Por el camino, el más pequeño contiene la rabia y el llanto, trata de mirar por la ventana buscando un ave que le dé esperanza volando en el cielo, ya que él anhela tener alas, así volaría al espacio, buscando otros planetas donde no esté Dios, ya que por todo lo que le pasaba, pensaba que Dios era el culpable, ya que era como el cura, porque éste se decía su representante en la Tierra, entonces preferiría no creer. Héctor sabe lo que le ocurre a Camilo. Hace días que lo está viendo mal, él sospecha algo, pero quiere comprobarlo. Por eso, una tarde, después de la catequesis, se oculta dentro de la parroquia, en un hueco que se dividía entre una habitación y el pasillo. Observa largo rato y ve salir a los niños, menos a su hermano, que se queda atrapado y es víctima del degenerado sacerdote. Lo más terrible, es que Héctor contempla todo sin poder hacer nada. No es capaz de actuar y llora, ya que él, unos años antes fue víctima del mismo cura, bajo las mismas condiciones y de los mismos actos impúdicos con que el infeliz hacía padecer a los niños. Esa tarde, Héctor siente tanta rabia, que se le desprende un pedazo del alma. Llora y le grita a Dios en 101

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reiteradas ocasiones, pidiéndole una explicación de por qué le ocurre a su hermano menor la misma tragedia que a él. Porque ese cura le había quitado todo, todo por lo que deseaba vivir. Odiaba todo y a todos, no tenía fuerzas y cada día que pasaba la muerte se tornaba su incondicional amiga. Durante las prédicas el cura se mostraba seguro y serio. Tomaba la copa con vino, la elevaba lo más alto que podía y luego la bebía descaradamente. Era la sangre de Jesús. Camilo no podía entender cómo habían logrado tener la sangre de Cristo y, menos, el cuerpo en esas hostias, que cuando llegaban no podían pasar ni cerca ni de espaldas, sino sólo reverenciando, ya que allí estaba atrapado Jesús. Él quería interesarse realmente por la Biblia, pero cada vez que le hablaban en las catequesis le decían que todo era pecado, prácticamente todo, y sentía tanta rabia, porque sabía que el cura que abusaba de él era pecador, pero pensaba que tal vez así debía ser, se sentía tan confundido por ser pequeño y por no entender lo que transcurría a su alrededor. Lo que más le dolía en el corazón era saber que tenía que volver todos los domingos a las misas y en la semana soportar las charlas dos veces. Además, el pequeño se preguntaba de qué servían si no entendía nada, ¿por qué Caín mató a Abel?, se cuestionaba, ¿acaso Dios es un sádico que prefiere sacrificios animales para sus deleites y no gusta de ofrendas de los frutos de la tierra? El pequeño enloquecía, se sentía tan ignorante y estúpido, además de indefenso. A veces le contaban que el demonio tomaba mil formas y se camuflaba entre los humanos; él creía firmemente que el cura era el diablo, que se vestía de sacerdote para hacer mal entre las personas, pero ni siquiera se atrevía a mencionarlo en las clases, porque pensaba que se reirían de él o, peor aún, le contarían al cura, que en represalia le haría cosas aún peores, para vengarse por delatarlo; y si realmente era el diablo, reflexionaba, se lo llevaría al infierno para toda la eternidad. Tanto pensamiento lo agotaba, por lo que ya no podía dormir por las noches y los días se volvían más y más arduos. 102

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Llega otro domingo más en la maldita iglesia, así murmuraba Camilo; qué otra cosa podría pensar un pequeño niño que era sólo víctima de lo que ocurría, de un entorno, de un cura horrible que lo mataba por dentro cada instante, cada segundo. Su vida le parecía infame, incompleta. Sin embargo, este día sucede algo distinto, ya que hoy se bendicen los ramos. La gente llega con ramos de olivos y palmeras, el cura les lanza agua bendita y todos se sienten dichosos por tocar un poco de esa agua purificada directamente del cielo. El pequeño pensaba que si supieran que el cura después de tocarlo se lavaba las manos ahí, ni siquiera podrían contener el vómito. Todos le parecían tan incrédulos. Sufría por dentro, se partía su corazón. Todos cantaron en la misa y se dieron la mano en señal de la paz, la paz del señor. Esa que sólo te saluda los domingos y el resto de la semana te ignora, y si te caes por la calle, esa mano no te levanta, sólo pasa de largo y te escupe en la cara esperando que ese sea tu fin, para que salgas de la vereda, no entorpezcas más el tránsito y dejas de molestar a la sociedad. Esa paz de teoría, ésa que se predica y no se práctica. Por cierto, el cura se llamaba Hugo, Hugo Gatica Proens, el “Padre Hugo”, como le decían los feligreses. Supieran que de padre no tiene nada. Héctor por las noches seguía sufriendo por su hermano menor. Pensaba que debía acabar con este suplicio, pero no encontraba el valor suficiente para contárselo a sus padres. Tenía miedo. El martes por la noche lloró y le pidió a Dios que, si realmente existía, lo ayudara a acabar con esto, para salvar a su hermano de las garras de ese demonio. Parece que sí fue escuchado arriba, porque al día siguiente vino el párroco en jefe, el mandamás de las iglesias, monseñor, y Héctor habló con él y le contó en secreto de confesión lo que ocurría, llorando y rogando por ayuda. El párroco le dijo que él solucionaría todo, que no se preocupara y así fue. Como era muy amigo del padre Hugo y, el muy bastardo, era igual a él, fue y le dijo que se sabía todo, que el joven Héctor estaba a punto de hablar, que le había confesado de los abusos 103

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y que debía ser más cauteloso o sino sospecharían. El cura se desquitó esa tarde con Camilo, y hasta lo golpeó. Cuando llegó a casa esa noche, no pudo ocultar la marca que le dejó el golpe que recibió en su cara, y sus padres, como nunca antes, se interesaron y le preguntaron qué había ocurrido; él estalló en llanto y dijo que el padre Hugo lo había golpeado; entonces sus padres lo retaron, diciéndole que, quizás, qué cosas había hecho él, que le había faltado el respeto a Dios, y que el golpe se lo merecía como castigo; lo mandaron a acostarse, pero él ya no daba más. Moría por dentro y así fue. Amaneció muerto. Sus padres velaron su cuerpo en la iglesia en los días siguientes y nunca entendieron qué pasó. El forense dijo que el niño había llorado y murió asfixiado. Si supieran que fue su hermano Héctor quien lo ahogó mientras dormía, para salvarlo. Sabía que era la única forma de liberar a su pequeño hermano de las garras del demonio, de ese cura maldito que le había robado la niñez y toda la inocencia. Héctor lo maldijo una y otra vez en las noches y en la penumbra, tanto, que después de la muerte de Camilo algo pasó en la iglesia y el padre Hugo Gatica Proens fue removido de la parroquia y trasladado al norte, para hacerse cargo de una escuelita y de una pequeña iglesia en un pueblo olvidado por Dios.

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Sueño de torero “Sin palabras para describir el genocidio cometido”

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o único que quería el niño era ir a las corridas de toros. Las veía por fotos solamente, lo poco que aparecía en el diario y en las revistas, de todas formas él sabía que eran muy interesantes y se ilusionaba bastante. Un día cuando sus padres le prometieron que lo llevarían, estalló en emoción, aquella noche no pudo dormir de tan ansioso que estaba, preparó todo su equipo para ir, su gran gorro, su mochila con algo de comida y su cámara para tomar fotos, ya que para él y para su familia ir a las corridas de toros era una tradición. Iban todos, su abuelo, sus padres y su hermana mayor, el pequeño estaba extasiado con su primera visita. Al llegar tuvieron que esperar un largo rato para ingresar y tomar un buen asiento. Cuando el toro salió, el pequeño lo miraba con unos enormes ojos incandescentes, que expresaban su niñez y su miedo a tamaño animal, que se paraba imponente ante los ojos de los espectadores. Luego salió el torero, un hombre vestido con un traje apretado, dorado, junto a él unas banderillas que solía clavar en el animal mientras lo esquivaba hábilmente. Guardaba ansioso el estoque de muerte, con el que pretendía atravesar al toro para acabar con su dolor. 107

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El niño, sediento de sangre, tomaba mil fotografías, ya no daba más de la emoción. Hasta que el toro es atravesado por el mítico estoque, mientras el torero logra esbozar una cara de satisfacción y todo el público de la plaza de toros se pone de pie para alabar tamaño sacrificio, al más puro estilo de los mayas, ofreciendo cuerpos a algún dios.

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Don Carlos “Un extraño es extraño siempre, pero ya lo dijeron antes, da sin esperar nada a cambio”

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stoy aburrido de que todo sea igual! ¡Estoy aburrido de que todo sea igual! Repetía una y otra vez y no paraba de gritar. El viejo Carlos era un anciano que siempre se paraba en medio de la plaza de armas a hablar solo. De chico yo siempre solía verlo, es más, creo que crecí tratando de analizar sus palabras, que en el fondo algo de sabiduría debían tener, pero poco comprendía. Como otro día más, me levantaba para ir a la escuela temprano, cuando al pasar vi al viejo durmiendo en un asiento como siempre. Mi madre me había preparado un exquisito sándwich de pollo para llevar a clases. Al ver al viejo, recostado con frío, me acerqué para entregarle el pan, nunca me había atrevido a hablarle, pero creo que la solidaridad apareció en mí, sin explicación alguna. Quizás tan sólo sentí pena por el anciano.—Señor disculpe, tenga este pan-. Le dije. Asombrado recibió el sándwich. No sé cómo, pero me atreví a preguntarle,—¿Por qué todos los días te oigo decir que estas aburrido de que todo sea igual?-. Detuvo el pan antes de meterlo a su boca y me miró fijamente, algo extrañado. Luego miró al cielo, guardo el pan en su bolsillo y se volteó para seguir durmiendo. No comprendí nada. Después de ese día, jamás lo volví a ver, desapareció de la plaza para siempre, como si se lo hubiese tragado la tierra. Con el tiempo 111

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lo olvidé y fui creciendo lentamente hasta ser adulto. Años más tarde, las cosas en mi vida no iban bien y estaba por perder la casa en la que vivía con mi esposa y mis tres hijos, ya que había quedado desempleado y no podíamos seguir pagando las cuotas de la casa al banco, llevábamos 6 meses de retraso y la orden de desalojo ya había tocado nuestra puerta, decidí acércame al banco para tratar de hacer algo, para evitar lo inevitable, fue entonces cuando volví a verlo. -¿Don Carlos?-, pregunté. Asombrado me miró y me dio un abrazo, yo no comprendía nada. Se veía cambiado, vestía un traje impecable y una corbata espectacular.—Lo veo totalmente cambiado, ¿Qué es de su vida?, desde aquel día en que le di el sándwich jamás lo volví a ver-. Le dije.—Hijo, disculpa por no agradecerte antes-. Respondió.—Te contaré lo ocurrido, acompáñame-, dijo. Subimos por unas escaleras hasta una gran oficina. ¡No podía creerlo, el viejo Carlos, ahora era el gerente del banco!—Toma asiento, sugirió Carlos.—Hijo, siempre tuve mucho dinero, mi padre tenía muchos fundos al sur de Chile, tuvo este banco el cual heredé, y propiedades por montones, cosas que ni imaginas. Nunca me preocupé por los demás, lo que les ocurriera no era problema mío, hasta que un día, mi hijo único enfermo y falleció en plena calle de un ataque de asma, ya que nadie se digno a prestarle ayuda en la vía pública. Ese día, fue el más trágico de mi existencia. Entonces le reproche a Dios muchas cosas de la vida, y del mundo. Entonces Dios quiso algo para mí. El quería que yo supiera ciertas cosas del vivir, que hasta entonces desconocía. Entonces, de un día para otro perdí todo el dinero que tenía, por malos negocios y otras cosas mal hechas. En aquel momento empecé a vivir en las calles, desahuciado de la vida, la plaza de armas que tú conocías era mi hogar. Siempre solía decir que estaba aburrido de que todo fuese igual, pero entonces apareciste tú, y Dios me iluminó. En todos los años que viví en la calle, nadie se había dignado a acercarse a mí para preguntarme, por qué gritaba esa frase en la plaza. 112

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Fue tu interés por el prójimo, el que me dio fuerzas para rehacer mi vida. Conseguí un empleo, y luego con el pasar del tiempo logré recuperar este banco, y ahora me vez aquí. Entonces, pregunté,—¿Usted podría ayudarme a no perder mí casa?—Carlos sólo sonrió.

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Una historia de Amor-Horror “Hay veces en las que el amor no vale la pena, otras, en que escapar, se convierte en la única opción”

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ara Andrés la vida era sencilla. Simple desde que era pequeño. Nunca tuvo mayores preocupaciones ni miedos, su familia lo protegía desde que nació. De niño era muy revoltoso, le gustaba jugar y subirse a su auto a pedales, corría y corría andando por todos lados, derrapaba, se daba vueltas, caía, se sacudía y volvía a pedalear a fondo, como él decía. A todos los hacía tanto reír, divertía a toda su familia. Con el paso del tiempo Andrés fue cambiando lentamente. De adolecente tenía intereses distintos al resto, siempre ligados a los deportes. Solía andar en bicicleta, en competencias, las que muchas veces perdía, pero se sentía orgulloso de sólo participar. Su familia siempre lo apoyaba en todo, seguían creyendo en él, a pesar de sus errores, lo hacían pararse nuevamente y seguir. Tal vez esto porque era hijo único y lo sobreprotegían demasiado. Cuando cumplió dieciocho años, sus padres le regalaron un auto, él estaba feliz, además que ya había egresado de la enseñanza media y ahora entraría a la universidad a estudiar ingeniería civil, para seguir los pasos de su padre. Su vida fue tornándose distinta con el pasar de las lunas. El niño que moraba en él se estaba alejando lentamente, se dispersaba. Cada vez Andrés se volvía un ser materialista, era prisionero de sus 117

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amistades, con quienes se divertía mucho, eso no se puede negar, pero realmente no eran sus amigos de corazón, eran sólo interesados. Raro se volvía todo, Andrés tenía un cambio, mentía en su casa, salía mucho por las noches y llegaba en la madrugada. Qué tristeza más grande es la vida cuando las personas cambian para mal. Andrés se sentía el mismo de siempre, pero sus padres veían la verdad, el nuevo Andrés no era de su agrado. Ya con el pasar lento de los años encontró una novia, Priscila. Ella era una joven muy interesante, había estudiado ingeniería en la misma universidad. Entonces sus vidas, misteriosamente y ya sabrá Dios por qué, se entrecruzaron. A los padres de Andrés no les gustaba esta novia. Era poco acogedora, no muy señorita, de carácter arribista y al parecer, creía ser una mini princesa, como esas de cuentos de hadas, o de una película de dibujos animados con un característico final feliz. Ella habitaba en una burbuja. A los padres no les gustaba que su hijo estuviera con ella, ya que le impedía madurar, crecer. Ella lo limitaba mucho. Incluso, amigos de Andrés, esos mismos que lo acompañaban siempre, ya no salían con él, pues la chica lo consumía lentamente y no tenía tiempo. Es triste decirlo, pero ella lo mandaba mucho, lo retaba, se enojaba e incluso, en más de una ocasión, le pegó una cachetada. Andrés, sin decir nada, se sometía, era incapaz de reprocharle algo a la joven, como si lo tuvieran atado de corazón, con unas cadenas sucias, impías, como esas que sujetan a los leones desnutridos en los shows de los circos. Los padres de Andrés veían en él una inestabilidad constante, muy amarga, con sentido deprimente. El terror de ellos fue un día 28 de marzo, cuando llegó con su novia a casa para anunciar su matrimonio, siendo aún muy joven, con tan sólo 25 años. Sus padres se desmoronaron, pues el niño que recordaban, el que pedaleaba y derrapaba en su autito se estaba yendo de casa, y no de la mejor forma. 118

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Le negaron posibilidades entonces, hasta que se dieron cuenta que era necesario aceptar su relación con la joven. Es muy triste la situación que se da en la vida a veces, triste e incómoda. Con un nudo en la garganta, los padres ayudaron en la organización del matrimonio, pero Priscila era tan diferente a ellos que no quería que nadie se metiera en sus asuntos, así decía. Entonces la familia se fue separando. Los padres ya no querían ni aceptaban este matrimonio, pero fueron igual. En la iglesia todo estaba mal organizado, la novia se atrasó excesivamente y llegó a reordenar todo, ya que nada le gustaba. Por la noche, en la fiesta, ella no quiso que nadie la felicitara, pues cuando le daban berrinches, no quería nada. Estuvo toda la velada enojada e intratable, apenas se fotografió con los invitados. La tristeza más grande era ver a Andrés tolerar todo esto. Los invitados, al ver que el ambiente no era muy acogedor, comenzaron a marcharse temprano. Priscila estaba en su asiento principal, muy enojada y pálida al ver que todos se iban, pero ella seguía soberbia, sin ceder ni un centímetro. Andrés trataba de animar la situación, se despedía de los invitados y se tomaba una que otra fotografía. Sus padres, avergonzados se retiraban, mientras su madre explotaba en un llanto incontrolable, con una enorme pena, esa misma pena que se siente al perder a un ser querido, ya que el matrimonio de Andrés era como un funeral. Al día siguiente, por la mañana, ya en su primer día de casados, Andrés en su nueva casa se levantó a preparar el desayuno. Priscila despertó y vio a Andrés cocinando unos huevos con tocino, exaltada y toda despeinada le preguntó con un tono amenazante, qué estaba haciendo. Él dijo que sólo preparaba el desayuno. Ella se acercó indignada, le dio una cachetada en su mejilla izquierda y le dijo que se fuera a la cama, que ahora estaban casados y que las cosas serían diferentes, para empezar nadie se levantaba antes que ella y ella sería quien prepararía el desayuno. 119

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