Cultura Digital: cuatro perspectivas

June 4, 2017 | Autor: Arturo Arriagada | Categoria: Sociology, Economic Sociology, Digital Media, Digital Culture, Social Media, The Internet
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Cultura Digital Cuatro perspectivas Arturo Arriagada1

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Sociólogo y PhD en Sociología, London School of Economics. Académico de la Universidad Adolfo Ibáñez. Sus investigaciones sobre usos de medios de comunicación y redes sociales han sido publicadas en revistas académicas nacionales e internacionales. Columnista en revista Qué Pasa. Actualmente dirige dos proyectos de investigación. Un estudio sobre las motivaciones y prácticas de los jóvenes chilenos para compartir contenidos en Facebook; y otro cuyo objetivo es identificar y analizar las prácticas de los consumidores y la formación de mercados en la industria cultural a través del uso de Internet (financiado por Fondecyt).

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Ciudadanía, democracia & tecnologías digitales

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Ciudadanía digital, democracia análoga Revista Poder Febrero 2009 Hasta ahora las campañas políticas son como un reality. Candidatos y aspirantes a famosos se muestran cercanos, honestos y consecuentes para obtener el voto de ciudadanos y audiencias. Pero los reality parecen ser más eficientes que las campañas en captar el interés de los jóvenes. Con la implementación del voto voluntario -y para convocar a quienes hasta ahora no votan- los políticos tendrán que poner más atención a los intereses de personas que se relacionan con el mundo a través de internet y la televisión. En una sociedad donde los medios de comunicación configuran la vida cotidiana de las personas, la política como instancia de deliberación de los asuntos públicos se ha ido adaptando a la lógica de los medios. Las frases cortas en vez de grandes discursos, la delgada línea entre la vida pública y privada de los políticos y el cambio de las ideologías por apuestas más cercanas a la publicidad de estilos de vida, son algunos ejemplos de esa adaptación. Si la política se ha simplificado para convertirse en un “evento mediático”, ¿por qué los casi 3 millones de jóvenes no-inscritos no logran sintonizar con esta nueva “programación”? Las transformaciones sociales que ha vivido Chile en los últimos 20 años han redefinido el concepto de “ser-ciudadano”. La participación en actividades políticas, en partidos y organizaciones sociales, el voto como un deber y la discusión de asuntos públicos gracias a la información de los medios, podría asociarse a un tipo de ciudadano más propio de los 60 que del bicentenario. En cambio, para esos millones de no-inscritos en los registros electorales, ser ciudadano sería una instancia menos comprometida con las instituciones. El voto no es una obligación y la expresión política se lleva a la práctica a través de decisiones de consumo, voluntariado o activismo. Estas personas no siempre confían en los medios como fuente de información y potencian sus relaciones sociales a través de internet. Al primer grupo Lance Bennett, académico de la universidad de Washington, los llama los “ciudadanos obedientes” y al segundo los bautiza como los “ciudadanos actuales”. El “ciudadano actual” representa la desconexión con una cultura política que genera desconfianza. En Chile, un 43% de los jóvenes entre 18 y 29 años no está dispuesto a participar en las elecciones en el futuro, mientras un 41% considera que sus acciones no inciden en las decisiones de las autoridades, según la encuesta Feedback-UDP de 2009. Hasta ahora los políticos piden que los escuchen, pero estos datos dan cuenta que ellos no están poniendo atención a las motivaciones, demandas e iniciativas de los “ciudadanos actuales”. Lo más preocupante es que a menor nivel socioeconómico, mayor la desconfianza y el desinterés en participar.

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Poco a poco internet emerge como un espacio para el ejercicio de la política. En el Reino Unido en las elecciones de 2005, diversos estudios confirmaron que los jóvenes -a diferencia de los adultos- participaron del proceso político en internet, considerándolo un espacio confiable y efectivo. En Estados Unidos, durante la campaña de Obama ocurrió lo mismo: en el caso de los jóvenes, internet pasó a ser una herramienta de conexión y compromiso ciudadano con la política, reconocida y validada por el candidato. En Chile, las dinámicas de organización, comunicación y participación que se dieron en las protestas en Facebook por la “estatua del Papa” dieron cuenta del mismo fenómeno. De la deliberación sobre este asunto público en foros se pasó a la acción en las calles y a la conversación cotidiana sobre el tema. Todo ello a través de la recomendación. A su vez, reflejó las temáticas que motivan a esos jóvenes a participar, mucho más asociados a la defensa de un estilo de vida con resultados en el corto plazo. Así, combinan intereses colectivos -como el cuidado del medio ambiente o el uso de espacios públicos- con el individualismo propio del consumo y los estilos que defienden. Además, la mezcla de humor y entretención en este tipo de participación política no se asocia a la estructura y lenguaje del actual discurso político, más vertical que horizontal. Con esas prácticas los “ciudadanos actuales” atacan la falta de autenticidad que ven en el ejercicio de la política y que los aleja de participar (Estudio Lado Humano-UDP, 2009). La falacia de la participación que promovieron los candidatos presidenciales en sus campañas online sería una tarea pendiente para los “ciudadanos actuales”. Sus sitios web no siempre fomentaron la formación de comunidades que establecieran vínculos de acuerdo a los intereses particulares de los usuarios. Más bien operaron como canchas con reglas y temas predefinidos por los candidatos. Es distinto organizar una “pichanga” en la calle entre desconocidos que jugar obligado con los compañeros de oficina en la fiesta de fin de año. Así se entiende que tan solo un 2,9% de los chilenos haya utilizado internet para obtener información en las elecciones pasadas (ICSO-UDP, 2009). El desafío para los políticos es generar incentivos que estimulen la participación de los “ciudadanos actuales”. El debate sobre la reforma de salud en Estados Unidos y la campaña online de Obama para llevar a la práctica el lobby ciudadano representa un estilo de gobierno que va más allá del voto. También intenta empoderar a los ciudadanos para que se hagan cargo del destino de su país, lo que implica expandir la agenda de temas de discusión pública. Para evitar fomentar la desigualdad entre los ciudadanos obedientes y actuales, la masificación de internet en Chile va a tener que dejar de ser materia pendiente. Por lo mismo, el futuro gobierno debiera insistir en validar cada vez más la participación online. Para lograr que los millones de “ciudadanos actuales” acudan a votar a las urnas en las próximas elecciones, los políticos no la tienen fácil. Si hasta ahora la participación política se reducía al voto, con el cambio en el sistema electoral la participación online toma relevancia para concretarse en las urnas. Ahora los futuros gobernantes tendrán incentivos potentes para prestarle atención a las

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dinámicas de conversación y participación online de esas personas. En internet los políticos podrán construir sus propios estadios, pero las reglas, los jugadores y el estilo del partido que se juega lo tienen que elegir los ciudadanos.

Nuevos ciudadanos * Revista Qué Pasa Noviembre 2011 Chile es desigual en el acceso y uso de tecnologías digitales, así como en las alternativas de participación política. Pero en tanto los jóvenes sigan integrando el uso de plataformas digitales a su repertorio de acción política, tal como ocurre actualmente con el movimiento estudiantil, lograrán redefinir qué significa ser ciudadano y, mejor aún, cambiarán el paradigma de lo que se entiende actualmente por formas válidas de participación en los asuntos públicos. Ahí está el “lucro” de las nuevas tecnologías; la ganancia que los ciudadanos obtienen al combinar la expresión política online con la offline, al pasar de las redes sociales a la calle, convirtiéndose en ciudadanos multidimensionales. Por cierto que esta visión se aleja de concepciones tradicionales respecto de los mecanismos válidos para hacer efectiva la acción política, así como la brecha digital que distingue entre ciudadanos digitales y análogos. Para quienes parten desde el paradigma de la desigualdad, el escenario actual es más bien pesimista: los jóvenes no votan, se abstienen de participar en las campañas, y tienen poca fe en el sistema político. Además, quienes usan internet para fines políticos serían una minoría que poco y nada tiene de representativa de la opinión pública. Ahora bien, hay varias razones para ser optimista. Tomemos el caso de las redes sociales online. Si hay algo que el movimiento estudiantil ha demostrado es que el intercambio de información, la expresión política y la coordinación de protestas que se han producido en Facebook y Twitter complementan-pero no sustituyenacciones políticas consideradas como válidas por nuestro sistema. Son los jóvenes quienes a través de la combinación de protestas y el uso de tecnologías están generando ganancias que incrementan su capital político y el ejercicio de su ciudadanía. Es discutible la representatividad de quienes participan online, pero es innegable que quienes lo hacen han contribuido a un movimiento exitoso en el posicionamiento de sus demandas. La combinación de valores, símbolos, experiencias e imaginarios que le dan sentido a la acción política -lo que tradicionalmente se entiende por ciudadanía- se complementa y expande a través del uso y apropiación de tecnologías. Estas nuevas tecnologías también han fomentado estrategias novedosas y efectivas de participación en un contexto de desigualdad, como lo fueron la difusión de las demandas estudiantiles a través de videos en YouTube, incorporando elementos de la cultura popular como la coreografía de Thriller, de Michael Jackson, ejecutada frente al Palacio de La Moneda, o el video basado en el musical Grease. La creación del sitio “cacerolazo virtual”, que replicaba con un

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click el sonido de las ollas es otro ejemplo de prácticas de resignificación de la participación y ciudadanía que toman una forma distinta a la protesta en las calles o al voto. Con estas acciones los estudiantes se tomaron la agenda de los medios y amplificaron la expresión de sus legítimas demandas. Con el uso que les dan a las plataformas digitales y las formas de protesta que han desplegado, los estudiantes redefinen sus experiencias e imaginarios de ciudadanía. Todas prácticas que los sitúan más allá de etiquetas asociadas al consumo y la falta de interés en política. Independiente de su inscripción en los registros electorales, el mundo online puede convertirse en un territorio donde se configuran experiencias colectivas de participación política y ciudadanía que fluyen hacia el mundo offline. Esto no quiere decir que el uso de las redes sociales o de internet en general sean por sí mismos factores que disminuyen las brechas de participación política que caracterizan a Chile. Para ello se requieren otro tipo de políticas, especialmente en el ámbito educacional. Incorporar en colegios la educación cívica a través de tecnologías puede ser una iniciativa dirigida a orientar y validar nuevas formas de ejercer ciudadanía. También es importante fomentar la discusión de asuntos políticos en ámbitos informales y centrales de la vida cotidiana, como la familia y el trabajo. Esta dimensión de las protestas estudiantiles -aquella relacionada con la incorporación del uso de tecnologías para la difusión de sus demandas y la acción – representa un mensaje claro para la clase política. Ésta tiene que validar el uso de dichos espacios y herramientas como legítimos canales de participación. En este sentido, la publicación de las bases de datos del recién suspendido “monitoreo” a las redes sociales por parte del gobierno sería un avance en el proceso de legitimación de este “lucro” en la participación política a través de las nuevas tecnologías. * Escrito con Sebastián Valenzuela

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Ensayos de un nuevo modelo Revista Qué Pasa Noviembre 2011 El movimiento estudiantil, entre otras cosas, ha develado la incapacidad de las elites chilenas de observar e interpretar ciertos conceptos y prácticas asociadas a la vida pública que hace rato se están redefiniendo. Las demandas por una mayor circulación y distribución del poder político y económico están siendo empujadas desde abajo hacia arriba por grupos organizados que buscan cambiar el paradigma del “modelo impuesto” por uno nuevo, hecho a la medida de esa diversidad. Dos iniciativas ciudadanas dan cuenta de los imaginarios, expectativas y prácticas en torno a estas demandas. CinEducación (www.cineducacion.cl) y Vota Inteligente (www.votainteligente.cl) surgen en distintos momentos, motivadas por diversas fuerzas y conceptos. Apoyando explícitamente el cambio al “modelo”, inspirados en el movimiento estudiantil del 68 y en el papel que jugaron cineastas como Godard y Marker, CinEducación hace un llamado público a documentar el movimiento estudiantil desde una mirada ciudadana. Empujados por las ganas de transparentar información respecto del desempeño de las autoridades para fortalecer la actividad política, Vota Inteligente monitorea el trabajo de los legisladores y facilita el acceso de información pública a la ciudadanía. Ambas iniciativas encuentran en las tecnologías online un medio y un espacio a través del cual difundir y materializar sus propuestas, demandas y visiones de mundo. Éstas toman forma en el mundo online, pero no están desconectadas de la vida cotidiana offline de sus participantes. Son esas tecnologías las que permiten la organización líquida -en el sentido de que operan como colectivos y contingenteen torno a temas y demandas específicas- de estos actores sociales. Tanto CinEducación como Vota Inteligente dan cuenta de la diversidad de conceptos y visiones que circulan en Chile en torno al poder, la democracia y el papel de las instituciones: no como conceptos fijos o modelos impuestos, sino como el resultado de prácticas de deliberación en torno a los imaginarios individuales y colectivos de quienes participan en la vida pública. Con sus semejanzas y diferencias, lo que plantean CinEducación y Vota Inteligente es el interés por llevar a la acción esos imaginarios, representándolos en una plataforma online. Esas plataformas se convierten en instrumentos y espacios que entran en la lucha por la visibilidad de las demandas que allí se expresan en la esfera pública. Emergen como actores que concentran poder, pero que también lo hacen circular. Ya sea a través de empoderar y darle cabida a un ciudadano para grabar y subir un video sobre su visión del movimiento estudiantil, el desarrollo de una plataforma para transparentar los conflictos de interés de diputados y senadores, o la transmisión online de las movilizaciones. Ambas iniciativas develan y complementan las agendas de actores sociales como los medios de comunicación, dejando en evidencia sus limitaciones para reflejar las demandas ciudadanas por más diversidad de visiones y deliberación sobre los

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asuntos públicos, más transparencia y fiscalización a los actores políticos y económicos, pero también más independencia de estos últimos. En la medida que circule el poder entre los actores sociales, los medios podrán reflejar la diversidad de visiones de mundo que habitan en la sociedad actual. Son propuestas urgentes, innovadoras y complementarias. Seguirlas y apoyarlas es una buena instancia para reflexionar sobre nuestros imaginarios del “modelo” que queremos construir.

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Dos

Consumidores, música y tecnologías digitales

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Consumidores profesionales Revista Qué Pasa Enero 2012 Uno de los grandes cambios que ha provocado internet es derribar la distinción entre productores y consumidores. Hoy los usuarios producen, consumen, reproducen y distribuyen bienes e información a través de la colaboración y el intercambio online. Estos produsers -la contracción entre “productor” y “usuario”están siendo actores clave en la configuración de economías de producción cultural. Al combinar sus conocimientos y gustos con el uso de tecnologías, estos individuos actúan como filtros, curadores y recomendadores que agregan valor y significados a los bienes culturales que circulan en estas economías. En Chile un grupo de fans de la música independiente -que está fuera de los grandes sellos y la comercialización masiva- ha hecho un trabajo a pulso para darle valor y difusión a la producción de músicos y pequeños sellos. Así crearon distintas plataformas online en las cuales materializan sus gustos y recomendaciones. Sitios como www.super45.cl, www.paniko.cl, www.rocanrol.cl, www.pousta.com, www.potq.cl, www.192.cl, www.disorder.cl y www.nnm.cl se mueven entre los 2 y los 15 años de existencia. Sus creadores provienen de diversas historias y geografías, son principalmente hombres que tienen entre 24 y 35 años, que “nacieron” con internet, que en algunos casos son parte de la primera generación de sus familias en ir a la universidad; aunque a todos los mueve el mismo interés en abrir espacios y oídos a la nueva música. Gracias a su capital tecnológico y cultural estos fans se han convertido en mediadores entre músicos y audiencias, así como también entre la escena local y otras globales. Esta escena, presentada como cool, diversa en estilos y global, ha llamado la atención de reconocidas marcas -de cervezas, zapatillas, celulares, etcétera-, interesadas en apropiarse de ese capital simbólico. De esta forma, las marcas intentan asociarse a esta escena mediatizada, considerándola como parte de las aspiraciones e imaginarios de sus consumidores. Si bien esto no se traduce en una mayor presencia de público en recitales, las marcas han facilitado la entrada de recursos económicos que financian el mantenimiento de los sitios y de paso- han fomentado su profesionalización. En este proceso de marketear la escena, los fans también se han visto marketeados por los medios y la publicidad, asociándolos a estilos de vida y usos de tecnologías que no necesariamente reflejan la complejidad de su realidad cotidiana. Su conocimiento musical y tecnológico tiene una doble dimensión política: la posibilidad de ejercer poder, tanto para diferenciarse de los otros como para negociar su relación con el mercado. Estos fans han logrado poner en práctica su “independencia”, aunque eso implique tener hasta cuatro trabajos paralelos. Al mismo tiempo, han logrado alcanzar posiciones de reconocimiento social en la escena -y en el mercado- a través de sus prácticas cotidianas y gustos.

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La escena musical independiente en Chile se viene reinventando hace un buen rato. De la “nueva canción chilena” en los 60 y 70 al “nuevo rock chileno” de los 90 pasaron varios años, estilos, músicos, historia y bastante escoria. Lentamente, el uso y masificación de tecnologías para crear, escuchar y compartir música bajó el volumen de una industria que ha tenido que aprender de la innovación y creatividad de productores a escala humana. En ese proceso, la figura de los fans y su relación con internet ha sido fundamental en el branding de la actual escena independiente como un paraíso del pop cada vez más adorado por el mercado.

Fans (in) dependientes Sentidos Comunes Julio 2014 En el último tiempo se ha hablado bastante del papel que juegan en la actual escena independiente músicos, productores y sellos, pero poco se ha explorado acerca del rol de los fans en su construcción. Movidos tanto por el interés en la música y los artistas, como por la relación que establecen con diferentes tecnologías digitales, estos fans están conectando sus propias escenas digitales con nuevas audiencias. Al mismo tiempo, se han convertido en un puente para marcas y mercados cada vez más interesados en ser parte de esos espacios de producción cultural. ¿Qué es una escena musical independiente? Bennett y Patterson (2004) proponen que una “escena” son clusters de músicos, productores y fans que comparten gustos comunes, a través de los cuales se diferencian de otros. Hesmondhalgh (1999) sostiene que el carácter independiente de una escena reside tanto en la autonomía creativa de los artistas, como en la organización comercial de su producción cultural. ¿Son estos conceptos aplicables a la escena independiente en Chile? Sí, pero con algunas particularidades como el papel que juegan los fans en el consumo y la difusión de la producción cultural de la escena, especialmente por medio del uso y apropiación de tecnologías; y cómo esos fans vinculan lo que ellos entienden por la “escena” con una serie de marcas interesadas en desarrollar nuevos nichos de mercado. Motivados tanto por su conocimiento musical como tecnológico, en los últimos 15 años un grupo de fans ha creado distintas plataformas para difundir el trabajo de artistas, sellos y productores. Sitios como POTQ, Paniko, Super 45, NNM, Rocanrol, Disorder, 192, Pousta, entre otros, se han convertido en espacios donde aparecen artistas que estéticamente se mueven entre el rock, el pop y la electrónica. Estos fans, a través de distintas tecnologías digitales, han construido un cluster en la cual circulan artistas, productores y sellos. En estos sitios aparecen los gustos y la curatoría de sus creadores dando vida a lo que ellos entienden como “escena” para distintas audiencias y que combinan lo que ocurre en Santiago, pero también las escenas de otras ciudades como Londres o Nueva York.

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La independencia para estos fans está asociada a la creatividad y autonomía de formas masivas de producción, pero también a la responsabilidad por sobre los bienes creados. Si bien estos sitios partieron de manera autónoma y sin financiamiento, la masividad que han ido alcanzando ha llamado la atención de una serie de marcas interesadas en ser parte de las escenas que allí aparecen. Es en esta etapa donde los fans se ven enfrentados a negociar sus definiciones de independencia con otros actores -agencias de publicidad, por ejemplo- quienes contribuyen, en algunos casos, al financiamiento de esas plataformas online. Si bien la relación con marcas es instrumental -un medio que les permite mantener y mejorar los sitios- no necesariamente depende de ellas para continuar con los sitios. Ahora bien, al publicitarse en estos sitios, distintas marcas han comenzado a ser parte de la escena que allí se presenta. Al mismo tiempo, estas marcas han desarrollado estrategias de marketing y eventos involucrando de distintas formas a músicos y fans. Dirigidos a nichos de consumidores que no son necesariamente los fans tradicionales de la escena, estos eventos se han convertido en una importante fuente de ingresos para músicos y los creadores de los sitios. Así se produce un intercambio de capital económico y simbólico por parte de las marcas, músicos, fans, sus sitios y distintos consumidores a través de la centralidad que tienen las tecnologías digitales en la vida de estos actores. Un grupo de fans -a través de sus gustos, prácticas y relación con las tecnologíasestán teniendo un rol que merece ser tomado en cuenta a la hora de analizar la configuración de la escena musical actual. Como intermediarios entre músicos y audiencias, pero también entre marcas y consumidores, la vida social de los fans también refleja una tensión central de la vida social actual: la negociación individual y colectiva con las formas que adquieren los mercados, así como las relaciones sociales que allí se construyen.

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Partituras en la era de Rock Band Revista Qué Pasa Enero 2013 Song Reader es un conjunto de 20 canciones compuestas por Beck Hansen. Canciones que no fueron grabadas en un disco y que tampoco se pueden descargar. Fueron escritas en partituras y recopiladas en un libro cuyo objetivo es que cualquier persona con conocimientos básicos de música las pueda interpretar en diversos instrumentos. En el escenario actual, donde las formas de producir, distribuir y escuchar música están cada vez más asociadas y acotadas al formato digital, lo nuevo de Beck podría interpretarse como algo retrógrado. Difundir la música en partituras era algo común antes de la creación de los sistemas de grabación y reproducción de sonidos. Pero al quitar el velo de la nostalgia es posible indagar sobre la relación entre personas, tecnologías y música.

En la introducción a Song Reader, Beck sugiere que el desarrollo tecnológico y el acceso a la música han cambiado nuestra percepción en torno a ella. A su juicio, es necesario preguntarse para qué sirve una canción y cómo ese propósito se ha visto alterado por el desarrollo tecnológico. Para ello en vez de ofrecer grabaciones -en cualquier formato- Beck publica una serie de partituras. Al contrario de lo que sugería Led Zeppelin, aquí la canción nunca es la misma. La canción existe en la medida que la gente la interpreta y la recrea, dándole un carácter único a esa obra artística. Cualquiera de nosotros puede ser músico si nos animamos a tocar esas canciones. Song Reader ofrece una experiencia musical vinculando la creatividad de interpretar sonidos a través de distintos instrumentos con el acto de escucharse y relacionarse con otros en torno a la música. Para ello existe el sitio Songreader.net, donde la gente puede compartir sus versiones. La tesis de Beck es un statement cuando el delirio frente a lo “nuevo” especialmente en relación al consumo de música y tecnología- pasa a ser un modelo a seguir impulsado por publicistas, periodistas y expertos en marketing. Los mismos que predican cómo tenemos que usarlas para ser considerados “modernos”. La tecnología no es ni más ni menos que una herramienta que nos permite alcanzar ciertos fines. Escuchar una canción en MP3 pasa a ser considerado como algo mejor que una partitura tocada en un instrumento cuando se promueve como un objeto de consumo masivo con propiedades determinadas. Desde una garantía para entrar a la globalización hasta un símbolo de estatus. Por paradójico que suene, este fenómeno no es nuevo si pensamos en los Beatles y el negocio que se creó en torno a ellos. Lo mismo con la aparición del Walkman y el iPod. Song Reader pone en el mismo nivel a una tecnología como las partituras con otras catalogadas de “nuevas” y “revolucionarias”. Un libro puede ser tan tecnológico como un iPod o una cuenta en Facebook. Existen en la medida que nos apropiamos de esos artefactos para mantener relaciones de amistad, para

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mostrarnos frente a los otros, para satisfacer una necesidad creativa, compartir música, revelar nuestros gustos, entre muchas otras. Esa apropiación también se da en contextos particulares y con fines distintos. Por ejemplo, en un concierto podemos usar el celular para ponernos de acuerdo con amigos, mientras otros lo usan para grabar videos que luego comparten, al igual que sus opiniones. Son todas esas conexiones -de usos y contextos, de significados y relaciones entre individuos y objetos- las que definen tanto a las tecnologías como a quienes las usan. Beck nos recuerda que lo nuevo y lo viejo pueden ser conceptos vacíos para entender nuestra relación con las tecnologías. Quizás porque hay pocas cosas que están por sobre esas categorías como tomar un instrumento y cantar una canción.

¿Quién compra una canción? Revista Qué Pasa Noviembre 2014 Internet fue declarado culpable de la debacle de la industria discográfica, hasta que los servicios de streaming se alzaron como la gran esperanza. Pero las recientes críticas a Spotify ponen la duda: ¿cuánto vale la música? En la era digital el valor de bienes como la música, las noticias y las películas que se producen en la industria está mutando. Para muchos, valen cada vez menos. Los productores, distribuidores y consumidores de esos bienes están intentando implementar modelos que se adapten a necesidades y bolsillos diversos. Lo que está claro es que sin internet, nada de esto estaría pasando. Hace una semana el sello de la artista Taylor Swift, quien le está dando números azules a la industria discográfica con su último disco, decidió sacar de Spotify -el servicio de streaming gratuito y pagado de música- sus nuevas canciones. Desde el sello explicaron que no pueden decepcionar a quienes han pagado por el disco o las canciones en versión digital permitiendo que otros accedan a ellas de manera gratuita. No es la primera vez que Spotify recibe críticas. Músicos de géneros y mundos diversos como Thom Yorke o Marc Ribot han hecho sus descargos contra este servicio, ya sea por la mala calidad de sonido que ofrece, así como la escasa transparencia en los pagos que reciben los músicos por distribuir sus canciones. Hace unos días, Ribot, un nombre importante del jazz actual, escribió en el New York Times “si el streaming es el futuro, despídanse de géneros como el jazz”. Otros como Bono, después de las pifias que recibió al meterle a la fuerza el nuevo disco de U2 a millones de usuarios de Apple, si bien apoyó a Spotify por ofrecer un servicio útil para los músicos, demandó más transparencia en los pagos a sellos y artistas. Desde hace años, la tesis de la industria discográfica -principalmente de los grandes sellos- es que internet mató su negocio. Si bien hay algo de cierto en esa afirmación, los datos muestran que no todo es blanco y negro. La descarga ilegal

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de música afectó los números de la industria y los contratos que los músicos tienen con los sellos, también la industria no se adaptó a una serie de cambios. Desde la muerte del CD, pasando por la baja disposición a pagar de los consumidores por un bien que pueden obtener gratis o a precios menores a través de servicios de streaming. Los grandes sellos están ganando menos plata por culpa de internet y el streaming los está salvando porque servicios como Spotify les paga a ellos bastante más que a los músicos; pero la industria es mucho más que los grandes sellos. Para los músicos hoy es más barato grabar y distribuir sus canciones en comparación con la era análoga. Además, plataformas como Facebook o Twitter se han convertido en una herramienta importante para el marketing de sus obras. Si bien es necesario transparentar y definir los valores que servicios como Spotify pagan a los músicos, al menos el debate ya empezó. En el ámbito de la distribución han aparecido nuevos actores más allá de los cuatro o cinco grandes sellos multinacionales con una variada oferta. Desde sellos que funcionan sólo en internet, hasta pequeñas compañías que distribuyen música en formatos análogos como el vinilo. Para los consumidores con internet es más fácil acceder a la música, así como involucrarse en comunidades a través de blogs, foros o sitios web para socializar en torno a ella. Hace rato internet está ofreciendo nuevos escenarios para la producción, distribución y consumo de música. Sobre el impacto y permanencia de estos cambios todavía hay más dudas que certezas. La discusión sobre Spotify al menos da cuenta que no hay un modelo único para armar o escuchar música, sino varios modelos que están apareciendo en función de las necesidades de los actores que conforman esta industria: músicos, sellos y consumidores. Independiente de la tecnología y la disposición a pagar, la música todavía tiene un valor central en nuestras vidas.

Capital digital y desigual Revista Qué Pasa Diciembre 2013 Diversas tecnologías digitales, más allá de facilitar la comunicación y el intercambio de información, también son objetos que permiten distinguirnos de otras personas; son símbolos de estatus. En el caso de los medios sociales online como Facebook y Twitter, si bien pueden ser espacios para el empoderamiento democrático, muchas veces los distintos usos y culturas que surgen en torno a ellos operan como mecanismos que fomentan y evidencian desigualdades. El libro Status update (2013) de Alice Marwick, profesora en la Universidad Fordham, aborda la escena de los medios sociales online en San Francisco, constituida por quienes trabajan en la industria de las aplicaciones en Silicon Valley. Luego de estar más de nueve meses conversando y observando la cotidianeidad de empleados y emprendedores de empresas tecnológicas, así

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como el uso que hacen de las redes sociales, llegó a dos grandes conclusiones. En primer lugar, la cultura que se forma en torno a los medios sociales online promueve la desigualdad. Aquí opera el dicho “dime para qué empresa trabajas o el nivel de éxito de tu emprendimiento y te diré qué posición social ocupas dentro de la escena”. Esta cultura se promueve a través de Facebook y Twitter. Todos compiten por mayor visibilidad y por la acumulación de retweets, likes y comentarios. El “autobombo” de sus gustos, acciones y contactos en las redes sociales también les permite alcanzar un mayor estatus y reconocimiento social. En Chile es posible observar este fenómeno en otra escena: la de los fans de la música independiente. A través de los sitios web que crean y el uso que hacen de Facebook y Twitter, los fans logran construir nichos de audiencias. De esta forma conectan la producción cultural de la escena con otros fans, pero también con otros mercados constituidos por marcas interesadas en llegar a nuevos nichos de consumidores. Estos fans acumulan likes, retweets, visibilidad y posicionamiento online -lo que podría definirse como “capital digital”- el que luego convierten en capital económico al intercambiarlo con diversas agencias de marcas interesadas en empaparse de ese conocimiento y habilidad para llegar a sus consumidores. La competencia por visibilizar sus gustos y actividades y por acumular mayor capital digital no está exenta de negociaciones para estos fans. Muchas veces tienen que lidiar con tensiones que van desde la precariedad laboral a la masificación de la escena y la contradicción que ella supone, así como las marcas que compran sus servicios. Aunque a mayor capital digital, estos fans también pasan a ser una pequeña elite que se mueve en un entramado de distintos círculos sociales, mercados y ofertas laborales. Todo ello mediado y visibilizado en Twitter y Facebook. El capital digital que construyen estos fans da origen a una escena de música, marcas, consumidores y medios sociales online. Estos últimos emergen como espacios donde los fans compiten por gustos, seguidores y likes para así llamar la atención de marcas interesadas en sponsorear y financiar sus actividades. Tanto en la escena tecnológica de Silicon Valley como en la escena musical independiente en Santiago la presentación online de sus miembros refleja diversas estrategias orientadas a construir prestigio y acumular seguidores. El capital digital, más que generar un efecto democratizador, muchas veces opera como un mecanismo para reproducir desigualdades.

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Tres

¿Nuevas tecnologías, nuevos paradigmas?

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Vieja tensión, nuevo medio Revista Qué Pasa Abril 2012 Los optimistas del papel de Internet y otras tecnologías en la vida cotidiana argumentan que éstas impulsan una nueva economía y una nueva forma de hacer política. El problema de esta visión es considerar como novedad una tensión conocida entre distintas visiones en torno a las formas de organización social y la distribución del poder en las sociedades modernas. Tomemos como ejemplo la estrategia de negocios llamada “co-creación”, cuyo objetivo es generar valor en una empresa a través del trabajo conjunto entre consumidores y productores. Acá el papel de las tecnologías es central, ya que ellas operan como plataformas donde los usuarios comunican libremente sus gustos y preferencias que contribuyen al desarrollo y mejora de productos y servicios. En algunos casos se convierten en un negocio en sí mismo que descansa en el contenido que los usuarios generan. Empresas como Facebook, YouTube, Twitter o LinkedIn, avaluadas en millones de dólares y que han generado su valor gracias a la colaboración gratuita de millones de usuarios, son un buen ejemplo. Ya sea al subir videos, fotos, compartir links, opiniones y gustos, los usuarios de estas plataformas generan una plusvalía con actividades e información que luego son vendidas como un commodity para el desarrollo de publicidad personalizada. La novedad asociada a la colaboración -pero sobre todo al impacto de las tecnologías en la organización de las economías- está en que los consumidores son cada vez más parte de los procesos productivos, generando valor a distintos bienes, servicios, industrias y mercados. ¿Acaso esto permite dar cuenta de una nueva economía? ¿Obtienen los usuarios de Facebook un porcentaje de las utilidades de la compañía como si ésta fuera una cooperativa? Hablar de la novedad de un modelo de negocios exitoso es distinto a la “nueva economía” que este modelo estaría promoviendo. Ahora bien, no podemos ignorar las motivaciones que llevan a los usuarios a subir videos familiares o a expresar sus opiniones. Al apropiarse de estos medios sociales online, los usuarios establecen una relación de afecto con sus perfiles, así como éstos se convierten en un espejo de sus identidades frente a los otros. Más que una nueva economía, Facebook y la co-creación constituyen un muy buen modelo de negocios. Éste se sustenta en el control del capital –la tecnología- y la obtención de ganancias, a través del monitoreo del contenido que los mismos usuarios generan. En el caso de Wikipedia, Cuevana o Wikileaks, la colaboración por la colaboración es la novedosa, aunque tampoco ha generado una nueva economía ni un nuevo modelo de negocios. Si bien estas iniciativas arriesgan su sustentabilidad y en algunos casos la seguridad de sus creadores, han removido lentamente los cimientos de las formas de acumulación de poder económico. Lo que parece nuevo en Facebook no lo es tanto cuando vemos la reproducción de un orden social donde la lógica del capital y la ganancia sigue siendo igual a la de cualquier otra empresa. 18

Más que grandes cambios y novedades, estamos frente a la tensión entre apocalípticos e integrados en relación a las actuales formas de organización social, política y económica. Ambos grupos ven en las tecnologías dispositivos de cambio y continuidad del orden social, respectivamente. La novedad no está en las tecnologías en sí, más bien en esa tensión que las tecnologías ayudan a amplificar y que emerge, por ejemplo, cuando los gobiernos quieren regular los derechos de los usuarios en Internet.

Paternalismo tecnológico Revista Qué Pasa Julio 2012 Hablar del papel que juega internet en la vida cotidiana de las personas acarrea un montón de supuestos. Desde el ingreso a una nueva economía y al conocimiento, hasta garantizar la entrada a la globalización. El caso del concurso Applícate -convocado por Un Techo para Chile (UTPCh) y Movistar- que invita a universitarios a diseñar proyectos innovadores, además de un proyecto de estudiantes de la Universidad Finis Terrae (UFT) inspirado en esta iniciativa, son buenos ejemplos para repensar algunas de las consecuencias de estos supuestos. Los estudiantes de la UFT diseñaron una aplicación para smartphones que permite a quienes viven en campamentos hacer trueques de bienes y servicios. La temperatura subió en el invernadero de las redes sociales señalando la falta de criterio del proyecto, “cómo la gente de campamentos va a tener smartphones”. UTPCh salió a defenderlo argumentando que la gente de escasos recursos gasta hasta $25.000 mensuales en conexión a internet. Y que las críticas sólo reflejan la discriminación de quienes consideran que internet es un asunto de ricos. Si bien ambas iniciativas son valorables y necesarias para disminuir la brecha digital, hay que tener cuidado con presentar así las cosas, pero sobre todo con las promesas que las acompañan. ¿Es internet una herramienta que garantiza el conocimiento y el acceso a una nueva economía? Aparte de ser grandes promesas, otorgarle ese poder sólo a la tecnología -y no a la relación entre las personas y las tecnologías- es caer en un determinismo tecnológico. En el libro The Internet (2000), el antropólogo Daniel Miller y el sociólogo Don Slater derribaron algunos supuestos de ese determinismo. Su conclusión fue que internet no puede entenderse como algo externo al individuo, que impone ciertas conductas; al contrario, personas y tecnologías se constituyen mutuamente en sus contextos cotidianos. Esto significa que la gente que vive en campamentos -y que usa la red- se realiza a través de las tecnologías y no al revés. Los proyectos descritos replican los grandes relatos respecto a la relación “personas-tecnologías”. ¿Por qué se intenta imponer que los pobres tienen que usar internet para hacer trueques en vez de comentar una teleserie por Twitter? También se discrimina cuando se define previamente que el uso de internet es

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para esto y no para esto otro. Quizás un proyecto de este tipo -al igual que otros orientados a disminuir la brecha digital- puede partir desde abajo hacia arriba: ver qué entiende la gente por internet, cuáles son las expectativas asociadas al uso, los contextos y relaciones con otras tecnologías como un celular, la televisión y la radio. Eso implica observar cómo individuos y tecnologías construyen su identidad mutuamente. Sin asumir a priori que acceder a un plan de internet más barato garantiza el éxito, independiente de que esas personas tengan plata o no.

Términos y condiciones Revista Qué Pasa Junio 2013 En la película The Truman Show, un tipo vive rodeado de cámaras sin saberlo. Truman es el involuntario protagonista de un reality show que él mismo alimenta, pero que al final termina por develar. La semana pasada el Washington Post reveló la existencia del programa Prism, puesto en marcha por la Agencia de Seguridad Nacional de EE.UU. (NSA), cuyo objetivo es levantar y analizar la información online de millones de personas. Parte de esa información estaría siendo entregada por grandes compañías tecnológicas como Google, Facebook y Skype. Probablemente a los millones de usuarios de Facebook, Twitter o Google no se les pasó por la cabeza que la información que entregan al crear sus cuentas y perfiles no queda bajo siete llaves. Tiempo después los hechos demostraron que esa información se vende, se intercambia, se analiza y clasifica. Cuando ignoramos la letra chica de los términos y condiciones de esos servicios quedamos más entusiasmados por las tareas que nos permiten llevar a cabo que por la vida propia que adquieren esos datos en distintos contextos. Por esto, que el programa Prism se haya divulgado públicamente confirma la idea que no sólo las empresas monitorean nuestros movimientos online, sino también los gobiernos. En su libro The Daily You (2012), el académico Joseph Turow aborda las transformaciones que el monitoreo de información online está teniendo en la cultura del consumo. A su juicio, el mapeo del comportamiento digital de los consumidores puede perpetuar la desigualdad en distintos grupos. El conocimiento que se genera a través del análisis de una gran cantidad de datos permite a las empresas determinar a sus actuales o potenciales clientes. Así los clasifican como “segmentos” o “basura” en función de variables tan distintas como la última compra en Amazon, el barrio donde viven y los programas de televisión que ven y comentan por Twitter. Esa información opera como una especie de Dicom de nuestras preferencias, perpetuando la oferta de bienes y servicios de acuerdo a nuestra clasificación. Difícil hablar de movilidad social cuando estamos expuestos a las mismas ofertas publicitarias en función de patrones ya definidos que refuerzan nuestra posición social. Si bien los efectos de este proceso son todavía inciertos, tampoco podemos condenar los cambios

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positivos -y oportunidades- que la masificación de internet ha generado en términos de acceso a información, transparencia y comunicación. La difusión pública del programa Prism traslada la discusión que plantea Turow desde la dimensión del consumo a la relación cotidiana entre gobiernos y ciudadanos. Que los gobiernos monitoreen toneladas de información que refleja la vida social de espacios digitales ya no es una gran novedad. Aunque el hecho que ese seguimiento sea de conocimiento público plantea a gobiernos y ciudadanos la necesidad de definir los límites a través de los cuales se vigilan y analizan los movimientos de las personas y el tipo de información que proveen; así como el uso que tanto las entidades privadas como públicas le dan a esa información. También es una oportunidad para que quienes defienden el papel de internet como una serie de tecnologías que fomentan el ejercicio de la libertad y la democracia, también lo promuevan en relación a nuestras prácticas como consumidores. Esta vez, todos somos Truman.

Los artefactos y los fines Revista Qué Pasa Diciembre 2014 Las tecnologías son artefactos que nos permiten lograr ciertos fines. Para los incas, los “quipus” eran una forma de registrar la cultura oral, a través de distintas cuerdas, nudos y colores. Siglos después, en la era de internet, un teléfono y un computador les permiten a distintas personas lograr el mismo objetivo. Con esta idea en mente, un par de documentalistas armó una plataforma para darle voz a un grupo de personas que lleva veinte años buscando justicia en Perú. En 1995 se realizó en Perú un plan de fertilización y planificación familiar impulsado por el gobierno de Alberto Fujimori. La idea era desarrollar una política de control de natalidad a través de fertilizaciones asistidas, las que incluso contaron con el apoyo de organizaciones feministas. Esta política se llevó a cabo principalmente en diversas comunidades indígenas en Perú con escaso control y criterio. Diversos hombres y mujeres fueron forzados a participar del plan sin consentimiento, por ejemplo, siendo ingresados en los hospitales bajo el supuesto de que tenían que realizarles otros procedimientos. En el año 2000 ya eran 300.000 las mujeres esterilizadas y en el caso de los hombres la cifra llegaba a 30.000. Los distintos traumas y consecuencias en las vidas de estas personas siguen latentes. Si bien se han organizado para exigir justicia, existen dificultades para que sus voces sean escuchadas. Las diferencias culturales -la mayoría de las personas habla quechua- y el escaso acceso a internet y a los medios de comunicación masiva hacen que sus historias sigan sin ser escuchadas. En enero de este año la justicia peruana dijo que no había evidencia para procesar la fertilización asistida sin consentimiento.

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El proyecto Quipu (www.quipu-project.com) es un documental que tiene por objetivo visibilizar estas historias y funciona de la siguiente manera: a través de un teléfono las personas afectadas por las esterilizaciones cuentan y graban sus relatos. El teléfono está conectado a internet y así los testimonios son transcritos y traducidos. Luego se suben a un sitio web para que cualquier persona pueda acceder a ellos y grabar sus comentarios y reacciones. Este documental -que todavía está en etapa de desarrollo- intenta construir un foro donde los afectados pueden escuchar los testimonios de otras personas. Actualmente el proyecto Quipu está en plena campaña de crowdfunding para obtener recursos y poder llevar esta plataforma de comunicación a otras regiones en Perú y obtener más testimonios. Quipu permite reflexionar sobre el papel de las tecnologías en nuestras vidas y cuáles son esos artefactos que nos permiten conseguir ciertos fines. Para un grupo de personas un teléfono es la posibilidad de que sus voces sean escuchadas. Para otro, internet es la posibilidad de acceder a esas historias y compartir sus experiencias. Todo depende de los contextos donde se usan esas tecnologías y los significados que las personas le atribuyan a esos artefactos. En la era digital la memoria es frágil y toda tecnología que es considerada como nueva se le atribuye la propiedad de lograr ciertos fines independientes del uso que hagan de ella las personas. ¿Qué hay de nuevo en Facebook o Twitter versus un teléfono más que las ganas de comunicarnos y compartir con otros? ¿No es el teléfono la posibilidad para compartir la intimidad o una experiencia traumática, mientras para otros esa posibilidad está en Facebook? Al igual que los “quipus” de los incas, lo que vemos hoy en distintos espacios digitales como las redes sociales online son los registros de diversas culturas y sus significados.

Cómo jubilan los celulares * Revista Qué Pasa Abril 2015 Hace algunas semanas, un estudio de la Universidad Naciones Unidas, reveló que Chile es el país que genera la mayor cantidad de basura electrónica por habitante con 9.9 kilos al año. A nivel mundial lo que más se bota a la basura son artefactos de baño y cocina (60%), en tanto los celulares, computadores y teclados alcanzan un 7% del total de desechos. Si bien los estudios de consumidores ponen la atención en las motivaciones que nos llevan a comprar nuevas tecnologías, poco se habla del momento y las razones por las cuales nos deshacemos de aparatos que han tenido un rol importante en nuestras vidas cotidianas. Si la experiencia de consumo de tecnología de una persona está regulada, entre otras cosas, por una necesidad de tener la novedad, por una cuestión de status o por satisfacer una necesidad puntual (de comunicación, doméstica, etc.); la experiencia de deshacerse de un celular o un microondas no sólo está determinada porque el artefacto se echó a perder, sino también por la relación de

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afecto que construimos con esos aparatos. Nuestro celular, por ejemplo, es un objeto personal con el que pasamos gran parte del día y con el cual creamos un vínculo afectivo: descansamos con el teléfono, nos comunicamos, intercambiamos y guardamos momentos como las vacaciones y los cumpleaños. Cuando falla nos enfrentamos a varios problemas: cambiarlo nos cuesta tiempo y plata, pero sobre todo, nos demanda una atención que no siempre estamos dispuestos a dar a este tipo de asuntos. Frente a la posibilidad de deshacernos de un artefacto tecnológico, la relación afectiva que tenemos con ese aparato emerge como un factor clave en nuestra decisión. En Londres, por ejemplo, un estudio basado en entrevistas y observaciones con distintas familias de clase media, determinó que cuando un artefacto todavía funciona las personas consideran que es posible “darlo de baja” sin desecharlo. Para ello recurren a parientes, amigos y fundaciones, ya que ese artefacto acarrea historias familiares o momentos de la vida de los dueños. Incluso puede ser un regalo para los hijos, especialmente cuando son menores y no se les quiere comprar aparatos nuevos más costosos. Esto funciona como un ahorro y una forma de probar el grado de responsabilidad de los menores para cuidarlos. Esto también marca el inicio de los niños con el mundo de la tecnología, a partir del uso de celulares o reproductores de música que antes fueron de sus padres. ¿Cómo estas familias definen lo que es basura o desecho cuando hablan de tecnología? Al parecer, deshacerse de las cosas viejas implica casi tanto tiempo y trabajo como comprar cosas nuevas. Si el celular está funcionando, pero no es el modelo más nuevo, ¿igualmente pienso en cambiarlo? ¿Lo boto a la basura? ¿Dónde lo llevo para revenderlo o reciclarlo? Mover la tecnología antigua en otros círculos de adquisición o acumulación de desechos es un proceso aún desconocido, altamente desestructurado y desregulado, entendiendo esto como la falta de práctica y conocimiento a la hora de desechar tecnología. Dada esta incertidumbre, los aparatos terminan aglomerados en bodegas, clósets y cajones, pero sobre todo en basurales que nos enfrentan a la pregunta sobre lo desechable que puede ser nuestra relación con las tecnologías -y por qué no, a ratos- con el mundo. * Escrito con Paz Concha

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Consumo, identidad y tecnologías digitales

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El último rito de la moda Revista Qué Pasa Julio 2015 La masificación de internet y las redes sociales online ha dado como resultado el surgimiento de nuevos líderes de opinión, que son actores clave a la hora de generar valor en torno a bienes y servicios. Son consumidores que opinan y difunden en sus redes sociales las características y cualidades de nuevos y viejos productos. En el caso de la industria de la moda, las fashion bloggers son un buen ejemplo de una tendencia instalada con fuerza en distintos mercados. El New York Times acaba de lanzar el especial “Intersection”, una serie de entrevistas con “influenciadores” de la moda en distintos países de América Latina. En Santiago, la entrevistada es Valentina Ríos, diseñadora gráfica y creadora del blog de moda Le Freak C’est Chic, un sitio donde habla de las últimas tendencias de la moda, se saca fotos con distintas tenidas (ella misma es la modelo) que luego sube a su sitio, las comparte en Instagram, Facebook y Twitter. Así como Ríos, existen alrededor de 70 blogs de moda en el país, creados principalmente por mujeres –sí, el género sigue siendo una cuestión relevante en este asunto– que armaron en sus computadores sitios que hoy las tienen convertidas en una voz importante sobre las últimas tendencias a nivel local y global. ¿Por qué? Los creadores de estos sitios responden a una transformación que ha facilitado el desarrollo tecnológico. Por un lado, las distinciones entre productores y consumidores son cada vez más borrosas. ¿Quién es el creador de una tenida, el diseñador o la persona que la compra, se la pone y se saca una foto para compartirla en sus redes sociales? Por otro, al compartir opiniones y reseñas de marcas de ropa, así como de las tendencias de la moda, ellas se convierten en actores relevantes que les dan dinamismo a las economías de consumo, generando demanda en torno a esos bienes, y añadiendo valor a la ropa que comentan destacando sus cualidades. Ahora bien, no todo es resultado de la tecnología. Tener miles de seguidores en las redes sociales permite plasmar y compartir opiniones, imágenes y todo lo que tiene que ver con las tendencias locales y globales al instante; pero también el gusto es fundamental. Y ahí las fashion bloggers con sus prácticas logran formar el gusto de sus seguidores a través de sus plataformas digitales. Esto ha llamado la atención de marcas como Zara, H&M o TopShop, las que no conciben lanzar sus nuevas colecciones sin incorporar en sus cadenas de valor a las fashion bloggers. Esto se traduce en invitaciones a eventos, auspicios en sus sitios, envío de ropa para que sea reseñada en los blogs, entre otras prácticas. Las fashion bloggers son una especie de fuerza de venta cuya gracia está en ser las consumidoras ideales de los productos que ofrecen estas marcas, llevándolas de manera directa a sus nichos de seguidores a través de las redes sociales. Todo basado en una comunicación directa, horizontal y fundada en la experiencia con el producto.

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También tienen un rol democratizador en la difusión de lo que es considerado como “lo que está de moda”. Sus habilidades para navegar en el mar de información disponible en internet, apropiarse de las últimas tendencias globales de la moda y luego hacerlas circular a través de sus sitios las ha llevado a tener una posición de poder cada vez mayor en la industria de la moda. Les han quitado poder a intermediarios clave entre la producción y el consumo, como pueden ser las revistas de moda. De La moda al día con Beatriz Vicencio pasamos a la moda en tiempo real con las fashion bloggers. Lo mismo ocurre en otros mercados de la industria cultural, como el diseño, la música, el cine y la literatura. Son los nuevos intermediarios entre la producción y el consumo, los influenciadores en la era digital.

El precio de las máscaras Revista Qué Pasa Noviembre 2015 Con el surgimiento de internet —y luego con las redes sociales— la gran pregunta de antropólogos, sicólogos, sociólogos y expertos en comunicación ha sido ¿qué es lo virtual y lo real de nuestras vidas al estar conectados a través de pantallas? ¿Qué es lo real o irreal de nuestras vidas cuando las compartimos online? Desde diversas disciplinas los estudios recientes sugieren que no existe necesariamente una separación entre la vida real y la vida online. Esto no implica que nuestra performance online y los hábitos en las redes sociales nos enfrenten a nuevos escenarios en la construcción de nuestra identidad y las relaciones sociales. Al final, intentamos proyectar lo que somos —o lo que creemos y queremos ser— en las redes sociales. Essena O’Neill, una joven australiana de 18 años y con más de medio millón de seguidores en Instagram, decidió hacer un llamado público para que la gente deje de vivir la vida a través de una pantalla. Para ella, vender su vida de ensueño que construyó en Instagram a marcas y auspiciadores la hizo sentir “miserable”. A su juicio, se convirtió en alguien que decidió mostrar una vida de fantasía para acumular un mayor número de audiencias, likes, retuits y dólares por la publicidad que hacía en su cuenta. Un tema que en principio parece irrelevante, pero es una forma de comunicación que se ha masificado y validado socialmente entre muchos usuarios de estas plataformas. El sociólogo canadiense Erving Goffman sugería que la interacción de las personas en la vida cotidiana era como una performance teatral. Mostramos en escena la imagen que más nos convence de nosotros mismos y eso es lo que compartimos frente al resto. Lo importante no es lo que somos, sino lo que parecemos. Al final somos la suma de todas las máscaras que nos ponemos para interactuar con los otros.

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A través de Goffman podemos ver la conexión entre la decisión de Essena O’Neill, la industria de la publicidad y la valoración de la performance online a través de las redes sociales. Actualmente, en el mundo del consumo y la publicidad, la felicidad es el punto de partida para conectarnos desde ese estado con otros. Y las redes sociales son el espacio donde guardamos y compartimos los momentos felices. Es como si las técnicas de la publicidad para mostrarnos como deseable un producto, una marca, un momento o experiencia de consumo, pasaran a ser parte de quienes usamos las redes sociales. Podemos retocar imágenes en Instagram, compartirlas en Facebook, calificarlas con un “me gusta” y sentirnos felices. Olvidémonos de los trolls por un rato y de las discusiones políticas. Sólo pensemos en eso que nos lleva a compartir los buenos momentos —o a crearlos y hacerlos parecer como tal— en las redes sociales, tal como Essena O’Neill. El problema de Essena O’Neill es que al parecer se dio cuenta de que en su performance en Instagram proyectaba una identidad ajena, construida a punta de auspicios, likes, y hashtags, además de los ingresos que esa identidad le reportaba. Lo paradójico es que ahora la chica de 18 años estrenó un sitio web donde promueve el veganismo, sus preocupaciones medioambientales y la equidad de género. Su renuncia a seguir en la rueda de la vida perfecta no atenta contra la posibilidad de compartir buenos momentos en las redes sociales ni con querer ser felices con nosotros mismos en estos espacios. Sólo deja un aviso que la comercialización de nuestras propias vidas en las redes sociales —y la valoración de las métricas encargadas de ponerle número a nuestra performance online— es una especie de clasismo digital en ciernes. En las redes sociales también hay cotidianeidad y miseria, gente linda y fea, algo propio del amplio abanico de posibilidades que nos da la experiencia humana. El problema es cuando aquello que vale socialmente y tiene precio son sólo los momentos felices y lindos.

Comparto, luego existo Tendencias Enero 2015 “¿Qué cosas comparten en internet? ¿Por qué lo hacen?”, le pregunté a un grupo de estudiantes universitarios en diciembre. Al principio nadie dijo nada: “¿Por qué ese silencio? ¿Es una pregunta muy grande? ¿Qué hacen en Facebook?, ¿Acaso no comparten fotos, información o archivos a través de internet?” insistí. Por el contrario, compartir contenidos en internet es para muchos alumnos una práctica tan común que lo hacen casi sin pensar en ello. El 94 por ciento de los jóvenes chilenos está registrado en Facebook, por ejemplo, sitio al que en 2013 le dedicaron más tiempo incluso que a la televisión.

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La serie de encuestas Jóvenes y Participación de la UDP ha explorado qué comparten los chilenos de entre 18 y 29 años. La versión 2014 muestra que un 52 por ciento dice que pone a disposición de otros links, fotos o memes en internet entre “una vez a la semana” y “todos los días”. Hombres y mujeres comparten con casi la misma regularidad contenidos online, pero los grupos socioeconómicos más altos lo hacen con más frecuencia que los medios-bajos, lo que significa que compartir también es una práctica desigual que refleja otras diferencias económicas, de conocimiento y de acceso. Al rato, José, un estudiante de la clase, se anima a contestar: “Uno siempre comparte porque espera algo de vuelta. Alguna respuesta, una conversación. Cuando subo un video o foto en Facebook, siempre espero alguna reacción”. Otro alumno explica que distribuye en la red libros online, los descarga y los pone a disposición de otros en foros o sitios como chilecomparte.cl, una especie de persa digital donde se puede subir música, libros, películas y series. Su motivación no es obtener beneficios sino que promover el intercambio de publicaciones buenas que no llegan a Chile o son muy caras. “La gracia es compartir un libro bueno y que sirva para distintos formatos (Kindle, tablet, Ipad)”, explica. Para él es una práctica de colaboración. Compartir es una actividad vinculada a distintos espacios digitales y las motivaciones para escoger uno de ellos son variadas. No es lo mismo poner un PDF de un libro que una foto en Facebook. O tuitear una noticia de música que crear un sitio para difundirla. En una investigación que hice sobre tecnologías digitales y fans de música independiente en Santiago, conocí a Camilo Salas, creador del sitio web Disorder.cl, donde publica opiniones y artículos sobre música y literatura. Para él, las tecnologías digitales son una posibilidad para conectarse con otros y sentirse parte de una escena musical y cultural. Mientras, Nicolás Castro, creador del sitio NNM.cl sobre música electrónica, considera que estas le permiten obtener información de otros países y mostrársela a otros en Chile y a su vez compartir su música y gustos con gente de diversos lugares. A esta altura, Camilo y Nicolás han desarrollado una serie de habilidades para compartir sus preferencias y han acumulado un “capital digital” que se traduce en seguidores, likes y retweets, lo que incluso los ha vuelto atractivos para marcas y avisadores. Compartir en la era digital Nicholas John, académico de la universidad Hebrea de Jerusalén, investigó los distintos usos de la palabra “compartir” en las redes sociales, desde MySpace, Fotolog, pasando por Orkut y Twitter. A su juicio, entre 2005 y 2007 el término aparece, muta y evoluciona, lo que se puede ver en las fórmulas que las plataformas usaban para promoverse. Al comienzo sitios como Flickr o YouTube aludían explícitamente a lo que se podía compartir -fotos y videos-, pero eso comienza a cambiar con la masificación de Facebook o Twitter. El foco pasa de estar en contenidos específicos a ser algo más difuso o abstracto: compartir no una foto, sino quién eres o qué te gusta. Hoy si no tienes qué compartir, no puedes participar de la Web 2.0. Sólo compartiendo existimos en los espacios

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online. Esa actividad está en el corazón de la existencia de internet y el objetivo de muchas de las plataformas actuales es justamente proveernos de espacios para mostrarles a otros estados de ánimos, lo que comemos, compramos, opinamos o nuestra intimidad. Así se configura una industria en torno a lo que compartimos que tiene a gente como Mark Zuckerberg -dueño de Facebook- a sus 30 años con la posibilidad de comprar parte del mundo si lo quisiera. A la par ha surgido la “economía del compartir” que funciona a través de las tecnologías digitales que facilitan la producción, intercambio y consumo de bienes, servicios e información. El objetivo es satisfacer una necesidad con la colaboración de otros. Por ejemplo, Wikipedia es resultado de la información que provee una suma de personas y su fin no es que sus creadores se hagan millonarios, sino tener una enciclopedia colaborativa. Otro ejemplo famoso es el sitio Air BnB, que conecta a gente que ofrece y busca lugares donde alojar en distintas partes del mundo. Pero sobre todo, compartir nuestra intimidad, gustos, estados emocionales y nuestros conocimientos, es una forma de comunicación. A través de esta práctica podemos expandir y cultivar nuestras relaciones sociales. Nuestras habilidades para hacer conexiones con otros, para hacer “autobombo” de nuestras actividades y logros, para buscar aprobación; incluso convertirnos en góndolas de supermercado al promocionar productos y servicios, también son formas a través de lo que comunicamos lo que somos, lo que queremos ser y cómo queremos que nos vean. Y en ese proceso esperamos algo a cambio, una retribución, un “me gusta”, una señal de los otros. Como sugiere el antropólogo Daniel Miller, compartir en la era digital refleja que somos nuestra propia red social, independientemente de la plataforma que usemos, lo que decidimos compartir a través de ellas, y de la industria que aparece como consecuencia de estas actividades. Habría que preguntarles a los que no comparten sus vidas online las razones para ello, pero eso da para otro artículo.

Compartir para existir Revista Qué Pasa Febrero 2016 ¿Por qué compartimos contenidos en las redes sociales? ¿Qué esperamos cuando subimos una foto a Facebook? Estas fueron las preguntas que nos hicimos un grupo de investigadores como parte del proyecto de investigación “Comparto, luego existo” (www.compartoluegoexisto.tumblr.com) hace más de un año. Para contestarlas, seguimos y entrevistamos durante nueve meses a 25 jóvenes entre 18 y 29 años en Santiago. Llegamos a la conclusión de que las redes sociales —y Facebook en particular— son espacios donde compartimos lo que somos con distintos fines: para existir, recordar y socializar con otros. La sorpresa fue el rol que tienen los “me gusta” para medir el impacto de nuestra socialización.

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Andrea es una estudiante universitaria de 22 años, vive en la comuna de Puente Alto. Cuando le preguntamos qué papel tiene Facebook en su vida, nos contestó lo siguiente: “Facebook es como una línea de tiempo donde se construye una biografía que no puedes guardar en ninguna parte”. Si bien Facebook es un mapa donde Andrea registra sus contactos, parte de su biografía, sentimientos y buenos momentos, nos llamó la atención cuando dijo “mientras más ‘me gusta’ uno obtiene con las cosas que comparte, más validada estoy frente al resto”. Diversos estudios a nivel internacional dan cuenta de lo relevante que es Facebook como plataforma para reproducir y reforzar nuestras relaciones sociales. De esta manera, compartir contenidos e información en Facebook es una manera de socializar con otros. Lo interesante de la respuesta de Andrea es la centralidad que adquiere la retroalimentación en torno a lo que compartimos. Es lógico, cuando hablamos con alguien lo hacemos asumiendo que nos escucha, y si no lo hace, buscamos la manera de obtener su atención. Algunos de los entrevistados nos contaban que han bajado fotos o estados de ánimo cuando no obtienen “me gusta”. Si Facebook es una plataforma para socializar, el “me gusta” opera como un indicador de nuestras habilidades para lograrlo, algo así como nuestro propio “rating” online. ¿Cuántos te siguen? ¿Cuántos amigos tienes? ¿Cuántos “me gusta” te pusieron? Detrás de este rating hay una pequeña industria configurada por empresas y tecnologías orientadas a medir nuestra performance online y asignarle valores. Un “me gusta” en la página de una marca tiene un precio. Otro “me gusta” en la página del famosillo de turno que habla con sus seguidores tiene otro precio. En el caso de Andrea, la ganancia de obtener un “me gusta” es sentirse reconocida y validada por otros. El precio no es plata, es reconocimiento social, es existir para los otros. Ahora bien, para conseguirlo muchas veces está dispuesta a compartirlo todo, desde los momentos íntimos, los felices, los tristes, y aquellos en los que quiere sentirse acompañada desde la soledad de su pantalla, esperando esa retribución. Quizás ésa es la verdadera red social: que los otros vean a Andrea y sepan que existe.

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