Deseo materno: ¿quién teme a Laura Brown?

May 22, 2017 | Autor: Sonia Herrera | Categoria: Feminismo, Género, Estereotipos, Maternidad, Reflexión
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15/12/2016

2 Comentarios (http://www.pikaramagazine.com/2016/12/deseo-materno-quien-teme-a-laura-brown/#comments) Cine (http://www.pikaramagazine.com/tag/cine/), Estereotipos (http://www.pikaramagazine.com/tag/estereotipos/), Las Horas (http://www.pikaramagazine.com/tag/las-horas/), Laura Brown (http://www.pikaramagazine.com/tag/laura-brown/), madres

Ante el proyecto de ser madre, me descubro en un limbo lleno de dudas y sin ninguna certeza. Me horroriza la idea de convertirme en LA madre abnegada; tampoco quiero ser una ‘superwoman’, y me atenaza el miedo de sentirme como esas madres arrepentidas como la de ‘Las horas’ o las que recoge el libro de Orna Donath. Sonia Herrera Sánchez (https://twitter.com/sonia_herrera_s?lang=es)

(http://djd9pi028g05f.cloudfront.net/wp-content/uploads/2016/12/15193810/JulianneMoore-en-Las-Horas.jpg) Julianne Moore interpreta a una madre aparentemente feliz en ‘Las horas’

Mujer, joven, 32 años. En este momento de su vida se describirá a sí misma como barcelonesa, feminista, comunicadora audiovisual, crítica, investigadora, docente y blogger. Especialista en cine y género, educomunicación y periodismo de paz. Responsable de comunicación en una fundación. Activista. Doctoranda precaria (vamos, que no recibe un euro por su trabajo de investigación). Hija, compañera, amiga. Sobrina, nieta, prima. Madrina. Seriéfila y cinéfila adicta. Fumadora reincidente a temporadas con sentimiento de culpabilidad. Vulnerable. Fiestera. Alegre, impuntual, autoexigente hasta la contractura cervical. Dormilona. Llorona. Con el corazón en México. Viajera con miedo –reciente– a volar. Amante de bichobolear (gracias, Erika Irusta, por el concepto) en el sofá. Extrovertida, luchadora. De izquierdas. Antimilitarista. Cristiana. Devoradora de libros. Escritora en formación. Integrante de la generación orwelliana (1984). Altermundista y de clase trabajadora. Soñadora. Miedosa. Esta, a grandes rasgos, soy yo, y me ha costado mucho construirme y reconocerme en algunas de esas etiquetas. El orden ha sido aleatorio. Los adjetivos y sustantivos han ido surgiendo a medida que habría cajones interiores… Quizás he dejado algunos cerrados. El caso es que he tenido la ocurrencia de querer añadirle a toda esa lista la palabra “madre” y ahí sí me he visto desbordada. No es algo inminente ni muchísimo menos. No estoy embarazada -familia, que no cunda el pánico-. Pero el proyecto ahí está y algunos días tengo ganas de volver a pensármelo mejor… Supongo que me encuentro en un limbo lleno de dudas y sin ninguna certeza y no creo que esté sola en ese limbo. Por eso he querido escribir este artículo. Porque en este mundo binario donde todo tiene que ser blanco o negro, bueno o malo, hombre o mujer, trans o cis, sí o no…, los miedos, las dudas y los “tal vez” tienen mal encaje. Y yo no puedo decir que mi mayor ilusión en la vida haya sido siempre ser madre porque mentiría, pero tampoco me veo tomando la decisión de no querer serlo. Simplemente (o quizás, complejamente) no quiero ser LA madre, no quiero perder todas esas palabras que me definen entre pañales, bronquitis, mocos y cansancio. Si traigo una nueva persona a este mundo (o si me adopta como madre) y lo hago incluso ignorando el contexto global medio distópico en el que nos movemos, no quiero que el “mamá” oculte todo lo demás. Porque a mi entender, la maternidad también está impregnada de un halo perverso de amor romántico. “Sin ti no soy nada” es el mensaje que intentan inocularnos, como en la canción de Amaral. Y no, lo siento, no es verdad. Sin ti, sigo siendo yo y quiero seguir siendo yo –también– contigo. Al pensar en todo esto, me ha venido a la cabeza el personaje de Laura Brown en Las horas (Stephen Daldry, 2002). ¿La recordáis? Lo interpretaba Julianne Moore: una mujer atrapada en “la mística de la feminidad” en 1951 (en su “vida de detalles” como diría Francesca Johnson en Los puentes de Madison [Clint Eastwood, 1995]), en una vida aparentemente perfecta y feliz centrada en su familia, pero muy alejada de sus deseos. Ante esa insatisfacción personal, Laura piensa en suicidarse, luego descarta la idea y finalmente abandona a su familia cargando con la culpa durante años. Más o menos el drama iba por ahí. En un momento dado del film, mirando al pasado, Laura afirma: “Sería bonito decir que me arrepiento; sería fácil. Pero ¿tendría sentido? ¿Puede una arrepentirse cuando no queda alternativa? (…) Era la muerte; yo elegí la vida”. En septiembre llegó a España un libro que ha desatado una gran polémica y que tiene mucho que ver con Laura Brown. Se trata de Madres arrepentidas. Una mirada radical a la maternidad y sus falacias sociales (Reservoir Books) de la socióloga israelí Orna Donath. Un libro que recoge los testimonios de 23 madres arrepentidas -entre los 26 y los 73 años y de todas las clases sociales- donde atestiguan la pesada carga que les supuso ser madres y que rompe con uno de los máximos tabúes alrededor de la maternidad construida como algo sagrado y sublime; mujeres que aman a sus hijos, pero que, si volvieran atrás, no los tendrían.

Ese es mi gran temor (paradójicamente, otro binomio): Por un lado, me horroriza la idea de convertirme en LA madre abnegada con la que nos ha bombardeado el cine, la literatura, la publicidad, la música… Me horroriza ser una versión moderna con tres trabajos de la Antonietta Tiberio de Una giornata particolare (Ettore Scola, 1977), entregada en cuerpo y alma a sus hijos y alienada de sí misma. Y tampoco quiero ser una superwoman despelucada como la que interpretaba Uma Thurman en Una mamá en apuros (Katherine Dieckmann, 2009). Y entonces, me atenaza el miedo a que llegue un día en que pueda sentir lo mismo que Laura Brown o esas 23 mujeres del libro de Donath y encontrarme con un muro de incomprensión y silencio… Por otro, tampoco quiero cumplir por cumplir con el mandato social de ser madre y vivirlo de forma tangencial, perdiéndome la parte formidable que creo que puede tener esa relación de enseñanza-aprendizaje y de amor recíproco con una niña o un niño. Y esto me hace preguntarme: ¿se puede renegar de la “vida de detalles” en la que puede llegar a encerrarte la crianza de un hijo y construir una forma propia de ser madre sin ideales ni culpabilidad?, ¿se puede reclamar el derecho a la tribu que reivindica Carolina del Olmo para que la crianza no sea algo individualizado que llegue a pesar como una losa o, incluso, como una lápida?, ¿existe el “yo contigo” o el “nosotros” lo borra todo?, y llegado el caso, ¿te puedes arrepentir, aunque quieras a tus hij@s, y expresarlo sin ser juzgada como una tarada sociópata? En marzo de 2016 Tina Vallès –escritora, traductora, correctora y madre, entre otras cosas– escribió un recomendable artículo para Vilaweb (http://www.vilaweb.cat/noticies/no-hemvingut-a-parir/) con el que conecté absolutamente. En un fragmento del mismo escribía: (http://djd9pi028g05f.cloudfront.net/wpcontent/uploads/2016/12/15195655/madresarrepentidas.jpg) Este libro ha roto uno de los principales tabúes sociales

“Lo que no sabemos, o a veces parece que todo se conjura para que lo olvidemos, es que en el mundo no hemos venido a sufrir, ni a parir. (…) he vivido y vivo una maternidad que no sale en los anuncios, una maternidad que no he convertido en bandera ni tampoco en centro único de mi existencia. Mi vida no estaba medio vacía antes de tener a mis hijas, y no está más llena ahora con ellas, simplemente ha cambiado, ha cambiado mucho, digámoslo todo. Sería injusto decir que ha mejorado, tan injusto como afirmar todo lo contrario”.

Como decía al principio, no tengo respuestas, ni decisiones tomadas. Pero sí tengo una única certeza: necesitamos deconstruir los estereotipos que rodean a la maternidad, deconstruir a esa madre mitológica que no existe, que devora identidades, que encorseta. Mantengo la esperanza: otras formas de vivir la maternidad deben ser posibles y necesitan ser visibilizadas al igual que es necesario seguir insistiendo en que la realización personal de una mujer no tiene porqué pasar por ser madre. En todo caso, quizás el limbo lleno de titubeos y ansiado de aprendizaje tampoco sea un mal sitio para serlo. A fin de cuentas, como decía la hermana Margaretta en Sonrisas y lágrimas (Robert Wise, 1965), “siempre procuro conservar la fe en mis dudas, hermana. La lana de las ovejas negras también abriga”. 

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