Cuentos desde Holanda

July 28, 2017 | Autor: Epifanio Tintinago | Categoria: Literatura, Tintinago
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12



Escúchese, por ejemplo, Wish I Could en el trabajo Not Too Late

Feelin The Same Way, del trabajo Come Away With Me
Geethali Norah Jones Shankar, conocida como Norah Jones, es una cantante, compositora, pianista y actriz estadounidense nacida en Nueva York en 1979. Ganadora de 9 premios Grammy, ha vendido como cantante más 40 millones de discos. (Wikipedia)
Versión 85th de los premios Oscar de la Academia, 24 de febrero de 2013
El mago de Oz (1939). Película musical de fantasía producida por Metro-Goldwyn-Mayer, donde Judy Garland, madre de Liza Minnelli, encarna a la tierna Dorothy y canta por primera vez este lindo tema. Después lo grabarían más de cien cantantes famosos.


EPIFANIO TINTINAGO JARAMILLO

CUENTOS


CUENTOS DESDE HOLANDA(2012)
EL VICIO DE COMER. 2
LAS PIEDRAS DE SANTA MARTA 4
REVERSIBILIDAD 7
LA ESTAMPA 11
LA NIÑA EXTRAVIADA EN PARIS 15

CUENTOS DESDE EL PEÑOL(2013-2014)
LUDOPATÍA 18
CARPE DIEM 21
TARDE DE DOMINGO CON NORAH JONES 23
CUENTAME UN CUENTO, ABUELO 25


EL VICIO DE COMER.
I
Estaba cansado de comer. Ya era un vicio. Se leyó de joven el artista del hambre, de Kafta y le pareció tonto. Solo ir desapareciendo hasta volverse una pajilla. ¡Qué tonto! . El problema no era alimentarse o resisitir el hambre. El problema era hacer la deglución y eso era lo que le cansaba. Buscarse la comida, luego abrir la boca y estimular la saliva para después hacer un bolo y pasarlo desde el esófago hasta el estómago. Qué rutina por siglos. Qué falta de inventiva. Además ¡qué pereza hacerlo!. Abrió el trozo de diario viejo, uno de tantos en que envolvía las sobras de los restaurantes para luego, sentado en el andén, masticarlas o mascarlas y tragarlas simplemente. Era un trozo de la página doce en el que se leía el nombre del muerto. Asesinado un hombre para robarle su teléfono celular. Otro muerto, otro celular. Mañana vendrán a ofrecerlo por esta misma esquina por unos pesos y un hombre bien vestido lo comprará para engañar a los comerciantes legales. Y el ladrón, que no es el mismo asesino, sino primo amigo o nada familiar de quien lo recibió en el último eslabón de la cadena, se comprará un porro, un vareto, un frasco de pegamento o un pan. Bueno, cualquier cosa es comida, siempre y cuando entre al cuerpo por cualquier vía. Será que hay comida que entre por la vía anal? Se preguntaba y se reía de su torpe chiste. Pero igual, le preguntaría al doctor que por las mañanas pasaba de prisa hacia el norte y de vez en cuando le regalaba una moneda. El mismo que un día se conmovió con sus convulsiones febriles y le aplicó un menjurje que llevaba en su maletín, una inyección etiquetada como "muestra gratis". Ese doctor me responderá la pregunta o se reirá de ella. De cualquier manera no me importa. Pero se lo preguntaré en la mañana porque en las noches pasa borracho y no me reconoce. Y en ese estado, ni que me aplique un menjurje de su maleta entreabierta.
Comió la sobra contenida en el pedazo de papel lo tiró y se abrigó con el resto de diario. Cuando el doctor pasó con su maletín entreabiero, lo miró sin reconocerlo. Ya estaba dormido.
II
Esta mañana el policía tardó en despertarlo. Esta vez no lo hizo como siempre con el bastón en sus canillas. Quizá era domingo, qué sabe un desechable cuándo es domingo o lunes. El doctor no pasó o ya había pasado. O se murió. ¿Mueren los doctores?. ¿No pueden curarse a sí mismos? Otro chiste pendejo que me hago. Me estoy volviendo tonto. Y eso que sólo como sobras y no me gustan esas drogas que tiran mis parceros. ¡Son tan caras! Hay que matar para robar celulares y comprarlas. Ellos dicen que soy una güeva porque no tiro vicio y en cambio me mantengo pensando en pendejadas. Uno me llamó alguna vez "el filósofo". El doctor me dijo que era una palabra buena y nada tenía que ver con hambriento. Como nosotros le decimos "filo" al hambre, yo le casqué al parcero mientras averiguaba, por sospecha no más. Después le pedí perdón.
El doctor ya pasó o se murió, pero un parcero me dice que existen unos supositorios. Que pregunte mejor por eso en la farmacia y me los meta por el culo. Este me cree marica. También le casqué…mientras averiguo qué es eso. Pero me late que son parecidos a unos tubos empapados con vicio y que se meten las muchachas para que no les huela la boca a alcohol y así dizque se emborrachan. Lo que no sé es por donde se los meten y me da risa pensar en un culo borracho. Ay, y si de pronto es por donde estoy pensando?. Chimba de borrachera, parce.

III
El marica de policía hoy sí me coronó, lo que quiere decir que esta mañana sí me levanté temprano. Y qué rabia porque anoche que sí me conseguí unos cartones más calientitos…güevón de polocho y le regaló los cartones al man que recoge y vende la chatarra. Bien, pero hablé con el doctor y le comenté mi idea, comer por otra parte diferente a la boca. El estaba como de afán y no le entendí bien lo de ósmosis, ni qué mierda, pero sí lo de las raíces de la plantas. Eso sí me lo imaginaba porque las pobres no tienen boca ni tragadero. Un man hace tiempo me dijo que había plantas carnívoras. Marica, si lo veo otra vez le casco por mamarme gallo. ¡Plantas carnívoras!, si ellas son vegetarianas. En fin, el doctor dice que sí es por el culo lo de los supositorios y que la idea mía de no tragar es para pensarla y experimentarla "dado que los organismos pueden asimilar sustancias mediante ósmosis y convertirlas de la misma manera que lo hacen los humanos cuando digieren". Ese doctor sí habla bacano, parce. Aunque yo le entiendo menos que más. Mejor dicho, no le entiendo pero le creo la última frase: "Sí es posible".
IV
Son las siete de la noche y el sol ha dejado calientes las aceras. Hoy no va a necesitar de periódicos ni cartones. Por lo menos mientras se duerme. Debajo de su chaqueta vieja, a medio terminar, un frasco de pegamento se evapora y se mete por sus narices. Tiene un par de celulares en el bolsillo que amarra contra sus muslos. Mañana los venderá para comer o para tirar vicio. Se duerme. A su lado, páginas medio rotas de un periódico dejan ver dos titulares: en la página 12, "Asesinadas dos personas más para robarles el teléfono celular". Y en la página 4, "Se investiga sobre absorción de alimentos por ósmosis mediante tampones".

LAS PIEDRAS DE SANTA MARTA
I
Aprobada la construcción del hotel, una vez llenados todos los requisitos, el ingeniero procedió a informar al capataz y este a su cuadrilla de obreros. Albañiles, plomeros, pintores, volqueteros, maquinistas y en fin una población muy cercana a los cien, fueron contratados. Diez de ellos, encabezados por un encargado, iniciaron movimientos de tierras, que en este punto eran más arenas y calizas. Entre estos, uno de barba descuidada, tez morena, frente arrugada y baja estatura, fastidiaba a los demás por su extravagante costumbre de escupir en el suelo una y otra vez. A veces acompañaba su escupitazo con un preludio de gargajeo que daba náuseas. El encargado de los diez, el muchacho joven, le miraba con una expresión de "no sea cochino y respete". Pero solo lo miraba, no se atrevía a hablarle. Aparte de su pequeña figura nuestro modelo era dueño de una mirada oscura, seca, desafiante. Hay que agregar que Victor García –así se había identificado en el momento de la contratatación- era excelente trabajador y por su fuerza, aparentemente desmedida, arrancaba con su pica gruesos bloques de arena, tierra y cal mucho más voluminosos que los que trituraban sus compañeros. Es como si Victor buscara para sí mismo algo dentro de la tierra. Pero como no se le escuchaba más que el saludo en la mañana, nadie se atrevía a preguntarle cuál era su interés. Al joven encargado le parecía que Victor rendía por encima del promedio y optó por no molestarle al menos durante el tiempo que duraran las excavaciones.
II
No podían disimular el deseo y envidia que generaba aquella mujer voluptuosa y coqueta que vino el primer día y los siguientes con el envuelto de comida de Victor. Mientras era motivo de todas la miradas, ella, de quien nunca supieron el nombre, se sentaba con las piernas abiertas más de lo común. Se adivinaba un cuerpo fresco y carnoso debajo de un vestido largo y amplio, suelto con un escotado profundo que dejaba ver los bordes de unos senos bien formados y erectos. Su rostro dejaba calcular unos 30 años de edad pero sin arrugas, lozana, bella, seductora. Desamarraba el tamal con unos dedos finos y largos, Algo le decía a los trabajadores que no era mujer de ciudad, quizá por la forma de llevar su cabello negro, amarrado sencillamente con una cinta barata de color fucsia. Para ellos, era una mujer de campo. Su sonrisa contrastaba con la seriedad de Victor, al que no parecía importarle sus coqueterías y menos la forma de sentarse. Podría decirse que él mismo disfrutaba de que su mujer fuera objeto de miradas lascivas. Alguna vez el levantó las cejas como si le dijera "Mira cómo te miran estos pendejos". Ella comprendía y más voluptuosa se ponía echando el cabello hacia atrás, descubriendo su rostro cuando al agacharse le había caído el pelo a la cara. Entonces se anudaba la cinta de nuevo y recorría de una mirada a los otros nueve. Al encargado le brillaban los ojos.
Cómo van las cosas, falta mucho? Le preguntaba casi siempre a Victor y éste respondía "Van bien, ya casi llegamos al punto". Y las miradas de ambos eran de esperanza y el tono de voz parecía ser de dos que saben de algo extraordinario, algo por lo que esperaron mucho tiempo. Mientras Victor hablaba con su mujer, nunca escupió, nunca gargajeó. A la mujer se le vio dos veces cobrando el pago de la semana de Victor en la oficina del capataz, siempre vestida de la misma manera.

IV
Pasadas tres semanas, faltando la última de las programadas para la excavación, a Victor se le vió con un extraño aparato que consultaba cada dos o tres horas. "Ese hombre compró un GPS y está presumiento", decían unos. "Es un simple BlackBerry opinaban otros". El joven encargado les llamó la atención por los comentarios y al preguntar a Victor de qué se trataba, éste respondió con otra pregunta: ¿Están prohibidos los celulares en la obra?. El encargado no supo responderle más que "Lo consultaré con el capataz". Quizá olvidó hacerlo porque nunca hubo respuesta para Victor. Después de picar la tierra y extraerla, Victor acercaba el aparato, a veces a los montículos de sus compañeros. Estos, molestos, arrojaban de prisa la tierra a la volqueta. Al comienzo de la cuarta semana, Victor utilizaba su metro medidor con más frecuencia. Se acercó al encargado y le consultó la medida exacta que requerían en la excavación. Anotó con el teclado de su extraño aparato y volvió a su silencio. En esta última semana, las visitas de su mujer a medio día fueron rutinarias y se les vio haciendo más gestos que pronunciando palabras. A mitad de la semana, el miércoles, Victor pidió permiso al joven encargado para hacer una llamada desde su celular. Solo se le escucho decir "Listo. Puedes venir ahora." Al medio día la mujer se presentó, esta vez vestida con un Jean y camiseta, ambos muy ajustados al cuerpo. Esta vez despertó más miradas de las de costumbre. En vez de fiambre atado, esta vez traía una bolsa de tela con un logo de supermercado. Algo pesado daba forma extraña a la base de la bolsa. Victor esta vez no la atendió de inmediato y solo se dirigió a su patrón para preguntarle: "Cuánto falta para el almuerzo?" –siete minutos-, consultó su reloj, -pero si quiere, atienda ya a su mujer. Victor siguió cavando y no dijo más.
V
El eco concentrado en la excavación de más de cuatro metros, permitió que todos ecucharan el sonido característico del choque de metales. La pica de Víctor golpeó y despidió chispas que fueron apagadas por el brillo del sol. El sonido metálico del choque hizo que todos miraran al lugar desde donde salía. Por estar todos con la atención en el hueco, no se percataron que la muchacha extraía de su bolsa un trapo que envolvía la pistola. Entre tanto, Victor cavaba por los bordes del metal y los nueve restantes no podían con la sorpresa. La muchacha le entregó el trapo, Victor cubrió con él su hallazgo y entonces fue cuando se dieron cuenta que les apuntaban con una nueve milímetros. En los labios de la muchacha estaba su índice izquierdo. Significaba "Silencio". Subió Victor primero por la escala de cuerdas y luego la muchacha, sin dejarles de apuntar. Una vez en la superficie, retiraron la escala, corrieron hacia un auto gris, dieron marcha y huyeron. Abajo se escuchó un clamor como de desespero. Algunos de los nueve también reían nerviosamente.
VI
La campana de bronce con la fecha que grabó su fabricante, reposa en el estante en campañía de otras piezas de la colección. En la sala, dos hombres y una mujer beben cada uno un trago. El que no es Victor, luce refinadamente vestido. Victor está modestamente bien vestido. Lleva una valija de mano. Ella, aunque no refinada, luce como siempre voluptuosa dentro de una pijama transparente. Ahora su cabello negro lleva atada otra cinta pero de seda fina y del color preferido: fucsia. Victor informa animadamente el desarrollo de su tarea y después de risas y saludos de mano, recibe dos fajos de billetes, que guarda en su valija sin contarlos. Se levanta y la pareja le acompaña a la puerta de salida. Los esposos se besan tras la puerta. A través de la cortina en el gran ventanal, se ve el auto gris partiendo por la avenida


REVERSIBILIDAD
I
Abandonó el aula de clases, la H-304, mientras el profesor de Teoría general de sistemas aún atendía algunos estudiantes. Le era bien difícil soportar la mediocridad de sus compañeros que se conformaban con la explicación, a veces superficial, del docente. Esta vez salió más inquieto. Eso del efecto mariposa, eso de reacomodar los sucesos del pasado para cambiar los efectos del presente, le inquietaba. Solo lo había visto en las películas de ficción. Pero el maestro parecía muy convencido con su propia explicación y hasta llegó a decir que en la programación de computadores el tal efecto se comprobaba objetivamente. Nadie preguntó cómo. El tampoco y por eso lucía pensativo al abandonar el aula. Es que si preguntaba le acusaban de querer dilatar la clase y ellos querían salir temprano para ver el partido de la selección. Pasó como siempre dando pataditas a las piedras sueltas del jardín y como siempre atento a las flores y bichitos que ellas atraían. A veces pasaba horas acompañando a las hormigas hacia su casa, la de ellas. Le llamaba la atención su comportamiento y algún día aplicaría la teoría de sistemas a interpretar, reproducir y modificar comportamientos de los animales, especialmente de los insectos. La guerra de las Galaxias, el triunfo de los insectos, podría ser un buen título de su proyecto para optar por el título de Ingeniero. Después de un tiempo ,atravesando el jardín, llegaba a la portería donde colocaba sobre una pantalla su identidad. En ella se leía: Carlos Andrés Matos, código 00131423. Hora de salida: 10:52 a.m Dos cuadras más adelante tomó el metro y pudo ver a través de la ventana del vagón dos grandes mariposas pintadas aparentemente por niños en un mural del jardín botánico. Una era de tonos verdes y la otra de amarillos y anaranjados. Esta imagen quedó en su retina por unos metros más, hasta la próxima estación. Luego se alojó en su cerebro y vino a evocarla una hora y media después mientras tomaba el almuerzo. Siempre comía en silencio, para pensar. Alguien le dijo que mientras uno comía, las ideas podían fluir más fácil, porque comer era ingerir e ingerir era un proceso de captura por los órganos y por los sentidos. Comer y mirar, comer y escuchar, son procesos que se refuerzan mutuamente, le explicaron. Entonces comía y pensaba. Pudo comprobar varias veces que el mismo así producía más. Algún día quiso aprender a rumiar como las vacas porque sospechaba que así podría producir ideas una y otra vez con el mismo alimento. Por fortuna, sus padres trabajaban ambos y no tenía hermanos. Entonces a la hora del almuerzo estaba solo, se despojaba de los anteojos y apagaba el teléfono celular. Escuchaba a Fito Páez. Era un rito que repetía a diario, excepto sábados y domingos que no iba a la universidad y almorzaba en cualquier parte.

II
Las mariposas volaron en su mente mientras engullía el pollo que su madre le había dejado a medio cocinar. Las mariposas se metieron en el arroz y terminaron posadas en las papas. Reversibilidad, ir hacia atrás, modificar el pasado, oruga, gusano de seda, efecto mariposa. Oruga, capullo, cucharada de arroz, pollo, oruga, masticar, tragar, nodos, relaciones, internet, pensamiento lateral, imágenes, íconos, mariposa, oruga, hipervínculo… Fito Páez, si volvieran los dragones. Reversibilidad… un grito lejano lo trajo de regreso a la tierra…¡gol de la selección!.
III
Aula H-304. Buenos días, ¿quedó algo pendiente de la clase anterior?. Si, profe, cuando usted dice "reacomodar los sucesos del pasado, habla de ir atrás bruscamente como en las películas de la máquina del tiempo o... ¿ puedo pensar en ir paso a paso hacia el pasado, o sea, segundo a segundo hacia atrás?" –Realmente no le entiendo la pregunta… ir al pasado de cualquier manera… bruscamente… paso a paso, no veo la diferencia. Yo pienso, profe, que ninguna película me muestra como es ir atrás paso a paso, a menos que yo mismo la devuelva mecánicamente, con el control marcha atrás. Hay algun video que haya sido filmado normalmente y sea proyectado hacia atrás?. Sí, responde el profesor. Algunas escenas se filman y luego se reproducen hacia atrás, como el crecimiento de una flor, por ejemplo. Mas no creo que pueda hacerse con la totalidad de una película. No lo resistiría el espectador. Hay una película que lo intenta, aquella del hombre que nace viejo y muere niño. Pero es argumental, no realmente proyectada hacia atrás. A qué viene la pregunta?
De acuerdo con su teoría, profe, veo que es entonces imposible hacer reversar el tiempo. ¿Generar, por ejemplo, un sistema que parta de la mariposa y termine en la oruga?, ¿generar gusanos a partir de mariposas?.
-No le pare bolas, profe, sigamos que se ha perdido mucho tiempo con el loco Matos., protestan los demás. El profesor le guiña un ojo - hablamos después de clase, le dice. Y en voz alta, para los demás: Hoy reforzaremos el tema…entropía.
IV.
Esta vez el loco Matos no fue a su casa a revolver fideos con ideas. Esta vez lo esperaba en el restaurante de la universidad su profesor de Teoría general de sistemas. A veces los profesores comparten al medio día con sus alumnos. Unas por coincidencia en el momento, otras por haber concertado una cita desde la salida de clase. Ambos arrastran su bandeja por los rieles de alumninio y las dirigen a la caja registradora. Es el profesor quien paga ambos platos y buscan una mesa bajo la sombra de un laurel. Limpian con su mano la superficie de la mesa y el profe mira instintivamente las ramas del árbol. -No vaya a ser que nos caiga un gusano, dice. -Completamos el menu, bromea Carlos Andrés. El profe, mientras corta la albóndiga, -es que no quiero dejar pasar esa idea de hacer regresar el tiempo, mas no como yo lo he propuesto sino como tú lo planteas. Has leído algo de eso?. Andrés empapa la albódiga en la salsa de tomate. No, pero quisiera leer, todo lo que llega a mis manos apunta hacia el efecto mariposa. Lo que quiero es muy sencillo, reversar el proceso. Hacer de mariposas, orugas. Fabricar orugas, aprovecharlas, abrirles comercio. -Pero… para eso no requieres aplicar reversibilidad, simplemente generas orugas y orugas y te enriqueces. -Vamos, profe, no se burle. Usted sabe qué quiero decir, aprovechar las mariposas, someterlas a un proceso. -Pues les cortas las alas, ríe el profesor. Si, claro, ya está… solucionado el problema el muchacho levanta los hombros. Mira Matos…, el profesor se limpia los labios con una servilleta de papel, frunce el ceño y asume la posición más seria que su estudiante haya visto. Se acomoda las gafas y recita: La reversibilidad es la capacidad de un sistema termodinámico macroscópico de experimentar cambios de estado físico, sin un aumento de la entropía, resultando posible volver al estado inicial cambiando las condiciones que provocaron dichos cambios. Estamos de acuerdo en eso?. -Le saqué la máxima nota en la prueba, lo olvida profe?. -Bueno, en teoría esa es la capacidad del sistema. El problema no es mostrar que el sistema es capaz, el problema es someterlo a prueba. Regresar la película en vivo y en directo. Es eso lo que quieres Andrés?. El estudiante asiente y traga el último bocado. Corre las bandejas y en una actitud casi humilde, mira al profesor esperando una solución posible desde su razón. -Descomponer, analizar, separar en partes, no es suficiente. Hay que jugar con el tiempo y el espacio. Relatividad, Einstein. No estamos en condiciones, por lo menos en este siglo, de manejar el tiempo. Yo asumo que lo estaremos y que quizá estamos a un paso. Pero en la ciencia, un paso puede ser un año o un siglo, precisamente por la relatividad. Pero te aseguro, Andrés, que tu idea es absolutamente probable, absolutamente posible. Has experimentado un Déjà vu? La paramnesia es la experiencia de sentir que se ha sido testigo o se ha experimentado previamente una situación nueva. Infortunadamente el Déjà vu no se presenta con frecuencia, no con nuestro concepto de frecuencia. Si un Déjà vu pudiera presentarse en una serie continua de hechos, ¿no es muy similar a lo que tratas de lograr?. Si, profesor, usted lo ha comprendido bien. Y yo leeré sobre el asunto Déjà vu.

V.
Esta noche el profesor Martínez ha perdido el sueño. Tras el último café, y los diez últimos cigarrillos, mira desde la ventana la calle vacía. Una silueta se convierte en hombre. Martínez corre la cortina y enfoca su atención hacia abajo. Es un borracho. Extraño. El ebrio camina hacia atrás. Una voz ronca sale salpicada de babas: "...esta noche voy a entrar de espaldas, para que mi mujer crea que estoy saliendo...". Cierra la cortina y enciende la televisión. Canal 7: Hoy presentamos..El día de la marmota, (subtítulo, atrapado en el tiempo).. Con Bill Murray. Otro cigarrillo, se acomoda.


LA ESTAMPA
I
Brayan y Valentina conforman un típico matrimonio joven, con presupuesto aportado en forma solidaria, él ejecutivo de una firma inmobiliaria y ella asistente de un diplomático. Esta noche van abrigados al salir del restaurante chino. El empleado del aparcadero cierra suavemente la puerta de la derecha y pasa por delante del sencillo pero cómodo automóvil para dirigirse a la ventanilla del conductor. Recibe unas monedas y les despide afablemente. El vidrio de la ventanilla se cierra lentamente. El auto arranca. El empleado alcanza a mirar las luces de parada del coche en el que Brayan y Valentina se alejan hacia el sur. Hace frío esta noche. Cuarenta minutos más tarde, la pareja aparca el auto en el garaje de su casa, Brayan abre la puerta del auto y su esposa enseña la rodilla al bajar. Es hermosa, y esta noche luce un lindo abrigo rojo del que tiene que despojarse una vez abandona el coche. En casa ya no hace frío. Una vez cerrado el garaje cruzan una pequeña puerta de acceso a la sala en donde una linda joven rubia de acento extranjero les espera. La televisión está encendida a bajo volumen. –Ya están dormidos los tres, dice en voz baja y se apresta a tomar su gabán. –Muchas gracias, dice Brayan, disculpa la tardanza. – No hay problema, responde con un acento francés, alcanzaré el metro. Sale apresuradamente. Valentina sube y les mira… duermen los tres plácidamente. Les cobija con el mismo gesto maternal de cada noche. Baja de nuevo al salón y sirve una taza de agua aromática. Quieres? Y Brayan acepta sonriendo, mientras descarga una revista en cuya portada aparece una casa de campo en venta. Ya se ha quitado su saco y ha colgado en el perchero el abrigo de Valentina. Tose levemente para no hacer ruido y da tres sorbos al agua caliente que toma entre ambas manos. -¿Siguen así?, pregunta. Así, lo mismo, responde Valentina. Una respuesta a una pregunta. La misma respuesta acompañada de un suspiro profundo. Como si acaso los niños estuvieran enfermos. Saben que si lo estuvieran quizá no estarían dormidos plácidamente, ni la pareja hubiese salido de cena. Mateo, Sara y Anita tienen sueño tranquilo. Mateo acaba de cumplir quince años, es el menor, Sara dieciocho y Anita veintitrés. Los tres duermen en su camita. La cama de Anita acaba de cumplir veinte años. Sus cuerpecitos de uno, tres y cinco años reposan. Sus mentes de uno, tres y cinco años reposan. Las mentes de sus padres en el piso bajo no reposan. Vuelven a recordar...
II
Era un enero, época en que la gente se hace planes para el año y a veces para el lustro, quizá hasta para el siglo. Brayan y Valentina no eran gente de cábalas ni rezos ni sahumerios. Gente común, tenían tres hijos, de uno, tres y cinco años. Nunca un padre dirá que su niño no es hermoso. Anita, la de cinco, una morena con la tez de su mamá, erguida y caderona. Mateo el menor, de un año, tiene las facciones de su padre y Ana, la de tres es la más simpática, con facciones de su madre y la vitalidad del padre, bromista y juguetona. Brayan y Valentina habían aprendido a quererlos cada uno con sus características y pilatunas. Nunca se imaginaron que los iban a querer mucho más a medida que el tiempo transcurriera. Fue a finales de enero cuando aquel hombre les visitó, llamó a la puerta y, biblia en mano, -"Cristo llama a tu puerta", dijo con cierta severidad. –Muchas gracias, le dijo Valentina y por poco le aplasta la nariz con la puerta. Una estampa se deslizó por debajo de la puerta y Valentina leyó: "Solo pide un milagro hoy y si Cristo no te lo hace, entonces nada tienes con él, solo prueba". Valentina sonrió. En la noche, Brayan encontró la misma estampa en el comedor cuando regresó de la Universidad. También sonrió. –Embaucadores, se dijo. Valentina sirvió la cena y respondió a la pregunta: -Hoy han estado insoportables, pero los amo tanto... con sus travesuras, su manera de comer, sus gritos...Brayan preguntó: ¿ Ya están dormidos? No, te esperan arriba. Terminó la cena, llevó los platos al fregadero y subió a leerles un cuento... Esa noche, se durmieron. Brayan bajó al salón y ordenó unos libros. Miró las últimas noticias en la TV y con Valentina subió al cuarto matrimonial, al lado del cuarto de los niños. Por cualquier razón incomprensible, Valentina había llevado la estampa hasta la mesita de noche. Fue cuando miraron al reverso. La imagen de un Cristo, desfigurado, retorcido contrastó con la imagen que había en la pared frente a la cama en la alcoba matrimonial, un Jesús sonriente que habían puesto como adorno y compañía. La imagen de la estampa era más la imagen de un demonio que la del mismo Cristo. El anticristo, dijo Brayan burlándose. Cambiaron de tema. ¿Y qué?, dijo Valentina, ¿nada de empleo? Nada, respondió Brayan, solicitudes y solicitudes pero nada que llaman…¿ hoy no me han llamado? No, dijo Valentina, solo vino un hombre y dejó esa estampa. Le tiré la puerta. Era un hombre raro. Y a tí tampoco te llaman? Preguntó Brayan, insistiendo en el cambio de tema. Ni siquiera para hacer aseos, dijo Valentina. ¿Qué vamos a hacer? Los ahorros se acaban. Los niños necesitan mucho. "Solo pide un milagro hoy y si Cristo no te lo hace, entonces nada tienes con él, solo prueba", leyó Brayan en voz alta desde la estampa cuando ya se decidía a apagar la lámpara de mesa. –Yo te pido empleo, y empleo para Valentina y la felicidad de mis hijos, dijo en un tono mezcla de burla y de escepticismo. -Vale, dijo Valentina -y yo te pido que mis hijos se queden así como están , felices, pequeños. Y al oído de Brayan: "porque nadie sabe qué luchas nos darán cuando crezcan". Que se queden así lindos y pequeños como son, asintió Brayan. Contuvieron la risa que les provocaba esta actitud tan poco religiosa. Se cubrieron la boca mutuamente para que la risa no despertara a los niños. La luz se apagó y ambos simularon dormir. Cada uno de su lado, seguía inmerso en sus preocupaciones.
III
El sol de la mañana se coló entre las cortinas, Brayan miró el reloj de mesa y palpó a su lado hasta no sentir a Valentina. ¿Amor?, dirigió la voz al salón mientras abría la puerta de su alcoba y miraba de reojo a la de los niños. –Te hago el desayuno, respondió Valentina desde abajo. Los niños seguían durmiendo. Brayan bajó a desayunar, sonó el teléfono. Valentina respondió, no sin antes refunfuñar por lo temprano. -Es para tí. Brayan no lo creía. Sí, sí, como no. Allá estaré a las nueve en punto. Gracias. ¡Tengo empleo, Valentina! ¡La inmobiliaria me contratará hoy mismo!. Bajo la puerta un sobre se deslizó. Dirigido a Valentina Correa, lo abrió de prisa, concentrando una y otra vez su mirada en el logotipo del sobre: "Embajada de los países bajos". Lo abrió. ¡Tenía empleo!, Ni él ni ella acataban a entender la extraña coincidencia. Los niños se despertaron con el alboroto. ¿Qué pasa mami?, -Su papá y yo tenemos empleo. -¿Y… se van a trabajar ahora?. -No, tesoro, tenemos entrevistas hoy pero ya les buscaremos quién los cuide. Tendremos con qué comprarles muchos juguetes. La pareja tomó una ducha y ambos subieron a vestirse. Lo hicieron. Un movimiento brusco de Brayan, hizo caer la extraña estampa de la mesita de noche. Salieron de la alcoba.
IV.
El veinticinco de Marzo siguiente, Valentina y Brayan esperaban en el consultorio del doctor Sanín. Era un chequeo de rutina para los tres niños. Las nueve de la mañana. Habían avisado a las oficinas. Llegarían más tarde. Ningún problema, ambos ya eran empleados de confianza por su diligencia y excelentes resultados. Pasaron al consultorio los cinco. Saludos, estetoscopio. Sanín era el mejor pediatra del país. La familia Torres Correa tenía con qué pagarlo. Esta vez Sanín revisó una y otra vez a Anita, también varias veces a Sara y a Mateo. Llamó a su asistente, le pidió que trajera las historias clínicas. Ahí estaba clara la fecha de la última revisión. Fue hace tres meses, le dijo extrañado a su asistente. ¿Paso algo? Preguntó Brayan. -Nada, dijo Sanín, que mi asistente debe haber confundido fechas, tallas, pesos y me ha creado unos datos bien confusos. Imagínense, tres meses después sus tres hijos no han aumentado ni de talla, ni de peso. Debe ser un error. Pero su salud está excelente. Yo me ocuparé de las correcciones. Y le dictó a su asistente claramente unos datos y él mismo revisó de nuevo que estuvieran correctos. Tres meses después ocurrió lo mismo. Los niños en verdad no aumentaban, no crecían mas su salud era perfecta. Un año después, ante el asombroso detenimiento del desarrollo físico de los niños, fue cuando decidieron consultar a un psicólogo.
V.
La sociedad INMENTE, patrocinada por la UNICEF, esa que goza de gran prestigio en nuestro medio, realizó más de una docena de pruebas a todos y cada uno de estos los niños. Cociente intelectual adecuado para su edad: uno, tres y cinco años respectivamente. -Ninguna información a la prensa mientras investigamos la causa. Corren dos, tres años. Los niños no crecen ni física ni mentalmente. Su salud, para su edad, es excelente. Para Valentina y Brayan, dos profesionales serios, escépticos, lo que en un principio era motivo de gran preocupación, a la vuelta de cinco años se convirtió en una situación particular pero extrañamente agradable. Sus niños siguieron siendo niños, con sus mismas pilatunas, sus caritas felices y su salud envidiable. Los padres, siguieron disfrutando en cierto modo la extraña experiencia mientras los científicos de diversas ramas prometían dar con el origen y la cura de lo que no acertaban a llamar enfermedad.
VI
Esta noche han vuelto más temprano y la empleada va a alcanzar el metro. Cada uno leerá un cuento infantil para los niños. La cabeza de Valentina empieza a mostrar los signos de la edad, Brayan luce un poco cansado y tose con más frecuencia. Otra vez sus niños dormirán plácidamente y ellos recordarán una vez más aquella noche de enero en que pedían:
-Empleo para mí y empleo para Valentina y la felicidad de mis hijos
-Y yo te pido que mis hijos se queden así como están , felices, pequeños.
Juntos: porque nadie sabe qué luchas nos darán cuando crezcan, que se queden así lindos y pequeños como son.

LA NIÑA EXTRAVIADA EN PARIS
I
Verano de 2011 en París. Para ser más exactos es el miércoles 10 de agosto. Los parisinos aprovechan el sol y a lo largo del Sena, se ven echados medio desnudos, como lagartos. Que no lagartos porque éstos se echan en la tierra o en la arena y los parisinos tienen sus propias paris plages de cemento. Los yates turísticos de vedettes de paris los ven debajo de sus sombrillas, o sin ellas sentados en pequeñas sillas o sin ellas en la ribera que da al poniente. Alguna rubia se ha quitado el sostén y retoza boca abajo con la esperanza de tener una piel cobriza. Al otro lado, en la sombra que propicia el puente de los enamorados, un retratista esboza un rostro. La mujer sentada al frente sonríe para dar constancia de que está feliz. Sobre el puente, miles de candados lucen atados a la malla metálica. Llevan nombres de parejas. Se dice que quienes atan estos candados y arrojan la llave, lograrán una unión para siempre. En el yate, debajo del puente, el guía invita a que los turistas pidan en silencio un deseo. Para el momento, Estiven y Laura tienen el propio: felicidad y progreso para sus hijos, el de él, seguridad en mi matrimonio, el de ella. La niña mayor, con cinco años, solo atina a pedir en voz alta muchos dulces. Hazlo en silencio, le dice Estiven. Dos o tres turistas que entienden español, sonríen. Laura sostiene en brazos a su bebé de ocho meses. La otra niña, la de tres años, es llevada de la mano por Stiven. Un cuervo grazna en la orilla. Stiven recuerda que Edgar Allan Poe le enseñó en los libros que el cuervo es ave de mal agüero. No conocía cuervos hasta ésta, su primera venida a París. En su tierra, Colombia, hay gallinazos pero son más grandes, no graznan y son feos. Los de acá parecen pequeñas palomas negras. Aún así, preocupan a Stiven, quien aprieta demasiado la mano de la niña. Ella se suelta y busca a la madre. Ambas se parecen. Carolina, la niña, tiene los mismos ojos claros, su cabello liso y su piel trigueña. Los seis, con Piere, han separado un buen lugar en el yate para disfrutar la brisa del verano en el crucero que ahora les muestra a Notre-Dame y su rosetón de doce metros de diámetro. Vale la pena trabajar de más en Colombia para que un maestro de bachillerato pueda ahorrar y después de juntar ahorros, salarios y un préstamo aprobado por el banco, esté disfrutando en París esta vista, este aire, este verano. Afortunadamente Stiven, profesor de Inglés, tiene un amigo en Sèvres, una comuna en los suburbios al suroeste de esta ciudad luz. Piere es francés y mediante Internet, ha establecido con Stiven una "amistad virtual" que en dos años se ha convertido en hermandad. Piere habla inglés y con Stiven participa en una comunidad católica virtual. A veces estos hermanos, como suelen llamarse, se visitan de un país a otro y así es más fácil alojarse. Encontrarse de manera física para los hermanos de esta comunidad, es cerrar un pacto, el sólo darse la mano por primera vez en un aeropuerto o terminal de transportes es todo un solemne momento que no voy a describir por respeto y porque ni yo mismo lo entiendo. El dar hospedaje es el logro mayor de un hermano, porque es recibir a Cristo en su casa. Quizá con esta última frase pueda dar a entender la magnitud de su creencia. He de agregar que esta comunidad mundial es conocida por sus sanas costumbres y el manejo de un muy bajo perfil entre aquellos que no son sus miembros. Stiven y Laura están en la comunidad hace más de diez años, desde solteros y esta vez han sido recibidos por Piere que ya se anota dos Cristos más en su agenda. Piere les ha invitado y ha pagado los boletos del yate. No habla español, pero se entiende en inglés con Stiven. Después del paseo por el río que cruza la ciudad, irán al jardín de las Tullerías y de allí a la Universidad de la Sorbona. Ya en la tarde de ayer visitaron Versalles y hoy en la mañana la Torre Eiffel. Piere les ha movilizado en su coche, un vetusto pero conservado peugeot que heredó de su padre. A la sazón, Piere tiene 24 años, una esposa, dos hijos y una casa en Sèvres.
II
El sol parisino ha levantado los termómetros hasta 23 grados centígrados. El polvo se pega en los zapatos de cuero de los cinco. La bebé duerme en el cochecito que empuja Laura. Vienen de la Tullerías y toman fotografías en el obelisco. Es una donación de Egipto, miran hacia el frente y ven el arco muchas cuadras más allá. La línea es recta. París ha sido hecho con instrumentos de dibujo. Es verdaderamente simétrico, por lo menos acá en el centro. Los semáforos dan paso a vehículos y peatones. Cámara en mano, Stiven trata de enfocar los caracteres egipcios del obelisco. No los entiende, pero es arte. Se consuela.
Cinco, de los seis, han pasado el separador central, antes de llegar al obelisco. No se percatan hasta que Laura busca con la mirada. Carito, niña, ¡Carolina!… el desespero. Stiven no toma la foto. Piere da unos pasos. El semáforo da la vía a los carros y le impide pasar. -Hasta cuando llegamos al separador estaba con nosotros, dice Laura. ¿Y no pasó?, Stiven. -¿Tú no la traías tomada de la mano?. Las voces empiezan a quebrarse. "Take it easy", dice Piere con un acento inglés tan asustado que Stiven no entiende. Cambia la luz, Piere se adelanta. Pasa al separador. Se detiene y mira para todas partes. Pasan los demás al separador. Ahora, a la orilla opuesta. Nada. El grito de Laura estalla: ¡La niña se perdió!. Stiven la abraza. -Calma, busquemos, volvamos al toilette. No, solloza Laura, ella pasó hasta el separador con nosotros. Una pareja que cree entender de lo que se trata, se acerca y en un español afrancesado les dice "Hay que llamar a la poliz".
II
La préfecture de police, estación central. Son la ocho después de meridiano. En verano aún hay sol a las ocho de la noche en la Europa de este lado. Laura sostiene un vaso de agua y lo que queda de los mordiscos de un sobre de pastillas. Stiven hojea cinco pasaportes, se detiene en el que está la fotografía de su hija Carolina. Llora. Piere, de pie ante la taquilla, recibe formas para llenar. Un uniformado mira de soslayo y minutos después, recibe de Piere y de Stiven las formas diligenciadas. Unas firmas, unas huellas, visado de pasaportes, fotocopias y ya. No es suficiente para dos padres y un amigo angustiados que van al aparcadero para abordar el viejo peugeot. La niña de cinco años conserva la esperanza. -Si mañana volvemos al río, no voy a pedir dulces…voy a pedir que mi hermanita aparezca. Las luces de parís se han encendido y por el Boulevard de Clichy, las lágrimas de Laura distorsionan la luz de los avisos entre los que se deja entrever: Moulin Rouge. En Colombia se dice que muchas niñas secuestradas van a dar en su adolescencia a los cabarets españoles y franceses y nunca más se sabe de ellas.
III
He regresado a Den Haag, Holanda, después de mi viaje a Paris. Llegamos anoche. Es viernes 12 de agosto de 2011. Son las tres de la mañana, me gusta despertar y mirar por la ventana, justamente pegada a mi dormitorio, el canal y las luces tenues de Wim Kan Straat 6, lugar donde me alojo, la casa de mi hijo. La visión del canal, los árboles y las luces, antes de acostarme o cuando despierto a cualquier hora de la noche, es maravillosa e inspiradora. Hoy me levantaré y haré un cuento. El quinto de los escritos en Holanda. Se llamará la niña extraviada en París. Pero no quiero que tenga un final de cuento de hadas, dejaré la niña perdida en París hasta cuando yo mismo la encuentre o mis nietos al leerlo elucubren el encuentro o los lectores desprevenidos especulen o imaginen. Será un juego en el tiempo. Entonces, de esta manera quedará demostrado una vez más que los personajes quedan atrapados entre los barrotes de las palabras. Aquellos que pretendemos escribir, congelamos los paisajes y las personas en el tiempo. Los sometemos a un proceso de hibernación, en un estado de letargo permanente hasta cuando alguien quiera despertarlos. Entonces, cualquiera de nosotros podrá hoy o después levantarles el castigo y recrearlos tal como el príncipe despierta con beso a la princesa encantada. Carolina está perdida en Paris. Suplico a quien la encuentre, me cuente que fue de ella. Gracias.

CUENTOS DESDE EL PEÑOL(2013-2014)
LUDOPATÍA

Era un sábado de abril, no más de las seis de la tarde cuando Andrés cerró la puerta tras de sí. Ya había escuchado por enésima vez la cantaleta de su madre. Que las calles eran peligrosas, que no regresara más allá de las once, que los amigos… el eco quedaba siempre en sus oídos y una sonrisa noble y generosa se dibujaba en el rostro del muchacho. Cómo amaba a esa madre que tanto lo cuidaba y a la que tanto le tuvo que mentir para que no sufriera. A veces mentimos no por hacer daño sino para evitar hacerlo. Son mentiras blancas, piadosas, que protegen nuestra intimidad y nos permiten ser relativamente libres.Mentiras que nos mantienen la buena imagen ante nuestros padres aunque afuera nos estemos descomponiendo.Desde el interior de la casa, la joven madre levantaba la mano derecha y bendecía a lo que ya no era Andrés sino una puerta cerrada. Esta rutina se repitió tantas veces, desde aquellos días en que Andrés, con seis años cumplidos, quedó al cuidado de su madre, o mejor, su madre quedó al cuidado suyo, en fin, desde el día en que a un padre joven se lo robara el mundo, descubriera otros lugares y otras personas; desde aquel día en que un hogar más en Colombia quedara conformado pordos y una madre cabeza de familia tuviera que enviar solicitudes de empleo, figura tan común en este país. Afortunadamente, Paula era joven y bonita(bastaba con eso) y su primer empleo, el mismo que hoy mantiene después de 13 años, le permitió cuidar de Andrés y arrebatarlo de tantos peligros, primero el de la drogadicción, porque hubiera podido heredarlo de su padre medio "hippie" y luego el del alcohol, socialmente aceptado en cualquier estrato social. No, Paula no tuvo que enfrentarse a estos monstruos. Su hijo parecía blindado a estas dos tendencias de la sociedad. En palabras muy populares, era un muchacho sano.
Pero, cumplida la edad de 15 años, otro Kraken, otro monstruo escondido acechaba a Andrés, entre las inocentes y frías máquinas de un café internet. Un monstruo con el disfraz de la tecnología, con la apariencia del juego de video, con el atractivo del color y del sonido. A su madre le pareció normal que después de las clases, su hijo se entretuviera con los recién instalados juegos a la vuelta del colegio. Además era un muchacho juicioso y sus calificaciones siempre habían sido las mejores. Cursaba el grado décimo y logró terminarlo con felicitaciones. En el año siguiente, Paula solo vino a preocuparse un poco cuando le vio más delgado. Y un poco más cuando fue llamada ante el comité académico de la institución para escuchar que Andrés empezaba a fallar en dos asignaturas: castellano y educación física. Las había perdido en el primer período de un grado tan importante. Paula no alcanzaba a recuperarse del asombro cuando un mes más tarde, en abril, fue citada de nuevo para que firmara una sanción. La nota decía que Andrés Hurtado había faltado a clases y ante el llamado de atenciónhabía respondido a los superiores con lenguaje violento. Era evidente el cambio de su hijo. Ya esto sí le quitó el sueño. Algo había que hacer.
La psicóloga la atendió de manera amable. Redactó con cuidado el caso y en tono profesional le sugirió más acompañamiento. –Estos adolescentes atraviesan por una edad difícil y cuando no hay padre en casa, le toca a la madre hacer los dos papeles. Como usted trabaja, llegue temprano, acompáñelo en las tareas y dialogue mucho con él. No lo regañe, trátelo bien y cuando tenga que castigarlo, prohíbale algo que le guste. Cuando se porte bien, estimúlelo con amor y de vez en cuando algún regalito-. La psicóloga recitó como si estuviera leyendo un texto aprendido. –Déjeme sola con él, por favor- e hizo un ademán para indicarle a Paula que saliera. Ya solos, la doctora le explicó a Andrés que a los padres les importaba mucho las calificaciones y el comportamiento en el colegio. Que mejorara estos dos aspectos, porque lo demás era normal. –Los muchachos tienen que aprender a manejar a sus padres y a sus profesores, así no se complican la vida-. Andrés sonrío y estrechó la mano de la psicóloga. De alguna forma se sintió apoyado. La doctora pasó la cuenta de sus honorarios. Caso cerrado. Ya en el segundo período escolar, Andrés mostró las mejores notas, se portó bien y Paula lo recompensó. Obtuvo un préstamo y le regaló el mejor computador que pudo obtener en el mercado. Esa tarde de julio, el Kraken entró a la casa.
Andrés no volvió al café internet. Su conexión a la red desde su casa, le permitió conocer otros juegos, otros amigos, esta vez virtuales. Su lenguaje se incrementó en términos como "estrategias en tiempo real", "Xfire", "Raptr", "Steam". La madre estaba feliz de verlo tantas horas en casa y no se percataba de sus trasnochadas. Paula se consolaba: -mientras no esté en la calle tirando vicio-. Sólo comenzó a molestarse cuando Andrés empezó a pedirle dinero para Internet. –Pero si yo pago la conexión mensual. –Si ma, pero necesito para el PPW o sea para el "pay per win", ¿no ve que mis amigos me van ganando solo porque no he tenido plata con qué comprar puntos y estrategias?. –Yo no le entiendo nada de eso, Andrés. Pero tome. Con tal de que no se me vaya a la calle con amigos y me rinda en el colegio-. Y le daba una especie de mesada para sus juegos. Un día Andrés pensó que lo del dinero no era justo con su madre ni suficiente a sus deseos. Tenía que conseguir algo extra. Sus amigos de Internet ya le habían sugerido cómo: "manejando un bajo perfil, parce, y solo venda dosis personales en el cole, así no se mete en problemas". Lo hizo, obtuvo el dinero pero pronto fue descubierto. Paula firmó el 10 de octubre la carta de expulsión "por tráfico ilegal de sustancias psicoactivas, artículo 32 del manual de convivencia"(!). No podía creerlo. Solo estaba a un mes de ser bachiller, cosa que a Andrés no le importó pues le pareció que ahora tendría más tiempo para jugar. El bachillerato podía esperar y los juegos de Rockstar no daban espera. El Kraken lo envolvió en sus tentáculos. La alimentación se redujo a una torta y una cocacola sostenida en la mano izquierda y asíno perder el mouse de la derecha, sus horarios y sueños se trastocaron, la relación con la madre se tornó hosca, limitándose a un saludo breve en las tardes, cuando ella regresaba del trabajo. La comida que le dejaba en el refrigerador estaba casi intacta. Le regañaba. El hacía que escuchaba, mientras mantenía fijos los ojos en la pantalla del aparato.
Era una noche de diciembre, cuando el Kraken se metió, o mejor, salió de esa pantalla. Lo abrazó con fuerza destructora, le invadió el cerebro harto de disparos y de sangre. Los personajes de los juegos saltaban por su alcoba desquitando, disparando, cayendo en su cama, salpicando las paredes. Sonidos secos, sordos, estallaban en sus oídos. Cayó de la silla y despertó a la madre, quien le encontró convulsionando en el piso. Para la navidad de ese año, Andrésfue atendido de urgencia. El médico habló de un cuadro maníaco-depresivo bipolar y mencionó la IAD, (Internet Addiction Disorder). Paula entendió que de inmediato debía buscar ayuda.
La clínica advirtió que la primera parte del tratamiento requería de la voluntad de Andrés. Este debería reconocer que estaba "enganchado". No fue posible de momento. A Andrés le sonaba como un tratamiento para alcohólicos anónimos. Sin embargo, buscó en Internet y encontró información al respecto y solo después de largas conversaciones con la madre, gracias al amor prodigado por ella y su fe en Dios, se inició una terapia intensiva que exigió la reclusión de Andrés en un sitio alejado de la ciudad, donde no tenía acceso a la red, con estimulaciones campestres, música, danza y charlas de grupo acerca de los peligros y beneficios de la tecnología. Fueron sus mejores vacaciones. En la misma institución terapéutica pudo terminar su bachillerato y prepararse para iniciar sus estudios universitarios. Fue casi un año de voluntad, amor, fe, tenacidad y fortaleza y al fin… poder salir del fango donde lo tenía atrapado el monstruo. Al regresar a casa, eliminó de su máquina cualquier enlace que pudiera volver a abrir la tenebrosa puerta de la ludopatía.
Hoy,un sábado de abril, con diecinueve años, su madre ha vuelto a bendecirlo tras la puerta y él sonríe noble y generoso mientras se pregunta cuál mundo puede ser más peligroso: si la calle y los amigos reales o las redes sociales plagadas de monstruos que a cada día quieren atraparnos con sus tentáculos similares a los del Kraken, el engendro mitológico escandinavo.

CARPE DIEM

Esta vez se despertó sin mirar el reloj de mesa, no encendió la radio y un largo bostezo acompañó el estiramiento de sus brazos. Todos los días debieran ser como los domingos, se dijo, mientras ajustaba la bata levantadora a su cintura cuya talla empezaba a preocuparlo. Sin pasar por la ducha se metió en la pantaloneta, calzó unos tenis y bebió tres sorbos del jugo de naranja que recién preparó. De salida agarró cualquier dinero y la camiseta deportiva mientras sonaba el timbre del teléfono. No alcanzó ni quiso contestar.
En unas cuadras logró la pista que rodea al estadio y lo sorprendió gratamente que en este domingo no hubiera mucha gente haciendo deporte. Caminó, luego trotó y su entusiasmo le impidió calcular cuánto espacio había recorrido hoy. Se sintió fresco, vital y una vez más se burló en voz baja de su médico: "Dos meses de vida. Medicina en pañales". El diagnóstico había sido severo. El tumor cerebral andaba en pleno crecimiento y aparte de las cefaleas, los vómitos y la visión doble, podía generar pérdidas esporádicas de la memoria. La intervención quirúrgica era de alto riesgo y el paciente se resistía. Voy a vivir cada día como si fuera el último, se había dicho hace ya cuatro meses. Se había aferrado a la vida y a pesar de los violentos síntomas, no desfallecía en su deseo de vivir, y de vivir feliz. En contra de las indicaciones médicas y de los deseos de su familia, vivía solo; algunas veces salía de copas con amigos, disfrutaba de la música, de la lectura, lo mismo que de las mujeres y de las tertulias. No faltaba a su trabajo porque le gustaba lo que hacía: diseño gráfico publicitario. El mejor diseñador para la mejor empresa de la ciudad. Probablemente, el uso excesivo del computador genera trastornos de tipo cerebral.
Retiró el sudor de su frente con el dorso de la mano y fue cuando miró el reloj electrónico que marcaba las 11. Diablos! Había trotado mucho o se había levantado muy tarde. De una u otra forma, no importaba. Esta vez no balbuceó. Lo dijo a todo pecho: EL DOMINGO ES MÍO Y PIENSO DISFRUTARLO MÁS QUE NUNCA. La pareja de ancianos lo escuchó. Ambos sonrieron maliciosamente encogiendo los hombros. Estaba loco, gritando a voz en cuello y aparte de eso creyéndose en domingo.
De camino a casa desayunó con ensalada de frutas, saltó como un niño evitando las líneas divisorias de la acera, lanzó dos o tres piropos a las colegialas sin percatarse siquiera de que llevaban uniforme este domingo. Las tiendas y legumbrerías tenían productos frescos, las peluquerías estaban abiertas y también aquel puesto que vende la lotería donde compró otra vez el número favorito. Con la misma euforia abrió su puerta. En el interior se escuchaba insistente el timbre del teléfono. ¿Aló?. Qué le pasó Jaime, por qué no vino hoy a trabajar?, Recuerde que hoy es lunes y teníamos reunión a las ocho de la mañana.

TARDE DE DOMINGO CON NORAH JONES

Que nuestro planeta con su movimiento de rotación provoque amaneceres y anocheceres y esto le haya permitido a los seres humanos un conteo arbitrario de los días, que los nombres asignados a los días de la semana obedecen a un capricho romano, que el calendario gregoriano tiene errores, todo esto me deja claro que domingo es un mero nombre, que para algunos no es el día de descanso sino de mayor trabajo, en fin, nada me autoriza ni me impide definirlo a mi manera, acogiéndome a la licencia que tiene cualquier escritor para decir lo que se le antoje y llevarlo al texto escrito para gusto o disgusto de sus lectores. Para mí, entonces, los domingos sí tienen claras diferencias con los demás días de la semana. En la mañana de los domingos veo a mis vecinos lavando las aceras y los autos mientras otros pasan con un trotecito lento, haciendo gala de sus atuendos deportivos. Suelo levantarme tarde los domingos y mirar al cielo, cielo de domingo… diferente… más azul o nublado pero diferente. La luz del día domingo es más clara y se cuela por entre las nubes en forma particular. Pasan las horas y entrada la tarde me preparo para mirar el fútbol en la tele o me encierro en mis recuerdos. Un domingo en la tarde murió mi padre y a algún filósofo barato se le antojó decir que uno escoge el día de nacer y el día de morir. No le entendí, ni me interesó su cuento, pero a mi padre se le ocurrió morir un domingo y me circunda la idea de que su muerte ratificó al parlanchín. En la tarde de domingo, suele aparecer ella: Norah Jones llega con su cadencia y su voz sutil, con un ritmo y cadencia precisamente de domingo en la tarde. Hace mucho tiempo la escucho y a veces entiendo las letras de sus canciones, aunque de verdad no me importa lo que dice en su perfecto inglés porque simplemente busco su voz como compañía. Parece que los músicos de su grupo se cuidaran de opacarla y dejan sonar sus instrumentos tan tenuemente, con un respeto muy cercano a la reverencia. Alguna vez quise escucharla un martes o un jueves y dos o tres canciones fueron suficientes para hartarme. Pero el domingo en la tarde, ella se apodera de mi sala, se sienta en un rincón, y empieza…"And I'm feelin' the same way all over again Feelin' the same way all over again Singin' the same lines all over again. No matter how much I pretend …" que traduzco torpemente como "Y me siento de la misma manera otra vez y me sientes de la misma manera Cantando todo de nuevo, la misma canción otra vez. No importa lo que pretendo…. Insisto en que no me interesa demasiado la traducción porque la gracia del asunto es escucharla en inglés. Por eso entiendo cuando los jóvenes tararean sus canciones favoritas en ese idioma, sin saber siquiera lo que significan. Por eso entiendo la razón que tienen quienes acuden a la audición de un concierto sinfónico sin saber ni pizca de su autor o del género, o de la orquesta. Se llama simplemente el placer de escuchar. Bueno, pero con la maravillosa garantía de poder dejar volar la imaginación en el vehículo musical. Por eso Norah me pone a viajar en mis recuerdos con el éxtasis propio que me produce. He de advertir que tengo recuerdos del pasado y del futuro, recuerdos del presente, de lo que sucedió y de lo que nunca pasó. El tiempo es relativo, la medida del tiempo es arbitraria. La mente tiene recovecos a los cuales solo vamos sus dueños… ¡y sin compañía!, sin dejar evidencias. Por eso, Norah Jones se queda aquí en mi sala, cantando mientras yo ingreso en esos pasadizos extraños de la mente. Ella debe tener sus propios laberintos en sus escasos treinta y cuatro años . Aún así, con sus propios problemas, la vimos impecable en la versión 85 de los premios Oscar, cantando "Everyone needs a best friend". Siempre la veré linda y joven. Nunca el artista vive lo suficiente. La muerte siempre es prematura para la gente que está en el arte. Y alguien me corregiría: "y… es que la gente que hace arte algún día muere?". Y en esta tarde de domingo, otra vez la escucho y cuando se me da la gana la convierto en una niña, como Judy Garland en la película El mago de Oz, y la obligo a que me cante Somewhere over the rainbow y entonces comprendo que muchas cosas con las que soñé se han hecho realidad, que los problemas se han derretido como gotas de limón, y que lo que me falta lo puedo encontrar por encima del tope de la chimenea. Estas tardes de domingo con Norah Jones pueden tener un sabor nostálgico, quizá porque se acabó el descanso y mañana es lunes, el mejor día de la semana, el que nos conecta de nuevo a la tierra, al trabajo, a los amigos. Estos domingos con Norah son un maravilloso abrebocas para la semana que comienza. Su voz me acompaña mientras organizo mi ropa, mientras me tomo una taza de café y reviso mis correos, mientras miro llegar la noche a través de la ventana, con Norah en la penumbra. Nunca me ha gustado encender las luces un domingo en la tarde, quizá porque si lo hago, asesino de un tajo este día que me resisto a cerrar. La dejo sonar para que sea ella quien baje el telón de esta tarde de domingo. Afuera, las luces de la ciudad empiezan a encenderse y sin saber por qué meneo la cabeza incrédulo. Mañana es lunes. Ella volverá de nuevo un domingo de éstos, de la misma manera, otra vez con la misma canción.



CUENTAME UN CUENTO, ABUELO

"Cuéntame un cuento, abuelo; o mejor, una historia, una de esas que tú llamas recuerdos..."(Poema casi infantil. Jorge Robledo Ortiz)

Ricardo cogió una de las puntas de su ruana y la tiró sobre el hombro izquierdo, sus huesos de ochenta años ya acusaban frío. Alcanzó la taza de café humeante, se llevó un sorbo a la boca, lo saboreó con deleite y lo tragó con evidente gusto. Julián su nieto, con esas preguntas infantiles, ya le había puesto a recordar. Abuelito, usted dónde estaba cuando le echaron agua al pueblo?, usted por qué no se ahogó?. Entonces las imágenes se mezclaron con el humo del café. Los recuerdos no se ahogan, flotan sobre la superfice de la memoria para hacernos sonreir algunas veces, para dolernos, para bien o para mal. Esta vez, el viejo sonrió con las ocurrencias de su nieto. Entornó los ojos, respiró fuerte y se ubicó muchos años atrás. Yo vine a El Peñol cuando cumplía quince años, empezó diciendo, cuando mi papá creyó que los pueblos podían ser más seguros que las ciudades. Después supimos que en ninguna parte de Colombia se dormía tranquilo. Por qué abuelo? , interrumpió el niño. El viejo sacó de su bolsillo un billete de mil pesos. Habían matado a este señor. Julián leyó: Jor-ge-e-li-ecer-ga-i-tán. Se llama como mi papá, Jorge Eliecer. Exactamente, en honor a él, al político, yo le hice bautizar así. Un político? Qué es un político?, insistió el niño. Era difícil construir una respuesta en un lenguaje infantil y sólo se le ocurrió definir al político como "un señor que cree que con sus ideas puede ayudar a la gente y cambiar al mundo". Pero en la televisión dijeron, insitió Julián, que los políticos son corruptos, que se emborrachan y tratan mal a la policía y la maestra dice que los corruptos se roban la plata del pueblo y que los niños no debemos aprender eso de la televisión. Este señor por qué está en el billete?, también se robaba la plata?. Otra vez el abuelo sonrió. No todos tienen esas mañas hijo, hay políticos buenos, honestos que sí hacen grandes obras y ayudan al pueblo. Si no fuera así, no tendríamos carreteras, agua, luz eléctrica, hospitales... -Me puedo quedar con él?-, interumpió Julián de nuevo refiriéndose al billete y sin esperar respuesta lo guardó en el bolsillo de su camisa. Ahora sigue abuelo, llegaste de quince años, habían matado al político éste. Y Ricardo le contó cómo los miembros de su familia hicieron de la agricultura su sustento, su modo de vivir, cómo obtuvieron después una pequeña parcela y unas vaquitas. Le habló de cuando nació su padre, el de Julián, el otro Jorge Eliécer, quien obligado se marchó algún día. Tuvo cuidado de ocultar la razón de esa dolorosa partida. No es fácil explicar a un niño por qué la gente debe abandonar lo que tiene, por causa de amenazas contra su vida. Le habló de la madre que tuvo que cuidarlo a él, a Julián, cuando apenas tenía dos meses de nacido. Es cierto que la piedra del Peñol se la iba a robar el diablo?, abruptamente rompió el niño, quizá porque la historia familiar no le interesaba más o le fastidiaba. Quiza es mejor hablar del diablo que de la violencia, pensó el abuelo y cambió de tema. Cuando llegamos a vivir al Peñol, nos contaron que la piedra de Guatapé antes era adorada por los indios tahamíes. El diablo quiso llevársela varias veces. Todas las noches iba a trabajar, a partirla para cumplir su deseo de llevársela en pedazos, pero él nunca supo que en el día, Dios se encargaba de borrar el trabajo y repararla y es por ésto que aún está la piedra en este lugar, pero con la grieta que le hicieron los hachazos.

Esa noche el niño se durmió cobijado por la ruana del abuelo. Duerme mi niño, mañana será otro día y seguiremos...si Dios quiere. Lo llevó a la cama y apagó la luz. La mente infantil divagó por las estrellas, visitó todos los mundos por donde había pasado el principito de Saint-Exupéry, tal como lo escuchó de su maestra la mañana de aquel día en la clase de lectura. Y al regresar a la tierra, su planeta, se posó sobre la gran piedra, la de El Peñol, la de Guatapé, la de nadie, la de todos. Y vió al diablo esculpiendo una figura sobre la muralla. La misma figura del billete, pero con el brazo derecho levantado y la mano empuñada. Y miró a lo lejos y no estaba el agua. La represa estaba seca. El diablo se la había bebido poco a poco para calmar la sed producida por el intenso trabajo.

De nuevo, el amanecer otra vez se vio engalanado con la presencia y el canto de los pájaros: La soledad, el Chamón, el cucarachero de monte, el carpintero..., con el despliegue de las mariposas y el mugir de las vacas. Julián empacó sus cuadernos y, después de un baño y un desayuno con patacones y chocolate, emprendió el camino a la escuela, no sin antes acariciar a su perro, patear dos o tres piedras y despedirse de su abuelo. A la noche me cuentas más historias, abuelo. La virgen lo acompañe, mijo, le respondió Ricardo mientras le acariciaba el hombro.

Anoche soñé con el diablo, le comentó al corrillo de niños que llegaban al salón de clases. Pero a nadie le interesó el asunto. Hoy voy a preguntarles sobre la lectura de ayer, dijo en voz alta la maestra, después de rezar la oración de la mañana. La ansiedad por seguir escuchando las historias y cuentos del abuelo le hicieron pasar más rápido aquel jueves de escuela. En la tarde regresó pronto a casa, hizo sus tareas escolares y de nuevo se acomodó en la banca del corredor junto a Ricardo que se entretenía mirando las montañas y comparando los tonos del verde del paisaje. Cómo te fue en la escuela? -Muy bien, la maestra nos preguntó sobre un cuento que ayer nos leyó, yo le contesté todas las preguntas pero los compañeros se rieron cuando dije que el principito había aterrizado en la punta de la piedra de el Peñol. Fue que me equivoqué por un sueño que tuve. Es que los sueños y la realidad -dijo el viejo- a veces se confunden, yo a veces creo que cuando el agua inundó al pueblo fue solo un sueño y hasta creo que el pueblo sigue allí, bajo el agua y que la gente sigue viviendo, trabajando y yendo a la iglesia. Entonces, como siempre, el niño intervino: usted va mucho a la iglesia, abuelo... a rezar? No se cansa? -No solo a rezar, hijo, a darle gracias a Dios por lo que me ha dado y a pedirle para que tengamos todos un futuro mejor, un mundo más justo, en el que tú puedas estudiar y ser muy importante... -Como un político, abuelo, para ayudar a la gente y cambiar al mundo. -Bueno, hijo, si eso quieres..., serás un político.

Esa noche, Ricardo le habló de los hombres que escalaron la gran piedra por primera vez, cuando él tenía veintiún años, le dijo lo que era un aerolito, le habló de otra piedra, la del Marial y las virtudes curativas de la fuente que emerge de sus entrañas, allí donde se apareció la virgen y le dijo a un cura que el pueblo iba a ser devorado por un dragón. Con torpeza le explicó al niño qué es la mayoría de edad y su alegría cuando votó por primera vez, de la caída de un famoso dictador, de la unión de los partidos en un frente... cosas que al viejo le emocionaron pero que al niño le hicieron cabecear de sueño. Ricardo comprendió que temas como éste carecen de importancia para un niño de siete años y entonces optó por cambiarlo con una pregunta: Quieres que te cuente de cómo inundaron al pueblo?. El niño ya tenía suficiente por hoy: Sí, abuelo, pero mañana. Ya quiero irme a dormir.

El tercer día no llegó tan luminoso. Julián debió aceptar la chaqueta que la abuela le ofreció, calzarse unas botas de caucho y salir en medio de la llovizna que no cesaba. La escuela hoy no estuvo tan entretenida, porque no pudo jugar en el recreo. Tal parece que noviembre iniciaba con su invierno. En la tarde, apareció tímidamente el sol y la maestra aprovechó para enviarlos a la casa más temprano. A su llegada, la abuela ya tenía lista una taza de aguapanela caliente, segura de que con tal toma le haría frente a cualquier resfrió. Los abuelos amaban al niño entrañablemente. La madre se los dejó tres años ha para poder trabajar en la ciudad cercana. Del padre, Jorge Eliécer, no se volvió a saber después de su salida obligada. Algunos decían que había caído en la masacre de Segovia, otros que andaba por los Llanos. De esas tristezas no se le hablaba al niño. El abuelo se encargaba de mantener su mente infantil ocupada con historias, cuentos y buenas recordaciones. Esta noche de viernes es más tranquila. Mañana no hay que ir a la escuela., entonces el abuelo lo llevará al catecismo en la iglesia del pueblo y allí lo dejará mientras pasa a reunirse con los políticos. Es la rutina del fin de semana, sin faltar a la misa del domingo. Los viernes como hoy, la abuela sirve en la noche un chocolate con leche que ella llama "santafereño", sin ninguna explicación. Esta noche es fría y cae muy bien con los buñuelos que trajo el abuelo . Julián desmenuza en el chocolate los dos que le tocaron. Mira abuelo, como se ahogan en la taza. Así fue la inundación de pueblo? El viejo, de nuevo, volvió a sus recuerdos y habló: Tal vez mijo, pero no es tan duro ver como el chocolate se traga los buñuelos. Fue más triste ver como se ahoga un pueblo. Eran los años setenta. Tú no habías nacido, tu papá tenía unos veinte años y yo andaba en los cuarenta y cinco. Y aunque se dice que no fueron personas las que se ahogaron, sí fueron las casas y las cosas con las cuales ya habíamos aprendido a vivir. Las casas, así como las cosas, también tienen vida, mijo... - y el viejo sintió que el sorbo de chocolate se le quedaba en la garganta y sus ojos se encharcaron. El útimo buñuelo, seco, ya no le pasaba y prefirió echarlo en la taza del niño. Esa noche Julián no quiso irse a su cama y se quedó en la del viejo charlando hasta tarde. Entre muchos cuentos e historias, aprendió el significado de la Fenix, pero no entendió por qué se paga tan alto costo por la "civilización" y el "progreso" de los pueblos. Se durmió tarde y de nuevo tuvo sueños. El ya era el político que enarbolaba la bandera del nuevo color. El era quien rescataba los valores de un pueblo que se sumergió conservando la fe, la dignidad, el orgullo y la honradez. Y vió en su sueño a un Cristo resucitado hecho con fierros de labranza y le envidió su dureza y su fuerza y así como Moisés abrió un surco en el mar, Julián secó las aguas que cubrían al pueblo y lo vió renacer como el ave Fénix desde sus propias cenizas.



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