Emilio Alarcos García (1895-1986)

May 24, 2017 | Autor: O. de Emilio Alarcos | Categoria: History of Linguistics, Spanish, Linguistics
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EMILIO ALARCOS GARCÍA

(1895-1986)

«Honora patrem tuum et matrem tuam, ut sis longaeuus super terram, quam Dominus Deus tuus dabit tibi», dijo entre otras cosas Yavé a Moisés para instrucción del pueblo de Israel, según consta en el Éxodo (20.12). Y aunque los fariseos, y sus sucesores hasta hoy, se las han arreglado para justificar la omisión del mandamiento (lo cual ya fustigó jesús en su día, Mt. 15.5-7; Me. 7.11-13), la verdad es que la sociedad sigue distinguiendo con su aprecio al hombre que es capaz de cumplirlo. No por esta razón, ni por la primera de alcanzar la longevidad en este planeta transitorio, sino por espontánea piedad filial, me dispongo a seguir ese consejo, de tan larga tradición, aun teniendo que vencer el pudor de hablar de cosas íntimas en público y desechar el temor de hacerlo «pro domo mea». Estoy, pues, aquí, en este acto de homenaje, para concelebrar el centenario del nacimiento de mi padre (15 de enero de 1895), que yo, afectivamente, extiendo al también centenario del de mi madre (26 de marzo de 1895). Aunque sus vidas fuesen solo simultáneas apenas cuarenta años (entre 1916 y 1955), yo los veo juntos y complementarios. Ambos fueron mis primeros maestros de lengua y de actitudes, y de ellos heredé 241

disposiciones varias, acrecidas o amenguadas por el destino azaroso en mezcla inextricable. Si en cierta ocasión apliqué a mi padre el dictado rubeniano de «padre y maestro mágico», no menos propio sería asimismo haber llamado «madre y maestra mágica» a mi madre en aquellos primeros años de la infancia. Conforme fuimos mis hermanos y yo penetrando en el mundo que a diario descubríamos, los dos ejercieron de padres y maestros mágicos, en una medida que solo nosotros podemos estimar. No me ruborizo en proclamarlo como testimonio de no exigida gratitud en su centenario. Sed de domeslicis rebus satis. En el reparto de papeles de este simposio, me ha correspondido que discurra acerca de "La obra lingüística de Emilio Alarcos García". No sé hasta qué punto es válido cortar con tajo radical lo lingüístico y lo literario en las actividades de los que se sintieron atraídos por las letras en el primer tercio de siglo. Mi padre (a partir de ahora, para evitar monotonía, lo llamaré también por su apellido) todavía estudió, y en Salamanca, las humanidades indiferenciadas que constituían en aquellas fechas la carrera de Filosofía y Letras, la cual, me parece, se escindía en las tres secciones de Letras, Historia y Filosofía. Se estudiaban en Letras, además de lo español, todas las lenguas clásicas con sus literaturas: latín, griego, hebreo y árabe (y hasta sánscrito en el doctorado, estudios que entonces, y hasta ya entrada la segunda mitad de la centuria, eran exclusivos de la Universidad Central, la de Madrid). La especialización era posterior, y muchas veces la 242

elección que se adoptaba dependía de las cátedras vacantes presentidas en el horizonte. Recuerdo el caso de quien se dedicó al hebreo sólo porque ésa era la cátedra que iba a quedar libre más temprano en Madrid. No extrañará, pues, que el que escogía las letras españolas no diferenciase sus predilecciones por la lengua o la literatura, ya que, incluyendo todas las cátedras ambos aspectos, para hacer oposiciones había que dominar adecuadamente uno y otro campo. La formación de los estudiantes que acabaron su licenciatura o doctorado en la segunda decena del novecientos era fundamentalmente la de filólogos, adiestrados en el método positivista, duchos en gramática histórica y en el comparativismo, y sobre todo rigurosos seguidores del historicismo en lo que concierne a la literatura, aunque muchos ya, por las lecturas de Croce, iban a inclinarse luego al idealismo vossleriano y sus derivaciones. Pero a pesar de todo, aunque a veces se dejasen llevar por el influjo de la brillantez idealista, no se apartaron demasiado de las sólidas bases del positivismo y fueron esencialmente filólogos historicistas. Y es lo que no dejó de ser Alarcos García. Fue discípulo de Unamuno y del latinista Pedro Urbano González de la Calle en Salamanca, y de Menéndez Pidal y Américo Castro en Madrid, y así, dados el temperamento y las aficiones de tales maestros, pudo combinar en síntesis equilibrada el rigor y a veces la frialdad de unos con el entusiasmo y hasta el rapto de otros. Aparte de colaborar con escritos de índole literaria en algunos periódicos ovetenses y salmantinos, comenzó sus investigado243

nes, las que le condujeron a redactar la tesis doctoral, por el camino de la erudición histórico-literaria y de la gramática, convencido de que los arrebatos había que guardarlos para la intimidad. Toda la vida se la pasó leyendo, escribiendo papeles o guiones de conferencias y rellenando fichas, hasta que la casi total ceguera de sus duros años finales le impidió practicar esos sus deportes favoritos. Sin embargo, desconfiado y escéptico sobre lo definitivo de sus trabajos, y poco proclive a difundir sus meditaciones o hallazgos, publicó poco. Por naturaleza, no le preocupaba demasiado la repercusión de esas cosas. Además, la mecánica universitaria de aquellos tiempos no había sido todavía atacada por el virus insano del currículum galopante y no se exigía que el profesor manifestara su sapiencia y su actividad investigadora expeliendo arreo folios y folios de letra impresa más o menos necesaria, y teniendo que perder su tiempo "a muy malas jornadas" en redactar burocráticos balances anuales ante autoridades de dudosa solvencia. Se estimaba más importante la actividad docente, el desempeñar con asiduidad, decoro, afición y conocimientos la «dichosa horita de clase». Detrás de cada horita latían muchas horas y días de búsqueda y meditación. Ya escribió el profesor luis Suárez, cuando homenajearon a Alarcos con motivo de su jubilación en 1965, estas justas palabras sobre su pigricia escriturarla: "muchas de sus averiguaciones, vislumbradas apenas en conversaciones, charlas y conferencias, habrán de quedarse en el tintero; demasiado exigente consigo 244

mismo, se negaba de un modo sistemático a publicar, a menos de sentirse absolutamente seguro de sus conclusiones". Su afición a la lingüística, con su amplia formación en filología latina y su dedicación a enseñar la lengua del Lacio, no le abandonó nunca. Como anécdota, recordaré que, en tercero de bachillerato del plan de la República, teníamos en "lengua Española" unas nociones de gramática histórica española. El profesor interino que nos había tocado aquel curso estaba preparando las entonces graves oposiciones a cátedras de institutos, y en consecuencia nos endilgó en clase unas cápsulas bastante compactas de tal disciplina, y nos anunció que exigiría en el examen la explicación de los resultados castellanos de unas cuantas palabras latinas. Cuando se lo conté a mi padre, me largó, para que me fuese empapando, el Menéndez Pidal, que con curiosidad afanosa leí parcialmente por primera vez, y además, para entrenamiento, me puso un ejercicio de adivanzas etimológicas. A mí, aquello me interesó por lo que tenía de persecución policiaca, y ya se ve adónde he llegado posteriormente. Pero, dejando estas lejanas historietas, debo señalar que por esos años se jubiló anticipadamente don Ramón de su cátedra de la Universidad Central, la de Filología Románica, que solo figuraba en el doctorado. Alarcos pensó concursar a ella y estuvo muchos meses dedicado a Meyer-lübke, a jud y jaberg, a Wartburg y demás romanistas de aquellas calendas. La guerra vino. Se produjo el inciso. Acalladas las armas y aburri245

do el ánimo, Alarcos renunció al concurso de Madrid y le dejó el paso libre a Dámaso Alonso. Por cierto, éste, cuando coincidieron en Valencia en los años bélicos y famélicos, había querido embarcar a mi padre en la empresa de un diccionario etimológico del español. Nunca se decidieron a ponerse en serio a la labor. Su formación esencialmente neogramática no le cerró la curiosidad por las novedades que la lingüística del siglo xx fue presentando. Conoció muy pronto el evangelio póstumo de Saussure y se interesó por sus derivaciones varias, las fonológicas, las estilísticas ginebrinas y hasta el tratado de gramática general preglosemático de Hjelrnslev. A propósito del autor danés, cuando en 1951 escribí yo para Gredos aquel escueto manualillo espinoso que resumía y ejemplificaba en español la glosemática, el director de la colección, Dámaso Alonso, que ya no tenía ganas de meterse en nuevos berenjenales teóricos, rogó a mi padre que se leyese y censurase el texto mío, pues en aquellos años no podía fiarse de nadie más. Debo reconocer que, sin las advertencias paternas, el librillo hubiera resultado de lectura aún más indigesta. Su curiosidad le llevó a leer también, años más tarde, los resultados de las primeras escaramuzas generativas, que no le atrajeron demasiado, porque le parecían una especie de regreso a la gramática racionalista de Port-Royal. Me limitaré ahora a comentar los trabajos de Alarcos que presentan más relación con la lingüística. Unos se refieren a cuestiones de gramática, otros a diversos aspectos de la lengua literaria. De los primeros, mencio246

naré "la doctrina gramatical de Gonzalo de Correas". Es un trabajo nacido como consecuencia de las lecturas en el maestro extremeño desde sus años juveniles, cuando redactó su tesis doctoral. Aparte del "Vokabulario de refranes, i Frases Proverbiales i otras formulas komunes de la lengua kastellana", Correas dejó inédito al morir su tratado gramatical más voluminoso, el "Arte de la lengua Española Castellana", cuyo manuscrito está fechado en 1625, seis años antes de su muerte. De una copia incompleta se tomó el texto publicado en 1903 por el Conde de la Viñaza. Alarcos editó el manuscrito original en 1954, al cual puso un prólogo en que refundía los datos biográficos de Correas expuestos en su tesis y la exposición de la doctrina gramatical sustentada en el "Arte" y en sus otros escritos gramaticales. Descartando la adicción de Correas a la peregrina y extravagante teoría defendida por el doctor López Madera, Ximénez Patón y otros eruditos del xv11, según la cual el español era una de las sententa y tantas lenguas desatadas en la confusión de Babel, las demás opiniones del catedrático extremeño son de gran interés, tanto para la historia de la gramática, como para el conocimiento de los hechos de la lengua española en su época. la Gramática castellana de Nebrija -concluye Alarcos- era una aplicación de los esquemas gramaticales de la gramática latina, pues "se esfuerza en poner de relieve lo propio y característico del castellano. Correas acentúa esta tendencia del Nebrisense. El profesor salmantino acepta los esquemas tradicionales, no porque sean los usados en la gramática 247

latina, sino por estimarlos propios de aquella gramática general, común a todas las lenguas, en que él creía, siguiendo la doctrina medieval. Pero concede grandísima atención a las particularidades, a los fenómenos peculiares de la lengua española, estudiándolos con más extensión y profundidad que Nebrija. Es el fruto de su observación y experiencia del idioma, tanto de la lengua hablada como de la literaria. En esto, y en su doctrina ortográfica, reside, sin duda alguna, el interés de los tratados gramaticales de aquel profesor amigo de refranes y frases populares, de aquel humanista tan desaforadamente entusiasta del idioma vernáculo". En el Arte grande, como lo llama Correas, tenemos una descripción de un estado de lengua, hecha con "espíritu independiente y a veces caprichoso". Subraya mi padre el punto de vista fonológico adoptado por Correas, que mostró con fina perspicacia las variantes de los fonemas y los fenómenos de neutralización, cuando dice, por ejemplo, que algunas letras (es decir, fonemas) "se ablandan, ó engrosezen, ó se eskurezen konkurriendo kon otras, ó konsigo", como las nasales, o como las sonoras con variación oclusiva y fricativa. Asimismo comenta Alarcos las opiniones de Correas acerca del carácter dependiente del artículo y las fluctuaciones de construcción de los verbos "ke azen a dos manos". Del estudio de Correas con su propuesta de ortografía fonética, por una parte, y, por otra, de haber trabajado en su época de doctorado en la transcripcion de documentos medievales con Menéndez Pidal, le vi248

no a mi padre la idea de escribir una "Historia de la ortografía española", cuya mención como obra en preparación aparecía en los primeros catálogos de la Biblioteca Románica Hispánica de la Editorial Gredos. Algunas octavillas con citas, algunas hojas con datos varios y algunos párrafos aislados deben de andar entre los papeles no bien ordenados de mi padre. Habría sido interesante que quedasen materiales más desarrollados de ese tratado histórico nonnato, donde seguramente se podrían ver las vacilaciones de criterio gráfico entre la adhesión a lo tradicional y el afán realista de escribir como se habla, según pretendía, entre otros, el maestro Correas. También en relación con estos estudios sobre las doctrinas del jaraiceño, hemos de situar otro propósito no cumplido. Por los años cuarenta estuvo muy ocupado mi padre leyendo gramáticas. Quería escribir un manual más bien de intención didáctica. Yo le vi escribir algunos capítulos que luego no sé dónde habrán ido a parar. Se desanimó al conocer los manuales de Amado Alonso y Pedro Henríquez Ureña que aparecieron con propósitos análogos en Argentina. Y también se le pasó por la cabeza hacer la historia de las gramáticas académicas. Nunca emprendió esa tarea, que sin duda le interesaba mucho, porque todavía me lo sugirió como posible tema para mi discurso académico. El otro aspecto de las aficiones lingüísticas de Alarcos García se refleja en el estudio de ciertos estilos literarios. Yo recuerdo, de cuando fui alumno suyo, la agudeza y la precisión con que nos comentaba los ejem249

plos literarios que leía en clase. Es una lástima que no se hubiese molestado en poner aquellos análisis por escrito. Se caracterizaban por la sobriedad y la pertinencia. Nunca se dejaba llevar por excesos de afectividad emocional. Son estos rasgos los que se revelan en algunas de sus publicaciones concernientes al estilo. Citaré el análisis pormenorizado de la lengua, tan elaborada y culterana, traspasada de juegos de ingenio y de conceptos, que utilizaba en sus sermones el predicador real y suntuoso trinitario fray Hortensia Félix Paravicino, nacido el mismo año que Quevedo, pero fallecido doce años antes que éste, y admirador y admirado de Góngora y el Greco. Al desmenuzar la estructura de los sermones, mi padre ofrece asimismo un estudio muy completo de su lengua, en el cual se muestran tanto las particularidades intencionales del contenido como las configuraciones sintácticas y léxicas de la expresión. los recursos de Paravicino se basan por una parte en el despliegue de una erudición no vulgar, en la búsqueda de extrañeza y delgadeza de los conceptos, en la sutil ornamentación mediante imágenes, metáforas, símiles y alegorías; y por otra, en el uso calculado de la enumeración para realzar la visión minuciosa de los objetos, con sartas de unidades equivalentes o alternancias de parataxis e hipotaxis, hábilmente combinadas para construir períodos largos y densos, llenos de precisos desarrollos simétricos, con letanías retóricas encaminadas a conseguir efectos contundentes, con aposiciones que contribuyen a la amplificación, con paralelismos que ponen de 250

relieve la similitud de situaciones o conceptos y con antítesis que apoyan con fuerza los contrastes. En este conjunto de procedimientos, cuya intención primordial (inherente a la oratoria) es la de apelar con maña al oyente y actuar eficazmente sobre él, no podían faltar el hipérbaton, tan grato a los culteranos, y el uso de construcciones sintácticas latinizantes al modo gongorino, así como la tendencia a adoptar, como un adorno más, el ritmo propio del verso y, sobre todo, la abundancia de léxico culto. Es un estilo de lengua que exige "cierto esfuerzo de la mente y determinado grado cultural en el lector; pero es perfectamente inteligible, completamente claro". Se hace patente en esta lengua lo esencial del barroquismo -termina Alarcos-: "la atracción de elementos dispares e inconexos en torno a un punto central para la expresión de la idea, ya en el plano de la belleza, ya en el de lo grotesco o la fealdad. Todo ello para lograr una expresión que, a la vez que provoque sorpresa y maravilla en el lector o en el oyente, suscite en él placer sensorial por los valores musicales y pictóricos de la forma verbal, y deleite intelectual por la complejidad ideológica que suponen las relaciones establecidas entre términos diversos y alejados". La lengua de los siglos clásicos a que más atención dedicó Alarcos García fue la de Quevedo. Creo que contaba con escribir un libro amplio sobre las características del estilo del complejísimo y variado escritor. Muchos años estuvo sacando fichas, en octavillas verticales, con su letra redonda y recia, de las obras del

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señor de la Torre de Juan Abad, y su acervo se conserva en ficheros algo desordenados, puesto que el modo de trabajar de mi padre no valía para los demás: él se lo guisaba y se lo comía solo. Él sabía con qué propósito había recogido esta o aquella papeleta, pero el ojo ajeno es difícil que pueda en ellas calcular sus intenciones. Sin embargo, en varios artículos dejó constancia explícita de determinadas peculiaridades de la lengua de Quevedo. A primera vista, el trabajo dedicado al "Poema heroico de las necedades y locuras de Orlando el enamorado", parece orientado a restaurar el texto quevediano y cotejarlo con su fuente, el "Orlando innamorato" ele Boyardo. Pero, como sin darle importancia, al hilo del análisis del incompleto poema, se muestra magistralmente el doble juego del estilo quevedesco. Señala mi padre la diferente actitud de Boyardo y de Quevedo ante el mismo tema. El italiano no creía naturalmente en las hazañas ele los héroes carolingios ni en los prodigios de las novelas bretonas, "pero ama aquellas ficciones y las toma en serio", como "un bello juego imaginativo que le entretiene y complace". "En su poema, Boyardo cuenta y describe con la segura certidumbre y la serena objetividad con que relataría y pintaría hechos y personajes históricos, aunque subrayando con una leve sonrisa, preludio de la fina ironía ariostesca, la esencial y radical irrealidad de lo contado y descrito". Pero Quevedo "ni cree ni ama las fantasmagorías caballerescas; las contempla con ojos escépticos y burlones; las echa a broma, no viendo en

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ellas más que una materia a propósito para facecias, chistes e ingeniosidades. Tomando el asunto tal y como se lo ofrece Boyardo, lo trabaja y modela en una situación de ánimo desenfadada y juguetona y con manifiesta intención cómica." ¿Cómo cumple su propósito Quevedo? Se asiste a una alternancia expresiva de puntos de vista. Mientras, por ejemplo, los gigantes son caricaturizados con hipérboles grotescas que los convierten en seres mostruosos de acuerdo con el propósito burlesco, con la aparición de Angélica Quevedo adopta "técnica semejante a la que habría empleado en un poema serio", y aunque al comienzo "mantiene el tono zumbón", enseguida echa mano de "comparaciones, imágenes y metáforas de tipo refinado". "De lo vulgar y desgarrado ascendemos a lo noble y exquisito". Estos cambios se producen continuamente en el poema y no pueden atribuirse sólo "a la diversa índole de los objetos de que el poeta se va ocupando", sino también tienen causa "en el sujeto y no en el objeto; en el poeta, y no en la materia que trabaja". Y tras el cotejo de diversos y opuestos pasajes del poema, se concluye que "Es un fuerte sentimiento antitético que le lleva [a Quevedo] a colocar los mismos temas en dos opuestas perspectivas -plano idealista, todo perfección y belleza; plano realista o, mejor, infrarrealista, lleno de fealdades, suciedad y mal olor- y a tratarlos con dos estilos opuestos -estilo elevado, selecto y a menudo preciosista; estilo desenfadado, jocoso, bufo y algunas veces chocarrero." En el poema de Orlando, "esos dos Quevedos -el poeta culto y el poeta de los

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pícaros- dejan de reñir, hacen las paces y se ponen a cantar juntos, alternando o entrecruzando sus voces. Cada voz [ ... ] tiene un timbre y tono propios; cada cantor [ ... ] posee su peculiar estilo. No resulta, sin embargo, un conjunto discorde y abigarrado ni una confusa algarabía. Es, sí, un compositum oppositorum, cuyos elementos, aunque presentados en tajante contraste, se agrupan y organizan bajo una unidad de inspiración e intención". Hay semejanzas y diferencias entre los dos estilos. Uno y otro se sirven de la lengua común, pero el poeta culto amplía su léxico con cultismos numerosos, mientras el pícaro reúne palabras del habla familiar y popular o de la germanía, y hasta recurre a forjar voces y locuciones nuevas. Los dos utilizan con intención el hipérbaton y ciertos esquemas sintácticos latinizantes. También abundan comparaciones, imágenes, metáforas y perífrasis alusivas o elusivas en los "dos poetas en uno", pero la calidad difiere: unas son ennoblecedoras, las otras, degradadoras. "Uno de los rasgos que llaman la atención en el estilo de las obras burlescas, satíricas y satírico-morales de Quevedo es la parodia de palabras y frases vigentes en la lengua. Estudiar algunos ejemplos para ver de qué modo y con qué propósito se ha realizado la parodia, y a qué disposición anímica obedece" es el objeto del trabajo titulado "Quevedo y la parodia idiomática". Examina Alarcos sucesivamente la parodia de una sola y determinada palabra y el remedo de un esquema común a todo un grupo de palabras. "Los neologismos así formados obedecen algunas veces al propósito de 254

condensar afectivamente en un vocablo una idea que normalmente se formularía con un grupo de palabras; otras, a la exigencia de acomodar un vocablo a la materia o situación; otras, al gusto por los juegos de palabras; otras, en fin, al prurito de dar a una idea expresión diversa de la que tiene en la lengua". Se estudian neologismos por condensación: quintainfamia (por 'quintaesencia de la infamia'), quintacuerna; por comparación condensada: libropesía (por 'sed insaciable de libros, hidropesía'), cornicantano (por 'cornudo novicio', como 'misacantano'); por adaptación al tema: lanaplenar (por 'rellenar de lana', como 'terraplenar'), cultigracia (por 'ejemplo de lenguaje culto', como 'verbigracia'); por juego de palabras: metembuche (como 'sacabuche'), nalguimánticos (como 'quirománticos'); por diferenciación expresiva: pelijudas (según 'pelirrubia', por Judas'), jerihabla o jerigóngora (por 'jerigonza'). Los neologismos que parodian un esquema común a un grupo léxico son ejemplos como estos: protocornudo, protovieja, archigato, archidiablo (por 'protomédico, archiduque'); contraculto (por vulgar), contracorito (por jorobado'), contrasayón (por 'chato'), contrat1iaca (por 'ponzoña'); disparatario (por 'colección de disparates', según 'recetario, diccionario'), dinerismo y di11era110 (como 'judaísmo, ateísmo, italiano, luterano'); diablazgo, diabledad, diablencia (por 'deanazgo, majestad, excelencia'), maridería, cabellería (por 'zapatería, judería'). Aparecen asimismo compuestos inventados sobre esquemas normales: puti-doncella, culti-picaño, calvi-casadas; calaverar, cornudar, lanzarotm; letradear;

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abemardai; encalva1; embodarse; despicarar, desentafiarse, desendueflarse. La parodia fraseológica es análoga. "Dada una com-

binación léxica [ ... ] , se sustituye uno de sus términos por otro que viene impuesto por la naturaleza del objeto de que se habla o por la situación que se presenta": "Este es tonto y no sabe lo que se diabla"; "doncellas penadas como tazas"; "poetas públicos y cantoneros, como a malas mujeres"; diablos calzados y diablos recoletos; paliza de difuntos; alcalde en pena, hennanas de

habilidad, darse a médicos, condenar a dueiia, hablar a cántaros, armada de saya en tocas, etc., etc. Concluye Alarcos reconociendo que el procedimiento de esas formaciones, sea normal o arbitrario, responde a un "vivo sentimiento de las posibilidades genéticas, significativas y expresivas de la lengua. Quevedo piensa y fantasea desde la entraña del idioma, y por ello puede manejarlo a su capricho y nosotros, los hispano-parlantes, entender y seguir su juego verbal". En otros temas también atendió Alarcos a lo lingüístico, como al tratar del influjo sintáctico de Boccaccio en Cervantes, y en unas conferencias nunca escritas sobre la poesía festiva de finales del XIX en que se comentaban sobre todo los ingeniosos juegos léxicos y sintácticos de aquellos autores. Debemos acabar ya esta revista apresurada de la labor filológica de mi padre. Para sortear el riesgo de demasiada afectividad en esta conclusión, prefiero recurrir a palabras ajenas y ya añejas, las escritas por el rector Luis Suárez, hace treinta años, cuando mi padre 256

se jubiló: "Pero la totalidad humana de D. Emilio se nos escapa porque es inaprehensible. Como Sócrates, su tarea no fue escribir, sino hablar. jamás le he visto leer una conferencia. Sube al estrado, cuando se le reclama, provisto de un paquete de fichas y de notas salidas de un bolsillo y, a la vista del público, colecciona y ordena su pensamiento sin otra sujeción que la de las ideas que brotan de su mente. Y todo ello con una aparente facilidad y un castellano gracejo que a algunos equivoca, pues lo interpretan como improvisación. Y no hay tal: maduro pensamiento, pero que no se fija en escritura alguna."

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