El lenguaje político como lenguaje sectorial

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Responder a este mensaje Asunto: 7/49 Opinión «El lenguaje político como lenguaje sectorial», por Francisco Collado Fecha: Martes, 5 de Junio, 2007 08:49:30 (+0200) Autor: EdiJambia

N.º 49

MAYO-JUNIO 2007

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EL LENGUAJE POLÍTICO COMO LENGUAJE SECTORIAL Francisco Collado Campaña

L

a existencia de un lenguaje político, concebido como una variedad propia de un colectivo profesional, ha sido negada por algunos lingüistas en los últimos tiempos. En este sentido, no puede hablarse con propiedad de un lenguaje político como tal, sino más bien de la lengua en el discurso político[1]. Más aún, domina en esta hipótesis una serie de confusiones entre lo que debe ser y lo que es el objeto de este lenguaje político, ya negado a priori[2]. Ambos hechos, la negación del lenguaje político y las dudas sobre cuál es su fin, están en el origen de una confusión que es la analogía entre la ‘política’ y la ‘publicidad’. En otras palabras, los lingüistas han equiparado muchas veces las funciones de la actividad pública con las de la propaganda. Antes de abordar este asunto, es preciso definir qué entendemos como lenguaje especial. Para ello, nos basaremos en las definiciones de Rodríguez Díez[3], que entiende como lenguaje sectorial aquel que corresponde a actividades y profesiones sin una finalidad críptica, es decir, posee una clara vocación de ser útil y transmisible. A esta definición, añadimos la postura de Lázaro Carreter, que concibe el lenguaje sectorial como un islote en el seno de la lengua general, al que caracterizan algunos rasgos compartidos entre sus miembros, como una semántica común. Y, precisamente, la posesión de palabras y términos con un sentido distinto y una apreciación exacta a los usados en el lenguaje general es la marca distintiva de estos lenguajes especiales. A este respecto, Marina Fernández Lagunilla establece que el lenguaje político es, ante todo, la lengua en la política ya que sus rasgos se alejan de las características de los lenguajes sectoriales. Para comenzar, apunta que los lenguajes sectoriales van dirigidos a un público cerrado como un grupo o colectivo, cuando el discurso político va dirigido a todos los ciudadanos[4]. Con elistas.egrupos.net/lista/gibralfaro/archivo/indice/321/msg/733/

"Marina Fernández Lagunilla establece que el lenguaje político es, ante todo, la lengua en la política ya que sus rasgos se alejan de las características de los 1/5

lenguajes sectoriales."

esta afirmación, Lagunilla sólo ha tenido en cuenta la dimensión abierta y pública de la lengua en la política, desconsiderando la realidad del lenguaje político como una variedad críptica que manejan los técnicos de la caja cerrada; en otras palabras, los propios políticos entre sí mismos y en los textos administrativos. Por tanto, su negación carece de sentido, al tener un sesgo marcado por la realidad política que percibimos a través de los medios. Asimismo, entiende que el lenguaje político no puede considerarse como tal, porque adopta términos propios de otras disciplinas. Pero es arriesgado no reconocer que la ciencia política ha bebido de distintos saberes; en especial, del análisis matemático, la economía y el derecho. Y que negar la adopción de esta terminología bastarda por parte de la politología es un hecho que no permitiría ningún conocedor de la historia de esta disciplina. Antes que plantearse la cuestión de la vulgarización de la política, cabría hablar de la obsolescencia del discurso público político por intereses propagandísticos. Y que esta degeneración del lenguaje que acusa Fernández Lagunilla es fruto de la democracia no es más cierto que la perversión en las palabras aumenta con la necesidad de dotar a los candidatos políticos de un aparato publicitario y de propaganda institucional. La equidad entre la política y la propaganda es el resultado de una visión distorsionada de la realidad pública. Es una información que no conocemos al completo, sino en una determinada cuota inferior a su totalidad[5]. Cuando el receptor observa al dirigente hablando, durante un lapso de varios segundos considera que lo sabe todo o, al menos, lo más importante. Y es que éste es uno más de los efectos psicológicos propios del mensaje parcelado[6] que percibe la audiencia a través de los medios de comunicación, lo que ha provocado el nacimiento de la negación de un lenguaje sectorial propio de los profesionales políticos desde algunos autores y lingüistas. La afirmación del lenguaje político como tal es una tarea que debe fundamentarse en la revisión de la relación entre la lengua y la actividad colectiva. Por tanto, el lenguaje político puede existir en la medida en que se separa la finalidad de captación de la finalidad de negociación y estrategia. El lenguaje político no permite ser entendido como un instrumento más de la propaganda, sino que, en todo caso, es un recurso propio de la ordenación humana[7]. La analogía entre la propaganda y la política tiene una historia más antigua que la actualmente observada en los medios de comunicación, pues, durante mucho tiempo, los dirigentes y los tiranos han ambicionado, por todas las vías posibles, el control de sus súbditos, antes que la mejora de sus condiciones de vida. Este deseo[8] surge en la necesidad de la manipulación de los gobernados, es decir, de la comunidad. Tradicionalmente, la politología ha acuñado dos visiones opuestas y, a la vez, complementarias del fenómeno de la vida pública. En cada una de ellas se muestra la relación entre la política y la capacidad de hablar y entre la primera y la persuasión.

"La analogía entre la propaganda y la política tiene una historia más antigua que la actualmente observada en los medios de comunicación."

Rafael del Águila divide la visión de la política en dos vertientes clásicas para abordar el fenómeno político[9]. Una primera, basada en una línea de pensamiento aristotélico, por la cual las personas se humanizan mediante el empleo de la palabra en la deliberación pública de los asuntos comunes. De ahí que, en dicha visión democrática, adquiera un valor inigualable la capacidad del hombre para llegar a un consenso común, y que ese acuerdo, del que es padre el lenguaje, sólo se mantendrá mientras exista un intercambio dialéctico entre los miembros de la comunidad. En otras palabras, las instituciones y la política sólo existen en la medida en que el debate público les otorga legitimidad. Pero la segunda línea establece las definiciones realistas o maquiavelianas que apuntan a la política como un hecho conflictivo y violento. Por tanto, este peso que Aristóteles otorga a la palabra y a la cooperación pierde valor, y el lenguaje se convierte ante todo en un instrumento de la manipulación. Desde esta perspectiva, el interés del actor político por conseguir sus objetivos frente a la oposición de los demás es el eje central del análisis social. El hecho de reprobar la preeminencia de un lenguaje propio de la clase política tiene, sobre todo, su origen en la teoría aristotélica de la política y del ser humano enunciada anteriormente. Para el estagirita, el hombre es el único animal que posee el don de la palabra; otros tienen la voz para manifestar el dolor y el placer elistas.egrupos.net/lista/gibralfaro/archivo/indice/321/msg/733/

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mediante sonidos guturales[10]. Por eso, la naturaleza, al darles sensaciones agradables o penosas, les ha provisto de un órgano para comunicarlas a los individuos de su especie, ha limitado su lenguaje. Por contra, al dotar al hombre del don de la palabra para expresar el bien y el mal moral, y, por tanto, lo justo y lo injusto, a él sólo le ha otorgado este valioso presente, porque sólo él tiene el sentimiento del bien y del mal, de lo justo y lo injusto, y de otros sentimientos análogos que, al asociarse, forman el Estado y la familia. Por su parte, Maquiavelo establece una divergencia en el doble sentido del lenguaje para la manipulación, el engaño y la persuasión de los actores políticos. El toscano sustenta este uso en el lenguaje político “porque hay tanta diferencia en cómo se vive y en cómo se debería vivir. Los hombres que quieren hacer profesión de bueno, suelen perderse entre aquellos que no lo son[]. Y así, al emplear un lenguaje con una finalidad moral en la actividad pública, el político fracasaría irremediablemente, según Maquiavelo. Esta diferenciación de las definiciones de la política está fundamentada en visiones antitéticas del lenguaje: para una, es la capacidad para cooperar, y para otra, es el poder para conquistar. No obstante, estas perspectivas van más allá en la figura de Joseph Maria Vallès, quien aúna la naturaleza del conflicto propia de la política y la necesaria existencia del colectivo para que se produzca dicha violencia pública. Vallès concibe la actividad política como un fenómeno unido a la vida en sociedad y a las desavenencias propias de dicha convivencia[12]. Entendida de ese modo, la política es definida como la gestión coactiva del conflicto colectivo con el objeto de mantener la cohesión social. Dicha actividad no puede resolver la mayoría de las discrepancias, pero tiene como fin administrar aquellas que mantengan la estabilidad de la comunidad. Desde el punto de vista de Vallès, el lenguaje político, más que un instrumento de captación de prosélitos, sería un recurso para la gestión de los problemas comunes por parte de los dirigentes políticos. La finalidad de este lenguaje sectorial consistiría en organizar, gestionar y resolver los problemas de la comunidad de cara a mantener la cohesión social, lo que implica que, en algunos momentos, se recurra a la propaganda y a la difusión de la imagen pública, aunque no sería ésta su competencia única. Los estudios lingüísticos sobre la terminología jurídica y administrativa vendrían a corroborar este lenguaje político que niega Lagunilla. El fenómeno de que el lenguaje político sea ante todo un lenguaje especial es el hecho de constituir una variedad dirigida a un fin objetivo, el de organizar la sociedad mediante una metodología y una técnica. Por tanto, la consideración del lenguaje político como una terminología propia de una profesión y de una ciencia es fruto del positivismo cientificista que ha engendrado la ciencia política como una disciplina y saber autónomo. Cabe mencionar que la redacción de nuestra Constitución fue la unificación de siete textos, cada uno de distintas ideologías, que pretendían, mediante un método, ordenar la sociedad española, que esperaba un cambio democrático[13]. Si tenemos en cuenta las anteriores definiciones, también este lenguaje se ordena de cara a configurar una comunidad propia a la hora de hablar sobre política. E incluso, en algunos casos, como en las ideologías y los conflictos, se produce una divergencia de los términos empleados como resultado de las distintas maneras y técnicas para abordar los asuntos.

"La redacción de nuestra Constitución fue la unificación de siete textos, cada uno de distintas ideologías, que pretendían, mediante un método, ordenar la sociedad española, que esperaba un cambio democrático."

Es tal la importancia que juega el papel del lenguaje, que incluso los colectivos ciudadanos realmente concienciados y movilizados frente a los problemas y las crisis generan y codifican unos términos capaces de distinguir a los primeros, consensuadores, de los segundos, violentos. Tal caso lo podemos observar en el Vocabulario democrático del lenguaje político vasco[14], que diferencia una lengua vasca democrática de esa otra terminología política unilateral y agresiva de esta lengua, acuñada por las instituciones nacionalistas de la comunidad vasca. Por tanto, el lenguaje político puede ser considerado como el lenguaje sectorial empleado por los profesionales de la política, los dirigentes, los politólogos y los ciudadanos con la finalidad de obtener, ejecutar y perder el poder político de cara a gestionar coactivamente los conflictos colectivos de la comunidad para mantener su estabilidad social. Y así, el lenguaje empleado en los discursos debería considerarse elistas.egrupos.net/lista/gibralfaro/archivo/indice/321/msg/733/

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como lenguaje propagandístico, ya que, de por sí, no crea ninguna estrategia de cara a mantener la sociedad, sino que divulga un mensaje publicitario con una pretensión manifiestamente persuasiva. En ese sentido, el lenguaje político estaría formado por la semántica empleada en los textos administrativos, en la redacción de normas, en el diseño de la jurisprudencia y en la negociación política en todos los ámbitos del poder. A esto añadimos que el lenguaje político adquiere, según el contexto y las necesidades, una forma similar a las jergas o a un lenguaje técnicocientífico cuando se abordan aspectos puramente profesionales. Esta definición concuerda manifiestamente con la aportada por Susana Guerrero, quien entiende este lenguaje de la clase política como un sello distintivo de grupo utilizado para cumplir unas funciones, y que, si bien destaca en él la función apelativa, no podemos entenderlo polarizado en dos vertientes, una abierta al público y otra internamente cerrada, puesto que ambas corresponden al mismo fenómeno, que es el sistema político de Easton. Y dentro de este sistema se producen una serie de procesos comunicativos, con demandas ascendentes desde la ciudadanía hasta los políticos y descendentes, posteriormente, tras la deliberación sometida por los dirigentes, que traducen estas exigencias en una respuesta política. _______________ [1] Marina Fernández Lagunilla entiende el lenguaje político como la perversión de las normas lingüísticas en la actividad pública de los dirigentes. [2] Autores como Fernández Lagunilla, Buhler y García Santos entienden que la finalidad del lenguaje político sería la captación de adeptos, cuando realmente este objetivo corresponde a la oratoria, la propaganda y la publicidad. [3] Susana Guerrero Salazar y Emilio A. Núñez Cabezas, Medios de comunicación y español actual, Ediciones Aljibe, Málaga, 2002; p. 18. [4] Marina Fernández Lagunilla, La lengua en la comunicación política I: El discurso del poder, Arco Libros, Madrid, 1999; pp. 15-16. [5] El politólogo David Easton habla de la “caja negra” como ese proceso de comunicación a puerta cerrada que se produce en el seno de la comunidad política y al que no tienen acceso el resto de los ciudadanos. Los cuales sólo conocen las deliberaciones —mediante el mensaje de los medios de masas— que son el resultado de dicho intercambio interno entre los representantes. [6] Es un mensaje parcelado en cuanto que el redactor elige la cita textual o el fragmento oral de la fuente que desea mostrar a su público para que conozca de una forma sencilla la información contenida. [7] Las constituciones democráticas como la estadounidense y la francesa añaden desde las revoluciones burguesas la necesidad de que todas las normas sean escritas y públicas para que las conozcan todas las personas. Así, la ley y la política dejan de ser unos caracteres crípticos para convertirse en una información abierta al exterior. [8] Es el objetivo clásico de los autores realistas como Maquiavelo, para quien prima el éxito del príncipe por encima de los intereses de los súbditos. [9] Rafael del Águila, en Manual de Ciencia Política, Editorial Trotta, Madrid, 1997; pp. 21-22. [10] Aritóteles, La política, Ediciones Alba, Madrid, 2002; pp. 29-30. [11] Nicolás Maquiavelo, El príncipe, Editorial Alba, Madrid, 2002; p. 89. [12] Joseph Maria Vallès, Ciencia política: una introducción, Ariel, Barcelona, 2006; pp. 18-19. [13] María Noemí Domínguez, El lenguaje jurídico-político: La constitución española de 1978, La Página Ediciones, Madrid, 2002; pp. 15-16. [14] AA. VV., Vocabulario democrático del lenguaje político vasco, Ciudadanía y Libertad-Hiri Libertateak, Vitoria, 2002.

PARA SABER MÁS: AA. VV.: Vocabulario democrático del lenguaje político vasco. Vitoria: Ciudadanía y Libertad-Hiri Libertateak, 2002. ARISTÓTELES: La política. Madrid: Ediciones Alba, 2002. DEL ÁGUILA, Rafael: Manual de Ciencia Política. Madrid: Editorial Trotta, 1997. DOMÍNGUEZ, María Noemí: El lenguaje jurídico-político: La constitución española de 1978. Madrid: La Página Ediciones, 2002. FERNÁNDEZ LAGUNILLA, Marina: La lengua en la comunicación política I: El discurso del poder. Madrid: Arco Libros, 1999. FERNÁNDEZ LAGUNILLA, Marina: La lengua en la comunicación política II: El discurso del poder. Madrid: Arco Libros, 1999. GUERRERO SALAZAR, Susana y Emilio A. NÚÑEZ CABEZAS: Medios de comunicación y español actual. Málaga: Ediciones Aljibe, 2002. MAQUIAVELO, Nicolás: El príncipe. Madrid: Editorial Alba, 2002. elistas.egrupos.net/lista/gibralfaro/archivo/indice/321/msg/733/

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VALLÈS, Joseph Maria: Ciencia política: una introducción. Barcelona: Ariel, 2006.

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