Diez poetas franceses (Dossier)

June 3, 2017 | Autor: Osvaldo Cleger | Categoria: French Literature, Modern French Poetry, Literatura Francesa, Poesia francesa
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Diez poetas franceses* Dossier

Selección y traducción: Osvaldo Cleger

* Publicado en El Caimán Barbudo (308): 15-18. 2002.

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Yves Bonnefoy (1923) Considerado por la crítica una de las voces más influyentes en la poesía francesa de las últimas décadas; su libro Du mouvement et de l'immobilité de Douve, aparecido en 1953, significó una ruptura radical con la poesía francesa de entonces - escindida entre los fuegos de artificio surrealistas, por un lado, y la poesía de la Resistencia, por otro - al proponer una poética que, antes que esmerarse en la elaboración de imágenes, se preocupaba por la búsqueda de "la presencia". Muchas de sus propuestas estéticas de entonces siguen en boga en la actualidad. Otros títulos suyos son: Hier régnant désert (1958); Pierre Écrite (1965); Dans le leurre du seuil (1975). Posee además una importante obra ensayística.

Sitio verdadero

Que un lugar sea hecho para aquél que se acerca, Personaje con frío y privado de casa. Personaje tentado por un ruido en la lámpara, Por el umbral iluminado de una aislada pensión. Y si llega extenuado con angustia y fatiga Que repitan para él las palabras de cura Qué hace falta a ese pecho que el silencio devora Si no palabras que sean el signo y la oración, Y algún poco de fuego de repente en la noche, Y la mesa entrevista de una pobre pensión.

Du mouvement et de l' immobilité de Douve (1953) Tomado de: Poèmes (Gallimard, 1995) Traducción: Osvaldo Cleger

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La luz, cambiada

Ahora nos contemplamos bajo una luz distinta Ya no tenemos los mismos ojos, las mismas manos. El árbol está más próximo y la voz de las fuentes Más viva, nuestros pasos son más profundos, entre los muertos. Dios que no existes, pon tu mano en nuestro hombro, Esboza nuestro cuerpo con el peso de tu retorno, Acaba de mezclar con nuestras almas esos astros, Esos bosques, esos gritos de pájaros, estas sombras y estos días. Renuncia a ti en nosotros como un fruto se rompe, Bórranos en ti. Descúbrenos El sentido misterioso de lo que es sólo simple Y que cayó sin fuego en palabras sin amor.

Pierre Écrite (1965) Tomado de: Poèmes (Gallimard, 1995) Traducción: Osvaldo Cleger

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La misma voz, siempre

Soy como el pan que quebrarás Como el fuego que encenderás, como el agua pura Que te acompañará por la tierra de los muertos. Como la espuma Que maduró para ti la luz y el puerto. Como el pájaro de la tarde, que borra las orillas, Como el viento de la tarde de repente más violento, más frío.

Hier Régnant Désert (1958) Tomado de: Poèmes (Gallimard, 1995) Traducción: Osvaldo Cleger

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En el señuelo del umbral (Fragmento)

"Has venido para beber de este vino, Yo no te permito que lo bebas. Has venido para saber de este pan Sombrío, quemado al fuego de una promesa Yo no te permito que hasta él lleves tu luz. No será que has venido para Que el agua te sosiegue, un poco de agua tibia, bebida En medio de la noche después que otros labios Entre la cama deshecha y la tierra sencilla, Yo no te permito que toques ese vaso. Has venido para que el niño resplandezca Por encima de la llama que lo fija En la inmortalidad de la hora de abril Cuando él y tú reír pueden, cuando el pájaro se posa En la hora que lo acoge y que no tiene nombre, Yo no te permito que levantes tus manos por encima del brasero Donde yo claro reino.

Has venido, Yo no te permito que aparezcas. Preguntas, Yo no te permito que conozcas el nombre que tus labios dibujan." Dans le Leurre du Seuil (1975) Tomado de: Poèmes (Gallimard, 1995) Traducción: Osvaldo Cleger

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Michel Butor (1926) Poeta, ensayista y novelista de muy amplia producción. Su voluminosa obra abarca cronológicamente toda la segunda mitad del siglo XX y deja ver huellas de casi todas las tendencias poéticas que atraviesan la historia de la literatura francesa en este período. Algunos de sus poemarios más representativos son: Degrés, Illustrations I, II, III, IV, Dans les flammes, Herbier lunaire, A la frontière.

Del otro lado del horizonte

Del otro lado del horizonte el rojo es más rojo, la mirada más viva,

el oro es lo que algunos creían mientras lo buscaban, el

paso entre las olas y la playa se hace pausadamente, las flores se abren en el fondo del mar y las algas se agitan suavemente sobre las techumbre de ladrillos como la cabellera de una hiedra. Del

otro

lado

ordenanzas,

ni

del

horizonte

discursos

no

existen

electorales

ni

formalidades

ni

fabricación

de

armamentos, los helicópteros no hacen el menor ruido, los niños juegan con las llamas, y los pájaros arrojan artísticamente bolas de estiércol de fragantes colores sobre los betunes fosforescentes. Del otro lado del horizonte hay otros horizontes donde los pámpanos de los próximos días irrumpen en los jardines de la espera, donde el tiempo se vuelve para apaciguar los aterradores reclamos de otro tiempo y las llamas de los muertos se reaniman en sus órbitas para poblar el espacio invitando a los aventureros, donde la paciencia de tantos siglos cobra en fin su recompensa y podemos sacudir los harapos de la antigua humanidad casi sin pena.

À la frontière Tomado de: Orphée Studio. Poésie d'aujourd'hui à voix haute (Gallimard, 1999) Traducción: Osvaldo Cleger

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Pequeñas liturgias: la multiplicación de las manos

En Escandinavia, en Nochebuena, en el campo raso encendemos un gran fuego; al mediodía, cuando no queden ya sino unas brasas, nos situamos al sur, de cara al sur, izquierda en

con la mano

dirección del Levante, y la derecha en la del

Poniente. Sin moverlas, hacemos deslizar sus palmas en sentido contrario, luego las acercamos poco a poco, la una de la otra, detrás nuestro

en torno a la fuente de calor, hundimos la

izquierda en la derecha como en un guante, luego agarramos los carbones encendidos, los hacemos penetrar al interior apretando el puño y señalamos el norte con el índice. Obtendremos así los tres puntos episcopales. En la Antártida, la noche de San Juan, a la orilla de un río de lava que aún llamea, plantamos una ortiga de los Alpes en el hielo; al mediodía, cuando la corriente ya esté sólida y obscura, y los pétalos floten sobre el lodo, nos situamos al norte, de cara al norte, con la mano izquierda en

dirección del Levante, y la

derecha en la del Poniente. Sin moverlas, hacemos deslizar sus palmas en sentido contrario, luego las acercamos poco a poco, la una de la otra, detrás nuestro

en torno a la fuente de las

semillas, hundimos la izquierda en la derecha como en un guante, luego agarramos la ortiga, la hacemos penetrar al interior apretando

el

puño

y

señalamos

el

sur

con

el

índice.

Obtendremos así los tres puntos espinosos que, combinados con los precedentes, conformarán un primer esbozo del cardo de las tormentas. En Oceanía, la noche del equinoccio de primavera, con un pie a cada lado del ecuador sumergidos hasta el tobillo en el agua de

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una laguna coralina, de cara al sol del Levante, con la mano izquierda en dirección del polo sur, la diestra en la del polo norte, sostenemos la extremidad de una plomada entre los dientes y hacemos que el

peso descienda hasta la superficie límpida. A

mediodía, en el instante del equinoccio de otoño, cuando las madréporas la hayan completamente recubierto, de cara al sol del Poniente, con las manos en dirección de los polos, hacemos deslizar en sentido contrario las palmas de sus reflejos, luego las acercamos poco a poco, la una de la otra, como adoptando su materia, en torno a la fuente de la pesadez, hundimos la derecha en la izquierda como en un guante, luego agarramos el núcleo de opacidad, lo hacemos penetrar al interior apretando el puño y señalamos el nadir con el índice. La nueva mano será entonces duradera. Obtendremos así los tres puntos de albergue que, combinados con los seis precedentes, conformarán un primer esbozo del átomo de las elevaciones, en un espacio con nueve direcciones principales.

Illustrations III (Gallimard, 1973) Tomado de: Illustrations III (Gallimard, 1973) Traducción: Osvaldo Cleger

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Pequeñas liturgias: la estrella umbilical de los sentidos

Ver el centro de la tierra. Escuchar la eclosión de una rosa. Aspirar el aroma de los fósiles. Gustar las llamas de los gases raros Palpar las nubes.

Illustrations III (Gallimard, 1973) Tomado de: Illustrations III (Gallimard, 1973) Traducción: Osvaldo Cleger

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André du Bouchet (1924-1997) Escritor más representativo de la tendencia poética conocida como minimalismo, que dominó el panorama de la poesía francesa durante los años setenta. Algunos críticos como Jean Orizet consideran su obra una especie de derivación de la experiencia mallarmeana de Un Coup de Dés... Es autor de importantes cuadernos como Dans la chaleur vacante, Où le Soleil, Poèmes et proses. Se destaca igualmente como traductor de Hölderlin al francés.

Estación

El día, morada al borde del primer camino.

Y

esta mirada de enemistad ardiente en nuestro rostro, el rostro del verano.

No somos nosotros los que andamos, es el fuego el que marcha. El verano, quizás el que entra en pleno día en el hogar, como una nube que avanza por encima de las blancas fachadas.

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El viento como mayal de piedra aparejado

en un rincón de la huerta.

Où le Soleil (Mercure de France, 1968) Tomado de: Où le Soleil (Mercure de France, 1968) Traducción: Osvaldo Cleger

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Plato (Fragmento)

Cuando digo carbón quiero decir invierno

es lo que él había querido decir por esta borrasca

la tos

las contusiones

todo ha sido propuesto como una herida

el plato inmóvil

los objetos nacidos de las manos se abren en el fondo del aire

que escuece. Où le Soleil (Mercure de France, 1968) Tomado de: Où le Soleil (Mercure de France, 1968) Traducción: Osvaldo Cleger

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Eclipse

Pero siempre contra el mismo camino sobre nuestros pies de cuerda

Las cajas han sido clausuradas a martillazos antes de que, en las vidrieras de la fachada, arda esta lámpara que el viento ha derribado.

Mi mujer en pié detrás del muro,

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retira uno a uno los lienzos del poniente y los amontona sobre su brazo libre.

Desaparezco hasta el sol por esta ruta que no conduce a ninguna morada.

El paisaje me explica

la lana del camino tira

y se inflama.

Où le Soleil (Mercure de France, 1968) Tomado de: Où le Soleil (Mercure de France, 1968) Traducción: Osvaldo Cleger

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Emmanuel Hocquard (1940) Al lado de Anne Marie Albiach y Claude Royet-Journoud figura como uno de los principales escritores que comenzaron a producir su obra poética en los años setenta. Su obra se inscribe en un espacio que, al tiempo que hereda algunas de las propuestas estéticas minimalistas, se entrega a la búsqueda de "una literalidad tan radical como sea posible". Es autor de: Théorie des tables, Tout le monde se ressemble, Les élégies.

Elegía 3 (Fragmentos)

I

Éste es el hombre en la inmovilidad heráldica de las cosas caducas espino albar ruiseñor leche de cabra su historia disecada engullida en el vientre de los animales sagrados las manos del embalsamador el jardín (es) un jardín de invierno sicomoros tetradracmas delfines de Siracusa Éste es el hombre escuchando raer las limaduras de hierro

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en el fondo de sus venas y llora mientras monta una guardia triunfante bajo los muros vacíos "Soy un jovenzuelo de sangre bárbara nada comprendo en los cantos de los Han" a menos que llamemos un castillo a esta choza de piedra seca abandonada y mi amor un cementerio disciplinado

II

Abuela escarabajo te saludo! te lego pan blanco así como mi biblioteca con tres plantas de plátano estériles mas buenas para sombra así como las cóncavas naves de los Aqueos y toda mi ternura además del catálogo tú harás buen uso de mi ciencia pues comprendes (mi loco corazón) tú cuya experiencia está inscrita en la corteza terrestre !Abuela escarabajo escucha! el sauce frágil soporta mejor que el sauce blanco las tierras fuertes y frías

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Escucha aún: y si el viento hubiera arrojado abundancia de hojas en fardos mojados y de piedras bajo el vientre-leopardo de los árboles en la tormenta, ya nunca alcanzarían bajo su vestido los besos su cuerpo magro Oh! abuela escarabajo y desde la otra orilla del río yo me descubro y te saludo muy bajo En este asunto haberme identificado con Propercio no me ha ayudado a avanzar una pulgada.

Les élégies (P.O.L éditeur, 1990) Tomado de: Les élégies (P.O.L éditeur, 1990) Traducción: Osvaldo Cleger

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Yves Buin (1939) Dotado de indiscutible originalidad y espíritu renovador, Yves Buin constituye una de esas voces presentes en cualquier literatura, cuya singularidad torna imposible cualquier esfuerzo por afiliarla a una determinada tendencia, escuela o "capilla" literaria. La lectura de sus textos nos deja la impresión de hallarnos frente a una rara síntesis de valores y registros. Es autor de obras como: Les Alephs, Les Environs de minuit, La nuit verticale, Bornéo après la nuit.

Alguien

Era el tiempo de las guitarras aproximativas, del dandismo marginal, del sueño azul. Era el tiempo de los sábados, de las mañanas, de la calle del Oeste. Alguien buscaba su vida en los cafés. Tímido, con sigilo anhelante, la iluminación enmascarada, loco interior, en el amor de la poesía, dilapidado, violento. Alguien deseaba la aristocracia y la pobreza, el alcohol nocturno de la calle de Odesa y la pureza de un exilio de montaña, la sonata sutil, y la canción del metro, la página helada de la revista de lujo, y las palabras arrojadas de prisa en el papel de ocasión,

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la puerta oceánica y los pasos perdidos, conocer el más allá de las realidades visibles y pasearse entre los artistas fecundos, los escritores, los infrecuentables. Alguien era el eco de músicas negras, de los descendientes bárbaros de la noche occidental, sensuales, guijarroso diamantíferos. Unos nombres corrían en sus labios como los mensajeros fieles de las inolvidables melodías, de los pequeños milagros, en la corte esotérica del rey Dionisos. Alguien estaba al borde de los indecisos, en el espacio inédito, las emociones, las impotencias, los fracasos, las repeticiones, escogiendo las máscaras, las ingenuidades, las apariencias, para escapar. Alguien se ocupaba de los grandes problemas del espíritu. Alguien esperaba por las revelaciones del ser y miraba desde el ángulo de los iniciados de las viejas almas, de las miradas de Oriente,

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de los que no pueden decir. Alguien abría la puerta de los silencios meditativos, y hallaba la caricia engañosa del exotismo, los hacedores emboscados de la Última, pues la realidad no es cosa simple, y la poesía pequeño asunto. Demasiada inquietud nos extravía. Alguien preguntaba su camino.

Orphée Studio. Poésie d'aujourd'hui à voix haute (Gallimard, 1999) Tomado de: Orphée Studio. Poésie d'aujourd'hui à voix haute (Gallimard, 1999) Traducción: Osvaldo Cleger

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Gil Jouanard (1937) Prosista delicado. Hábil en la captación de los matices, los instantes y las sensaciones más raras e inefables, al tiempo que las más familiares y ordinarias, Gil Jouanard lleva años proponiéndonos una poesía compuesta a manera de himno de la existencia cotidiana. Toda su producción se articulan en torno a semejante propuesta, como se pone de manifiesto en los mismos títulos de algunos de sus cuadernos: Le Goût des choses, C'est la vie, Le Jour et l'Heure.

Jornada sin evento

Cuando nos encontramos en un taxi, detenidos en el semáforo que se halla a la altura del Hôtel-Dieu, a la entrada de la Plaza de la Catedral de NotreDame, una perspectiva se abre a la mirada: la de la calle Saint-Jacques que se prolonga, más allá de la subida que vemos desde lejos, hacia un pasaje de la barriada de Saint Jacques. Cuesta creer que entre esos inmuebles burgueses del siglo XIX se perpetúe la pista por la cual, al declinar la tarde, venían los mamuts cotidianamente a abrevar en el Sena. ¿Desde qué altura descendían hasta la sabana? Pacían mansos, durante el día, entre la Montaña de Sainte-Geneviève y Vaugirard? O bien, con su paso que nada detenía, cruzaban de senderos la espesa selva ininterrumpida desde los Pirineos hasta los Ardennes? preguntarse,

He aquí lo que uno puede

abatido, al fondo del taxi que nos conduce hacia otras

reverberaciones. París, marzo de 1992

En la Meseta Negra, que se inserta entre el grandioso Méjan y el pintoresco Larzac, existe un arroyuelo más bien modesto, pero que basta, no obstante, para excavar una protuberancia calcárea en un determinado sitio del paisaje, al punto de perforar allí un alto y largo túnel, al cual los hombres no le atribuyeron un nombre banal, pues lo llamaron Bramabiau, es decir, Brama-Buey, a causa del rumor ronco y sordo que

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el paso de las aguas suscita, bajo la bóveda que ellas mismas han lentamente excavado. Este ínfimo arroyuelo que, antes de acometer esa hazaña subterránea, atraviesa zigzagueando la verdeante meseta, ha sido dotado con un nombre completamente inesperado, que pareciera no haber servido jamás, en parte alguna,

para designar un sitio, sino más bien para

significar esa zona de plenitud interior, de origen y naturaleza complejos, estado ideal en cuya constitución entran la felicidad del cuerpo y la beatitud del espíritu. Ese nombre completamente inusitado en toponimia como en hidrografía, es: Dicha. Así pues, el arroyuelo sin pretensión se llama: La Dicha. Un cartel de señalización, claveteado a la entrada del puente de piedra por el cual el camino de Meyrueis a Valleraugue lo franquea, nos da fe de esta designación que, al caminante ilustrado, le parecería salida de una mítica cartografía de lo Tierno. De tal forma, eso es la Dicha: un arroyuelo sin historia, que recorre un paisaje sin recuerdo. La memoria densa y tupida, ligeramente musical, de nada. Meseta Calcárea de Méjan, este viernes 9 de agosto de 1996

Son las ocho en los Arcos de San Pedro. En un claro de bosque, al centro de estas ruinas inmemoriales, el sol horada crudamente el silencio que todo lo colma, tan lejos como podamos escucharlo. A excepción de un cuervo que aventura de pronto su graznido, pero que en seguida se detiene, turbado por el

mutismo de esta mañana que se ha abierto de par en par, no

obstante. Y ellos están allí, todos los que dieron a este lugar sin fe ni ley la prestancia y el prestigio de su anonimato. Ellos están allí, escondidos entre las raíces de sus palabras exactas arrancadas a la obscuridad del sentido. Y escuchan nuestros pasos venir por los peñascos sonoros; escuchan nuestra voces que se extasían, luego que, bajo el empuje de tanta dignidad,

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se dispersaran y acabaran por debilitarse y por extinguirse completamente. Solos, entre los rayos de luz, los arcos continúan decorando la flecha de su enigma en dirección del sol o del cielo, o de nada, al azar. Arcos de San Pedro, Meseta (calcárea) de Méjan, este domingo 10 de agosto de 1996 Tras las últimas hojas de los olmos, cuyo amarillo oxidado resplandece con una postrera lucecilla solar, la pequeña iglesia romana continúa hundiéndose en el silencio sin remisión sobre el que se destila la memoria de la aldea. A un nivel inferior, se encuentra la Meseta, tan desierta como la música repetitiva del cielo. Al este, el monte Aigonal, en el resplandor de la mañana, dirige una ronca celebración, de la que no es ya capaz el edificio perdido en su remordimiento gregoriano. Una vez pronunciada y olvidada la misa, nos queda esta belleza anticuada que se aferra como el liquen a estas piedras hechas del mismo mutismo de la Meseta que las circunda y que constituye su substancia. De tal forma, del verde amarilleante del follaje y del gris palideciente de los muros desusados, renace un sentido sagrado del mundo, del que la religión quedó excluida. Saint-Pierre-des-Tripiés, 12 de noviembre de 1994

Le Jour et l'Heure (Verdier) Tomado de: Orphée Studio. Poésie d'aujourd'hui à voix haute (Gallimard, 1999) Traducción: Osvaldo Cleger

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Jacques Darras (1939) Junto a André Velter y varios otros autores, representa una tendencia de la poesía de expresión francesa interesada en la oralidad, es decir, en una poesía que - tal y como la define André Velter - sea como "un canto del pensamiento". Algunos títulos suyos son: Le Petit Affluent de la Maye, Van Eyck et les rivières, Petite somme sonnante. Ha sido traductor de Walt Whitman y Malcom Lowry, entre otros.

Nombrar Namur II En el hombre a la voz que canta se la escucha por debajo de la voz que habla. La voz del canto se halla en el fondo de la garganta más cercana de los pulmones que la palabra, la que se encuentra más hacia la fachada, en el exterior, muy próxima de los dientes, más cercana al exterior. La voz del canto está detrás, más hacia tras, en el desfiladero por el cual se desliza el hálito al salir de los pulmones. Los que han sido, a su vez, alimentados por el corazón y la pulsación de la sangre. La voz del canto es como un clima interior. Un cielo interior. Sangre y hálito generan una suerte de microclima que asemeja un poco al de las playas litorales. El mar, la sangre. El viento, el hálito. Las olas, la onda del canto. El cielo ¿cuál sería el cielo en este caso? El cielo sería el oído que escucha. La voz del canto es calentada directamente por la sangre de las arterias pulmonares. Lo que hace que los hombres tengan la voz más o menos cálida, proviene del corazón, proviene de la sangre.

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Vean si no como nos instruyen bien esos aparatos teléfono o micrófono que son en cierta medida instrumentos medicales para auscultar la voz. Lupas, filtros para localizar, para concentrar lo que en las voces proviene verdaderamente de la pequeña caja pulmonar de resonancia vocal. Con exclusión de todo parásito. Al abrigo de toda interferencia externa como el coeficiente de enfriamiento de la palabra al contacto del aire. Como el coeficiente del ángulo de incidencia de la penetración de la palabra en el aire. De este modo, tomándome de ejemplo, percibo que en la conversación habitual mi voz es sorda. Me doy cuenta de que no se la escucha. Me doy cuenta también de que no me importa tampoco demasiado lo que se escucha. Una cosa explica la otra. Conservo lo más cálido de mi voz cálida en lo cálido, en el interior. En su cielo, en mi clima interno. Hay una intimidad de la voz. Una intimidad oculta, un pudor de la voz. Un pudor casi sexual o amoroso de la voz. No me sirvo todo el tiempo con todo el mundo de mi voz. De mi playa de olas vocales. De mi sangre. No soy un dador de sangre vocal universal. No soy un tenor ligero en permanente arrullo. Soy un barítono claro. Barus, en griego, quiere decir grave. Grave pero claro. Soy muy sensible al barómetro. Pongo más o menos presión, y calor en mi voz según las circunstancias. Atizo más o menos la caldera. La voz es un órgano de seducción.

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La voz es un órgano sexual. Del cual tiene a demás casi la forma y los atributos. Órgano sexual de la zona alta. En los pájaros el canto sirve al apareamiento. ¿Mas para qué sirve pues la voz cuando se es poeta? ¿A cuál apareamiento puede servir la poesía? Sobre todo cuando ya no canta. Cuando no desea más oír que alguien confunde la voz del canto con la voz de la palabra. Cuando ésta se quiere poema no cantante. Cuando casi llegaba a encontrar su ritmo interno prosódico irreprimible un parásito. Un parásito de la sangre vestigial antigua. Pues ¿qué es una poesía que se propone no dejarse transportar ya por el canto? Es decir, por el corazón, la sangre, el clima pulmonar? ¿Puede uno no querer seducir en poesía? Sin duda, si se desea permanecer célibe. En el celibato del poema. Sin duda. En tales condiciones el pudor climático no es suficiente. Es necesario hacer descender el barómetro. Ajustar de diferente modo la caldera pulmonar. Del pudor pasar a la frialdad. ¿Gregoriana? ¡No sería aún bastante riguroso! ¿Comprendes a Reverdy? Queridito, aprieta con una muesca tu sayal de Solesmes! Considero todavía demasiado exceder tu intimidad. Tus pulmones se arrastran por la tierra, sucio pequeño surrealista. Orphée Studio. Poésie d'aujourd'hui à voix haute (Gallimard, 1999) Tomado de: Orphée Studio. Poésie d'aujourd'hui à voix haute (Gallimard, 1999) Traducción: Osvaldo Cleger

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Zeno Bianu (1950) Aunque cronológicamente pertenece a la generación de poetas que en los años ochenta fueron conocidos como "los nuevos líricos", la obra de Zeno Bianu incorpora elementos diversos, que le dan un timbre más personal, en relación con sus contemporáneos. Ecos de la experiencia de los minimalistas (si bien de un minimalismo desprovisto de toda sequedad) pueden ser percibidos en varias de sus composiciones. Es autor de: Manifeste électrique, La Danse de l'effacement, Fatigue de la lumière, Le Ciel intérieur.

Una esfera de puro amor

Es el instante, por excelencia Descenso del día, caída del mundo. En que la mirada deviene una energía. El día se ahoga en la noche plena. Entre el perro del sueño y el lobo de la vigilia. Declina, cae, desaparece. Es la hora tardía. Es al atardecer anonadado. Es cuando el espíritu respira. La división de los abismos. Es el instante de una presencia orgánica. La tinta de la soledad. En que las palabras llevan las cosas. El instante en que nos despoblamos. En que rebasamos un peldaño. En que nos ofrecemos a lo desconocido.

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El resplandor exacto La palabra del mundo agujereada El instante de un resurgimiento De la pura puesta en noche. En que medimos el fervor. Desde el más alto abandono.

Le Ciel intérieur (Fata Morgana) Tomado de: Orphée Studio. Poésie d'aujourd'hui à voix haute (Gallimard, 1999) Traducción: Osvaldo Cleger

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Phillipe Delaveau (1950) Junto a Jean-Pierre Lemaire, James Sacré, Benoît Conort y Guy Goffette, entre otros, emerge Phillipe Delaveau como representante de los llamados nuevos líricos, que a principios de los ochenta intentan una renovación de la poesía francesa. Su obra pone de manifiesto esa distancia irónica que separa las propuestas estéticas de los nuevos líricos de las realizadas por el romanticismo decimonónico. Algunos de sus títulos más importantes son: Eucharis, Les Secrets endormis, Cent sous pour la Reine Mab.

Un brindis por Elvira Los poemas que siguen se considera que fueron escritos por Elvira van der Krug, antigua comediante del Teatro Francés, la cual habría confiado su publicación a Philippe Delaveau...

1 Aquel año tuve dos amantes Uno era ministro: ¿gané algo en ello? No fui por eso mucho más feliz Moliere tampoco. Las hojas de los árboles no se tiñeron menos de amarillo. “¿Necesita el poema de un ministro? - uso adrede de esa palabra para dar a la frase un poco más de solemnidad como hacen esas marchas militares en las avenidas cuando un oficial conmemora un acontecimiento sublime, algo del género militar con flores y redobles – Nicole habría dicho: que maestro de esgrima tan alto y desgarbado Francamente, me pregunto si no convendría escribir una oda para celebrarlo, una oda con de Esto y de Aquello y Aleluyas 29

“con una ¡Oh! delante como una rueda de carretilla mas ¿para qué cargamento: de flores o de estiércol?” Veamos, Píndaro, dónde está Píndaro Píndaro es mi perro. La gente dice: no le falta sino hablar. ¿Había visto antes eso: un perro que hable griego? Por mi parte, me complazco con una lengua aproximativa. Perdóneme si se encuentra aquí o allá algunas ingenuidades y gotas de saliva. En cuanto a las palabras algo ligeras, las asumo. 2 Ser Sara o nada Ser Sara o nada, escribía yo antaño con mi creyón de labios en el espejo "igual que Víctor Hugo : ‘Chateaubriand ou rien’ se es un tonto a esa edad, tonto, pero no bien malvado.” Todos esos bustos me observan en cada piso con sus pupilas blancas cuando subo de regreso al camerino -

piso de Marte: un canapé Imperio dos o tres sillas y este espejo en la pared donde me exhibo con los ojos y la cara en desorden En una palabra: lucía completamente ridícula!!! “¡Comenzamos en un cuarto de hora!”

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anuncia Augusto con su voz imperiosa, y yo ocupo mi sitio en mi lugar de muerta burlada a cada instante por el Doble: él imita a la perfección eso que somos que es nosotros mismos extrañamente por medio de la deposición, antes de la encarnación en el otro. 3 Camerino en el palacio Chigi En Siena en el palacio Chigi es diferente: allí me gusta tendidamente desde mi camerino y sin un ruido (sólo la otra tarde aquel canto de tórtolas) la forma en que la noche desciende sobre los viejos techos de teja de un rojo pardo que parece de oro, y algo aún más tímido: una limpidez purísima en la tarde. Es aquí que me recuerdo de yo no sé cuál tierra feliz, jamás visitada solamente entrevista como en sueño: sin un ruido, sin una emanación me quedo inmóvil en esta aquiescencia del Crepúsculo que no es en absoluto lo que será la muerte ni en absoluto lo que fue la vida. Inerte entre esos techos quemantes como la santa de ojos que fugan de sus órbitas bruscamente en un éxtasis.

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4 Invierno ruso Frente al puente Kirov, me envolví en mi abrigo de pieles y lancé esta palabra: nieve – una palabra blanca, una palabra inconcebible. Descendemos hasta el Neva por una escalera circular y he aquí que bajo el puente del palacio, han desaparecido los alcoholes y salutaciones y los hoteles, con su personal obsequioso y las inevitables flores. El invierno es una casa demasiado grande y me hallo sola en ella desde que la puerta se abrió: espejos maniobrados por el frío. “Y allá abajo qué hay”, yo preguntaba pero a quién podía decir: “Y entonces qué hay allá abajo nieve o nieve?” puesto que solamente un vapor se escapaba de mi boca, letra blanca, vapor o nada, y lloraba yo de éxtasis. “Elvira, va a coger un resfriado”, reprocha amablemente el embajador, mostrando la berlina, un coche oficial y negro a lo largo de la calzada. ¿Cómo testimoniar el esplendor de las cosas? “Lo absoluto – digo – es inefable mas por instantes visible, tan próximo inclusive”

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mostrándoles la nieve. La nieve toda en derredor: La palabra espléndida: nieve. 5 Unas onzas de cordura Envía a tus santos sobre todo a la pequeña Teresa, no serán demasiados para ayudarme a subir si tu cielo se eleva de tal modo con una escalera a falta de ascensor “Una escalera mecánica sería una verdadera gloria diles pues allá arriba, con un pasamanos al costado que se desliza” He pecado mucho, Señor, me gustó demasiado la carne los dulces – exquisitos los dulces: me gustaban los pastelillos y esas cosas que están llenas de crema – he debido mentir a menudo, el oficio fue en tales casos algo responsable. Me he detestado, he amado mi desorden. Hoy ante ti hago correr mi vida ¿qué queda de ella? Nada. Fui dura de cabeza, “No mujer dura, insisto en esa diferencia.” Quisiera, Si queda tiempo, redimirme entre los pobres. Ofrezco todo lo que tengo: nada conservaré y si es menester que arroje también estas páginas dímelo lo haré sin demasiada vacilación de un golpe en el latón o el cesto, sin una consideración para mis locuras ni para mis palabras.

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“aún cuando el gesto cueste: en el fondo, seamos justos ¿me costaría?” Pero tal vez deba conservarlas Señor para que los que en otro tiempo reían se digan: la loca se ha vuelto algo juiciosa y vean los signos de tu gracia en esta historia que termina humildemente a tus pies.

Cent sous pour la Reine Mab (La Différence) Tomado de: Orphée Studio. Poésie d'aujourd'hui à voix haute (Gallimard, 1999) Traducción: Osvaldo Cleger

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Guy Goffette (1947) Escritor de origen belga, figura como una de las voces más prominentes del nouveau lyrisme. En la obra de Goffette, así como en la de los otros representantes de esta tendencia, se puede percibir eso que Maulpoix define como una búsqueda "orientada por un deseo de síntesis entre la tradición y la modernidad". Su libro, La vie promise, es quizás una de las producciones más bellas aportadas por el nouveau lyrisme. Otros títulos suyos: Le Pêcheur d'eau, Solo d'ombres, Eloge pour une cuisine de province, Partance.

Un poco de oro en el cieno I Yo también me decía: vivir es otra cosa que este olvido del tiempo que pasa y los destrozos del amor, y la usura – lo que hacemos de la vigilia al sueño, hender el mar, hender la tierra, el cielo, sucesivamente pájaro pez, topo, finalmente: jugando a remover el aire el agua, los frutos, el polvo; obrando como, quemante por, andando hacia, recolectando qué? el gusano en la manzana, el viento por los trigales porque todo vuelve a caer siempre, porque todo recomienza y nada es semejante jamás a lo que ha sido, ni peor ni mejor, quien no cesa de repetir: vivir es otra cosa. II Es el tiempo de que nos levantemos verdaderamente, de que digamos sí desde la punta de los pies hasta la cima del cráneo, sí a este día nuevo arrojado en el cesto del tiempo, llueve. 35

Oh la exacta fotografía del alma, esas dos palabras que nos penetran en los ojos como uñas en la carne: llueve. La sangre de la hierba es verde insoportablemente y es en nosotros que llueve, en nosotros que un dique roto contempla desplomarse poco a poco, tras los cristales y entre los velámenes, con lienzos de viejas lamentaciones, de esperas fatigadas las razones de partir y de abrigar el frío. III

Y todavía, si el fuego andara mal, si la lámpara manara una miel amarga, podrías tú decir: sufro de frío, y robar el corazón del ahogado calvo, el del caballo de labor que ya no tiene adónde ir y que va de un borde al otro de la lluvia como tú en la casa, abriendo un libro, puertas, cerrándolas de nuevo: tierra abrasada, ciudad abierta donde el hambre se difumina y grita como esos racimos de frutas rojas en la mesa, vida extranjera, inaccesible presente para quien ya no sabe en adelante otra cosa que pisotear en el mismo surco la negra y pesada arcilla de las fatigas.

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IV

Tal vez haría falta descorrer la cortina, dejar el cuerpo entero fluir en la fatiga desanudarsese los arabescos de las ideas, la negra opresión de las algas, cortar de un tajo con tu propia muerte, lo que ha sido y no es más, y con lo que vendrá, la ineluctable marea de sonidos y de imágenes que los ahogados - dicen no transportan, dejar el tiempo como la lluvia batir tu frente hasta que todo vuelva al polvo nuevamente en la cámara de muerte: vaciamos las gavetas, barremos y por la puerta abierta la luz se hace carne un instante y se estremece.

V Hay quien dice: el sol detrás de la lluvia, la mar tras la montaña, el amor detrás y marcharse, marcharse. Mañana, cuando todo será, cuando todo habrá, cuando. Promesas de los muertos si vivir es más que esperar, que esperanzarse. Cenizas arrojadas sobre el fuego que rezonga un instante, luego calla sin consolación: la noche

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cae, el alba se levanta, un verano ha pasado. Ya, dicen las humaredas de la aldea en tanto que unos animales sin cólera prosiguen atesorando el oro del tiempo, el oro de nuestros ojos ávidos y tan pronto cerrados.

VI Y tu terminas por colocar el libro, allá arriba, en su lugar exacto, ese pequeño hueco de sombra y de olvido como el rincón de tierra que te agrada. Tu regresas también a tu lugar, enfrente a la ventana, la mesa ese cuadrado de nieve que ninguno ha vencido y que va en todos los sentidos como tu vida entre las palabras, los muertos. Tú sabes bien que ningún signo cura de la ausencia no más de lo que puede el mirlo mientras cae invertir el eje de la tierra, mas persistes, oh escriba, con tus ángeles a sueldo: un poco de oro en el cieno, te dices, queda la noche abierta. VII Si he buscado - ¿he hecho algo distinto? ha sido como cuando descendemos una calle en pendiente o porque de repente los pájaros ya no cantaban. Ese hueco en el aire

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entre los árboles, ni mi aliento o mis ojos lo han colmado – y yo voceaba a menudo en medio de las hierbas, mas no esperaba nada, me decía: heme aquí, habito el mundo, el cielo es azul, nubes, las nubes y qué importa el grito sordo de las manzanas sobre la tierra dura: la belleza es que todo va a desaparecer y que, sabiéndolo, no cesan, sin embargo, de vagar estas cosas.

VIII Hacia el oeste, con los últimos rayos encarnados, siguiendo bien la flecha en lo bajo demasiado tenso de la noche que se inclinó para meter el avión en su bolsillo, he aquí lo que todavía te sostiene, con los ojos al cielo, de pie en ese estacionamiento donde hilas en lo gris tus velas de Colón, tus rutas de la seda y de la sal y de la soledad, mientras esperas. Mientras esperas que todo termine (todo, dices como quien silva para guardar su sombra a sus costados en la callejuela oscura) todo: ese beso -

apenas – del poniente en los labios

de la que se retira dejándote en el muelle.

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IX Lo que he querido, lo ignoro. Un tren marcha en la noche: no estoy dentro ni fuera. Todo transcurre como si me alojara en una sombra que la noche extiende como una sábana y arroja al pie del talud. En la mañana, estirar el cuerpo, un brazo luego el otro con el tiempo en la muñeca que bate. Lo que he querido, un tren lo lleva: cada ventana ilumina distinto pasajero en mi que aquél del que tomo prestado al despertarme el rostro de madera, los contratiempos, la muerte. X Me decía: es necesario aún, es necesario – y las palabras corrían delante de mi, sorbían la carretera, el cielo, los helechos, el vientre mal abotonado de las colinas luego volvían, trayéndome un pedazo de piel calcinada, un fragmento de hueso: esta vieja y siempre desgarradora pregunta del por qué aquí, yo, por qué? - ir venir esperar como el comisionado de las partidas, que abre y cierra el horizonte,

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esperar al último viajero antes de girar de nuevo la pizarra, para escribir: cerrado por causa de pereza.

Tomado de: La vie promise (Gallimard,

)

Traducción: Osvaldo Cleger González

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