Edmundo Valadés cuentista, crítico, pensador

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Claudia dice a propósito de la cita lo que sigue: Transcribo la referencia bibliográfica tomada de Paco Serrano, pág. 32: "F.R. Adrados, "El héroe trágico y el filósofo platónico", Cuadernos de la "Fundación Pastor", Madrid, 1962, p. 11."
Edmundo Valadés
El hombre, el lector, el pensador, el consejero literario, el periodista, el crítico, el cuentista.
Un testimonio personal de quien convivió años con él. Mario Rechy 2015.

Decía Valadés que el articulista de oficio pone en las primeras líneas tanto el meollo de su tema como la conclusión de lo que va a desarrollar; que a diferencia del cuentista no va generando misterio, sino que solo después da los detalles de su afirmación o tesis inicial. Quisiera en ese sentido, exponer a ustedes cómo identifico a nuestro autor en estas primeras líneas. Pero como Valadés era un hombre polifacético, haré recuento breve sobre cada uno de sus aspectos o facetas, y desarrollaré luego los puntos fundamentales.

Como persona, como hombre, era un ejemplo de sencillez, que nunca se permitió hablar o comportarse desde un pináculo o torre de marfil, sino que adoptó la palabra y el pensamiento como vehículos para compartir, para departir, y para convivir tratando a todos como iguales. Valadés era un hombre enamorado de la vida. Un bohemio con el gusto por la comida y el buen wiski. Un conquistador de mujeres guapas. Y un estricto y disciplinado soldado de sus responsabilidades.

Se levantaba muy temprano. Trabajaba todo el día alternando la literatura, la reflexión política, el trabajo periodístico, y la convivencia y la charla con sus amigos, que tenía muchos, y se dormía tarde.

Como lector no académico ni encerrado en el formalismo, fue un atentísimo revisor de la historia y la vida nacional, que compartía su vasta visión con quienes quisieran aprovechar la experiencia para guiar sus pasos.

Como crítico literario era el más cordial de los consejeros. Leía cientos de textos y cuentos que le enviaban los suscriptores de su revista El Cuento, y contestaba las cartas con la mayor de las cordialidades, sugiriendo la forma de pulir cada creación, y orientando a los nóveles aprendices en el camino del relato y los recursos de la literatura.

Como periodista era el cuidadoso observador que sobre la escueta crónica de los hechos tejía un escenario de sentido común, sin condenas ni exabruptos.

Y como crítico de los acontecimientos políticos del día era como el Atrida de la escena nacional, y como el Aluxe o duende del quehacer de la administración pública y el gobierno.

Explicaremos primero su papel de Atrida.
En la comedia griega aparecen en escena unos sujetos que no forman parte de la trama, que no son personajes sino fantasmas o voces que hablan a los que van desarrollando o representando la obra, y que les dicen o alertan sobre los peligros y riesgos.

Tántalo, hijo de Zeus, dice la Wikipedia explicando el origen del concepto, al ser invitado a la mesa de los dioses y probar el néctar y la ambrosía --alimentos que conferían la inmortalidad a los dioses--, concibió la idea de robarlos para ofrecérselos a los hombres, y unido a esto, invitó a los dioses a su mesa para probarlos y ver si eran omniscientes. Semejantemente, Valadés probó el néctar y la ambrosía de la historiografía nacional, para decirla a los oídos del poder, y ver si estos señores tenían capacidad para la comprensión.

Claudia Pelosi, una especialista del tema, dice por su parte en la Revista francesa de literatura comparada que publica la Universidad de la Sorbona (Núm. 17 del año 2014), que "A la luz del comparatismo, en el marco de la recreación de la tragedia griega, cobra un papel importante el perfil de los caracteres legendarios en relación con los actuales."

Siguiendo la Poética, de Aristóteles esta especialista definía al héroe trágico sobre la base de la interpretación de la tragedia como mímesis de personajes mejores que nosotros, donde, manteniendo siempre la caracterización de seres elevados, se muestran los defectos, según el criterio de lo adecuado, y cuyas acciones provocan en el espectador temor (phóbos) y piedad (éleos), de modo que se produzca la catarsis de las pasiones (Aristóteles, 1977: 49). Claudia cita luego a Francisco Adrados, diciendo que « El héroe de la tragedia es un ejemplo de humanidad superior que se nos ofrece como un espejo de la vida humana en sus momentos decisivos. […] Es el hombre mismo elevado a la culminación de su ser hombre, tratando de abrirse paso en situaciones no elucidadas antes, en riesgo de chocar con el límite de lo divino. » »

De esa misma manera, Valadés se introduce en el mundo del poder en México para tomar inspiración de los héroes y circunstancias del pasado y jugar el mismo papel, para alertar de los peligros, provocar la piedad o el temor, poniendo de ejemplo los aconteceres pretéritos.

Detallaremos enseguida cómo cumplía ese papel y nos referimos enseguida a su carácter de Aluxe o duende.

Este ejercicio de Atrida lo realizó todas las mañanas, durante décadas. De su acuciosa lectura de la historia nacional había aprendido miles de anécdotas sobre cómo había procedido el ejecutivo o el responsable de un área o tarea, y cómo al repetirse las circunstancias el nuevo protagonista debía superar las disyuntivas, sin dejarse confundir por sus pasiones, y sin desdeñar las implicaciones o trampas que le ponía el destino.

Sentado desde el amanecer ante la pila de periódicos y revistas del día, recorría las páginas a gran velocidad, para dictar enseguida una reflexión sobre el acontecer nacional en seis o siete cuartillas, destinadas al presidente, y años más tarde a un selecto grupo de suscriptores de su tarea.

Hablo de algo más que un resumen de noticias. Pues hoy los políticos y funcionarios reciben por la mañana un resumen de noticias. Pero frías, donde solo se contienen los hechos. No. Valadés no hacía resumen, hacía sabia reflexión.

Esa labor, que iba más allá de un comentario político o una conseja, le llevaba a dar seguimiento a la marcha de la administración pública. Creando así lo que probablemente fue el primer análisis de noticias dirigido al titular del poder ejecutivo. Un trabajo que inició durante la administración del presidente Ruiz Cortines y que mantuvo durante años, hasta sumar 92 tomos de una obra de reflexión política que pretendía ilustrar el buen proceder que debía tener el gobierno, considerando la experiencia histórica.

Valadés ejercía esa función de Atrida consejero, sacando de su infinita memoria todas las lecciones de sentido común y de buen proceder que había recogido la experiencia nacional. Eran tiempos en que el gobernante todavía sabía escuchar, y en que las consejas, bien dichas, podían prevenir la repetición de errores por precipitación o falta de reflexión, o cuando menos dejar testimonio de su reiterada recurrencia trágica.

Pero Edmundo Valadés es también, ya dijimos, un Aluxe o duende de la cultura nacional. Con todas las virtudes y misterios que un duende tiene. Un duende porque tiene el don de mostrarnos maravillas que de otra manera podrían pasarnos desapercibidas. Esa es una virtud o don de aquellos comunicados con el interior o profundidad de las cosas. A la manera de un mago nos ponía enfrente algo que no habíamos visto. Un poco como el mago que hace aparecer un conejo.

(Dice la tradición mexicana que los aluxes son invisibles generalmente, pero pueden asumir forma física con el propósito de comunicarse o espantar a los humanos así como para congregarse entre ellos. Están asociados generalmente con lugares de la naturaleza tales como los bosques, cuevas, piedras, y los campos, pero también pueden moverse hacia algún lugar por ofrendas. Su descripción y papel mitológico, como por ejemplo las artimañas que ellos juegan, son muy semejantes a las que tienen otras entidades míticas en varias otras tradiciones culturales (tal como el leprechaun celta o el chaneque de la cultura totonaca).Se dice que habitan en los cenotes y grutas. Existen también relatos indicando que los aluxo'ob se detienen ocasionalmente en los caminos para pedir a los viajeros una ofrenda. Si ellos se la niegan, el alux a menudo causará estragos y extenderá enfermedades. Sin embargo, si sus condiciones son aceptadas, el alux protegerá a la persona de los ladrones y aún le traerá buena suerte. Si son tratados con respeto, pueden ser muy útiles. Se dice en los relatos que no es bueno llamarlos en voz alta, ya que se podría sin querer convocar a un alux malhumorado.)

Valadés, en su papel de Aluxe, trae la voz del campo y los campesinos, para moverse como voz de alerta que con las artimañas de su ingenio asusta o señala sobre riesgos y peligros. Y siempre habla en voz baja y se molesta cuando alguien grita. Pero dice las cosas de manera categórica.

También es un duende, decimos, porque vivía en un mundo al que él alimentaba de ensueños románticos e historias imaginarias. Su proceder y su trabajo eran de un realismo y objetividad incuestionables. Pero su mente buscaba al mismo tiempo el lado feliz ante la situación desafortunada, o la imaginación que podría componer el desenlace en un final mejor. A veces sin decirlo y solo dándolo a entender.

Como todo hombre ilustrado de sus días, y como toda conciencia cabal, veía la historia de México con dudas y cierta desconfianza. Trataba de encontrar en qué momento se había perdido el rumbo para algunos objetivos del Proyecto Nacional. Y me decía con cierta frecuencia: "Estudia los años veinte, es la época en que se definieron muchas cosas del futuro que vivimos hoy. En esos años está la clave para entender a México."

Valadés era un lector cuidadoso y múltiple. Es decir, que no leía solamente cuentos o literatura. Conocía prácticamente a todos los historiadores importantes de nuestra vida nacional. Había leído también mucha poesía, cuestiones básicas de Filosofía y autores clásicos. De hecho por él es que yo aprendí o descubrí muchos autores, nacionales y extranjeros --entre otros al historiador Will Durant--, y a respetar y leer con interés a todos los que se habían tomado el esfuerzo de interpretar los hechos del pasado con rigor, así estuvieran clasificados como pensadores reaccionarios. Por su consejo conocí a Bulnes y a Lucas Alamán. La verdad, en este sentido, no tenía para él un carácter único o una filiación de partido, pues solo se la podía construir o reconstruir conociendo todos los puntos de vista sobre un fenómeno o problema.

Como Martín Luis o como Arqueles Vela, veía con desconfianza al discurso institucional, y revisaba de manera ininterrumpida los hechos históricos para desentrañar o confirmar su constante cuestionamiento de los presupuestos de la Revolución Mexicana.

Dice Claudia Macías Rodríguez, de la Universidad de Guadalajara refiriéndose a los cuentos de su primer libro, La muerte tiene permiso: "Valadés escribió esos textos en los años cuarenta y cincuenta. En esos tiempos, México vive una situación socio histórica que es producto del proceso de consolidación de la Revolución Mexicana y de la Reforma Agraria, principalmente. La muerte tiene permiso trata del problema que vive una comunidad de campesinos bajo el yugo -cacicazgo- del presidente municipal, y de la resolución de hacer justicia por su propia mano. Razón por la cual recurren a las autoridades para pedir el permiso correspondiente.

El texto asume un tono realista y denuncia la situación de los campesinos. El texto permite también que los campesinos tomen la voz para expresar sus propias ideas y hacer oír sus reclamos ante quien quiera escucharlos. En este artículo, dice Claudia, "nos acercaremos a esta micro ficción con el fin de revisar el esquema estructural que maneja y los elementos que se presentan en términos de denuncia y justicia social". Y nos ofrece enseguida el recuento siguiente:

El campesino expone enumerando los hechos:
- El caso de las tierras que perdieron unos campesinos injustamente.
- El aumento arbitrario en el monto de los préstamos que les habían concedido.
- La muerte de su hijo por haber ido a reclamar a la autoridad.
- El cierre del canal del agua.
- La violación de dos muchachas del pueblo.
"Todas las quejas tienen al mismo culpable: "las tierritas se le quedaron al Presidente Municipal", "el Presidente Municipal trajo unos señores de México, que con muchos poderes…", "el Presidente Municipal cerró el canal", "el Presidente Municipal con los suyos, que son gente mala y nos robaron dos muchachas" (pp. 12 y 13).
"Las injusticias aumentan en gravedad según se narran ante la asamblea, y el tono de quien habla aumenta también en intensidad: "Por primera vez, la voz de Sacramento vibró. En ella latió una amenaza, un odio, una decisión ominosa." (p. 13). El campesino agrega que en todas las ocasiones han recurrido a diversas autoridades y en ninguna ocasión se ha respondido a sus demandas. Y solicita, a nombre de la comunidad, el permiso para hacer justicia por propia mano.
"Luego de estas intervenciones, toca el turno a los miembros de la asamblea que discuten entre sí. Gracias al estilo directo, conocemos las diversas opiniones de los asistentes. Uno califica de absurda la petición, otro señala que sería ir contra las instituciones, unos más aluden al concepto civilización/barbarie y lo califican de "acto fuera de la ley". Y en este momento, la asamblea se divide también en dos sectores: los que argumentan en contra de la petición y los que están a favor de ella. En este segundo grupo se encuentra el presidente de la asamblea.
"Desde el inicio del cuento se describe al presidente de manera peculiar. Sus "enhiestos bigotes", con un paliacate "se suena las narices ruidosamente" y, al fin, el narrador agrega: "Él también fue hombre del campo. Pero hace ya mucho tiempo. Ahora, de aquello, la ciudad y su posición sólo le han dejado el pañuelo y la rugosidad de sus manos." (pp. 9 y 10).
"Las calamidades que han sufrido los campesinos conmueven a la asamblea. Y las voces en contra comienzan a ser acalladas:
"-¿Y qué peores actos fuera de la ley que los que ellos denuncian? Si a nosotros nos hubieran ofendido como los han ofendido a ellos; si a nosotros nos hubieran causado menos daños que los que les han hecho padecer, ya hubiéramos matado, ya hubiéramos olvidado una justicia que no interviene. Yo exijo que se someta a votación la propuesta. (p 14) Se refiere evidentemente a la autorización de la Asamblea para hacer justicia por mano propia.
 "Luego de otras intervenciones, habla el presidente de la asamblea:
"Ahora interviene el presidente. Surge en él el hombre del campo. Su voz es inapelable.
"-Será la asamblea la que decida. Yo asumo la responsabilidad.
"Se dirige al auditorio. Su voz es una voz campesina, la misma voz que debe haber hablado allá en el monte, confundida con la tierra, con los suyos. (p. 15)
"El narrador insiste en la calidad de la enunciación de quien preside. La asamblea vota a favor de la propuesta y los campesinos agradecen e informan:
"-Pos muchas gracias por el permiso, porque como nadie nos hacía caso, desde ayer el Presidente Municipal de San Juan de las Manzanas está difunto. (p. 15)"

Citamos a esta autora para que se vea con claridad que la interpretación que doy al cuento de Valadés no está sesgada por mi propia condición de crítico u opositor al sistema. Pero ustedes pueden juzgar y coincidir conmigo que la situación es muy semejante a la que vivimos. Que la corrupción y el tráfico de influencias ha empeorado, y que la respuesta, como la dejó ver Valadés, es naturalmente la justicia por propia mano y la ley popular, lo que explica la aparición y proliferación de autodefensas y policías comunitarias. En este caso, como artista, Valadés fue un visionario, un anticipador de los procesos que enraizados en la tradición popular explicarán mucho de lo que falta por venir. Que no será la justicia por parte del Estado.

Debo hacer notar, sin embargo, que su espíritu crítico y su desconfianza en las instituciones, no le impidieron servir desde la administración pública. En el gobierno federal desempeñó el cargo de subjefe de la oficina de prensa de la Presidencia de la República durante el gobierno de Adolfo Ruiz Cortines. Y más tarde fue el asesor que redactaba los discursos del presidente López Mateos.

Refiere uno de quienes han escrito semblanzas suyas que "Al mismo tiempo fue un importante colaborador y profesor del Centro Mexicano de Escritores y un maestro de cientos de cuentistas y jóvenes literatos.

El mismo biógrafo nos menciona que "Fue periodista en las revistas Hoy, y Así. Y después ingresó al diario mexicano Novedades del que fue reportero, editorialista y director editorial. Y que al mismo tiempo publicó columnas de crítica literaria en los diarios El Día, Excélsior y Uno más uno.

"Valadés recibió las siguientes distinciones concluye el autor de esa nota biográfica: la medalla Netzahualcóyotl, otorgada por la Sociedad General de Escritores de México (SOGEM), el Premio nacional de Periodismo en 1981 por su trabajo en la revista El Cuento; y el Premio Rosario Castellanos, que otorga el Club de Periodistas de México. En 1964 fundó la ya mencionada revista El Cuento, de la que fue director hasta su muerte y que rebasó los 110 números. En ella, Valadés se dedicó a difundir cuentos y cuentistas poco conocidos, a través de una búsqueda de nuevos talentos y de traducciones de clásicos en otras lenguas que muchas veces realizaba él mismo. La revista se convirtió en una de las más difundidas y buscadas publicaciones periódicas literarias de la época."
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Quisiera ahora ilustrar a ustedes lo que vengo diciendo con algunas citas de otro cuento de nuestro homenajeado de hoy:

El cuento que debo citar se titula Las raíces irritadas, y tiene en su parte inicial este párrafo magistral de la prosa castellana:
"Allí nadie pregunta nada. Nomás si acaso el patrón y muy lo necesario. Todo se sabe de oídas, en susurros, a medias palabras. No puede haber conversación. Pasa un viento cargado de temor y desparrama las cosas. O se quedan allí, como si a escondidas alguien tirara monedas que quién se anima a levantar. A veces ni a otros ojos ve uno, no vayan a comprometer. Las orejas revientan de secretos, de ásperos murmullos, como costras que se quisiera uno rascar. Por eso es bueno irse al monte, a cansar la indiscreción tras de un temazate guindao. O a solas beber, hasta que los ojos cierran sus dos pesadas puertas. Y atrás de esas puertas uno reposa, aunque sea un rato, porque luego se entrometen los sueños y despiertan difuntos que lo denuncian todo, a gritos. Me cuadraba que lloviera recio y tupido, porque el ruido ensordecía las ganas de hablar. El agua hablaba, pero sus palabras no eran malas. Era la lluvia una mansa cortina de tranquilidad."

En este apretado texto Valadés, deja claro que no existe otra realidad que la del patrón. Pero lo dice con la maestría de quien en lugar de hacer mera descripción convierte la cruda realidad en una dimensión poética de denuncia.

En el desarrollo del cuento Valadés prosigue:
"Yo vi al hijo del patrón forzar a una muchacha. Fue delante de estos ojos que se han de comer los gusanos y como si yo no supiera ver. La jaloneó de las trenzas y la golpeó con su escuadra, sin nada de miramiento. Fue cerca del pozo, donde el aire tronchó un árbol. La muchacha se defendió lo que pudo, pero pudo más la maña del hijo del patrón. Bien que le rasgó las faldas y le tironeó los calzones. Hasta que ya desmayada le abrió las piernas y le robó su virginidad. Y yo me puse a pensar en la muchacha de Cuquila, con mucha muina y también mis malas ideas. Me estaban dando apuros de tener a la muchacha del pueblo, pero a las buenas. Y mi coraje era pensar que el hijo del patrón hubiera hecho lo mismo con ella. Yo no hubiera imaginado tanta desconsideración. Me caía otro secreto que traía su lumbre. Pero si al padre de la muchacha lo mataron cuando fue a reclamar, ¿quién carajos daría constancia?"

En ese mundo de injusticia es que va construyendo un escenario en el que el personaje va a romper con el mundo aceptado o impuesto. El patrón lo envía primero a sacarle la firma de compromiso de pago de una deuda a un productor de café. Y luego a cobrarle no la suma de café acordada, sino una cantidad mucho mayor, alegando la caída del precio del aromático:

"Hasta llegar a la casa del poquitero, con las mulas, los peones y los pistoleros. Allí estaba, en la puerta, bien asentado, con todo su cuerpo como lleno de respeto, muy en su sitio de hombre, muy en confianza con todo lo que le rodeaba. Sus brazos fibrudos le colgaban fuera de la camisa arremangada y nomás se encogieron un poco al vernos llegar con tanto apresto. Pero nos vio sin darse por entendido de que íbamos a lo que íbamos, como si pasáramos a saludarlo, aunque él debería ir maliciando que a nada bueno me acompañaban tantos pistoleros del patrón. Y así habló con su voz tranquila:
—¿A qué debemos la visita? Habrá que matar una gallina.
No había sorna en sus palabras. Eran dichas con buena disposición. Ya lo habíamos rodeado sin bajarnos de nuestras cabalgaduras y los muchachos lo provocaban con turbias miradas, dispuestos a mortificarlo.
—Usted perdonará, pero el patrón nos manda por los cincuenta quintales que le sale usted debiendo.
—Habrá un error. El papel con sus letras dice que serán treinta.
La voz del poquitero era firme y nada alterada: Me temía que si perdía su calma, sería señal para que estallara la ley del patrón. Para que salieran las pistolas a regar su luto.
—El patrón dice que perdone usted, pero que bajó el precio del café y se tiene que emparejar.
—Bien se emparejará. Mi café es pergamino y me lo va tomando a 75 pesos y da la casualidad que a 600 lo pagan en el puerto.
Era pasado el mediodía y el calor hervía la tierra. Chorriábamos sudor y la impaciencia se encabritaba a mal querer. En esa lumbre podía reventar lo jijo de los pistoleros. El poquitero, cercado, nos caló como quien mide la tierra cuando va a sembrar.
—Pues mire nomás, no lo paso a creer.
—Mejor le valdría no discutir. Cincuenta quintales dijo el patrón.
—¿De qué valdrán los papeles? ¿Para un carajo?
La voz del poquitero estuvo a punto de arder a malas palabras. Sus ojos dejaron ver que por su cuerpo le iba corriendo un coraje muy fuerte que él quería contener. Le puso freno al carajo, con rápida duda entre aventarnos su enojo o tener que comerse su muina."

El resultado de esa situación –nos relata Valadés a continuación-- es que una vez que han pagado la deuda, la brigada de pistoleros que acompaña al personaje es emboscada y acribillada por el poquitero, siendo muertos los tres gatilleros del patrón. Y entonces el personaje cuenta:

"Volví a la finca, a la vida del "mande usted". A vivir de cerca la ley del patrón. ¡Qué cosas no vi! Pero el patrón nos ponía su distancia. Era una obligación que había que acatar. Él podía disponer lo que fuera su voluntad. Tanto muerto como él mandó matar hacían imposible decirle "ya no se desmande" o "téngase la mano". Él tenía el derecho de todo, con buenas o malas razones. Y sus razones eran siempre malas para abarcar y hacer suyo lo que era de otros. Allí estaban sus muchachos, sus pistoleros, para aquietar a quien tuviera dudas, para desaparecer a quien estorbara. Sabe usted, se vive así como que todo está hecho para que uno reciba humillaciones y tenga que doblar la cabeza. Los pocos que se van atreviendo, nada más los quitan de en medio y no le quedan arrestos a nadie ni de decir "no sea usted así, tóquese el corazón". El patrón es la justicia, es el juez, es la autoridad, es todo. Como que nos echaron al mundo para ser esclavos. Si se queja usted con la autoridad, la autoridad está con el patrón. Si va usted con las fuerzas militares, están con el patrón. Si va usted a la iglesia, el cura está con el patrón o nomás le pide resignación. Se agacha la cabeza y como que entre todos lo van dejando a uno capado. Uno ve las injusticias y se van quedando olvidadas, pues quién va a abrir la boca. De nada vale traer pantalones ni dizque ser muy alebrestado. Ante el patrón uno no es el dueño ni de sus propios tompiates."

La descripción de los hechos no está pensada en circunstancias peculiares o excepcionales, sino tratando de describir precisamente lo que vivía el campo mexicano de la postrevolución, y lo que de alguna manera sigue siendo una realidad cotidiana más de cincuenta años más tarde.

Pero lo importante es el desenlace. El patrón llama al personaje a su despacho, y ahí le insulta y le amenaza. Provocando la respuesta definitiva del campesino. Valadés la describe así:
"Yo me fui tras el patrón y luego lo que debe haber ocurrido no esclarezco si fue sueño o realidad. Ya ni siquiera sé cómo aquello empezó. Porque quizás principié por decirle: "Vea usted, ahora me ha de dispensar, pero me quiero ir de aquí." Y tal vez él me contestó: "Mejor te quedas. ¿Quién carajos te crees que eres para dejarme tirado el trabajo?" Y con ese insulto él debe haber agregado otras muchas ofensas que no eran de soportar. Y yo debí recordar al poquitero, y a Gertrudis y el mal pensamiento de que la fueran a violar. Y todo eso y mucho más que no recuerdo me recalentó mi muina y me hizo dueño de mi propia hombría. Y se me salieron las palabras que yo siempre había querido arrojar:
"—De carajos a carajos también se los voy a decir y ya va siendo hora de que vaya usted a tiznar a su madre...
"Y le vacié la pistola y cada tiro era como descargar todo lo que me hacía daño. Fue de allí que me agarraron y me trajeron a Oaxaca. El juez me amontonó muchas culpas y los periódicos dijeron que yo era un matón que debía muchas muertes y todo lo que habían hecho los pistoleros del patrón. Y yo estaba seguro de no haber matado a nadie más que a él. Pero me han criminado, como si él todavía viviera. Porque yo lo maté a él, pero no a su ley. Y esa ley sigue viviendo."

Ayotzinapa, Tlatlaya, y tantas fechas de la historia reciente, confirman las palabras de Valadés. Esa ley sigue viviendo. En espera de personajes como los que él retrata, que pongan la justicia en manos del pueblo.

A mí en lo personal, sus dos cuentos más populares, La muerte tiene permiso, y Las Raíces irritadas, son el mejor ejemplo de la literatura nacional del género. Y sin que quiera compararlo con otros autores, debo subrayar que en Valadés está el mensaje social, está la denuncia, está el retrato de la injusticia y la reivindicación de la soberanía del pueblo. Cosas de la mayor importancia. Que en la situación actual dan a su obra una proyección visionaria y con gran significación de nuestra identidad.

Para la generación actual es una lectura indispensable. Pues vincula nuestro pasado con nuestra actualidad, pero además nos sintetiza los valores nacionales a través de los cuales debemos ver los hechos del día. Siempre y cuando lo abordemos con la misma serenidad y perspectiva con la que él abordó cada momento, pues como él decía:

" Que la verdad es la de este minuto en que camino, con mi edad, con mis manos como las manos de millones de hombres y que me fueron dadas también para que construya una parte de todo esto y para que acaricie a una mujer y ayude a un niño a saber caminar."

En la historia de los pueblos, una parte está cimentada en las instituciones políticas y en las estructuras sociales --ese conjunto que nos ofrecen o garantizan derechos o servicios conquistados. O que deberían ofrecernos o garantizárnoslos, aunque hoy suene irreal en medio de este panorama de destrucción del estado nacional.

Pero hay otra parte de las instituciones, que es donde se recogen los valores, los aires o sentimientos sobre la vida, sobre la familia, sobre el ser humano. Esas Instituciones las construyen los artistas con sus obras, con sus novelas, sus cuentos, su labor paciente de instrucción o enseñanza. Y Edmundo es parte fundamental de estas Instituciones de la identidad nacional.

En él está el testimonio de lo que es el coraje social, la acumulación de agravios y las razones del estallido popular por la justicia. Y aunque parezca paradójico, está también una infinita modestia, una sencillez que rinde homenaje ante lo humilde, lo simple, lo llano y auténtico que tiene el ser humano, el ser que es cualquier ciudadano, cualquier persona, que desde la asunción o aceptación de su cotidianidad, es sin embargo un fiel y absoluto guardián de su dignidad y su entereza.

Edmundo no exalta ni a los héroes ni a los caudillos. Su personaje es el hombre, el ciudadano común. Algo que él trató de ser. Pero que al mismo tiempo es la condición para ser cualquier otra cosa. Pues él no concebía ni al estadista, ni al pensador o al político, como alguien que se elevara por encima de la masa, del pueblo o de los conciudadanos. El concebía, en este sentido, la democracia, como una democracia sin pretensiones, sin grandilocuencia, como algo estricto y simple, como una igualdad donde los seres humanos compartían sus limitaciones, sus pasiones, sus sueños, sus desgracias, y al compartirlas, aprendían a sentir con los demás, aprendían a verse reflejados en los otros, a pensar junto con ellos.
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