\"De cómo don Quijote soñó con ser pastor\"

May 24, 2017 | Autor: C. Castillo Martínez | Categoria: Miguel de Cervantes, Don Quijote, Libros de pastores, Novela pastoril, Égloga
Share Embed


Descrição do Produto

Ilustración de la portada: Cristiana Radu Maqueta artística: Mircea Tătar Redactores: Simona Sora, Adrian Solomon DTP: Ofelia Coșman

Descrierea CIP a Bibliotecii Naţionale a României El retablo de la libertad: la actualidad del Quijote / Mianda Cioba (coord.), Adolfo Rodríguez Posada, Melania Stancu, Silvia‑Alexandra Ștefan. – București: Editura Institutului Cultural Român, 2016 ISBN 978‑973‑577‑686‑2 I. Cioba, Mianda II. Rodríguez Posada, Adolfo III. Stancu, Melania IV. Ștefan, Silvia‑Alexandra

© INSTITUTUL CULTURAL ROMÂN Aleea Alexandru 38, Sector 1 011824, București ROMÂNIA Tel.: 0317 100 637 E‑mail: [email protected] Difuzare: [email protected] Tel.: 0317 100 646

Coordinador: Mianda Cioba Co‑editores: Adolfo Rodríguez Posada, Melania Stancu, Silvia‑Alexandra Ștefan

El retablo de la libertad La actualidad del Quijote

  INSTITUTUL CULTURAL ROMÂN

ÍNDICE DE CONTENIDOS

Introducción – Francisco Javier Díez de Revenga, Universidad de Murcia........................................................................

9

El universo novelesco: ante rem et in re DE CÓMO DON QUIJOTE SOÑÓ CON SER PASTOR – Cristina Castillo Martínez, Universidad de Jaén.................................

19

EL RESCATE DE MELISENDRA Y EL CAUTIVERIO DE DULCINEA – Ángel García Galiano, Universidad Complutense de Madrid............................................................................................

38

EL ECO DE LAS ANOTACIONES HERRERIANAS EN LOS PRELIMINARES DEL QUIJOTE – Silvia‑Alexandra Ștefan, Universidad de Bucarest.....................................................................

52

LA PRESENCIA DE TIRANT LO BLANC EN EL QUIJOTE: ¿DÓNDE COMIENZA EL CANON DE LA NOVELA EUROPEA? – Jiří Pešek, Universidad Masaryk de Brno...................

78

LA PASIÓN CERVANTINA POR LO PASTORIL: EL QUIJOTE COMO CONTINUACIÓN DE LA GALATEA Y DE LA POÉTICA PASTORIL EUROPEA – Pavlína Juračková, Universidad Carolina de Praga...........................................................

93

Procesos intersemióticos LOS ANIMALES DEL BESTIARIO EN EL QUIJOTE – Anca Crivăț, Universidad de Bucarest................................................ 109 SANCHO Y LA TORTUGA: EMBLEMÁTICA E INTERTEXTUALIDAD EN DON QUIJOTE (II, 53) – Adrián J. Sáez, Universidad de Neuchâtel.......................................... 124

LA ÉCFRASIS CERVANTINA: DEL QUIJOTE AL PERSILES – Patricia Lucas Alonso, Secciones Bilingües del Ministerio de Educación de España en Rumanía, Liceo Teórico Jean‑Louis Calderon de Timișoara...................................................... 138 “FRÍAS DIGRESIONES”: LICENCIA Y CENSURA DE LA DESCRIPCIÓN AMPLIFICADA EN DON QUIJOTE – Adolfo Rodríguez Posada, Universidad de Bucarest.......................... 151 Lecciones cervantinas: la posteridad del modelo LA MITIFICACIÓN DE DON QUIJOTE EN LA POESÍA Y EN LA LITERATURA ESPAÑOLA DEL SIGLO XX: NUEVAS APORTACIONES – Francisco Javier Díez de Revenga, Universidad de Murcia........................................................................ 175 “CHARM’D WITH THE HUMOUR OF THAT ENGLISH CERVANTES”: AGAIN ON THE PATERNITY OF THE ENGLISH NOVEL IN CLASSIC MODERNITY – Mihaela Irimia, University of Bucharest...................................................................... 198 LAS MÁSCARAS DEL AUTOR: EL APÓCRIFO COMO MECANISMO AUTORREFERENCIAL EN EL QUIJOTE – Melania Stancu, Universidad de Bucarest.......................................... 212 LOS NARRADORES DEL QUIJOTE – Jaroslava Marešová, Universidad Carolina de Praga........................................................... 224 DESDE EL MUNDO DEL CARNAVAL HASTA EL MUNDO DEL TEATRO EN EL QUIJOTE – Anna Ďurišíková, Universidad Comenius de Bratislava.................................................. 234 DON QUIJOTE TRA PARODIA E ANTIPARODIA – Hanibal Stănciulescu, Università di Bucarest..................................... 241 Paradigmas filosóficos y filosofía vivida DON QUIXOTE: AN ETHICAL ISSUE. REPRESENTATIONS IN THE LITERATURE OF THE ROMANIAN GULAG – George Ardeleanu, University of Bucharest....................................... 257 LA CRÍTICA DE LOS MODELOS CULTURALES QUE RIGEN LA RECONSTRUCCIÓN DEL PASADO: PLATÓN Y CERVANTES – Alexandrina‑Victoria Lițu‑Gârboviceanu, Universidad de Bucarest & Carmen Burcea, Universidad de Bucarest.......................................................................................... 270

“UNA TANTICA PARTE DEL CIELO”: EL HUMOR Y EL SIMBOLISMO RELIGIOSO EN EL QUIJOTE – Jasmina Arsenović, Universidad de Belgrado.................................... 286 HETERODOXOS, MARGINALES Y MALVIVIENTES EN LOS ENTREMESES, NOVELAS EJEMPLARES Y LOS QUIJOTES – Alfredo Rodríguez López‑Vázquez, Universidad de La Coruña........ 301 Geografías alternativas y dinámicas temporales de la recepción LOS “QUIJOTES”, EL “QUIJOTISMO” Y EL “NEOQUIJOTISMO” EN LAS NOVELAS CIENTÍFICO-FILOSÓFICAS DEL SIGLO XX – Renáta Bojničanová, Universidad Comenius de Bratislava............... 313 EL CABALLERO DEL CARNERO: UN EJEMPLO DE TRANSFERENCIA DEL QUIJOTE EN LA LITERATURA INFANTIL SERBIA – Jasna Stojanović, Universidad de Belgrado........ 327 EL QUIJOTE PARA LOS NIÑOS Y JÓVENES ESLOVACOS – Eva Palkovičová, Universidad Comenius de Bratislava..................... 334 DON QUIJOTE ENTRE LA NOVELA DE SU TIEMPO Y LA NOVELA DEL PORVENIR – Lavinia Similaru, Universidad de Craiova....................................................................... 345

DE CÓMO DON QUIJOTE SOÑÓ CON SER PASTOR1 Cristina Castillo Martínez Universidad de Jaén

RÉSUMÉ: L’Hidalgo de la Manche, absorbé par la lecture des romans de chevalerie, décide d’imiter les aventures de leurs prota­gonistes et de devenir un chevalier errant. Cependant, sur les étagères de sa bibliothèque apparaît non seulement Amadis de Gaule mais aussi La Diana, El pastor de Fílida et d’autres pasteurs littéraires dont les histoires inventées boisent l’esprit du personnage principal jusqu’au point de le faire rêver, dans la deuxième partie de l’œuvre, de devenir lui‑même pasteur. Cervantès connaissait bien le succès que ces petits livres remportaient, et ce n’est pas par hasard que le premier texte qu’il rédige soit La Galatea et qu’il reprenne le même argument dans El Quijote, dans la première et deuxième partie, en attribuant de plus amples espaces à la fiction de l’Hidalgo. Cervantès fouille donc les possibilités narratives des genres littéraires chevaleresque et bucolique, contraints dans les limites de l’invraisemblance, avançant ainsi dans le développement du schéma narratif moderne. MOTS CLÉS: Cervantès, Quijote, pasteur, roman pastoral, églogue.

La temática pastoril aparece diseminada a lo largo del Quijote, tanto en la primera como en la segunda parte, y lo hace de una manera natural, pues a nadie extraña que, en cualquier de los campos por los que atraviesan sus protagonistas, puedan aparecer cabreros, boyeros o pastores. Su presencia le viene bien a Sancho para mitigar el hambre de tan pesadas e infructuosas aventuras, y a don Quijote para seguir alimentando su imaginación. De cualquiera de las formas, sus apariciones son continuas y lo curioso es que se dan en un margen entre lo real‑verosímil y lo ficticio‑literario, en la medida en que unos pastores lo serán realmente y otros habrán asumido tan Este trabajo se inscribe en el marco del Proyecto I+D+i del MINECOLa novela corta del siglo XVII(y II) (FFI2013‑41264‑P). 1

19

solo un disfraz. Y es precisamente en ese margen que hay entre lo literario y lo real donde se mueve a la perfección Alonso Quijano, no en vano es el mismo que –por voluntad propia y a empellones de las lecturas de Amadises, Palmerines o Floriseles– le permite convertirse, sin más linaje que el que le aportan sus libros, en un desaliñado y simpático caballero andante, en alguien para quien la vida es literatura. No obstante, la presencia, en El Quijote, de pastores, o de episo­ dios que podríamos considerar como tales, no es en absoluto gratuita. Es evidente que enriquecen la narración, ofreciendo un abanico más diverso de historias y personajes, pero, además, son una clara muestra del conocimiento que Cervantes tenía de esta literatura y del modo en que la encara, la disfruta, la analiza, e incluso la juzga y la transforma. Por eso, esta temática no aparece en un único episodio conformando un todo, sino en varios que se sitúan paulatina y gradualmente (pues va añadiendo nuevos elementos) a lo largo de las muchas páginas de la obra, hasta alcanzar pleno sentido en ese episodio final: el del proyecto del pastor Quijotiz2. Don Quijote es claramente un creador de mundos. Siendo Alonso Quijano, el hidalgo insatisfecho con la vida que lleva y en huida de sí mismo, rompe con las ataduras de su ámbito social para recrearse o reinventarse como caballero andante, haciendo uso de su libertad personal3. Y, mucho tiempo después, a siete capítulos del final de la obra, cuando se ve atrapado en la promesa de renunciar a la orden de caballería tras haber sido vencido por el caballero de la Blanca Luna, toma la decisión de convertirse en pastor y crear un nuevo espacio de evasión de la realidad, acaso la verdadera aspiración del hidalgo. Un sueño que emerge ante esa imposibilidad de continuar siendo un nuevo Amadís, pero un sueño, el pastoril, que, aunque se proyecta en el capítulo 67, comienza a gestarse mucho tiempo atrás, y no solo a partir de lo leído (como vimos que sucedió con el mundo caballeresco), sino también, y más importante, a partir de lo vivido. Ese recorrido es el que pretendo seguir en las próximas páginas, partiendo, como no puede ser de otro modo, del famoso escrutinio de la biblioteca de Alonso Quijano. No hay que olvidar que fue 2 Sigo la acentuación propuesta por Florencio Sevilla y Antonio Rey en su edición. 3 Como tan bellamente nos mostró Luis Rosales en su libro Cervantes y la libertad.

20

entonces cuando supimos que en sus anaqueles figuraban los más importantes títulos de la novela pastoril publicados hasta la fecha, y que, junto a peleas con jayanes, justas, torneos y ordalías, los lamen­ tos amorosos de pastores, sus canciones y juegos alimentaron la imaginativa mente del hidalgo. Buenos ratos debió de emplear leyendo la Diana de Montemayor y sus continuaciones, Los diez libros de la Fortuna de Amor de Antonio de Lofrasso, El pastor de Fílida de Luis Gálvez de Montalvo, amén de los episodios pastoriles incluidos en libros de caballerías como el Amadís de Grecia, de su admirado Feliciano de Silva, o los versos amorosos de las églogas contenidas en el Tesoro de varias poesías de Pedro de Padillao en el Cancionero de López Maldonado. Textos estos últimos que hoy no asociaríamos directamente con los primeros y sobre los que quiero incidir. En este repaso a la biblioteca del hidalgo no solo quedan claros los gustos literarios de Cervantes en función de los libros que salva o condena4, sino también el modo en que concebía un género que no se circunscribía a lo que hoy conocemos como libros de pastores, sino que se insertaba en una tradición más amplia procedente de la Antigüedad y cuyos protagonistas e historias se habían ido filtrando a través del tiempo hasta encontrar acomodo en la obra de Monte­ mayor. Insisto en esto porque Cervantes entendía la pastoril como una literatura en sentido amplio, que también daba cabida a textos escritos con exclusividad en verso. De ahí la inclusión de los poemarios de sus amigos Pedro de Padilla y López Maldonado junto a las Dianas, como si fueran parte de un todo, parte de lo mismo; o la alusión a su propia Galatea, para destacar únicamente que su autor “es más versado en desdichas que en versos”. Indudablemente, una de las señas de identidad de los libros de pastores es la combinación de prosa y verso. Las composiciones poéticas incluidas en sus páginas llegaron a convertirse en un autén­ tico señuelo para los lectores. Maxime Chevalier dice de la Diana que “se leyó como colección de versos. El hecho es natural en un siglo en el cual tan pocos versos líricos llegaron a imprimirse…”5. Además, buena parte de los cultivadores del género fueron poetas Son objeto de crítica la Diana segunda de Alonso Pérez (Valencia, 1563), El pastor de Iberia de Bernardo de la Vega (Sevilla, 1591), las Ninfas y pastores de Henares de Bernardo González de Bobadilla (Alcalá, 1587) y el Desengaño de celos de Bartolomé López de Enciso (Madrid, 1586). Estos tres últimos publicados después de La Galatea. 5 Chevalier, 1974, p. 49. 4

21

más o menos reconocidos, como Montemayor, Gálvez de Montalvo, Lope de Vega, Gaspar Mercader, Miguel Botelho, Bernardo de Bal­ buena o el propio Cervantes. Algunos de ellos –pertenecientes a diversas academias– asumieron el molde pastoril como excusa para dar a conocer sus versos, presentando un débil hilo argumental bastante reducido en la parte en prosa, y convirtiendo estas obras en lo que Willard F. King denominó “novelas académicas pastoriles”6. Así, Gaspar Mercader, de quien sabemos que perteneció a la famosa Academia de los Nocturnos, insertó en su novela El prado de Valencia no solo algunas de sus composiciones, sino también las de quienes, como él, participaron en aquel cenáculo literario. Gabriel de Corral convirtió La Cintia de Aranjuez en un repertorio de poemas que, según él mismo declara en el prólogo7, había escrito con anterioridad y nunca se atrevió a publicar de manera exenta8; poemas posiblemente compuestos para las reuniones literarias del grupo madrileño de Francisco de Mendoza, al que perteneció. Y lo mismo se podría decir de Gonzalo de Saavedra, quien, en los preliminares de Los pastores del Betis, afirma que “Eran los introducidos de baxo destos despojos pastoriles, sugetos nobles, y que los mas se juntavan en una insigne Academia, que el año 603 y 604 se estableció en Granada frecuentada de acrisolados ingenios”9, que seguramente se corresponda con la academia de Pedro de Granada. En otras ocasiones la estrategia fue convertir parte de la obra en un cancionero, tal y como hicieron, por un lado, Antonio de Lofrasso en el último de Los diez libros de la Fortuna de amor, transformado en un poemario independiente titulado Jardín de amor, de varias rimas, dirigido a doña Francisca de Centellas y Alagón, condesa de Quirra; y, por otro, Jerónimo de Covarrubias Herrera, en el cuarto y King, 1963, pp. 113‑123. “confesaré a V.M. que todos los versos que contiene este volumen estaban escritos antes del intento; y para hacerlos tolerables, los engarcé en estas prosas y acompañé con estos discursos, no me atreviendo a publicar rimas desnudas, donde tienen conocido peligro los ingenios más sazonados”, Gabriel de Corral, 1629. 8 En este sentido, afirma Juan Bautista Avalle‑Arce que “Dadas las no muy largas disquisiciones de la Cintia, no creo pasarme de suspicaz al suponer que su verdadera razón de ser estriba en el hecho que no tenía el autor suficientes poesías para hacer un volumen independiente, como sospecho ocurrió con varias de estas novelas pastoriles de decadencia”,1974, p. 199. 9 Saavedra, 1633, ff. 2r.‑v. 6 7

22

quinto de Los cinco libros de la enamorada Elisea en los que solo hay lugar para el verso10. Más allá de esta circunstancia, para Cervantes, lo pastoril no es ajeno a lo poético y concebido en su totalidad adquiere la entidad de “égloga”11, por eso empleaba este término para referirse a cualquiera de sus modalidades. Lo vemos cuando el cura condena el Amadís de Grecia no solo en lo que atañe a la reina Pintiquiniestra, sino también “al pastor Darinel y a sus églogas”12; y, sobre todo, en las palabras que Cervantes dirige a los “Curiosos lectores” en la Galatea: “La ocu­ pación de escribir églogas en tiempo que, en general, la poesía anda tan desfavorecida, bien recelo que no será tenido por ejercicio tan loable…”13. Y es que, como señala Eugenia Fosalba, “en rigor, todas las composiciones poéticas insertas en esta suerte de novelas forman parte de una inmensa égloga […] su uso como rótulo genérico se multiplica en todos los cauces literarios durante el Renacimiento, y más concretamente durante el Renacimiento español”14. La égloga, por tanto, adquiere un carácter proteico que le permite asociarse con lo poético, con lo dramático y también con lo narrativo, y, en El Quijote y para don Quijote, esta conjunción, como veremos, será fundamental en la creación de su proyecto ideado para convertirse en pastor. El primer acercamiento a los libros de pastores en El Quijote es, por tanto, literario y material. Conocemos estos libros como objetos que forman parte de una biblioteca y como muestra de los gustos de su dueño y, posiblemente, de toda su generación; pero Cervantes no tardará en diseccionar el género, en enfrentarlo a la realidad y presen­ tarlo, desde múltiples perspectivas, ante los ojos de los lectores y, también, ante los ojos de don Quijote, ávidos de nuevas aventuras. Cervantes conoce muy bien estos libros, como lector y como autor, y sabe lo que de ellos atrapa y lo que es objeto de crítica. Así, serán continuos los momentos en los que opone pastores reales y pastores fingidos. A unos y a otros conocerá don Quijote, aunque el alcalaíno Castillo, 2013, pp. 189‑215. Acerca de la teoría poética de la égloga (escasa y pobre en España), así como de la versatilidad del género, ver Egido, 1985. 12 Ed. Sevilla y Rey, 1994, p. 66. 13 Ed. López Estrada y López García‑Berdoy, 1995, p. 155. Ver, además, el epígrafe que los editores dedican a “La Galatea como égloga” en el estudio intro­ ductorio, pp. 22‑25. 14 Fosalba, 2002, pp. 122‑123. 10 11

23

no se conformará con pasar de los libros a la vida, hará que esta tam­ bién se convierta en literatura utilizando distintos grados de artificio. Lo hace, en primer lugar, con la historia de Grisóstomo, pastor que optar por el suicidio (o al menos eso es lo que se sugiere)15 al no verse correspondido en su amor por Marcela. Una historia que don Quijote conoce, poco a poco, gracias a la aportación de distintos narradores. Es un relato coral y oral, que, para él, deja de ser una mera historia cuando aparece el cortejo fúnebre y seguidamente la propia Marcela. Maravillado se queda ante el discurso de esta pastora que, criticada y juzgada por todos como culpable de la muerte de Grisóstomo, defiende su libertad de decisión, su negativa al amor que considera completamente inocua. Pero ni Grisóstomo ni Marcela son pastores reales por más que su historia la cuenten cabreros rústicos. Grisóstomo es un estudiante y Marcela la hija de un rico labrador. Ambos asumen tal disfraz para cambiar de vida: la primera para huir de los que reclaman su amor; el segundo, para seguirla. Su mundo es poético, idealizado aunque con visos de realidad, pues sucede ante los ojos de don Quijote y de Sancho. Cervantes ha creado un espacio que parecía imposible, una naturaleza en la conviven cabreros reales, que hablan y se comportan como tales, con falsos pastores cuya viva se justifica únicamente por su relación con el amor. Y nada de esto nos sorprende, pues hemos conocido la historia de manera paulatina, sostenida en la multiplicidad e identidad de voces verosímiles y, además, a través de la presencia viva de Marcela, cuyas palabras, contundentes y llenas de verdad, mitigan la irrealidad de su indumentaria, lo insólito y falso de su vivir que solo tendría cabida en la literatura. No menos fingidos son los pastores Eugenio y Anselmo, así como el resto de jóvenes cautivados por la belleza de Leandra (protagonistas del episodio que se narra en los capítulos 50‑51 de la primera parte). El refugio en la naturaleza para vivir como pastores es el único remedio que les queda a este grupo de enamorados, que no solo no son correspondidos, sino que ni siquiera tienen el consuelo de ver a su amada, pues el padre de ella, para ocultar la afrenta a la que le ha sometido el traidor Vicente de la Rosa, ha optado por encerrarla en un convento. Pasamos, así, del protagonismo único de Grisóstomo a un prota­ gonismo doble (Eugenio y Anselmo). Cervantes recurre, en un primer 15

Avalle‑Arce, 1957, pp. 193‑198.

24

momento, al planteamiento de los dos competidores que, al verse desfavorecidos, se convierten en amigos o en cómplices. Lo vimos en La Galatea, cuando Elicio le propone a Erastro que se acompañen en su dolor pues ambos aman a Galatea: “Anden nuestros ganados juntos, pues andan nuestros pensamientos apareados”16. En aquella ocasión conocimos directamente a ambos pastores; en esta, sin embargo, conocemos solo a Eugenio. Él es el narrador, porque en El Quijote los primeros episodios pastoriles comienzan como historias contadas, que solo en un segundo momento adquirirán vida. Eugenio será quien relate su historia particular; eso sí, unida, como su destino, a la de Anselmo: Finalmente, Anselmo y yo nos concertamos de dejar la aldea y venirnos a este valle, donde él, apacentando una gran cantidad de ovejas suyas propias, y yo un numeroso rebaño de cabras, también mías, pasamos la vida entre los árboles, dando vado a nuestras pasiones, o cantando juntos alabanzas y vituperios de la hermosa Leandra, o suspirando solos, y a solas comunicando con el cielo nuestras querellas17.

Aunque Eugenio y Anselmo no sean pastores desde el principio, se comportan igual que Elicio y Erastro; con el mismo grado de irrealidad. El recurso al disfraz de pastor por parte del amante, esa conversión a una nueva vida a través de un oficio que la literatura ha estilizado pone al descubierto el proceso creativo de este tipo de narraciones, muestra abiertamente que en estos libros la actividad pastoral es pura impostura. Se podría objetar que los lectores de entonces ya lo sabían, y habría razón en ello, pues seguramente eran conscientes, incluso antes de abrir sus páginas, de que esta era una convención, y se daba por hecho que las más de las veces aquellos eran cortesanos con pellicos y cayados. Sin embargo, no es casualidad que todos los episodios pastoriles incluidos en El Quijote desvelen continuamente esta clave, y que Cervantes concrete estas historias en lo que tienen de transformación de sus protagonistas. Para Cervantes, ser pastor literario es haber sido antes amante desdeñado, olvidado…, y acaudalado, porque todos ellos, además de jóvenes, son hijos de padres ricos, para quienes el pastoreo no es un oficio (un medio de supervivencia), sino una alternativa al sufrimiento 16 17

Ed. López Estrada y López García‑Berdoy, 1995, p. 175. Ed. Sevilla y Rey, 1994, p. 502.

25

amoroso, lo que los sitúa lejos de la realidad, que es la crítica velada que subyace en todos estos episodios. En este en concreto, Cervantes va más allá. Eugenio insiste en hablar de la soledad buscada por el amante desfavorecido, pero aquí es una soledad compartida “suspirando solos y a solas comunicando con el cielo nuestras querellas”18. Su historia es una, pero es también la de dos (Eugenio y Anselmo), y la de muchos, porque, en este episodio, el recurso de la evasión, de la ilusión pastoril, es grupal. Así dice: A imitación nuestra, otros muchos pretendientes de Leandra se han venido a estos ásperos montes, usando el mismo ejercicio nuestro; y son tantos, que parece que este sitio se ha convertido en la pastoral Arcadia según está colmo de pastores y de apriscos, y no hay parte en él donde no se oiga el nombre de la hermosa Leandra19.

Son varios los que sufren por Leandra y todos lo hacen y lo expresan de la misma manera, acaso resultado de las inquietudes de una colectividad, de un grupo de lectores que asumen esta literatura como modos de comportamiento en sociedad. La historia de Eugenio es breve, aporta pocos datos, pero sufi­ cientes como para identificarla con las que se cuentan en cualquiera de los libros de pastores, aunque, eso sí, exagerada con ese cúmulo de amantes. Su vivir y la narración de su vida es tan poética como la de aquellos. No hay más que ver en qué términos y en qué forma la describe: “Leandra resuenan los montes, Leandra murmuran los arroyos, y Leandra nos tiene a todos suspensos y encantados, espe­ rando sin esperanza y temiendo sin saber de qué tememos”20.Bien es verdad que tanta sutileza se quiebra con algunos toques de ironía, pues esta proliferación de amantes disfrazados hace decir al cura que, con razón, “los montes criaban letrados”21. También este episodio dejará su huella en don Quijote, ya que su sueño de convertirse en pastor no es individual (como el caballeresco), sino colectivo, en la medida en que incorpora en él a Sancho y a casi todos sus allegados. Hasta el momento el hidalgo ha sido un mero Ed. Sevilla y Rey, 1994, p. 502. Ed. Sevilla y Rey, 1994, p. 502. 20 Ed. Sevilla y Rey, 1994, p. 503. 21 Ed. Sevilla y Rey, 1994, p. 504. 18 19

26

observador, un testigo, pero al que nada de lo que sucede le deja indiferente. Todo lo que contempla y escucha irá abonando el camino para que él pueda redefinirse como protagonista. De manera que don Quijote es un espectador privilegiado –en ocasiones único–, de pseudo‑representaciones pastoriles que tienen como escenario la naturaleza. Una naturaleza que puede ser a un tiempo real e idealizada, pues el encuentro con Eugenio tiene lugar cuando el cura y el barbero llevan a don Quijote enjaulado de vuelva a casa (y, por tanto, en la zona de La Mancha), pero que, en cualquiera de estos episodios, fundamentados en claves literarias, sufre un proceso de estilización. No son necesarias prolijas descripciones para ello. Basta esencializarla en la sombra de un árbol o en la fresca orilla de un arroyo. Y si hace falta más, queda la famosa disertación que hizo don Quijote ante los cabreros sobre la mítica Edad dorada de la que hablaban los clásico como nostalgia de un microcosmos de perfecta armonía. Un discurso impostado, excesivo, del que irónica­ mente dice el narrador “que se pudiera muy bien escusar”; y que, sin embargo, cumple una función importante pues sitúa lo pastoril en el terreno de lo artificial, y posibilita que desde ese momento, en su mente y en la nuestra, quede asociado a cualquier espacio habitado por pastores. Es un ejemplo más de esa disección del género que hace Cervantes para analizarlo y cuestionarlo, pero que no impide que el lector, por su cuenta, lo reconstruya aunando cada una de sus partes. Esa artificiosidad de la pastoril literaria, apuntada, por un lado, en el episodio de Grisóstomo y Marcela, y por otro, en el de Leandra, se lleva al extremo en el capítulo 58 de la segunda parte: Don Quijote, mientras cabalga absorto en sus pensamientos, se engancha en las redes que unas elegantes pastoras han tendido para cazar pájaros. Cuando les pregunta quiénes son, ellas contestan que “gente principal y muchos hidalgos y ricos”22, que han tomado la decisión de alejarse de la aldea y, vestidos con aquella indumentaria, formar “una nueva y pastoril Arcadia”. Son una treintena de personas que se aleja de su ámbito cotidiano, que es la urbe, para vivir una vida que se les antoja idílica “porque, por ahora –según dicen–, en este sitio no ha de entrar la pesadumbre ni la melancolía”23. Y así lo creen, pero no como resultado de la experiencia vital, sino resultado de la expe­riencia literaria, pues su decisión surge a partir de la lectura de obras 22 23

Ed. Sevilla y Rey, 1994, p. 968. Ed. Sevilla y Rey, 1994, p. 968.

27

pastoriles, acordes con los gustos de la época. Ellos mismos lo reco­ nocen al denominar al teatro que han montado “Arcadia”. Tan poblada, por cierto, como aquella de la que habla Eugenio en el epi­ sodio de Leandra. Esta vez mucho más fingida, al ser asumida como espectáculo declarado. Estos contrahechos pastores no buscan en la naturaleza el consuelo a su dolor, sino el escenario idóneo de sus entretenimientos; no obstante, nada de lo que hacen es fruto de la improvisación, de lo que se presupone como mero recreo en un entorno tal. Todo parece estar pautado sobre un guion previo. Por eso, al final explican que se han aprendido dos églogas; una de Garcilaso y otra de Camoens. No dicen más, aunque la sola referencia a estos autores es suficientemente significativa para que los lectores terminemos de configurar esa Arcadia literaria y entendamos que la alusión a esas “redes de hilo verde” para cazar pajarillos del principio no son mera anécdota; más bien parecen un elemento imprescindible para imitar un decorado, posiblemente prestado de la Égloga II de Garcilaso24, en la que Albanio cuenta cómo la caza se convierte en un juego amoroso que le permite estar con Camila: Aquí, con una red de muy perfeto verde teñida, aquel valle atajábamos muy sin rumor, con paso muy quïeto; de dos árboles altos la colgábamos, y habiéndonos un poco lejos ido, hacia la red armada nos tornábamos25.

De manera que la asunción de otra identidad es pasatiempo de los hombres y mujeres de la urbe, que son, además, lectores, pues es un mundo literario. Son imitadores de historias impresas. Frente a Marcela o a Eugenio, estos personajes sin nombre se saben actores de una ficción declarada, su huida a la naturaleza es resultado de un pasatiempo cortesano. Tienen plena conciencia de la artificiosidad de su decisión, que consiste en protagonizar una nueva égloga. Vemos, entonces –como señalaba al principio–, que en este tér­mino confluye todo asunto pastoril, en la medida en que es literario, poético, narrativo y dramático. 24 25

Según apunta Pérez, 1969, pp. 110‑111. Garcilaso, ed. Rivers, 1986, vv. 209‑214, pp. 141‑142.

28

Las posibilidades literarias de lo pastoril como un teatro fueron explotadas años más tarde por autores como Gabriel de Corral quien convierte su La Cintia de Aranjuez (1629) en una sencilla diversión asumida por unos personajes que pertenecen a un ámbito cortesano. Allí, la protagonista es una dama que opta por vivir como pastora en una quinta de la localidad madrileña. Su decisión es secundada por otras doncellas y caballeros amigos. Todos quieren “ser zagales de la fingida Arcadia que instituyeron”26, aunque lo que viven en aquellos campos, en algunos momentos, se aleje de esta temática. Una Arcadia tan fingida como aquella con la que soñará don Quijote en la segunda parte, o como la que recreó Tirso de Molina en su comedia homónima. Distancia hay entre lo pastoril vivido en el episodio de Grisóstomo y Marcela, y lo pastoril recreado como teatro en este. Cervantes enfrenta ambos mundos y de ambos don Quijote aprende; tanto que llegará a emularlos. Su encuentro con estos fingidos pastores es premonición de lo que está por venir, pues, así como cae en las redes que han tendido para atrapar pájaros, caerá en las redes de este género narrativo tan idealista como el de los libros de caballerías, que Cervantes pone en solfa y del que saca tanto partido a lo largo de la obra. Don Quijote ha leído a Montemayor, a Gil Polo, a Gálvez de Montalvo, a Feliciano de Silva, pero también ha escuchado la can­ ción desesperada de Grisóstomo, ha visto defender su libertad a la propia Marcela, se ha topado con Cardenio, ha escuchado la historia de Leandra, ha disfrutado de las particulares bodas de Camacho y Quiteria (o de Basilio y Quiteria) y ha presenciado el teatro de la fingida Arcadia. Con todo este bagaje a sus espaldas y fiel a su pro­ mesa de olvidar la caballería, no sorprende que se entregue al sueño pastoril, por breve que sea, cuando transita por el mismo prado en que encontró a los falsos pastores. La particular Arcadia que imagina don Quijote se compone de retazos de historias leídas, escuchadas y presenciadas, que serán el caldo de cultivo para la creación de este nuevo mundo. El proceder es el mismo que al principio de la narración cuando decide convertirse en caballero andante: igual que el caballero, para serlo, precisa un caballo, una armadura, una dama a la que ofrecer aventuras y un sinfín de historias que imitar, el pastor ha de pertrecharse de un cayado, agenciarse un rebaño y conocer versos con los que lamentarse de una desdeñosa pastora; pero, sobre 26

Corral, 1629, f. 124v.

29

todo, para crear mundos (ya lo aprendimos en el Génesis bíblico), hay que empezar por nombrarlos: Yo compraré algunas ovejas y todas las demás cosas que al pastoral ejercicio son necesarias, y llamándome yo “el pastor Quijotiz” y tú “el pastor Pancino”, nos andaremos por los montes, por las selvas y por los prados, cantando aquí, endechando allí, bebiendo de los líquidos cristales de las fuentes, o ya de los limpios arroyuelos o de los caudalosos ríos27.

Cervantes inventa los nombres de acuerdo con la tradición propia de los libros de pastores. La elección ha de ser acorde con el género en el que se insertan, pues en la narrativa del Siglo de Oro muchos de los antropónimos remiten a espacios de ficción determinados. Los nombres de Amadís, Palmerín o Primaleón trasladan al lector a la esfera de los libros de caballerías. De la misma manera que los de Amarilis, Sireno, Galatea o Diana nos conducen al ámbito pastoril literario. Unos y otros llevan consigo una fuerte carga de artificiosidad y refinamiento, aspecto en el que incide Sansón Carrasco y que Cervantes critica claramente no en esta obra sino en El coloquio de los perros. Berganza ha servido como perro de rebaño a uno de sus amos y también ha escuchado a la esposa de otro leer libros de pastores, por lo que está en condiciones de hablar y sorprenderse del abismo que existe entre la realidad y la ficción, que se concreta en los propios nombres. Otra cosa distinta es que sea un animal el que lo advierta: Lo más del día se les pasaba espulgándose o remen­ dando sus abarcas; ni entre ellos se nombraban Amarilis, Fílidas, Galateas y Dianas, ni había Lisardos, Lausos, Jacintos ni Riselos; todos eran Antones, Domingos, Pablos o Llorentes; por donde vine a entender lo que pienso que deben de creer todos: que todos aquellos libros son cosas soñadas y bien escritas para entretenimiento de los ociosos, y no verdad alguna28. 27 28

Ed. Sevilla y Rey, 1994, p. 1032. Ed. Sieber, 1984, p. 309.

30

En El Quijote Cervantes es más sutil; en lugar de criticar tal artificio lo que hace es evidenciarlo, adentrándose en la misma lógica que funciona en la propia literatura de pastores desde antiguo. Aquella que permitía esconder personajes de la vida real tras indu­ mentaria y la onomástica de sus protagonistas. De hecho, muchos de los nombres se crearon como derivación de los reales. En el caso concreto de los libros de pastores (buena parte considerados novelas en clave o roman á clef), es habitual. Gálvez de Montalvo en El pastor de Fílida transformó a Enrique de Mendoza y Aragón en el pastor Mendino, al marqués de Coria, en Coriano; o al pintor Sánchez Coello, en Coelio. Y eso es precisamente lo que propone hacer el bachiller Sansón Carrasco cuando acepta formar parte de esta insólita “cofra­día” de pastores: “Si mi dama, o, por mejor decir, mi pastora, por ventura se llamare Ana, la celebraré debajo del nombre de “Anarda”, y si Francisca, la llamaré  yo “Francenia”, y si Lucía, “Lucinda”, que todo se sale allá”29. También lo hace don Quijote –con la comicidad a la que nos tiene acostumbrados–, cuando se rebautiza a sí mismo y rebautiza a todos, pues en esta ocasión, no está solo, le acompaña desde un inicio y con pleno conocimiento su escudero Sancho, quien también contribuye a su creación. Lo que imaginan esta vez no lo consideran prohibido. Cómo, si no, entender que quieran incorporar a ese mundo a sus allegados, de quienes suponen comulgarán con la inocente vida de los pastores. Para ellos también hay nombres: al bachiller Sansón Carrasco, le llamarán pastor Sansonino o Carrascón; al barbero Nico­ lás, Miculoso; y al cura, a quien no se le conoce nombre, Curambro. Todos ellos, con tal de que no vuelva a sus peligrosas caballerías, dan por discreta esta nueva locura, en apariencia más pausada. Todos, salvo el ama y la sobrina. Su desconocimiento de la literatura las deja al margen de este mundo. Ni siquiera les han dado un nombre como salvoconducto. El conocimiento que tienen de lo pastoril (que es real) dista mucho de ser una vida tranquila y relajada. Cuando en el escrutinio de la biblioteca de don Quijote le llegó el turno a los libros de pastores, la sobrina sugirió que se quemaran. Fue la única que advirtió el peligro de que su tío pudiera verse seducido por esas historias y “dejando la enfermedad caballeresca, leyendo estos, se le 29

Ed. Sevilla y Rey, 1994, p. 1068.

31

antojase de hacerse pastor […] o lo que es peor, hacerse poeta que, según dicen, es enfermedad incurable y pegadiza”30. Sin embargo Sansón Carrasco, gran lector y poeta (por tanto conocedor de la literatura pastoril), contribuye, incluso, a perfilarla. Así, propone que una vez que hayan escogido el nombre de la pastora a la que piensan celebrar, no dejen “árbol, por duro que sea, donde no la retule y grabe su nombre, como es uso y costumbre de los enamorados pastores”31. Es este uno de los tópicos de la literatura bucólica, aunque no exclusiva de ella32, cuyo origen se encuentra en la tradición clásica, especialmente en Virgilio (Bucólicas, V, 13‑14; X, 53‑54). Halla asiento en la literatura italiana de índole amorosa y, sobre todo, pastoril. Jacopo Sannazaro (Arcadia), Torcuato Tasso (Aminta), y Ariosto (historia de Angélica y Medoro del Orlando furioso), así como muchos poetas del Renacimiento español explotaron sus posibilidades líricas, pues les permitía inmortalizar el nombre de la persona amada a través del cauce de la idealización neoplatónica, y no solo el nombre, también la causa de su dolor podía quedar escrita para siempre en la corteza de los árboles (Gutierre de Cetina en uno de sus sonetos, Garcilaso de la Vega en la égloga III, o Francisco de Trillo y Figueroa). Esta costumbre se adecuaba perfectamente al ambiente recreado en los libros de pastores. De ahí que nos encontremos ejemplos en buena parte de los títulos que conforman el género. Ya sea para evocar con nostalgia a la amada (La Diana, libro segundo, canto de la ninfa, canción de Diana), para despedirse de ella (El pastor de Fílida, parte V), o para perpetuar su doloroso amor (La Galatea, segundo libro). Cervantes alude a este tópico en La Galatea (libro II) y no podía faltar en el episodio de Grisóstomo de El Quijote. Así Pedro cuenta que “No está muy lejos de aquí un sitio donde hay casi dos docenas de altas hayas, y no hay ninguna que en su lisa corteza  no tenga grabado y escrito el nombre de Marcela”33. Se llegará a utilizar con tintes hiperbólicos cuando la cincelada corteza se desgaje del tronco para convertirse en carta: “Entonces, sacando del seno una delgada corteza de árbol, Rosanio, oyéndole Ed. Sevilla y Rey, 1994, p. 72. Ed. Sevilla y Rey, 1994, p. 1068. 32 Devoto, 1988, pp. 787‑852. 33 Ed. Sevilla y Rey, 1994, p. 116. 30 31

32

todos así comenzó a leer: Carta de Felicio:…” (Bernardo de Bal­ buena, Siglo de Oro en las selvas de Erifile, égloga quinta); o cuando el propio bosque se transforma en libro: “desde luego nos hallamos en la deseada alameda, donde por las cortezas de los árboles tanta variedad de amorosos versos se hallan escritos, que venturoso se llamaría el pastor que en la memoria los tuviese” (Siglo de Oro en las selvas de Erifile, égloga octava). No es menos singular el caso de la Clara Diana a lo divino de fray Bartolomé Ponce, donde las historias intercaladas suelen aparecen escritas en la corteza no de uno sino de varios árboles, en donde las leen los pastores34. Sansón Carrasco no propone tanto. Tan solo lo imprescindible como para distraer a don Quijote de las arriesgadas andanzas caballerescas y alimentar esta nueva y sana quimera, que ahora lo es también de Sancho. En este punto de sus vidas, ambos necesitan la ilusión, la posibilidad de recrear el mundo que les rodea. La diferencia radica en que la ilusión de don Quijote, vapuleada por la propia realidad, está presta a desaparecer, mientras que la de Sancho no está sino al comienzo de su recorrido. Así, de regreso a su aldea, enfermo y a punto de expirar, Sancho le implora: – ¡Ay!  –respondió Sancho, llorando–: no se muera vuestra  merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos  años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la melancolía. Mire no sea perezoso, sino levántese desa cama, y vámonos al  campo vestidos de pastores, como tenemos concertado: quizá tras de alguna mata hallaremos a la señora doña Dulcinea desencantada, que no haya más que ver35.

Sancho le insta, con gran ternura, a seguir viviendo, pero no como Alonso Quijano, el hidalgo, sino como el caballero don Quijote de la Mancha, el de la triste figura, el caballero de los leones, o el que sueña con ser pastor. El sencillo escudero, que jamás ha leído un libro ni sabe ordenar las letras, ha comprendido que solo en los deseos está la vida, y el ser consciente de ello hace que ya nunca vuelva a ser el mismo. Ese desconocido Alonso Quijano del principio ha influido considerablemente en él, le ha creado la emoción de la 34 35

Todos estos aspectos han sido desarrollados en Castillo (en prensa). Ed. Sevilla y Rey, 1994, pp. 1072‑1073.

33

aventura, la posibilidad de vivir de otra manera. Como ha influido también en Sansón Carrasco, a quien la propuesta arcádica de don Quijote le ha gustado más de lo que pensábamos, y no solo por amistad, sino también por interés propio. De ahí su reacción (más bien molesta que alegre) cuando el hidalgo, al despertar de su calentura, desprecia los libros de caballerías: “¿Y agora que estamos tan a pique de ser pastores, para pasar cantando la vida, como unos príncipes, quiere vuesa merced hacerse ermitaño? Calle, por su vida, vuelva en sí y déjese de cuentos”36. La verdad, la realidad es ahora un “cuento” en el que ninguno quiere permanecer. De manera que hay que revisitar las palabras del bachiller, sobre todo aquellas disfrazadas de piadosas mentiras para animar a su amigo: que haya comprado o no dos perros para guardar el rebaño es más que probable que fuera falso y en cualquier caso no tendría mayor trascendencia. No así su confesión de haber compuesto una “écloga, que mal año para cuantas Sanazaro había compuesto”37, pues, en el fondo, el sueño de don Quijote le permite dar rienda suelta a su faceta de versificador. Va a resultar que tenía razón la sobrina al decir que el oficio de poeta era enfermedad incurable y pegadiza. Así las cosas, que al final de la obra don Quijote sueñe con ser pastor, no es un guiño cómico o paródico sin más; no es, en absoluto, una locura inesperada. Este nuevo desvarío tiene lógica y se viene construyendo desde tiempo atrás, con la inserción de todos esos episodios que estratégicamente se han ido dosificando a lo largo de la obra. Alonso Quijano, recordemos, es un hidalgo, de unos cincuenta años, que no parece tener más ocupación que la lectura. La edad, la inactividad y la obsesión por los libros lo presentan como una persona que parece estar al margen de los aconteceres diarios. Solo en ese espacio del aislamiento se puede comprender su peculiar personalidad y su descabellada idea de emprender aventuras en los campos de la Mancha. Y es que ese juego entre locura y cordura que maneja a la perfección Cervantes se entiende dentro de esa buscada soledad. El ocioso hidalgo encuentra en los valores caballerescos el hábito perfecto con el que enfrentarse a un mundo con el que no está conforme. La actitud de don Quijote no es resultado de un repentino 36 37

Ed. Sevilla y Rey, 1994, p. 1071. Ed. Sevilla y Rey, 1994, p. 1070.

34

arrebato de insania, efecto de una patología que puede resultar tristemente cómica, como entendió o malentendió Alonso Fernández de Avellaneda, autor del Quijote apócrifo. El aislamiento de Alonso Quijano, el refugio en los libros de caballerías ha de entenderse, como nos enseñó Luis Rosales, como efecto de la evasión de la realidad, del enfrentamiento con lo real que no le satisface. En la soledad de la lectura se ha encontrado a sí mismo. De ahí la creación de todo un mundo, de una realidad en la que parece vivir solo él y a la que acomoda todo y a todos los que le salen al paso. Con ese sueño de don Quijote como culmen de los citados episodios, Cervantes ha puesto el género patas arriba. La pastoril es una ficción que Cervantes cuestiona, pero en la que encuentra muchas posibilidades narrativas. Es un género que observa, invierte y explota. Su inserción en El Quijote se asemeja en parte a la inserción de la temática picaresca, en la medida en que Cervantes descompone el género en sus características más representativas para darle la vuelta y mostrarnos las costuras. Podía haberlo criticado de forma directa con ataques concretos como hace en El coloquio de los perros; y, sin embargo, prefiere situar en un lugar bien visible su característica más controvertida: su artificiosidad, sobre todo en lo que respecta a la tremenda distancia entre el oficio de pastor real y el literario. No parece estar de acuerdo con ello, pero le divierte trabajarlo, seguramente porque en ese idealismo exacerbado se podía entender bien que la literatura era y es tremendamente transformadora.

Bibliografía

Bibliografía primaria Cervantes, Miguel de, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, ed. Florencio Sevilla Arroyo y Antonio Rey Hazas, Alcalá de Henares, Centro de Estudios Cervantinos, 1994. —, La Galatea, ed. Francisco López Estrada y María Teresa López García‑Berdoy, Madrid, Cátedra, 1995. —, El coloquio de los perros. Novelas ejemplares, ed. Harry Sieber, vol. II, Madrid, Cátedra, 1984. Corral, Gabriel de, La Cintia de Aranjuez. Prosas y versos, Madrid, Imprenta del Rey, 1629. Garcilaso de la Vega, Poesías castellanas completas, ed. Elías L. Rivers, Madrid, Castalia, 1986. Saavedra, Gonzalo de, Los pastores del Betis, Trani, Lorenzo Valerii, 1633. 35

Bibliografía secundaria Avalle‑Arce, Juan Bautista, “La canción desesperada de Grisóstomo”, Nueva Revista de Filología Hispánica, XI, 1957, pp. 193‑198. —, La novela pastoril española, Madrid, Istmo, 1974. Bayo, Marcial José, Virgilio y la pastoral española del Renacimiento (1480‑1550), Madrid, 1970. Bueno Serrano, Ana Carmen, “Feliciano de Silva, discípulo aventajado de Jorge de Montemayor”, Destiempos, 23, 2009. Castillo Martínez, Cristina, “El árbol protector y su representación en la literatura medieval y áurea”, e‑humanista. Journal of Iberian Studies, 21, 2012, pp. 32‑55. —, “La Galatea en el entorno de la novela pastoril”, Cervantes novelista. Antes y después del Quijote. Guanajuato en la geografía del Quijote. XXIII Coloquio Cervantino Internacional (12‑16 de noviembre de 2012, Guanajuato [México], Museo Iconográfico del Quijote), México, Fundación Cervantina de México‑Universidad de Guanajuato‑Centro de Estudios Cervantinos, 2013, pp. 189‑215. —, “nombres escritos en la corteza de los árboles”, Gran Enciclopedia Cervantina, Alcalá de Henares, Instituto Universitario Miguel de Cervantes‑Universidad, vol. IX (en prensa). Chevalier, Maxime, “La Diana de Montemayor y su público en la España del siglo XVI”, en Creación y público en la literatura española, Madrid, Castalia, 1974. Cravens, Sydney P., Feliciano de Silva y los antecedentes de la novela pastoril en sus libros de caballerías, Valencia, Castalia, 1976. Cristóbal, Vicente, Virgilio y la temática bucólica en la tradición clásica, Madrid, 1980. Devoto, Daniel, “Las letras en el árbol (De Teócrito a Nicolás Olivari)”, Nueva Revista de Filología Hispánica, 36, 1988, pp. 787‑852. Egido, Aurora, “Sin poética hay poetas. Sobre la teoría de la égloga en el Siglo de Oro”, Criticón, 30, 1985, pp. 43‑77. Fosalba, Eugenia, “Égloga mixta y égloga dramática en la creación de la novela pastoril”, La égloga, ed. Begoña López Bueno, Sevilla, Universidad‑Grupo Paso, 2002, pp. 121‑182. García Carcedo, Pilar, La Arcadia en el Quijote. Originalidad en el trata­ miento de seis episodios pastoriles, Bilbao, Ediciones Beitia, 1996. Iventosch, Herman, Los nombres bucólicos en Sannazaro y la pastoral española. (Ensayo sobre el sentido de la bucólica en el Renacimiento), Valencia, Castalia, 1975. King, Willard F., Prosa novelística y academias literarias en el siglo XVII, Madrid, Anejos BRAE X, 1963. 36

López Estrada, Francisco, “Los pastores en la obra caballeresca de Feliciano de Silva”, Homenaje al profesor Carriazo, Sevilla, Univer­ sidad, 1973, III, pp. 155‑169. —, Los libros de pastores en la literatura castellana, Madrid, Gredos, 1974. Mas i Usó, Pasqual, “Poetas bajo nombres de pastores en El prado de Valencia de Gaspar Mercader”, Revista de Literatura, 107, 1992, pp. 283‑334. Pérez, Louis C., “El telar de Cervantes”, Filología y crítica hispánica (Homenaje al profesor Federico Sánchez Escribano), eds. Alberto Porqueras Mayo y Carlos Rojas, Madrid, Ediciones Alcalá‑Emory University, 1969, pp. 99‑114. Rey Hazas, Antonio, Poética de la libertad y otras claves cervantinas, Madrid, Ediciones Eneida, 2005. Rosales, Luis, Cervantes y la libertad, Madrid, Trotta, 1996.

37

Lihat lebih banyak...

Comentários

Copyright © 2017 DADOSPDF Inc.